Ernest Mandel y el ecosocialismo

1) Las ideas ecológicas de Ernest Mandel


La preocupación por el medio ambiente en los escritos de Ernest Mandel sólo aparece con fuerza a partir de la década de 1970. Ella no figura prácticamente, por ejemplo, en el Tratado de Economía (1962). Es verdad que se descubre ya, en esa obra «inaugural», la idea de «detener el crecimiento» en el socialismo: «Cuando la sociedad dispone de un parque de máquinas automáticas suficientemente amplio para cubrir todas las necesidades actuales (…) es probable que el ‘crecimiento económico/» será lento o momentáneamente detenido. El hombre completamente libre de toda preocupación, económica, habrá nacido.» [1]


Entonces, es a partir de 1971-72, después de la aparición de los primeros movimientos ecológicos y de haber leído las obras pioneras de Elmar Altvater, Harry Rothman y Barry Commoner que Ernest Mandel va a empezar a integrar la dimensión ecológica en sus reflexiones.
Así, en La tercera edad del capitalismo (1972) se cuestiona sobre la «amenaza creciente que la técnica contemporánea, a causa de su instrumentalización capitalista, hace pesar sobre el medio ambiente» y por tanto sobre «la supervivencia de la humanidad». Sin embargo no se trata de una problemática central en esa obra: no son más que algunas referencias aquí y allá, sin que el tema sea tratado de manera sistemática. [2]


Al parecer, fue el Informe del «Club de Roma» (Informe Meadows, sostenido por Sicco Mansholt) lo que estimuló en Mandel el principio de una reflexión más sostenida sobre el tema del medio ambiente: tal será el objeto del artículo «Dialéctica del crecimiento» de noviembre de 1972, más tarde publicado en alemán bajo el título «Marx y la ecología.»


Considerando que había escrito en el Tratado sobre la posibilidad de detener el crecimiento económico en el socialismo, es curioso que su reacción al informe Meadows sea tan negativa, al punto que caracteriza a los autores como los «doctrinarios del capitalismo» dispuestos a sacrificar todo, incluso el nivel de vida hoy día todavía considerado sagrado, «en la medida en que la propiedad privada y la ganancia sean protegidas». Les reconoce, no obstante, el mérito de rechazar la existencia de «recursos naturales ilimitados» que vuelve imposible la generalización global del modo de vida de la clase media de EE.UU.


Después de haber negado que para Marx el crecimiento económico o desarrollo de las fuerzas productivas no era un fin en sí mismo, sino simplemente un medio para la emancipación humana, Mandel citaba un pasaje importante de la Ideología alemana (1846) sobre la transformación, en el capitalismo, de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. Este potencial destructivo del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas resulta de la lógica misma de la economía de mercado fundada en la búsqueda de ganancias: «si se escogieron ciertas técnicas en lugar de otras, sin tomar en cuenta los efectos en el equilibrio ecológico, fue en función de los cálculos de rentabilidad privada de ciertos negocios…» [3]


En ciertos pasajes Mandel parece creer en una neutralidad de la tecnología moderna: «no es verdad que la técnica industrial moderna tienda inevitablemente a destruir el equilibrio ecológico». Pero después de eso reconoce que la tecnología actual, la tecnología industrial moderna realmente existente -p.e., la impuesta por los monopolios químicos como Monsanto- es peligrosa y dañina. Insiste simplemente que esta orientación técnica no es la única posible: en una perspectiva socialista se daría «la prioridad al desarrollo de otra tecnología, tendiente en su totalidad hacia el florecer armonioso del individuo y la conservación de los recursos naturales, y no hacia la maximización de las ganancia privadas».


La solución no es entonces la imposición de la escasez, el ascestismo, la reducción drástica del nivel de vida -como lo proponen expertos del MIT en su informe al Club de Roma- sino, más bien, la planificación del crecimiento, sometida a «una serie de prioridades claramente establecidas, que escapen por entero a los imperativos de la ganancia privada». La opción de «crecimiento cero», principalmente en los países sub-desarrollados, es inaceptable.


La alternativa socialista que propone Mandel es la de transformar radicalmente las estructuras económicas y sociales, creando así las condiciones para una restauración del equilibrio ecológico. En una sociedad socialista la prioridad se concederá a la satisfacción de las necesidades básicas para todos los seres humanos y a la búsqueda de nuevas tecnologías que reconstituyan las reservas de recursos naturales escasos. La calidad de vida, el tiempo libre, la riqueza de relaciones sociales, se volverá más importante que «el crecimiento del ingreso nacional bruto». [4]
Una vez reconocida la importancia de la cuestión ecológica, esta problemática estará muy presente en los escritos de Ernest Mandel: por ejemplo, en el Manifiesto Socialismo o Barbarie en el umbral del siglo XXI de la Cuarta Internacional (1993), hay una sección dedicada a la relación entre el socialismo y la ecología. El autor reconoce las debilidades del movimiento obrero en este tema, el fracaso flagrante de las sociedades post-capitalistas burocráticas, y la deuda de los marxistas con los ecologistas. Con todo, se mantiene la dirección en la alternativa socialista: «una lucha eficaz contra la contaminación, una defensa sistemática del ambiente, una investigación constante de productos de substitución a los recursos naturales escasos, una estricta economía en el uso de éstos, exige por consiguiente que las decisiones de inversión y elección de técnicas de producción sean transferidas de los intereses privados a los de la colectividad, que las tomará democráticamente». [5] La insistencia en la «escasez» de los recursos naturales -ya presente en el artículo de 1972- es una limitación obvia: la posición ecológica va mucho más allá de este aspecto económico.


2) ¿«Apropiación» o subversión del aparato productivo?


La opción socialista de Mandel me parece todavía actual, aunque es necesario avanzar un poco más lejos, tanto en la crítica de la herencia marxiana como en la radicalidad de la ruptura con el paradigma tecno-productivo existente. Es preciso integrar las adquisiciones de la ecología en el corazón mismo del proyecto socialista: en otros términos, apuntar hacia una alternativa ecosocialista.


Un cierto marxismo clásico -usando algunos pasajes de Marx y Engels- parte de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y define la revolución social como la supresión de las relaciones de producción capitalistas que se han vuelto un obstáculo al libre desarrollo de las fuerzas productivos. Esta concepción parece considerar el aparato productivo como «neutral» y su desarrollo como ilimitado. En esta óptica, la transformación socialista consistiría, ante todo, en la apropiación de las fuerzas productivas sociales creadas por la civilización capitalista y su puesta al servicio de los trabajadores. Para citar un pasaje del Anti-Dühring de Engels -esa obra canónica para las generaciones de socialistas: en el socialismo «la sociedad toma posesión de manera abierta, pública y rodeos de las fuerzas productivas que se volvieron demasiado grandes para toda otra dirección que la suya.» [6]


Es necesario criticar esta perspectiva, desde un punto de vista ecosocialista, inspirándose en los comentarios de Marx sobre la Comuna de París: los trabajadores no pueden tomar el aparato estatal capitalista y ponerlo a funcionar a su servicio. Se debe «romperlo» y reemplazarlo por otro, de naturaleza completamente distinta, una forma no estatista y democrática de poder político.


Lo mismo vale, mutatis mutandis, para el aparato productivo «realmente existente», es decir, capitalista: por su naturaleza, y su estructura, no es neutro, sino al servicio de la acumulación del Capital y la expansión ilimitada del mercado. Está en contradicción con las exigencias de salvaguarda del entorno natural y la salud de la fuerza de trabajo. Por su funcionamiento y su lógica, no puede más que agravar la contaminación, la destrucción de la diversidad biológica, la desaparición de bosques, los catastróficos problemas del clima. Es necesario «revolucionarlo», transformando radicalmente su estructura. Eso puede significar, para ciertas ramas de la producción -la centrales nucleares, por ejemplo- «romperlas». En todo caso, las fuerzas productivas deben modificarse profundamente, según criterios sociales y ecológicos.


Eso implica, de entrada, una revolución energética, el reemplazo de energías no renovables y responsables de la polución y el envenenamiento del medio ambiente -carbón, petróleo y nuclear- por energías «suaves» y renovables: agua, viento, sol.


Pero es el conjunto del modo de producción y consumo –fundado, por ejemplo, en el automóvil individual y otros productos de este tipo- lo que debe transformarse, junto con la supresión de las relaciones de producción capitalistas y el principio de una transición al socialismo. Va de suyo que cada transformación del sistema productivo o de transportes -el reemplazo progresivo del individual por el colectivo- debe hacerse con la garantía del pleno empleo de la fuerza de trabajo.


¿Cuál será el futuro de las fuerzas productivas en esta transición al socialismo – un proceso histórico que no se mide en meses o en años?
Dos escuelas se enfrentan en el seno de lo que se podría llamar la izquierda ecológica:


I. La escuela optimista, según la cual, gracias al progreso tecnológico y las energías suaves, el desarrollo de las fuerzas productivas socialistas puede conocer una expansión ilimitada, apuntando a la satisfacción de «cada uno según sus necesidades». Esta escuela no toma en cuenta los límites naturales del planeta, y termina reproduciendo, bajo la etiqueta de «desarrollo sostenido» el modelo socialista viejo.


II. La escuela pesimista que, partiendo de estos límites naturales, considera que es necesario limitar, de manera severa, el crecimiento demográfico y el nivel de vida de las poblaciones. Sería necesario reducir la mitad del consumo de energía, al precio de la renunciar a las casas individuales, a la calefacción, etc. Como estas medidas son bastante impopulares, esta escuela acaricia, a veces, el sueño de una «dictadura ecológica ilustrada».


Me parece que estas dos escuelas parten de una concepción puramente cuantitativa del desarrollo de las fuerzas productivas. Hay una tercera posición, que me parece más apropiada –y hacia la que Mandel parecía tender-, para la cual la hipótesis principal es el cambio cualitativo del desarrollo: poner fin al gasto monstruoso de recursos por el capitalismo, sustentado en la producción a gran escala, de productos inútiles o dañinos: la industria de armamento es un ejemplo evidente. Se trata, por consiguiente, de orientar la producción hacia la satisfacción de necesidades auténticas, empezando con esas que Mandel designó como «bíblicas»: agua, comida, vestido, alojamiento.


¿Cómo distinguir las necesidades auténticas de las artificiales y ficticias? Estas últimas son inducidas por el sistema de manipulación mental que llamamos «publicidad». Pieza indispensable en el funcionamiento del mercado capitalista, la publicidad debe desaparecer en una sociedad de transición al socialismo y puede ser reemplazada por la información proporcionada por asociaciones de consumidores. Pero el problema para distinguir una necesidad auténtica de una artificial se mantendrá incluso después de la supresión de la publicidad.


El automóvil individual, por el contrario, responde a una necesidad real, pero en un proyecto ecosocialista, fundado en la abundancia de transporte público gratuito, éste tendrá un papel cada vez más reducido que en la sociedad burguesa, donde se ha vuelto un fetiche mercantil, un signo de prestigio, y el centro de la vida social, cultural, deportiva y erótica de los individuos.


Sí, responderán los pesimistas, más los individuos son movidos por aspiraciones y deseos infinitos, que tienen que ser controlados y contenidos. Pero el ecosocialismo está basado en una apuesta que ya era la de Marx y en la que Mandel insiste: la del predominio, en una sociedad sin clases, del «ser» por encima del «tener», es decir: de la realización personal, para las actividades culturales, lúdicas, eróticas, deportivas, artísticas y políticas, en lugar del deseo de acumulación al infinito de bienes y productos. Esto último es inducido por la ideología burguesa y la publicidad, pero nada indica que constituya una «eterna naturaleza humana».


Ello no quiere decir que no habrá conflictos, entre las exigencias de la protección del medio ambiente y las necesidades sociales, entre los imperativos ecológicos y las necesidades del desarrollo, principalmente en los países pobres. Será la democracia socialista, libre de los imperativos del Capital y el «mercado», la que resolverá estas contradicciones.


Jueves 21 de junio de 2007

Notas
[1] E. Mandel, Traité d/»économie marxiste, (1962) Paris, UGE 10/18, 1969, tome IV, p. 185-186.
[2] E.Mandel, Le troisième age du capitalisme (1972), Paris, Les Editions de la Passion, 1997, pp. 400, 459.
[3] E.Mandel, « Dialectique de la Croissance », Mai, n° 26, Novembre-decembre 1972, p.11.
[4] Ibid. pp. 12-14.
[5] Socialisme ou barbarie au seuil du XXIème siècle, supplément à Inprecor, juillet 1993
[6] F.Engels, Anti-Dühring, Paris, Ed. Sociales, 1950, p.318.

Michael Löwy