El socialista y militante Ernest Mandel nació hace cien años, el 5 de abril de 1923. Fue un “internacionalista flamenco de ascendencia judía”, un intelectual que escribió algunas de las obras más significativas de teoría marxista de la segunda mitad del siglo XX.
Mandel nació en una familia de judíos polacos de origen alemán en Antwerp, Bélgica. Su padre, Henri Mandel, simpatizaba con el pensamiento de izquierda, específicamente con las ideas de León Trotsky. Durante los años treinta, después de que los nazis ascendieron al poder en Alemania, el hogar de los Mandel se convirtió en lugar de encuentro para refugiados de izquierda. Al escucharlos discutir sobre socialismo, lo que sucedía en la Unión Soviética y la ascendencia del fascismo, el joven Ernest tuvo una temprana introducción a las políticas radicales.
La guerra llegó a Bélgica en mayo de 1940 cuando la Alemania nazi invadió el país. Gran parte de la izquierda establecida no logró responder a la nueva situación. Muchos líderes del partido socialdemócrata y de los sindicatos huyeron del país. El Pacto de no agresión soviético-alemán estaba aún vigente y los comunistas belgas proclamaban su “más pura y completa neutralidad”. Algunas semanas después, Trotsky fue asesinado en su exilio mexicano por un agente que estaba bajo órdenes soviéticas.
En medio de este caos, un grupo de izquierda independentista se dispuso a publicar el primer periódico clandestino en lengua flamenca, producido en casa de los Mandel. Ernest y su padre escribieron muchos de sus artículos. En agosto de 1942, Ernest Mandel pasó a la clandestinidad. Al final de ese año fue arrestado, pero logró escapar mientras lo transportaban.1 Sin desmoralizarse, Mandel continuó sus actividades como miembro de la resistencia. En estos años, ya era miembro del Partido Comunista Revolucionario (PCR), de corte trotskista. El 28 de marzo de 1944, Mandel fue arrestado nuevamente. Aunque esta vez como miembro de la resistencia, y no como judío, es enviado a distintas prisiones y campos de trabajo. El 25 de marzo de 1945 fue liberado por las fuerzas estadounidenses.
A pesar de que la familia directa de Mandel sobrevivió a la guerra, la madre, la hermana y el hermano de su padre Henri, así como sus familias, fueron asesinados en Auschwitz. Henri Mandel había soñado con una carrera académica para su hijo, pero Ernest tenía otras prioridades; quería continuar con la lucha contra el capitalismo, el sistema que dio pie a los horrores del nazismo y la guerra mundial. De hecho, a lo largo de toda su vida, la guerra continuó como punto de referencia política y moral para Mandel.
Justo antes de la guerra, en 1938, fue fundada la Cuarta Internacional. Trotsky pensaba que la guerra desacreditaría a los partidos estalinistas, y tenía la esperanza de que la Cuarta Internacional se convertiría en una alternativa. Sin embargo, el importante papel desempeñado por la Unión Soviética en la derrota de la Alemania nazi y la participación de sus miembros en distintos movimientos de la resistencia dieron prestigio y popularidad sin precedentes a los partidos comunistas. La pequeña Cuarta Internacional se vio diezmada por la guerra y la represión. Mandel sintió que era su deber ayudar a reconstruir el movimiento, y se convirtió en un destacado organizador de la Cuarta Internacional. En parte, lo impulsaba el recuerdo de los camaradas que fueron asesinados por los nazis, como su amigo cercano Abram Leon, autor de La cuestión judía: Una interpretación marxista. Durante el resto de su vida, la Cuarta Internacional sería central para su pensamiento y su actividad.
Después de la guerra
Como muchos radicales, Mandel pensó que después de la guerra habría una ola de revoluciones, como había sucedido después de la Primera Guerra Mundial. Gradualmente, reconoció que el capitalismo no sólo continuaría, sino que se desarrollaría aún más. Fue entonces cuando se unió al Partido Socialista Belga, manteniendo en secreto su identidad trotskista, y apoyó en la fundación del semanario La Gauche, un periódico que se volvería influyente en la izquierda socialista en Bélgica.
En este periodo, Mandel se destacó como teórico y líder socialista. En 1962 publicó su primera obra importante, Tratado de economía marxista. En la introducción del libro, describe su enfoque como “genético-evolutivo”, con el cual se refiere al estudio del origen y la evolución del capitalismo. La teoría económica marxista —escribió Mandel— debe ser considerada como “la suma de un método, de los resultados adquiridos gracias a este método y de resultados constantemente contrastados” (Mandel, 1969, pp. 17-18). La combinación de historia y teoría, tratando continuamente de integrar nuevos hallazgos, es característica del trabajo de Mandel. En una conversación en 1980 con la politóloga alemana Johannes Agnoli, utilizó el término “marxismo abierto”, que se proponía como “una tarea de desarrollo y extensión permanentes, incorporando a él tanto nuevos hechos como nuevos conocimientos científicos” (Mandel y Agnoli, 1980, p. 11).
Mientras trabajaba en el Tratado de economía marxista, como parte del círculo de La Gauche, desarrolló una estrategia de “reformas estructurales anticapitalistas”. Con esto se refería a reformas que por sí mismas no traerían el socialismo, pero serían “pasos en ese sentido, y darían a la clase trabajadora la capacidad de debilitar decisivamente al gran capital”, tales como la planificación estatal para garantizar el pleno empleo, la toma del control público de corporaciones importantes y la nacionalización del sector energético. Mandel enfatizó que las reformas económicas no podían separarse de la disputa por el poder político.
Una fuente de inspiración fue la huelga general en Bélgica en el invierno de 1960. Llamada también la “huelga del siglo”, iba en contra de una serie de reformas propuestas por el gobierno de derecha. Con una duración de varias semanas, involucró a cientos de miles de trabajadores. Otra inspiración para Mandel fueron las huelgas francesas y las ocupaciones de fábricas de junio de 1936, cuando el izquierdista Frente Popular llegó al poder.
Durante el crecimiento económico de la posguerra en Europa, las condiciones mejoraron para muchos, pero luchas como la huelga general en Bélgica demostraron que el desarrollo capitalista no había pacificado completamente a la clase trabajadora. Mandel reconoció que las luchas obreras no eran solamente sobre las condiciones económicas, sino que estaban también impulsadas por la resistencia contra la alienación y opresión. Incluso los trabajadores relativamente acomodados experimentaron alienación y dominación en sus lugares de trabajo.
Para Mandel, las luchas en contra de la injusticia y por la emancipación eran una fuerza motriz en la historia. Era un marxista en la tradición de los que afirman, con Gramsci, que “en realidad se puede prever ‘científicamente’ sólo la lucha, pero no los momentos concretos de ésta, que no pueden ser sino resultado de fuerzas contrastantes en continuo movimiento” (Gramsci, 1986, p. 267, Cuaderno 11, nota 15). Ya que la historia es, en parte, producto de luchas continuas, su desarrollo está abierto. “La lucha de los trabajadores en contra del capitalismo”—escribió Mandel en un balance de la huelga— “difiere de las luchas sociales del pasado en que no sólo se trata de una lucha por intereses esenciales e inmediatos”, sino que puede convertirse en “una lucha consciente por reestructurar la sociedad” (Mandel, 1965, “De Grote Staking: vijf jaar later”).
La debilidad de la huelga general en Bélgica, y la razón por la que Mandel la consideró una oportunidad perdida, se debió a que no hubo un liderazgo político que propusiera tal reestructuración. Para llevar a cabo un cambio revolucionario, la lucha por las reformas económicas debía extenderse a la cuestión del poder político. La lucha sólo podía ser victoriosa si “el adversario era confrontado no sólo en las fábricas, sino también en las calles”. La historia había demostrado la necesidad de establecer un partido revolucionario que “explicara incansablemente” a la clase trabajadora que para lograr sus objetivos era necesario tomar tanto el poder económico como el político.
Irrupciones como la “huelga del siglo” presentaron a Mandel un dilema marxista clásico; si la “ideología dominante de toda sociedad es la ideología de la clase dominante”, ¿cómo puede la clase trabajadora liberarse a sí misma? Mandel reconoció que el dominio de la ideología de la clase dominante tenía raíces más profundas que la manipulación a través de los medios, la propaganda, las escuelas, etc. Este dominio se fortaleció a partir de la reproducción cotidiana del capitalismo, en la que los trabajadores se ven obligados a competir entre sí y dependen de la venta de su fuerza de trabajo.
Pero precisamente porque se fortalece a partir de su reproducción cotidiana, el dominio del capitalismo no es perfecto. Las contradicciones y crisis inevitables que resultan de la competencia entre los monopolios dominantes dan lugar a fisuras. La pregunta central para los socialistas era entonces cómo ir más allá de los estallidos de descontento que eran el resultado inevitable de las turbulencias económicas. Transitar de las luchas defensivas contra los ataques a las condiciones de vida y los salarios hacia las demandas por el poder obrero requeriría un “salto consciente”.
En La teoría leninista de la organización, Mandel desarrolló ideas sobre lo que haría posible tal salto. Distinguió tres grupos; el grueso de la clase trabajadora; una vanguardia de esta clase que consistía en activistas obreros; y los miembros de organizaciones revolucionarias, un grupo que se superponía parcialmente con la segunda categoría. La “vanguardia” no estaba formada por una élite autoproclamada, sino por los activistas más comprometidos y energéticos de la clase trabajadora. Construir una organización revolucionaria implicaba sumar a estos activistas obreros a las ideas socialistas, así como proporcionarles herramientas para su organización y prevenir que, durante el inevitable reflujo de la lucha social, se retiraran de la política.
El cambio radical sólo sería posible durante las oleadas de disturbios, cuando las contradicciones del capitalismo generaran protestas e ira masivas. Durante estos periodos, un partido revolucionario podría intentar atraer a grupos cada vez más grandes hacia la acción política, así como proponer demandas anticapitalistas. De esta forma, una revolución sería un proceso de interacción entre acción organizada y movimiento espontáneo. Un poco en broma y un poco en serio, Mandel se llamaba a sí mismo un “leninista ortodoxo con ligeras desviaciones luxemburguistas” (Kellner, 2009, p. 152).
Capitalismo tardío
Durante los años sesenta, Mandel desarrolló el concepto de lo que inicialmente llamaba neocapitalismo, y que más tarde acuñó como capitalismo tardío para nombrar a la época de posguerra de crecimiento capitalista, innovación tecnológica y mayor intervención estatal. En El capitalismo tardío, vinculó este periodo con una consideración sobre las ondas largas. Este concepto fue utilizado por economistas tanto marxistas como no marxistas, como Trotsky, Schumpeter y Kondratieff, que consideraban que el desarrollo capitalista se movía a través de la alternancia de ondas largas con periodos de crecimiento [upswings] y periodos de declive relativo [downswings].
El economista político japonés Makoto Itoh resumió el debate sobre la naturaleza de las ondas largas como uno entre dos corrientes de pensamiento (1997, p. 249). Una explicaba que las ondas largas de alrededor de 50 años eran impulsadas por la dinámica endógena del capitalismo. Del otro lado, se encontraba la corriente que veía que eran fomentadas por eventos exógenos al sistema. La teoría endógena entiende al “sistema económico” como un ente separado de la historia social. Fue en contra de esta concepción reificada que Mandel defendió el papel de los factores “superestructurales”, tales como los nuevos mercados, el descubrimiento de recursos naturales, las guerras y las revoluciones, como parte de la dinámica económica. En una carta a Makoto Itoh, Mandel resumió su postura: “defiendo una teoría de ondas larga que no es automática sino asimétrica, es decir, mientras que la onda larga expansiva se convierte automáticamente en una onda larga depresiva, la última sólo conduce a la primera a través de ‘shocks sistémicos’, es decir, influencias exógenas (guerras, revoluciones, contrarrevoluciones, etc.)”.
Después de la crisis de 1929, las derrotas sufridas por la clase trabajadora en las décadas de 1930 y 1940 permitieron a la clase dominante imponer un aumento en la tasa de plusvalía, dando lugar a un nuevo periodo expansivo.
Pero cada intento del capitalismo por superar sus contradicciones le presentaba nuevos problemas. Dos décadas de crecimiento económico de posguerra dieron pie a aumentos salariales y bajas cifras de desempleo, fortaleciendo así la confianza de los trabajadores y creando nuevas necesidades y deseos. Con el respaldo de los gobiernos, los bancos otorgaron créditos baratos a la industria, lo que permitió un rápido crecimiento, pero, a su vez, generó inflación, la cual perjudicó a las grandes inversiones de largo plazo que eran fundamentales para la competencia entre las principales empresas intensivas en capital. Los intentos por combatir la inflación crearon sus propios problemas y estrangularon el crecimiento económico.
Una característica del capitalismo contemporáneo era el creciente papel de la planificación. Las rápidas tasas de innovación tecnológica llevaron a una reducción en la vida útil del capital fijo y una mayor necesidad de planificación capitalista en nombre de las grandes empresas. Y para evitar colapsos como el de 1929, la intervención del gobierno en la economía tomó una escala sin precedentes. Mandel señaló en 1964 que “el Estado ahora garantiza, directa e indirectamente, la ganancia privada en formas que van desde subsidios encubiertos hasta la “‘nacionalización de las pérdidas’” (Mandel, 1964). La intervención estatal en la economía permitió evitar crisis catastróficas y asegurar ganancias, pero también hizo visible que “la economía” no era un hecho dado naturalmente. La posibilidad de un cambio radical se basaba en las inevitables explosiones sociales generadas por tales contradicciones.
En los turbulentos años sesenta y setenta, como si fuera llevado por la creciente marea de la lucha de clases, Mandel fue extraordinariamente productivo. Publicó libros como The Formation of the Economic Thought of Karl Marx (1970), Long Waves of Capitalist Development (1978)y Trotsky: A Study in the Dynamic of his Thought (1979).2 En 1972, publicó su obra maestra El capitalismo tardío. Durante su vida, publicó más de dos docenas de libros y cientos de artículos.
Mandel fue también un propagandista y polemista incansable. En 1964, fue invitado a Cuba para participar en los debates sobre la planificación socialista. El Che Guevara había leído con interés el Tratado de economía marxista y lo había discutido con Mandel extensamente. Después de la muerte de Guevara a manos de los contrarrevolucionarios, Mandel publicó un apasionado obituario in memoriam “para un gran amigo, un camarada ejemplar, un militante heroico”. En 1969, se le negó la entrada a Estados Unidos en un caso que se convertiría en un precedente para el Muslim Ban3 de Trump. En Alemania Occidental, para evitar que fuera contratado en la Universidad de Berlín, el gobierno intervino y lo deportó.
Francia fue otro país que prohibió la entrada a Mandel. En mayo de 1968, fue invitado a hablar en las reuniones de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR), un grupo que se había acercado a la Cuarta Internacional. La JCR estuvo muy involucrada en los disturbios y protestas de mayo del 68. En lo que debe haber sido una oportunidad satisfactoria para participar en una actividad práctica, Mandel ayudó a construir barricadas en el Barrio Latino de París durante la “noche de las barricadas” del 9 de mayo. El automóvil en el que había llegado a París fue destruido durante los combates callejeros. Un reportero escuchó a Mandel exclamar: “¡Oh! ¡Qué hermoso! ¡Es la revolución!”.
Para la nueva generación de revolucionarios, Mandel era un vínculo con la historia y la experiencia revolucionarias. El filósofo marxista Daniel Bensaïd, entonces líder de la JCR, recordó cómo Mandel los llevó a descubrir “un marxismo abierto, cosmopolita y militante” (Bensaïd, 2013). Para ellos, Mandel era “un tutor de teoría y un vínculo entre dos generaciones”.
Lucha de clases e historia
Para Mandel, “el proceso histórico concreto del desarrollo capitalista es siempre el resultado de una interacción entre el sistema y el entorno en el que se desarrolla; este ambiente nunca es 100 por ciento capitalista”. Los elementos no capitalistas del entorno, así como los resultados de la historia precapitalista, tienen un impacto. A pesar de que las “revueltas antiesclavistas precapitalistas, las revueltas campesinas en el antiguo modo de producción asiático y las revueltas campesinas de finales de la Edad Media”, así como “los trabajadores rebeldes y destructores de máquinas del capitalismo preindustrial”, estaban destinadas a fracasar, tales luchas proporcionaron “una gran tradición de formas de lucha y organización, así como de pensamientos, ideales, sueños y esperanzas revolucionarias de las que se nutre la lucha proletaria por la emancipación”; sin tales predecesores, el desarrollo de la lucha proletaria sería mucho más difícil (Mandel, 1983, “Emancipation, Science and Politics in Karl Marx”). La lucha contra la explotación y la opresión, de acuerdo con Mandel, tenía sus raíces en la antropología humana; en “el carácter social del trabajo, los orígenes sociales de la comunicación y la imposibilidad de sustraerse de ellos sin pagar un alto precio” (Mandel, 1991, p. 101).
Al combinar la influencia de los elementos no capitalistas, los factores históricos y el papel de las luchas sociales, Mandel formuló una visión de la historia que se opone al determinismo. A pesar de que las leyes de largo plazo de la acumulación capitalista se imponen “a espaldas del sujeto”, sus efectos están influenciados por ellos. Eventualmente, la evolución de la lucha de clases está “subordinada al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, las relaciones de producción existentes y las estructuras de las principales clases sociales” (Mandel, 1991, p. 104). Pero la “necesidad histórica” no proporciona a los actores conclusiones específicas. Más bien, la ley general se impone en desarrollos particulares (Bensaïd, 1995, p. 60). Los socialistas necesitan tomar decisiones y actuar dentro de esas condiciones cambiantes (Mandel, 1991, p. 101).
Encuentros incómodos
Al reflexionar sobre su conversación de 1980 con Mandel, Johannes Agnoli expresó admiración y, a la vez, exasperación. Agnoli, cuyas ideas democráticas radicales tenían una fuerte influencia en el movimiento estudiantil alemán, escribió que Mandel fue capaz de dar “a toda pregunta una respuesta si no convincente, sí, al menos, convencida y precisa”. Agnoli atribuyó esto a “su experiencia política, su actividad política directa y también —y más fundamentalmente— a la precisión de su pensamiento y en su saber polihistórico [sic]”. A los ojos de Agnoli, la ortodoxia de Mandel era nítida en su reconocimiento de que el proceso de análisis del mundo permanecía inacabado, pero opaco al no lograr extender su crítica a los “parámetros” de análisis (Mandel y Agnoli, 1980, p. 146). Es cierto que para Mandel el marxismo clásico aparecía como un aparato con el cual se podían analizar e interpretar todos los nuevos datos empíricos. En una introducción crítica a una nueva edición de Introducción al marxismo de 1974, Daniel Bensaïd señaló “ciertos silencios” en la obra en los que esos parámetros habrían tenido que ser cuestionados (Bensaïd, 2009, p. 156).
Uno de ellos fue la opresión y liberación de la mujer. La década de 1970 vio un auge mundial de los movimientos por su emancipación. En su undécimo congreso mundial, en 1979, la Cuarta Internacional adoptó un importante documento programático al respecto. Sin embargo, en los textos de Mandel, la opresión de la mujer suele ocupar, en el mejor de los casos, un lugar marginal. La resolución de 1979, “La revolución socialista y la lucha por la liberación de las mujeres”, discute el papel esencial del trabajo doméstico no remunerado de las mujeres en la reducción de los costos salariales, y cómo el capitalismo explota las divisiones en la clase trabajadora, especialmente en tiempos en que la acumulación de capital se desacelera (Duggan, 2001). Sin embargo, en la década anterior, Mandel tendió hacia una concepción de la clase trabajadora que priorizaba la posición del proveedor (masculino) del hogar. En un discurso de 1968, definió la condición del proletario como una “falta de acceso a los medios de producción o los medios de subsistencia”, que lo obliga “a vender su fuerza de trabajo”, y a cambio “recibe un salario que le permite adquirir los medios de consumo necesarios para satisfacer sus propias necesidades y las de su familia” (Mandel, 1978, p. 76). Esta definición separaba implícitamente a la clase trabajadora de quienes realizaban trabajos no remunerados como las “amas de casa”.
El desarrollo capitalista implicaba que una parte creciente de la población total compartiera la condición proletaria de depender de la venta de su fuerza de trabajo. En este sentido, Mandel pensó que la clase trabajadora estaba creciendo en tamaño a medida que nuevas fracciones se integraban a la clase trabajadora, mientras que las fracciones pequeñoburguesas como los artesanos y los campesinos disminuían; y en 1968, opinaba que la masa de asalariados se estaba “convirtiendo en un proletariado cada vez más homogéneo” (Mandel, 1978, p. 88). A veces parecía comprometido con una creencia en el progreso que combinaba las luchas económicas y políticas, y que veía en el desarrollo sociológico del proletariado un flujo hacia su liberación. Sus “condiciones objetivas” a “largo plazo” conducirían a “los asalariados hacia la conciencia colectiva de la incesante alienación a la que están sujetos” (Mandel, 1972, p. 586).
Pero, como apunta Daniel Bensaïd, la tendencia económica a la homogeneización de los sesenta y principios de los setenta estaba lejos de ser irreversible, como fue demostrado por la ofensiva neoliberal; “la tendencia a la homogeneización fue debilitada por las políticas de dispersión de las unidades de trabajo, la intensificación de la competencia en el mercado laboral mundial, la individualización de salarios y tiempo de trabajo, la privatización del ocio y los estilos de vida, la demolición metódica de la solidaridad y la protección social” (Bensaïd, 2009, p. 164). La extensión de la mercantilización a todos los campos de la vida, la lógica del fetichismo de la mercancía y la reificación de las relaciones sociales, procesos tan estructurales como la extensión de la “condición proletaria”, llevaron a la fragmentación y a la división de la sociedad en identidades antagónicas (Bensaïd, 2012, cap. 3).
A pesar de que Mandel había subestimado tales dinámicas, no ignoraba las contratendencias a la homogeneización. En El capitalismo tardío argumentó que “la concentración y centralización del capital, el aumento constante de la productividad laboral y el desplazamiento del trabajo vivo del proceso de producción como tendencia predominante están mediados por constantes reactivaciones de dispersión, la creación de unidades más pequeñas y, por lo tanto, la producción con menor productividad laboral en algunos subsectores” (Kellner, 2009, p. 433).
Otro “silencio” mencionado por Bensaïd es la cuestión ecológica. El ensayo de Mandel de 1973, “Dialéctica del crecimiento”, fue una consideración marxista pionera de la contradicción entre el capitalismo y la ecología. Mandel señaló cómo el capitalismo, con su marco de referencia delimitado en el tiempo, impuso una lógica que ignora las consecuencias a largo plazo, trata a los bienes naturales que no se han convertido en propiedad como “gratuitos” y desechables y no tiene en cuenta las consecuencias de la contaminación.
Sin embargo, el artículo también planteó la necesidad del crecimiento de las fuerzas productivas y de la productividad del trabajo. Bensaïd remarcó que es “necesario, so pena de caer en el productivismo ciego y la indiferencia ecológica, someter estas mismas fuerzas productivas a un examen crítico”. Mandel formuló tres principios como punto de partida para tal examen crítico: “se deben satisfacer las necesidades primarias de todas las personas; se deben buscar nuevas y diferentes formas de tecnología que ahorren y repongan las reservas de recursos naturales escasos; y se deben desarrollar las habilidades intelectuales de todos” (Mandel, 1973, “The Dialectic of Growth”).
Una nueva época
Durante los setenta, Mandel se mostró esperanzado ante los posibles desarrollos revolucionarios en España y especialmente en Portugal. La revolución portuguesa de 1974-1975 fue probablemente la que más se acercó a su visión de la revolución socialista (Kellner, 2009, p. 434). Mandel confiaba en que, durante los periodos de ascenso de la lucha de clases y los movimientos “desde abajo”, la clase trabajadora desarrollaría sus propias formas de autorganización. A medida que la clase trabajadora abandonara o posiblemente rehiciera las estructuras burocráticas del movimiento obrero, aprendería a incorporar nuevas experiencias y formular nuevas respuestas. En su visión, un pequeño grupo revolucionario podía “surfear” en esa ola creciente e incrementar su fuerza (Kellner, 2009, p. 405-6)4. El periodo más creativo de Mandel fue posterior a la radicalización de 1968. Su famoso optimismo durante esos años fue en parte producto de una contradicción que había notado en Trotsky, entre la tarea del analista y la del organizador político. Mientras que el primero es estático, el trabajo del segundo es un “intento dinámico por desbloquear y cambiar la situación” (Mandel, Revolutionary Marxism Today, p. 11).
Mandel tuvo dificultades para adaptarse al declive de las luchas sociales a partir de finales de los años setenta. Un breve momento de esperanza fueron las protestas de la República Democrática Alemana en 1989, pero terminaron con la RDA siendo anexada por Alemania Occidental. Como el portador de las esperanzas revolucionarias de Mandel, el movimiento obrero clásico entró en decadencia, y el intelectual belga tuvo dificultades en mantener su optimismo y advirtió sobre los peligros que vendrían si el capitalismo no era superado: colapso ecológico, hambrunas masivas, guerra nuclear y un desplome hacia la barbarie. La elección histórica era entre barbarie o socialismo, y el socialismo no estaba garantizado.
Hay algo trágico en el hecho de que Mandel, que tanto había luchado por la transformación socialista, muriera en 1995, durante el apogeo de la hegemonía neoliberal. Cinco años antes, escribió que la “crisis del socialismo era sobre todo una crisis de credibilidad de las ideas socialistas. Cinco generaciones de socialistas y tres generaciones de trabajadores estaban motivadas por la profunda e inquebrantable convicción de que el socialismo [era] posible y necesario”; “la generación actual ya no está convencida de que es posible” (Mandel, 2003, p. 235).
Para Mandel, esto fue en esencia el resultado de una crisis en “la praxis de los socialistas”, de los fracasos y crímenes cometidos en nombre del socialismo. Argumentó en 1992, en una reunión durante el Foro de São Paulo, que “la práctica de los socialistas y comunistas debe ser totalmente conforme a sus principios. No debemos justificar ninguna práctica alienadora u opresiva. Debemos en la práctica realizar lo que Marx llamaba imperativo categórico de luchar por derrotar las condiciones en las cuales los seres humanos son enajenados y humillados. Si nuestra práctica es conforme a ese imperativo, el socialismo recuperará una formidable fuerza y legitimidad política que lo hará invencible” (Mandel, 1992, “Hagamos renacer la esperanza”).
Mandel siempre defendió la interpretación clásica del socialismo como “una sociedad basada en la ‘asociación directa de productores’ que utilizarían su propio juicio para organizar la producción y la distribución” (Samary, 1999, p. 153). Su visión del socialismo era humanista, la de una sociedad que permitiera el pleno desarrollo de “la personalidad humana de todos, considerando a las personas simultáneamente como individuos y como seres sociales” (Mandel, 1973, “The Dialectic of Growth”).
La esperanza de Mandel para ese futuro se basó en la chispa de rebelión que siempre ha hecho que la gente luche contra la opresión y la alienación. La tarea de los socialistas es permitir que esa chispa se convierta en flama apoyando todas esas rebeliones y presentando un camino hacia una alternativa. Esa tarea no ha cambiado. En un periodo histórico diferente, el legado de la obra y militancia de Ernest Mandel nos ayuda en la búsqueda de un nuevo camino hacia adelante.
Alex De Jong es codirector del Instituto Internacional de Investigación y Educación de Ámsterdam.
Traducción: María Vignau Loría por Revista Comun, revisada por Diego Bautista Páez.
Bibliografía
Nota: La traducción del presente artículo de Alex de Jong (IIRE-Amsterdam) busca brindar al lector en español la mayor cantidad de recursos sobre la obra de Ernest Mandel, por lo cual se introdujeron algunas citas de las ediciones existentes en español. En estos casos, también se puede encontrar entre corchetes en esta bibliografía la referencia original citada por el autor.
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- 1El biógrafo de Mandel, Jan Willem Stutje, escribe que Henri Mandel pagó un rescate y que la “atrevida fuga de Ernest bien podría haber sido organizada por agentes ansiosos por evitar ser interrogados”. Jan Willem Stutje (2009). A rebel’s dream deferred. London, p. 31.
- 2Nota de la traductora: En español La formación del pensamiento económico de Marx, de 1843 a la redacción de El Capital: Estudio genético (1974, Siglo XXI) y Las ondas largas del desarrollo capitalista (1986, Siglo XXI).
- 3Nota de la traductora: prohibición a la inmigración musulmana.
- 4La metáfora del grupo revolucionario “surfeando” en las olas de la lucha de clases viene de François Vercammen, “Ernest Mandel en de revolutionaire capaciteit van de arbeidersklasse”.