¿EEUU al borde del precipicio?

Para cuando esta declaración editorial llegue a los lectores de Against the Current en papel, es posible que tengamos ya el resultado de las elecciones presidenciales de 2020. Puede que haya (o no) batallas legislativas y judiciales endiabladas en múltiples estados en disputa. Puede que haya (o no) batallas callejeras en las que participen grupos armados de nacionalistas blancos, alimentados por teorías conspirativas, movilizados para defender a un presidente derrotado.
En este endemoniado año político, parte de la dificultad de de hacer pronósticos se debe a que el  Partido Republicano se ha transformado en algo similar al Frente Nacional de Francia o a  Alternativ für Deutschland de Alemania: partidos de la extrema derecha racista que, por consenso del establishment, están excluidos del gobierno nacional aunque puedan ser poderosos a nivel regional o local. En el contexto de los Estados Unidos, los daños humanos y políticos de los últimos cuatro años son ya bastante graves, pero aún no hemos visto la magnitud total de la amenaza.
La "sorpresa de septiembre", esto es la celeridad con que Trump ha ocado el asiento en el Tribunal Supremo dejado vacante por la muerte de Ruth Bader Ginsburg, planteó abiertamente la posibilidad de que utilizara el Tribunal para paralizar el escrutinio y trampear las elecciones. De la misma manera, el extenso artículo de Barton Gellman en The Atlantic (23 de septiembre de 2020), "The Election that Could Break America", explica cómo gran parte de la lucha postelectoral podría convertirse en una lucha a cuchillo con pocas reglas claras y sin autoridad decisoria final.
Algunos de los posibles escenarios ya fueron contemplados y proyectados en distintos lugares, con el mayor detalle por el Proyecto de Integridad de la Transición (TIP, "Preventing a Disrupted Presidential Election and Transition", 3 de agosto de 2020). Los autores del TIP advierten: "La analogía más cercana pueden ser las elecciones de 1876 (que condujeron a) una gran transacción política días antes de la investidura, con la que se puso fin a la Reconstrucción a cambio de la paz electoral y que resultó en un siglo de Jim Crow, dejando profundas heridas que aún no se han curado a día de hoy".
Esto es un aviso importante sobre lo podría implicar un acuerdo "bipartidista" en nuestros días, y a costa de quién. Sin embargo, son unos tiempos tan desquiciados los que vivimos, que en noviembre-diciembre los Estados Unidos podrían enfrentarse a una crisis existencial a gran escala de su sistema constitucional, pero también todas estos augurios podrían esfumarse como si despertáramos de un mal sueño. En el momento de escribir este artículo, no hay manera de saber, o estimar si la clase capitalista estadounidense está dispuesta a arriesgarse a que se quiebre la legitimidad de sus instituciones políticas.
Podría ser, especialmente si el margen de victoria de Biden es amplio, que la dirección republicana se negara a acompañar a Trump en el camino hacia una crisis extrema. Dado que ya ha logrado para la clase dirigente un poder judicial federal y un Tribunal Supremo de derechas, la demolición acelerada de la protección al consumidor y del medio ambiente, y recortes fiscales gigantescos (pero también le ha costado a los republicanos su mayoría en el Congreso y posiblemente en el Senado), la lealtad cobarde a Trump podría haber llegado a un punto de rendimientos decrecientes. En ese caso, Trump podría ser obligado a retirarse a cambio de un acuerdo con Biden para que no se investiguen sus operaciones criminales pasadas y actuales.
Si llegáramos a un enfrentamiento postelectoral con un Trump derrotado que desconociera el resultado en las urnas, sería una responsabilidad clara de la izquierda participar plenamente en las movilizaciones masivas para defender el voto. Más allá de este punto básico de principios, no intentaremos aquí añadir nada a los análisis que proliferan en línea y en papel sobre cómo podrían desarrollarse las elecciones y sus secuelas.
Nos centraremos aquí primero en lo que sabemos con seguridad, y segundo en lo que parece ser el resultado más probable (aunque esté lejos de estar garantizado): una transición relativamente ordenada a una presidencia de Joe Biden. Al fin y al cabo, si la dirección empresarial y neoliberal que controla el Partido Demócrata no es capaz de derrotar a un engendro como Donald Trump, es difícil ver el sentido que pueda tener su existencia continuada, aparte de ser receptáculo de los fondos masivos de los megadonantes que marcan las prioridades del partido.

 

Crisis persistentes


Si alguien de cualquiera de los dos polos del espectro político bipartidista piensa que la elección de su candidato resolverá las múltiples calamidades a las que se enfrenta que enfrenta esta sociedad, nos gustaría ofrecerle un cargamento de hidroxicloroquina a un precio muy rebajado.
Los incendios forestales que reducen a cenizas los bosques y pueblos del oeste y ponen el cielo de color naranja tóxico, la serie de huracanas que golpean las costas del Golfo y del este, y la menos publicitada tormenta de viento que derribó Cedar Rapids, Iowa, no son sucesos aislados. Marcan la llegada a estas costas del desastre del cambio climático que no hará más que empeorar en los próximos años y décadas.
La crisis del coronavirus, aún si en el mejor de los casos se empezaran a producir posibles vacunas en los próximos meses, persistirá hasta 2021 según los relativamente optimistas expertos en salud pública y epidemiología. A finales de octubre de 2020, la cifra de fallecidos de EEUU por COVID-19 (probablemente subestimada) superó las 225.000 y podría duplicarse a finales de año. La gran parte de muertes por el virus viene de trabajadores de primera línea, sus familias y de las comunidades de color, que también son las más afectadas por una profunda recesión económica que no podrá superarse mientras no se contenga la pandemia de coronavirus.
Incluso antes de que el propio Trump contrajera el COVID-19, el dato revelado por Bob Woodward de que Trump supo desde el principio que el virus era una crisis grave, y que la ocultó deliberadamente al público, no tiene nada de sorprendente en vista de su historial. Sin embargo esta conducta puede haber permitido a su amigo Jair Bolsonaro, el presidente semifascista de Brasil, despachar allí el virus como "una pequeña gripe", con consecuencias devastadoras para su país y en particular para sus pueblos indígenas.
Pero incluso dejando aparte la indolencia criminal de Trump y sus mítines de campaña super-contagiadores, los Estados Unidos tienen un sistema de atención sanitaria que sigue siendo el peor preparado de todos los países ricos para hacer frente a una emergencia de enfermedad infecciosa. La lección más importante de la pandemia y del colapso del empleo que se ha producido es la necesidad imperiosa en términos de salud pública de una atención sanitaria universal, “Medicare for all”.
Esa es una demanda apoyada por alrededor de dos tercios de la población de los Estados Unidos, abrumadoramente popular entre la base de los demócratas y los activistas, y a la que se oponen celosamente ambos partidos capitalistas, incluido Biden, que promete vetar cualquier legislación de este tipo que improbablemente fuera aprobada por el Congreso.
Hay crisis colaterales que discutimos en este y en anteriores números de Against the Current, entre ellos la encrucijada en que se haya la educación pública K-12 y las universidades.
La apertura de las escuelas es una amenaza mortal para los maestros y las comunidades, mientras que la dependencia de la "educación a distancia" profundiza las ya desastrosas desigualdades raciales, de clase y geográficas de acceso a la tecnología que es necesaria para ello.
Todavía no se han estimado completamente los enormes déficits fiscales a los que se enfrentan los gobiernos estatales y locales, a los que el Senado, controlado por los republicanos, ha prometido no proporcionar absolutamente nada.
Encima de todo esto, y a pesar del enorme aumento de la actividad del movimiento Black Lives Matter y el apoyo popular a esta lucha, las fuerzas policiales parecen estar dispuestas a continuar e intensificar las brutales tácticas de control y detención llegando hasta el asesinato de civiles. El hecho de que no se haya imputado a los policías que mataron a Breonna Taylor pone de manifiesto que no eran "policías corruptos", sino que siguiendo las reglas del sistema. Esto simplemente ilustra cómo funciona en realidad el sistema, con todo su potencial de consecuencias explosivas.


Mirando hacia adelante


Con este telón de fondo, ¿cuáles serían las perspectivas de una presidencia de Joe Biden, si lograra emerger del torbellino de las elecciones de noviembre?
Empezando por lo obvio: El mantra de la campaña republicana de que "Biden está cautivo de la izquierda radical" (el delirio republicano de uso en todas elecciones, recitado con más bilis que nunca en la era Trump) es exactamente lo opuesto a la verdad. La convención demócrata consolidó la decisiva hegemonía de la dirección Biden-Obama-Clinton de este partido neoliberal y la marginación del ala "progresista". Se concedió más tiempo de discursos y video llamadas a figuras republicanas moderadas que apoyan a Biden que al sector de Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders, y esto no sólo debido a un cínico cálculo electoral: es con lo que Biden se siente más cómodo, como lo demuestra todo su historial político.
El programa del partido, si es que a alguien le interesa, ha eliminado un acuerdo de 2016 para acabar con los subsidios a las industrias de combustibles fósiles, y mantiene el apoyo incondicional a Israel a pesar de la creciente alienación de la base del partido, incluyendo de judíos jóvenes, de las brutales políticas de ocupación y supremacismo etno-nacionalista israelís. Aún peor, la campaña de Biden no esperó ni un solo día para lanzar una campaña de difamaciones gratuita contra la activista palestino-americana Linda Sarsour, que intervino en un evento paralelo musulmán-americano durante la semana de la convención demócrata.
Si todo esto no fuera suficiente para señalar hacia dónde es probable que vaya la administración Biden, hay otro factor: se ha iniciado una ofensiva anti-Trump, desde que sectores de las élites estadounidenses reaccionaron (tardíamente) a la amenaza de adónde Trump podría estar llevándolos. El aluvión de libros publicados apresuradamente por Mary Trump, Michael Cohen, luego Bob Woodward y Peter Szrok no ha sido casualidad.
Se desconoce hasta qué punto sus revelaciones puedan cambiar la tendencia electoral, pero indican la esperanza del establishment de que Biden sea el candidato de "unidad y reconciliación" de un país polarizado. En torno a qué vaya unificarlo es sin embargo un gran misterio. 
En resumen, Donald Trump agita tanto a su propia base como a la oposición demócrata, mientras que Joe Biden manda a dormir a gran parte de la base demócrata. Como han dicho algunas figuras como Cornel West y Michael Moore, se sienten obligados a votar por Biden, "pero no mentiremos por él".
Fieles a su estilo, ciertos demócratas estatales se embarcaron en jugarretas para mantener la papeleta del Partido Verde de Howie Hawkins/Angela Walker fuera de la elección en los estados cruciales de Wisconsin y Pennsylvania. Esto demuestra un característico desprecio por la democracia que es una gran parte de la explicación de por qué los demócratas han perdido tanto terreno. (Una colección de perspectivas sobre la elección puede consultarse en https://solida…, la página web de Solidarity, organización que patrocina esta revista, incluyendo los resultados de una encuesta a sus miembros publicada el 22 de agosto de 2020).
Profundizando un poco más, podemos hacer tres preguntas que se superponen en parte sobre lo que podría hacer una administración Biden/Harris en unos Estados Unidos post-2020 muy alejados de la normalidad.
Primero, ¿cómo respondería una presidencia de Biden a las presiones de la izquierda "progresista" del partido en el Congreso?  Como ya se ha sugerido, sospechamos que la respuesta es "muy poco, si es que algo". No se trata de los bonitos discursos de campaña sobre "reconstruir y avanzar", el cambio climático o la justicia racial, sino sobre lo que un presidente esté dispuesto a pelear una vez en el cargo. Nada de lo que hemos visto indica que los demócratas progresistas puedan hacer de Biden un luchador por algo que sus amigos "moderados" de ambos partidos no aprueben.
En segundo lugar, ¿cómo respondería a las movilizaciones sociales de nuestro tiempo? Nuestra respuesta aquí es "quizás un poco más, porque no se les dejará mucha opción". Por supuesto que Biden y Harris tratarán de forzar a #BLM y a los activistas por la justicia ambiental y los derechos de los inmigrantes a calmarse y actuar "responsablemente", pero esperamos que estos movimientos se mantengan en las calles, especialmente frente a la violencia policial y racista que no parece que vaya a desaparecer.
En tercer lugar, la gran incógnita: ¿cómo podría una administración Biden, a pesar de su política neoliberal y sus instintos conservadores, verse obligada a responder a las emergencias objetivas de la economía, la pandemia y la polarización política y racial? Si, por ejemplo, la mayoría reaccionaria del Tribunal Supremo revoca la Ley de atención médica asequible, ¿tendría Biden el valor de declarar una emergencia sanitaria nacional y adoptar las medidas necesarias?
La situación a la que nos enfrentamos exige, para empezar, un estímulo y ayudas económicas masivas, protección contra los desahucios y una reforma muy seria de la infraestructura sanitaria, aunque sólo sea para evitar caer en el caos. ¿Podría la fuerza de las circunstancias obligar a una administración demócrata a abandonar su neoliberalismo anticuado y avanzar hacia algo parecido a un New Deal?
Las probabilidades de que eso ocurra, y la posibilidad de que se convierta en alguna versión de un Green New Deal son aún menos fáciles de predecir que lo que podría desarrollarse en los días y semanas siguientes a las elecciones del 3 de noviembre. Ante la enorme magnitud de la crisis, la movilización popular puede marcar la diferencia.

Noviembre-diciembre de 2020, ATC 209

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