La decisión colectiva y múltiple de realizar un paro en medio de la pandemia de COVID-19, adoptada el 28 de abril de 2021, contiene una característica que no puede pasar desapercibida. Después de más de un año de confinamientos estrictos, aislamientos familiares, virtualización de la comunicación, medidas higiénicas extremas, temor administrado, políticas de salud erráticas y contradictorias, e incremento del desempleo y la desigualdad social, hacer un llamamiento para salir de nuevo a las calles, sin tener ningún protocolo viable, significó optar por el que fue considerado como el mal menor.
Acción trágica
La reforma tributaria ofreció la estructura de oportunidad, o el florero de Llorente, para que hubiera no una, sino múltiples explosiones sociales, sin una orientación central y unitaria. Una multitud sometida a rebuscar individualmente los recursos para lograr la subsistencia del núcleo familiar percibió el cinismo enorme de un gobierno que pretendía recaudar más impuestos sacrificando los ingresos salariales y beneficiando al gran capital. Permítanme resaltar el significado que le otorgo a lo cínico como la “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. Titular dicha reforma como “Ley de la solidaridad sostenible”, constituyó una burla obscena contra personas que dependían de su propio esfuerzo o de la solidaridad, esa sí real, de los familiares o los amigos más cercanos y en muchos casos de la caridad pública o privada.
En consecuencia, la decisión de ir al paro se tomó en primera instancia por una mezcla de afectos y sentimientos que cubren una amplia gama, desde la rabia hasta la indignación. Quienes protagonizan el paro y las movilizaciones callejeras, han vivido los rigores de la pandemia. Dentro de un sistema de salud totalmente jerarquizado y estratificado, la mayoría, desde luego, no tiene medicina prepagada, tampoco la más remota posibilidad de vacunarse en la Florida. Ha debido esperar semanas para que le hagan una prueba PCR o de antígeno, cuando han contado con suerte, y han tenido una madre, un tío, una hermana o un compañero que ha sido remitido a la casa y días después ha terminado en una UCI. También han tenido amigos que se han contagiado en el rebusque cotidiano y han muerto o abuelos que todavía esperan la primera dosis de la vacuna, a pesar pertenecer a la segunda etapa del proceso de inmunización. Las y los manifestantes, como son llamados en los medios de comunicación masiva, comprenden racionalmente los peligros a los que se enfrentan en un paro que solo puede ser presencial y, a pesar de ello, siguen participando en las acciones colectivas y públicas, las cuales son reprimidas legal e ilegalmente. Se exponen a los peligros del covid-19 y de las balas provenientes de los agentes de un orden que ya no quieren seguir soportando.
Al contrario de lo que piensan las mentes lúcidas y expresan las voces limpias que los critican desde un intelecto impoluto, por irresponsables o irracionales, detrás de su protesta hay una racionalidad bien clara que los lleva a escoger la exposición a la pandemia, para no seguir soportando un orden social que los está condenando a la pobreza y la miseria, convirtiéndolos en fuerza de trabajo barata u obligándolos a ser cómplices de su propia explotación, como emprendedores en bicicleta, por horas y a domicilio. El paro de 2021 tiene todas las características de una acción trágica, como la que expone Esquilo en su obra sobre Agamenón, quien sacrificó a Ifigenia, su hija, para salvar a los guerreros que lo acompañaron a Troya, sabiendo que el destino le deparaba la suerte que después tuvo a manos de Clitemnestra, cuando regresaba a Micenas. La acción trágica que conlleva la enorme movilización a la que estamos asistiendo, dentro del pico más fuerte de la pandemia, nos indica que quienes protestan en la calle valoran como un mal mayor la profundización del sistema económico, político y social que ha venido predominando en el país desde finales del siglo XX y las consecuencias que tiene sobre sus vidas cotidianas, pero al mismo tiempo saben que se están arriesgando al que consideran un mal menor.
Primera coletilla: La semana pasada dicté una conferencia sobre movimientos sociales y violencia en un espacio convocado por el grupo de formación de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. La tesis central que sostuve gira alrededor del carácter estructurante de la violencia, el cual impide verla como un simple instrumento. La violencia estructura subjetividades, relaciones sociales, territorios, formas de vida o acciones colectivas. En consecuencia, puede distorsionar el sentido de una protesta, más aún cuando de ella se aprovechan actores que le son extraños. Antes de ayer se comunicaron conmigo tres jóvenes de los puntos de resistencia de Cali, uno de ellos había estudiado en la U.N. y está terminando su carrera en la Universidad del Valle, y los otros dos, una mujer y un hombre, viven del rebusque. Me dijeron, «aunque no entendimos todo lo que usted expuso, creemos que en parte estamos de acuerdo; pero quisiéramos aclarar una cosa. Nosotres somos hijes de la violencia, hemos crecido en medio de la violencia. No hablamos solo de la violencia del hambre, que también es violencia, sino de la violencia de los combos, las pandillas, de lo que ustedes llaman el microtráfico, del paramilitarismo, la guerrilla, la policía, los milicos, los atracadores, los ladrones, y de la violencia contra nuestras madres y hermanas en nuestras casas. No somos personas “sanas” y “de bien” con camisetas blancas. Sabemos que la violencia nos ha “marcado”, venimos del desplazamiento y
la migración causada por la violencia en el campo; no somos simples “gatos” que de pronto usamos la violencia. Entre nosotros hay “cólicos” muy desesperados. Por eso no queremos volver a la vida violenta que hemos tenido y en la cual nos quiere encerrar el gobierno y quienes gobiernan este país. Los puntos de resistencia son los más seguros en nuestras ciudades y nosotros intentamos controlar la violencia en el paro, pero cuando nos disparan, nos torturan o nos violan, la violencia brota hasta de los cuerpos más pacíficos. No queremos justificar nada, solo contarle que estamos hechos de violencia y a pesar de eso resistimos y queremos superar la violencia, pero eso es difícil en esta sociedad de mierda».
El nuevo proletariado o la multitud en condiciones de precariedad
A diferencia de anteriores acciones de protesta, quizás con excepción de lasde hace dos años, las de 2021 tienen un elemento común que las caracteriza y que excede la identidad de los grupos sociales que participan en ella. En mediode la heterogeneidad de los actores sociales y políticos del paro (vale la pena insistir, jóvenes sin trabajo y sin acceso a la educación superior, estudiantes, obreros, habitantes barriales, mujeres que intervienen en casi todos los ámbitos de la protesta, no solo en el del cuidado, maestros y maestras, artistas de todo tipo, campesinos, indígenas, desempleados, trabajadores informales, activistas políticos, funcionarios de las organizaciones no gubernamentales, médicas, enfermeros y podría seguir... todos ellos bajo formas organizativas solidarias), en medio de esta heterogeneidad, que para el desasosiego de algunos sociólogos no permite caracterizar a estos grupos por un elemento que los defina como clase, por ejemplo como trabajadores asalariados, o por un habitus o un conjunto de características sociales, económicas y culturales, lo común que los identifica es una negación.
Esta negación constituye un daño social o patología que condena a gran parte de la población colombiana a vivir en una condición de simple supervivencia y a una pequeña minoría a construir su bienestar sobre el malestar de la mayoría. La percepción que tienen quienes se manifiestan en las calles es clara: no protestan frente a una simple reforma o una política pública, protestan porque han debido soportar por años imposiciones insoportables, o por el achatamiento del horizonte vital para las y los jóvenes, o por la expectativa de una vida de trabajo mal pagado para seguir trabajando en la vejez o depender de la familia, o por el rebusque cotidiano de una madre quien tiene a un hijo en la primera fila, que además de realizar el trabajo doméstico debe recurrir a la informalidad para que su familia pueda comer, o, simplemente y a raíz de la pandemia, por la angustia de la empleada o el empleado al que la plata apenas le alcanza para sobrevivir y ve que el IVA le va a aumentar el costo del mercado y que su condición de nueva o nuevo contribuyente lo obligará a ahorrar para pagarle los impuestos a un Estado donde campean la corrupción y la impunidad.
Como lo recuerda Andrés Felipe Parra, al analizar las tesis de Marx en la Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1843) y en la Ideología Alemana (1846), desde la perspectiva restringida de las relaciones de producción de la vida material, este conjunto diverso de seres humanos condenados a la simple supervivencia sería el proletariado, es decir una “clase que no es una clase”, un grupo social que se constituye a partir de una negación, de una forma de vida basada en la supervivencia, sobre la que se organiza el conjunto de la sociedad. Desde una concepción que va más allá de una visión restringida de las relaciones de producción hoy se podría hablar de una multitud en condiciones de vida precarias. La percepción racional y afectiva de que se ha llegado a una frontera vital desde la cual se le puede ver cotidianamente la cara a la muerte debido al tipo de relaciones sociales en las que estamos inmersos y a la forma de organización política que corresponde a ellas, lleva a que se considere que la vida está expuesta en forma permanente y que el riesgo asumido frente a una pandemia es menor que el generado por la patología social que nos arroja a la lucha por la supervivencia.
Segunda coletilla: Nos dice un animador de un punto de resistencia, «antes no éramos nadie, ahora somos al lado de los otros en las calles, donde incluso dormimos tranquilos, salvo por los ataques de la policía o de “buenos ciudadanos” armados. Detrás de las barricadas están las asambleas populares y las ollas comunitarias, gracias a las cuales algunos tienen por primera vez, desde que empezó la pandemia, los tres golpes». Otro reflexiona frente a los estudiantes del curso de Teorías del Poder, «el país les estalló en la cara, no se dan cuenta de que no tenemos ninguna esperanza y que por eso vamos a seguir tomándonos las calles”.
Un dispositivo contrainsurgente
Sentir y pensar en los límites de la sobrevivencia, tal y como sucede hoy en Colombia, posibilita el deseo singular y colectivo por una vida que merezca ser vivida, más allá de las regulaciones e instituciones dominadas por los conflictos de intereses entre individuos o entre grupos creados mediante su simple adición. La lucha por otra forma de vida, desde actores tan diversos, ha roto, debido a su heterogénesis, las lógicas de la acción aceptadas dentro del orden social existente en el país. Además, ha causado, por reacción, la adopción de un nuevo dispositivo contrainsurgente, armado por un entomólogo y publicista chileno, Alexis López, que de pronto salió del anonimato en Colombia, al ser invitado a la universidad militar y citado por Álvaro Uribe Vélez. El artefacto doctrinario de la “revolución molecular disipada”, inconsistente y contradictorio teóricamente, no tendría ninguna relevancia, aparte de ser un objeto curioso dentro del pensamiento neonazi latinoamericano, si no fuera porque sirve de bisagra para el dispositivo contrainsurgente que ha sido utilizado durante este paro y que ha ocasionado una larga estela de violaciones de los derechos humanos, la cual incluía al 7 de mayo más de cincuenta asesinatos, doce violaciones y un número impreciso de desaparecidos que sumaba quinientos cuarenta y ocho, según los datos de INDEPAZ y la ONG Temblores.
La “revolución molecular disipada”, supuestamente inspirada en la filosofía de Deleuze y Guattari, presupone la existencia de un gran movimiento insurgente contra la normalidad institucional colombiana, organizado por una vanguardia en la sombra, que logra darle una apariencia anárquica a lo que en realidad es una guerra civil horizontal, molecular y disipada, destinada a crear las condiciones para derrocar al gobierno legítimamente constituido e imponer en su reemplazo un régimen dictatorial de tipo socialista o comunista. La inconsistencia y la contradicción internas de este aparato interpretativo se deriva de que cualquier tipo de organización vertical como la sugerida por el señor López y sus seguidores colombianos destruiría en su proceso de formación la revolución molecular propuesta por Guattari y Deleuze y que la reducción de lo molecular a lo micropolítico desconoce el carácter del deseo como pulsión productora, el cual sería el conatus, la fuerza inmanente de una subversión que tendría como principio la diversidad, y la articulación de lo diverso, y no la identidad previa de quienes actúan. No obstante, la coherencia interna de este artefacto tiene muy poca significación con respecto al paro de 2021. Lo importante es el nuevo dispositivo contrainsurgente que se articula con él en una máquina de guerra. Por medio de esta, la protesta social es convertida en un acto bélico, los manifestantes en enemigos que deben ser eliminados física o simbólicamente y la represión en un instrumento para hacer microcirugías mortales en las calles de las ciudades colombianas. La ceguera ideológica que causa esta máquina no permite entender que entre más se amplíe la vida para la simple subsistencia, más decidida, prolongada y tal vez violenta será la resistencia. También es posible que funcione como unas anteojeras que solo permiten ver hacia adelante el destino donde la conmoción interior y el estado de excepción son el único referente político en medio de una crisis de legitimidad cada vez más aguda.
Tercera coletilla: Al oírme hablar sobre este dispositivo, una militante ambientalista me escribió, «la tragedia es peor de lo que usted dice, porque la violencia oficial se alimenta de la violencia de los desesperados». En efecto, las violencias físicas se están mezclando conflictivamente, y con esa mixtura la información oficial y la mayoría de los medios de comunicación masiva construyen la narrativa de un estado de guerra generalizado que crea las condiciones para la adopción de medidas más autoritarias y dictatoriales.
El interregno y el anti-interregno
En pleno fascismo, como se ha recordado por estos días, Antonio Gramsci escribió desde la cárcel sobre la llamada “crisis de autoridad” y sobre el interregno que ella abre. En medio de una situación angustiosa de encierro garrapateó en un cuaderno: «si la clase dominante ha perdido el consenso, es decir, no es más “gobernante”, sino solo “dominante”, poseedora de la pura fuerza coercitiva, esto significa que las grandes masas se han separado de las ideologías tradicionales, ya no creen en lo que antes creían etc. La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados“. Siendo optimistas, podríamos estar en Colombia frente a un interregno en el que se vuelve indispensable que lo nuevo nazca y que ayudemos al parto. Pero también podemos estar ante un anti-interregno, que como dijimos en el prefacio colombiano al libro de Boaventura de Sousa Santos, titulado Izquierdas del mundo, ¡uníos!, es «una mutación regresiva, en la cual no hay una crisis de autoridad, sino la metamorfosis de esta, para fortalecerse sobre nuevas bases ideológicas, que dan lugar a manifestaciones tan morbosas como los neoautoritarismos o los neofascismos». Por ahora el paro ha estado centrado en lo que Guattari llamaría el momento destituyente, en el que aparecen las grietas del orden existente, pero tiene serias dificultades para pasar a un momento constituyente que permita diferentes articulaciones desde abajo hacia arriba, para ensamblar alternativas dentro de una propuesta que posibilite transitar en la sociedad colombiana de una micropolítica a una macropolítica del deseo. La incertidumbre a la que estamos sometidos imposibilita prever el rumbo que vamos a tomar, pues la imposición del orden por la fuerza amenaza de nuevo con truncar el desarrollo de formas de vida más allá de la subsistencia, ante la dispersión de los conflictos, o el afán por organizar desde arriba la explosión múltiple de las protestas, con la voz de mando de un caudillo o la linterna intelectual de las universidades, y bajo una sola lógica política o programática, puede alimentar una nueva frustración colectiva.
Coletilla final: Al preguntarle a otra animadora de los puntos de resistencia cuál era la salida prevista por ellas y ellos ante la imposibilidad de mantener el paro indefinidamente, me respondió «En estos días de organización de las asambleas populares hemos tenido un aprendizaje que ya no vamos a perder. Por ahora no estamos negociando, ni reconocemos a ningún negociador, pero si algo bueno resulta nos replegaremos y volveremos a salir cuando nos encumplan o cuando quieran insistir en la normalidad que no aceptamos.» ¿Nacerá una nueva realidad o nos hundiremos violentamente en la vieja que está dispuesta a arrastrarnos a todas y todos al abismo autoritario?
27 de mayo 2021
Fonte Izquierda