Pandemia, polarización y resistencia en EE UU

Joseph Daher: ¿Cuál es la situación actual en EE UU con respecto a la pandemia de COVID-19?

Ashley Smith: Nos hallamos en medio de una catástrofe humanitaria que presenta rasgos diferenciados en EE UU. Más de siete millones de personas se han contagiado del virus, más de 200.000 han muerto y los expertos predicen que de aquí a finales de año puede que pierdan la vida nada menos que 400.000 personas. La gran mayoría de las personas que han fallecido son ancianas y ancianos internados en residencias, gentes de color y trabajadoras esenciales obligadas a trabajar durante todo el brote de la pandemia.

Por supuesto, ningún país capitalista ha quedado a salvo de los estragos de la pandemia. Todos ellos se han visto forzados por la lógica del capitalismo a reabrir sus economías poniendo fin al confinamiento para que vuelvan a fluir los beneficios. Sin embargo, EE UU, junto con otros Estados dirigidos asimismo por gobiernos de derechas, como el Reino Unido, India y Brasil, han sido especialmente despiadados a la hora de poner los intereses empresariales por encima de la vida. En EE UU, como documentan las revelaciones en el nuevo libro de Bob Woodward, Rage, el presidente Donald Trump ocultó deliberadamente la gravedad de la crisis e incluso llegó a bloquear un plan elaborado por el servicio postal de distribuir mascarillas gratuitamente por correo.

Trump prioriza los beneficios, su campaña por la reelección y francamente su ego sobre la vida de la gente trabajadora y oprimida. Desde el comienzo se mostró reacio a apoyar cualquier confinamiento y se apresuró a presionar a los Estados de todo el país para que lo levantaran lo antes posible. ¿Por qué? Porque la expansión económica durante su mandato era la única posibilidad de asegurar su reelección a la presidencia.

Estos burdos intereses económicos y personales le llevaron a negar primero y malgestionar después la crisis, echando la culpa de la catástrofe a cualquier otro, desde China hasta el Partido Demócrata. Se ha rebajado a renegar de la ciencia, a practicar un postureo machista tóxico contra el uso de mascarillas como signo de debilidad y a mostrar el consabido desprecio misantrópico hacia la clase trabajadora y especialmente la gente de color para justificar su comportamiento criminal. Mientras tanto, se apilan los cadáveres en las morgues de todo el país.

Joseph Daher: ¿Qué puedes decir de la situación socioeconómica del país? ¿Qué consecuencias ha tenido la COVID-19?

Ashley Smith: Es importante comprender que la economía mundial estaba abocada a una recesión incluso antes de que estallara la pandemia. Sus tres centros neurálgicos –China, EE UU y la Unión Europea (UE)– ya mostraban todos los signos de una crisis rampante. Por tanto, la COVID-19 ha sido la desencadenante, pero no la causa, de la recesión mundial. La pandemia ha exacerbado la profundidad de la recesión en países de todo el mundo. En EE UU ha obligado a Estados y ciudades a imponer confinamientos a toda actividad económica, salvo los sectores esenciales. La gravedad de la crisis económica es abrumadora. El PIB real en EE UU se contrajo un 31,7 % en el segundo trimestre y un 5 % en cómputo anual. El colapso de la economía ha dejado sin trabajo a 20 millones de personas, aumentando la tasa de desempleo a casi un 15 %.

Aún cuando la economía ha comenzado a recuperarse y el desempleo ha descendido a alrededor del 8 %, millones de trabajadores y trabajadoras siguen en paro, sobreviven con menos ingresos y se enfrentan a desahucios masivos por falta de pago de las hipotecas de sus casas o del alquiler de sus pisos. El gobierno de EE UU se apresuró a detener la caída libre de la economía de la misma manera que lo hizo durante la gran recesión en 2007. La Reserva Federal inyectó más de 2,3 billones de dólares en la economía, rebajando los tipos de interés, imprimiendo dinero, comprando bonos y ampliando los préstamos a los bancos, las empresas y los gobiernos estatales y municipales.

El gobierno federal inyectó otros dos billones de dólares en la economía para mantenerla en vida. Mientras los Demócratas consiguieron algunas ventajas importantes para la clase trabajadora, como el pago único individual por desempleo de 1.200 dólares por persona, Trump y el Partido Republicano se aseguraron de que el grueso del rescate fuera a parar a manos de las empresas, manteniendo en vida toda clase de establecimientos zombis que de lo contrario se habrían ido a pique.

Sin embargo, contrariamente de las expectativas y predicciones de la burguesía, el rescate no ha dado pie a una recuperación importante. La pandemia continúa y ha forzado a Estados y municipios a declarar confinamientos periódicos, impidiendo el funcionamiento económico normal. Pese a ello, Trump y los Republicanos se han negado a inyectar otro paquete de estímulo. No quieren que aumente la deuda pública ni el déficit y se oponen a incrementar los subsidios de desempleo y los pagos individuales, amparándose en el mito de que harán que la gente deje de buscar empleo.

De todos modos, el Estado federal ha vuelto a salvar al capitalismo, pero al hacerlo, ha evitado la depuración de las empresas no rentables del sistema. Así, no veremos una profunda recesión seguida de un fuerte rebote hacia el crecimiento, sino una depresión prolongada, en la que demasiadas empresas producirán demasiadas mercancías que no podrán vender con una tasa de beneficio suficientemente elevada.

Esta situación ha intensificado la profunda polarización política en el país. En la derecha, Trump, aunque no sea un fascista, se ha escorado todavía más a la derecha con su racismo de ley y orden contra el movimiento Black Lives Matter. Asimismo ha amparado a formaciones de extrema derecha y fascistas, que están creciendo rápidamente en el seno de la pequeña burguesía, un sector de la clase obrera y el lumpenproletariado. A pesar de la desastrosa gestión de la pandemia y la economía por parte de Trump, este mantiene el apoyo de alrededor del 40 % del electorado. Esta nueva derecha ha venido para quedarse, independientemente del resultado de las elecciones de otoño.

En la izquierda, la pandemia y la recesión han propiciado un fuerte crecimiento de la afiliación a Socialistas Demócratas de América (DSA) y a otras numerosas formaciones de izquierda, que constituyen el núcleo duro de un nuevo movimiento socialista en sectores estudiantiles y obreros y de otros grupos oprimidos.

Joseph Daher: ¿En qué situación se halla Black Lives Matter? ¿Sigue siendo un movimiento dinámico? ¿Está estructurado como tal? ¿Cuáles son sus principales demandas?

Ashley Smith: El movimiento Black Lives Matter ha protagonizado este verano la ola de manifestaciones más amplia de toda la historia de EE UU. Nada menos que 26 millones de personas participaron en las movilizaciones que se propagaron por todo el país desde el asesinato racista de George Floyd por la policía en Minneapolis. El vídeo del crimen sacudió la conciencia de todo el país, empujando a la gente a rebelarse masivamente.

Esta es la segunda oleada importante del movimiento. La primera se produjo en 2014 a raíz del asesinato, a manos de policías racistas, de Michael Brown en Ferguson, Misuri, y Eric Garner en Nueva York, y tras el asesinato, también por la policía, de Freddie Gray se convirtió en una rebelión abierta en Baltimore, Maryland, que obligó al ayuntamiento y al Estado a movilizar a la Guardia Nacional para imponer el orden. Esta segunda ola es mucho más amplia y en cierto modo más radical que la primera. Esta vez, los y las activistas negras han logrado concitar el apoyo de mucha más gente blanca que durante la primera ola. Ha habido manifestaciones contra el racismo policial no solo en zonas urbanas habitadas mayoritariamente por personas negras o latinas, sino también en zonas residenciales y pequeñas ciudades de mayoría blanca en todo el país.

Esta rebelión multirracial encabezada por la población negra parece en gran medida espontánea, aunque el núcleo duro está formado por activistas organizados en red en formaciones nacionales y locales como el Movement for Black Lives, Critical Resistance y muchos otros grupos nacionales y locales. Más allá de este núcleo hay una capa masiva y organizada informalmente de estudiantes y trabajadores jóvenes que han leído y comentado libros antirracistas y realizado diversos actos en sus escuelas y barrios desde la primera ola de protestas. De este modo ya existía toda una masa de activistas armados con ideas y también con carteles, pancartas y camisetas de Black Lives Matter.

La demanda central y más radical del movimiento es que se cierre el grifo de financiación de la policía. El ala izquierda del movimiento tiene muy claro que el objetivo es la disolución de la policía en el marco de la lucha por cambiar el sistema mediante el combate colectivo de masas en las calles, barrios y lugares de trabajo. En cambio, las corrientes liberales y el Partido Demócrata pretenden frenar este radicalismo, convertir el fin de la financiación en meros recortes presupuestarios a los departamentos de policía e invertir ese dinero en el callejón sin salida de la reforma policial y la formación de los agentes. Los Demócratas esperan sacar el movimiento de las calles y aprovecharlo para reforzar la campaña a favor de Joe Biden en la elección presidencial. Así, en el núcleo del movimiento hay una pugna en torno a su política, sus estrategias y sus tácticas.

El movimiento ha demostrado una vez más que la lucha de masas social y de clase es mucho más efectiva que la política electoralista a la hora de conseguir reformas. Ha logrado más victorias en unos pocos meses que décadas de votaciones y campañas a favor de los Demócratas. Ha obligado a diversos ayuntamientos a recortar los presupuestos de la policía, a retirar los uniformados de las escuelas en varias ciudades y a destinar el dinero así obtenido a servicios sociales y educación. A pesar de estos avances, todavía estamos lejos de obtener la retirada de la financiación de la policía, por no hablar de su disolución. Siguen maltratando y asesinando a personas negras con total impunidad. La frustración provocada por esta situación dio pie a la que tal vez sea la acción más radical hasta ahora: la huelga encabezada por jugadores de baloncesto profesionales negros de la NBA.

Suspendieron los encuentros de eliminatoria de la NBA y desencadenaron una ola de acciones laborales por parte de jugadoras de la WNBA y de deportistas de modalidades con escasa presencia de personas negras, como béisbol e incluso hockey. Esta huelga multirracial de deportistas profesionales sacudió al país. Al proliferar los paros laborales en el deporte, el expresidente Barack Obama decidió intervenir para mediar en un acuerdo con el fin de que los jugadores de la NBA volvieran al trabajo. Los patronos de los clubes prometieron apoyar el movimiento de defensa de la vida de las personas negras y Obama animó a los jugadores a ayudar a conseguir votos para Biden.

En este momento, el movimiento se halla en reflujo, pero la constante reiteración de asesinatos policiales de personas negras y latinas sigue provocando estallidos en protesta en diversas localidades. La interminable ola de crímenes de la policía garantiza que el movimiento vuelva a estallar una y otra vez a lo largo de los próximos meses y años hasta que se logre un cambio sistémico. De momento, sin embargo, la mayoría de fuerzas organizadas se ven empujadas a centrarse en las elecciones de otoño para hacer campaña por Biden. Sin embargo, lejos de ser un defensor del movimiento, Biden se opone a su demanda principal de dejar de financiar a la policía. No obstante, la mayoría no ve otra alternativa que apoyarle con el fin de derrotar a Trump.

Mientras, Trump ha demonizado el movimiento y movilizado a sus bases de apoyo para que respalden a la policía. Ha centrado su campaña en el racismo de ley y orden y se ha rebajado incluso a emplear la peor demagogia supremacista blanca de la historia de la política burguesa moderna.

Joseph Daher: ¿Algún otro movimiento importante que quieras mencionar? ¿El movimiento obrero? ¿El movimiento feminista? ¿El de las personas migrantes?

Ashley Smith: Desde la gran recesión hemos visto estallidos episódicos de luchas sociales. Todo comenzó con Occupy, el movimiento Black Lives Matter y un puñado de huelgas, sobre todo la del Sindicato de Enseñantes de Chicago en 2012, que sirvió de modelo para otras huelgas de enseñantes de los años subsiguientes.

Desde que salió elegido, Trump ha provocado una nueva ronda de protestas, empezando con la marcha de mujeres justo al comienzo de su mandato. Desde entonces, hemos visto manifestaciones frente a sus ataques a los derechos de las personas inmigrantes y las de fe musulmana, así como una ola de huelgas de enseñantes, primero con la revuelta de enseñantes en 2018 en varios Estados gobernados por Republicanos, donde se produjeron huelgas ilegales. Esta revuelta animó a su vez a las y los enseñantes a organizar huelgas en ciudades controladas por Demócratas, como Los Ángeles, Chicago y Denver.

En sectores esenciales, la pandemia y la recesión han empujado a la gente trabajadora, en especial a la de piel negra y morena, a actuar en defensa de su salud. El personal de hospitales, escuelas, Amazon y de la industria cárnica, por mencionar tan solo unos pocos sectores, emprendió acciones de protesta y, en algunos casos, huelgas para obtener equipos de protección individual y pluses de riesgo.

Nos hallamos sin duda en los prolegómenos de una creciente combatividad después de décadas de retroceso, derrota y desorganización. No obstante, las principales organizaciones de nuestro bando –las de los movimientos sociales, ONG y sindicatos– están embelesadas con las elecciones. Subordinan la lucha a la política electoralista, con la vana esperanza de que el triunfo de Joe Biden y los Demócratas aportará una solución a los desastres del capitalismo estadounidense. Por otro lado, la ampliación y profundización de las desigualdades de clase y sociales en el sistema capitalista llevarán a las bases de los sindicatos y movimientos sociales a crear organizaciones dispuestas a apostar por arreciar la lucha contra los patronos y la extrema derecha. Estamos en la primera etapa de toda una época de crisis, polarización política y luchas.

Joseph Daher: ¿Queda algo del movimiento de apoyo a Sanders? ¿Ha conseguido la izquierda aprovechar la dinámica de su candidatura? ¿DSA?

Ashley Smith: Las fulgurantes campañas de Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata para elegir al candidato o candidata presidencial fueron expresiones contradictorias de este estallido episódico de luchas sociales y de clase. Por un lado, Sanders cohesionó a estudiantes y a la juventud trabajadora multirracial que se radicalizaban a través del activismo en torno a la idea del socialismo como alternativa al capitalismo. Ayudó a normalizar el socialismo entre toda una generación. Por otro lado, Sanders encerró el proyecto de lucha por el socialismo dentro del Partido Demócrata, un partido que es capitalista, no socialdemócrata ni laborista. Está controlado de cerca por la gente rica que lo financia, por los burócratas del partido y políticos burgueses.

La candidatura de Sanders en este partido tuvo dos efectos negativos. En primer lugar, Sanders, en vez de centrar todos los esfuerzos en la construcción de un nuevo partido propio, los desvió al callejón sin salida del intento de hacerse con la dirección del Partido Demócrata. En segundo lugar, tratando de acumular votos en dicho partido, Sanders redefinió el socialismo equiparándolo al liberalismo del New Deal de Franklin Delano Roosevelt.

DSA se ha posicionado como la principal beneficiaria de la izquierda de las campañas de Sanders. Esta corriente ha crecido a partir de una organización moribunda de viejos reformistas fieles al Partido Demócrata, convirtiéndola en una organización nueva y joven que agrupa a 70.000 socialistas, inspirada por las luchas en la base y atraída por la versión del socialismo de Sanders y su propuesta de reforma social, como por ejemplo la sanidad pública universal (Medicare for All).

Trágicamente, y como era de prever, sin embargo, el Partido Demócrata bloqueó ambos intentos de Sanders de ganar las primarias para la elección del candidato presidencial. En 2016, la dirección del partido apoyó a Hilary Clinton y ahora se ha alineado con Biden. De hecho, Sanders ha obtenido peores resultados en 2020 que en 2016, lo que demuestra que si bien los Demócratas estas contentos con tolerar a izquierdistas en sus filas, para evitar que construyan un nuevo partido socialista, están decididos a bloquear todo intento por parte de ellos de hacerse con las riendas del partido.

Tras su derrota, Sanders ha cumplido su promesa de apoyar al candidato ganador de las primarias y ha llamado a sus simpatizantes a cerrar filas en torno a Biden. Peor aún, se dedica a lavar la cara a Biden, diciendo que puede llegar a ser el presidente más progresista desde Franklin Delano Roosevelt. Una lectura incluso somera de lo que Biden y sus asesores dicen a sus donantes de Wall Street hace de esa afirmación una burla. De este modo, Sanders ha desorganizado en gran medida el movimiento y ha intentado reorientarlo para que apoye a Biden, en el mejor de los casos por ser progresista, y en el peor como mal menor para destronar a Trump. En esta nueva situación, DSA se enfrenta al reto de reorientar la organización.

Mientras que las agrupaciones locales y la militancia de DSA han participado activamente en las oleadas de luchas, la campaña de apoyo a Sanders y a otras candidaturas del Partido Demócrata a las elecciones parlamentarias atrajo toda la atención de la organización. Aunque DSA ha seguido registrando algunas victorias electorales, especialmente en la ciudad de Nueva York, con la derrota de Sanders ha perdido en cierto modo la brújula que la orientaba. Y el hecho de centrarse sobre todo en la cuestión electoral ha hecho que la organización anduviera despistada ante la nueva oleada de luchas. Por ejemplo, aunque sus bases han participado en las manifestaciones de Black Lives Matter, la organización nacional de DSA y la mayoría de sus agrupaciones locales no han desempeñado un papel destacado en el movimiento.

Joseph Daher: ¿Cómo se posiciona la izquierda en EE UU de cara a la elección presidencial?

Ashley Smith: La elección presidencial de noviembre no es lo que esperaba la izquierda y la DSA. Mucha gente de izquierdas, por no decir la mayoría, esperaba equivocadamente que Sanders ganaría las primarias Demócratas. Ahora, DSA y la izquierda afrontan la clásica trampa odiosa de tener que elegir entre un Republicano de derechas, Trump, y un Demócrata del establishment, Biden, quien se ha comprometido a restablecer las normas burguesas mediante un gobierno de unidad nacional. Enfrentada a esta oferta, la izquierda se divide en tres corrientes predominantes. En primer lugar, la izquierda socialdemócrata pone toda la carne en el asador en su apoyo a Biden, con distintos grados de entusiasmo con su programa. Hay quienes se autoengañan pensando que será igual de progresista que Sanders, mientras que otras personas más pragmáticas votarán por él reconociendo plenamente que es un capitalista neoliberal, aunque por él pase toda posibilidad de echar a Trump de su cargo.

En la izquierda socialista, la corriente más importante acepta la posición tradicional del mal menor, es decir, de votar por el menos malo para parar los pies al más malo. El sector más lúcido de esta corriente promete hacer campaña y votar por Biden y después combatirle desde el primer día, mientras que otros se hacen ilusiones de que con Biden en la Casa Blanca será más fácil conseguir reformas progresistas.

Una pequeña corriente de socialistas revolucionarias, en la que me incluyo, se muestra contraria a estas dos posturas. Sostenemos que no podemos combatir el mal mayor votando por el mal menor por tres razones. En primer lugar, una vez la izquierda acepta la oferta y se alinea tras el mal menor, nos dan por seguros y hacen caso omiso de nuestras demandas. En segundo lugar, en caso de que gane el mal menor, la izquierda que ha respaldado a este mal se verá tentada de cooperar con él en la presidencia, yendo algunos tan lejos como incorporarse incluso a su gobierno, otorgándoles quienes se quedan fuera la confianza en que introducirán reformas. Con esto, la extrema derecha pasa a ser la única oposición. En este caso, la izquierda estará tentada de defender al gobierno, con lo que se habrá completado la cooptación y neutralización de la izquierda. Mientras, el mal menor en el poder llegará a acuerdos con el mal mayor. Biden es un maestro en pergeñar precisamente esta clase de acuerdos podridos.

En tercer lugar, apoyar al mal menor no es una decisión personal, sino colectiva, y sus consecuencias son enormes. Si la izquierda respalda a Biden, será cómplice de las burocracias que controlan los sindicatos, las organizaciones de los movimientos sociales y las ONG, desviando el tiempo, el dinero y la energía de los y las activistas de la lucha por nuestras reivindicaciones para dedicarlas a la campaña de apoyo y el voto por lo que no queremos: un mal menor neoliberal. DSA como principal organización de la izquierda tiene todas estas corrientes en su seno. Como organización no puede apoyar a causa de la resolución “Bernie o nada” que aprobó en su último congreso. Sin embargo, miembros de algunas de sus corrientes apoyan activamente a Biden y muchos de sus líderes, por no decir la mayoría, votarán individualmente por Biden por mucho que desconfíen de él o le desprecien.

Joseph Daher: ¿Qué futuro le ves a DSA y más en general a la izquierda en EE UU?

Ashley Smith: Nos encontramos en medio de una profunda crisis del sistema capitalista, que se caracteriza por múltiples fenómenos interconectados: una depresión mundial prolongada, una pandemia que no cesa, el cambio climático y la creciente rivalidad interimperial entre EE UU y China. Es la crisis sistémica más grave desde la década de 1930. En EE UU genera una profunda polarización política en la izquierda con la DSA y el nuevo movimiento socialista y en la derecha con Trump a la cabeza del Partido Republicano y las filas cada vez más numerosas de las milicias organizadas de extrema derecha y fascistas. El establishment capitalista apuesta cada vez más por el Partido Demócrata con la idea desesperada de que estabilice lo que parece ser un Estado fallido y una economía en quiebra.

En condiciones de profunda recesión y una pandemia generalizada, la clase trabajadora y la población oprimida se ven empujadas a luchar por su vida, desde la revuelta multirracial encabezada por el movimiento de la gente negra hasta las huelgas laborales. La izquierda emergente tendrá que cohesionarse para convertirse en una fuerza, en un nuevo partido socialista, capaz de ayudar a orientar estas luchas desde abajo y ofrecer una alternativa para desafiar tanto al establishment capitalista dentro del Partido Demócrata como al Partido Republicano trumpista y la extrema derecha.

La DSA está en óptimas condiciones para impulsar el esfuerzo por construir un nuevo partido. Sin embargo, sus numerosas corrientes no están unidas en torno a este proyecto: algunas siguen comprometidas con el proyecto de Sanders de hacerse con las riendas del Partido Demócrata; muchas esperan aprovechar las candidaturas del Partido Demócrata para crear una fuerza de políticos electos dispuestos a lanzar finalmente un nuevo partido en el futuro; y la mayoría buscan la vía electoral para la formación de este nuevo partido. La cuestión es saber si la izquierda revolucionaria dentro de la DSA y en torno a ella logra defender una estrategia diferente, centrada en la lucha social y de clase y el trabajo electoral local al margen de los dos partidos capitalistas, con el fin de impulsar la creación de un nuevo partido socialista tan pronto como sea posible. Todo el mundo, dentro de la izquierda y la DSA, debate actualmente en torno a estas ideas en la antesala de las elecciones.

En el caso improbable, pero posible, de una victoria de Trump, estamos por impulsar la lucha por nuestras vidas en contra de la derecha envalentonada. En la eventualidad más probable de una victoria de Biden, tendremos que agitar a favor de que la DSA pase a luchar en dos frentes: uno destinado a obligar al gobierno de Biden a satisfacer nuestras demandas y otro en contra de una derecha mucho más radical, militarizada y peligrosa que lo que fue el Tea Party durante el mandato de Obama. Si gana Biden, el mayor peligro es que la izquierda le conceda un periodo de gracia, abriendo la puerta a que la derecha pase a la ofensiva y dicte los parámetros de la lucha en la política, en las calles y en los centros de trabajo. Nos hallamos en plena crisis profunda de proporciones históricas, que encierra grandes peligros por la derecha y enormes oportunidades por la izquierda. Nuestro futuro está en el alero.

24/09/2020

Ashley Smith es miembro de Democratic Socialists of America y reside en Burlington, Vermont. Joseph Daher es profesor de la Universidad de Lausana y activista anticapitalista.

[Entrevista a Ashley Smith realizada para la revista del partido socialista suizo Solidarités y la web de izquierdas francesa Contretemps.]

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