Comparar la historia de la pandemia de Covid-19 en Asia y Europa (así como entre países asiáticos y europeos) ayuda a discutir las opciones y los medios de una política sanitaria. La respuesta a algunas preguntas puede ser de lo más obvias o muy complejas.
La historia de cualquier epidemia (y a fortiori de cualquier pandemia) combina muchos campos: biológico y ecológico, médico y científico, político, social o cultural... Por ello, pone a prueba, con fuerza, los sistemas de salud (en el sentido amplio), la solidaridad (intergeneracional, de género, social e internacional) y a los Estados.
Debido a la globalización capitalista, cuando las condiciones se prestan a ello, una epidemia se internacionaliza mucho más rápidamente que en el pasado. La gripe de 1957 tardó 6 meses en convertir a Europa en el corazón de la pandemia; a la covid-19 le han bastado dos meses. Así que había menos tiempo para prepararse a su llegada, pero el suficiente para hacerlo. Un tiempo que se perdió, con las dramáticas consecuencias que conocemos. Como veremos, no fue debido a una simple falta de reactividad causada por disfuncionamientos burocráticos. No estamos frente a una simple falta de preparación en el sentido temporal del término. Sus razones son de clase (burguesas).
No solo no se tuvo en cuenta la advertencia china en enero de 2020, sino que no se estudió la reacción precoz de Asia Oriental. Una experiencia que, sin embargo, permitía prever los acontecimientos y poner en pie una política sanitaria adecuada.. Según la escala de la Universidad Johns Hopkins -que solo tiene en cuenta los Estados o territorios que han informado de casos de covid-19- cuatro de los cinco países con menos muertes por cada 100.000 habitantes son asiáticos: Taiwán, Vietnam, [Tanzania], Papúa Nueva Guinea (si bien la estructura social y la densidad de este país son extraordinariamente diferentes) y Tailandia. Una dato: ¡la tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes en enero de 2021 en Francia fue de 113,46, frente al 0,03 en Taiwán!
La falta de preparación europea
Contrariamente a la creencia popular, la Europa desarrollada, pero más puramente capitalista, está menos preparada para enfrentar epidemias que los países asiáticos en los que (aunque se estén degradando) perduran estructuras bien comunitarias o burocráticas (herencia lejana de las revoluciones) que permiten una política sanitaria pública. El índice de preparación sanitaria para pandemias clasificó a Tailandia en el sexto lugar en el mundo y a Francia en el undécimo lugar.
En base a los avances sanitarios (mejora de las condiciones de vida, antibióticos, vacunas), el mundo occidental proclamó el fin de las epidemias, que en adelante estarían reservadas a los países subdesarrollados. Estos sistemas de salud se centraron en la atención individual, que es lo que más ganancias reporta, a expensas de la prevención, de la salud colectiva. Por otro lado, si bien Asia está golpeada por los males del nuevo mundo capitalista (explosión de diabetes, cánceres...), las enfermedades infecciosas contagiosas también siguen presentes, pero no consideran como patologías individuales.
La paradoja es que, con el exceso de confianza y con la ayuda de las contrarreformas neoliberales, el Occidente capitalista liquidaba su capacidad antiepidémico (y lo que conllevan) justo cuando el riesgo epidémico se agravaba. La globalización capitalista, al acelerar considerablemente el movimiento de bienes y personas, puede modificar la naturaleza de las enfermedades: cuatro virus del dengue tenían sus propias áreas geográficas separadas. El contacto dentro entre ellas creó una nueva forma de dengue, hemorrágica, que comenzó a expandirse en la década de 1950 en Asia (Tailandia, Filipinas), con el calentamiento global facilitando su extensión. Las afecciones causadas por virus transmitidos por mosquitos, garrapatas y otros succionadores de sangre (arbovirus) se han llegado una tras otra: zika, chikungunya, fiebre amarilla.
Mutación adaptativa frente al coronavirus de 2003, el Sars-Cov-2 (recordemos que éste es el nombre del virus que causa la enfermedad) aparece en un periodo de trastornos en la patocenosis; es decir, de modificaciones rápidas en el equilibrio de las patologías humanas. Los trastornos ecológicos, incluida la deforestación, están cambiando la relación entre el mundo animal y la vida humana, así como la ganadería industrial: la gripe H1N1 nació en México (¡y no en Asia!), no muy lejos de las fábricas de cerdos de Smithfield. El desarrollo de gigantescas megaciudades ha creado un entorno privilegiado para la circulación de los virus. La industria alimentaria ha impuesto sus dictados y las llamadas patologías de la civilización se están disparando (diabetes, hipertensión). La población está envejeciendo. Estas comorbilidades son un caldo de cultivo para el nuevo coronavirus. Cierto que menos mortal que su predecesor, pero como viaja por todo el mundo, en última instancia provoca muchas más muertes. La covid-19 es una enfermedad de la globalización capitalista.
No hay una receta universal para hacer frente a una enfermedad infecciosa. Una política sanitaria adaptada depende en particular de las estructuras sociales y el medio ambiente específico de cada país o región. La eficacia de las decisiones tomadas por las autoridades se mide entre países cercanos y comparables. Sin embargo, hay algunas consideraciones simples por las que hay que empezar.
El precio del retraso
Ante una grave epidemia emergente, cualquier retraso en la reacción por parte de las autoridades se paga muy caro. Esta regla, algo conocido por obvio, se confirmó dramáticamente en China a finales de 2019 y principios de 2020. Una vez instalada la covid-19, su rápida propagación internacional fue inevitable (especialmente porque China está en el corazón de los intercambios comerciales). La pregunta que surgía entonces era: ¿se cometería el mismo error en otros países? Varios países asiáticos reaccionaron rápidamente, pero éste no fue generalmente el caso en Europa que, como resultado, se convirtió en un trampolín a partir del cual la epidemia se convirtió en una pandemia mundial.
El contraejemplo de Taiwán muestra, en términos positivos, lo que permitía una reacción rápida. Este país estuvo particularmente expuesto, con cientos de miles de taiwaneses trabajando en China y una multitud de turistas chinos visitando la isla. El 21 de enero se detectó un primer caso importado de covid-19. El gobierno activó inmediatamente un plan de control de enfermedades desarrollado sobre la base de la experiencia de la epidemia de SARS de 2003, e implementó alrededor de 100 medidas. Nunca tuvo que confinar a la población. Un año después, el país solo registra 8 muertes (Taiwán acaba de registrar su primer fallecimiento desde mayo de 2020) y el número de casos positivos ronda los 912.
Otro contraejemplo es Vietnam, también en primera línea. Al igual que en Taiwán, las autoridades reaccionaron sin demora. Durante la primera ola de la epidemia, no tuvo muertes. Tras la segunda ola, el país registró 35 muertes por la pandemia como resultado de las transmisiones comunitarias locales.
El precio del eurocentrismo y de un nacionalismo cultural imbécil
En enero de 2020 no se sabía todo sobre el coronavirus SARS-Cov-2, que sigue sorprendiendo y cuanto más aprendemos sobre él más preguntas nos surgen. Sin embargo, se sabía lo suficiente para actuar. Se publicaron muchos artículos en revistas científicas de referencia, y en Francia la vigilancia sanitaria había hecho su trabajo. La experiencia asiática, tan rápida como variada, fue rica en lecciones. Desgraciadamente, los círculos políticos europeos rara vez están acostumbrados a aprender de Asia. Las metrópolis de los imperios difuntos tienen dificultades para deshacerse de su arrogancia y del eurocentrismo ciego. ¿Por qué sentirse preocupado por lo que está sucediendo en un lejano allá abajo?
La negativa a aprender de Asia acarreaba su parte de insinuaciones y clichés con connotaciones racistas, como si las y los asiáticos (en este caso del Lejano Oriente) se comportaran como robots obedientes, sin preocuparse por las libertades. Sin embargo, la protesta popular contra las autoridades se está manifestando claramente en China (como lo demuestra el número de edificios administrativos quemados). La juventud surcoreana también reclama su derecho a divertirse. Es cierto que las y los japoneses se saludan sin tocarse, pero también son gentes a las que les gusta el buen vivir, que frecuentan asiduamente pequeños bares y restaurantes tradicionales (espacios de mucha contaminación, como sabemos) en los que la promiscuidad es más elevada que aquí.
En Francia somos más inteligentes: cuántas veces se lo hemos oído a Jérôme Salomon, el mentiroso e inamovible director general de Salud, en las conferencias de prensa que celebró en febrero-marzo. Hacemos las cosas a nuestra manera, necesariamente mejor. En Francia también nos hemos burlado tontamente de la ligereza de los italianos, duramente golpeados por la pandemia poco antes que aquí1. Halagar el ego nacionalista es una receta tan a menudo utilizada para desviar la atención de las verdaderas preguntas y de las verdaderas responsabilidades ... Todo ello revela una miopía asombrosa, precisamente cuando la covid 19 acelera el cambio del centro geopolítico del mundo a Asia, a la región indopacífica.
El precio de la mentira
El gobierno vietnamita mintió durante la epidemia de 2003 y le costó caro; pero aprendió: en 2020 dijo la verdad, lo que es uno de los factores que explican el éxito de su política sanitaria durante la primera ola de la covid-19. El gobierno chino mintió, pero el gobierno taiwanés dijo la verdad. Las autoridades francesas se sumergieron en una mentira para ocultar sus responsabilidades en el estado de indigencia material que prevalecía en ese momento. En Vietnam, las mascarillas quirúrgicas se vendían sin restricciones en las farmacias. Francia era incapaz de producirlas. En Vietnam se asombraron al ver a la antigua potencia colonial desindustrializada hasta ese punto, convertida en lo que se puede describir como un imperialismo dependiente.
Como no había mascarillas, ni gel, ni batas, las autoridades políticas y sanitarias afirmaron que la covid-19 no era tan peligrosa y que las mascarillas eran inútiles (o peor aún). La mentira se convirtió en una forma de hacer política. Aún hoy estamos pagado el precio. No solo ha perdido credibilidad la palabra de las autoridades, sino que se ha abierto la puerta al negacionismo sanitario más peligroso. Hubiera sido más sano y sencillo decir la verdad: las mascarillas, las soluciones hidroalcohólicas, son importantes, pero no tenemos ninguna, así que tendremos que prescindir de ello durante un tiempo.
Que nadie espere que las autoridades políticas y sanitarias reconozcan haber mentido. Se anuncian juicios por poner en peligro la vida de otros. Pero las autoridades aseguran que no se sabía si las mascarillas eran efectivas contra este coronavirus: ¿se estaba propagando por contacto o por el aire? Hay que señalar que la mascarilla es útil en ambos casos, porque evita tocarte la nariz o la boca (lo que haces espontáneamente). También hay que señalar que las mascarillas son una medida standard en caso de contagio epidémico por vías respiratorias. Y, sobre todo, ya en enero hubo países que reaccionaron, de formas variadas. Además de Taiwán y Vietnam, ésefue el caso de Corea del Sur (después de un breve retraso en la puesta en marcha), de Tailandia o de la población de Hong Kong que se puso las mascarillas de un día para el otro sin esperar a que las autoridades lo recomendaran.
Ahora, los responsables de todo ello están invocando directivas tardías de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, nuestros líderes están bien posicionados para saber que este organismo está sometido a la presión de los principales Estados miembros y que no es (ya no es) libre para opinar libremente. Pusieron a la OMS bajo control porque, desde su punto de vista, en la década de 1970, se había mostrado demasiado independiente (lo garantizaba su eficacia). Ahora está sometida a la doble presión de los gobiernos (ejercida en particular por China en enero de 2020) y de los donantes privados. Además, ante la escasez global de mascarillas, pensó (con razón) que deberían reservarse para las y los trabajadores sanitarios. Es cierto que en tiempos de penuria hay que elegir, pero en Francia experimentamos una verdadera campaña anti-mascarillas que ha dejado huellas profundas.
Comentarios sobre algunas experiencias
Al oponer la democracia liberal a los regímenes autoritarios (China, Vietnam) o las tradiciones asiáticas (del Este) a las preocupaciones occidentales por las libertades individuales, muchas y muchos comentaristas franceses están jugando un juego peligroso, sugiriendo que en la lucha contra una epidemia tan temible como la covid-19, el orden dictatorial sería más efectivo que el orden democrático.
China. El orden dictatorial significó en China que quienes lanzaron la voz de alarma fueron brutalmente reprimidos y que los primeros brotes epidémicos detectados no fueron sofocados de raíz. Confrontado por ello a una epidemia que se situó fuera de control, Pekín impuso confinamientos extremadamente violentos en las aglomeraciones más afectadas -¡estos confinamientos no son de ninguna manera modelos (un eufemismo)! Sin embargo, la experiencia china merece ser estudiada. Xi Jinping ha fortalecido considerablemente la dirección única del PCC y su dictadura personal, pero la sociedad china es compleja y no es solo un orden político. El poder también debe desarrollar mecanismos que garanticen la adhesión popular (el nacionalismo de gran potencia es uno de ellos). La experiencia de la pandemia no es uniforme en este país continental. En las zonas no afectadas, las estructuras locales ligadas al PCCh (y que controlan a la población en tiempos ordinarios) han instaurado controles para evitar la llegada de personas potencialmente infecciosas. El recuerdo de los errores criminales, del sufrimiento infligido y de las mentiras no desaparecerá, pero se mezcla con el alivio después de las victorias obtenidas y la esperanza de que el Estado siga siendo capaz de limitar el peligro de nuevos contagios provocados por el regreso al país de residentes chinos o de extranjeros. Por lo tanto, muchas preguntas siguen pendientes.
Hong Kong. En la primera ola de enero-febrero de 2020, la respuesta del pueblo de Hong Kong fue notable. Percibió la inminencia del peligro. El territorio estaba en contacto directo con uno de los brotes epidémicos más virulentos de China. La densidad de población es una de las más altas del mundo y la estructura del hábitat urbano dificulta el mantenimiento de las distancias físicas dentro de las casas o edificios. Sin embargo, sobre la base de la experiencia del SARS de 2003, la población se puso espontáneamente la mascarilla, mientras que las autoridades, bajo la influencia de Beijing, todavía abogaban por la dilación. Una forma de autoorganización espontánea.
El personal sanitario se declaró en huelga masivamente cinco días consecutivos para exigir el cierre de la frontera y la obtención de recursos suficientes, de lo contrario los hospitales no podrían hacer frente a la situación; esta movilización fue posible gracias a la creación en diciembre, en este sector, de un sindicato militante derivado del movimiento de 2019.
Esa movilización se llevó a cabo con motivo de un verdadero levantamiento ciudadano para defender los derechos legales y civiles que disfrutaba la población en virtud de los acuerdos alcanzados en el momento de la devolución a China de la antigua colonia británica. En efecto, Pekín había decidido imponer su control directo sobre esta Región Administrativa Especial. La lucha contra la epidemia se ha integrado en una lucha global, con resultados sanitarios notables.
Desde entonces, el clima general ha cambiado. La covid-19 no solo se ha inscrito para largo , con el peligro permanente de nuevos focos alimentado por el regreso de las y los residentes a casa (de ahí una política de cuarentena), sino que se ha perdido la batalla de defender la autonomía del territorio. Se siente fatiga después de esta derrota y del considerable endurecimiento de la represión. A finales de enero de 2021, se contabilizaban 10.453 casos de contagio y 181 muertes relacionadas con el coronavirus desde el inicio de la pandemia. El territorio tiene 7,5 millones de habitantes.
Corea del Sur. En febrero de 2020, Corea del Sur fue uno de los países más expuestos a la pandemia tras el regreso clandestino desde Wuhan de miembros de la Iglesia Shincheonji de Jesús. El gobierno movilizó y reorientó el aparato industrial para producir lo necesario con el objetivo ce combatir la epidemia (nada que ver con las máscaras patrióticas de Macron que supuestamente ayudan a la industria textil francesa...). Desplegó enormes medios para detectar y rastrear cadenas de contaminación, y aislar a las personas contagiosas. Inicialmente, esta última medida condujo a tragedias, al haber sido revelados a veces los nombres de los enfermos, sometiéndolos a la venganza de su entorno. El tiro se ha rectificado parcialmente (el anonimato está mejor garantizado por los equipos médicos y los datos se almacenan independientemente del Estado), pero el gobierno llama ahora a la delación (con recompensas) para denunciar a las personas que no cumplen con las medidas de protección; una pendiente muy peligrosa hacia la sociedad de la vigilancia.
Sin embargo, la experiencia surcoreana muestra hasta qué punto detectar, trazar, aislar es uno de los elementos clave de una política sanitaria contra la covid-19. Sin poner en marcha el confinamiento, la curva de contaminación se estabilizó en torno a 8.000-9.000 casos. A fecha de 30 de enero, el país (más de 50 millones de habitantes) tenía 1.425 muertes.
En Ile-de-France (región parisina), sólo muy recientemente los equipos de Covisam (equipos de detección, rastreo y prevención de la covid en Francia) han comenzado a operar de manera eficaz. Hasta ahora, los hoteles han permanecido desesperadamente vacíos y la disposición de las condiciones de aislamiento en casa muy aleatorias, porque no se ha asumido en absoluto como parte de una política preventiva, a pesar de la promesa nunca cumplida de Macron de una visita a domicilio para todas las personas portadoras del virus. Si las autoridades francesas hubieran querido aprender de Corea del Sur, podrían haber previsto la implementación de una política de detección (reclamada por muchos científicos) con mucha antelación.
Vietnam. El éxito vietnamita está relacionado con la forma como fue capaz de movilizar a la población después de ganar su confianza diciendo la verdad sobre la situación y utilizando las redes sociales para alertarla, incluso la difusión de un video musical visto 65 millones de veces. Se instalaron controles de detección, se cerraron fronteras, se estableció una estricta política de cuarentena para el retorno de nacionales y la llegada de expertos, movilizando hoteles, cuarteles y hospitales (hasta 40.000 personas fueron afectadas). Se pidió a todas las organizaciones de masas vinculadas al partido (Unión de Mujeres, etc.) que implementaran la política sanitaria. Vietnam solo ha vivido dos semanas de confinamiento nacional y registra 35 muertes para una población de 97 millones de habitantes.
Regímenes políticos y tejido social
¿Existe una relación directa entre el régimen político y la eficacia sanitaria ante una epidemia? La respuesta está lejos de ser evidente.
La hegemonía neoliberal es una regla casi universal. Domina la política del régimen en Sri Lanka, pero aún no se ha desmantelado el sistema de atención hospitalaria, público y gratuito: ha utilizado eficazmente utilizado para hacer frente a la covid-19. ¿Es un régimen federal un mejor o peor? Parece que la respuesta solo puede ser depende. Angela Merkel hizo adoptar medidas más rápida y eficazmente que en Francia durante la primera ola epidémica, con el acuerdo de los Länder; no ocurrió lo mismo en otoño, lo que contribuyó a un brote epidémico (algunos ministros de los Länder lo reconocen). Bajo Trump, los Estados demócratas se opusieron a su devastadora locura; bajo Biden, los Estados republicanos se niegan a implementar la nueva política sanitaria desplegada a nivel federal.
Por otro lado, estamos tentados de responder que el sistema francés, hipercentralizado en la persona del presidente, es un inconveniente. El sistema es opaco, mientras que la transparencia es, pensando a largo plazo, un factor clave para la aceptación pública. El lenguaje lo dice todo: ¡las decisiones se toman en el Consejo de Defensa cuyas reuniones se consideran secreto de defensa! La Constitución francesa, marcada por el contexto de la época (un Ejército en rebelión que impone la llegada de De Gaulle a la presidencia) es probablemente (junto, tal vez, la Constitución española, en aspectos diferentes) la menos democrática de Europa Occidental. El macronismo acentúa sus deficiencias originales al hacerla aún más presidencialista en la práctica. ES Emmanuel Macron quien decide en última instancia, cuando le place, y no le gusta que personalidades fuertes puedan hacer contrapeso a su autoridad. Sin embargo, la Presidencia no está organizada para gobernar y prever la implementación de las políticas (en materia de logística, por ejemplo). En cuanto a Macron, su historia personal no le forma para pensar en una política sanitaria. La historia de Merkel es científica. El vicepresidente taiwanés Chen Chien-jen es un epidemiólogo entrenado en Johns Hopkins, un experto en virus, ¡eso ayuda! Macron, por su parte, está formateado por el mundo de la gobernanza del capital, es desastroso.
En Francia hay una rica experiencia de ayuda mutua sobre el terreno frente a una epidemia. Existió para ayudar a las y los pacientes de SIDA, romper su aislamiento, informar y popularizar la protección (preservativos). También frente a la covid-19 durante el confinamiento, a menudo en colaboración con ayuntamientos, especialmente en barrios populares: distribución de alimentos, ubicación de ancianos aislados o franjas de la población abandonadas por las ayudas oficiales (incluidas prostitutas extranjeras y trans que habían perdido toda forma de recursos), movilización para que las personas sin hogar fueran alojadas con urgencia... Sin embargo, el macronismo siempre se ha negado a involucrar a quien trabaja sobre el terrenotiene en la implementación de la política sanitaria (incluso dificultades para diálogar con las y los electos). Es profundamente autoritario y verticalista. Corolario: no tiene una visión completa de la situación2 y, después de reprimir violentamente las movilizaciones del personal sanitario, sigue ajeno a cualquier noción de democracia sanitaria o de salud comunitaria3.
Cuanto más profundizamos, más parece que debemos tener en cuenta a la sociedad real, en su conjunto y no ceñirnos a definiciones que a menudo se refieren solo a las estructuras estatales de dominación. Una comparación entre Tailandia y Francia (dos países comparables en términos de número de habitantes) es muy instructiva. En principio, el coste de la epidemia debería haber sido mucho más alto en el reino tailandés que en la democracia occidental francesa: vive bajo un régimen militar y el monarca es una persona muy autoritaria. La realidad es la contraria.
En Tailandia, las autoridades sanitarias ignoraron en lo posible a las autoridades políticas (militares) y monárquicas para movilizar las redes de voluntariado preexistentes en aldeas y centros urbanos, lo que precisamente no se hizo en Francia4. En enero de 2021 en Tailandia se contabilizaron 77 muertes en comparación con las 76.000 de Francia.
Las solidaridades, factor de eficiencia sanitaria y justicia social
A menudo, durante la pandemia, se ha señalado y discriminado a las y los inmigrantes; sin embargo, son sus víctimas y tienen muy pocos medios para hacer frente al riesgo. En general, los gobiernos han comenzado a proteger solo a sus nacionales, como en Tailandia y Singapur, para darse cuenta, a veces, de que al excluir a las personas migrantes, permitían que la pandemia continuara. Eso sí, para incluir a las y los migrantes en el sistema de atención, es necesario garantizar a las personas indocumentadas que no serán castigadas ni expulsadas, para que no eviten los controles sanitarios...
La inseguridad popular está alcanzando picos en Filipinas, que está sujeta a la dictadura de Duterte, la impunidad policial y la violencia de los escuadrones de la muerte, la corrupción generalizada, el duro confinamiento sin compensación social efectiva, múltiples conflictos militares (en Mindanao en particular, en el sur del archipiélago). Las redes de solidaridad trabajan en condiciones particularmente difíciles para apoyar a las poblaciones más marginadas.
Durante mucho tiempo, una parte particularmente grande de la población filipina emigró a Occidente o a Oriente Medio; la supervivencia de las familias en el país depende de ello. Estas personas migrantes pueden tener trabajos seguros, pero frecuentemente tienen trabajos en precario (sector doméstico). Su inseguridad aumenta con la covid.
Muchas enfermeras en hospitales británicos son filipinas. Pueden estar sujetas a una jerarquía de roles insidiosa, discriminación racial de facto, aunque invisibilizada, estando más a menudo que otras personas en situaciones de riesgo, recibiendo menos, o más tarde, equipos de protección personal. Cabe destacar, sin embargo, que todo el personal de atención médica del hospital pagó un precio extremadamente alto por la falta de preparación para la epidemia y las decisiones del gobierno de Boris Johnson (cuatro veces más contagios que en la población general). Por cierto, en algunos hospitales (¿independientemente del país?) los miembros de la jerarquía administrativa se procuraron las mejores protecciones aún cuando no tratan con pacientes...
En Hong Kong, las familias chinas simplemente han echado a las y los sirvientes filipinos o indonesios a la calle, para que no les contaminen. O, por el contrario, les prohibieron salir (lo que les permite exigir disponibilidad las 24 horas del día, los 7 días de la semana...). Sin embargo, la familia empleadora no es un lugar de socialización para una empleada de hogar, que también se enfrenta al racismo. Tradicionalmente se encuentran, durante las vacaciones semanales, en espacios de paseo donde ahora deben mantener la distancia de seguridad.
En general, la pandemia está poniendo a prueba la solidaridad social, intrafamiliar, intergeneracional o internacional. La búsqueda de chivos expiatorios (extranjeros, personas ancianas) no es infrecuente. En Occidente etá favorecida por el individualismo neoliberal, un componente de la ideología dominante, que destruye las solidaridades (si bien contrarrestado por corrientes de resistencia solidaria). ¿En qué medida es menos dominante en Asia Oriental? La lucha por las solidaridades se libra en todos los frentes, incluidos los culturales.
Como regla general, debemos luchar en dos frentes al mismo tiempo. Contra las afirmaciones científicas de la industria farmacéutica cuyas opciones están dictadas por consideraciones financieras (incluida una tasa de remuneración muy alta otorgada a las y los accionistas) y contra el aumento de una irracionalidad cada vez más preocupante. En Francia también se está dando una escena que podría pensarse que es específica de Estados Unidos: un paciente común insultando a las enfermeras diciendo que "la covid no existe", en el momento en que le han de poner en asistencia respiratoria. Que la teoría del 5G se esté extendiendo te deja sin palabras5. A través de sus mentiras, los poderes políticos han abierto una brecha en la que se introduce el conspiracionismo, también acentuado por figuras populistas deseosas de construirse una clientela.
La experiencia asiática confirma una evidencia: los pueblos aprenden de la experiencia (a veces más que los gobernantes). Sin embargo, si la irracionalidad se extiende, este proceso progresivo se puede fracturar en un país como Francia. Lo que está en juego no es marginal.
La política del estado de emergencia sanitaria da un impulso a una deriva autoritaria casi universal de los regímenes políticos. La democracia sanitaria y la salud comunitaria se convierten así en componentes clave de la lucha democrática.
Lo mismo se aplica a la cuestión de los tratamientos y las vacunas. Las empresas privadas no tienen la voluntad ni los medios para su producción en cantidad suficiente para satisfacer las necesidades de una pandemia como la covid-19. Estos medicamentos deben pasar a formar parte del dominio público y a los países pobres se les deben proporcionar los medios para que puedan desarrollar cadenas de producción en su propio territorio6.
La lógica del bien común debe prevalecer decisivamente contra su privatización a través de patentes. El derecho a la salud se impone junto con la seguridad alimentaria como una exigencia evidente. La llegada de las vacunas (y esperemos que también de los tratamientos) y su penuria organizada por la lógica capitalista de la ganancia ponen de relieve la actualidad candente de la alternativa solidaria, en ruptura radical con el orden dominante.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
- 1Los británicos dicen lo mismo de los franceses.
- 2Hay un impresionante montón de las llamadas estructuras administrativas de salud en Francia que a menudo tienen funciones muy políticas: algunas han liderado el asalto lanzado hace 30 años al servicio hospitalario público imponiendo una gestión financiera específica propia del mundo empresarial y organizando la destrucción de cien mil camas en veinte años. Emmanuel Macron ha creado dos más, formateados según sus necesidades. Recurre también a empresas privadas para temas de gestión.
- 3Emmanuel Macron explica sus decisiones de acuerdo con la "aceptabilidad" por parte de la población de las medidas de salud, con la mirada puesta en las próximas elecciones presidenciales. Si la población fuera, a través de asociaciones o comités ciudadanos, movimientos sociales o el tejido social local, copartícipe en el desarrollo de opciones de salud, esta "aceptabilidad" se multiplicaría y la eficacia de las medidas adoptadas sería mucho mayor que actualmente.
- 4Señalemos también que la población respeta medidas de higiene diarias más estrictas que en un país como Francia.
- 5Los promotores de 5G habrían creado la epidemia para que la dependencia de 5G se inoculara con la vacuna.
- 6Este artículo no trata ni sobre la situación económica y las medidas socioeconómicas adoptadas en los diferentes países ni sobre ciertas cuestiones que la experiencia de la pandemia plantea en relación a nuestro programa (relocalizaciones,etc.).