El alcance y la magnitud de lo que se ha convertido en una protesta mundial y en un levantamiento de masas en gestación contra el racismo y la brutalidad policial que siguió a la muerte de trabajador negro George Floyd por la policía de inneapolis, Minnesota, en Estados Unidos no tiene precedente. Estas movilizaciones están marcadas por la participación multirracial de jóvenes en un movimiento intergeneracional. En muchos casos también han sido las primeras movilizaciones en países que están saliendo del confinamiento y han logrado imponer con éxito su presencia en las calles.
Las protestas diarias en el conjunto de Estados Unidos han continuado durante más de dos semanas en ciudades grandes y pequeñas. La naturaleza multirracial, dirigida por la comunidad negra, ampliamente espontánea y descentralizada de gran parte de las protestas, algunas de las cuales tienen lugar en múltiples partes de las ciudades al mismo tiempo, constituye una señal inequívoca de un auténtico movimiento social de masas. Muchas de las personas movilizadas están desempleadas. Muchas se verán arrastradas hacia las protestas por el subsidio de paro y otras luchas sociales en el periodo venidero.
Ha habido una amplia represión policial de las protestas antirracistas, incluyendo la utilización de productos químicos peligrosos en sprays de gas y pimienta, asaltos contra manifestantes pacíficos sin provocación alguna, toques de queda y arrestos masivos.
Las protestas que están teniendo lugar fuera de Estados Unidos, desde Europa hasta Australia, de Japón a África, pasando por México o Brasil, han combinado la protesta contra el asesinato de Floyd, la solidaridad con las protestas antirracistas en Estados Unidos y protestas contra la brutalidad policial a nivel nacional perpetradas contra las poblaciones de mayoría negra, como en Brasil, contra la población indígena, como en Australia, o contra minorías étnicas y religiosas y migrantes. Las protestas han gritado lemas y portado pancartas que proclamaban “Black Lives Matter” junto al nombre de gentes de color asesinadas por la policía de cada país —Adama Traoré, en Francia en 2016 y varios casos en Reino Unido— en casos similares al de George Floyd. La reivindicación de retirar símbolos de la opresión racista e imperialista como las estatuas del rey belga Leopoldo II, quien explotó criminalmente el Congo como si se tratara de una finca privada capitalista, o estatuas de traficantes de esclavos en Reino Unido, centro del comercio de esclavos transatlántico, constituye un eco de la reivindicación de retirar estatuas de los Confederados y banderas sudistas (proesclavistas).
Crisis de legitimación capitalista
El fracaso de los gobiernos capitalistas —en particular en el Reino Unido, Brasil y Estados Unidos— para responder adecuadamente a la crisis del Covid-19, las sucesivas oleadas de despidos masivos que han dejado a millones de personas sin trabajo y que afectan con más virulencia a las poblaciones racializadas e inmigrantes, unido a protestas de masas que tras dos semanas de movilizaciones diarias están ganando ímpetu, ha puesto momentáneamente a los gobiernos capitalistas a la defensiva mientras intentan reimponer un funcionamiento capitalista normal.
En Estados Unidos la rebelión ya ha provocado divisiones en la alta burguesía y sus representantes políticos. Hay signos de crisis de régimen y del gobierno Trump mismo, mientras altos mandos militares y la propia secretaria de defensa de Trump —y los cuatro expresidentes que todavía no han fallecido, incluyendo a George W. Bush— han rechazado abiertamente la amenaza de Trump de utilizar las fuerzas armadas contra manifestantes en su mayoría jóvenes y multirraciales, a los que tacha de “chusma” y de “terroristas”.
El hecho de que esta división haya evitado en ocasiones una represión brutal y que el eslogan dejar de financiar/desmilitarizar a la policía está creciendo entre los manifestantes con cierto éxito representa una victoria inicial parcial de la lucha.
La situación también tiene sus peligros. Los tweets de “ley y orden” de Trump han animado a grupos nacionalistas blancos, algunos de los cuales han intentado acudir a las protestas antirracistas desplegando símbolos racistas codificados y armas largas. Los gobiernos de extrema derecha y autoritarios de Brasil, Filipinas, India y otros lugares están utilizando la situación para reforzar medidas antiterroristas y represivas que tendrán un impacto desproporcionado en las comunidades negras, migrantes e indígenas. Comunidades migrantes en Europa han sido aterrorizadas por grupos de extrema derecha como Alba Dorada en Grecia, y la crisis económica exacerbará los ataques racistas y antiinmigración.
Un levantamiento de masas
La enorme explosión de movilizaciones antirracistas tras el asesinato de Floyd lo percibió como la gota que colmaba el vaso. Ello no sólo incluye una serie de asesinatos policiales de gentes negras, sino los efectos de la pandemia que ha provocado una mortalidad entre la comunidad negra entre dos y tres veces superior al del conjunto de la población, y una crisis económica que también ha golpeado de un modo desproporcionadamente superior a los trabajadores negros y de minorías étnicas.
Las protestas de masas en las calles y la necesidad actual de distanciamiento físico, en un momento en el que las comunidades no blancas, migrantes y marginadas son particularmente vulnerables a la pandemia, constituye una de las grandes contradicciones del periodo. Las comunidades negras, apoyadas por la juventud y por trabajadores blancos, están tomando las calles porque consideran más urgente detener el racismo, la violencia represiva y a los gobiernos neofascistas que respetar unas medidas que resultan imposibles de implementar en sus casas y en una situación de falta de ingresos y de empleo.
La tensión acumulada de la violencia racista, incluyendo los asesinatos policiales de negros y los ataques criminales antisistémicos y el terrorismo islamófobo, así como el genocidio de los pueblos originarios, combinado con el desempleo masivo provocado por la depresión y la pandemia que ha golpeado a las comunidades trabajadoras negras mucho más duramente que a la población en su conjunto explica la voluntad de lucha y el coraje demostrado frente al opresor.
El vínculo establecido por los manifestantes entre el asesinato de Floyd y la violencia policial racista en todo el mundo es profundo. El trato recibido por los pueblos indígenas de color e internamente colonizados de Estados Unidos, Canadá, Australia, Sudáfrica y América Latina y las comunidades migrantes de color en las metrópolis imperialistas de Europa reflejan varios siglos de dominación imperialista y colonial del Norte Global sobre el Sur Global que han resultado clave en el desarrollo del capitalismo. Desde el saqueo de las minas del Potosí por los colonialistas españoles del siglo XVI, que se convirtió en parte de la acumulación que apuntaló el desarrollo capitalista europeo o la esclavización por los europeos de millones de africanos hasta la colonización de África en el siglo XIX y la dominación neoimperialista actual de los pueblos de color del Sur Global se han llevado la peor parte del desarrollo y la expansión capitalista.
Algunas de las peores atrocidades contra seres humanos en décadas recientes han sido perpetradas contra minorías étnicas y religiosas. Minorías étnicas y grupos raciales socialmente construidos se han enfrentado a la represión en todo el mundo, desde la limpieza étnica en la ex Yugoslavia y Ruanda en los años 90 a la represión de las comunidades musulmanas en China e India y el trato padecido por los palestinos en Israel y los territorios ocupados.
Su antirracismo y el nuestro
Políticos capitalistas reformistas están maniobrando para conservar su relevancia y canalizar la energía del movimiento hacia cauces seguros tales como audiencias gubernamentales, comisiones y reformas cosméticas, que se limiten a retirar los símbolos de la trata de esclavos y cambios superficiales en las prácticas policiales.
Una avalancha de corporaciones multinacionales —incluyendo a varias que forman parte del “Fortune Five Hundred” (las 500 compañías más poderosas del mundo)— están proclamando estruendosamente su antirracismo, difundiento caros anuncios publicitarios, comprometiéndose en donaciones, revisando los manuales de empresa. Estas son las mismas empresas que practicaron conductas de contratación racistas y sexistas, y que se resistieron ante las reformas durante años. Muchas han obtenido pingües beneficios a costa de las gentes trabajadoras de color.
No existe liderazgo o voz alguna de los partidos políticos tradicionales. La falta de dirección política en Estados Unidos es particularmente aguda. La dominación del duopolio capitalista de Demócratas y Republicanos sobre la política estadounidense ha comportado que la energía de la calle no está alcanzando una expresión política a nivel nacional. Durante la campaña de las primarias demócratas, el senador Bernie Sanders generó enorme entusiasmo y amplios apoyos, en particular entre la juventud, por su programa de reformas socialdemócratas estilo New Deal. Pero la campaña Sanders fue finiquitada por los intereses corporativos que controlan el Partido Demócrata antes de que la pandemia, los despidos en masa y ahora las protestas antirracistas en la calle empezaran, abriendo así un vacío en la izquierda.
La transformación de la socialdemocracia europea en una herramienta neoliberal del capital y el hundimiento electoral de los PCs ha abierto un vacío en la izquierda europea que presenta tanto retos como oportunidades para conectar reivindicaciones antirracistas y reivindicaciones anticapitalistas.
Un tiempo de oportunidades
La rebelión global contra el racismo y la represión policial tiene un enorme potencial para el futuro de las nuevas generaciones, que están iniciando luchas en sus puestos de trabajo y peleas sindicales, que se están levantando en luchas contra el cambio climático, en la resistencia feminista, y que se están poniendo a prueba en la lucha directa contra la policía en tanto que fuerza armada de la democracia burguesa, subrayando la necesidad de organizar la autodefensa por el movimiento durante las manifestaciones y otros eventos públicos así como la necesidad de construir un movimiento sostenido basado en la autoorganización democrática.
Por el momento la protesta expresa rabia y a menudo reivindicaciones radicales pero desenfocadas de cambio.
Ello refleja lo novedoso del movimiento, la inexperiencia de los manifestantes, pero también la bancarrota de muchas direcciones políticas reformistas integradas. En el contexto estadounidense la reivindicación de “Cortar la financiación/desmilitarizar a la policía” e incluso “disolución de la policía” ha logrado un amplio eco popular y tiene un potencial considerable como reivindicación de transición anticapitalista. Hay un amplio descrédito de la AFL-CIO por seguir incluyendo a sindicatos policiales racistas y de ultraderecha. Otras reivindicaciones están siendo formuladas conforme el movimiento se desarrolla y surge de distintos contextos nacionales: contra la violencia policial contra las poblaciones negras, indígenas y minorías étnicas, contra la criminalización de la protesta, contra el racismo institucional y la perpetuación de símbolos coloniales y proesclavitud, y a favor de la discriminación positiva en pos de la justicia social y económica para corregir desigualdades históricas.
Es posible levantar hoy la bandera de la solidaridad obrera internacional de un modo y con una audiencia que no habíamos visto en décadas y explicar, como dijo Malcolm X, que “No se puede odiar al capitalismo sin odiar al racismo” y la lucha contra el racismo es intrínseca a la lucha contra el capitalismo, y que este movimiento tiene una potencial considerable para expandirse y converger con movimientos del mundo del trabajo, de mujeres y anticapitalistas en todo el mundo abriendo así la vía hacia una sociedad nueva, una sociedad justa.
Por todas estas razones, la Cuarta Internacional se compromete a luchar junto a las mujeres y los hombres que se han lanzado a este levantamiento antirracista y antineofascista. Las batallas contra la violencia estatal y el racismo institucional bajo el capitalismo tan sólo pueden tener consecuencias coherentes si nos enfrentamos a sus implicaciones. Estamos todas en guerra contra el sistema que destruye el planeta, discrimina a seres humanos por motivos de género, raza, orientación e identidad sexual y que nos sobreexplota en nombre de la supervivencia de las grandes corporaciones, cuyo único objetivo es el incremento permanente de los beneficios en detrimento de nuestras vidas y nuestros cuerpos.