El último informe del Banco Mundial sobre las deudas de los «países en desarrollo» publicado el 13 de diciembre de 2023,1 da cuenta de una realidad alarmante: en 2022, el conjunto de los países en desarrollo gastaron una suma récord de 443.500 millones de dólares para asegurar el pago de su deuda pública externa. Para ese mismo año 2022, los 75 países de bajos ingresos que tienen acceso a los créditos de la Asociación Internacional de Desarrollo (IDA), la institución del Banco Mundial que concede créditos a los países más pobres, pagaron a sus acreedores una suma récord de 88.900 millones de dólares. La deuda externa total de esos 75 países alcanza la suma récord de 1,1 billones de dólares, o sea más del doble de la alcanzada en 2012. Según un comunicado del Banco Mundial, entre 2012 y 2022, en esos países la deuda externa aumentó un 134%, un porcentaje superior al del aumento de su Producto Nacional Bruto (PNB), que fue del 53 %.
El Banco Mundial agrega: «La vertiginosa subida de los tipos de interés acentuó las vulnerabilidades ligadas a la deuda en todos los países en desarrollo. Solamente en el curso de los últimos tres años, se han contabilizado 18 cesaciones de pagos soberanas en diez países en desarrollo, o sea más que la cantidad registrada durante las dos décadas precedentes. En este momento, cerca del 60% de los países con ingresos bajos están expuestos a un elevado riesgo de sobreendeudamiento o ya están en esa situación.»
El Banco Mundial, por lo tanto, da la voz de alarma: una nueva crisis de la deuda ya ha comenzado. Se gastan sumas enormes para reembolsar a los acreedores y eso se hace en detrimento de la satisfacción de las necesidades en aumento de centenares de millones de personas que necesitan ayuda vital. Recordemos que, según otro informe del Banco Mundial citado por Financial Times,2 entre 2019 y 2022, más de 95 millones de nuevas personas cayeron en la extrema pobreza.
El Banco Mundial reconoce que los prestamistas privados comenzaron en 2022 a cerrar el grifo de los créditos a los PED, exprimiéndolos, al mismo tiempo, al máximo para obtener el máximo de reembolsos. Efectivamente, según el Banco Mundial, los nuevos créditos concedidos por los prestamistas privados a los poderes públicos de los países en desarrollo cayeron en un 23%, siendo rebajados a 371.000 millones de dólares, o sea, su nivel más bajo en diez años. Por el contrario, recibieron 556.000 millones de dólares en forma de reembolsos. Eso significa que en 2022, los prestamistas privados percibieron 185.000 millones de dólares de más en reembolsos que lo que dieron en créditos. Siempre según el Banco Mundial, es la primera vez desde 2015 que los acreedores privados recibieron más que lo que inyectaron en los países en desarrollo.
El Banco Mundial no explica cómo se ha llegado a esa situación ya que implicaría un cuestionamiento del modelo y del sistema económico del cual hace promoción, y que considera la única opción posible. Eso obligaría también a señalar claramente la culpabilidad de los Bancos Centrales de América del Norte y de Europa Occidental, y por lo tanto, de las autoridades de las principales potencias occidentales que dominan tanto el Banco Mundial como el FMI.
¿Cómo explicar la actual crisis de la deuda que afecta a los eslabones más débiles de la economía capitalista mundial?
Para comprender la crisis actual, hay que recordar lo que pasó durante los últimos quince años.
A partir de 2010-2012, la reducción progresiva de los tipos de interés al Norte redujo el coste de la deuda en el Sur. Los Bancos centrales de los países más industrializados procedieron a una reducción de los tipos de interés llevándolos al 0%. Esa política tenía por fin mantener a flote los mercados financieros en particular y las grandes empresas privadas en general. Se trataba también de que la deuda pública del Norte fuera más fácilmente gestionable y refinanciable. Esa política de tipos muy bajos practicada por las grandes potencias capitalistas alentó la financiación de los gastos generados por la deuda y produjo un fuerte aumento de las deudas tanto públicas como privadas al Norte y al Sur del planeta. Y también produjo una reducción del coste de refinanciación para los países en desarrollo. Esa financiación a bajo coste, junto al flujo de capitales del Norte buscando mejores rendimientos frente al bajísimo tipo de interés del Norte, y a ingresos de exportación elevados (ya que los precios de las materias primas exportadas del Sur hacia el Norte continuaban elevados), ofrecieron a los gobiernos de los países en desarrollo, incluso de los más pobres, una peligrosa sensación de seguridad. Algunos países muy pobres del África subsahariana que nunca habían tenido la ocasión de imprimir y vender títulos de sus deudas soberanas en los mercados financieros internacionales, encontraron fácilmente compradores para sus títulos de deuda. Los fondos de inversiones y los bancos del Norte compraron los títulos del Sur ya que ofrecían un mejor rendimiento que los títulos del Tesoro estadounidense, los títulos japoneses, alemanes, franceses o de otros países europeos, todos muy próximos al 0%, y no superando nunca el 2 o el 3%.
Sin dificultad, los países pobres emitieron y vendieron títulos de sus deudas externas en los mercados internacionales. Ruanda es un caso emblemático. Mientras que es un país de los más pobres del planeta y que está marcado por el genocidio de 1994, por primera vez en su existencia emitió títulos de su deuda soberana y los vendió en Wall Street. Y así fue en 2013, 2019, 2020 y 2021. Lo mismo pasó con Senegal que pudo emitir 6 empréstitos internacionales entre 2009 y 2021, en los años 2009, 2011, 2014, 2017, 2018 y 2021. Etiopía, un país también muy pobre pudo emitir un empréstito internacional en 2014. Benín tuvo acceso más recientemente y emitió 3 empréstitos en los mercados internacionales en 2019, 2020 y 2021. Costa de Marfil, dejando atrás una guerra civil hace apenas unos años, también emitió títulos cada año desde 2014 hasta 2021, aunque también forma parte de los países pobres muy endeudados. Igualmente podemos citar los empréstitos de Kenia (2014, 2018, 2019 y 2021), de Zambia (2012, 2014, 2015), de Ghana (2013 a 2016, 2018 a 2021), de Gabón (2007, 2013, 2015, 2017, 2020, 2021), de Nigeria (2011, 2013, 2014, 2017, 2018, 2021, 2022), de Angola (2015, 2018, 2019, 2022) et de Camerún (2014, 2015, 2021). Una cosa nunca vista durante los últimos 60 años. Eso atestigua una situación internacional realmente particular: los inversores financieros del Norte disponían enormemente de liquidez y frente a tipos de interés muy bajos en su región, fueron a la búsqueda de rendimientos interesantes. Senegal, Zambia y Ruanda prometían de un 6 a un 8% en sus títulos: de golpe atrajeron a sociedades financieras que buscaban colocar su liquidez aunque los riesgos fueran elevados. Los gobiernos de los países pobres estaban eufóricos e intentaron convencer a la población que la felicidad se encontraba en la esquina de la calle, a pesar de que la situación podía cambiar dramáticamente. La prensa internacional habló de un afro optimismo que sucedía a un afro pesimismo. Los dirigentes africanos se vanagloriaban de su succes story, atribuida a su capacidad de adaptarse a la mundialización neoliberal, a la apertura de los mercados. El Banco Mundial, el FMI y el Banco Africano de Desarrollo (BAfD) los felicitaron. Esos gobiernos habían acumulado deudas de manera totalmente exagerada sin consultar a la ciudadanía de sus países. Cuando los Bancos Centrales del Norte decidieron, a partir de 2022, aumentar los tipos de interés, la situación financiara se deterioró brutalmente.
A partir de los años 2020, se desarrolla el engranaje hacia una nueva crisis de la deuda
La combinación de la pandemia, los efectos de la guerra de Ucrania, la inflación y el aumento de los tipos de interés en los Bancos Centrales de los países más industrializados desencadenó una nueva crisis de la deuda en el conjunto de países del Sur. Desde 2020 y sobre todo, desde 2022, estamos ante una nueva coyuntura, una nueva crisis de la deuda de enormes proporciones que fue causada por cuatro shocks del capitalismo mundial. Son todos shocks exógenos a los países más pobres. En primer lugar, la pandemia de coronavirus que provocó muertes masivas en el mundo entero, confinamientos generalizados, rupturas de cadenas de aprovisionamiento…
En segundo lugar, la crisis económica agravada por la pandemia que minó las economías de los países en desarrollo, de América Latina, Asia, pasando por África. Países como Sri Lanka y Cuba, que habían adoptado una economía basada en el turismo, fueron particularmente afectados por la suspensión de las líneas aéreas.
La interacción de esos dos shocks sentó las bases de una nueva crisis de la deuda soberana. En el momento en que los Estados tuvieron que aumentar sus gastos públicos para hacer frente a la pandemia, sus economías entraron en recesión, agotando los ingresos fiscales. Por consiguiente, la deuda soberana explotó.
El tercer shock fue la invasión de Ucrania por Rusia en febrero de 2022. De forma inmediata, desató unos aumentos especulativos masivos de los precios de los cereales, como el trigo. Se puede hablar de aumento especulativo porque durante los primeros meses de la guerra, los stocks de cereales de Ucrania y Rusia no disminuyeron. Y, sin embargo, los precios de los cereales se elevaron vertiginosamente. Luego, las exportaciones fueron interrumpidas lo que produjo parar los aprovisionamientos y hacer subir los precios más aún, hasta que un acuerdo pudiera permitir el relanzamiento de las exportaciones. Un acuerdo cuestionado desde fines de julio de 2023. También hubo un alza de precios de los abonos químicos así como del petróleo y del gas.
Los precios subieron en el mundo entero, en particular, en los países que importaban la mayor parte de los productos alimentarios, los abonos y los combustibles. En los países de África y de Asia, la inflación afectó fuertemente a las poblaciones, ya empobrecidas por la recesión. Un gran número de personas no pudieron hacer frente a la subida de la alimentación y de los combustibles.
El cuarto shock, y sin duda el más importante, fue la decisión unilateral de la Reserva Federal estadounidense, del Banco Central Europeo y del Banco de Inglaterra de elevar sus tipos de interés. En Estados Unidos, la FED aumentó sus tipos de interés de cerca del 0% a más del 5%, los Bancos de Inglaterra y Canadá hicieron lo mismo, mientras que el Banco Central Europeo llevó sus tipos de interés al 4,5%.
Esos aumentos tuvieron un efecto devastador en los países del Sur. Países como Zambia y Ghana, que estaban considerados como exitosos, entraron en suspensión de pagos. Los fondos de inversiones, que habían comprado las obligaciones soberanas de esos países, se dieron cuenta que el alza de los tipos de interés en el Norte significaba que podían obtener un porcentaje de rendimiento mayor comprando obligaciones en Estados Unidos, en Europa o en el Reino Unido. Por lo tanto asistimos a una repatriación de los capitales financieros del Sur hacia el Norte.
Todavía peor, los fondos de inversiones dijeron a los Estados del Sur que si querían refinanciar su deuda, deberían pagar tipos de interés del 9 al 15%, y en algunos casos hasta del 26% (como son los casos de Zambia y Egipto),3 y si no se acepta, los fondos no comprarían las obligaciones de esos Estados. Si los países no tienen otra opción que la de aceptar, muchos de esos países no tendrán ningún medio para hacer esos pagos con esos tipos tan altos. Como resultado, tenemos una nueva crisis de la deuda soberana.
El Banco Mundial no niega el papel muy negativo de la subida vertiginosa de los tipos de interés, pero se cuida muy bien de señalar con el dedo la responsabilidad de los dirigentes de los Bancos Centrales de las potencias que dominan las instituciones de Bretton Woods.
El Banco Mundial no recomienda a los gobiernos de los países endeudados protegerse declarando una suspensión coordinada de pagos de las deudas. Según el derecho internacional, tienen perfectamente el derecho de hacerlo. Efectivamente, pueden declarar el cambio fundamental de circunstancias provocado por los shocks externos provenientes del Norte, en particular la decisión unilateral de los Bancos Centrales, de América del Norte y de Europa, de aumentar radicalmente los tipos de interés.
En caso de cambio fundamental de las circunstancias y de shocks externos, no hay obligación de continuar la ejecución de un contrato de préstamos y de continuar con el pago de la deuda.
Por otro lado, el Banco Mundial tampoco asume sus responsabilidades. Es este Banco, con el FMI, el que alentó a los países actualmente endeudados a contraer un máximo de nuevos créditos y abrir al máximo sus economías, lo que los ha fragilizado con respecto a los shocks externos que se han sucedido en tres años.
Si observamos con una perspectiva larga y hacemos un balance de la acción del Banco Mundial y del FMI, que se crearon, hará pronto 80 años, en 1944, se puede constatar el fracaso completo de esas dos instituciones multilaterales que se pensaba que permitirían un sólido desarrollo y un pleno empleo. Encontramos, por otra parte, en un importante informe presentado por el FMI en 2023 la confesión de un fracaso total. En el World Economic Outlook de abril de 2023, el FMI afirma que serán necesarios 130 años para que los países en desarrollo reduzcan a la mitad la brecha que separa sus ingresos por habitante del de los países desarrollados. ¡130 años para reducir a la mitad la brecha que separa el ingreso por habitante de los países en desarrollo del de los países ricos! Y eso en un momento en que la humanidad está confrontada en lo inmediato a amenazas, a corto plazo, para su existencia, debido a la crisis ecológica que tomó proporciones extremas. Pero el colmo es que en el World Economic Outlook de abril de 2008, el FMI afirmaba que serían necesarios 80 años para reducir dicha brecha. La conclusión es simple: entre 2008 y 2023, la grieta entre los países en desarrollo y los países desarrollados continuó aumentando, contrariamente a la misión confiada a las instituciones de Bretton Woods y a los supuestos beneficios del capitalismo.
También es necesario citar las políticas de ajuste estructural que llevaron a la privatización de los sistemas de salud en el Sur, y a una gran dependencia de esos países con los cereales, insumos y otros productos importados. Esas políticas machacadas desde más de 40 años desarmaron a los países del Sur para hacer frente a los shocks exteriores tales como la pandemia de la COVID 19, el alza mundial de los precios de los cereales o el aumento de las tasas de interés.
Hace dos siglos, al comienzo de la revolución industrial capitalista, la diferencia de ingresos por habitante entre los países llamados actualmente en desarrollo y los países desarrollados era muy pequeña. El actual capitalismo victorioso, a escala mundial, aumentó como nunca la grieta entre las naciones. Sin hablar de la grieta en cada nación, ya sea del Norte o del Sur, entre el 1 % más rico y el 50% de los de abajo.
Ya va siendo hora de eliminar el Banco Mundial y el FMI y de construir otra arquitectura internacional respetuosa de los derechos humanos y de la naturaleza. Ya va siendo hora de desembarazarse del sistema capitalista y de realizar una revolución ecosocialista, internacionalista, feminista...
CADTM, 13/12/2023, Traducción Griselda Piñero
- 1Fuente: https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2023/12/13/developing-countries-paid-record-443-5-billion-on-public-debt-in-2022 El informe completo está disponible en: : https://www.worldbank.org/en/programs/debt-statistics/idr/products
- 2Martin Wolf, The global economy holds up yet limps on, Financial Times, 11 octubre 2023.
- 3La evolución de los rendimientos de los bonos soberanos a 10 años está disponible aquí: http://www.worldgovernmentbonds.com/country/puertorico/ Muestra que el rendimiento de los bonos a 10 años de Zambia y Egipto ha alcanzado el 26%, el de Turquía el 25%, el de Kenia el 18,5%, y el de Pakistán y Uganda el 16%.