Entrevista con Ahlem Belhadj, psiquiatra infantil tunecina y activista por la democracia y los derechos sociales, especialmente de las mujeres.
¿Qué balance global podemos hacer diez años después de la revuelta tunecina?
La revolución tunecina no ha respondido a las expectativas de los jóvenes y de los menos jóvenes que la apoyaron, pero sigue existiendo esa llama del cambio, esa energía para reivindicar, para seguir luchando, para movilizarse para mejorar tal o cual cosa, ese interés por los asuntos públicos (cada acto político se analiza, se comenta). Todos los tunecinos participan en ello.
A nivel global, el balance de diez años, podemos decir que lo que ha sucedido en 2011 y desde entonces está lejos de responder a nuestras expectativas, ya sea económica, social o políticamente. Los pocos logros que hemos tenido siguen siendo significativos: tenemos libertad de expresión, una alternancia democrática en el poder, elecciones libres y transparentes -aparte del control financiero de las elecciones, es lo mismo en todas partes pero con nosotros no está nada controlado-. Y también, una constitución que garantiza las libertades, la igualdad, los derechos sociales y económicos. Pero cuando se trata de justicia social, de cambios económicos y sociales, de reformas reales, no hemos visto nada.
Esta década ha sido la década del Islam político, que ha estado gobernando continuamente desde las elecciones de 2011, a menudo en alianza con figuras del antiguo régimen. Se han aliado de diferentes maneras cada vez, y frente a ello la izquierda ha sido incapaz de imponerse, de llevar adelante las reivindicaciones surgidas de 2011.
Por tanto, las causas profundas de la revolución siguen ahí...
Por mi parte, tiendo a decir que se trata de un proceso revolucionario que sigue en marcha, basado principalmente en el alcance de los movimientos sociales y las movilizaciones sociales, pero también en las reivindicaciones políticas, que siguen siendo radicales: justicia social, distribución de la riqueza, y oposición a todos aquellos que quieren apropiarse y desviar las aspiraciones de 2011, en primer lugar el Islam político.
Las ondas profundas siguen ahí, siguen animando los núcleos populares tunecinos, con muchas capas sociales, porque aparte de algunas conquistas democráticas los resultados no están ahí. Actualmente tenemos una situación económica explosiva, una tasa de endeudamiento nacional que supera el 90%, el empobrecimiento de muchas capas de la sociedad, una desvinculación del Estado en materia de sanidad y educación... Una crisis económica sin precedentes, con una crisis social de magnitud, un aumento de la tasa de desempleo. A esto hay que añadir la corrupción, que hace estragos, el aumento de la economía paralela, que representa más del 50% de la economía tunecina: económica y socialmente, nos falta de todo.
Políticamente, hay una gran inestabilidad. Si lo correlacionamos con el proceso revolucionario, demuestra que aún no hay equilibrio, que hay algo que sigue haciendo que las cosas se muevan en Túnez. Cada tres o cuatro meses tenemos un nuevo gobierno. Yo estoy en el sector de la salud, ¡hemos tenido 17 ministros desde 2011! Esta inestabilidad política indica el fracaso del régimen para estabilizar las cosas, ya sean los del antiguo régimen o sus aliados del Islam político, las dos fuerzas aliadas de la contrarrevolución en Túnez. No han logrado establecer un régimen estable.
¿Acaso el compromiso de Ennahda con la agenda neoliberal y contrarrevolucionaria no provocó tensiones internas y desavenencias con su electorado popular?
Está claro que Ennahda, y así ha sido desde el principio, ha llevado a cabo políticas totalmente neoliberales, unidas a un nivel de corrupción espantoso, que la gente ve y reconoce hoy. Esto se traduce en el nivel de votos, han perdido mucho: si calculamos en número de votantes, han perdido mucho, apenas tienen un tercio de los votos que obtuvieron en 2011. Su política ha sido un fiasco: la última década es la del fracaso de Ennahda en sus políticas, ya sean ideológicas/religiosas o económicas. Habían prometido crear 500.000 puestos de trabajo y no se ha visto nada, a pesar de su adhesión ilimitada a las políticas neoliberales y a los organismos internacionales a los que han intentado encandilar en varias ocasiones.
Esto ha creado fisuras dentro de Ennahda y ha provocado el descontento de sus electores. Las fisuras internas se manifestaron con algunas críticas y algunas dimisiones, pero el movimiento Ennahda siguió siendo capaz de mantener una cierta unidad en su interior y, sobre todo, de jugar un doble juego: dejaron de lado a los elementos más ultra, más radicales, en el interior, y apoyaron, en el exterior, a la Coalición de la Dignidad, al-Karama, que tiene bastantes cargos y escaños en este momento, que es una extrema derecha podrida y conservadora, pero que es hoy el ala radical en la que se apoya Ennahda.
La crisis actual, creo, ya no es la crisis de la legitimidad de Ennahda, sino la crisis de la ausencia de alternativa, con la incapacidad de las fuerzas de izquierda -como las fuerzas centristas- de organizarse y proponer una alternativa.