"No debería ser una gran sorpresa que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora les ha abandonado a ellos. Mientras los dirigentes demócratas defienden el statu quo, el pueblo estadounidense está enfadado y quiere un cambio. Y tienen razón". - Bernie Sanders
Las elecciones estadounidenses de noviembre han supuesto una victoria aplastante de la extrema derecha, no sólo en Estados Unidos, sino también a escala internacional. Ha conmocionado no sólo al establishment del Partido Demócrata, sino también a las fuerzas progresistas y a los movimientos por la justicia racial, indígena y de género.
Desde luego, la victoria clara de Trump se impuso sobre los temores de caos postelectoral y crisis constitucional, y todas esas acusaciones de la derecha de "fraude electoral masivo" se evaporaron como el rocío de la mañana. También podemos poner un punto final al legado presidencial de Joe Biden: permitir el genocidio de Gaza, aferrarse a su floja campaña de reelección mucho más allá de su fecha de caducidad, y devolver a Trump al poder.
Puede que los resultados sean calamitosos como predicen muchos comentaristas. Eso es ciertamente cierto para el pueblo palestino bajo el genocidio del Estado de Israel y suministrado por Estados Unidos, muy posiblemente para la lucha de Ucrania para defenderse de la invasión de Rusia, sin duda para las comunidades de inmigrantes en los Estados Unidos que se enfrentan a un nuevo reino del terror, y para las estudiantes y profesoras pro-palestinas que enfrentan la represión en los campus, así como las amenazas inminentes a los movimientos antirracistas, pro-LGBTQ y los derechos de los transexuales. También acelerará -no sabemos cuánto- el apocalipsis mundial del cambio climático.
Hay mucho que decir sobre todo esto, y sólo podemos tocar una parte en esta respuesta inicial. Pero debemos comenzar con un dilema que la victoria de Trump/MAGA presenta mucho más allá de la derrota de una presidencia estancada de Biden: Para aquellas de nosotras en el movimiento socialista, la lucha y el activismo de la clase obrera son el elemento crítico para obtener logros serios y duraderos. Sin embargo, la realidad actual es que una minoría sustancial de los trabajadores en Estados Unidos -en gran parte, pero no sólo entre los trabajadores blancos- han sido ganados para votar por una agenda profundamente reaccionaria. Según algunos informes, la mitad de los sindicalistas de Michigan apoyaron a Trump.
Los trabajadores que votan a Trump no se identifican necesariamente de forma dura con las despiadadas políticas sociales de la extrema derecha. Es tentador y en parte válido atribuir el resultado de las elecciones al suprematismo blanco, pero al fin y al cabo esa es una realidad permanente en Estados Unidos, y no explica adecuadamente el resultado de 2024. Si esta elección giró en torno a un tema central fue la inflación, a raíz de los cambios en las condiciones de vida tras la COVID-19.
Los llamamientos racistas contra la inmigración fueron claramente una fuerza movilizadora de la derecha, y obviamente lo siguen siendo, pero los sondeos electorales indicaron que no fueron primarios, como también ocurrió con los temores muy reales sobre el futuro de la democracia que motivaron gran parte del voto demócrata.
La deserción de la clase trabajadora del Partido Demócrata no es un hecho nuevo. Lleva reflejándose en las elecciones desde los años ochenta, se aceleró durante las desastrosas décadas "neoliberales" y ha pasado a primer plano ahora. Al mismo tiempo, la alienación política está muy extendida entre la población. En 2024, el voto a Trump no cambió mucho, en torno a los 72 millones (frente a los 74 millones de 2020), mientras que el voto presidencial de los demócratas se redujo hasta en 13 millones, hasta los 68 millones, frente a los 81 millones de 2020.
Incluso mientras nos preparamos para unirnos a la resistencia, por todos los medios disponibles, a la embestida que se avecina contra los movimientos progresistas y las poblaciones vulnerables, la izquierda socialista necesita aceptar las tendencias políticas hacia la derecha dentro de gran parte de la clase trabajadora, y analizar claramente cómo podrían invertirse.
La propia extrema derecha hará parte del trabajo, ya que los aranceles de Trump, los recortes de impuestos para los ricos y los ataques a programas y servicios esenciales victimizan a millones de personas que votaron por él. Pero eso no moverá automáticamente a la clase trabajadora hacia la izquierda, especialmente mientras tantos reaccionan a las crisis en sus vidas como individuos y familias aislados en lugar de como una fuerza de clase organizada.
La debacle de los demócratas
No ignoramos las graves tensiones en la vida de la gente derivadas de la pandemia de Covid, especialmente la corrosiva inflación resultante (falsamente achacada por la derecha, por supuesto, al "gasto público desbocado"). Pero creemos que el senador Bernie Sanders apunta precisamente a la razón básica por la que gran parte de la clase trabajadora ha "abandonado" a los demócratas.
Es demasiado fácil centrarse en cuestiones secundarias y errores tácticos. Por supuesto, la clase dirigente demócrata ocultó el declive de Biden durante demasiado tiempo. Por supuesto, su negativa en la convención a permitir un solo discurso de un delegado palestino-estadounidense fue un desaire cínico, cobarde y racista, que podría haber sido fatal si las elecciones hubieran resultado mucho más reñidas y el voto árabe-estadounidense y progresista hubiera sido decisivo.
Pero tenemos que llegar a por qué la campaña de Kamala Harris (que no fue diseñada por Harris sino por la misma camarilla de consultores corporativos que cobran sus inflados honorarios después de cada esfuerzo perdedor) fue tan insípida. Harris se centró en la única cuestión sustantiva del derecho al aborto, que por supuesto tiene resonancia, junto con no ser Donald Trump, y muy poco más.
Su plataforma económica consistía principalmente en frases vacías sobre las "oportunidades", con gestos de campaña hacia los sindicatos, pero nada sobre la Ley PRO (Proteger el Derecho a Organizarse) que los demócratas no lograron aprobar, aumentar el salario mínimo de pobreza o abordar las obscenas desigualdades en el país. En lugar de abrazar el mensaje de Bernie Sanders que ataca el poder corporativo, ella (es decir, los consultores profesionales que dieron forma a la campaña) optó por hacer una gira con Liz Cheney, proponiendo esencialmente un gobierno de coalición con los republicanos que no son de Trump.
Su promesa de "construir el ejército más letal del mundo" no tenía nada que ver con apelar a la base de votantes progresistas, o a cualquier electorado popular en absoluto. Era la promesa de los demócratas a la clase dominante de servir como el principal partido del imperialismo estadounidense. En todo caso, la demagógica y mentirosa afirmación de Trump de "poner fin rápidamente a las guerras" en Ucrania y Oriente Medio puede haber sonado mejor para algunos votantes.
Para ser claros, nunca sabremos si una campaña genuinamente progresista (o incluso de tipo New Deal tradicional) habría derrotado a Trump y a los republicanos MAGA. Difícilmente podría haberlo hecho peor que el Partido Demócrata, que rotundamente no llevó a cabo ninguna campaña de ese tipo. Ni hay la más mínima razón para pensar que alguna vez lo hará.
Sanders dio en el clavo al concluir: "¿Aprenderán los grandes intereses económicos y los asesores bien pagados que controlan el Partido Demócrata alguna lección real de esta desastrosa campaña? ¿Tendrán alguna idea de cómo podemos enfrentarnos a la cada vez más poderosa oligarquía que tiene tanto poder económico y político? Probablemente no".
Distopías venideras
La nueva presidencia de Trump sin duda comenzará a cumplir sus promesas de campaña a los intereses corporativos, de alta tecnología y criptomonedas: nuevos recortes de impuestos, desregulación, desmantelamiento de las protecciones ambientales que, para empezar, son desastrosamente inadecuadas, etc.
Las consecuencias de tales medidas (para el déficit presupuestario federal y la deuda nacional, para el encadenamiento de catástrofes climáticas) se desarrollarán en los próximos años. Promesas como poner al fanático antivacunas RFK Jr. al frente de las agencias de salud pública, y a Elon Musk al frente de una nueva comisión de recorte presupuestario, también tendrían consecuencias sanitarias y sociales duraderas.
Lo que no está claro es si Trump pasará rápidamente a aplicar medidas como enormes aranceles que desestabilizarían de inmediato la economía y las relaciones internacionales, y "el mayor programa de deportaciones de la historia" que costaría decenas de miles de millones, podría causar agitación y violencia, y afectar gravemente a partes de la economía agrícola, de servicios e incluso industrial.
En resumen, podría haber conflicto entre distintos elementos de la agenda de Trump: la avaricia corporativa directa, por un lado, frente a las políticas más alocadas y más ideológicas que podrían socavar prematuramente el apoyo de la nueva administración (dados los propios impulsos erráticos de Trump y algunos signos de declive, el jefe de gabinete de la Casa Blanca podría desempeñar un papel decisivo).
Estas cuestiones son especulativas, pero en cualquier caso los retos a los que se enfrenta la izquierda son sobrecogedores. No cabe duda de que oponer resistencia a las amenazas anti-inmigración y de deportación masiva debe ser una prioridad progresista de primer orden.
Es lamentable que la esperanza de un modesto avance del Partido Verde no se materializara a nivel nacional, aunque el potencial se vio en un lugar como Dearborn, Michigan, donde la rabia totalmente justificada de las comunidades árabe-americana y musulmana contra el genocida Joe Biden y la destrucción de Gaza se manifestó en un 18% de apoyo a la candidata verde Jill Stein.
La incapacidad de la izquierda para forjar una alternativa creíble al duopolio de los partidos capitalistas es parte de cómo hemos llegado al actual lío político tóxico. Al mismo tiempo, la estrategia defendida por gran parte de la izquierda, "trabajar dentro del Partido Demócrata para cambiarlo", no ha hecho nada para detener el retroceso del partido hacia "el centro", esto es, hacia la derecha.
Como ha sido el caso desde hace más de un siglo, la clase trabajadora de Estados Unidos necesita su propio partido, aunque en este momento desastroso las perspectivas rara vez han parecido más lejanas. No tenemos un camino claro, pero una alternativa política sólo puede surgir de los movimientos sobre el terreno, incluida la indignación contra la limpieza étnica en Palestina, las continuas luchas por los derechos reproductivos y el modesto aumento del activismo laboral y la actividad huelguística, que aún no es un "auge" según los estándares históricos, pero es un signo esperanzador de reactivación. Observamos que los referendos sobre los derechos reproductivos se aprobaron incluso en algunos estados que eligieron a Trump, y en otros los votantes aumentaron el salario mínimo estatal.
No hay atajos, y nunca los ha habido. Pero inmediatamente, la tarea urgente es formar parte de los movimientos que resisten a los ataques corporativos y de extrema derecha, al genocidio de Gaza, a los brutales asaltos a las comunidades inmigrantes y a la amenaza del cambio climático para la supervivencia de la civilización.
Declaración de solidarity-us.org publicada el 11 de noviembre 2024. Traducción: Fourth.International