La clara elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos de América supone un importante avance en el proceso de derechización y extrema derechización en curso en el capitalismo global.
[Esta victoria se da] En un momento en que el neoliberalismo ha profundizado las abismales desigualdades sociales que golpean con mayor dureza a las mujeres y a las personas racializadas, mientras las clases dominantes se regodean cada día más en una opulencia cuyas fuentes legales e ilegales se mezclan hasta el punto de que ya no pueden distinguirse; cuando la catástrofe climática y el colapso de la biodiversidad provocados por la carrera por rentabilizar el capital fósil golpean duramente a millones de gente pobre y amenazan con llevárselos por delante y en el que la carrera por la hegemonía adquiere cada vez más el espantoso rostro del supremacismo neocolonial y la salvaje apropiación de la riqueza a costa de monstruosas masacres.
En definitiva, a medida que el mundo se acerca a un punto de inflexión hacia la barbarie, un sistema electoral heredado de la esclavitud, unos medios de comunicación privados abiertamente reaccionarios y unas redes sociales operadas por capitalistas sin escrúpulos como Elon Musk impulsan la llegada al gobierno de la primera superpotencia mundial de un multimillonario fascista sin escrúpulos. Un lumpen-capitalista, defraudador, mentiroso, violador, manipulador, racista, golpista declarado, abiertamente negacionista del clima y militarista hasta la médula.
Se trata de un terremoto planetario, un gran avance en el nihilismo autoritario que gangrena a las clases dominantes.
Putin y Netanyahu están exultantes: pueden seguir derramando ríos de sangre y lágrimas en Ucrania y Palestina sin siquiera un atisbo de desaprobación por parte de Washington.
Orban, Meloni, Le Pen, Wilders y sus amigos de extrema derecha están jubilosos: ven acercarse el momento en que la Unión Europea podría caer completamente en sus redes.
De Norte a Sur, de Este a Oeste, los criminales se regodean: los insultos, la demagogia, el virilismo y las mentiras más descaradas les sirven para hacerse con el poder con el fin de limpiar sus nombres y enriquecerse aún más al servicio del dios Capital.
Ya incapaces de garantizar la paz y la justicia, o de proteger el clima frente a los dictados de los poderosos, la ONU y sus agencias sólo pueden ser cada vez más impotentes frente a peligros de todo tipo. Esto se pondrá pronto de manifiesto en la COP de Bakú (Azerbaiyán). Por no hablar del peligro de guerra entre China y Estados Unidos.
En Estados Unidos, cabe temer lo peor. A diferencia de su primer mandato, Donald Trump llega al poder con un equipo decidido a aplicar un programa preciso: el Proyecto 2025, urdido por el lobby católico ultrarreaccionario de la Heritage Foundation.
Financiado por el ala más derechista de la clase dominante (en particular los hermanos Koch, magnates de la industria química y de los combustibles fósiles), este programa es una verdadera declaración de guerra contra las personas explotadas y oprimidas:
- establecer un gobierno fuerte con una administración federal y un sistema judicial a su entera disposición;
- localizare, detener y deportar de 10 a 11 millones de personas inmigrantes ilegales;
- restaurar la autoridad patriarcal mediante la prohibición del aborto, la supresión de los derechos LGBTQ y el debilitamiento de las políticas de inclusión;
- desmantelar la normativa medioambiental, en particular para promover la extracción de combustibles fósiles;
- derogar las tímidas protecciones sociales introducidas por la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (Obamacare);
- inaugurar una oleada de recortes fiscales masivos para las empresas y la genta rica, junto
- a un movimiento deliberado hacia el proteccionismo económico.
No es seguro que Trump sea capaz de aplicar este programa, que está lleno de contradicciones (en concreto, ¡los impuestos a la importación van a impulsar la inflación!). Pero la línea general es inequívoca.
Por un lado, hunde sus raíces en el pasado esclavista y segregacionista de Estados Unidos, caldo de cultivo de una derecha conservadora blanca, revanchista, patriarcal y católica, aterrorizada por el miedo fantasmagórico al gran reemplazo. Por otro lado, es la expresión adulterada del creciente malestar popular hacia las élites políticas de ambos partidos, especialmente desde que demócratas y republicanos (con Bush y Obama a la cabeza) se dieron la mano para salvar a los bancos afectados por la crisis de las superprime en 2008. Apoyándose en la larga historia de la dominación blanca, el éxito de Trump reside en haber logrado la improbable apuesta de capitalizar este disgusto, no para construir un nuevo partido –como Mussolini o Hitler–, sino para conquistar el partido republicano hasta transformarlo completamente en un instrumento a su servicio.
Tras la retirada de Joe Biden, “Kamala, you’re fired” [estás despedida] se convirtió en el grito de guerra de Trump. Frente a su brutalidad, mientras que la candidatura de la vicepresidenta había suscitado inicialmente un gran entusiasmo y combatividad, el estado mayor demócrata optó por una campaña anodina y suave, enteramente subordinada a la búsqueda de un encuentro bipartidista con los republicanos anti-Trump. Frente al Proyecto 2025, Harris se alineó con la explotación del gas de esquisto mediante el fracking. Frente a Elon Musk y los de su calaña, ni siquiera se atrevió a pedir un impuesto a las grandes fortunas. Su gira mítines con Liz Cheney, política ultraconservadora e hija del halcón Dick Cheney, transmitió un mensaje muy claro: los votantes sólo pueden elegir entre la continuidad neoliberal (envuelta en bonitas palabras sobre la democracia) o el cambio. Las y los votantes optaron por el cambio... el cambio concreto encarnado por Trump, a expensas de las mujeres, los migrantes, el clima y los pobres en general.
Esta secuencia podría haber tenido un resultado diferente. Para ello, la izquierda, encarnada durante un tiempo por Bernie Sanders, habría tenido que atreverse a romper con los demócratas. También habría tenido que atreverse a transmitir radicalmente el mensaje de que otro mundo es posible: un mundo no capitalista con una vida digna para todas y todos en un planeta preservado. Por último, frente a Trump, hubiera sido necesario amplificar las poderosas movilizaciones sociales, feministas, antirracistas y antifascistas de 2016-2018. En su lugar, el foco principal se centró en la oposición demócrata en el Congreso.
Toda esa dinámica apagó cuando Sanders decidió apoyar Biden en 2020 y las principales figuras de los Socialistas Demócratas de América (DSA) hicieron lo mismo. El resultado: el esbozo de alternativa social y ecológica representado por el Green New Deal se desinfló en favor de la política de capitalismo verde de Biden. Una política violentamente inflacionista de la que Trump ha recogido los frutos. Una política proteccionista que reivindicó Trump. Una política imperialista llevada al paroxismo por el inquebrantable apoyo de Biden a la guerra genocida de Netanyahu contra el pueblo palestino.
Más allá de la legítima preocupación que despierta, la victoria de Trump suena a advertencia, otra más: ante una creciente catástrofe social y ecológica, las estrategias del mal menor siempre allanan el camino a un mal aún mayor. Todavía no es fascismo, pero se acerca. Trump es una especie de fascista y no faltan auténticos fascistas en su entorno. Solo las luchas de masas, la independencia política de las luchas y su convergencia hacia una alternativa política radicalmente ecosocialista pueden detener la marcha hacia el abismo. Este camino es cada vez más difícil, ya que la victoria de Trump amplifica el deterioro de la relación de fuerzas. Pero no hay otro camino. En Estados Unidos, las y los sindicalistas en los sectores de la sanidad, la educación y el automóvil, que han librado recientemente importantes luchas, estarán sin duda en primera línea. Con las mujeres que luchan por sus derechos. Su lucha es nuestra lucha.
6/11/2024