
La COP 30 en Belem, Brasil, en el corazón de la selva amazónica, puede abrir la sienda para un salto de calidad en la lucha de masas, la única forma de desbloquear las batallas ecológicas, sociales, antiimperialistas y ecosocialistas.
Los movimientos sociales, ecologistas y antiimperialistas de todo el mundo se enfrentan al reto de organizarse como movimiento global contra la destrucción del clima y de la biosfera por parte del capitalismo. Las COPs del clima han sido secuestradas por los intereses fósiles, las COP de la biodiversidad están paralizadas y 15 millones de km2 de tierra ya han sido desertificados o degradados, ahora a un ritmo de 1 millón de km2 por año.
2024 fue el año más caluroso en 120.000 años, con un aumento de 3,6 partes por millón de CO2 en la atmósfera (el más alto jamás registrado en un año, 425,38 ppm) y temperaturas 1,5°C más altas que en el período preindustrial. Sin cambios radicales, superaremos sin duda un calentamiento de 2ºC antes de 2050. Asistimos así al fracaso de los tratados firmados en 1992 en Río de Janeiro contra la desestabilización climática, la pérdida de biodiversidad y la desertificación, del Acuerdo de París de 2015, que pretendía limitar el calentamiento global a 1,5ºC, y de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, adoptados aquél mismo año.
La dinámica política global agrava el catastrófico escenario medioambiental. El conservadurismo nacionalista, el fundamentalismo religioso y el neofascismo avanzan a través de la polarización contra el orden globalista. La economía post-2008 asiste simultáneamente a procesos de reafirmación y radicalización de la ortodoxia neoliberal y al crecimiento del proteccionismo. La crisis pandémica, resultado a su vez de un desequilibrio en el metabolismo entre sociedad y naturaleza, ha tenido un profundo efecto desorganizador en las cadenas de producción mundiales. Las grandes empresas y potencias apuestan por la innovación tecnológica: por tecnologías digitales que exigen cantidades absurdas de energía, como las de IA, pero también por tecnologías irracionales de secuestro de carbono, una justificación para mantener el statu quo fosilista.
Las dislocaciones geopolíticas intensifican las disputas entre imperialismos y subimperialismos y generan guerras devastadoras; el gasto militar se dispara. Las presiones voraces de la economía mundial se multiplican y, en la periferia del sistema, las reivindicaciones neoextractivistas y neocoloniales forman zonas de sacrificio de pueblos y territorios. El capital quiere que todo se privatice y que sólo las finanzas mundiales se tengan en cuenta en las políticas medioambientales mundiales, mediante la creación de «mercados de carbono». Nada de esto contribuye a enfrentar las crisis ambientales; incluso las políticas de «transición energética» acordadas anteriormente han demostrado ser muy frágiles.
Ahora, con el retorno de Trump a la Casa Blanca, el racismo, la xenofobia y la intolerancia se han unido al fosilismo y al negacionismo de la ciencia para dictar la política en el corazón del capitalismo. El nuevo gobierno estadounidense ya amenaza con promover anexiones territoriales de «gran garrote», indicando que actuará como un Estado «al margen de la ley», en contra del orden jurídico internacional que Washington estableció tras la Segunda Guerra Mundial. Trump ha vuelto a retirar a Estados Unidos de los acuerdos sobre el clima, se opone a las propuestas de transición energética y promete la expansión ilimitada de la extracción de combustibles fósiles. En la lucha contra las formas contemporáneas de fascismo, la lucha antiimperialista más clásica se está volviendo inseparable de la lucha medioambiental.
Cada año se multiplican las catástrofes de gran repercusión: Derna en Libia, Porto Alegre en Brasil, Valencia en España son sólo los ejemplos más recientes. Pero el mayor impacto se produce en las poblaciones rurales y en la periferia de las grandes ciudades, sobre los pobres, las mujeres, los niños y los ancianos, las poblaciones racializadas, los más vulnerables. La contaminación atmosférica es la segunda causa de muerte en el mundo, cobrando la vida de más de 8 millones de personas cada año.
Aunque poco tratada en la prensa, la gran sequía que azotó la Amazonia en 2023/24 ha tenido repercusiones duraderas para toda la humanidad, acercando a este bioma estratégico del Sistema Tierra, ya debilitado por la deforestación, a su punto de inflexión, momento en el que la selva se derrumba. Algunos de los principales científicos del clima han titulado su informe sobre el estado del clima para 2024 «Tiempos peligrosos en el planeta Tierra». No podemos sino reafirmar sus gravísimos diagnósticos y advertencias.
Los sectores más informados de la población saben que el «sistema» está sembrando tempestades. Los sectores críticos saben que el culpable tiene un nombre: capitalismo. La explotación por la acumulación, el afán de lucro a cualquier precio, la ley del valor, han alcanzado una escala tal que se ha vuelto incompatible con el respeto a los tiempos de la vida y a los límites de los sistemas naturales del planeta. El capitalismo verde es imposible. Los mercados libres y los gobiernos corrompidos por los empresarios nos han llevado a este desastre.
El anticapitalismo contemporáneo tiene un nombre: ecosocialismo. No hay futuro para la civilización y la biosfera de la Tierra sin el encuentro de las luchas socioambientales con una nueva forma de organización socialista de la humanidad. Para avanzar en este proyecto es necesario recuperar la independencia política de los explotados y oprimidos y llevar las luchas sociales, medioambientales y antiimperialistas a nuevos niveles de coherencia, organización y globalización.
La COP 30, que se celebrará en Belem en noviembre, ofrece una oportunidad única para ello. El evento tendrá lugar en Brasil bajo el gobierno de Lula y en una capital situada en la selva amazónica. Ya existe un esfuerzo conjunto de todos los movimientos sociales de Brasil para organizar una Cumbre de los Pueblos antes de la COP 30 y en paralelo a ella. Hay una enorme carencia de espacios abiertos y unificados para que todos los movimientos sociales puedan reunirse y expresarse (como lo fueron los Foros Sociales Mundiales) y esta aspiración se está canalizando hacia Belém.
Las condiciones son especialmente favorables. La Amazonia es la única región que ha mantenido una tradición regular de organizar Foros Sociales Pan-Amazónicos cada dos años; el 10º Fospa en 2022 fue en Belém y el 11º en 2024 en Rurrenabaque, Bolivia. Junto con la Asamblea Mundial por la Amazonía (AMA), la Red Eclesial Panamazónica (Repam) y la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica), los Fospa han alimentado una dinámica supranacional de encuentros de movimientos indígenas y sociales de la región, construyendo relaciones de confianza, una agenda común radical para combatir el extractivismo y la violencia que lo acompaña. Y han forjado vínculos con el movimiento mundial por el clima.
En junio de 2024, el XI Fospa elaboró «Un llamado desde la Amazonia para construir un acuerdo por la vida frente al colapso climático y ecológico», que parte del eslogan clásico del movimiento climático – «Cambiar el sistema capitalista, no el clima» – para llamar a la constitución, en torno a una plataforma de diez puntos, a una coalición global en defensa del clima y de la vida. Esta coalición ya se había reunido en Belém en agosto de 2023, en la Cumbre Panamazónica de presidentes. Volvió a reunirse en Yasuní, Perú, en agosto de 2024, durante la COP16 sobre biodiversidad, en Cali, Colombia, en octubre, y en Río de Janeiro en noviembre, cuando se elaboró una propuesta de acuerdo entre los movimientos de las forestas tropicales. A finales de mayo de 2025 se celebrará en São Paulo un seminario internacional para trazar el camino definitivo hacia Belém. Además, el I Encuentro Ecosocialista Latinoamericano (celebrado simultaneamente al VI Encuentro Ecosocialista Internacional), que se reunió en Buenos Aires en mayode 2024, ha fijado su próximo punto de encuentro en Belém, en los días previos a la COP 30. Trataremos de expresar, en un espacio autónomo en Belém, la Cumbre de los Pueblos, el conflicto social y político y las iniciativas de articulación necesarias para reconstruir un poderoso movimiento climático global.
El espacio abierto a los movimientos sociales en Belém es también una oportunidad para promover otra iniciativa estratégica, una dinámica de encuentros antifascistas, ahora más urgentes por la inauguración de la administración Trump y sus reaccionarias políticas nacionalistas. Originalmente previsto para mayo de 2024 en Porto Alegre, el Primer Encuentro Antifascista tuvo que ser aplazado debido a la catástrofe climática que destruyó la región. Pero la necesidad de ello es más grande que nunca. Realizarlo este año dispersaría fuerzas que deberían converger en la convocatoria de Belém. Pero debemos aprovechar Belém para organizar un pre-encuentro capaz de apalancar el primer Encuentro Internacional Antifascista a realizarse en el primer semestre de 2026.
En cuanto a la COP 30, no es cuestión de hacerse ilusiones de que las negociaciones internacionales entre Estados produzcan, en el escenario actual, un acuerdo que actualice los objetivos nacionales de emisiones o recalifique el proceso de negociaciones climáticas (cada vez más percibido como inseparable de las relativas a la biodiversidad y la desertificación). Con Trump en el poder y el crecimiento de la extrema derecha en la Unión Europea, el fosilismo se refuerza. El reto inicial para los movimientos obreros y los sectores populares es hacer converger las luchas socioambientales en un movimiento internacional capaz de construir confrontaciones de mayor calidad.
No debemos minimizar las dificultades que nos esperan. Belém no es Porto Alegre y la COP 30 no es un Foro Social Mundial. La ciudad es una de las capitales de estado de Brasil con las infraestructuras urbanas más precarias y la estructura hotelera ya ha sido bloqueada por el gobierno brasileño para la COP 30. Lula ya ha nombrado presidente de la COP al embajador André Corrêa do Lago, un veterano negociador climático, pero se verá limitado por la correlación de fuerzas adversa adentro del ejecutivo federal brasileño, donde el agronegocio, el fosilismo y el extractivismo tienen una influencia decisiva. Los gobiernos de la Unión (federal), del estado de Pará y municipal de Belém están alineados y ya han señalado que intentarán reducir la participación social durante el evento de la COP. Pero no estamos fijando metas imposibles: Belém ya acogió un FSM en 2009 con más de cien mil participantes. Los movimientos sociales de Belém y Panamazonia darán la bienvenida a quienes vengan a solidarizarse con sus luchas, que son estratégicas para todo el mundo.
Los militantes de la Cuarta Internacional en Brasil, trabajando en sus diferentes organizaciones, deben converger sus esfuerzos y, en sintonía con los de otros países, para hacer posible que Belém sea un espacio abierto a los movimientos, a los intercambios políticos y a la organización de campañas. Necesitamos concretar nuestro Manifiesto del Marxismo Revolucionario en la Era de la Destrucción Ecológica y Social Capitalista. La invitación a Belém es la llamada a un salto de calidad en la lucha de masas, la única forma de desbloquear la lucha ecológica, social y antiimperialista, ¡la lucha ecosocialista!
28 de febrero 2025
Aprobada por el Congreso mundial