Putin acusa a Lenin de haber dividido Rusia para crear Ucrania. Pero la historia real de la región muestra que, mientras el imperio zarista colapsaba, los bolcheviques sostuvieron las reivindicaciones de autonomía nacional.
El mes [de febrero], cuando anunció la invasión a Ucrania, Vladimir Putin hizo una presentación detallada de su concepción del mundo y de la historia. El presidente ruso explicó que los ucranianos no existen, que su identidad es un mero invento y que el Estado ucraniano es un error. Es más, dijo que su creación había sido un acto de robo ilegítimo perpetrado contra Rusia.
Putin se ensañó sobre todo con Vladimir Lenin y contra su concepción de la Unión Soviética como un Estado federal. Dijo que esa fue la bomba de tiempo que determinó el colapso de la URSS, «la catástrofe más grande del siglo veinte». También manifestó con franqueza su simpatía por Iósif Stalin, quien, renunciando a las ideas de Lenin, había logrado cimentar «un Estado estrictamente unitario y totalmente centralizado» dentro de las fronteras del viejo imperio zarista. La única crítica que Putin dirigió a Stalin es la de no haber revisado con más conciencia los principios de Lenin, es decir, no haberse deshecho de la autonomía formal de las repúblicas soviéticas.
Incluso aquellos que no cuestionan el derecho histórico de Ucrania a la independencia, suelen asumir que sus fronteras, aunque reconocidas a nivel internacional, son, en esencia, artificiales. Muchos no cuestionan la afirmación de Putin de que las regiones del sudeste de Ucrania fueron «robadas» a Rusia en beneficio de Ucrania. Por su parte, Putin insiste en que estas regiones «históricamente rusas» fueron anexadas a Ucrania recién en los años 1920. Pero, ¿qué nos enseña la historia?
En efecto, fueron los bolcheviques, después del triunfo en su lucha por el poder, desplegada hacia el final de la Primera Guerra Mundial, los que tuvieron que resolver el problema de la frontera entre Rusia y Ucrania. Trazar los límites de un nuevo país en el marco de un imperio antiguamente centralizado no era un problema menor, especialmente porque, mientras duró el zarismo, las provincias que se convirtieron en Ucrania no tenían ningún estatus particular ni gozaban de autonomía. En el siglo diecinueve, el territorio de la Ucrania contemporánea estaba dividido en tres gobiernos generales que abarcaban varias provincias: el Gobierno General de Kiev (noroeste), el Gobierno General de Rusia Menor (noreste) y el Gobierno General de la Nueva Rusia y de Besarabia (este y sur). Después de la liquidación gradual de los gobiernos generales, la subdivisión tripartita se mantuvo: las estructuras heredadas del imperio no desaparecieron sin más después de las revoluciones de febrero y octubre. En 1917-1918, esa pervivencia, además de orientar muchas decisiones políticas, influyó en las estrategias de las fuerzas más importantes y en sus estructuras organizativas. Y también definió lo que las historiadoras Sophie Coeuré y Sabine Dullin denominan sus «geografías mentales».
La cuestión nacional olvidada
Después de que la revolución de febrero terminó con el zarismo, en Ucrania, como en el resto del imperio, los sóviets (consejos obreros) y el gobierno provisional empezaron a luchar por el poder. Pero en Kiev había un tercer actor: la Rada Central, una coalición de distintos partidos ucranianos que buscaban la autonomía. El único censo de la región, realizado en 1897, no incluía datos de la etnicidad de los habitantes del imperio. Los defensores de la autonomía denominaban ucranianos a todos los que habían indicado el «ruso menor» como su lengua materna; consecuentemente, Ucrania incluía todos los territorios donde esta población era mayoritaria. Esa forma de definir el espacio político era bastante lógica: para un país cuyo territorio había estado sometido durante tanto tiempo a las autoridades imperiales, que negaban la subjetividad histórica y cultural de sus habitantes —y estructuraban, en cambio, circuitos económicos que obedecían a las necesidades de la metrópolis—, los criterios de legitimidad histórica o racionalidad económica difícilmente podían servir como argumentos en la disputa por la autonomía.
Amparándose en estos datos referentes al idioma, la Rada Central confeccionó una lista de provincias que debían ser consideradas ucranianas. Esta incluía a Kiev, a Volinia, a Podolia, a Poltava y a Chernígov, pero también a las provincias del sur y del este: Járkov, Yekaterinoslav, Jersón y Táurida (sin Crimea). Aunque las ciudades grandes eran centros de dominación colonial y hablaban ruso, la población rural indígena hablaba ucraniano y era mayoritaria en todas las regiones.
Para los militantes bolcheviques, la autonomía de Ucrania y sus problemas territoriales estaban lejos de ser una prioridad. Un miembro del partido recordaba que estaban «absolutamente desarmados a la hora de comprender el concepto de la unidad de Ucrania» y no habían contemplado el problema que planteaban sus posibles fronteras. De hecho, los espacios geográficos en los que operaban los bolcheviques dependían sobre todo de los sóviets y de las relaciones que estos establecían entre sí. En 1917, en el territorio de la futura Ucrania, había tres agrupamientos de sóviets: uno centrado en Kiev, otro en Odessa y otro que reunía los sóviets de la región industrial de Donetsk-Krivói Rog. Esta división se superponía casi exactamente con el mapa administrativo de la época zarista, que también contaba con estas tres zonas. Las ramas regionales del partido bolchevique se formaron siguiendo el mismo principio territorial y los militantes se organizaron en los límites fijados por estas tres áreas.
Poco tiempo después, una serie de acontecimientos para los que estaban mal preparados superó completamente a los bolcheviques: en octubre de 1917, en Kiev, no fueron ellos los que vencieron al gobierno provisional, sino la Rada Central, que consolidó de esa forma su poder. Yevgenia Bosch, que formaba parte de la sección kieveña del partido bolchevique, escribió que «cuando la cuestión de la autodeterminación ucraniana se planteó en la práctica», la organización todavía carecía de un «programa real».
Del otro lado del Dniéper
El fracaso del plan inicial de tomar el poder en Kiev mediante un golpe de fuerza llevó a los bolcheviques a adoptar un plan B: organizar un congreso de sóviets en conjunto con la Rada Central. La segunda parte de este plan implicaba transportar en masa delegados bolcheviques de la provincias del este y usar esa fuerza numérica para torcer el balance de fuerzas en favor de los partidarios de la nueva autoridad petersburguesa. Pero los simpatizantes de la Rada conquistaron la mayoría y el congreso terminó con la derrota de los bolcheviques.
Entonces estos tuvieron que improvisar un plan C y decidieron «buscar un lugar donde el proletariado es más numeroso, está más concentrado y tiene más conciencia». La delegación partió rumbo al este, a Járkov, una ciudad industrial importante. Los recién llegados intentaron convencer a sus camaradas de que todos perseguían el mismo objetivo: sovietizar íntegramente a Ucrania. Sin embargo, los bolcheviques del este querían, sobre todo, hacer pie en la clase industrial y obrera de la óblast de Donetsk-Krivói Rog, y dejar mientras tanto que los campesinos ucranianos de las provincias del oeste eligieran un gobierno «a su medida». Los bolcheviques de Kiev dijeron que el enfoque de sus camaradas adoptaba la forma de la «política del avestruz» y los acusaron de «bloquear su propio desarrollo en el Donbás».
A pesar de los desacuerdos, el 12 de diciembre de 1917, el congreso de Járkov proclamó el poder soviético, declaró la creación de la república soviética de Ucrania (unida al imperio ruso con un lazo federal) y anunció el fin de la Rada. El nombre del nuevo Estado era idéntico al que había elegido la Rada: República Popular Ucraniana, o RPU. Es que, evidentemente, el objetivo era simplemente sustituir la RPU de la Rada por la RPU soviética. Pero estaba claro que la idea de Estado ucraniano, tal como había sido definida por el movimiento nacional, tenía más influencia y pesaba más en la conciencia popular. Y, aunque lo hicieron de una forma particular, los bolcheviques terminaron aceptándola.
La república soviética de Donetsk-Krivói Rog
Aunque el partido estaba lejos de alcanzar un consenso en torno a estos temas, cuando se declaró la Ucrania soviética, los dirigentes bolcheviques de Járkov ya estaban construyendo una república local con sus propios órganos de poder. Entonces, ¿por qué se opusieron a la declaración? Algunos miembros señalaban que la decisión de los bolcheviques de Járkov de aislarse en un ambiente urbano rusificado hacía que los contactos con el campesinado ucraniano fueran demasiado estrechos. Por lo demás, hay que decir que los militantes bolcheviques no eran inmunes a la ideología de la Gran Rusia imperial. Pero no se trataba únicamente de un choque entre portadores de lealtades regionales o nacionales distintas, sino también de un desacuerdo táctico y estratégico.
Aparentemente, la idea de una república de Donetsk-Krivói Rog, que uniera Ucrania del este y la parte industrializada de la óblast del Don, surgió entre los bolcheviques de Járkov bajo influencia de militantes que provenían de Rostov del Don, derrotada hacía poco por el general antibolchevique Alekséi Kaledín. El Don era el punto de encuentro de muchas fuerzas antibolcheviques y por eso muchos pensaban que representaba una amenaza inmediata. Por el contrario, el Donbás era una región fiel al poder soviético, capaz de imponer su voluntad proletaria sobre el campesinado y las regiones «reaccionarias». Entonces, garantizar el apoyo de la población local era una prioridad tanto para aquellos que habían huido de Kiev como para los fugitivos de Rostov. Sus planes respectivos eran básicamente los mismos: integrar el Donbás en su proyecto estatal y utilizar sus fuerzas para expulsar al enemigo de su territorio.
En enero de 1918, las fuerzas armadas soviéticas tomaron la capital ucraniana. El gobierno de la Rada Central abandonó la zona. Por lo tanto, según los bolcheviques de Járkov, no había ninguna necesidad de mantener la Ucrania soviética, pues su misión táctica —tomar el control de Ucrania— había concluido. Decidieron entonces que las provincias de Yekaterinoslav, Járkov, Táurica (sin Crimea) y una parte de la óblast del Don, formarían en adelante una república separada: la República Soviética de Donetsk-Krivói Rog (RSDKR).
Pero, ¿por qué fundar una república con esos límites territoriales? Su proclama estaba justificada principalmente por el hecho de que «las cuencas de Donetsk y de Krivói Rog representan una unidad económicamente autosuficiente». De acuerdo con los partidarios de la RSDKR, con la revolución socialista, «el principio de clase, es decir, la economía, se había impuesto sobre el principio nacional». Insistían en que «crear Ucrania, incluso una Ucrania soviética, sería una decisión reaccionaria» porque la concesión de una forma nacional a ese Estado implicaría el «retorno al pasado». En cambio, fundar un Estado con el criterio exclusivo de su relevancia económica era racional y por lo tanto progresivo. La RSDKR estaba llamada a convertirse en el primer paso hacia ese futuro. Los bolcheviques de Járkov estaban convencidos de que, creando la república económica en vez de la nacional, estaban defendiendo una perspectiva verdaderamente marxista del mundo y de la historia. La idea de Lenin de que la nación es un paso necesario en la transición histórica hacia una sociedad socialista se impuso y se convirtió en un principio orientador de la URSSS recién en 1922. En 1917-1918, una buena parte de los miembros del partido bolchevique, si no la mayoría, todavía estaba convencida de que la revolución socialista y la igualdad que había concretado volvían obsoleta la «cuestión nacional».
Es más, los fundadores de la República Soviética de Donetsk-Krivói Rog justificaban su decisión por la necesidad de poner todos los recursos del Donbás a disposición de los «centros industriales del norte», como Petrogrado y Moscú. «Queremos unir todo el país», insistía el dirigente Fiódor Serguéiev, suponiendo que «todo el país» significaba el antiguo imperio zarista y la metrópolis de la Gran Rusia. En cambio, percibía que la proclama de la República Soviética de Ucrania era una decisión perjudicial, «un capricho que no podía durar» y que rompía la unidad del espacio económico imperial heredado de la época zarista.
Serguéiev informó su decisión a Petrogrado. Y la respuesta llegó de inmediato: «Consideramos que la separación es perjudicial». Sin embargo, las autoridades centrales evitaron tomar una decisión definitiva a favor de uno u otro bando. Las circunstancias cambiaban de un día a otro.
En marzo de 1918, buscando dejar atrás la Primera Guerra Mundial, la República Soviética Rusa firmó un tratado de paz con las potencias centrales. Una de las condiciones era la retirada de las tropas del ejército rojo del territorio ucraniano y el abandono de los reclamos territoriales rusos en la región. Evidentemente, los bolcheviques de Ucrania no querían rendirse tan fácilmente. Ahora bien, ¿qué pasaba si la Ucrania soviética proclamaba su independencia? Entonces podía oponerse a la ocupación sin que la responsabilidad de las acciones recayera sobre la Rusia soviética. Para que eso fuera posible, era necesario convenir un nuevo congreso que votara por la independencia ucraniana y la resistencia armada contra los invasores alemanes y austríacos. El Comité Central del partido bolchevique apoyó el proyecto y finalmente emitió una orden clara: la RSDKR debía pasar a formar parte de Ucrania y enviar delegados al congreso.
Sin embargo, cuando los alemanes comenzaron a invadir las regiones industriales, Moscú mostró una carta distinta, la de la pertenencia de Donetsk-Krivói Rog a Rusia, y afirmó que la ofensiva alemana «excedía las fronteras del territorio propiamente ucraniano». De esa manera, las autoridades soviéticas, involucradas en un juego diplomático, habían buscado mantener abiertas todas las posibilidades en Ucrania. Pero cuando las fuerzas austroalemanas hubieron ocupado todo el territorio, el juego se terminó.
¿Por qué «inventar» Ucrania?
Lejos de ser un plan de acción coherente y premeditado, las decisiones que tomaron los bolcheviques en 1917-1920 resultaron de una serie de restricciones y de las oportunidades del momento. En 1917, sobre todo gracias a la perseverancia de los hombres de la Rada, Ucrania se impuso como un nuevo espacio político. Esta nueva realidad, en un primer momento analizada pobremente por los bolcheviques, terminó forzándolos a tomar posición sobre temas que en principio eran ajenos a su agenda. Más importante todavía, los obligó a enfrentar la contradicción entre la inmensidad de sus ambiciones políticas a nivel mundial y las dificultades bien concretas que planteaba a nivel local una revolución triunfante en un imperio colonial decadente. Esta contradicción inició un largo proceso que reconfiguró la geografía mental de los marxistas rusos.
Como sea, el interrogante principal sigue siendo por qué, después de derrotar a los nacionalistas ucranianos, las autoridades soviéticas siguieron apoyando la concepción de una «Ucrania más grande», dejando de lado toda posibilidad de un Donbás ruso o independiente. ¿No estaba completa la principal misión del proyecto, a saber, el triunfo contra los nacionalistas ucranianos?
Hasta 1922, el objetivo general de los bolcheviques seguía siendo la revolución mundial. Por lo tanto, era necesario ganar el apoyo de los pueblos ajenos al núcleo ruso que aceptaban el gobierno soviético para expandir los límites de la revuelta popular. Los ojos estaban puestos en Occidente: los levantamientos de los países europeos eran la única esperanza de supervivencia con la que contaba la revolución, de la que Octubre no había sido más que una primera chispa. En este sentido, Ucrania cumplía un rol importante en la empresa revolucionaria mundial: abrir la primera puerta a Europa, particularmente a Alemania. Por eso la retórica abiertamente antinacional de los dirigentes de la RSDKR podía representar un perjuicio para el poder soviético y alejar a los aliados ucranianos de los bolcheviques.
Durante la guerra civil, los comunistas hicieron flamear la bandera de la Ucrania soviética en muchas oportunidades, especialmente durante las ofensivas militares, con el fin de garantizar el respaldo de la población local. Sin embargo, recién en 1919-1920 los dirigentes bolcheviques empezaron a comprender que la Ucrania soviética formalmente independiente, provincias del este y del sur incluidas, no solo era una buena respuesta táctica para neutralizar a los nacionalistas, sino que tenía ventajas a largo plazo. Las ciudades del este, centros de dominación colonial y crisol industrial, podían convertirse en una especie de correa de transmisión entre la metrópolis rusa y la periferia «campesina» de Ucrania. Por eso Moscú abandonó la idea de separar esa región de Ucrania y adoptó una perspectiva completamente opuesta.
Como dice con justeza Terry Martin, la estrategia bolchevique pasaba por «asumir la dirección de lo que ahora se nos presenta como un proceso inevitable de descolonización». Ese es el motivo por el que, primero en la teoría y después en la práctica, Lenin optó por el principio nacional en la construcción de la URSS. Cada país soviético debía tener su propio territorio y convertirse en una «región nacional» con una administración delimitada, plan nada fácil de implementar en un imperio continental como Rusia. En efecto, el imperio zarista tenía una multiplicidad de áreas geográficas y estaba a medio camino entre el estatus metropolitano y el colonial. Ucrania del este representaba una zona de hibridación: sus centros urbanos, orientados económica y culturalmente hacia Rusia, eran islas en un océano social, étnica y culturalmente rural.
La tarea ardua y ambiciosa de construir una región nacional para cada Estado soviético tenía ventajas a la vez económicas y políticas, pues favorecía el establecimiento de un tipo de estructura estatal que garantizaba la toma de decisiones centralizada —según los bolcheviques, elemento sine qua non de la transición al comunismo—, pero apelaba también a las poblaciones locales y a sus particularidades. Concediendo a la idea del Estado nación como adecuación entre nación y territorio, los bolcheviques esperaban preservar la integridad territorial del antiguo Imperio ruso y transformarla en un Estado socialista multiétnico. Se suponía que la federación de las repúblicas soviéticas sería solo el primer paso en un largo proceso de fusión y eliminación consecuente de las naciones, primero en la URSS y después en todo el mundo. Fue esta política, que Francine Hirsch denomina «evolucionismo patrocinado por el Estado», implementada en el marco de un Estado centralizado con una estructura económica y administrativa cuasi colonial, la que terminaría dándole a la URSS su forma distintiva.
Pero el ideal de la «fraternidad de los pueblos» se convirtió rápidamente en una pantalla de humo que pretendía disimular el imperialismo estalinista. De esa manera, nunca llegó a desatarse el nudo de contradicciones que formaban el legado imperial del zarismo y el proyecto utópico del bolchevismo sobre el que se fundó la URSS. Hoy sigue representando un desafío en muchos países del espacio postsoviético que fueron privados de su soberanía económica, política y nacional durante todo el siglo veinte. En continuidad con su larga historia imperial, la Rusia de Putin sigue ejerciendo una dominación brutal sobre sus antiguas colonias.
Con sus argumentos históricos irredentistas y revisionistas, Putin pretende destruir el proyecto de autonomía nacional de Lenin para justificar su guerra bárbara contra los ucranianos. Es tiempo de decir basta a esta negación de la subjetividad, no solo del Estado, sino también del pueblo ucraniano. Nuestra solidaridad debe estar del lado de los que tomaron las armas para combatir contra la fuerza imperialista, y también con todos aquellos que en Rusia, poniendo en riesgo su propia libertad, protestan contra la aventura militar del Kremlin.
15 de marzo 2022
Fonte Jacobin America Latina
Hanna Perekhoda, originaria de Donetsk, es profesora asistente de Historia en la Universidad de Lausana. Forma parte del Comité de solidaridad con el pueblo ucraniano y con los rusos que se oponen a la guerra.