En la capital libanesa, Beirut, el 8 de agosto de 2020 tuvieron lugar protestas masivas, la gente salió a las calles pidiendo venganza contra las y los políticos que tienen la responsabilidad colectiva de la explosión masiva del puerto el 4 de agosto. Las manifestaciones irrumpieron en el Ministerio de Energía, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Ministerio de Economía, el Ministerio del Medio Ambiente [ministerios de los que fueron expulsadas por el ejército] y dieron fuego a la sede de la Asociación de Bancos. “Este es el corazón de la corrupción. El centro del fraude y el saqueo”, comentó uno de los manifestantes mientras filmaba dentro del Ministerio de Energía.
Según el activista libanés Jad Chaaban, las y los activistas estaban furiosos porque las luces y el aire acondicionado estuvieron encendidos durante toda la semana en el edificio vacío, cuando la mayor parte del resto de Beirut estaba sumido en la oscuridad.
Cuando decenas de miles de personas salieron a las calles, las autoridades respondieron y enviaron a los militares a golpear y arrestar a las y los manifestantes. Los gases lacrimógenos llenaron Gemayze, el barrio devastado cerca del epicentro de la explosión. Videos que circularon en las redes sociales mostraban a soldados disparando en varios lugares de la capital con munición real y balas de goma a gente que se manifestaba desarmada. El comité legal formado para defender a las y los manifestantes arrestados dijo que había documentado docenas de casos de manifestantes con heridas de bala.
La explosión que desgarró Beirut el 4 de agosto exacerbó la miseria de la población después de un año de desastres. Líbano ya estaba experimentando la crisis económica más profunda en la historia moderna del país y los efectos de la pandemia de Covid-19, cuando la explosión mató al menos a 150 personas y envió enormes ondas expansivas a través de la ciudad, hiriendo a miles y dañando gravemente los hogares de unas 300.000 personas.
El 7 de agosto, las autoridades estimaron la pérdida económica debida a la explosión en alrededor de 15.000 millones de dólares. Una explosión atribuida a un incendio en un silo que almacenaba nitrato de amonio en el puerto.
Entre las personas muertas se encontraban socorristas, entre ellos diez bomberos muertos en el incendio, decenas de personas que trabajaban en el puerto y personas fallecidas por las ondas de choque que azotaron la ciudad. El puerto juega un papel esencial en la economía libanesa, que depende en gran medida de las importaciones. Los silos de grano ubicados junto al almacén destruido por la explosión han sido destruidos, lo que amenaza con agravar la crisis alimentaria existente.
Incluso antes de la explosión, cientos de miles de libaneses y libanesas se enfrentaban a la escasez de alimentos en medio de una inflación creciente y un desempleo masivo. A finales de julio, Save the Children advirtió de que casi un millón de personas, la mitad de ellos niños y niñas, «luchaban por sobrevivir». «Vamos a empezar a ver niños muriendo de hambre antes de fin de año», dijo a los medios Jad Sakr, director nacional interino de la organización.
Las y los ciudadanos libaneses no son los únicos que se enfrentan al desastre, ya que Líbano es el hogar de millones de sirios y palestinos que enfrentan una discriminación sistemática en el lugar de trabajo y sufren una pobreza endémica. Aproximadamente un tercio de las víctimas de la explosión anunciadas hasta ahora eran de ciudadanía siria. Según el Programa Mundial de Alimentos, mientras que una de cada cinco personas libanesas dice que se ha saltado comidas o se ha quedado sin comer para llegar a fin de mes, la cifra aumenta a un tercio para las y los sirios en el Líbano.
Otro grupo extremadamente vulnerable lo constituyen las decenas de miles de trabajadoras del hogar que llegan a Líbano bajo el sistema de kafala, abusivo y coercitivo [que implica la condición de trabajo forzoso]. Las trabajadoras domésticas son “patrocinadas” por su empleador que controla sus pasaportes y su derecho a trabajar en el país. El sistema está creado para favorecer a quienes abusan de la situación y muchas mujeres se han visto desamparadas y atrapadas en Líbano después de haber sido abandonadas durante la pandemia por quienes les habían empleado.
Incluso antes de la pandemia, la crisis económica estaba provocando escasez de suministros médicos vitales, pues los hospitales tenían grandes dificultades para obtener suministros y medicamentos en el extranjero. La crisis financiera ha sido utilizada por algunos hospitales para proceder a despidos masivos de su personal: la Universidad Americana de Beirut despidió a más de 1.000 personas el 17 de julio, incluidos cientos de enfermeras y personal administrativo del hospital universitario. En el momento del anuncio, las fuerzas de seguridad desplegaron vehículos blindados para intimidar a las y los trabajadores y tratar de poner fin a las protestas.
La dirección atribuyó la reducción de personal al colapso financiero, pero el personal y las y los estudiantes rechazaron el intento de hacer que la gente más vulnerable pague la crisis. El Comité Ejecutivo de Faculty United, que representa al personal académico, dijo en un comunicado: “Las y los empleados y colegas han sido tratados como ‘mercancías desechables’, en lugar de seres humanos. Entendemos completamente la necesidad urgente de medidas de reducción de costos… estas medidas nunca deben apuntar a la gente más débil y vulnerable, sino que deben comenzar en la cúspide de la jerarquía de la UAB (Universidad Americana de Beirut)».
Tanto personal laboral como estudiantes salieron a las calles para mostrar solidaridad con las y los trabajadores despedidos, sellando las puertas de la universidad con cinta adhesiva y alegando que era una «escena del crimen ”.
La dimensión de la criminalidad en la cima del Estado libanés significa que no es suficiente luchar por puestos de trabajo y atacar a un empleador tras otro, dicen las y los activistas libaneses. Desde el pasado octubre, millones de personas han salido a las calles para exigir un cambio revolucionario y la caída del podrido sistema de gobierno confesional. Aunque la primera ola de protestas logró forzar la renuncia del primer ministro Saad al-Hariri, finalmente se formó un nuevo gobierno que no llegó a la raíz del problema. La sensación de que el cambio debe venir de abajo se vio acentuada por la rabia ante la total insensibilidad con la que la clase política ha tratado a la mayoría de la población. Como dijo Rima Majed, una sindicalista independiente que enseña sociología en UAB, en Twitter el 8 de agosto: «No repitamos el error de octubre de 2019, hay una oportunidad política que no debemos dejar pasar, hoy no nos estamos movilizando para expresar nuestros sentimientos, nos estamos movilizando para terminar con esta regla mafiosa criminal. Para eso, necesitamos personas de confianza que se movilicen y formen un comité de emergencia que se encargue de intervenir como alternativa a partir de ya”.
Permitir que el sistema político existente monopolice las ayudas supone el riesgo de reproducir el mismo sistema confesional, agregó Rima. “La gente no tendrá ingresos y la ‘caridad’ que vendría del estado y su mafia puede ser un camino peligroso que podría permitir la reproducción de quienes están en el poder, criminales que ayer nos hicieron saltar por los aires!»
Las y los dirigentes internacionales se han apresurado a prometer apoyo financiero, mientras que el presidente francés Emmanuel Macron llegaba a Beirut para fustigar al establishment político libanés. Sin embargo, el sistema político confesional contra el que la gente se rebela hoy es en gran parte una creación deliberada de las autoridades coloniales francesas que desde la década de 1920 dejaron un legado de división para gobernar mejor el país. El gas lacrimógeno que asfixió a las y los manifestantes en las calles de Beirut fue suministrado por empresas francesas a las fuerzas de seguridad, según la gente de los movimientos sociales.
Instituciones financieras mundiales como el FMI –que negocia un «plan de rescate» con el gobierno libanés– están proponiendo soluciones que llevarán a más gente al desempleo y la indigencia a través de la «reforma» neoliberal del sector público. Las cuentas del banco central libanés, incluidos los dudosos trucos de «ingeniería financiera» que, según los expertos, estaban diseñados para ocultar enormes pérdidas, fueron aprobadas recientemente por Deloitte, una de las empresas que se benefició de la privatización del sistema de salud.
Algunas acciones posibles:
– Pedir el fin inmediato de la violenta represión de las manifestaciones. Ponerse en contacto con la embajada libanesa en su país para solicitar la liberación de las y los manifestantes detenidos. Díganle al gobierno británico que evite que cualquier forma de ayuda y equipo militar llegue al represivo régimen sectario.
– Hacer donativos a organizaciones no religiosas que se estén movilizando para apoyar a las personas sobre el terreno (por ejemplo: https://www.justgiving.com/crowdfunding/lebanon-relief).
– Participar en las manifestaciones organizadas por activistas libaneses en el extranjero: controlar las redes sociales en busca de iniciativas que tengan como objetivo la embajada y ayudar a difundir el mensaje.
10/08/2020