Las resistencias a la mundialización capitalista, una oportunidad para un nuevo internacionalismo”

 

Introducción

La resolución “Las resistencias a la mundialización capitalista, una oportunidad para un nuevo internacionalismo” fue adoptada por el Comité Ejecutivo Internacional de la IV Internacional en noviembre de 2000. La introducción que viene a continuación se presentó y discutió en el XV Congreso Mundial, y seguidamente se enmendó en función de esos debates. Dicha introducción alimentará, al igual que la resolución de noviembre de 2000, la continuación de una reflexión colectiva sobre el proceso de mundialización capitalista y sobre el desarrollo del movimiento “altermundista”.

La resolución “Las resistencias a la mundialización capitalista, una oportunidad para un nuevo internacionalismo” se escribió poco después de la manifestación de Seattle, en unos momentos en que resultaba claro que se estaba produciendo un giro en la situación mundial pero aún era demasiado pronto para que fuera posible evaluar la amplitud de ese giro.

Ahora disponemos de más perspectiva, y es posible precisar un poco el análisis y apuntar algunos de los problemas que plantea ese resurgimiento de los movimientos.

Durante los tres últimos años, la situación mundial ha estado marcada por la aceleración de la lógica belicista y por la crisis económica iniciada en 2001. En el marco de la presente introducción, queremos limitarnos, esencialmente, al análisis de esas evoluciones a partir de la experiencia de los movimientos de lucha contra la mundialización liberal. No obstante, comenzaremos por algunas observaciones referentes al propio proceso de mundialización capitalista.

 

Las contradicciones de la mundialización capitalista

La resolución de noviembre de 2000 indicaba que el proceso de mundialización capitalista afectaba a todos los ámbitos (económico, social, político, cultural, militar...) y requería la emergencia de un nuevo modo de dominación. También señalaba que dicho proceso seguía inacabado y resultaría probablemente inacabable, de tan cargado de contradicciones como estaba.

Desde entonces, la vertiente militar de la mundialización capitalista se ha manifestado en toda su amplitud, en una medida mucho mayor que en el momento en que se redactó la resolución de noviembre de 2000. De ese modo, la lucha contra las lógicas de guerra ha adquirido una dimensión central y verdaderamente internacional, en una escala que todavía no tenía hace tan sólo tres años.

Asimismo, la preparación de la guerra en Irak ha puesto de manifiesto la gravedad de las contradicciones interimperialistas que se expresan en el marco del proceso de mundialización, y ello en una medida aún superior a lo sucedido en el momento de Seattle.

No hay modo posible de subestimar la brutalidad de la ofensiva social (políticas liberales...) y militar (tesis de la “guerra preventiva”...) emprendida por la burguesía en el plano internacional y en el marco de la mundialización. Sin embargo, se confirma que, debido a su propia universalidad y su propia violencia, esa ofensiva suscita resistencias crecientes e impulsa la unificación de las mismas, al mismo tiempo que provoca importantes contradicciones en el seno de las clases dominantes.

 

La cuestión de la amplitud del giro en curso

Hay varios elementos que permiten pensar que hemos entrado en una fase mundial de radicalización que es comparable por su amplitud –aun cuando el contexto es totalmente distinto- a la fase de radicalización de las décadas de 1960 y 1970.

El carácter internacional de esa radicalización es su primer rasgo definitorio. Al igual que la primera mundialización del capitalismo, entre 1850 y 1880, facilitó la internacionalización del movimiento obrero emergente, la mundialización actual se halla en el origen de movimientos de protesta radical que se desarrollan de modo particular en los países más afectados por la mundialización capitalista y se construyen de inmediato en el terreno interenacional. Más allá de sus diferencias nacionales y continentales, los movimientos han entrado en una dinámica de refuerzo mutuo, pues la pertenencia a un “movimiento mundial” se vive como una baza importante en la constitución de las relaciones de fuerza, incluso en el ámbito nacional.

La segunda característica de esos movimientos es su capacidad de integrar nuevas cuestiones políticas. Concentrados en una primera etapa en la denuncia global de la mundialización y en particular de las instituciones que la ponían en práctica –FMI, Banco Mundial y OMC-, los movimientos se extendieron de modo muy rápido y con facilidad a las cuestiones sociales y medioambientales que se hallaban en la base del rechazo de la mundialización liberal. Menos evidente resultaba la reacción frente a las guerras que se han multiplicado después de los atentados del 11 de septiembre; sin embargo, también en ese caso, y con suma rapidez, los movimientos han sabido integrar la lucha contra la guerra y el militarismo y conectar con los movimientos por la paz, herederos de los de la década de 1980 y activos, en ciertos países, en la solidaridad con los Balcanes o Palestina.

El último elemento, y quizás el más importante, es la ampliación de esos movimientos tanto en el plano numérico –centenares de miles de personas participan en los foros sociales, y millones de ellas en las manifestaciones organizadas con ocasión de los mismos– como en el terreno social y militante. En la época de Seattle, una parte importante de las manifestaciones estaba formada por jóvenes que a menudo procedían de “buenas” universidades, lo cual constituía otro indicio de la profundidad de un movimiento que no sólo era la expresión de la resistencia de sectores víctimas de la mundialización y el neoliberalismo, sino también el signo de una profunda crisis interna del sistema, la cual conduce, como en los años 1960 y 1970, a una parte significativa de la juventud estudiantil a poner en cuestión de modo radical dicho sistema. Sin embargo, el movimiento se amplió muy rápidamente, y en la actualidad los movimientos campesinos, los movimientos de mujeres, el conjunto del movimiento sindical y la mayoría de las ONG se hallan implicados, en mayor o menor medida, en un proceso cuyos momentos de encuentro más amplios son los foros sociales. Así, mientras que en las décadas de 1960 y 1970 la mayoría del sindicalismo, poderoso en el plano numérico pero marcado por sus victorias graduales en los años de posguerra, se oponía al ascenso de un movimiento de protesta que volvía a poner en cuestión la “sociedad de consumo”, en la actualidad el movimiento obrero, debilitado durante los años 1980, se integra en alianzas que se hacen necesarias por la propia evolución del capitalismo, y participa en el proceso a pesar de las divergencias que subsisten entre sus distintos componentes.

 

Una nueva “experiencia histórica constitutiva”

Resumamos de modo sintético. En tan sólo algunos años, los movimientos de resistencia a la mundialización liberal han experimentado un extraordinario crecimiento numérico (Génova representa, en ese aspecto, un cambio cualitativo), una expansión geográfica considerable (aunque todavía desigual) y una ampliación social y temática notable, y todo ello a pesar de un buen número de obstáculos y dificultades: digerir su propio crecimiento, hacer frente a la represión (Gotemburg, Génova...), así como a las tentativas de criminalización (después del 11 de septiembre) o de cooptación. El movimiento altermundialista se ha ampliado y radicalizado al mismo tiempo y con rapidez. Se ha iniciado un proceso acumulativo (colectivización de las experiencias, evolución de las conciencias, articulación de las iniciativas...), lo cual marca una verdadera ruptura con el período precedente.

No se trata aquí de prejuzgar el futuro del movimiento, de su capacidad de superar el día de mañana, una vez más, las nuevas dificultades a las que tendrá que hacer frente. Se trata de extraer una primera constatación: resulta evidente que el movimiento altermundialista tiene raíces profundas; refleja la existencia de una corriente de fondo, de un proceso de radicalización internacional que probablemente no está más que en sus inicios y actualmente se expresa en el movimiento de resistencias y alternativas a la mundialización capitalista.

En ese sentido, nos encontramos ante lo que podría denominarse un “movimiento constituyente” o una “experiencia histórica constitutiva”: el marco de una experiencia política común que modela la conciencia colectiva de una nueva generación militante. Ello no significa que lo “nuevo” (el altermundialismo) sustituya a lo “viejo” (el movimiento obrero tradicional); el vínculo entre ambos sigue siendo un elemento clave. Más bien significa que el despliegue del movimiento altermundialista constituye la base sobre la cual se puede percibir y pensar lo nuevo, elaborar y actuar, construir nuestra intervención en un nivel cualitativamente superior. Resulta posible renovar nuestra reflexión con una base de referencia contemporánea, distinta de la de la década de 1970, y analizar lo que hay de original en la actual ola de radicalización (incluyendo lo que afecta a las conciencias militantes, las relaciones entre política y ética, la diversidad de las situaciones, de Europa a Asia pasando por América Latina, etc.).

 

Los movimientos en el nuevo contexto internacional

La elección de George Bush y, posteriormente, los atentados del 11 de septiembre han modificado las condiciones haciendo subir un grado más las medidas represivas, los gastos en armamento y las intervenciones militares. Hoy más aún que ayer, el militarismo y la guerra son uno de los componentes esenciales de la mundialización liberal: el actual belicismo estadounidense remite simultáneamente al relanzamiento de la economía mediante los pedidos de armamento, al control de los yacimientos estratégicos de petróleo y a la voluntad de reafirmar el liderazgo norteamericano en los asuntos mundiales.

Ese incremento de la militarización y los riesgos de guerra se inscribe en el marco más general de una lucha por la dominación imperial a escala internacional.

La administración republicana defiende los intereses de las empresas estadounidenses tal vez con mayor cinismo que en el pasado. Las medidas proteccionistas sobre el acero, la negativa a ratificar los acuerdos de Kyoto o el rechazo, en el marco de la OMC, de todo acuerdo que proporcionara a los países del Sur la posibilidad de producir o comprar medicamentos genéricos son los ejemplos más recientes de ello. Esa voluntad de dominación no compartida hace aún un poco más frágiles las instituciones internacionales –a las cuales se ordena que se sometan a las exigencias norteamericanas–, multiplica las fuentes de tensión con los demás países dominantes y favorece la expresión de desacuerdos en el propio seno de los defensores del sistema, como muestran las tomas de posición de Joseph Stiglitz.

En ese contexto, los riesgos de represión van a ir en aumento, pero la situación también puede ofrecer oportunidades para los movimientos militantes: probablemente será más fácil bloquear una decisión o una institución, gracias a la combinación de las relaciones de fuerzas militantes con las contradicciones y divergencias entre estados. Esa situación facilita los agrupamientos unitarios “en contra” y limita los espacios de negociación que habrían podido dividir al movimiento. Así, el conjunto del mundo sindical y un número creciente de ONG se suman actualmente a los encuentros militantes y a los foros sociales, ya sean regionales o mundiales.

 

Los foros sociales y las coordinaciones de movimientos sociales

Los foros sociales, ya sean mundiales o continentales, son los principales lugares de encuentro de las fuerzas que se oponen a la mundialización liberal. Su éxito se explica por su carácter abierto y por la primacía concedida a los movimientos sociales en unos momentos en que, en muchos países, los partidos políticos atraviesan una crisis de legitimidad. Se trata de espacios abiertos, sin ningún compromiso por parte de los participantes que no sea el acuerdo con la Carta de Principios, que incluye de modo destacado la oposición a la mundialización liberal.

Ese carácter abierto y esa ausencia de compromisos son la condición del éxito de encuentros militantes tan amplios, pero también muestran los límites de los mismos, ya que los foros no pueden tomar ninguna decisión como tales. Por esa razón, numerosos movimientos sociales y militantes se reunieron, después del primer Foro Social Mundial de 2001, para elaborar los “llamamientos de los movimientos sociales” que permitieron, tanto en 2001 como en 2002, tomar posición sobre los grandes acontecimientos acaecidos durante el año precedente, y, sobre todo, dotarse de un marco común para las grandes citas internacionales por venir, la lucha contra la guerra, la movilización contra las reuniones del G-8, las movilizaciones por la anulación de la deuda de los países del tercer mundo, las asambleas de la OMC o del FMI y el Banco Mundial, etc. En la tercera sesión del Foro Social Mundial, los movimientos sociales se reunieron para discutir la posibilidad de formalizar un poco más esa red, con el fin de permitir una mayor eficacia en la acción. Resulta claro que se plantea la necesidad simultánea de marcos abiertos –algo que permiten los foros- y de marcos de trabajo enfocados a la acción y las campañas internacionales.

Si la combinación entre foros sociales y coordinaciones de movimientos ha experimentado semejante éxito, ello se debe también a que responde a formas actuales de conciencia militante y a una etapa de las luchas en que se combinan aspectos muy defensivos (el agrupamiento de las resistencias en un espacio “protegido”) y muy ofensivos (la afirmación de las alternativas, la aspiración a otro mundo). Esa combinación permite vincular el “acontecimiento” (el propio foro, un momento de gran visibilidad y una ocasión excepcional de encontrarnos “entre nosotros y nosotras”) con el “proceso” acumulativo de luchas y movilizaciones.

 

Los movimientos y las perspectivas políticas

La nueva fase de lucha que estamos viviendo a escala internacional permite volver a plantear las cuestiones políticas, pero ello sucede en un contexto totalmente distinto del de las décadas de 1960 y 1970 o del de los movimientos revolucionarios que acompañaron los dos conflictos mundiales.

Los movimientos se radicalizan al mismo tiempo que se amplían. En una primera fase, había muchas personas que consideraban que esos movimientos sólo se enfrentaban al neoliberalismo. En la actualidad, su ampliación y su anclaje en las cuestiones sociales –en el preciso momento en que el capitalismo entra en una nueva crisis y revela, a través de escándalos como el de Enron, la realidad de su funcionamiento y su lógica- confieren a los movimientos sociales un tinte claramente anticapitalista. Se refuerza la crítica a las multinacionales, y la cuestión de la propiedad se plantea a través de la defensa, frente a los mercados, de los “bienes comunes” de la humanidad –el agua, los servicios públicos, etc.– o mediante el debate sobre la propiedad intelectual, en el cual se enfrentan dos lógicas antagónicas. Esa radicalización ya está produciendo efectos en el terreno electoral y político: en numerosos países, partidos vinculados a los movimientos sociales y fuerzas revolucionarias han logrado éxitos importantes.

En lo tocante a cierto número de cuestiones estratégicas (sujetos revolucionarios, convergencias de terrenos de lucha que pueden impulsar una transformación revolucionaria de la sociedad...), el despliegue de los movimientos altermundialistas permite ya renovar la reflexión sobre la base de una experiencia histórica nueva. Sin embargo, esa radicalización no va a la par con el regreso de otras cuestiones estratégicas. Mientras que asistimos al renacimiento de una “conciencia anticapitalista”, la cuestión del poder y las vías para conquistarlo está fuera del ámbito de los debates que atraviesan los movimientos. Las razones de esa situación son conocidas: el peso de los fracasos revolucionarios del siglo pasado, las dificultades de pensar, en un mundo abierto, una ruptura con el capitalismo que no constituya un replegamiento en el marco nacional y, por último, la eficacia del propio funcionamiento de los movimientos, basado en las redes, que prefiere la agregación de las temáticas de las que son portadores los miembros de la red frente a las grandes delimitaciones estratégicas.

Esa debilidad no se resolverá en un plazo rápido. No obstante, existe el riesgo de que represente un problema en unos momentos en que, en América Latina, la izquierda gana las elecciones en varios países. Esa izquierda –el PT en Brasil o Pachakutic en Ecuador- está mucho más vinculada a los movimientos sociales de lo que lo están las socialdemocracias europeas; sin embargo, deberá elegir entre la lógica de los mercados y la mundialización liberal y la de la satisfacción de las necesidades sociales. Si bien nos resulta preciso, con paciencia y siendo conscientes de la dificultad de las cuestiones planteadas, rediscutir problemas estratégicos y las razones que los han ocultado, tenemos un convencimiento mayor que nunca de que la única vía posible, tanto en esos países como fuera de ellos, es la que responde a las exigencias de los campesinos, los asalariados y los desposeídos.

En esta nueva situación, los partidos políticos que se sitúen al lado de los movimientos tienen oportunidades importantes. Deberán emprender los debates necesarios para la clarificación de las perspectivas de conjunto, pero también actuar, dentro del respeto a las autonomía de los movimientos, para contribuir a consolidar la radicalización en curso y a presionar con el fin de lograr decisiones políticas que permitan satisfacer las reivindicaciones.

Para los partidos que se reclaman de la lucha contra el capitalismo, la participación activa en el “movimiento de movimientos” es tanto una necesidad como una ocasión única de trabajar en la redefinición de un proyecto socialista y en la recomposición de las fuerzas sociales y políticas susceptibles de impulsar un proyecto revolucionario.

14 de febrero de 2003,

José, Román, Salvatore, Vartang

Las resistencias a la mundialización capitalista

 Una oportunidad para el nuevo internacionalismo

(CEI octubre-noviembre 2000)

 

Introducción

En estos últimos años asistimos, en muchos países, a una ampliación de la resistencia a la mundialización capitalista. Importantes convergencias entre estas resistencias, de orígenes diversos, se confirmaron con motivo de una sucesión de campañas

e iniciativas internacionales. Las movilizaciones que se desarrollaron con motivo de la cumbre de Seattle, que debía abrir el «Ciclo del Milenio» de la OMC, es uno de los ejemplos más espectaculares y recientes. Estas luchas tienen generalmente un carácter defensivo, - de resistencia a los efectos destructores de la mundialización - y les falta por tanto una alternativa política. Pero también presentan aspectos contraofensivos dinámicos, junto con el rechazo del orden ideológico y social neoliberal, y junto a la afirmación de un nuevo tipo de solidaridad. Es cierto que la clase obrera y los movimientos populares sufrieron una severa sucesión de retrocesos y derrotas, cuyos efectos son aún palpables, y la burguesía prosigue sus ataques. El cambio es notorio en relación al período precedente.

El texto que sigue no aspira a recensar un cuadro exhaustivo de las resistencias democráticas y populares, de campañas de alcance internacionalista y de los movimientos de solidaridad contemporáneos. Apunta esencialmente a analizar el modo en que el proceso de mundialización capitalista condiciona y afecta las posibilidades de emergencia de un nuevo internacionalismo militante, los obstáculos que constituye y las oportunidades que se vislumbran en esta perspectiva. Busca esclarecer lo que puede haber de nuevo en la situación actual, o el modo en que las antiguas cuestiones se replantean hoy, para de este modo fortalecer y contribuir activamente al nuevo internacionalismo. Un cierto número de implicaiones políticas (que afectan a nuestras tareas o a elementos del programa) han sido sacadas del análisis e introducidas en las diversas secciones del texto. La parte final de esta resolución vuelve de modo global sobre las cuestiones políticas o programáticas, sin pretender recapitular todo lo escrito precedentemente.

 

I. La batalla de solidaridad, una apuesta determinante

 

1. Períodos. Fuera del círculo estrecho de militantes, la noción de internacionalismo fue profundamente desvalorizada a lo largo de los años 80 debido a un conjunto de razones: la manipulación del combate internacionalista por los intereses burocráticos de las potencias estatales (Moscú, Pekín...); la incapacidad del movimiento obrero de los países imperialistas para responder efectivamente a las exigencias de solidaridad con las luchas de liberación en el tercer mundo, que, aisladas, se han empantanado y fueron las primeras víctimas de relaciones fuerzas degradadas; los retrocesos y las derrotas sucesivas sufridas por la clase obrera también en los países del Norte; la crisis de referencia socialista y el ocaso profundo de la organización sindical.

Esta desvalorización de la noción de internacionalismo alcanzó su punto más alto después de la desintegración del bloque soviético, en momentos en que la ofensiva ideológica del neoliberalismo tenía gran virulencia.

Desde hace algunos años, una renovación internacionalista es claramente perceptible, y si la misma se profundiza, le permitirá al movimiento de solidaridad de encontrar un dinamismo político y una alternativa radical. Esta renovación todavía se resiente de los retrocesos y derrotas precedentes. También está profundamente condicionada por la naturaleza del proceso en curso de la mundialización y por los efectos sociales de las políticas neoliberales.

Estos dos hechos - la herencia del período anterior y las características del período actual  - deben, entre otros, ser tomados en cuenta plenamente para comprender las dificultades con las que se confronta la instauración de un proyecto internacionalista. Pero el análisis de la mundialización capitalista y de las resistencias que suscita también permite percibir las considerables oportunidades que hoy se presentan.

 

2. Herencia. Habiendo comenzado a fines de los años 70, la crisis de la perspectiva internacionalista se acentuó en su conjunto hasta comienzo de los 90. En dicho contexto, el peso de los movimientos obreros reformistas, socialdemócratas y estalinistas, pero también de las corrientes anticapitalistas radicalizadas, se redujo considerablemente. Las organizaciones no gubernamentales (ONG) adquirieron gran notoriedad, mientras que una gran parte de ellas perdían su radicalidad originaria, institucionalizándose y volviéndose dependientes del financiamiento gubernamental y paragubernamental.

Los sentimientos de solidaridad con las poblaciones del tercer mundo continuó siendo vivaz, pero se despolitizó, dejando el terreno libre para una ideología regresiva que, bajo pretexto de la ayuda humanitaria urgente, pudo ser eficazmente manipulada por las potencias imperialistas. Salvo contadas excepciones, la solidaridad internacional no se inscribió (claramente, conscientemente) en una perspectiva de alternativa global, en un combate de conjunto por la transformación social.

Debemos subrayarlo: los movimientos y las alternativas progresistas de solidaridad internacional, ciertamente, jamás cesaron. Algunas movilizaciones incluso fueron notablemente amplias, como la emprendida contra la deuda del tercer mundo en 1989 con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa. Pero en su conjunto, estos movimientos se han sectorializado y perdieron mucha de su antigua coherencia política (especialmente, en lo que hace a la consciencia antiimperialista, anticapitalista y revolucionaria).

Esta fragmentación debe ser hoy día superada. La herencia del período precedente no es por tanto unívoca. La hipoteca estalinista fue ampliamente levantada y la exigencia democrática hoy se impone más enérgicamente que antes al movimiento obrero, popular y revolucionario, hecho que debe facilitar la refundación de un proyecto socialista y un verdadero internacionalismo, en cuanto mejoren las relaciones de fuerza sociales. Al menos inicialmente, el ala progresista y militante de las ONG acumuló una rica experiencia original, y contribuyó a renovar la reflexión sobre cuestiones importantes como la del desarrollo. El combate antirracista y antifascista, en favor del derecho de asilo y en defensa de los inmigrantes marcó a una generación entera en algunos países. Los movimientos feministas han sabido construir lazos a escala mundial, garantizándole a esta lucha emancipadora una dimensión propiamente internacional; otro tanto ocurrió con el movimiento de gays y lesbianas. En fin, una nueva percepción de la crisis ecológica y su interdependencia en diferentes partes del globo, abrió un amplio campo de acción y nutre una consciencia ciudadana "planetaria".

Todos estos aportes de aquí en más deben constituirse en elementos esenciales del nuevo internacionalismo.

 

3. Mundialización. Desde el punto de vista de la solidaridad internacional, el actual período en primer lugar se caracteriza por el rol protagónico que ocupa la resistencia a las políticas neoliberales, dada su diversidad y su convergencia objetiva. Este lugar, esta diversidad y dicha convergencia se explica en gran medida por la naturaleza misma y la magnitud del proceso de mundialización capitalista, cuyas consecuencias se dejan sentir brutalmente en todos los dominios de la vida social.

Nueva etapa en la reestructuración del capitalismo mundial y en la internacionalización del capital, la mundialización neoliberal se afirma en primer lugar en su dimensión económica: autonomización de la esfera financiera, liberalización radical pero desigual (en detrimento del Sur) de los movimientos de capital y del intercambio comercial, multiplicación de las megafusiones, expansión de la esfera competitiva, desregulaciones, privatizaciones. Pero la misma no opera sólo en el plano comercial, industrial y financiero.

La mundialización capitalista en curso impone profundas transformaciones sociales. En el seno de las clases dominadas, en primer lugar, que se ven sometidas a un violento proceso de precariedad y fragmentación. Pero también en el seno de las clases dominantes, con el debilitamiento y la marginación de los distintos componentes de la burguesía tradicional y sus elites. La mundialización renueva las formas de dominación Norte-Sur y provoca una reorganización general del espacio planetario con la consolidación (desigual) de zonas periféricas en los tres polos de la tríada imperialista, y el posible abandono de vastos territorios en vía de desintegración. Modifica los mecanismos dominantes de decisión política y suscita un reequilibro general de los centros de poder - económicos, políticos o militares; nacionales, regionales o internacionales. También asigna nuevos roles a las instituciones mundiales surgidas en la posguerra. A fin de cuentas, para realizarse, la mundialización capitalista exige la emergencia y estabilidad de un nuevo tipo de dominación burguesa, ya sea en el plano internacional como en gran cantidad de países. En efecto, en nombre del librecambio el orden neoliberal quiere abrir a la dictadura del mercado y a las multinacionales, todos los sectores de la vida social que hasta ahora se le escapaban parcialmente. Siempre en nombre del derecho a la competencia, reduce en forma drástica el campo de acción y el margen de maniobra de los Estados, imponiéndoles estrictas obligaciones, al tiempo que otorga una libertad de acción y de decisión sin precedentes a las grandes empresas transnacionales, a los oligopolios financieros e industriales.

El papel de los Estados continúa siendo grande - y especialmente en la arena mundial, en lo que hace al más potente estaado imperialista. Pero el neoliberalismo limita en forma considerable (e incluso mediante leyes) el recurso por parte de la burguesía a los sistemas usuales de dominación y regulación sociopolíticos fundados sobre importantes mecanismos redistributivos, juzgados contrarios al derecho a la competencia. Estos modos de dominación (compromisos sociales en Europa, Estado-clientelista en África, populismo en América Latina, dirigismo económico en Asia), habían demostrado su eficacia, permitiendo a los regímenes de turno consolidar sus bases sociales o estrangular el radical creciemiento de las luchas populares.

De este modo, el neoliberalismo tiene efectos radicales en todas partes del mundo y en todos los dominios: económico, social, ideológico, estatal, político, cultural. Esto es lo que refleja la potencia y la omnipresencia del proceso en curso de la reorganización capitalista, pero he también aquí un primer talón de Aquiles: por su propia amplitud, crea un vínculo objetivo -una comunidad de destino- más estrecha que nunca entre las resistencias llevadas a cabo en el mundo entero y los combates establecidos en todo el abanico de los terrenos en lucha.

 

4. Solidaridad. Alejando cada vez más los centros formales de decisión de las instituciones democráticas (incluso en los países occidentales) y limitando considerablemente la implementación de políticas redistributivas, el orden neoliberal expresa de modo creciente la dictadura de clase. Este es el segundo talón de Aquiles, pues en tiempos de crisis, no puede apoyarse ni sobre la legitimidad democrática fundada sobre el mandato electoral ni en una legitimidad social garantizada por la reducción de las desigualdades.

Más todavía que en otros tipos de dominación burguesa, la estabilidad del orden neoliberal depende de la pasividad o la división, fuente de impotencia de los explotados y oprimidos. De ahí la violencia de tal ofensiva ideológica, que afirma que no existe ninguna alternativa, ninguna esperanza de cambio. De ahí, aún, la tamaña brutalidad de una ofensiva social que no tiene sólo como objetivo asegurar la sobrexplotación del trabajo en beneficio de los accionarios, sino que también apunta a prohibir la constitución de nuevas solidaridades y a disolver, con el pretexto de la modernidad, las viejas solidaridades (encarnadas, especialmente, por los sistemas de seguridad y protección social de los países capitalistas avanzados).

La mundialización capitalista desgarra de este modo el tejido social y fragiliza las clases populares generalizando la precariedad, destruyendo la conquista de derechos colectivos obtenidos en el pasado, procurando sustituirlos por débiles "redes de seguridad" y ayudas caritativas dirigidas, sectorializadas e individualizadas. Dividir para reinar: el discurso del capital enfrenta el desempleado con el trabajador, el empleado privado con el estatal, el trabajo femenino con el de los hombres, el empleo de los jóvenes o de los inmigrantes con el de los adultos o los connacionales: un mundo reducido a la competencia de todos contra todos.

Esta ofensiva del capital es temeraria, pero la mundialización neoliberal también produce sus anticuerpos y crea efectivamente las condiciones para un nuevo tipo de solidaridad: el orden mercantil busca imponer su ley en todos los sectores de la sociedad, produciendo una convergencia transversal, multisectorial, de los combates sociales y democráticos; las mismas instituciones despliegan las mismas políticas neoliberales en todo el mundo, lo que crea una convergencia internacional de la resistencia. ¿Qué terminará por imponerse: fragmentación o unificación? Es en el terreno de la solidaridad que nuestros combates futuros se ganarán o se perderán.

 

II. La nueva realidad

 

5. Dinámicas. Durante el período precedente, la fragmentación sectorial de la solidaridad internacional y su pérdida relativa de coherencia política fueron favorizados por el debilitamiento estructural del movimiento sindical y por las derrotas que la clase obrera sufrió. Pero hoy, frente a la violencia del ataque neoliberal, la cuestión social vuelve a ocupar el mismo espacio central que antes en el desarrollo de la resistencia, incluso en los países imperialistas. Esto no reduce absolutamente la importancia específica de los combates democráticos, culturales, feministas o ecológicos, pero puede efectivamente contribuir a asegurar su arraigo popular y a desprender dinámicas comunes entre todos los campos de movilización. La reorganización en curso del capital a escala mundial y el impacto de las primeras crisis (1997-1998) abren nuevos campos de lucha (especulación financiera y dictadura del mercado, seguridad alimenticia y ecológica...), o le asigna una importancia (Organización Mundial del Comercio...), modifica el contexto en el que se afirman (la cuestión nacional), renueva el contenido (exigencia democrática y derechos ciudadanos). Debemos comprender de qué modo se produce esto.

 

6. Viraje. El cambio de período en la dinámica de las luchas es particularmente acentuado en las resistencias a la política de las instituciones económicas y financieras de la mundialización. Estas luchas conquistaron recientemente (a menudo en la segunda mitad de los 90) una dimensión nueva.

El combate por la abolición de la deuda del tercer mundo por el FMI conoció un largo eclipse a fines de los años 80; y resurgió de modo espectacular en 1999 con motivo de las movilizaciones en Colonia y de la campaña de Jubileo 2000 (que tuvo su ala radical: Jubileo-Sur), del boicot al reembolso decidido por las autoridades brasileñas...). Después de las sucesivas crisis financieras de 1997-1998, la resistencia social a los planes de ajuste estructural del FMI se extendió de Corea del Sur a América Latina.

Durante años, la OCDE negoció con la más grande discreción un Acuerdo multilateral sobre la inversión de carácter ultraliberal; en 1998 alcanzaron algunos meses para que el escándalo democráticos del contenido del AMI quede claro tanto en Europa occidental como en América del Norte. También en 1998 el combate contra la especulación financiera y la dictadura de los mercados tomó gran envergadura y una dinámica política sin precedentes, con el crecimiento increíble (sobre todo en Francia) de la Asociación ATTAC.

La crítica del intercambio desigual y la exigencia de un comercio igualitario para los países del Sur o la fundación de la OMC -luego del Uruguay Round-, se redujeron a las organizaciones militantes sin suscitar manifestaciones significativas. Cinco años después la conferencia de la OMC en Seattle provocó manifestaciones muy importantes (tanto en Estados Unidos como en otros países) que precipitaron una importante respuesta internacional.

Esta evolución testimonia la decadencia del control ejercido por la ideología liberal, de la profundidad del sentimiento de rebelión que provoca el crecimiento de las desigualdades, la dictadura del mercado y el modelo hipercompetitivo de la sociedad que busca imponer del Esta al Oeste, del Norte al Sur. El rechazo del modelo neoliberal se expresó de forma espectacular en algunos países, como en diciembre de 1995, cuando la huelga del sector público en Francia, o con ocasión de la huelga del sector privado en enero de 1997, en Corea del Sur; pero ninguna de estas luchas nacionales tuvo un eco internacional muy significativo. Las iniciativas mundiales se sucedieron muy rápidamente estos últimos años: en 1996, el encuentro contra el neoliberalismo realizado en Chiapas, convocado por los zapatistas mejicanos; en 1999, el encuentro internacional de Saint-Denis instigado por ATTAC de Francia, y también en Colonia con el Jubileo 2000, seguido de las movilizaciones de Seattle, especialmente impulsadas por Public Citizen y la AFL-CIO. Así, la rebelión contra las políticas neoliberales y la dictadura del mercado confirmó rápidamente su dimensión solidaria y su potencial internacionalista. Mucho camino queda aún por hacer para dar forma y contenido a esta renovación internacionalista, pero se ha instalado cierta dinámica desde la cual podremos progresar.

 

7. Dominación. La mundialización capitalista no aporta homogeneidad al espacio económico internacional, al contrario, tiende a acentuar su carácter jerárquico y el tercer mundo, ya extensamente usurpado por el sistema de la deuda, es la primera víctima: obstáculos para la conformación de multinacionales originarias de países del Sur, apertura forzada y unilateral de los mercados nacionales, destrucción acelerada de la agricultura regional, subordinación tecnológica, proceso de recolonización industrial y financiera... La modalidad que adopta la dominación imperialista no deja de renovarse.

Otro tanto ocurre con la reorganización del espacio político. El control territorial y la estabilidad administrativa de las zonas de influencia tenían en el pasado un papel determinante en las relaciones de fuerza mundiales: es una herencia del período colonial pero también una consecuencia inmediata de la confrontación entre revolución y contrarrevolución, o entre los bloques del Este y el Oeste. Como consecuencia de las derrotas revolucionarias y de la desintegración del bloque soviético, dicho rol se redujo considerablemente, al menos en lo que respecta a las regiones del globo que no están directamente integradas a las zonas periféricas de la tríada imperialista dominante (es decir: América del Norte, Europa occidental y Japón). Sociedades enteras pueden de este modo desintegrarse, como ocurre en África central, sin que las clases dominantes internacionales sientan sus intereses amenazados -a condición que ejércitos privados les garanticen el acceso a las riquezas naturales que codician. La solidaridad hacia las poblaciones del Sur es de actualidad y urgente, puesto que la crisis de las sociedades del Tercer Mundo alcanza grados desconocidos en el Norte. Al mismo tiempo, la mundialización capitalista tiende a desgarrar la trama social incluso en los centros imperialistas, en los que la exclusión y la precariedad hacen estragos. Sin viviendas en el Nortes, sin tierras en el Sur, sin empleo e indocumentados en todas partes.

Es hoy posible combinar el flujo tradicional (y siempre necesario) de solidaridad Norte-Sur mediante la constitución de un frente resistencia único, fundado en el sentido de una comunión de destinos frente al despliegue universal de políticas neoliberales.

 

8. Asalariados. El movimiento sindical abordó los 90 y los asaltos de la mundialización en posición de debilidad extrema a todo nivel: organizativo, militante, político. Con la excepción relativa de los Secretariados Profesionales (SPI), se demostró incapaz de coordinar su acción a escala internacional cuando, más que nunca, el capitalismo pone en competencia directa a los trabajadores de todos los países. Con raras excepciones, la organización común de los asalariados de una misma multinacional -tarea sin embargo elemental- sigue siendo embrionaria, por no decir inexistente.

En estas condiciones, el capital pudo desarrollar en nombre del liberalismo una ofensiva continua. La participación de los asalariados en el producto nacional se redujo brutalmente en provecho de los accionarios. El derecho al trabajo y las libertades sindicales fueron atacados hasta en los países de Europa occidental, así como la protección garantizada por las convenciones colectivas de trabajo. La base social del sindicalismo fue sacudida por las reestructuraciones industriales y del sector terciario, como por las transformaciones en curso en la organización laboral, facilitada por el desarrollo de las nuevas tecnologías, pero cuyo objetivo es también social: reforzar la dominación de clase.

De modo general, el sindicalismo atraviesa una doble crisis. Por un lado, perdió extensamente su función tradicional como reconocido representante de los trabajadores frente a la patronal y la administración (y aún más si tenemos en cuenta que el capital rompe con las políticas redistrubitivas del pasado). Por otra parte, su influencia se redujo considerablemente y hoy se limita a menudo a sus únicos bastiones de antaño (esto es, generalmente, el servicio público o las grandes empresas privadas como la metalúrgica, por ejemplo).

El problema es hoy tan profundo que una simple reorientación del movimiento sindical, tan como hoy se realiza, no es suficiente para resolverlo. La reorganización capitalista en curso debe corresponderse con una reorganización general del movimiento obrero. Al mismo tiempo le hace falta internacionalizarse (por primera vez o de nuevo); reanudar el diálogo con los asalariados y asegurar cotidianamente y en las luchas la democracia participativa; feminizarse radicalmente y reconquistar una influencia en las minorías o entre los inmigrantes; organizar y/o ayudar la organización de los precarios y desempleados; reconquistar una influencia de conjunto entre los asalariados y la sociedad; hacer suyo el combate por la emancipación y reencontrar la capacidad política de oponer alternativas globales a las orientaciones neoliberales.

Al menos en algunos países (Francia, Estados Unidos, Corea del Sur), desde hace una década o desde algunos años, se verifica una renovación en parte del sector sindical, así como en la capacidad de acción de los desocupados. Pero dicha evolución prometedora, es aún dubitativa, desigual y sectorial. Queda aún mucho por hacer frente a la acción internacional de las burocracias sindicales, pra ayudar a la constitución (en particular en los países del Sur y del Este) de sindicatos independientes y radicales (como los comités por empresa europeos).

Para comenzar una mutación de conjunto, una verdadera reconstrucción, para superar sus divisiones y volver a dar al asalariado los medios para una lucha eficaz, el movimiento sindical debe empezar por democratizarse como primera misión, y por asociarse más sistemáticamente con el movimiento asociativo y social, en un combate convergente.

 

9. Campesinado. La agricultura es uno de los sectores en donde la evolución reciente del capitalismo fue especialmente radical con el desarrollo de la agro-industria y la biogenética agroalimentaria. Esta evolución comenzada hace una treintena de años, tomó una amplitud sin precedentes en el marco de la mundialización capitalista. Uno de los principales mandatos recibidos del GATT por la OMC fue imponer el orden mercantil neoliberal en el conjunto del terreno agrícola, en la totalidad del planeta. Pero esta ofensiva del gran capital suscita resistencias profundas y convergencias por parte del campesinado amenazado en su existencia, pero también de otros sectores sociales.

El combate por la defensa de la agricultura campesina hoy es percibido en términos muy diferentes a los de ayer y es uno de los rasgos mayores del período actual. Su importancia fue evidentemente reconocida desde hace tiempo por los países del Tercer Mundo cuya población es mayoritariamente rural, pero incluso allí, las resistencias campesinas fueron a menudo analizadas como puramente defensivas. Ahora, el alcance general de este combate aparece más claramente: se revela vital incluso para los países industrializados en los que la mayoría de la población es urbana, y esto contribuye en la elaboración de un proyecto de sociedad alternativa a la encarnada por la agro-industria capitalista.

Las consecuencias desastrosas del desarrollo de la agro-industria capitalista se dejan sentir más allá de la esfera de producción agrícola: afectan al consumo (calidad de la alimentación), el medio ambiente (calidad del suelo y el agua) y el equilibrio ecológico (preservación de ecosistemas y la biodiversidad, impacto en la biosfera), la configuración territorial (paisajes, mantenimiento de la población y los servicios públicos en el campo), empleo (impacto del éxodo rural en la desocupación), la democracia (capacidad de control de los productores de sus actividades y de la población sobre el consumo), la cultura (uniformidad culinaria), las estructuras de dominación imperialista (dependencia alimenticia de los países del Tercer Mundo).

Por esto, las organizaciones de trabajadores agrícolas o de campesinos (MST brasileño, Confederación Campesina francesa...) supieron implicarse nuevamente en un combate global de transformación social y vincularse con los sindicatos de asalariados de otros movimientos sociales; una cooperación militante se tejió entre campesinos del Sur y del Norte (especialmente, con la formación de Vía Campesina); la colaboración entre los movimientos de defensa al consumidor y la defensa de la agricultura campesina se reforzó en la lucha común por la seguridad alimenticia.

 

10. Mujeres. Dependiente para su propia estabilidad de la fragmentación de los movimientos sociales más que de su integración a un proyecto colectivo, el modelo neoliberal de dominación acentúa todo tipo de desigualdad (entre clases, géneros, comunidades, y regiones del mundo) agrava las opresiones y alimenta el resurgimiento o el refuerzo de ideologías profundamente reaccionarias. Las mujeres sufren plenamente el contragolpe de cada uno de estos mecanismos regresivos.

Las mujeres son así las primeras víctimas de la precariedad del empleo, hasta tal punto que sus derechos laborales se ven cuestionados en aquellos países donde se los había reconocido por las luchas. Dadas las responsabilidades que le son asignadas tanto en la familia como en las comunidades locales, son así golpeadas por otro aspecto del modelo neoliberal: la creación sistemática de un estado de inseguridad social generalizado, de un proceso de precariedad que está lejos de limitarse al único estatuto del empleo. El recrudecimiento del integrismo religioso en algunos países (¡Afganistán!) tiene para las mujeres consecuencias verdaderamente dramáticas; pero incluso en otras regiones del mundo, deben confrontarse a campañas ideológicas reaccionarias que atacan su dignidad y sus derechos fundamentales: derecho a la ciudadanía, derecho a elegir y derecho a la salud (contracepción y aborto, pero también en algunos países del Sur, la esterilización forzada, impuesta en nombre del control demográfico).

La lucha por la emancipación de las mujeres tiene pues mucha actualidad y ocupa un lugar central en los combates de conjunto por la igualdad de derechos para la transformación social. Frente a la mundialización capitalista, su dimensión internacional se confirma, tan como lo demuestra la organización de una marcha mundial de mujeres para el 2000.

 

11. Emigrados. Los flujos de emigración están en gran medida determinados por las necesidades económicas de los países imperialistas y por los desordenes del sistema dominante (guerras, hambrunas...). La emigración tiene una historia y presente rasgos diferentes según los períodos. En este terreno, la figura simbólica del destino que reserva a los emigrantes el nuevo orden neoliberal es reveladora: el inmigrante indocumentado, una mujer sin derechos, condenada a la superexplotación dentro de las empresas o al trabajo doméstico, incluso cuando beneficie de una verdadera formación en su país de origen. ¿Qué puede ser más emblemático para un sistema que apunta a generalizar la precariedad?

En otros contextos históricos, los emigrantes pudieron encontrar, a pesar de las dificultades, un lugar y un porvenir en los países que los acogieron. Tal perspectiva se les niega hoy. Viven todo el tiempo en una extrema precariedad sólo para continuar manteniendo a sus familias, amenazadas por la miseria la miseria y la desocupación. En muchos países de origen, el dinero enviado por los emigrantes constituye un recurso económico fundamental y permitió evitar que algunas crisis no lleguen no desemboquen en la irremediable desintegración social. Con la mundialización capitalista, vivimos la emigración del sacrificio. Los inmigrantes comenzaron la lucha contra su condición de clandestinos, por el derecho a ser reconocidos, a su existencia legal; han suscitado importantes movimientos de solidaridad y realizaron victorias significativas, aunque parciales, en algunos países europeos. Abrieron así un nuevo frente en el combate común por la dignidad, la igualdad y una sociedad solidaria.

 

12. Juventud. Las perspectivas futuras de la juventud son hoy más precarias que la de sus padres. He aquí un cambio radical en relación a la situación de la postguerra y una de las marcas más reveladoras del carácter regresivo del período actual. Esto es evidente en lo que hace al empleo y la protección social; pero el derecho a la educación para todos también tiende a cuestionarse aún en aquellos países donde se lo suponía indiscutible.

En términos de movilizaciones, la situación varía considerablemente según los estratos y los países. En muchos casos, la juventud es al menos en parte la primera víctima de las ideologías desmovilizadoras del consumo, de la competencia individualista, de la "modernidad" informática y busátil. Una resistencia cultural y social a la ideología dominante se expresa no obstante ?y a través de? la música, especialmente el rap. En fin, en varios países sectores políticamente activos de la juventud han inventado nuevas formas de lucha, como las aplicadas por "Reclaim The Street" en Gran Bretaña o "Direct Action" en Estados Unidos. Particularmente hoy día, el combate de la juventud por sus derechos y su provenir, la experiencia generacional específica que le es propia, revisten una especial importancia, que exigen el desarrollo de solidaridades específicas, coordinadas internacionalmente.

 

13. Ecología. La percepción de la apuesta ecológica se modificó radicalmente en los últimos 30 años. El alcance social de las crisis ambientales fue progresivamente integrado, dando nacimiento a la ecología política propiamente dicha. La gravedad de los riesgos fue mejor evaluada por los movimientos populares y progresistas, inicialmente en el terreno de los grandes emprendimientos (centrales hidroeléctricas gigantes...) y, sobre todo, energéticos (nucleares, contaminación), de transportes (polución del aire en las ciudades, costos energéticos), y luego en el sector agroalimentario (producción de organismo genéticamente modificados, enfermedad de la vaca loca, utilización masiva de antibióticos, contaminación del agua). La importancia vital de estas apuestas se confirma con la amenaza de cambios climáticos brutales.

El análisis de las crisis ecológicas y de su dinámica acumulativa, global, culmina en una crítica radical del productivismo, especialmente en su versión capitalista, y de los ciegos mecanismos del mercado. Tomar en cuentas las obligaciones ambientales, así como las necesidades sociales, exige en efecto la puesta en marcha a escala internacional de políticas económicas a mediano y largo plazo. Esto entra en contradicción frontal con los dogmas del liberalismo y de la mundialización capitalistas defendidos con uñas y dientes por el FMI y la OMC. Establece una nueva exigencia esencial, elemento de un programa internacionalista contemporáneo: la seguridad ecológica.

 

14. Democracia. «El mundo no es una mercancía» fue la consigna de movilización anti-OMC en Seattle, y expresa perfectamente la reciente evolución de grandes sectores de la opinión pública que no se contentan con cuestionar las medidas políticas específicas, sino afirman una oposición global al orden mercantil pretendidamente universal. «Antisistema» y «mundialista-internacionalista» dicha consciencia no es necesariamente anticapitalista, por falta de una alternativa global creíble, socialista. No se deja engañar por las manipulaciones ideológicas del «imperialismo humanitario» y se combina a menudo con un realismo político resignado, por la falta de alternativas. Pero nutre una potencialidad real de rebelión y resistencia.

La crítica contemporánea del orden mercantil afecta todos los terrenos esenciales: el rechazo del rey dinero y del espíritu individualista de competencia que degrada las relaciones humanas, engendra la soledad, acrecienta las desigualdades (entre géneros, capas sociales, países); la aprehensión de riesgos ecológicos vitales engendrados por la loca carrera de la ganancia; la afirmación de la primacía de la política y del derecho ciudadano sobre el derecho al comercio.

El rechazo del orden mercantil presenta hoy un alcance más democrático que socialista. Pero esta exigencia democrática afirma también una dimensión ciudadana e igualitaria tanto más progresistas cuanto que la mundialización neoliberal tiende a vaciar de todo contenido la misma democracia burguesa: los parlamentos de dejan despojar de sus poderes en beneficio de instituciones que no son ni electivas ni responsables frente al electorado, las leyes deben hacerse cada día conforme a las reglamentaciones comerciales y financieras. No se cuestiona aquí tanto a la soberanía nacional como la soberanía democrática y popular, la que se expresa en el marco de un país, de un grupo de países o en el plano internacional. La mundialización capitalista cuestiona la misma posibilidad de realizar elecciones políticas en todos los terrenos: salud y educación, protección social y seguridad ecológica, modelos de desarrollo...

En dicho contexto, la exigencia democrática ciudadana, aunque elemental, adquiere una nueva dinámica subversiva.

 

15. Independencia política. Desde 1997, la ideología neoliberal perdió mucho brillo. El control que ejercía se debilitó enormemente. Su modelo de mundialización atravesó varias crisis graves (las llamadas crisis financieras asiáticas, después en Rusia, Brasil y la alerta de los fondos de pensión de los Estados Unidos), que la actual euforia bursátil no logra olvidar. La autoridad política del FMI se vio seriamente afectada desde la caída del régimen de Suharto en Indonesia; la de la OMC tiene serias dificultades desde el fracaso de Seattle.

Las contradicciones interimperialistas se agudizaron en los últimos tiempos (el conflicto de EE. UU. con Europa en Seattle) y resistencias se manifestaron incluso en las elites dirigentes del Tercer Mundo (las medidas anti-FMI tomadas por Mahathir en Malasia). Divisiones en la cumbre, movilizaciones en la base: la combinación es prometedora. Pero para poder aprovecharla, aún hace falta que los movimientos sociales y progresistas sepan preservar su independencia política.

A la Unión Europea le gustaría poder enrolar bajo su bandera, en nombre de la resistencia contra los Estados Unidos, una gran cantidad de movimientos progresistas y tercermundistas; pero la "potente Europa" que pretende construir está en las antípodas de la Europa social y solidaria, abierta al Sur y al Este. Lo mismo ocurre con la política de "repliegue nacional" proteccionista que defienden en el Norte algunos sectores de la burguesía y especialmente las corrientes de ultra derecha. El movimiento obrero debe oponer a la mundialización capitalista una alternativa internacionalista y no nacionalista.

En el Tercer Mundo, regímenes o partidos autoritarios y dictatoriales toman medidas de control de movimientos de capital, como en Malasia, y esperan así neutralizar (en nombre de una lucha contra los diktats del FMI) los movimientos progresistas. Pero para nosotros, la resistencia antiimperialista debe continuar siendo indisociable del combate democrático y social.

 

16. Mercantilización. La mundialización neoliberal da un verdadero impulso a la expansión de la esfera mercantil, a tal punto que en está próxima a batir nuevos límites cualitativos.

La actual expansión de la esfera mercantil apunta especialmente a erradicar lo que queda de la agricultura de autosubsistencia en los países del Tercer Mundo, amenazando con la pauperización y la desintegración a comunidades enteras. En materia de creación cultural ve tan sólo una actividad comercial que debe someterse como las otras a las reglas del librecambio, con la amenaza de aplastar con la excusa de la competencia desigual la diversidad cultural -y el derecho capitalista sacrosanto de la propiedad-: sus productos, una vez vendidos, pueden ser transformados a voluntad por el comprador en desmedro de los derechos del creador. La sumisión de las personas al orden mercantil se expresa tanto en el desarrollo internacional de la industria del sexo como en la aparición de nuevas formas de semiesclavaje en el trabajo.

Los recursos naturales más vitales como el agua, son progresivamente privatizados (de derecho o de hecho). En nombre del desarrollo de las biotecnologías y de la biogenética, el orden mercantil pretende imponer la patentización de lo viviente (lo que implica un proceso de privatización sin precedentes, realizado en beneficio de las transnacionales y cuyo alcance se anuncia especialmente peligroso para la humanidad, tanto a nivel de la civilización, como social o ambientalmente.

En este contexto, un amplio frente de rechazo se constituye, reuniendo las resistencias sociales más diversas. La reivindicación de moratoria (en la producción de las OMC, etc.) se hizo más frecuente y más urgente. Expresa una doble toma de consciencia respecto a la gravedad de las apuestas y la proximidad de plazos. Imponiendo un violento freno a la expansión descontrolada de la esfera mercantil, la moratoria apunta a dar tiempo a la exigencia democrática afirmarse frente a la dictadura de los interés económicos, antes que lo irremediable se produzca. Aunque inicialmente defensiva, esta reivindicación permite ir dando forma a una contraofensiva progresiva.

 

17. Guerras. El día después de la desintegración del bloque soviético, Washington proclamó el surgimiento de un nuevo orden mundial, lo que no puso fin ni a las guerras ni a la amenaza nuclear. El desorden neoliberal alimenta en efecto los conflictos internacionales y regionales.

En épocas de mundialización mercantil, las relaciones de dominación imperialista no desaparecen, sino refuerzan más que antes el juego de las desigualdades, dentro de un sistema global -así en los países del Sur, el combate antiimperialista preserva toda su actualidad. La renovación constante de las desigualdades entre países y regiones opera en todas partes del mundo. Lo que contribuye a reavivar la tensión entre Estados. Lo que constituye también el fundamento de muchas reivindicaciones nacionales y regionales - y la importancia del principio democrático del derecho de los pueblos a decidir por sí mismos, y a que se confirme el derecho a la autodeterminación.

Pero en dicho contexto las reivindicaciones nacionales y regionales, aunque legítimas, pueden desembocar en conflictos intercomunitarios, llegando incluso a nutrir una dinámica de "purificación étnica". Por un lado, estas reivindicaciones no se inscriben naturalmente como antes en una perspectiva antiimperialista y socialista, asegurándole una dimensión solidaria y universalista. Por otro lado, la mundialización capitalista reduce el rol y la eficacia de los espacios políticos en los que se organizaba y expresaba la ciudadanía y sin la que, la elaboración de los derechos recíprocos y la definición de un porvenir solidario, se convierte en algo aleatorio. Incluso si en algunas regiones del mundo la anexión de territorios perdió importancia a ojos de las grandes potencias, el control de las vías y medios de comunicación y de acceso a los recursos naturales, a los mercados o a la fuerza de trabajo siguen siendo esenciales. La capacidad militar de los Estados es hoy más decisiva que antes, como lo atestigua la utilización de la supremacía norteamericana. La Unión Europea busca así unificar sus fuerzas y colmar su retraso en esta materia. En cuanto el rechazo de las grandes potencias (EE. UU., Francia...) de comprometerse en un proceso de desarme nuclear y frenar la modernización de sus arsenales respectivos, relanzó la carrera armamentista mundial -Pakistán e India proceden a sendos ensayos nucleares.

La intervención imperialista se esconde hoy muy a menudo detrás de la urgencia humanitaria, como se comprobó durante la guerra del Kosovo. Sin embargo, es como consecuencia de esta guerra, con ocasión del Cincuentenario, que la OTAN expresó sus ambiciones estratégicas en Europa del Este (y aún más, en Asia), y se autoadjudicaron el derecho de actuar en todo el mundo independientemente de la ONU. Las tensiones entre potencias, entre Washington, Moscú y Pekín, han sido reavivadas por largo tiempo. El debilitamiento del movimiento anti-guerra constituyó estos últimos años un obstáculo mayor al desarrollo de las movilizaciones internacionalistas. Debe superarse esto urgentemente. Reforzando el combate por el desarme nuclear, llevado hoy a cabo conjuntamente por los movimientos hindú y pakistaníes, pero a escala mundial, a través de la red «Abolition 2000». Revalorizando nuevamente el combate antiimperialista contra la OTAN. Inscribiendo de nuevo la solución de las cuestiones nacionales y regionales en una perspectiva de transformación social, una perspectiva socialista y solidaria para acabar definitivamente con el espectro de la limpieza étnica.

 

III. Reconstruir ubna alternativa global

 

18. Balance del período. Iniciado en los años 70 en los Estados Unidos e Inglaterra bajo los gobiernos de Reagan y Thatcher, el proyecto neoliberal sólo pudo afirmar sus ambiciones planetarias con la desintegración del bloque soviético, después de la caída del Muro de Berlín en 1989. "Somos de ahora en más universales" exclamaron los defensores del neoliberalismo. Durante la última década del siglo, el nuevo orden mundial se desplegó con fuerza, en detrimento de la clase obrera y de las clases populares. Pero las resistencias populares sin embargo han retardado la puesta en marcha de políticas neoliberales y la mundialización capitalista conoció, desde 1997-1998 su primera crisis de envergadura, expresando las contradicciones específicas del nuevo modo de dominación emergiendo y acentuando las divergencias entre las grandes potencias económicas. La mundialización capitalista impone un nuevo marco al conjunto de las luchas sociales y democráticas. Aunque desigual, desde mediados de los 90, una toma de consciencia es perceptible. La inicial oposición a las políticas neoliberales desemboca en una crítica más general de la dictadura del mercado, en la percepción de las encrucijadas sociales y en la aspiración de una alternativa global, es decir, en un anticapitalismo espontáneo -pero sin que se cuestione conscientemente el modo de producción capitalista. Las resistencias adquieren una acentuada dimensión internacional.

 

19. Legitimidad. El período actual está marcado por el comienzo de un viraje ideológico y político. El orden capitalista siempre beneficia de la crisis ideológica sufrida por el movimiento obrero, especialmente a continuación de la experiencia estalinista; se engalana incluso de una ideología de la modernidad, del progreso, inflada con las referencias a las "nuevas tecnologías", a las que gran parte de la juventud de los países desarrollados es sensible. Pero dicha pretensión progresista está cuestionada dado que el capitalismo reivindica simultáneamente un verdadero derecho a la regresión social en nombre de la concepción de su eficacia económica. Igualmente, con la activa complicidad de la socialdemocrácia, especialmente en Europa occidental, la burguesía triunfó minando las bases tradicionales de la acción sindical en muchos países (garantía laboral y salarial, del seguro de desempleo y habitacional, de la seguridad social y la jubilación). Pero desde entonces, la defensa de las conquistas sociales y la satisfacción de reivindicaciones elementales adquiere una dimensión más directamente anticapitalista.

La legitimidad del nuevo orden mundial se revela estrecha, aleatoria tanto social como geográficamente, puesto que se demuestra incapaz de crear un modelo de desarrollo coherente (especialmente en los países del Sur en donde impera la fragmentación social), de resolver las contradicciones ecológicas del crecimiento (que se expresan en el terreno de la energía, la polución, la seguridad alimenticia), de responder a las aspiraciones de los trabajadores, inclusive en los países más desarrollados (derecho al trabajo, seguridad social).

 

20. Convergencias. En estos momentos, la convergencia internacional de las luchas populares y ciudadanas se realizan a menudo gracias a la coordinación de las redes existentes de resistencia a las políticas neoliberales y/o a las instituciones financieras u económicas (contra la deuda del Tercer Mundo, la dictadura del mercado, el ajuste estructural, el intercambio desigual...). Estas convergencias se realizan con motivo de las grandes cumbres sucesivas (la última fue la de Seattle), pero sin haber por ahora creado una coordinación permanente. Esta permite -y es necesario- el encuentro durable entre las corrientes que, como la nuestra, combaten por la disolución de las instituciones del orden neoliberal (FMI, BM, IMC, OTAN, etc.) y la emergencia de alternativas de naturaleza diferente; y las corrientes militantes que se fijan como objetivo la reforma radical de estas misma instituciones.

De modo más general, nuestra tarea es contribuir a la vez a la emergencia de una síntesis programática inmediata para la izquierda radical y de trabajar en la redefinición de una alternativa socialista. El objetivo esencial es desarrollar el eje del control popular y ciudadano y de deducir la necesidad de cuestionar la propiedad privada de los medios de producción. Pero debemos respetar las jerarquías de medios y fines: nuestro proyecto es construir una sociedad en la que todos tengan acceso a los medios que procuren una vida digna, y nuestro programa político es mostrar que la expropiación es el medio para lograrlo. Pero esta posición no es sin embargo un requisito indispensable paracomprometerse con las luchas sociales mutiformes.

En un primer tiempo es importante consolidar este movimiento de convergencia entre redes internacionales de resistencia, pues ofrece un marco en el cual poder reconstruir una capacidad de acción central, en donde puede ir tomando forma un nuevo internacionalismo de movimientos sociales y ciudadanos.

 

21. Ejes programáticos. Este movimiento de convergencia de las resistencias al orden neoliberal puede consolidarse en torno a algunos ejes programáticos tranversales:

- El objetivo de igualdad social debe ser reafirmado frente al auge de las desigualdades y de la pobreza favorizada por el capitalismo contemporáneo. La igualdad entre hombres y mujeres es en este terreno un test determinante. La garantía de derechos universales, comenzando por un salario mínimo, es la base concreta sobre la que debe apoyarse todo progreso social. En una sociedad democreatica, la fiscalidad debe ser el medio para redistribuir la riqueza y alimentar los fondos sociales. Los sectores de la agricultura tradicional deben recibir medios adecuados para estabilizarse y progresar (infraestructura, créditos, garanttía de precios, etc.). Se trata de dar prioridad a la igualdad contra la búsqueda de rentabilidad capitalista.

- La economía mundial debe reorganizarse sobre bases racionales. El fanatismo del libre cambio debe abandonarse en beneficio de la afirmación del derecho de los países a controlar su inserción en el mercado mundial y a organizar cooperativas regionales. La deuda, varias veces reembolzada, debe anularse y los países imperialistas, al contrario, deberán pagar sus deudas ecológicas mediante la transferencia de tecnología necesarios para un modo de desarrollo defendible. Para esto, deben aplicarse políticas energéticas y agrícolas coordinadas y planificadas a nivel mundial.

- La extensión de los derechos sociales estea limitada por el capitalismo que acapara para sus propios fines las potencialidades del progreso técnico, y encierra los grandes temas sociales y ecológicos en la estrecha contabilidad de la ganancia. Al contrario, los beneficios de la productividad deben ser utilizados de modo socializado. La reducción del tiempo de trabajo es el medio más simple de lograr nuevamente el pleno empleo, extender la esfera del tiempo libre y operar el viraje hacia un desarrollo no productivista. La extensión de la protección social y de los servicios públicos administrados según las necesidades de los usuarios, son las herramientas de una satisfacción no mercantilista de las necesidades sociales.

- La organización capitalista de la producción y la finanza descontrolada transforman los progresos tecnológicos en catástrofes sociales o ecológicas. Para hacer prevalecer otros criterios y otras orientaciones, hay que oponerse al funcionamiento espontáneo del mercado - lo que trae aparejado la cuestión de la propiedad. La experiencia vivida permite hoy día volver sobre esta cuestión esencial. La finanza privatiza las ganancias pero socializa las pérdidas, al precio de una inestabilidad fudamental de la economía. La nacionalización de los bancos está meas aún en el orden del día, cuanto que es una medida puesta en práctica en situaciones de urgencia (México, Japón). La satisfacción de necesidades elementales, de exigencias de calidad y seguridad, la lucha contra la corrupción, permiten fundar la nacionalización o la renacionalización de las empresas de transportes (ferrocarriles, petroleras), de agua potable y de electricidad.

Se trata de oponer al modelo del crecimiento capitalista una concepción alternativa del desarrollo, que tenga como principales objetivos responder a las necesidades sociales de la mayoría, al tiempo que integra efectivamente las realidades y obligaciones ecológicas que condicionan el porvenir de la humanidad.

 

22. Reequilibrio. La madurez de la resistencia a la mundialización capitalista se acompaña de un reequilibrio socio-organizativo indispensable. Los movimientos sociales (sindicales u asociativos) reencuentran progresivamente una centralidad en la movilizaciones y con motivo de las iniciativas internacionales más dinámicas, una centralidad que habían perdido ya hace tiempo.

Este reequilibrio aparece como una excelente ocasión para las ONG progresistas (ya se encuentren comprometidas en el terreno del desarrollo, del medio ambiente o de la acción humanitaria), pues les permite encontrar un arraigo social, una perspectiva política de conjunto y una capacidad de resistencia activa a la institucionalización (el proceso de institucionalización fue el alto precio pagado por gran parte de éstas).

 

23. Política. Para dar coherencia y dinamismo durable a las luchas internacionales, es hoy importante reconstruir una alternativa de conjunto al modelo de sociedad capitalista, desigualitaria e hipercompetitiva. La elaboración de esta alternativa de conjunto sólo puede hacerse partiendo de la experiencia contemporánea de los movimientos populares y democráticos y sobre la base de exigencias sociales, ambientales y políticas que expresan.

Esto exige mucho por parte de los partidos progresistas y revolucionarios. Deben saber contribuir a reforzar la capacidad de luchas unitarias y de elaboración colectiva, saber reanudar los lazos entre combates pasados y presentes, a fin de hacer inteligible la historia del siglo, saber vivificar un nuevo internacionalismo radical y democrático, saber comenzar un verdadero trabajo de actualización de los análisis para otorgar credibilidad a las alternativas anticapitalistas y para contribuir a un proceso de refundación programática al que el movimiento social debe estar plenamente asociado.

La capacidad de coordinación internacional de los partidos progresistas y revolucionarios es hoy uy débil. Una renovación es perceptible en algunos partidos del mundo (como lo atestigua por ejemplo la conferencia de solidaridad Asia-Pacífico de Sydney, en 1998, y sus repercusiones). Pero la erosión de la dinámica inicial del Foro de San Pablo en América Latina y la ausencia prolongada de iniciativa "partidaria" en Europa occidental demuestran que todo está por hacerse en este terreno. Las organizaciones miembro de la Cuarta Internacional deben contribuir activamente a este resurgimiento internacionalista. Su responsabilidad está aquí particularmente comprometida.

 

24. Internacionalismo. La puesta en competencia de los trabajadores en el mercado mundial es la raíz de este proceso de mundialización capitalista. Establece la necesidad (por primera vez quizá, de forma completamente objetiva) de formas internacionales de organización de los trabajadores. En efecto, es el único modo de luchar eficazmente contra los efectos de la mundialización. Es también la principal garantía contra el repliegue nacional reaccionario, contra las tentaciones fundamentalistas y contra la fuga hacia adelante en guerras cada vez más bárbaras.

Aunque de modo muy desiguales, según los sectores sociales o regiones del mundo, nuevos marcos de solidaridad internacional están vislumbrando en el terreno, unificando las resistencias a la mundialización capitalista, al orden mercantil neoliberal, a la ley de las transnacionales y los grandes bancos. La emergencia de estas nuevas formas de organización se ve facilitada por la colaboración regular de las distintas redes implicadas (luchas contra el FMI o el BM, la deuda y el ajuste estructural, la OMC y la mercantilización del mundo). Estos últimos años, una sucesión de encuentros permitió el comienzo de una dinámica acumulativa en términos de intercambio de experiencias, de clarificación de objetivos perseguidos colectivamente, la elaboración de programas y campañas de acción conjunta. La continuidad de este proceso permitirá testear las nuevas formas embrionarias del internacionalismo, en su necesaria diversidad, y de percibir aquellas formas que permitirán reunir las más amplias formas de resistencia, de expresar la radicalidad desde los movimientos sociales y de precisar las alternativas al orden dominante.

[versión revisada, junio 2000].

 

 

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