Una nueva situación mundial

 

I. Una nueva fase del movimiento obrero y social

1. La nueva fase

Desde el final de los años 90 el giro de la situación política mundial ha abierto una nueva fase en la actividad, el programa, la estrategia y la organización del movimiento obrero, social y popular. Este giro es el resultado de tres factores:

(a) el desarrollo de las contradicciones inherentes al nuevo modo globalizado de acumulación capitalista;

(b) las resistencias sociales a la ofensiva de las clases dominantes;

(c) el surgimiento de una nueva ola de radicalización, a través de los movimientos antiglobalización capitalista, en particular en una serie de sectores juveniles; y

(d) en América latina, una radicalización de campesinos, indios y jóvenes que modifican las relaciones de fuerza. Los nuevos gobiernos de Brasil y Ecuador, el avance electoral en Bolivia, la radicalización del gobierno de Hugo Chávez, las movilizaciones de Argentina y Perú evidencian la inestabilidad política y social de esta transición hacia mayores enfrentamientos de clase. La paradoja que debemos resolver es que esta radicalización se produce en una situación de debilidad de la izquierda revolucionaria.

Estos factores no anulan las fuertes tendencias inauguradas, a mediados de los años 70, por el fracaso de las oleadas (semi)revolucionarias y el fin de la onda larga expansiva del capitalismo, y que permitió: la ofensiva neoliberal de los anos 80, una nueva reestructuración del mundo por las clases dominantes, denominada “globalización capitalista”, una nueva degradación de la relación de fuerzas en detrimento de la clase obrera, etc., y luego del hundimiento de la burocracia estalinista y la restauración del capitalismo en el Este, una crisis sin precedente de la conciencia de clase, de la organización del movimiento obrero y de las dos corrientes que lo han dominado a lo largo del siglo XX: la socialdemocracia y el estalinismo.

Pero la situación actual es diferente de la del inicio de los años 90. Ciertamente, la reactivación del movimiento obrero, social y popular es desigual, adopta formas diferentes según las situaciones políticas nacionales. Pero más allá de tal o cual coyuntura existe, sin duda alguna, un cambio de clima social, político e ideológico. Ello favorece la emergencia de corrientes anticapitalistas/ antiimperialistas, tanto en el plano social y sindical como político.

2. Una fase transitoria

La situación internacional ha cambiado significativamente. Los presentes característicos del periodo se definen por las contradicciones de una situación intermedia entre un sistema en que el Estado juega un rol importante, existe una colaboración institucionalizada entre las clases y un movimiento obrero dominado por reformistas socialdemócratas o antiguos estalinistas y un nuevo capitalismo con nuevas instituciones políticas, así como un nuevo ciclo orgánico del movimiento obrero y los nuevos movimientos sociales. Esta situación transitoria se caracteriza por:

-la fortalecida voluntad hegemónica del imperialismo americano que se traduce en una serie de guerras y de intervenciones con el objetivo de controlar el planeta;

-la continuación de la ofensiva de las clases dominantes, que tropieza a partir de ahora con obstáculos económicos y sociales importantes;

-el enorme crecimiento de la fuerza económica y militar de la burguesía, que se combina con una crisis de sus formas de dominación política;

-una evolución contradictoria de las relaciones de fuerzas: un ataque a las conquistas sociales producto de la desregulación, combinada con resistencias y recomposiciones en las luchas y centros combativos del mundo del trabajo;

-una transformación social-liberal de los sectores dominantes del movimiento obrero y popular tradicional, cuya crisis histórica libera espacios para nuevas experiencias fuera del control de los aparatos socialdemócratas y estalinistas;

-un nuevo radicalismo en las reivindicaciones, las formas de lucha y los movimientos, junto a las dificultades en la formación de una conciencia anticapitalista y en la construcción de una alternativa política.

3. La situación del proletariado mundial y el papel de las mujeres

En los antiguos Estados bajo dominio burocrático la preocupación principal de las masas obreras es la lucha por su supervivencia material cotidiana, a la vez que el movimiento obrero sigue en estado embrionario y fragmentado. En los países de la periferia, los núcleos productivos estables con una clase obrera hiperexplotada, sin derechos y protecciones sociales, se hallan rodeados de masas populares que viven en una pobreza extrema sin precedentes, consecuencia de la destrucción del tejido social. En las maquiladoras prefieren a mujeres jóvenes que se ven enfrentadas a una serie de problemas de salud, de seguridad y de continuo acoso sexual. En las maquiladoras las mujeres suelen tener dos veces más abortos que otras trabajadoras, y sus bebés sufren de peso insuficiente y de defectos de nacimiento. Dado que hay pocos trabajos disponibles, las mujeres proletarias han tenido que volcarse al sector “informal” de la economía, incluido (casi siempre contra su voluntad) el comercio sexual nacional e internacional. Un aspecto preocupante de este trabajo juvenil, sobre todo en los países periféricos, es la inclusión de menores. Más de 110 millones de chicas entre 4-14 años de edad forman parte de la mano de obra. Son más vulnerables a todos los problemas que enfrentan las mujeres: violación, acoso sexual, condiciones de vida malsanas e inseguras, violencia doméstica y la posibilidad de ser vendidas como esclavas o forzadas a trabajar como prostitutas. La mayor parte del millón de niños reclutados cada año para la prostitución son chicas.

En los países imperialistas, y concretamente en la UE, el capitalismo ha conseguido por primera vez desde hace medio siglo (re)crear una situación de inseguridad casi general con relación al empleo, el salario, las prestaciones (desempleo, enfermedad, invalidez), y el acceso a una enseñanza de calidad y a los servicios de salud. Los trabajadores que tienen un empleo se enfrentan a ataques a sus conquistas sociales, incluyendo su derecho al trabajo y sus derechos como trabajadores; la generalización de la flexibilidad, de la precariedad; austeridad salarial, individualización de los procesos de trabajo y de los salarios; descenso del número de afiliados al movimiento sindical. Millones de trabajadores han vivido estos retrocesos parciales.

Las mujeres constituyen el 70% de los pobres en el mundo. En la mayoría de los países industrializados, la participación de mujeres en la fuerza de trabajo ha superado -o pronto lo hará- el 50%. Aunque algunas mujeres han logrado romper el “techo de cristal”, la mayoría sigue encerrada en el gueto de los sectores de la economía que pagan bajos salarios. En EEUU, las mujeres sin prestaciones de asistencia sanitaria, sin sistemas de transporte público o acceso a los servicios de cuidado a los niños llegan a veces a reunir dos o tres trabajos a tiempo parcial viviendo aún así bajo el nivel de pobreza. La diferencia salarial entre trabajadores hombres y mujeres está creciendo y la demanda de un pago igual casi solamente se ha alcanzado para el salario mínimo. Las mujeres son la mayoría en muchos trabajos de servicio público y constituyen la mayoría de los trabajadores a tiempo parcial o de corto plazo. Casi todas las mujeres se enfrentan al acoso sexual en su vida laboral, ya sea porque el hombre hostigador es su patrón, su compañero de trabajo o hasta el representante sindical.

En el mercado de trabajo actual las mujeres sufren de forma desproporcionada la pérdida de empleo a raíz de la política neoliberal que restringe los servicios públicos o los privatiza. Además, las mujeres son las principales afectadas por la pérdida de servicios públicos, ya que por su papel y responsabilidad dentro de la familia, tienen más necesidad de ellos.

Pero más globalmente, las contradicciones de la fase actual del sistema capitalista se traducen en luchas y movimientos parciales por la defensa de las conquistas sociales, el rechazo a los despidos, el aumento de los salarios, de las prestaciones sociales y de las pensiones.

Por ultimo -fenómeno significativo-, la llegada al proceso de producción de millones de jóvenes que, si bien, por un lado, no tienen memoria de las luchas y de la historia del movimiento obrero, por otro, “no llevan sobre sus espaldas el peso de las derrotas pasadas” y están dispuestos a luchar con sus propios métodos.

En este marco, el peso del estalinismo está en proceso de desaparecer, el capitalismo se desacredita por su brutalidad antisocial, sin que el proyecto socialista ya se haya relegitimado. Al mismo tiempo, miles de militantes y de cuadros que no han conocido derrotas históricas siguen activos en las movilizaciones de base y sindicales, disponibles para reactivar o crear las condiciones de una recomposición del movimiento obrero y de los movimientos sociales sobre nuevos ejes.

4. La participación de los/as jóvenes en la resistencia global

Se ha extendido una nueva ola de radicalización y de politización de la juventud a través de los movimientos antiglobalización. Esto constituye un elemento clave de la nueva situación política e ideológica y de la renovación del movimiento obrero y revolucionario.

La movilización espectacular en Seattle (noviembre 1999) y el enfrentamiento sin precedente en Génova señalan un punto de inflexión en las resistencias contra la globalización neoliberal. Esta brecha internacional del movimiento contra la globalización capitalista es el resultado de una serie de movilizaciones, menos visibles en el clima de regresión ideológica y de renuncia militante de los años 90, pero que han creado un nuevo internacionalismo y nuevos movimientos, enfrentándose a las instituciones internacionales del imperialismo (Banco Mundial, FMI, G7, la UE), en contracumbres y en un esbozo de reagrupamientos internacionales, del que el Foro Social Mundial de Porto Alegre (Enero 2001) es la instancia más impresionante en la actualidad.

Este movimiento ya está influyendo en los cuadros del movimiento obrero y social en el plano nacional, ofreciendo un inicio de alternativa en cuanto al análisis de la situación mundial, a las reivindicaciones y a la perspectiva de “otra” sociedad. Es ante todo la fuerza motriz tras la nueva radicalización y politización de la juventud. De hecho, la juventud nunca cesó de comprometerse y de “ocuparse de la política” -en el sentido más amplio- a través del antirracismo-antifascismo, de la ecología, la solidaridad con el Tercer Mundo, el activismo humanitario y las grandes cuestiones éticas a las que se enfrenta la humanidad. Pero estaban profundamente marcados por el rechazo de lo político en general, no se identificaban con la clase obrera y el movimiento obrero, y daban la espalda al marxismo y a las organizaciones revolucionarias.

Fuera de los países del centro capitalista se organiza la juventud en el seno de los movimientos campesinos, indígenas, estudiantiles, sindicales y desocupados en respuesta a las medidas neoliberales concretas. Participación importante pero insuficiente para desplazar a las viejas direcciones.

Otros jóvenes crean formas propias embrionarias y generalmente locales de participación que no necesariamente pertenecen al movimiento contra la globalización capitalista y, a través de propuestas de economía solidaria o de proyectos de ONGs, se vinculan a la lucha social más general.

Esta juventud que se radicaliza no expresa solamente sus propias necesidades y aspiraciones en el marco de una sociedad injusta, también manifiesta un compromiso de cara a la sociedad para cambiarla. Esto implica un salto adelante en el plano de la conciencia (anticapitalista), de las formas de lucha (más radicales), de las reivindicaciones (más globales) y del compromiso (más militante). Es el inicio de una nueva fase.

5. La evolución “neoliberal” de la socialdemocracia y del populismo

La nueva fase política es una prueba para los proyectos y programas de la socialdemocracia. Puede otorgar algunos márgenes de maniobra a los equipos gubernamentales socialdemócratas en su juego ante los partidos de la derecha tradicional, pero confirma la profundidad de los procesos de social-liberalización de los partidos socialistas. A pesar de las posibilidades, los PS han renunciado a cualquier política autónomo-keynesiana o neo-keynesiana. Bajo el temor a cualquier enfrentamiento serio con la patronal y las clases dominantes y en el marco de un profundo cambio político-ideológico, las direcciones socialdemócratas han abrazado los contornos de la política liberal, a la vez que añaden algunas medidas sociales menores. Se trata de una profunda revisión político-ideológica de los partidos socialdemócratas.

En Europa esto ha tomado un relieve particular por su participación gubernamental, simultáneamente y durante varios anos, en 13 de los 15 países de la UE. Con muy pocos matices, se han inscrito en el marco de las opciones estratégicas de las clases dominantes, como lo han confirmado sus orientaciones socioeconómicas y su participación sin reserva en las tres guerras desatadas por el imperialismo en los últimos diez años (Irak, Yugoslavia, Afganistán).

Mas allá de las especificidades evidentes, se imponen algunas consideraciones análogas en cuanto a los partidos populistas, de izquierda o de centro-izquierda (populistas-anti-imperialistas) de América Latina. Por otro lado, los partidos grandes de procedencia estalinista, cuyo enfoque estratégico y cuya práctica en los movimientos de masas no se diferencia lo más a menudo de la de los socialdemócratas, han entrado también en una crisis existencial.

Veinte años de política de agresión social, han dañado profundamente las relaciones entre estas organizaciones y sus bases sociales. El resultado es un retroceso radical sin precedente de su prestigio, de su control social y de su encuadramiento del proletariado y de la juventud progresista. Por tanto, se ha abierto un espacio político, social y electoral en el que corrientes, movimientos y partidos radicales / anticapitalistas pueden afirmarse, adquirir una audiencia amplia en la sociedad y llegar a ser un factor importante en el movimiento obrero y social.

6. Reconstrucción del movimiento de masas e izquierda anticapitalista

Con este trasfondo surge una nueva situación político-ideológica, a finales de los años 90. Este giro no sale de la nada. Es el fruto de una acumulación de descontentos, de tomas de conciencia, de un impulso de la solidaridad, y de luchas importantes que, sin embargo, habían terminado en estancamiento, fracaso o derrota: en Estados Unidos, la larga huelga de los pilotos y la de la UPS. En Europa, huelgas generales nacionales o sectoriales- en Gran Bretaña (mineros, 1984-85), en Dinamarca (huelga general, 1986), en Bélgica (1986, después los servicios públicos en 1987, huelga general en 1993, una huelga larvada del sector de la enseñanza mantenida a lo largo de dos años), en España (huelgas generales al principio de los años 90) y en Italia (1992 y 1994). En América Latina: en Ecuador, Brasil, Bolivia. En Asia, Corea del Sur e Indonesia han conocido movimientos de masa y luchas obreras importantes. La marcha de mujeres por el pan y las rosas en junio de 1995 en Québec mostró que el movimiento feminista era capaz de volver a movilizarse en torno a sus propias demandas. Esta marcha tuvo un impacto directo en la radicalización de un sector del movimiento influido por las ONGs y que habían sido mediatizadas por las estructuras de la ONU.

En Europa, la movilización masiva de mujeres, combinada con el movimiento de huelga contra el gobierno de Juppé en Francia (en el invierno de 1995) fue el primer signo de este cambio. Con la marcha europea a Ámsterdam de los desempleados, los empleados precarios y los excluidos (junio 1997), se inició un cambio en el estado mental de los sectores activistas en Francia y en el resto de Europa. Otras iniciativas directas que ya se habían iniciado, como la campaña por la cancelación de la deuda del Tercer Mundo y ciertos movimientos campesinos muy radicales (Brasil, India, etc.), se añadieron a esto. La confrontación en Seattle en noviembre de 1999 abrió el camino al “movimiento antiglobalización”, que se encontró en Porto Alegre en el primer Foro Social Mundial, inspirado por un sentimiento radical, internacionalista y potencialmente anticapitalista, portado por una nueva generación. Este espíritu de internacionalismo radical sobre una base feminista también se expresó claramente en la Marcha Mundial de las Mujeres del año 2000, cuya preparación antecedió a Seattle, basado en una crítica de la reunión de mujeres organizada por la ONU en Pekín. El “espíritu de Seattle” fue continuado en Norteamérica por la movilización antiTLC en Québec en abril de 2001.

En Génova, por primera vez, este movimiento fue capaz de combinarse con los sectores radicales del movimiento sindical de masas en una confrontación directa con el gobierno y sus políticas neoliberales. Posteriormente, volvió a ampliarse y fortalecerse. Después del 11 de septiembre, fue capaz, de diversos modos, según las condiciones en cada país, de transformarse rápidamente en un movimiento antiguerra, que incluye a cientos de miles de participantes en demostraciones alrededor del mundo contra la guerra imperialista en Afganistán. También fue una de las fuentes de apoyo político y organizativo al pueblo Palestino, atacado por el Estado israelí.

Una nueva coyuntura sociopolítica se desarrolla en ciertos países, como Italia y el Estado español, donde “el movimiento de movimientos” directamente estimuló las luchas en el movimiento obrero. Creó un nuevo marco político, una voluntad radical, una nueva perspectiva y el embrión de una alternativa para las luchas sociales defensivas que nunca se detuvieron durante el período anterior. Por ahora, es el actor principal en la oposición al capitalismo. Pero el movimiento sindical “tradicional” –organizativamente débil y políticamente aislado– continúa organizando millones de hombres y mujeres trabajadoras y cientos y miles de activistas. Las huelgas generales y las masivas movilizaciones ciudadanas en Italia, el estado español y Grecia, y el reinicio de huelgas sectoriales en Alemania también trajeron al escenario político a hombres y mujeres trabajadoras unidos a otras capas sociales y movimientos sociales.

En Argentina el levantamiento semirevolucionario ha surgido directamente de la crisis de derrumbamiento de partes enteras de la economía como consecuencia de la aplicación a largo plazo de la política neoliberal. En este caso, es la lucha por la vida la que ha llevado a la clase obrera y a los pobres (también las clases medias) hacia la lucha y la organización. Esta movilización que choca objetivamente con la globalización capitalista (en concreto: con las empresas transnacionales extranjeras, el FMI y la constante intervención del imperialismo americano). El Argentinazo ha sido una chispa en América Latina, donde el ascenso del movimiento de masas está afectando a varios países (Venezuela, Uruguay, Paraguay, Perú …).

El movimiento campesino es uno de los actores más importantes de esta movilización anticapitalista. El MST (Movimiento de los trabajadores sin tierra) brasilero, la CONAIE (Confederación Nacional de los Indígenas de Ecuador), la Confederación campesina francesa y otros movimientos organizados en el seno de la red internacional Vía campesina desempeñan un papel esencial en la lucha contra la OMC y el orden mercantil internacional. Sin hablar del movimiento campesino e indígena de Chiapas bajo la dirección del EZLN, que se ha convertido en la vanguardia de la lucha anti-liberal al organizar en 1996 la Conferencia Internacional por la Humanidad y contra el neoliberalismo.

En el continente africano, la movilización contra el neoliberalismo y sus efectos se ha efectuado bajo la forma de encuentros amplios como la cumbre “Anular la deuda” en Dakar en diciembre 2002, la contracumbre contra el G8 y contra el NEPAD en Siby en 2002 y las grandes movilizaciones sociales en torno a la cumbre mundial por un desarrollo sostenible en Johannesburgo en 2002.

El nuevo despegue y reconstrucción del movimiento obrero y social internacional es parte de la “lucha de clases”, del desarrollo de las luchas obreras y también del “movimiento antiglobalización”, de iniciativas directas de ciudadanos, así como las de las organizaciones antiimperialistas, anticapitalistas y revolucionarias en su seno. Las mujeres han jugado un rol dirigente en la lucha por una justicia social en una época de una desigualdad y brutalización cada vez mayor. Las mujeres se han organizado en comunidades e individualmente de formas muy variadas para oponerse a la guerra, la represión y a un mundo donde las relaciones capitalistas son las únicas posibles. Las mujeres han jugado un papel central en la lucha contra el fundamentalismo religioso. Por ejemplo, algunas mujeres en la India se han movilizado contra los ataques a mujeres islámicas cometidos por varias organizaciones hindúes derechistas afiliadas al gobierno del BJB en Gujarat; otras mujeres en Afganistán se opusieron al gobierno Talibán; y algunas mujeres se han movilizado contra fundamentalistas cristianos en Francia, EEUU, Canadá y Gran Bretaña en defensa de las clínicas de aborto atacadas por “los comandos antiaborto”. Sin la fuerza social mayoritaria integrada por la clase asalariada, sin su lucha de masas por sus demandas de aspiraciones, sin su creciente autoorganización, la globalización capitalista, las políticas neoliberales y la guerra no podrán detenerse.

La reconstrucción del movimiento de masas y de la izquierda debe prestar atención a la decisiva presencia de campesinos e indígenas en países de América Latina como Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador y Méjico; Paraguay donde se vive un ascenso de la movilización y la lucha por tierra; en Brasil, la presencia del MST con su demanda de reforma agraria radical; en el caso de Bolivia, la lucha de los campesinos cocaleros y el avance electoral del MAS-Movimiento al Socialismo, en Ecuador la CONAIE-Confederación de Nacionalidades Indígenas desde su expresión política, el movimiento Pachakutik Nuevo País que es parte del gobierno actual y constituye un frente de lucha contra el neoliberalismo.

Este espectacular reinicio de la confrontación política y social abre nuevas perspectivas para una izquierda anticapitalista, tanto en el frente social, como el de la política partidista.

 

II. La guerra y la nueva contraofensiva imperialista

1. El ataque de al-Qaeda y la “guerra contra el terrorismo”

(1) Tras el ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001, el imperialismo estadounidense ha lanzado una vasta contraofensiva que marcará la situación mundial durante los años venideros. Más allá de su impacto apocalíptico, sus verdaderas repercusiones irán apareciendo en la medida en que la “prolongada guerra contra el terrorismo internacional” se vaya topando con los numerosos obstáculos, contradicciones, resistencias y oposiciones que le saldrán al paso.

(2) La agresión de Estados Unidos, que en un principio fue un acto de venganza militar contra todo un pueblo bajo el pretexto de castigar a sus gobernantes, se sitúa en el contexto de una serie de guerras imperialistas desde 1991 (contra los pueblos de Irak y Serbia), que confirman su actitud hegemónica e intervencionista en el período post “Guerra fría”. En este caso, pretendía eliminar la corriente fundamentalista del tipo Bin Laden, a pesar de que dicha corriente apoya el capitalismo, vinculada como está a facciones burguesas y sectores de varios aparatos estatales reaccionarios, como la monarquía Saudita y las dictaduras de Pakistán y Sudán. El discurso de esta corriente política es fanáticamente religioso, más antioccidental que antiimperialista, y más antisemita que antisionista. Fundamentalmente opuestos a los derechos democráticos y a la igualdad de la mujer, quieren imponer regímenes teocráticos ultrareaccionarios. El petróleo siempre ha sido una motivación esencial de la política imperialista en esta parte del mundo.

2. Los objetivos de guerra de Estados Unidos

El 11 de septiembre no solamente rescató una presidencia aislada e inestable, cuyo proceso electoral había sido dudoso, sino que legitimó la ofensiva de los Estados Unidos a escala mundial de una forma que los estrategas norteamericanos jamás soñaron lograr hasta entonces. Transformó la débil Administración de los Republicanos de derecha, basada en las grandes compañías petroleras, en un gobierno capaz de utilizar el poder militar norteamericano como y cuando quiera para lograr sus intereses estratégicos. Se lanzó la guerra contra el terrorismo. Se le dijo al mundo: “ustedes están o con nosotros o con los terroristas.” El peligro proviene ahora de los estados “delincuentes” y los Estados Unidos decidirán quiénes son y qué hacer con ellos. Afganistán fue invadido, con mayor número de muertos que los del once de septiembre.

La lección que obtuvo lo que algunos llaman la “junta petrolera” de Bush de la rápida victoria militar sobre los talibanes es que los bombardeos funcionan y que se deben utilizar con mayor frecuencia. Vimos entonces la escalada de los objetivos de guerra de los EE.UU. expresadas en las declaraciones de Bush sobre el “eje del mal” en su discurso sobre el Estado de la Unión, seguido de otro discurso en las Naciones Unidas que delineó los objetivos estratégicos de los EE.UU. y enfatizó no solamente la extensión de la política de “cambio de régimen” sino la intención de los EE.UU. de asegurarse de que su superioridad militar masiva no se enfrentase ni a retos ni a reveses. En el futuro, los Estados Unidos derrocarán a cualquier régimen que sea un obstáculo a sus intereses.

Irak es el próximo en la lista para una invasión. No se ha establecido ningún vínculo con la red Al Qaeda probablemente porque no existe ninguno. La destrucción de los armamentos de “destrucción masiva”, que probablemente tampoco existen, se fijó como objetivo. Lo negativo no puede probarse, y la demanda se mantiene como la razón para la guerra. Se le decía al mundo: “si no nos creían tras la guerra en Afganistán cuando deciamos que vamos a cambiar el mundo a favor de nuestros intereses, nos creerán una vez derrotemos a Irak.” Los Estados Unidos tienen la intención de utilizar su poder militar infranqueable para redefinir y remodelar el mundo a favor de los intereses estratégicos y económicos del imperialismo norteamericano.

El interés por invadir Irak no estriba solamente en sus consecuencias políticas sino también en sus reservas masivas de petróleo. En última instancia la guerra no es por el petróleo, pero Irak tiene las segundas reservas de crudo del mundo y están relativamente sin explotar. El petróleo es, por lo tanto, un asunto de importancia enorme en Irak, a diferencia de Afganistán. Está previsto que las reservas de petróleo de los EE.UU. se agoten en menos de 50 años. El control de las reservas claves del mundo junto con la inmensa superioridad militar son los elementos clave del tipo de dominación mundial que el imperialismo norteamericano tiene en mente.

Los Estados Unidos también tienen objetivos regionales en el Medio Oriente. Una ocupación y estabilización exitosa de Irak reestructuraría la región dramáticamente. Arabia Saudita estaría bajo una presión más directa de los EE.UU., Irán estaría en la mirilla de los EE.UU., y los palestinos estarían aún más aislados. El poder de Israel se fortalecería masivamente y el equilibrio político de la región cambiaría.

La guerra contra el terrorismo es una estrategia a largo plazo para el imperialismo, el cual busca sacar el mayor provecho de esta. Los EE.UU. se disponen a impedir los movimientos de liberación en el tercer mundo, subordinar al capitalismo Europeo a sus intereses, redefinir la “justicia global”, y a utilizar su poder militar para asegurar la dominación de las multinacionales norteamericanas. La soberanía nacional existe hoy en día sólo a condición de que le dé su aprobación los EE.UU. Putin tiene las manos libres y es aún más brutal que antes en Chechenia. Mientras tanto, hay individuos bajo detención indefinida sin derecho a juicio en los Estados Unidos y otras “democracias”, y la CIA tiene autorización para llevar a cabo asesinatos políticos a la manera de Sharon en Palestina.

A corto plazo las víctimas son los pobres y los oprimidos en los países que los EE.UU. han invadido o en los que están desplegando operativos militares. Esto ha incluido a Colombia y a las Filipinas donde los Estados Unidos están interviniendo contra los movimientos guerrilleros de izquierda. En Palestina el gobierno de Sharon tiene mano libre para lanzar ataques criminales sobre la población palestina.

Pero todo esto es solo la punta del iceberg. Se concentra un avance de las fuerzas militares estadounidenses en el Asia central y sur-oriental. La guerra afgana le permitió a los EE.UU. construir bases permanentes en los países de la ex Unión Soviética, la cual hubiera sido inconcebible antes del 11 de septiembre. Se han establecido bases en Tayikistán y en Kyrgyzstan y aún en Georgia.

Las posiciones norteamericanas se fortalecen en Corea del Sur y en el estrecho de Taiwán. Las implicaciones son claras. El petróleo del Mar Caspio cae bajo la influencia norteamericana, y se está rodeando militarmente a China. Esto no quiere decir que China esté en la lista de objetivos a atacar, pero sí significa que los EE.UU. buscan el control geopolítico de la región con miras a sus vastos mercados.

Esta es, por supuesto, una estrategia de alto riesgo que presenta muchos obstáculos.  A más represión, según sea mayor la falta de justicia, mayor será la reacción o la “retro-explosión” como sabe muy bien la banda de Bush y compañía. La guerra contra el terrorismo inevitablemente ha producido mayor grado de terrorismo, con gente dispuesta a morir para asestar un golpe de la mejor manera posible según su punto de vista. Esto no significa que apoyemos tales acciones, sino que comprendemos las causas que las generan.

A la vez que se prepara la invasión de Irak, que se llevará a cabo ahora con la autorización de las Naciones Unidas, ya se ha desatado un movimiento anti-guerra incluso antes del comienzo de la guerra.

En Gran Bretaña tuvo lugar una manifestación de 400,000 personas y la manifestación en el Foro Social Europeo en Florencia se acercaba al millón de personas. En los propios Estados Unidos un movimiento anti-guerra está en crecimiento. La CI debe redoblar sus esfuerzos para construir ese movimiento anti-guerra al máximo y asegurar que si no se puede detener la invasión de Irak, sí exista al menos oposición a ella en las calles de todo el planeta y que las fuerzas agresoras se vean forzadas a pagar el máximo precio político por sus acciones.

3. Nuevas contradicciones internas del imperialismo norteamericano

(1) En primer lugar, esta guerra ha incluido un golpe a Estados Unidos en su propio territorio, mientras que desde hace dos siglos este país había podido conducir guerras en el mundo entero sin sufrir repercusiones en su territorio. Este acontecimiento extraordinario constituye una humillación para la máxima superpotencia de la historia, cuyo territorio ha dejado de constituir un santuario. Esto dará lugar a una conciencia aguda de inseguridad y vulnerabilidad y, a medio e incluso a largo plazo, influirá en todas las relaciones sociales en su interior, particularmente entre la clase dominante y las clases explotadas, alimentando una conciencia chovinista imperialista en la mayoría de la clase asalariada (“la más grande del mundo”).

En lo inmediato, ha permitido crear una unión sagrada en torno al presidente Bush. Bush, limitado inicialmente (en el interior) por una elección ilegítima, y poco respetado (en el exterior), ha logrado un viraje espectacular, asumiendo un liderazgo enérgico y lanzando una fuerte contraofensiva interior y exterior, afirmando una supremacía militar sin igual, que se sirve del enorme crecimiento de su presupuesto militar como pistón y símbolo.

(2) Como resultado, el movimiento social contra la globalización (“Global Justice Movement”) en Estados Unidos ha debido dar marcha atrás. Se ha debilitado por la retirada del movimiento sindical AFL-CIO y la suspensión de su manifestación en Washington, programada para finales de septiembre del 2001, que debía ser la iniciativa mayor y más ofensiva desde Seattle. Sin embargo, el movimiento no ha desaparecido. Gracias a la determinación de sus activistas ha logrado removilizarse rápidamente y constituir un movimiento antiguerra aún muy minoritario, pero presente en todo el país.

Pero la alianza entre el movimiento antiglobalización capitalista y el movimiento sindical –que había pasado a la oposición debido al “fast track” (el derecho del presidente a negociar libremente las desreglamentaciones vinculadas al ALCA) y a los ataques contra el sector público- se rompió en el clima de chovinismo posterior al 11 de septiembre. Su renovación alrededor de un eje que combine estas cuestiones sociales con consideraciones políticas generales (“Jobs With Justice”) dependerá de una reducción del sentimiento patriótico.

Esta “unión sagrada” deberá pasar la prueba de la política económica brutalmente propatronal del presidente Bush, de la recesión y los despidos masivos que continúan y de la bancarrota de gigantes económicos (sus consecuencias antisociales en términos de empleos y jubilaciones, el bandidaje financiero de los patrones y los lazos corruptores con el establishment político): un “conjunto económico” que ya ha empezado a sembrar la duda en la opinión pública en cuanto a la fuerza del sistema y la integridad moral de su clase dominante.

4. Los efectos internacionales de la ofensiva norteamericana

A escala internacional, la ofensiva político-militar del imperialismo estadounidense se ha dejado sentir inmediatamente, fortaleciendo todas las tendencias reaccionarias que ya se estaban desplegando:

(1) La constante proyección en los medios ha agudizado y ampliado el clima de volatilidad e inseguridad globalizada reinante. Esto promueve una creciente actividad de los aparatos represivos y coercitivos de estado (ejército, policía, escuela, etc.). Esto, a su vez, favorece el desarrollo de corrientes chovinistas reaccionarias enntre la población. Esta evolución afecta al planeta entero, país por país. En particular, las clases dominantes han relanzado sus proyectos que habían estado bloqueados, incluso logrando imponerlos (por ejemplo, las intervenciones militares estadounidenses en América Latina y el Plan Colombia y la creación de una policía antiterrorista, o la adopción de normas policiales y jurídicas en la Unión Europea).

(2) Se ha normalizado la guerra como instrumento político, y los estados la han reintegrado a sus estrategias. El derecho a la “ingerencia humanitaria” en los asuntos de otros estados, reservado a los países imperialistas, ha sido validado como un concepto de “buen gobierno” (governance). Este derecho ha sido ampliado, a discreción del imperialismo (estadounidense en primer lugar), a otros estados, en nombre de la “lucha contra el terrorismo” (Rusia en el Cáucaso e Israel en Palestina, así como, en África, Uganda, Ruanda y Angola en las guerras de Congo). El resultado ha sido la multiplicación de los focos de tensión y conflicto, aumentando el caos, la miseria y la barbarie.

(3) El gasto militar que se estabilizó en los años al final de la “Guerra fría” despegó una vez más en 1999. La remilitarización masiva de Estados Unidos, contenida en el presupuesto de 2002 implica un nivel de militarización que ningún país está en posibilidades de imitar y ni siquiera seguir. La lógica política de esta nueva carrera armamentista es diferente de la correspondiente a la “Guerra fría”. Ya no se trata de preparar una guerra nuclear contra la Unión Soviética en nombre del “equilibrio del terror”, sino de desatar guerras que impongan el dominio político de Estados Unidos (con todas las ventajas que se desprenden en términos económicos y monetarios). La reformulación de la estrategia política mundial en curso exige una redefinición de las prioridades militares en relación a los recursos financieros disponibles: control en el espacio, lo que sirve para asegurar el control militar del planeta entero; protección “total” del territorio nacional; capacidad de conducir varias guerras de envergadura simultáneamente (particularmente en Asia Oriental), lanzamiento y control de las guerras “asimétricas” (como la de Afganistán) e intervenciones militares puntuales (América Latina y los Balcanes). Esta política ejercerá una fuerte presión sobre los estados del mundo, en particular dentro de la OTAN. Ese “keynesianismo militar” estadounidense, que implica una intervención del estado y el aumento del endeudamiento público, sostiene la demanda interior y los sectores estratégicos de la economía norteamericana, que también producen masivamente para la exportación.

(4) La lucha internacional “contra el terrorismo” amenaza las libertades democráticas y la actividad de las organizaciones populares y la sociedad civil en general. Según la situación local, se trata de reprimir o eliminar físicamente toda disidencia u oposición, criminalizar los movimientos de masas, reducir su impacto político, etcétera. La democracia burguesa —en los países y en la medida en que exista— tiene ahora la posibilidad legal de pasar al estado de excepción de acuerdo con las circunstancias. El objetivo estratégico es obvio, dado que lo habían anunciado desde antes del 11 de septiembre: sofocar el movimiento “antiglobalización” de masas que pone en tela de juicio de manera masiva, por primera vez desde 1968, el reino del capitalismo y del imperialismo, y da la señal del renacimiento del movimiento organizado de los y las explotados, oprimidos y trabajadores a nivel internacional.

5. Efectos específicos de la guerra sobre las mujeres

No sólo la guerra contra el terrorismo sino también el mayor número de guerras en las últimas tres décadas a través del mundo llevadas a cabo para proteger los intereses de las compañías multinacionales y el desarrollo de la globalización capitalista en cada parte del mundo, no sólo han tenido ya, sino que seguirán teniendo un efecto específicamente negativo sobre las mujeres de todas las edades, ya que en las guerras se usa la violación como una táctica consciente de guerra para controlar las comunidades. Las mujeres sometidas a estas violaciones sufren todo el resto de sus vidas por estos eventos traumáticos. Además, las que quedan embarazadas tienen niños como resultados directos de aquellas violaciones y así perpetúan el trauma a lo largo de varias generaciones.

Aunque el Tribunal Penal Internacional reconoce la violación como crimen de guerra, casi nunca son condenados los violadores: los soldados y, por consiguiente, el país responsable. Además, la situación de guerra obliga a las mujeres aceptar cualquier tipo de trabajo, a menudo la prostitución, para que pueda sobrevivir el resto de la familia, ya que ha muerto o desaparecido el varón.

 

III. La globalización, nueva etapa del capitalismo internacional, bajo hegemonía norteamericana

1. La mercantilización del mundo, especialmente de las mujeres y los niños

La globalización determina la configuración actual del capitalismo a escala planetaria. Se traduce en una extensión radical del mercado mundial, una libre circulación sin freno de los capitales y de las mercancías, así como un proceso impresionante de concentración del capital. Y tiende a unificar el mundo en un gigantesco mercado sin trabas.

2. Lógica capitalista y lucha de clases

Tendencia inherente al capitalismo, esta nueva etapa de la internacionalización del capital está estrechamente imbricada en la coyuntura económica y social de los años 70 y 80. El débil crecimiento y la recesión han provocado la respuesta neoliberal puesta en marcha desde finales de los años 70 bajo Thatcher y Reagan, y rápidamente extendido al conjunto de los países industrializados. Esta política neoliberal introduce una ofensiva de gran amplitud contra la clase obrera y sus conquistas sociales de los últimos 50, incluso de los últimos 100, años, y desemboca en un aumento drástico de la explotación de las clases obreras de las metrópolis imperialistas y un aumento de la masa y de la tasa de beneficio. En los países de la periferia (“el Sur”), la ley imperialista es la de desposeerlos del derecho a imponer cualquier obligación a los movimientos no sólo de mercancías, sino también de capitales. Los países de la periferia compiten entre si con el fin de atraerse los capitales mediante el bajo nivel de los salarios, un descenso casi total de fiscalidad, de la protección social o de legislación sobre el medio ambiente.

Esta nueva etapa de la globalización capitalista no es el fruto de un puro determinismo económico o tecnológico. Es el resultado de una lucha de clases descarnada por parte de las clases dominantes y sus Estados contra el proletariado mundial.

3. El reino de las sociedades transnacionales, nudo central del imperialismo

Las corporaciones trasnacionales desarrollan una guerra abierta contra cualquier intento de controlar sus actividades. Esta nueva estructuración de la economía mundial les permite absorber superbeneficios, garantizar nuevos mercados para sus productos, hacer presión en los precios de las materias primas y preservar su monopolio tecnológico. Es el resultado de un movimiento sin precedente de concentración por fusión o adquisición que no escatima ningún sector ni ninguna región del globo, aumentando el poder de los grandes conglomerados del Norte.

Esta nueva situación les confiere un poder creciente ante los gobiernos y los Estados en los que realizan su actividad. Estos han aceptado abandonar sus controles estatales de las operaciones financieras, los mercados monetarios y de los movimientos de capitales. Al mismo tiempo, los grandes trusts del mundo se apoyan en el poder de sus Estados para que prevalezcan sus intereses en las negociaciones internacionales, la diplomacia y, en ocasiones, la presencia militar. Disponiendo del mercado mundial como plaza, estos grandes oligopolios industriales o financieros gozan de una libertad de acción y de decisión sin precedente.

4. El apoyo de las instituciones internacionales interestatales

La globalización es igualmente comercial. Foro informal que contempla la eliminación progresiva de las barreras en el libre cambio, el GATT se ha transformado en Organización Mundial del Comercio (OMC) el 1 de Enero de 1995. En un contexto de fuerte crecimiento de los intercambios internacionales, este organismo, ni elegido ni controlado, gobierna el comercio mundial con criterios estrictamente neoliberales que tratan a países ricos y países pobres como iguales. El fracaso de la Conferencia de la OMC en Seattle en Noviembre de 1999 sólo es provisional. Ya se ha impulsado un nuevo ciclo que contempla arrojar al sector competitivo actividades como la sanidad o la educación, la liberalización total de la inversión privada. Descartados provisionalmente, no tardarán, sin embargo, en hacer de ello el objeto de una nueva ofensiva. A pesar de los discursos sobre el libre cambio, los países del Tercer Mundo se ven enfrentados a barreras a la entrada de sus productos en los mercados de los países más ricos, mientras que estos hacen saltar, bajo presión de la deuda y del FMI, los obstáculos a la invasión de sus productos industriales y agrícolas. El resultado es el saqueo de los pequeños productores de los países en desarrollo a los que hace la competencia la agroindustria del Norte y la destrucción de su capacidad de autosuficiencia alimenticia.

5. El peso de la financiación del capitalismo

El peso actual de los “mercados financieros” es resultado de las medidas de desregulación generalizada adoptadas en el transcurso de los años 80 junto con el nivel, entonces muy elevado, de las tasas de interés. Las instituciones financieras, junto a los bancos tradicionales, se han multiplicado y diversificado, disponiendo algunas de ellas, como los fondos de pensión anglosajones, de un considerable poder financiero, que ha sido uno de los motores de las políticas de inversión. La fuerza de disuasión acumulada de este modo confiere gran peso sobre las decisiones de las firmas o sobre las políticas económicas públicas, en la medida en que los Estados –por lo que respecta a la deuda pública– y las empresas levantan fondos en el mercado financiero. Esta estructuración ha aumentado por tanto la autonomía de la esfera financiera, aunque no la hace menos interdependiente de otros sectores de la economía. Primero porque sólo recicla una parte de la plusvalía extraída en el ámbito de la esfera productiva, parte enormemente creciente por el hecho de la acentuación del reparto desigual de las rentas entre las clases. Segundo, porque su libertad de maniobra es resultado de una voluntad política y de una opción deliberada.

6. Un sistema profundamente jerarquizado

La globalización implica un avance radical en la internacionalización productiva bajo el control de las grandes multinacionales, lo que provoca una especialización y una jerarquización creciente. Refuerza el acaparamiento de los recursos de la periferia por el centro. Esta reestructuración también funciona, para el centro, como un amortiguador de sus ciclos depresivos y como factor de ampliación de sus fases de prosperidad. Facilita estratégicamente la reproducción mundial del capital.

Establecer una diferencia entre el conjunto de los países del centro imperialista y la periferia dominada y subdesarrollada constituye el punto de partida para determinar la inserción de cada región y país en el mercado mundial, teniendo en cuenta luego las situaciones variables en el seno de la periferia. El continente latinoamericano se sitúa a un nivel superior que África, que ha sido reducido a un territorio de pillaje, pero inferior a Extremo Oriente. En cada continente se reproduce una jerarquía análoga de país a país (por ejemplo, a través de procesos de industrialización parcial). Esta jerarquía existe dentro de cada país y cada clase trabajadora, ya que diferentes capas tienen acceso a diferentes niveles de seguridad de empleo, salarios, servicios públicos tales como salud y educación. De tal modo que se crea una jerarquía entre mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, trabajadores inmigrantes y autóctonos. A medida que los desplazados por políticas neoliberales salvajes o la guerra –particularmente del Medio Oriente, Asia o África– emigran a otros países, encuentran que su derecho a vivir y trabajar es impugnado por algunos de sus compañeros de trabajo o por sus vecinos. Estos trastornos afectan profundamente las estructuras de las sociedades, especialmente los vínculos entre las clases dominantes y, a partir de esto, de la configuración de la lucha de clases.

La opresión sistemática del hombre sobre la mujer se refleja en la vida cotidiana en una sociedad que nutre la degradación y la violencia contra la mujer junto con papeles de género muy estrictos. Por consecuencia las mujeres se ven desvalorizadas socialmente, marginalizadas económicamente y con sus cuerpos convertidos en mercancías de consumo. La familia patriarcal sigue siendo la unidad económica doméstica central dentro de la sociedad actual y, junto con otras instituciones patriarcales –jerarquías religiosas y burocracias estatales incluidas–, refuerza de manera ideológica y práctica el poder de los hombres sobre las mujeres. La ideología patriarcal, un conjunto de ideas que definen los papeles de las mujeres como algo diferente de, y subordinado a, los de los hombres, penetra todas las instituciones y produce resistencias por parte de los movimientos de mujeres en todo el mundo. Para muchas mujeres, sus relaciones emocionales más íntimas dentro de la familia son a menudo la fuente de los mayores peligros que corren. Es mayor el número de mujeres que mueren asesinadas por su marido o compañero actual o anterior que por cualquier otra causa. Manifestaciones o vigilias como “Reconquistar la noche” (Take back the night) son actividades anuales que reflejan la situación dramática de la violencia contra las mujeres.

7. La cara violenta del neoliberalismo

A raíz de la ofensiva neoliberal vemos un incremento en las diferentes formas de violencia contra las mujeres. Jamás ha sido tan elevado como hoy en día el nivel de uso de la violencia doméstica, con inclusión de crímenes de honor, violación incestuosa, infanticidio femenino, violación matrimonial y palizas. Se está llevando a cabo una guerra contra las mujeres. A ellas se las culpa por parte de los que quieren imponer el status quo, así como por los fundamentalistas que se imaginan un mundo mejor si se imponen papeles rígidos. Como reacción a las tensiones del mundo neoliberal, estas fuerzas se concentran en controlar a las mujeres dictando una política particularmente centrada en torno a las capacidades reproductivas de las mujeres.

En general, en el mundo entero hay más violencia en la sociedad porque el neoliberalismo aumenta la explotación a través de la aceleración laboral, más horas de trabajo, etc. Incluso las antiguas políticas laborales son revisadas para dar más flexibilidad a las corporaciones (contratando trabajadores precarios y con menos derechos para los trabajadores despedidos). La competición interna entre trabajadores da lugar a más violencia física y sicológica en en el puesto de trabajo. Sin solidaridad obrera, el poder de los patrones no es cuestionado. Las maquiladoras y el trabajo doméstico son ejemplos del sometimiento del trabajo femenino a bajos salarios y condiciones de trabajo humillantes, violentas e injustas, incluyendo el hostigamiento sexual y el castigo corporal. La obsesión por el comercio libre oculta los mecanismos violentos que caracterizan el sistema capitalista.

8. La hegemonía americana: el dólar y la guerra

El establecimiento del nuevo orden mundial imperialista y en particular su jerarquización global y rígida tuvo necesidad de dos guerras (Irak, Balcanes) y dos intervenciones militares (Panamá, Haití) para desarrollarse. La iniciativa fue tomada por el imperialismo americano apoyándose no sólo en su poder económico, sino también su supremacía militar. Artesano principal de la victoria de la “Guerra fría”, Estados Unidos logró desencadenar la guerra contra Irak. Habiendo descartado la oposición abierta o encubierta de la URSS y sus aliados tradicionales, de los países de la UE (con la excepción de Gran Bretaña) y de la gran mayoría de los países del Tercer Mundo, Estados Unidos surgió como la única superpotencia militar y política del planeta. La UE, incapaz de controlar las contradicciones que resultaban explosivas en los Balcanes, tuvo que hacer un llamamiento a Estados Unidos. Estos utilizaron esta oportunidad para hacer demostración de su superioridad en tecnología militar y se afirmaron como una potencia europea con miras sobre Rusia. Con la fuerza de su “nueva economía” y del dólar, son los factores militares y culturales (medios de comunicación, música, comunicación) los que han impuesto a Estados Unidos como piedra de toque del capitalismo globalizado.

9. Industrialización del comercio sexual y comercialización

La globalización capitalista dio origen al desarrollo a nivel mundial de la industria del comercio sexual. Este sector de la economía mundial, en plena expansión, que produce migraciones muy importantes de la población (los flujos migratorios son constituidos cada vez más por mujeres) y que genera beneficios e ingresos extraordinarios –en tercera posición de importancia después del tráfico de armas y de drogas– concentra las características fundamentales e inéditas de esta nueva fase de la economía capitalista.

La dinámica y la presión son tales que, desde 1995, las organizaciones internacionales adoptan posiciones que, tras un análisis y a pesar de un discurso denunciando los peores efectos de esta globalización del mercado del sexo, tienden a la liberalización de la prostitución y de los mercados sexuales.1

Esta industrialización, a la vez legal e ilegal, generando mil millones de dólares, ha creado un mercado de intercambios sexuales en donde millones de seres humanos, particularmente mujeres y niños, se han convertido en mercancía de índole sexual. Este mercado ha sido generado por el despliegue masivo de la prostitución, por el desarrollo sin igual de la industria turística, por la expansión y la normalización de la industria pornográfica, por la internacionalización de los matrimonios arreglados y por las necesidades de acumulación de capital.

La prostitución y las industrias sexuales conexas (bares, clubes, burdeles, salones de masajes, casas de producción pornográfica, etc.) se apoyan en una gigantesca economía subterránea bajo control de los proxenetas vinculados al crimen organizado. La industria turística saca ampliamente provecho de la industria de comercio sexual, igual que los gobiernos (el 60% del presupuesto tailandés en 1995).

Algunos Estados han convertido la prostitución en una estrategia de desarrollo. Frente a la obligación de rembolsar la deuda externa, muchos Estados de Asia, África y América Latina se vieron alentados por las organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco mundial a desarrollar su industria turística y de entretenimiento llevando a la expansión de la industria del comercio sexual.

 

IV. Caída de la burocracia estalinista, restauración del capitalismo, integración en la economía mundial

1. Crisis y restauración capitalista en la URSS y en Europa del Este

A. El final de los años 80 marca un giro histórico hacia la restauración capitalista en la URSS y en Europa del Este que es resultado de causas internas y de factores internacionales marcados por la ofensiva neoliberal e imperialista de los años 80.

(1) Este giro histórico incluye los siguientes aspectos:

–Los callejones sin salida de las diversas tentativas de reformas postestalinistas que prolongaron durante algunos decenios el reinado de partido único y las relaciones de producción no capitalistas sin conseguir pasar a un modo de crecimiento intensivo. Las contradicciones se acrecentaron entre los valores y aspiraciones de los trabajadores vinculados a la propiedad colectiva de los medios de producción, de un lado, y, por otro, su gestión por la burocracia a costa de los trabajadores. La ausencia de democracia obrera en el ámbito de toda la sociedad vació de sustancia y de coherencia los derechos de autogestión acordados a los colectivos de empresa por un partido / estado que buscaba preservar sus privilegios de poder;

–el agravamiento de estas contradicciones en el contexto capitalista internacional de los años 1970-1989, bajo presión de la deuda externa en divisas fuertes de varios países del Este y de la carrera de armamentos;

–Rechazo popular de las dictaduras burocráticas, simbolizado por la caída del muro de Berlín y el fin del gobierno de partido único, sin que las resistencias obreras y las aspiraciones sociales tengan la capacidad de abrir paso a una alternativa socialista coherente;

–el significativo bandazo de sectores de la burocracia hacia el capitalismo en los años 80 para romper las resistencias obreras, a la vez que intentaban consolidar sus privilegios y poder convirtiéndolos en propiedad;

–la generalización de las relaciones mercantiles y de la propiedad privada de los medios de producción, la reaparición del desempleo masivo, el abandono –en beneficio del discurso neoliberal– de la antigua ideología dominante que legitimaba las aspiraciones socialistas, el cuestionamiento de las conquistas socialistas… todo lo cual constituye una derrota punzante para los trabajadores de estos países y del mundo entero que, a su vez, permite la extensión y la intensificación de la ofensiva imperialista iniciada a finales de los años 70.

Al mismo tiempo, diez años de restauración capitalista han producido desilusiones profundas con respecto a las promesas de eficacia que han acompañado las fórmulas neoliberales. Pero la combinación de una considerable degradación social con las recién conquistadas libertades sindicales y políticas han acrecentado las divergencias entre generaciones y la confusión de las conciencias. Las formas de solidaridad que se asociaban a la crisis del modo de dominación estalinista perdieron terreno ante la rearticulación de ideologías reaccionarias, incluso neoestalinistas.

La recomposición de un movimiento sindical y político anticapitalista y democrático se abre paso con dificultad en un contexto bastante más difícil que el de Europa occidental y dependerá grandemente del surgimiento de una alternativa creíble para (y en) la Unión Europea y al desarrollo de un nuevo internacionalismo de las resistencias a la globalización capitalista.

(2) Cualesquiera que hayan sido las variantes de reforma introducidas en la URSS y en Europa del Este desde los años 50 hasta la caída del Muro de Berlín, todas han mantenido la dictadura de partido único y las relaciones de producción burocráticas, que se hallaban protegidas de la lógica del beneficio capitalista y de la disciplina de mercado.

Después de varios decenios de aproximación de los niveles de vida a los de los países capitalistas desarrollados gracias a un crecimiento muy extensivo, la distancia comenzó a ahondarse a partir de los años 70. Los beneficios sociales que se combinaban con el despilfarro y la represión burocrática se deterioraron, al mismo tiempo que las aspiraciones y necesidades de las nuevas generaciones, así como la aspiración a ascensos en la escala social estaban cada vez más bloqueadas por el conservadurismo burocrático.

(a) Pero la ofensiva imperialista de los años 80 acentuó los callejones sin salida de la dictadura burocrática, así como las diferencias de desarrollo entre la Europa del Este y del Oeste, ahondadas, a su vez, por la revolución tecnológica:

–las presiones de la última fase de “Guerra fría” y de la carrera de armamentos al inicio de la era Reagan pesaron tanto más en la URSS debido a su crecimiento estancado. La prioridad de las industrias de armamento se realizó en detrimento de las inversiones industriales, de la modernización de la infraestructura y del consumo;

–el endeudamiento de varios países de Europa del Este en divisas fuertes en el transcurso de los años 70 les situó bajo la presión de las políticas de ajuste estructurales del FMI que produjeron reacciones diferenciadas de los regímenes –desde la austeridad radical y explosiva impuesta por el dictador rumano Ceaucescu al aumento de los conflictos nacionales y sociales de una Federación Yugoslava paralizada, pasando por la opción de los dirigentes comunistas húngaros de vender sus mejores empresas al capital extranjero. La llegada al poder de fuerzas de derecha en el marco de las primeras elecciones pluralistas acentuó radicalmente la aceptación por los equipos en el poder de los programas de privatización preconizados por el FMI. La anulación de una parte de la deuda polaca y los medios desplegados para corromper a los portavoces de Solidarnosc acompañaron la terapia de choque impuesta en Polonia;

–la construcción de la Europa de Maastricht ha fortalecido los criterios del FMI como acelerador de la restauración capitalista en Europa del Este.

(b) Si bien la restauración capitalista se apoyó sobre poderosas instituciones internacionales y las presiones del mercado mundial, no hubiera podido progresar sin palancas internas en un contexto de confusión muy grande de las conciencias y debilidad de la autoorganización de los trabajadores. La conversión en los años 80 de la mayor parte de los dirigentes de los partidos comunistas a un proyecto de restauración capitalista, tras la represión sistemática de las fuerzas socialistas democráticas en el transcurso de los decenios anteriores, permitió que el estallido del partido único diera el poder a fuerzas restauracionistas cualesquiera que fuese su etiqueta.

B. La restauración capitalista se realiza después de la explosión de la ex URSS y en Europa del Este, países ampliamente industrializados, en un contexto sin precedente histórico, marcado, para empezar, por la ausencia de todos los atributos necesarios para el funcionamiento de un mercado capitalista y una falta de base “orgánica”, incluso si la gran masa de los burócratas del antiguo régimen aspira a transformarse en capitalistas o a ponerse al servicio del capital extranjero.

(1) La sumisión de los nuevos gobiernos a los programas impuestos por el FMI o la UE implicó el desmantelamiento de cualquier forma de autogestión incluso de los soviets aunque ya burocratizados –por temor a que los trabajadores se apoderasen de ellos–, la transformación de los medios de producción en mercancía –acompañada por la extensión de las funciones del dinero– y la generalización de los programas de privatizaciones como “prueba” de ruptura con el pasado y de la introducción de criterios de supuesta eficacia universal.

(2) Pero en estos países que conocieron varios decenios de industrialización sin dominio de las relaciones monetarias y bajo las formas de propiedad híbridas que pertenecían “a todo el pueblo”, las privatizaciones se enfrentaron a la pregunta: ¿quién puede (legítima y prácticamente) comprar las empresas? La privatización de las grandes empresas, que en ocasiones estructuraban regiones enteras y se encargaban, bajo el antiguo sistema, de la distribución en especie de servicios sociales y de la vivienda, está en el centro de las dificultades de la restauración capitalista. Los riesgos de explosión social aumentan debido al coste considerable de las reestructuraciones y dada la insuficiencia de capital y la ausencia de burguesía nacional susceptible de comprar estas empresas y de imponer a los trabajadores una gestión capitalista.

(3) Ante esta dificultad general, los dirigentes húngaros optaron por la venta directa de sus mejores empresas al capital extranjero. Pero, a excepción de este caso, la mayoría de los nuevos regímenes en la exURSS, así como en Europa del Este, inventaron en la primera mitad de los años 90 diversas formas de “privatizaciones jurídicas” sin aporte de capital, con frecuencia para beneficio principal de los nuevos Estados convertidos en accionistas. La distribución entre la población de “cupones”, que dan derecho a la compra de acciones o al acceso casi gratuito de los trabajadores a una parte sustancial de las acciones de su empresa, permitieron acelerar “las privatizaciones” a los ojos de los acreedores e instituciones occidentales, engañando a los trabajadores con la participación en el sistema de accionariado popular. Sean cuales sean las variantes en las nuevas formas que toma la propiedad, la reestructuración de las grandes empresas ha retrocedido o “se ha tornado”, tomando más seguido la forma de una asfixia por falta de financiación y no pago de los asalariados que la de un enfrentamiento de clase por despidos. Esto ha contado mucho sobre las dificultades de resistencia colectiva de los trabajadores, empujándolos hacia la búsqueda de una solución de supervivencia individual (cultivo de parcelas de tierra, trabajitos…). La concentración progresiva de la propiedad jurídica y poderes de gestión reales en manos de los nuevos poderes de Estado burgués, de los bancos, de la oligarquía –bajo formas muy oscuras y opacas– limitó inicialmente la venta al capital extranjero.

(4) Las relaciones de trueque que se extendieron en Rusia en los años 90 al mismo tiempo que las privatizaciones y la “deflación” impuesta por el FMI, han sido a la vez una forma de protección precaria contra la nueva disciplina del mercado que se combinaba con la extensión real de las relaciones monetarias, los montajes financieros de tipo mafioso y la subordinación del régimen Yeltsiniano a los preceptos del FMI y a los oligarcas. La ausencia de reestructuración y de financiación de las empresas estaba acompañada de una fuga masiva de capital al extranjero y de una intensa especulación de los nuevos bancos privados a partir de títulos de estado que condujeron a la crisis del verano de 1998.

(5) En el conjunto de los países candidatos a ingresar en la UE, las presiones para la apertura de la economía y especialmente de los bancos al capital extranjero se han intensificado en la segunda mitad de los años 90. Más del 70% de los bancos están bajo control extranjero en varios países de Europa central, entre ellos Polonia, cuya tasa de desempleo supera el 17%.

La carrera por la adhesión a la Unión Europea –que sigue siendo la coartada usada para justificar las impopulares políticas impuestas por los dirigentes en el poder en Europa Central– ha acelerado la disociación de las regiones más ricas que se liberan de la “carga presupuestaria” que implican las demás, intentando integrarse más rápidamente en la UE.

Los candidatos a la adhesión han orientado de forma radical su comercio hacia la UE, sufriendo desde entonces los efectos de sus fluctuaciones en crecimiento y registrando déficits comerciales bastante sistemáticos. Los criterios impuestos por la UE a los países candidatos, al aumentar la pobreza y el desempleo, provocan de hecho que la adhesión sea cada vez más costosa, al tiempo que el presupuesto europeo queda estrechamente limitado. Sin duda, la UE cortará las ayudas a Europa del sur antes que extender los subsidios del PAC a los cultivadores de Europa oriental.

Los fracasos de la UE ante la crisis de la exYugoslavia y sus guerras favorecieron la redefinición y la extensión al Este de la OTAN, permitiendo a los Estados Unidos pesar sobre los futuros Estados miembros de la UE y sobre los de su periferia, especialmente en los Balcanes, ofreciendo a estos últimos un substituto a la adhesión a la UE.

(6) La alternancia sin alternativa se ha instalado tras el pluralismo político. El ascenso de la abstención, la dificultad para constituir mayorías parlamentarias para formar gobiernos y la generalización de escándalos financieros afectan a todos los partidos en el poder, cualquiera que fuere su etiqueta. El retorno rápido y general de los excomunistas en las urnas ha expresado la desilusión profunda de las poblaciones hacia las recetas liberales y la esperanza de políticas más sociales. Pero estas esperanzas han sido frustradas pronto por la transformación social-liberal de estos partidos.


 

(7) La llegada de Putin al poder en la estela de la crisis financiera del verano de 1998 abrió una nueva fase marcada por la instalación de un gobierno nacionalista (“patriótico”) y de un estado autoritario a varios niveles: restauración del poderío ruso (especialmente en Chechenia) y de un cierto orden moral y económico, y un restablecimiento del control de los medios de comunicación y de los poderes regionales. El nuevo Código del trabajo y los consejeros próximos sobre los que se apoya Putin ilustran los objetivos socioeconómicos burgueses de este régimen. La devaluación del rublo que siguió a la crisis del verano de 1998 permitió una frágil recuperación de la producción nacional y una disminución del trueque, pero las necesidades de financiación de la industria permanecen bajo la presión imperialista.

El gobierno ruso busca reconquistar los atributos de gran potencia en una negociación con la OTAN cuya extensión al Este crea una fuente de tensiones. Espera estimular la resistencia a la omnipotencia de Estados Unidos apoyándose en la UE. Pero el marco Atlántico y neoliberal en el que se está construyendo la UE limita estas veleidades. La inserción de Rusia en la coalición “antiterrorista” detrás de los Estados Unidos le dejó las manos libres para llevar a cabo su guerra sucia en Chechenia. Pero las tensiones entre los Estados Unidos y la UE como las que se han manifestado sobre la cuestión de Irak permitirán nuevamente a Rusia intentar un juego de equilibrio entre grandes potencias.

2. La dinámica china

Desde el punto de vista de las grandes potencias, China no deja de representar un factor de incertidumbre tanto en el plano geopolítico (cuestiones de Taiwán, de Tíbet, de Asia Oriental), como el socio-económico. Los grupos dirigentes de Estados Unidos y de la UE y con más razón de Japón son conscientes de que, en todo caso (salvo el de una desintegración, poco probable, a pesar de las fuerzas centrífugas potenciales), China intentará en los próximos años jugar un papel de gran potencia y hacer valer su hegemonía en Asia. China aprendió, además, las lecciones de la guerra de Kosovo, al insistir en una modernización de su potencial militar. En comparación con la caída de la producción que se ha observado en Rusia y en todos los países de Europa del Este a principios de los años 1990, con un nivel de PIB en el año 2000 que no ha alcanzado al de hace 10 años, salvo en cinco países de Europa central, China ha experimentado desde hace 20 años una tasa de crecimiento de casi 10% por año, manteniendo incluso un crecimiento del 8% durante la crisis asiática. Las estadísticas chinas de descenso en el número absoluto de pobres durante estos últimos veinte años son las que permiten a las estadísticas mundiales hablar de una reducción de las desigualdades en el mundo –cuando en realidad se incrementan, salvo en el caso de las estadísticas chinas desde hace 20 años.

Al mismo tiempo, las desigualdades en los ingresos se han profundizado en China paralelamente al cuestionamiento de logros sociales en la salud y la educación, y de la protección del empleo: la lógica de privatización capitalista está en curso, cada vez más legalizada. De ahí el ascenso de las explosiones sociales de protesta contra las desigualdades y que se alimentan sobre todo de las discrepancias entre los discursos “socialistas” y la realidad capitalista en desarrollo.

Paradójicamente para la retórica neoliberal, el mantenimiento del poder de un Estado / partido fuerte, que es a la vez represivo e impulsor del crecimiento, resulta más atractivo para el capital extranjero. Al final del milenio, la reserva acumulada de inversiones extranjeras directas (IED) era de aproximadamente 300 mil millones de dólares en China, contra 12 mil millones para Rusia. Pero la apertura China hasta entonces fue controlada y masivamente “china”, y la financiación del crecimiento no fue de origen principalmente extranjero –lo cual, con sus precedentes comerciales considerables, dio a China un poder de resistencia a los preceptos neoliberales. En comparación con el tamaño del país, las cifras de IED son aun más significativas: en el año 200 con del orden de 160 dólares por habitante en el caso de China, contra 85 para el caso de Rusia, pero 571 para Kazajstán, alrededor de 1000 para Polonia y del orden de los 2000 en Hungría o en la República Checa. En esencia, el crecimiento chino obedece a un neomercantilismo basado en un intervencionismo y en la protección del Estado, más inspirado en lo que fueron Corea del Sur y Japón en sus años de gran crecimiento que en los preceptos neoliberales.

Hasta el final de la década de los noventa la apertura de China a los intercambios internacionales se hizo sobre bases extremadamente protegidas (notablemente por la no-convertibilidad de su moneda y los límites estrictos impuestos a los financiamientos por los no residentes), como lo muestra el hecho de que no haya sido afectada por la crisis asiática de 1997-98.

La adhesión a la OMC fue acompañada por una radicalización de las reformas, con vistas a transformar cada vez más las grandes empresas en sociedades anónimas, y la apertura del sistema financiero al capital extranjero, acompañando la apertura del PCC a los hombres de negocios. Paralelamente, el desmantelamiento de las antiguas protecciones sociales sigue adelante.

El proceso en curso es retrasado por las resistencias sociales que van incrementándose frente a las desigualdades cada vez más acentuadas y al desarrollo de la precariedad de la existencia de las personas.

Esas resistencias –cuyo origen se remonta al movimiento de Tiananmen– son las que van a poder resquebrajar la fachada única del régimen y llegar a la ruptura del marco institucional del estado-partido. La retórica socialista tiene evidentemente que ser cuestionada, tanto frente a medidas de extensión de las relaciones de producción capitalistas, como frente a cualquier ala “moderada” o conservadora que no pusiera en el centro de la resistencia anticapitalista necesaria la introducción de derechos de auto-organización y los derechos de gestión de los trabajadores sobre la propiedad colectiva.

 

V. Las contradicciones que desestabilizan el nuevo orden imperialista

1. El ascenso de las contradicciones entre potencias imperialistas

(1) La nueva estructura del capitalismo globalizado lleva en germen una profundización considerable de las rivalidades interimperialistas entre los tres bloques económicos regionales, cada uno alrededor de uno de las tres grandes potencias económicas. Estados Unidos, única potencia “global”, asegura la estabilidad y la continuidad del sistema de explotación, a la vez que abusa de esta posición de fuerza para imponer su ley a sus rivales. El resultado político de la nueva guerra podría modificar sustancialmente las relaciones de fuerzas políticas y económicas entre, por un lado, Estados Unidos y, por el otro, los países imperialistas (UE y Japón) y las grandes potencias en vías de inserción en le mercado mundial. La recesión agudizará este proceso.

(2) Desde hace diez años Japón está asolado por un estancamiento económico, ligado a la incapacidad de sobreponerse a los efectos de una burbuja especulativa y una gigantesca crisis bancaria. Pero esta coyuntura esconde por el momento la persistente potencia industrial y financiera de Japón, epicentro de una de las zonas (este asiático) más dinámicas de la economía mundial. La “globalización” significa la apertura del país mediante una serie de desregulaciones legales e institucionales y las privatizaciones. La batalla de los grandes conglomerados extranjeros para penetrar está en marcha y Estados Unidos presiona para derribar las estructuras proteccionistas existentes. Estos últimos pesan en la región mediante su presencia militar, que justifican con el argumento de la contención del ascenso del poderío (económico y militar) de China frente a Taiwán. En una perspectiva a medio plazo, se preparan para afrontar la constitución de una nueva potencia política y económica, China / Hong-Kong / Taiwán, que trastornaría radicalmente los equilibrios en Asia y en el Pacífico.

(3) Las burguesías europeas han conseguido un éxito incontestable con la adopción de la moneda única. En la etapa actual, la Unión Europea se esfuerza por explotar mejor el espacio económico común y volverse más competitiva en el mercado mundial. Se han desarrollado una serie de grandes operaciones de fusión y de concentración de los potentes grupos industriales, comerciales, financieros y bancarios. El Mercado Único avanza en particular en el terreno de la armonización de los mercados financieros. Desde la guerra de Kosovo, la UE se fija como objetivo constituir una fuerza armada autónoma de Estados Unidos. Esto está directamente vinculado con la ampliación hacia el Este que enfrenta numerosos obstáculos en el seno de los países candidatos, que están obligados a introducir las desregulaciones, privatizaciones y cambios estructurales exigidos. Transformando la UE en fortaleza (acuerdo de Schengen) es como la UE intenta rechazar los movimientos de población provenientes del sur del Mediterráneo, África negra, Europa oriental y una parte de Asia.

La voluntad de las clases dominantes de avanzar hacia una “Europa-potencia” implica una reforma de las instituciones, hoy muy híbridas, desembocando en una verdadera dirección política supranacional. La UE ha conseguido dotarse de un primer nudo de aparato de estado verdaderamente supranacional, rodeado de una serie de coordinaciones interestatales cada vez más coherentes. Pero la construcción es transitoria y frágil. Está recorrida por fuertes contradicciones entre los (grandes) Estados miembros. Implica un retroceso con relación a la democracia parlamentaria. Su legitimidad queda muy limitada entre la población a causa de su política profundamente antisocial. Al mismo tiempo, su dinámica sigue actuando impulsada por la globalización capitalista general y las necesidades del gran capital europeo. Está obligada a afrontar los obstáculos y a avanzar, ya que retroceder llevaría a una gran crisis que pondría en peligro lo que ya ha conquistado (en particular la unión monetaria).

La rivalidad con Estados Unidos es un importante estimulante para la edificación de un estado europeo. El capitalismo americano dispone de un aparato de estado poderoso con presencia en todos los continentes. Constituye un pilar indispensable para el conjunto de las burguesías imperialistas. Pero al mismo tiempo Estados Unidos utiliza su posición para favorecer a sus propias empresas multinacionales en la lucha descarnada en el plano de la competencia económica y de las esferas de influencia política. El gran capital europeo no puede retroceder en su tentativa de crear un estado europeo imperialista. Esto desemboca inevitablemente en una tentativa de reequilibrar la supremacía actual de Estados Unidos. Lo que no ocurrirá sin fricciones y conflictos.

2. Las relaciones entre Rusia y los países imperialistas

Las relaciones contradictorias entre Estados Unidos y Rusia, producto de la “Guerra Fría”, se sitúan hoy en el marco de la extensión mundial del capitalismo, la transición de la exURSS al capitalismo y el reciclaje de la burocracia estalinista en clase burguesa. Este proceso no es indoloro.

(1) La implosión de la antigua Unión Soviética ha dado lugar a una grave inestabilidad y una serie de guerras.

En el Cáucaso, donde los conflictos por el petróleo se han mezclado con la política interior rusa, ningún país ha salido de la crisis económica y la inestabilidad política. Yeltsin inició la guerra en Chechenia para aumentar su nivel de popularidad cuando perdía altura y para lograr la elección de su sucesor designado durante las elecciones presidenciales subsecuentes. Posteriormente, Putin ha continuado la guerra con más energía que su predecesor y el conflicto se ha convertido en el medio de sustentar su poder y estabilizar su mandato.

La invasión ocurrió en la estela de la guerra de la OTAN en los Balcanes y bajo condiciones políticas distintas a la anterior (desastrosa) invasión de Chechenia por Rusia en 1994. Esta guerra hecha con la complicidad de las potencias occidentales –especialmente los Estados Unidos en nombre de la “guerra contra le terrorismo”– está caracterizada por los crímenes de guerra, las masacres de poblaciones civiles, violaciones, torturas y deportaciones.

Asimismo, la guerra fue un intento de reconstruir la moral y la capacidad ofensiva del ejército ruso. En 1994, el estado mayor se opuso a la invasión de chechenia; pero, en 1999, la apoyó sin cortapisas. También ha contribuido a reconstruir el chovinismo gran ruso, que se había deteriorado con el derrumbe de la URSS y, aún más, con la derrota de 1994 a manos de Chechenia. Por otra parte, ha lanzado una advertencia a las otras repúblicas autónomas con intenciones independentistas.

Por otro lado, también responde a los intereses estratégicos rusos, en particular en términos de control del petróleo, lo cual exige una mayor presencia de la influencia rusa en la región del Caspio. No había ningún proyecto de construcción de un nuevo oleoducto que evitara a Chechenia y diera acceso al mar Negro. Para que Rusia siguiese siendo un actor de primer orden en la región, era menester asegurar la estabilidad y el control político. Nuestra tarea es revelar la opresión rusa de los chechenios y apoyar por entero el derecho de Chechenia a la autodeterminación.

Ucrania, que ha conocido una regresión económica aún más grave que la de Rusia, está lejos de haber establecido un marco político–institucional estable y se halla amenazada por una fractura entre las regiones occidentales, más atentas a Europa Central y Oriental, y las regiones orientales bajo influencia del vecino ruso. Su suerte representa una apuesta mayor: el equilibrio de esta región del mundo en su conjunto depende en una amplia medida de la evolución de este país, que podría o bien integrarse en la zona de influencia de las potencias de la OTAN, o bien entrar en el regazo de Rusia, renovando los vínculos rotos por el estallido de la URSS.

(2) La neoburguesía rusa pretende reclamar su status de potencia mundial movilizando su historia, su conciencia nacional, sus vínculos internacionales con países tradicionalmente opuestos a Estados Unidos, su fuerza productiva y sus recursos naturales, su mano de obra cualificada y, sobre todo, su capacidad militar. Pero su transición depende profundamente del gran capital internacional y del imperialismo. Por otro lado, su inserción en el mercado mundial es un proceso conflictivo en el que interviene, a su vez, la rivalidad entre Estados Unidos y la UE. La UE, con Alemania a la cabeza, intenta operar una aproximación diplomática y económica en la región, a la vez que asegura relaciones de paz (dada la proximidad geográfica, la política de ampliación hacia el Este y su propia debilidad militar), mientras que Estados Unidos se enfrenta a Rusia en el marco de su política de hegemonía mundial.

3. América Latina ante el imperialismo norteamericano

En América Latina y, en particular en América del Sur, se atraviesa una situación excepcional. Se combinan la profundidad de una crisis socio-económica y de creciente instabilidad político-institucional, con la intensidad de una resistencia social amplia y radical. El proceso de contrarreformas liberales ha perdido legitimidad, sobre todo después del estallido de la rebelión popular en Argentina. Se profundiza la crisis de dirección política burguesa. Un clima de insurrección y desobediencia popular se ha instalado en muchos países de la región. La elección de Lula en Brasil y de Gutiérrez en Ecuador, al lado de la gran votación de Evo Morales en Bolivia, son señales del retroceso de la influencia de las políticas neoliberales y del desgaste de los partidos burgueses. El carácter transitorio de este nuevo período de la lucha de clases es indiscutible, en la medida en que la evolución de la correlacion de fuerzas entre las tendencias revolucionarias y contrarrevolucionarias sigue abierta.

Aún es temprano para hacer una evaluación del impacto de la victoria de Lula y del PT en las elecciones brasileñas sobre el conjunto del continente. De un lado, el hecho de que Lula y el PT representen hace años el movimiento social organizado en Brasil despierta esperanzas y puede contribuir para impulsar un ciclo de luchas sociales, en Brasil y fuera de él. De otro lado, la “moderación” anunciada por el nuevo gobierno brasileño, las alianzas amplias con sectores de las clases dominantes, la opción inicial de buscar cambios sin rupturas y en un marco de continuidad con muchas de las políticas del gobierno Cardoso, la exortación a la “paciencia” de los electores, pueden jugar en el sentido contrario. Del mismo modo, si se consolida la política de “moderación” y hay una decepción profunda con el gobierno Lula, el impacto podría ser de desmovilización.

Por su parte, el imperialismo norteamericano reorganiza su estrategia con dos objetivos: por un lado, la realización de un proceso de librecambismo continental y recolonización económica (ALCA, Plan Puebla-Panamá, deuda externa, subordinación completa al FMI y al Banco Mundial); por otro, un despliegue militar y represivo para aplastar las resistencias y las luchas populares (Plan Colombia, bases militares, intervención de la DEA y la CIA). La estrategia contrainsurgente continental se acompaña de operaciones multilaterales en la perspectiva de una fuerza de intervención latinoamericana –especie de brazo armado– “antiterrorista” de la propia OEA. En efecto, el aspecto institucional de esta reorganización también se desarrolla. Se revitaliza la OEA y se construye un paradigma de “solidaridad democrática” para los países del continente (Carta Democrática Interamericana, votada en tras el 11 de septiembre de 2001) articulando “la defensa de los derechos humanos” y una buena “gobernanza regional”. Mientras tanto, los aparatos represivos se modernizan, la impunidad del terrorismo de Estado se asegura, y la “limpieza social” de los sujetos “desechables” (como en Argentina, Colombia, Guatemala, Chiapas, Brasil...) Esta “gobernanza” interamericana pretende instaurar un derecho de injerencia, mandando al basurero los principios de no-intervención y el respeto de la soberanía nacional, muy vivos en países cuya historia entera está marcada por las luchas antiimperialistas y contra las intervenciones extranjeras.

La crisis socioeconómica del “modelo neoliberal”, junto a la crisis de los proyectos de integración regional subordinada (MERCOSUR, CAN-Comunidad Andina de Naciones, Mercado Común Centroamericano) se aceleraron luego del crack financiero de 1997-1998 y de la ofensiva en dirección al ALCA. Este “nuevo pacto colonial” implica una transferencia gigantesca de los diversos tipos de recursos hacia los grandes grupos imperialistas (sociedades industriales-comerciales-financieras) y hacia una minoría de sus socios locales. Este proyecto incorpora una corrupción monstruosa y un parasitismo típico de una clase dominante que tiene más confianza en una cuenta bancaria abierta en Estados Unidos, Suiza o algún paraíso fiscal que en su propio país. Eso implica tal transferencia de riquezas que significa la destrucción de capas sociales enteras y un grado sin precedentes de concentración de la riqueza, de desastre social, de crisis económico-financiera y de recesiones cada vez más prolongadas. El choque implica una destrucción industrial de los países que, como la Argentina, tenían un desarrollo relativo. Los golpes de una mundialización del capital que obliga a los países “subdesarrollados” a contraer sus economías en la lógica del “ajuste estructural” y el pago de la deuda externa, para satisfacer las exigencias de los países imperialistas y sus grupos transnacionales, ha destruido el potencial de la región. Casi todo ha sido privatizado y lo que queda está en venta: reservas de agua y petróleo, electricidad, tierras, minas, puertos, servicios de salud. La pobreza alcanza al 46% de la población latinoamericana y el desempleo y subempleo afectan a más del 40% de las personas.

Simultáneamente, la crisis de legitimidad y gobernabilidad de las elites burguesas, impone mecanismos y leyes de control social y recortes en los derechos democráticos de la “sociedad civil”. El Estado “democrático” asume cada vez más un carácter policial, autoritario y de represión contra todas las manifestaciones de protesta y desobediencia. Justamente, la crisis del “paradigma neoliberal” como fase actual de la mundialización capitalista y el fracaso en “modernizar el subdesarrollo”, es uno de los factores claves de esa pérdida de legitimidad y cohesión del discurso dominante. Ya ni siquiera franjas muy amplias de las “clases medias” pueden ser seducidas con la promesa consumista. Al contrario, pasan a la oposición militante a través de la movilización, el voto protesta o la abstención. Esta crisis alcanza de lleno a la línea de flotación de la “democracia representativa”. La institucionalidad se ha visto quebrada por las luchas democráticas de masas, que derrumbaron en los últimos tres años a presidentes electos, reelectos o impuestos por los parlamentos y congresos.

En este marco, los objetivos que figuran en la agenda de Washington aparecen claros: aplastar el nuevo ascenso popular, la amplitud de la desobediencia civil y la radicalidad de las luchas sociales; revertir el proceso de rebelión popular abierto en Argentina; cooptar o neutralizar al gobierno de Lula en Brasil; derrotar a la insurgencia armada y asegurar el suministro del petróleo colombiano; desestabilizar al gobierno de Chávez –culpable de un discurso nacionalista y de alianza con La Habana–; aplastar la resistencia Zapatista en Chiapas y de las comunidades indígenas, de los campesinos, pobladores y sindicalistas que se oponen al saqueo del Plan Puebla-Panamá; continuar con el bloqueo e infligir una derrota final a Cuba; crear condiciones de “estabilidad democrática” que permitan el ingreso seguro de los capitales norteamericanos en la disputa por los mercados con la Unión Europea.

Mientras tanto, asistimos a una relanzamiento de las luchas populares de masas, de reorganización de los movimientos sociales y de reconstitución de una conciencia de clase. Es decir, el peor momento de retroceso ha sido superado. Aunque todavía existan situaciones de fragmentación y confusión, este proceso de franca recuperación de los ámbitos de socialización de las diversas experiencias de lucha tiene un carácter amplio y radical, vinculando demandas y programas que incorporan contenidos económicos, sociales, políticos, democráticos, ecologistas, culturales y étnicos. Este proceso no se detuvo por la intoxicación ideológica de los atentados en las Torres Gemelas y la campaña terrorista del imperialismo y los poderes mediáticos. Al contrario, la polarización social se acentuó tras el 11 de septiembre de 2001. El “argentinazo” y la sublevación popular contra el golpismo en Venezuela, tanto como el aumento de las protestas, huelgas, y caceroleos masivos en Uruguay y las luchas cada vez más amplias y radicales en Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia... confirman este nuevo período de lucha de clases.

Estas luchas de los movimientos sociales levantan programas y demandas que adquieren una visibilidad “antineoliberal”, pero se inscriben en una dinámica concreta de carácter antiimperialista y anticapitalista de la resistencia. Movimientos y luchas como las protagonizadas por la Coordinadora de Defensa del Agua y la Vida en Cochabamba, los cocaleros del Chapare y las marchas campesinas en Bolivia, la CONAIE ecuatoriana y el MST de Brasil, los Zapatistas en Chiapas, la movilización impulsada por el Consejo Democrático del Pueblo en Paraguay, los frentes regionales que como los de Arequipa y Cuzco impidieron las privatizaciones, los maestros, estudiantes y mapuches en Chile, los pobladores de Vieques, los empleados públicos y los movimientos populares en Colombia. Las innumerables movilizaciones sindicales, campesinas (que han tenido en Vía Campesina un motor fundamental), de trabajadores desempleados (el ejemplo piquetero se ha extendido a varios países) del movimiento negro, mujeres, activistas por los derechos humanos y contra la impunidad, estudiantes y pobladores de los barrios, las radios comunitarias, vienen jugando el papel de articuladores de las distintas dimensiones de esta resistencia que contiene elementos –aún parciales– de contraofensiva. Se destacan en este nuevo escenario, el “resurgimiento” de los pueblos indígenas, sus organizaciones y sus demandas. Pueblos indígenas que se levantaron contra la conmemoración de los 500 años de la conquista de América. También, la continuidad de la insurgencia armada en Colombia en el cuadro de una guerra sin tregua y con decenas de miles de víctimas.

Todas estas luchas –que no se limitan a la periferia de “exclusión social” o “desproletarización”, ni pueden caracterizarse como luchas de una “multitud” amorfa y ecléctica sin pertenencia de clase– abarcan a sectores cada más amplios de las clases explotadas, entroncan con el crecimiento de un movimiento de resistencia a la mundialización capitalista, se vinculan a las campañas, a las redes de solidaridad y a las grandes confrontaciones contra las instituciones financieras internacionales, confirmando a la vez la emergencia de un renovado internacionalismo (cuya expresión masiva se ha expresado desde Seattle al Foro Social Mundial de Porto Alegre). Es en este movimiento antagonista, de lucha de clases, donde surge una nueva izquierda social radical que interviene en la lucha de clases, protagoniza rebeliones, disputa las relaciones de fuerza, ejercita diariamente la construcción de “contrapoderes” latentes. El “argentinazo” ha acelerado esta recomposición del movimiento popular tanto como su radicalización. Representa un acontecimiento histórico decisivo en el curso de la lucha de clases en América Latina. Y si bien no se puede subestimar la capacidad de la burguesía y el imperialismo para organizar una salida contrarrevolucionaria (o la represión como en junio en la Argentina) la fuerza del movimiento popular va sedimentando, lentamente, nuevas formas de autoorganización y democracia de base.

Hay una línea que conecta la lucha de masas en la Argentina (y en América Latina en su conjunto) con las revueltas de Seattle y Génova, con el movimiento contra la mundialización capitalista, tanto como con las insurgencias, la desobediencia civil, las protestas y, sobre todo, con la formidable radicalización de una franja cada vez más amplia de la juventud a escala mundial. Y, en el caso de América Latina, de las mujeres trabajadoras, desempleadas, cabezas de familia, las cuales juegan un rol esencial en la recomposición de una izquierda social radical.

La extrema polarización de lucha de clases agudiza tanto las relaciones como los debates en la izquierda latinoamericana en torno a las estrategias a seguir. Y, sobre todo, abre una brecha entre el binomio resistencia social-proyecto político alternativo. La cuestión de articular resistencia social con propuesta política en una perspectiva estratégica de poder vuelve a colocarse con más fuerza y actualidad. La lectura unilateral de “reforma o revolución” hoy da paso a la urgencia de reforma y revolución, para la “transformación del orden imperante”, tal cual lo proponía Rosa Luxemburgo.

La distancia entre una izquierda radical, cuya naturaleza de confrontación y de ruptura con el orden existente es indudable, y otra izquierda que se ubica en un horizonte estratégico limitado a la disputa institucional y a los cambios sin ruptura se hace más evidente. Esa disyuntiva atraviesa el gobierno de Lula en Brasil, el gobierno Gutiérrez en Ecuador, y podrá atravesar el gobierno del Frente Amplio en Uruguay, si esa hipótesis se confirma.

Sin embargo, en América Latina la dimensión de la crisis, la dependencia externa de los capitalismos de los distintos países y la prepotencia imperialista adquirieron tal magnitud, que los espacios para el “progresismo” han disminuido de un modo acentuado. La desastrosa experiencia del gobierno de la Alianza en la Argentina es un ejemplo. Otro ejemplo es la experiencia de Venezuela: delante de un tímido proceso de nacionalismo y populismo social, la derecha, los sectores reaccionarios de la Iglesia, los militares y las multinacionales, con el imperialismo detrás, han organizado la desestabilización, lo que ha llevado a una radicalización del proceso.

4. Desintegración del continente africano

La neoliberalización del África subsahariana se realiza de manera particularmente brutal y asesina. Agrava la situación general que ya es catastrófica en esta parte de la periferia capitalista. Los programas de ajuste estructural favorecen, con privatizaciones de las empresas estatales, la liberalización de los mercados, el dominio de las multinacionales en los sectores más rentables de las economías locales y el proceso de recolonización acentuada que a veces se puede transformar en guerras por procuración. Fracciones neocoloniales locales ligadas a intereses imperialistas diversificados desencadenan guerras de acumulación primitiva del capital, de saqueo de riquezas naturales (mineras, energéticas…), de conservación de monopolios imperialistas tradicionales. Guerras cuya etnización destroza los lazos nacionales creando feudos sometidos a la ley de las bandas político-mafiosas muy criminales (Angola, República Democrática de Congo, Liberia, Sierra Leona, Congo-Brazzaville…). Lo que destruye aun más la situación de las poblaciones en las zonas de conflictos condenadas al éxodo, que transforman al África subsahariana en una gran región de refugiados. Además, está la situación de trabajadores que sufren de la reestructuración de los gastos sociales, de despidos masivos, de la no-creación de empleos… A pesar de esta situación catastrófica, las élites dirigentes, al adoptar el NEPAD avalizado por el G8 (en Kananaskis en junio de 2002) y las multinacionales (Dakar en 2002) siguen apegadas al Consenso de Washington. Una promesa de agravación de la situación social para la mayoría del pueblo africano.

5. El polvorín asiático

El impacto sobre Asia de los actuales acontecimientos mundiales es particularmente profundo, explosivo. Tiene efectos en todos los terrenos: diplomático, socioeconómico, político y militar… Los alineamientos internacionales forjados durante la Guerra Fría se han puesto en entredicho, en particular en el sur y al oeste de Asia, sin dar cabida a una nuevo sistema estable de alianzas. En el marco del nuevo desorden mundial, las tensiones interestatales se han agudizado hasta el punto de acelerar la proliferación nuclear (enfrentamiento Pakistán-India, chantaje nuclear de Corea del Norte ante Estados Unidos, gran potencia nuclear de ocupación en Corea del Sur).

Fue en Asia oriental donde hizo su aparición la primera crisis “financiera” mayor de la mundialización, en 1997-1998, con consecuencias duraderas: proceso de (re)colonización económica y ruptura del tejido social (Corea del Sur…), desestabilización política (crisis estructural del régimen en Indonesia…), deslegitimación de las instituciones internacionales y en particular del FMI (márgenes de maniobra temporalmente ganados por Malasia…), estancamiento prolongado (Japón…).

Más allá de Afganistán, la vertiente militar de la mundialización capitalista también ha tenido implicaciones muy graves para Asia. El imperialismo norteamericano redespliega sus fuerzas en el conjunto de la región; implanta nuevas bases en zonas en las que antes no tenía (ex-repúblicas soviéticas…); refuerza nuevamente su presencia en países en los que había tenido que reducirla. Es el caso particular de Filipinas, su antigua colonia, en donde las tropas norteamericanas han sido enviadas incluso a zonas de combate. Gracias al Acuerdo de las Fuerzas Visitantes (VFA por sus siglas en inglés), el Pentágono ha obtenido acceso ilimitado a las instalaciones militares del país. Washington pretende aquí, como en otros lugares, tanto objetivos locales –asegurar un mejor acceso a las riquezas agrícolas, petroleras y minerales del sur de Filipinas– como regionales: vigilar Indonesia, prepararse para la posibilidad de actuar en el mar del sur de China, controlar los estrechos entre los océanos Indico y Pacífico, por donde transita el petróleo del Medio Oriente hacia Japón…

Washington quiere reconstituir y completar en Asia Oriental, frente a China, el viejo cordón sanitario de la Guerra Fría que va de Seúl a Manila, pasando por Tokio y Taipei. Nuevamente, las ambiciones imperialistas de Estados Unidos son tanto económicas (control de las reservas de petróleo y gas y de sus flujos comerciales...) como geoestratégicas (consolidar elementos claves de un redesplazamiento militar de envergadura propiamente mundial).

De Cachemira a la Península de Corea, pasando por Mindanao y el archipiélago indonesio, la nueva doctrina intervencionista de Washington y la ideología “antiterrorista” agregan un obstáculo más a la búsqueda de soluciones políticas a los conflictos territoriales; soluciones basadas en el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos implicados. Contribuyen a criminalizar a los movimientos populares y revolucionarios, así como a erosionar las libertades democráticas más elementales. La globalización capitalista tiende a agravar también en esta región las opresiones de género y las tensiones entre comunidades, a favorecer el incremento en fuerza de las corrientes comunalistas y fundamentalistas de extrema derecha. Este es también el caso en los países en los que la presión de la mundialización económica se ha hecho sentir relativamente tarde, como en India: una fracción significativa de la burguesía se ha orientado hacia el BJP para imponer las contrarreformas liberales, permitiendo a las corrientes hinduistas del hindutva amenazar las reformas laicas del Estado.

La guerra que prepara Washington en Irak y la ocupación militar que le sucederá van a acentuar más las contradicciones en el seno de la región, que la intervención en Afganistán ya había agudizado. Las consecuencias de esta guerra no deben ser subestimadas, en el momento en que Asia comprende un conjunto de focos de crisis mayores: relaciones chino-norteamericanas (incluyendo a Taiwán), la Península coreana, Afganistán-Pakistán-India, Indonesia-Filipinas-mar del sur de China…

Ante esta situación, muchos de los partidos progresistas y revolucionarios en Asia tienden a tejer vínculos solidarios más estrechos que en el pasado. Los movimientos sociales, asociaciones y movimientos por la paz coordinan cada vez más eficazmente campañas conjuntas contra las dinámicas de guerra y por los derechos de los pueblos. La reunión en India del Foro Social Mundial, en enero de 2004, puede dar a estas convergencias una dimensión mayor.


 

6. La fuerza del capitalismo globalizado y la debilidad de las instituciones internacionales inter-estatales

(1) El surgimiento de un capitalismo globalizado exigiría un gobierno global para dominar las contradicciones que, desde el final de la “Guerra Fría”, son más numerosas, más agudas, más contagiosas, menos controlables. Pero semejante estado / gobierno queda fuera del alcance del imperialismo.

No obstante, la tendencia dominante del último decenio ha sido el surgimiento y afirmación de una serie de instituciones internacionales de tipo estatal. Las clases dominantes, a pesar de sus rivalidades, defienden la idea de poner en marcha un “nuevo orden” imperialista. La globalización económica, muy volátil, “de forma espontánea” ha promovido y aumentado el peso de órganos de regulación, tanto en el plano regional–continental como mundial. La clave es el FMI (+BM) y la OMC. La OTAN ha enmendado su Carta y se impone a partir de ahora como el brazo armado del capitalismo global. El G7 (+Rusia) intenta asegurar una dirección política común. El proceso de globalización institucional se extiende al plano de la Justicia (Corte de La Haya, CCI) y a otros niveles menos visibles en los medios (OCDE, Bank of International Settlements).

(2) El intento de legitimar y estabilizar estas instituciones está enfrentando grandes contradicciones: las rivalidades económicas y políticas entre las grandes potencias (comprendidos los bloques económicos regionales); la ausencia de legitimidad democrática electoral y su carácter abiertamente parcial ante conflictos importantes (Irak, Ruanda, Palestina, Serbia). Desde su inicio, su legitimidad popular fue limitada. Estas contradicciones fueron puestas en evidencia mediante las movilizaciones “contra la globalización”. Su capacidad de gobernar el planeta enfrentará una dura prueba ante las turbulencias que se perfilan en el horizonte debido a la política de guerra de Estados Unidos y a los intentos de controlar la recesión económica.

Por otro lado, la afirmación de estas instituciones de carácter ejecutivo y el papel unilateral de Estados Unidos han acentuado la marginación de la ONU (incluido su Consejo de Seguridad), cuando la ONU (su asamblea y sus organismos anexos) había suministrado un marco institucional en el que los países imperialistas podían ser interpelados y “condicionados”, y algunas políticas “progresistas” puestas en marcha.

El factor que subyuga el conjunto de esta arquitectura institucional es la supremacía del imperialismo americano, que juega cada vez más un papel a la vez internacional y unilateral.

(3) La política arrogante y unilateral de Estados Unidos, incluso en sus relaciones con sus aliados, está evidenciando su propio límite. Estados Unidos requiere cada vez más una división del trabajo, un reparto de esferas de influencia y la articulación de coaliciones con sus principales rivales y las potencias regionales secundarias. Pero los procesos de concentración y de internacionalización en curso también tienen su impacto, en el marco de una competencia cada vez más feroz, en sectores de las clases dominantes. De ahí las divergencias en el seno de éstos sobre los medios, los ritmos y las estructuras a poner en pie para alcanzar el objetivo común. Esto se refleja a nivel de grupos políticos dirigentes, provocando múltiples querellas, luchas sordas y desgarramientos recurrentes. La hegemonía norteamericana sobre el planeta es innegable, pero su control directo de la situación sigue siendo difícil.

 

VI. El “nuevo capitalismo” y la recesión internacional

El fin del auge económico norteamericano identificado con la “Nueva Economía” ha acabado con las ilusiones respecto al nacimiento de un nuevo capitalismo. Los aumentos en la productividad fueron obtenidos sólo mediante un enorme esfuerzo inversionista y un incremento en la tasa de explotación por medio de la extensión de la semana laboral. Lejos de establecer las bases para un modelo estable y abrir una nueva fase de crecimiento, esta sobreacumulación de capital a la larga se topó con una limitación muy clásica: una restricción en la rentabilidad. El fin del ascenso económico ha puesto en evidencia los componentes subyacentes de la inestabilidad del capitalismo contemporáneo.

El dinamismo del rápido crecimiento en los Estados Unidos fue propiciado por un déficit comercial a una escala que jamás se toleraría a cualquier otro país que no fuera la potencia imperialista dominante a escala mundial. Fue la plusvalía acumulada en Europa lo que fue utilizado para financiar el desarrollo de la alta tecnología. Tal modelo, por definición, jamás podría extenderse al conjunto de la economía mundial. Al contrario, ha acentuado las contradicciones interimperialistas, que muy a menudo se manifiestan a nivel monetario. La tasa de crecimiento japonés ha rondado el cero durante los últimos 10 años, en parte debido a la sobrevaluación del yen. El aumento reciente del euro no indica su propia fortaleza, sino el cambio de orientación de EEUU. Estados Unidos está permitiendo que caiga el dólar para que sus productos vuelvan a ser competitivos.

El colapso del mercado financiero alcista como consecuencia del crecimiento explosivo de la economía del sector tecnológico (dot.com) es un brutal recordatorio de la ley del valor: los mercados de capitales no crean valor y las ganancias financieras son una especie de ingreso derivado de la explotación del trabajo. El rápido auge de las cotizaciones bursátiles ya no tuvo relación con la economía real y no podía eternamente. El crack paulatino es una lección excelente sobre el mundo real para aquellos que fueron engañados por las ilusiones financieras. Los asalariados del mundo entero deben reflexionar sobre la bancarrota de Enron, que les está costando a los trabajadores no sólo sus empleos, sino sus pensiones, que dependían de las cotizaciones de las acciones de la empresa.

En términos más generales, podemos decir que las perspectivas neoliberales ahora enfrentan dificultades con experiencias que permiten a las masas a percibir lo tóxico que es el neoliberalismo. Millones de trabajadores en muchos países, de Argentina a Corea del Sur y de Indonesia a la Costa de Marfil, no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados y escuchar los elogios a favor de los beneficios de la globalización. La imposibilidad de llevar a cabo una política mundial de salud pública con los recursos suficientes para la lucha contra el SIDA y otras pandemias muestra que las reglas del mercado son más llamativas para la OMC que las emergencias en el campo social y sanitario. En todo el mundo, las gentes se están dando cuenta de que las privatizaciones sólo obedecen la lógica de la ganancia privada. En Europa, los asalariados han podido ver que la recuperación reciente no les ha beneficiado y que los frutos del crecimiento siguen siendo absorbidos por los pagos de intereses y dividendos. Lejos de ser simplemente unos tiempos difíciles a sortear o un ajuste necesario, la austeridad salarial ahora se ha desenmascarado y se ve por lo que es: una nueva y profundamente injusta regla para la redistribución del ingreso.

El capitalismo mundial, por tanto, se enfrenta a una situación difícil: combinar sus fuentes internas de tensión con una pérdida considerable de legitimidad ante los ojos de la mayoría de la población mundial, quienes cada vez más ven a este sistema como un obstáculo contundente que bloquea la satisfacción de sus necesidades sociales.

 

VII. Política de guerra y continuación de la política neoliberal

Estas dos cuestiones van a dominar la situación mundial en los próximos 12 o 24 meses y a influenciar la vida de millones de seres humanos y la actividad de todas las fuerzas sociales y políticas.

1. La política de la guerra anti terrorista

(1) El gobierno de Estados Unidos ganó la guerra de Afganistán a un bajo costo y fortaleció su dominio del mundo. Ciertamente ha demostrado que tiene el monopolio diplomático sobre la situación en el Medio Oriente (la guerra israelí contra el pueblo palestino). Pero no ha podido explotar esta victoria, empezando inmediatamente una nueva guerra contra Irak. La administración Bush continúa expresando su deseo de derrocar a Saddam Hussein. Mientras tanto, el gobierno de Estados Unidos ha podido imponer a sus aliados (grandes y pequeños) el marco ideológico y político de la “guerra contra el terrorismo” y, hasta cierto punto, hacer una línea político-militar a partir de ello. En Palestina, Cachemir, Chechenia, Georgia, las Filipinas, Colombia, Venezuela apoya o interviene militarmente para crear una atmósfera de guerra constante, justificando una hegemonía cada vez más arbitraria.

(2) 1. Palestina está nuevamente en el centro de la política mundial por la intensidad renovada de la agresión sionista y la resistencia continua del pueblo palestino. La expansión de hecho del Estado sionista a través de sus colonias, de las rutas que llevan a ellas y la muralla que las rodea, los ataques en contra de los derechos de los Palestinos de Israel y el éxito de las fuerzas de ocupación israelíes en su esfuerzo por hacer la vida imposible en los territorios palestinos ocupados –detenciones y asesinatos cotidianos, demoliciones incesantes de casas, de establecimientos comerciales, de fábricas o por el saqueo de plantaciones o de otras culturas– han creado un clima de desesperación que afecta profundamente las formas de resistencia del pueblo palestino.

2. La ocupación brutal y la colonización intensiva de los territorios palestinos combinadas con el contexto mundial de “guerra contra el terrorismo” y el fracaso de la opción laborista de Oslo, están creando las condiciones para la fracción más radical del sionismo que está en el poder con Sharon y sus aliados, para llevar a cabo su proyecto de “traslado” (deportación masiva) de los Palestinos fuera de su patria. La amenaza de guerra que pesa sobre Irak podría darle a la dirección sionista una ocasión inesperada para realizar este proyecto bajo la protección de bombardeos norteamericanos.

3. Por este motivo, con la protección de los Estados Unidos, Sharon puede ignorar impunemente las resoluciones de la ONU, al mismo tiempo que asesina sistemáticamente a los habitantes palestinos. Actualmente, Bush espera que una victoria de EEUU en Irak le permitirá imponer un acuerdo a los Palestinos que los librará a Israel y los eliminará como obstáculo a la política estadounidense en la región.

4. Debemos afirmar una resistencia tenaz al eje Bush-Sharon-Blair. Debemos poner a Palestina en el centro de nuestra actividad antiguerra y la Cuarta Internacional debe estar en el centro de las actividades de apoyo para el pueblo palestino en nuestros propios países y en Palestina a través de sus organizaciones en vías de desarrollo como el Movimiento de solidaridad internacional que rinde una oportunidad única para una participación personal.

5. La Cuarta Internacional hace todo por reforzar el movimiento de solidaridad internacional con el pueblo palestino, por su protección, su derecho a la autodeterminación y el derecho al retorno de todos los refugiados. Una campaña de solidaridad debe denunciar todo proyecto de traslado, exigir la retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados desde 1967, respaldar la reivindicación de los Palestinos de constituir su propio Estado viable y soberano. Para acabar con el racismo y todas las formas de opresión, la solución es la creación de un nuevo Estado laico, unitario o binacional que garantice la igualdad de derechos (incluso la tierra) para todos sus habitantes.

(3) Pero la guerra contra Irak puede convertirse en una prueba decisiva para la correlación de fuerzas, los alineamientos políticos y las futuras líneas de fuerza, convirtiéndose en un “momento de definición” para toda la situación mundial.

Desde este punto de vista, el viraje que el imperialismo norteamericano intenta imponer al planeta será sentido por todos los actores existentes, tanto gobiernos, como fuerzas políticas y sociales. Esto necesariamente implicará una batalla política internacional a gran escala y a largo plazo. La pregunta es ¿podrán Estados Unidos usar su predominio militar aplastante para imponer su política de guerra? ¿Podrá tomar la iniciativa, unilateralmente de ser necesario, obtener victorias, cargar la balanza de fuerzas aun más a su favor, ganar una base popular internacional y continuar hasta obtener la victoria “final”, que también implicaría una derrota de las aspiraciones sociales de las masas populares y de sus organizaciones?

(4) Estados Unidos se enfrenta a tres grandes obstáculos al lanzar esta guerra. Primero están las contradicciones entre las más importantes clases gobernantes, que pesan sobre la capacidad de iniciativa del gobierno de Estados Unidos. Tendrá que desarrollar una batalla (“es el objetivo lo que determina la coalición”), porque junto a su línea antiterrorista, el gobierno de Bush también está construyendo la “Defensa nacional de misiles” –otro proyecto militar global que daría enormes ventajas en los frentes militares, tecnológicos, políticos y económicos.

Por otro lado, ¿está el pueblo norteamericano, que vive en la actualidad en un clima de propaganda “antiterrorista” que les hace aceptar la defensa del territorio nacional y de sus vidas, listos a ir a una guerra criminal en el Medio Oriente?

Finalmente, existe una gran distancia entre el poderío material de Estados Unidos y su debilidad moral (social e ideológica). Pocas veces como ahora han sido tan fuertes y extendidas a escala mundial la desafección, la desconfianza e incluso el odio hacia Estados Unidos. Esta debilidad será un gran problema para los gobiernos bajo presión de Estados Unidos, que tendrán que legitimar una “crisis de guerra” a los ojos de la opinión pública de sus países. La lucha contra Estados Unidos y sus aliados es una prioridad a escala internacional.

2. Continuación de las políticas neoliberales

Las clases capitalistas continúan su ofensiva neoliberal adaptando su política a las nuevas dificultades y resistencias.

(1) Las políticas neoliberales de las décadas del 80 y 90 condujeron a un brillante éxito para el capital. La posterior década de crecimiento en Estados Unidos, la recuperación europea de los últimos años y la parcial inserción de la periferia en la economía mundial no han beneficiado en modo alguno a las masas populares, a quienes se les llamó a hacer los “sacrificios” para echar a andar la máquina una vez más. Navegando en esa relación de fuerzas, la clase capitalista no tiene intención, ahora que la recesión empieza a golpear, de compartir los “frutos del crecimiento económico”. Al contrario, las presentes “dificultades” económicas proveen un pretexto para continuar e intensificar las recetas de política neoliberal punto por punto.

(2) La política global del neoliberalismo choca ahora con un problema inmenso de credibilidad. No sólo la globalización capitalista ha conducido a la guerra (en Afganistán), sino que las políticas neoliberales, empujadas al extremo por las multinacionales y las instituciones internacionales (FMI, OMC, BIS, G7+1), han provocado el colapso de la economía (y la sociedad) argentina, con la participación directa del gobierno de Estados Unidos. La quiebra de Enron, la más grande en la historia, en el centro del capitalismo global, exige una drástica reorganización de las estructuras del capital financiero, así como de las reglas del “gobierno corporativo” (por no hablar del desastre social implicado en la pérdida total de las pensiones de los trabajadores).

A la vez que manifiestan un pragmatismo obstinado y cínico, los dirigentes del capitalismo mundial no pueden asistir pasivamente al debilitamiento de su doctrina ante los callejones sin salida de sus políticas económicas. Aparte de apostarle al caos (cosa que ya están haciendo en lo referente a África), se verán obligados a abrir una discusión que tan sólo puede revelar la irracionalidad de sus políticas.

(3) La recesión tendrá un impacto contradictorio en la correlación de fuerzas (social, ideológica y organizativa) entre las dos clases fundamentales. Empuja objetivamente al proletariado a la defensiva ante el peligro de un nuevo declive dramático en sus niveles de vida y sus capacidades para reorganizarse. Por otro lado, ciertamente ya ha destruido cualquier ilusión de que, tras veinte años de neoliberalismo ininterrumpido y tres fases económicas distintas (recesión, recuperación y nueva recesión), el capitalismo esté dispuesto a mejorar la situación del proletariado. Esto ya está conduciendo a feroces conflictos sociales, aun en ausencia de una alternativa segura, perspectiva u organización sólida. Hemos entrado en un nuevo ciclo de luchas más duras y amplias, y también más difíciles, alrededor de reivindicaciones inmediatas y parciales, que casi espontáneamente plantean la necesidad de una solución de conjunto y levantan una vez más “la cuestión política” (la cuestión de quién gobierna y del rol de los partidos políticos). La prolongada experiencia con las políticas neoliberales y con las fuerzas políticas y sociales que las han impuesto tendrán un rol decisivo en la clarificación política a escala de masas y en el renacimiento de un reorganizado y revitalizado movimiento obrero y social (en términos de tamaño, compromiso militante, actividad, autoorganización, reivindicaciones y programa anticapitalista).

 

VIII. La crisis social a nivel mundial

(1) De cara a esta ofensiva general del capitalismo, que ha marcado numerosos puntos en estos últimos años, se desarrollan multiformes resistencias. El fracaso de la cumbre de Seattle de la OMC, tras el abandono del proyecto de Acuerdo Multilateral de Inversión (AMI), constituyó un verdadero acontecimiento político. Por primera vez, una campaña internacional, y en muchos sentidos internacionalista, contribuyó a que los dueños de la globalización perdieran una batalla. Este fracaso es el resultado de contradicciones múltiples que se han combinado para conducir al fracaso de la negociación: contradicción entre los intereses capitalistas europeos y americanos, especialmente sobre las subvenciones en la agricultura y las barreras comerciales que se oponen mutuamente; contradicción con los intereses de los países en desarrollo, incapaces de rivalizar con la competitividad de las economías desarrolladas teniendo en cuenta su débil productividad y el peso de la deuda y que, por tanto, reclaman un tratamiento especial y diferenciado; contradicción con el desarrollo masivo en la opinión pública de una toma de conciencia de los aspectos negativos del neoliberalismo, simbolizada por las manifestaciones de sindicatos y asociaciones que se reunieron para perturbar el desarrollo de la conferencia de la OMC.

(2) La crisis ecológica sin precedente está directamente vinculada a la mercantilización del mundo bajo la globalización capitalista. Deteriora el medio ambiente, es decir las condiciones de vida en el conjunto del planeta, pero golpea de manera desigual a las regiones y a las capas sociales más débiles y más pobres. Los estragos causados al medio ambiente amenazan en lo sucesivo la supervivencia de la humanidad. La transformación de lo vivo en mercancía no cesa de progresar. Se apoya en el desarrollo de nuevas tecnologías, cuyos impactos ecológicos son incontrolables y a menudo desconocidos. Igualmente, se corre el peligro de acompañarlo de una dependencia creciente de los países del Sur, tanto a nivel tecnológico como alimentario. La ofensiva de las grandes firmas de la agroindustria para imponer en el planeta los organismos genéticamente modificados (OGM) es síntoma de esta situación.

Sucesivas conferencias internacionales sólo han dado resultados irrisorios: la responsabilidad incumbe sobre todo a las grandes potencias y en primer lugar a Estados Unidos. La necesidad de enfrentar de manera decidida los problemas del medio ambiente al igual que los problemas de la alimentación y de la salud a escala mundial constituyen una gran oportunidad para impulsar el cuestionamiento del capitalismo.

(3) Este cuadro de conjunto debe conducirnos a tener en cuenta las tensiones y las contradicciones que el sistema sufre a escala mundial y en muchos países en las diferentes regiones.

La economía mundial ha conocido una coyuntura favorable, prolongada en la estela del largo ciclo expansivo de la economía americana. Pero el surgimiento del “nuevo capitalismo” no desemboca en una larga fase de estabilización socioeconómica, a la manera del periodo de expansión que siguió a la guerra. La ralentización actual de la economía americana, las reestructuraciones y los planes de despidos de la industria y los movimientos erráticos de la bolsa plantean la posibilidad de una nueva recesión de la economía americana. En términos generales, el contexto mundial queda caracterizado por desequilibrios y desigualdades crecientes en detrimento de la gran mayoría de la población del planeta. El abismo se abre cada vez más en el interior de los propios países más desarrollados. Una situación semejante en el ámbito socioeconómico es, en última instancia, el origen de la crisis bastante generalizada de direcciones políticas tradicionales, incluso de su estallido, y de las dificultades contra las cuales tropiezan las tentativas de arreglo.

Las contradicciones que desgarran la sociedad contemporánea a escala mundial y que provocan estragos crecientes en todos los niveles ponen en el orden del día, más que nunca, la definición y la construcción de una alternativa de conjunto.

(4) La principal contradicción que atraviesa al mundo y que constituye en definitiva el obstáculo principal a la política de guerra de Estados Unidos y sus aliados es seguramente esta: jamás en la historia una clase dominante ha tenido una supremacía tal en el ámbito material (militar, tecnológico, económico, diplomático) mientras por otro lado millones de seres humanos —explotados, oprimidos y humillados— sufren las consecuencias de un sistema que jamás ha sido tan desigual ni tan bárbaro en los ámbitos social y humano. Esta contradicción se desarrolla cotidianamente en todos los países, en todas las sociedades. La agudeza y explosividad de la crisis social mundial que ha engendrado la globalización del capital bajo las políticas neoliberales conduce a la reflexión, sin lugar a dudas, a los círculos ilustrados de las clases dominantes.

(5) Sin embargo, sólo la actividad consciente y organizada de las y los explotados y oprimidos podrá impedir los desastres del capitalismo. Por ello, nuestra tarea fundamental es superar la crisis histórica del “factor subjetivo” en sentido amplio.

Las masivas y reiteradas acciones por la gente joven y los asalariados por fin han llevado a una acumulación inicial de fuerzas y energía. El movimiento contra la globalización experimentó un alto momentáneo; pero, estimulado por el creciente descrédito que azota a la política neoliberal y guerrera, ha reiniciado su crecimiento. Más que nunca, aparece como una alternativa de masas en el plano de la sociedad (poscapitalista). Esta confrontación internacional simbolizada por el enfrentamiento de Puerto Alegre contra Davos/Nueva York, tendrá un papel determinante en el desenlace de la fase política actual. Fuerzas sociales y políticas que rechazan la “globalización” preconizada por las clases dominantes existen en todas las regiones del mundo y son susceptibles de luchar ahora, independientemente de la relación de fuerzas a nivel nacional e internacional en la etapa actual. Estas fuerzas incluyen una gran diversidad de análisis y respuestas políticas, que van desde el nacionalismo proteccionista burgués al internacionalismo socialista revolucionario.

Es en el marco de semejante movilización internacional y de una reactivación más general de la lucha de clases, que hay que buscar el camino de la reconstrucción completa del movimiento obrero y antiimperialista, del surgimiento de vanguardias que hagan sus experiencias en la nueva época que estamos viviendo y del resurgimiento de un nuevo internacionalismo y de una Internacional revolucionaria.

 

 

1 En un informe de 1998, la Organización Internacional de Trabajo (OIT) afirma “que la posibilidad de un reconocimiento oficial sería sumamente útil para ampliar la red fiscal y, de este modo, cubrir una gran cantidad de actividades lucrativas conexas”.

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