
Introducción
Este manifiesto es un documento de la Cuarta Internacional, fundada en 1938 por León Trotsky y sus camaradas para salvar el legado de la Revolución de Octubre del desastre estalinista. Rechazando el dogmatismo estéril, la Cuarta Internacional ha integrado en su pensamiento y en su práctica los retos de los movimientos sociales y de la crisis ecológica. Sus fuerzas son limitadas, pero están presentes en todos los continentes y contribuyeron activamente a la resistencia al nazismo, al Mayo68 francés, a la solidaridad con las luchas anticoloniales (Argelia, Vietnam), así como al impulso del movimiento antiglobalización y al desarrollo del ecosocialismo.
La Cuarta Internacional no se considera la única vanguardia. En la medida de sus fuerzas, participa en formaciones anticapitalistas más amplias. Su objetivo es contribuir a la formación de una nueva Internacional, de carácter de masas, de la que sería uno de sus componentes.
Nuestra época se caracteriza por una doble crisis histórica: la policrisis de la civilización capitalista y la crisis de la alternativa socialista frente ella.
Si la Cuarta Internacional publica este Manifiesto en 2025, es porque está convencida de que es más necesario que nunca un proceso de revolución ecosocialista a distintas escalas territoriales, pero con una dimensión planetaria: ahora no sólo se trata de poner fin a las regresiones sociales y democráticas que acompañan a la expansión capitalista mundial, sino también de salvar a la humanidad de una catástrofe ecológica sin precedentes en la historia de la humanidad. Estos dos objetivos están inextricablemente unidos.
Sin embargo, el proyecto socialista que está en la base de nuestras propuestas requiere una profunda refundación que conecte con la diversidad de experiencias y grandes movimientos que luchan contra todas las formas de dominación y opresión (de clase, de género, de comunidades nacionales dominadas, etc.). El socialismo que proponemos es radicalmente diferente al de los modelos que dominaron en el siglo pasado o de cualquier régimen estatista o dictatorial: es un proyecto revolucionario, radicalmente democrático, alimentado por la contribución de las luchas feministas, ecologistas, antirracistas, antiimperialistas, anticolonialistas, antimilitaristas y LGBTQ+.
Desde hace algunas décadas venimos utilizando el término ecosocialismo porque estamos convencidos de que las amenazas y los desafíos globales que plantea la crisis ecológica deben impregnar todas las luchas en el seno y contra el orden globalizado existente y exigen una reformulación del proyecto socialista. La relación con nuestro planeta, la superación de la "ruptura metabólica" (Marx) entre las sociedades humanas y su entorno vital y el respeto del equilibrio ecológico del planeta no son solo capítulos de nuestro programa y estrategia, sino su hilo conductor.
La necesidad de actualizar los análisis del marxismo revolucionario siempre ha inspirado la acción y el pensamiento de la Cuarta Internacional. Un enfoque que hemos mantenido en el trabajo de redacción de este Manifiesto Ecosocialista: queremos contribuir a formular una perspectiva revolucionaria capaz de hacer frente a los desafíos del siglo XXI. Una perspectiva que se inspire en las luchas sociales y ecológicas y en las reflexiones críticas genuinamente anticapitalistas que se están desarrollando en todo el mundo.
La necesidad objetiva de una revolución ecosocialista, antirracista, antimilitarista, antiimperialista, anticolonialista y feminista
Las fuerzas de extrema derecha, autoritarias y semifascistas crecen en fuerza e influencia en todo el mundo. La crisis del capitalismo tardío está alimentando la desesperación y las ideas reaccionarias, la misoginia, el racismo, la queerfobia y la negación del cambio climático. Asustados por las implicaciones de la crisis climática, los multimillonarios se están pasando a la extrema derecha. Las y los políticos autoritarios y oligarcas forman una poderosa alianza para salvaguardar el poder del capital. Atacan la protección del medio ambiente y los programas sociales y libran una guerra contra las personas trabajadoras y la gente pobre, al mismo tiempo que afirman representarlas frente a la clase dirigente liberal.
El capital está ganando, pero su triunfo lo sume en las contradicciones insalvables puestas en evidencia por Marx. Frente a esta contradicción, Rosa Luxemburg advirtió en 1915: "Socialismo o barbarie". Esta advertencia es más actual que nunca, ya que la catástrofe que crece a nuestro alrededor no tiene precedentes. De hecho, a las plagas de la guerra, el colonialismo, la explotación, el racismo, el autoritarismo y las opresiones de todo tipo se les añade una nueva plaga que agrava todas las demás: la destrucción acelerada por el capital del medio natural del que depende la supervivencia de la humanidad.
Las y los científicos han identificado ocho indicadores globales de sostenibilidad ecológica y señalado los límites de peligrosidad para siete de ellos. Debido a la lógica capitalista de acumulación, al menos siete de los indicadores ya han traspasado esos límites: el clima, la integridad funcional de los ecosistemas, el ciclo del nitrógeno, el ciclo del fósforo, las aguas dulces subterráneas, las aguas dulces superficiales y la superficie de los ecosistemas naturales. Seis de ellos incluso superan el límite superior (sólo el clima no lo supera). Sus principales víctimas son las poblaciones pobres, sobre todo en los países del Sur Global1.
Bajo el yugo de la competencia, la gran industria y las finanzas refuerzan su despótico dominio sobre las personas y la Tierra. Y a pesar de los gritos de alarma de la ciencia, la destrucción continúa. El afán de lucro, como un autómata, exige cada vez más mercados y cada vez más mercancías, lo que significa más explotación de la fuerza de trabajo y saqueo de los recursos naturales.
El capital legal, el llamado capital criminal y la política burguesa están estrechamente entrelazados. La Tierra está siendo comprada a crédito por los bancos, las multinacionales y la gente rica. Los gobiernos estrangulan cada vez más los derechos humanos y democráticos mediante la represión brutal y el control tecnológico. Una nueva extrema derecha (desde los populistas de extrema derecha a los neofascistas) ofrece sus servicios para salvar el sistema mediante la mentira, el racismo, el sexismo, la xenofobia y la demagogia social.
Decir que los límites de la sostenibilidad también se sobrepasan en el plano social es quedarse corto.
El capitalismo se define por la escasez para miles de millones de personas y la riqueza infinita para una ínfima minoría. Por un lado, la escasez de empleos, salarios, vivienda y servicios públicos alimenta ideas reaccionarias sobre quién debe tener acceso a los recursos. Por otro, con sus yates, sus jets, sus piscinas, sus enormes campos de golf exclusivos, sus numerosos vehículos todoterrenos, su turismo espacial, sus joyas, su alta costura y sus lujosas casas en los cuatro puntos cardinales del planeta, el 1 % más rico posee nada menos que el 50 % de la riqueza mundial. El efecto derrame es un mito. La riqueza se derrama hacia los ricos, no al contrario. La pobreza aumenta incluso en los países desarrollados. Las rentas del trabajo se reducen sin piedad, la protección social –allí donde existe– se desmantela. La economía capitalista mundial flota en un mar de deudas, explotación y desigualdades.
Los mismos determinantes capitalistas generan desigualdades sociales y degradación medioambiental. Los efectos nocivos recaen más directamente sobre las poblaciones vulnerables, especialmente los grupos racializados. Este proceso se conoce como racismo ambiental, es decir, existe discriminación racial en la ubicación deliberada de comunidades étnicas y racializadas en áreas expuestas a residuos tóxicos y peligrosos, más afectadas por la contaminación, con mayor concentración de basura, así como en áreas de alto riesgo, carentes de planificación urbana, como laderas y cerros, junto con la exclusión sistemática de estas poblaciones de la formulación, implementación y remediación de políticas ambientales.
Asignar a las mujeres el deber de cuidar a los demás permite al capital beneficiarse de la reproducción social gratis o a menor coste y favorece la aplicación de políticas neoliberales basadas en recortes gigantescos de los servicios públicos. Las desigualdades y la discriminación afectan mucho más a las mujeres. Sólo perciben el 35 % de las rentas del trabajo. En algunas regiones del mundo (China, Rusia, Asia Central), su parte disminuye, a veces de forma significativa. Las mujeres rurales aportan entre el 55 % y el 77 % del trabajo, pero sólo poseen el 9 % de la tierra y tienen poco acceso a los recursos, el crédito y las políticas públicas. Más allá del trabajo, las mujeres son atacadas como mujeres en todos los frentes: desde la violencia sexista y sexual (feminicidio, violaciones, acoso sexual, tráfico con fines de explotación laboral o sexual) hasta el derecho a la alimentación, el derecho a la educación, el derecho a ser respetadas y el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.
Las personas LGBTQI+, y en particular las transexuales, son objeto de una ofensiva reaccionaria mundial que agrava su precariedad y discriminación, comprometiendo su acceso a la salud.
Las personas con discapacidad son descartadas por el capital cuando son incapaces de trabajar para generar beneficios o cuando su trabajo necesita ajustes que reduzcan el beneficio. Se practica la esterilización forzada de personas con discapacidad. El eugenismo renovado es una amenaza. Al mismo tiempo que se descarta a las personas ancianas de las clases trabajadoras (y también algunas de la clase media), se mutila el futuro de las próximas generaciones. La mayoría de los padres y madres de las clases trabajadoras ya no creen que sus hijos e hijas vayan a vivir mejor que ellos. Un número creciente de personas jóvenes observa con pavor, rabia, tristeza y dolor la destrucción organizada de su mundo (violado, destripado, ahogado en hormigón, engullido en las frías aguas del cálculo egoísta) y la destrucción programada de su futuro.
Las plagas del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición habían remitido a finales del siglo XX. Ahora vuelven a estallar como resultado de una catastrófica convergencia de neoliberalismo, militarismo y cambio climático: casi una de cada diez personas pasa hambre, casi una de cada tres sufre inseguridad alimentaria, más de tres mil millones de personas no pueden permitirse una dieta sana y ciento cincuenta millones de niños y niñas menores de cinco años sufren retraso en su crecimiento debido al hambre; la gran mayoría en países de la periferia del capitalismo.
La esperanza de un mundo en paz a corto plazo se desvanece. Más de 30 países del mundo están o han estado recientemente en guerras de dimensiones considerables; entre ellos: Sudán, Irak, Yemen, Palestina, Siria, Ucrania, Libia, Congo (RD) y Myanmar. La propia crisis climática, la competencia despiadada por minerales (o tierras raras), los fenómenos meteorológicos y los intensos flujos migratorios resultantes están alimentando muchos conflictos en todo el planeta. El sufrimiento, el desplazamiento y la muerte de poblaciones es tremendo.
Mientras los imperialismos se pelean, se ponen en cuestión las medidas urgentes para la transición climática y un futuro sostenible. Las guerras, además de ser calamitosas en términos de vidas humanas, de atentar contra el cuerpo de las mujeres, de utilizar la violación como instrumento de terror y de deshumanizar la vida colectiva, son dañinas para el planeta en el que vivimos. Destruyen hábitats, causan deforestaciones, envenenan los suelos, el agua y el aire, y son una importante fuente de emisiones de carbono.
La brutal guerra rusa contra Ucrania en 2022 y el nuevo nivel de limpieza étnica perpetrado en la guerra de Gaza 2023/24 contra el pueblo palestino son importantes crímenes contra la humanidad. Ambos casos confirman la naturaleza bárbara del capitalismo actual. La agresión imperialista rusa contra Ucrania en 2022 ha agudizado las tensiones geopolíticas a escala mundial. Confirma la entrada en una nueva era de competencia interimperialista por la hegemonía mundial, con EE UU y sus aliados, por un lado, China y sus aliados por otro. La tierra, la energía y los recursos minerales son un factor importante en esta competencia interimperialista.
Todo el mundo podría disfrutar de una buena vida en la Tierra, pero el capitalismo es un modo de explotación depredador, machista, racista, guerrero, autoritario y mortal. En dos siglos, ha conducido a la humanidad a un profundo callejón sin salida ecosocial. El productivismo es destructivismo. La sobreexplotación de los recursos naturales, el extractivismo desenfrenado, la búsqueda de rendimientos máximos a corto plazo, la deforestación y el cambio de uso del suelo están configurando una reducción masiva de la biodiversidad. Las exigencias de la llamada transición energética mundialcontribuyen a esta destrucción al aumentar la búsqueda, entre otros, de minerales.
El cambio climático es el aspecto más peligroso de la destrucción ecológica, constituye una amenaza para la vida humana que no tiene precedente en la historia. La Tierra corre el riesgo de convertirse en un páramo biológico inhabitable para miles de millones de personas pobres que no son responsables de este desastre. Para detener esta catástrofe, es necesario reducir a la mitad las emisiones mundiales de dióxido de carbono y metano antes de 2030 y alcanzar el cero neto en gases de efecto invernadero antes de 2050. Así que, prioritariamente, se deben proscribir los combustibles fósiles, la agroindustria, la industria cárnica y la hipermovilidad...; es decir, producir menos a nivel mundial.
¿Existe una salida a esta contradicción? Sí, la hay. En este contexto, ¿es posible satisfacer las necesidades legítimas de los 3 000 millones de personas que viven, principalmente en el Sur Global, en condiciones lamentables, debido al capitalismo y al imperialismo? Sí, es posible. El 1 % más rico emite casi el doble de CO2 que el 50 % más pobre. El 10 % más rico es responsable de más del 50 % de las emisiones de CO2. La gente pobre emite mucho menos de 2-2,3 t de CO2 por persona y año (el volumen medio a alcanzar en 2030 si queremos llegar a cero emisiones netas en 2050 con una probabilidad del 50 %). Un dólar gastado en satisfacer las necesidades del 1 % más rico emite treinta veces más emisiones de CO2 que un dólar invertido en satisfacer las necesidades sociales del 50 % más pobre de la población mundial. La satisfacción de las necesidades básicas de las clases populares, tanto en los países dominados como en los llamados desarrollados, sólo tendría una modesta huella de carbono; sobre todo si se planifica democráticamente y es asumida por el sector público. Reducir radicalmente la huella de carbono del 1 % más rico –¡tanto en el Norte como en el Sur!– y la suficiencia para todos y todas lo compensaría ampliamente. Pero la gente más rica quiere cada vez más privilegios. En realidad, para detener la catástrofe haría falta una sociedad que proporcionase bienestar y garantizase la igualdad como nunca antes.
Los gobiernos se han comprometido a mantenerse por debajo de +1,5 °C, preservar la biodiversidad, lograr el llamado desarrollo sostenible y respetar el principio de "responsabilidades y capacidades comunes pero diferenciadas" en la crisis ecológica..., mientras continúan produciendo cada vez más productos y utilizando cada vez más energía. No hay ninguna razón para pensar que el capital vaya a cumplir estas promesas. Los hechos lo demuestran:
Treinta y tres años después de la Cumbre de la Tierra de Río (1992), la combinación energética [mix energético] mundial sigue estando totalmente dominada por los combustibles fósiles (en 2020 constituían el 84 %). La producción total de combustibles fósiles ha aumentado un 62 %, pasando de 83 000 Teravatios-hora2(TWh) en 1992 a 136 000 TWh en 2021. Las energías renovables se suman al sistema energético, principalmente fósil, ofreciendo más capacidades y nuevos mercados a los capitalistas.
Con la crisis energética desatada tras la pandemia y profundizada por la guerra imperialista rusa contra Ucrania, todas las potencias capitalistas reactivaron el carbón, el petróleo, el gas natural (incluido el gas de esquisto) y la energía nuclear.
La promoción de la inteligencia artificial (IA) por parte de las grandes empresas tecnológicas y los gobiernos capitalistas está planteando una nueva amenaza ecológica. Los centros de datos y la minería de criptomonedas ya consumen casi el 2 % de la electricidad mundial. Este consumo aumentará drásticamente a medida que se expanda la IA. El uso de enormes cantidades de energía y agua afectará a la vida de las personas de muchas maneras. Pone en peligro decenas de millones de puestos de trabajo, degrada y socava la creación artística y cultural, refuerza el racismo sistémico y acelera la difusión de mentiras de extrema derecha. Además, la IA y los centros de datos están acelerando el delirio de un capitalismo desenfrenado, acaparando la atención de la gente y erosionando nuestro tiempo libre y nuestros lazos sociales.
El imperialismo estadounidense, principal responsable histórico del cambio climático, dispone de enormes medios para luchar contra la catástrofe, pero, de forma criminal, sus representantes políticos subordinan esta lucha a preservar su hegemonía mundial, cuando no se limitan a negarla.
Las medidas que los grandes contaminadores aplican bajo la etiqueta de descarbonización no abordan la magnitud de la crisis climática y se despliegan sin planificación democrática, priorizando los beneficios e ignorando los impactos en los ecosistemas. Aceleran el extractivismo, sobre todo en los países dominados, pero también en el Norte y en los océanos, a expensas de las poblaciones y los ecosistemas.
Esta supuesta descarbonización exacerba el acaparamiento imperialista de tierras, el racismo medioambiental y la explotación de la mano de obra en el Sur con la complicidad de las burguesías locales (como ejemplifican diferentes proyectos de inversión basados en el uso de la energía solar y eólica, especialmente en territorios de comunidades tradicionales, de pueblos indígenas, de campesinos, campesinas y pescadores artesanales en los países del Sur Global, así como en zonas económicas libres de países pobres, para producir hidrógeno verde destinado a abastecer a las industrias de los países desarrollados).
Los mercados de carbono, las compensaciones de carbono, las compensaciones de biodiversidad y los mecanismos de mercado, basados en la consideración de la naturaleza como capital, pesan sobre las poblaciones menos responsables: las poblaciones pobres, en particular los pueblos indígenas, los pueblos racializados y los pueblos del Sur en general.
Conceptos abstractos como economía circular, resiliencia, transición energética, biomimetismo..., válidos en teoría, se convierten en la práctica en fórmulas huecas dado que se ponen al servicio del productivismo capitalista. Si no existe un plan (por ejemplo, para abaratar la producción de energía) para la reconversión de la producción aplicado por el conjunto de la sociedad, las mejoras técnicas suelen tener un efecto rebote3: una reducción del precio de la energía conduce generalmente a un mayor consumo energético y material.
Al final, frente a la crisis climática, el fetichismo capitalista de la acumulación sólo dejará dos opciones: desplegar tecnologías de aprendiz de brujo (nuclear, captura-secuestro de carbono, geoingeniería…), o dejar que la naturalezaelimine a unos cuantos miles de millones de personas pobres en los países pobres.
Políticamente, la impotencia y la injusticia del capitalismo verde hacen el juego a un neofascismo fósil, conspiracionista, imperialista, racista, violentamente machista y LGTBfóbico, que esta segunda posibilidad no posterga. Apostando cínicamente a que su riqueza los protegerá, una fracción de la gente rica marcha hacia un enorme crimen contra la humanidad dejando morir a las personas pobres.
El capitalismo mundial no progresa gradualmente hacia la paz y el desarrollo sostenible, sino que avanza hacia atrás y a grandes pasos hacia la guerra, el desastre ecológico, el genocidio y la barbarie neofascista.
El calentamiento global y el declive de la biodiversidad se atribuyen a la superpoblación humana o al crecimiento demográfico desenfrenado para culpar a las masas oprimidas de las crisis y de su propia miseria, e imponerles medidas de control de población. En realidad, las altas tasas de crecimiento demográfico son el resultado, más que la causa, de la pobreza. La seguridad de los ingresos, el acceso a la alimentación, la educación, la sanidad y la vivienda, la igualdad de género y la emancipación de la mujer contribuyen a la transición demográfica, ya que primero disminuyen las tasas de mortalidad y luego las de natalidad.
Frente a este desafío, no basta con cuestionar el régimen neoliberal y revalorizar el papel del Estado. Ni siquiera bastaría con detener la dinámica de acumulación (¡objetivo imposible en el capitalismo!). Debe disminuir radicalmente el consumo final global de energía, lo que significa producir menos y transportar menos a escala mundial, aunque en los países más pobres deba incrementarse para satisfacer las necesidades sociales.
Es la única solución que permite conciliar la legítima necesidad de bienestar para todo el mundo con la regeneración del ecosistema global. La suficiencia justa y el decrecimiento justo –el decrecimiento ecosocialista– es una condición sine qua non del rescate.
Salir del callejón sin salida productivista sólo es posible en las siguientes condiciones:
· Abandonando el tecnosolucionismo, es decir, la idea de que la solución vendrá de las nuevas tecnologías (de las cuales, a menudo, se subestima o ignora su coste en energía y recursos). De forma ecológicamente sensata, decidamos utilizar los medios de que disponemos, que son suficientes, para satisfacer las necesidades de todos y todas.
· Reduciendo drásticamente la huella ecológica de la gente rica para permitir una buena vida para todos y todas.
· Acabando con el libre mercado de capitales (acciones, banca privada, fondos de pensiones, mercados de crédito de emisiones, etc.).
· Regulando los mercados de bienes y servicios.
· Maximizando las relaciones directas entre personas productoras y consumidoras a todos los niveles de la sociedad, así como los procesos de evaluación de necesidades y recursos desde el punto de vista del valor de uso y las prioridades ecológicas y sociales.
· Determinando democráticamente qué necesidades deben satisfacer estos valores de uso y cómo han de hacerlo.
· Situando en el centro de esta deliberación democrática el cuidado de los seres humanos y de los ecosistemas, así como el respeto cuidadoso de los seres vivos y de los límites ecológicos.
· Suprimiendo la producción inútil y el transporte inútil, refundando toda la actividad productiva, su circulación y su consumo.
Estas condiciones son necesarias, pero no suficientes. Las crisis social y ecológica van de la mano. Hay que reconstruir un proyecto emancipador para las personas explotadas y oprimidas. Un proyecto de clase que, más allá de las necesidades básicas, privilegie el ser sobre el tener. Un proyecto que modifique profundamente el comportamiento, el consumo, la relación con el resto de la naturaleza, la concepción de la felicidad y la visión que los humanos tenemos del mundo. Un proyecto antiproductivista para vivir mejor, cuidando de los seres vivos en el único planeta habitable del sistema solar.
El capitalismo ya sumió a la humanidad en una situación tan sombría en otros momentos, especialmente en vísperas del primer conflicto mundial. La histeria nacionalista se apoderó de las masas y la socialdemocracia, traicionando su promesa de responder a la guerra con la revolución, dio luz verde a las peores matanzas de la historia de la humanidad en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, Lenin definió la situación como objetivamente revolucionaria: sólo la revolución podía detener la matanza, dijo. La historia le dio la razón: la revolución en Rusia y su tendencia a extenderse obligaron a las burguesías a poner fin a la masacre. La comparación tiene obviamente sus límites. Las mediaciones para la acción revolucionaria son hoy infinitamente más complejas. Pero se necesita el mismo despertar de las conciencias. Frente a la crisis ecológica, una revolución anticapitalista es objetivamente más necesaria aún. Es este criterio fundamental el que debe servir de base para la elaboración de un programa, una estrategia y una táctica, porque no hay otra manera de evitar la catástrofe.
Todo depende de las conquistas de las luchas. Por profundo que sea el desastre, en cada etapa, las luchas marcarán la diferencia. En las luchas todo depende de la capacidad de organización de las y los militantes ecosocialistas para orientarse en la práctica con la brújula de una opción históricamente necesaria.
El mundo por el que luchamos
Nuestra visión del futuro de la sociedad combina la emancipación social y política con el imperativo de detener la destrucción de la vida y reparar en la medida de lo posible los daños ya causados.
Queremos (intentar) imaginar lo que sería una buena vida para todas y todos, en todas partes, reduciendo el consumo de materia y energía y, por tanto, reduciendo la producción material teniendo en cuenta las responsabilidades diferenciadas. No se trata de ofrecer un modelo prefabricado, sino de atreverse a pensar en otro mundo, un mundo que dé ganas de luchar para construirlo rompiendo con el capitalismo y el productivismo.
“Sí, luchamos por el pan, pero también por las rosas”
Una buena vida para todas y todos requiere que se satisfagan las necesidades humanas básicas: alimentación sana, salud, vivienda, aire limpio y agua potable.
Una buena vida es también una vida por la que optamos, plena, creativa y comprometida en unas relaciones humanas ricas e igualitarias, rodeada de la belleza del mundo y de los logros humanos.
Nuestro planeta (todavía) tiene suficiente tierra cultivable, agua potable, sol y viento, biodiversidad y recursos de todo tipo para satisfacer las legítimas necesidades humanas sin utilizar combustibles fósiles ni energía nuclear que dañen el clima. Sin embargo, algunos de estos recursos son finitos y, por tanto, agotables, mientras que otros, aunque inagotables, requieren para su consumo humano materiales que son agotables o incluso raros y cuya extracción es ecológicamente perjudicial. En cualquier caso, como su uso no puede ser ilimitado, los utilizaremos con prudencia y moderación, respetando el medio ambiente.
Siendo indispensables para nuestra vida, estarán excluidos de la apropiación privada y se considerarán bienes comunes porque, tanto ahora como a largo plazo, deben beneficiar a toda la humanidad. Para garantizar estos bienes comunes a lo largo del tiempo, se elaborarán normas colectivas que definan no sólo los usos a los que se destinan, sino también los límites de estos usos y las obligaciones de mantenerlos o repararlos.
Dado que un manglar no se cuida de la misma forma que un casquete glaciar, ni los humedales como las playas de arena o los bosques tropicales como los ríos, y como la energía solar no obedece a las mismas reglas ni impone las mismas limitaciones materiales que la eólica o la hidráulica, su reglamentación sólo podrá hacerse mediante un proceso democrático en el que participen las y los principales afectados: trabajadores y habitantes.
Nuestros bienes comunes también incluirán todos los servicios que nos permitan satisfacer las necesidades educativas, sanitarias, culturales, de acceso al agua, a la energía, la comunicación, el transporte, etc., de forma igualitaria y, por tanto, gratuita. Estarán gestionados y organizados democráticamente por el conjunto de la sociedad.
Los servicios orientados a las personas y los cuidados que necesitan en las diferentes etapas de su vida, respetando la intimidad de cada cual, quebrarán la separación entre lo público y lo privado, y mediante su socialización pondrán fin a la asignación de las mujeres para estas tareas, es decir, las convertirán en una cuestión de toda la sociedad. Entre otras, estos servicios de reproducción social son herramientas esenciales en la lucha contra la opresión patriarcal.
Todos estos servicios públicos descentralizados, participativos y comunitarios constituirán la base de una organización social no autoritaria.
A nivel de la sociedad en su conjunto, la planificación ecológica democrática permitirá a las personas reapropiarse de las grandes opciones sociales relativas a la producción: decidir, como ciudadanos, ciudadanas y personas usuarias, qué producir y cómo producir, los servicios que deben prestarse y, también, los límites aceptables en la utilización de recursos materiales como el agua, la energía, los transportes, la tierra, etc. Estas decisiones se tomarán tras un proceso de información y deliberación colectivo basado en la apropiación de conocimientos, ya sean científicos o derivados de la experiencia de la gente, y en la autoorganización de las personas oprimidas (movimientos de liberación de las mujeres, pueblos racializados, personas discapacitadas, etc.) para superar las barreras al desarrollo y continuar la lucha consciente contra las discriminaciones y opresiones.
Esta democracia económica y política global se articulará a través de múltiples colectividades/comisiones descentralizadas que, en lo que respecta a la organización de la vida pública, permitirán tomar decisiones a nivel local en los pueblos o barrios, y a las trabajadoras y trabajadores y productores les permitirá controlar la gestión y la organización de su unidad de trabajo: decidir cómo producir y, por tanto, cómo trabajar. La combinación de estos diferentes niveles de democracia es lo que permite cooperar en lugar de competir, así como una gestión justa desde el punto de vista ecológico y social y satisfactoria desde el punto de vista humano, a nivel de taller, empresa, rama... ¡pero también a nivel de barrio, municipio, región, país e incluso del planeta!
Todas las decisiones relacionadas con la producción y la distribución, con la forma en que queremos vivir, se guiarán por el siguiente principio: descentralizar todo lo posible, coordinar todo lo necesario.
Tomar las riendas de nuestra vida y participar en colectivos sociales requerirá tiempo, energía e inteligencia colectiva. Afortunadamente, el trabajo de producción y reproducción social sólo ocupará unas horas al día.
La producción se dedicará exclusivamente a satisfacer las necesidades determinadas democráticamente. La producción y la distribución se organizarán de forma que se minimice el consumo de recursos y se eliminen los residuos, la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero, buscando constantemente la sobriedad y la sostenibilidad programada (frente a la obsolescencia programada del capitalismo, ya sea planificada o debida simplemente a la lógica de la carrera por el beneficio). Producir lo más cerca posible de las necesidades que hay que satisfacer significa menos transporte y conocer mejor el trabajo, los materiales y la energía necesarios.
La agricultura será ecológica, a pequeña escala y local para garantizar la soberanía alimentaria y la protección de la biodiversidad. Los talleres de transformación y los canales de distribución permitirán producir la mayoría de los alimentos en circuitos cortos.
El sector energético basado en fuentes renovables estará lo más descentralizado posible para reducir las pérdidas y optimizar las fuentes. Se desarrollarán y reforzarán las actividades vinculadas a la reproducción social (sanidad, educación, atención a las personas mayores o dependientes, cuidado de la infancia, etc.), procurando no reproducir los estereotipos de género.
Aunque el trabajo ocupará menos tiempo, seguirá siendo esencial porque, junto con la naturaleza y su cuidado, produce lo necesario para la vida.
La autogestión de las unidades de producción combinada con la planificación democrática permitirá a las trabajadoras y trabajadores controlar su actividad, decidir sobre la organización del trabajo y cuestionar la división entre trabajo manual e intelectual. La deliberación se extenderá a la elección de las tecnologías en función de si permiten o no controlar el proceso de producción al colectivo de trabajo. El dar prioridad al conocimiento concreto, práctico y real del proceso de trabajo, al saber hacer colectivo e individual y a la creatividad, permitirá diseñar y producir objetos robustos, desmontables y reparables, reutilizables y, en su caso, reciclables, y reducirá el consumo de materiales y energía desde su fabricación hasta su utilización.
En todos los ámbitos se combinará la convicción de hacer algo útil y la satisfacción de hacerlo bien. Cuando se trate de tareas tediosas, como la recogida de basuras, todo el mundo intentará hacerlas menos pesadas y menos penosas. Pero sigue siendo una parte inevitable del trabajo que deberá hacerlo todo el mundo, turnándose.
Una gran parte de la producción material podrá desindustrializarse (toda o parte de la confección o la alimentación) porque su volumen es muy reducido, y deberán desarrollarse habilidades artesanales en las que todo el mundo podría formarse.
Liberar el trabajo de la alienación nos permitirá abolir la frontera entre arte y vida en una especie de comunismo de lujo. Podremos conservar o compartir herramientas, muebles, una bicicleta, ropa... toda la vida, porque estarán ingeniosamente diseñadas y serán bellas.
Ser en lugar de tener
“Sólo merece ser producido lo que ni privilegia ni degrada a nadie”. (André Gorz).
La libertad no reside en el consumo ilimitado, sino en una autolimitación comprendida y elegida, conquistada contra la alienación consumista. La deliberación colectiva permite deconstruir las necesidades artificiales y definir las necesidades universalizables, es decir, las necesidades que no están reservadas a ciertas personas o a ciertas partes del mundo y que deben satisfacerse.
La verdadera riqueza no reside en el aumento infinito de los bienes –tener–, sino en el aumento del tiempo libre –ser–. El tiempo libre abre la posibilidad de una autorrealización en el juego, el estudio, la actividad cívica, la creación artística, las relaciones interpersonales y las relaciones con el resto de la naturaleza.
Así que estamos preparando un gran abanico de trabajo porque tenemos tiempo para pensar en ello, y porque podemos hacerlo poniendo el foco en las personas y en el resto de la naturaleza.
El lugar donde vivimos, cada espacio en el que nos socializamos, nos pertenece para construir otras relaciones sociales interpersonales. Liberados de la especulación del suelo y del automóvil, podemos repensar el uso de los espacios públicos, salvar la distancia entre el centro y el extrarradio, aumentar el número de espacios recreativos, de encuentro y de intercambio, desartificializar las ciudades con la agricultura urbana y la horticultura local, restaurar los biotopos insertados en el tejido urbano... Y más allá de ello, aplicar una política a largo plazo destinada a reequilibrar la población urbana y rural, y a superar la oposición entre la ciudad y el campo para reconstituir comunidades humanas habitables y sostenibles a una escala que permita una verdadera democracia.
Nuestros deseos y emociones ya no son cosas que se puedan comprar y vender, y el abanico de opciones a disposición de cada persona se ha ampliado considerablemente. Cada cual puede desarrollar nuevas formas de tener relaciones sexuales, de vivir, trabajar y criar hijos e hijas en común, de construir proyectos de vida de forma libre y diversa, respetando las decisiones personales y la humanidad de cada cual, con la idea de que no hay una única opción posible, ni una opción mejor que las demás. La familia puede dejar de ser un espacio de reproducción de la dominación y dejar de ser la única forma posible de vida colectiva. De esta manera, podemos repensar la forma de la paternidad de una manera más colectiva, politizar nuestras decisiones personales sobre la maternidad y la paternidad, reflexionar sobre cómo vemos la infancia y el papel de las personas mayores o discapacitadas, sobre las relaciones sociales que establecemos con ellas y sobre cómo somos capaces de romper las lógicas de dominación que hemos interiorizado, heredadas de sociedades anteriores.
Estamos construyendo una nueva cultura, contraria a la cultura de la violación, una cultura que reconozca los cuerpos de todas las mujeres cis y trans, y sus deseos; que reconozca a cada persona como sujeto capaz de decidir sobre su cuerpo, su vida y su sexualidad, que haga visible el hecho de que hay mil maneras de ser persona, de vivir y expresar el propio género y la propia sexualidad.
La actividad sexual libremente consentida y placentera para quienes participan en ella es en sí misma una justificación suficiente.
Debemos aprender a pensar en la interdependencia de los seres vivos y desarrollar una concepción de la relación entre la humanidad y la naturaleza que probablemente se parecerá a la de los pueblos indígenas en algunos aspectos, pero que, sin embargo, será diferente. Una concepción en la que las nociones éticas de precaución, respeto y responsabilidad, así como el asombro ante la belleza del mundo, interferirán constantemente con una comprensión científica cada vez más refinada y a la vez más consciente de su carácter incompleto. La cultura de los pueblos indígenas puede ser una valiosa fuente de inspiración.
Nuestro método transitorio
De nuestro análisis del capitalismo y, más en concreto, de las políticas de la clase dominante en relación con los peligros ecológicos y el cambio climático, se desprende lo siguiente:
· En primer lugar, que es necesaria una alternativa global y un plan social basado en orientar la producción y reproducción a la satisfacción de las necesidades humanas, no del beneficio: producción de valores de uso en vez de valores de cambio. Ajustar esta o aquella pieza dentro del sistema capitalista sin cambiar el modo de producción ni siquiera podrá mitigar significativamente las crisis actuales y las catástrofes a las que nos enfrentamos, que son fruto del mismo. Transmitir esta idea es una de las principales tareas de la política revolucionaria.
· En segundo lugar, comprender la necesidad de un cambio revolucionario global es una tarea que, en la práctica, no puede darse de forma directa y sin dificultades. Por eso, es importante combinar la presentación de la perspectiva global con la propagación de reivindicaciones inmediatas en torno a las que poder desarrollar o promover movilizaciones.
· En tercer lugar, no lo olvidemos, convencer a la gente no es sólo una cuestión de argumentos. Para convencer a la gente de que se aleje del sistema capitalista y animarla a oponerse a él, se necesitan luchas exitosas que infundan valor y demuestren que las victorias parciales son posibles.
· En cuarto lugar, el éxito de las luchas requiere una mejor organización. En principio, esto es cierto siempre, pero hoy en día –cuando los sindicatos (en muchas partes del mundo) han desaparecido políticamente en gran medida y la izquierda está fragmentada– es importante promover la cooperación práctica de forma no sectaria, especialmente entre la izquierda anticapitalista y, al mismo tiempo, apoyar a los trabajadores y trabajadoras en su autoorganización.
El tiempo apremia si no queremos franquear puntos de inflexión cruciales y que el calentamiento global se acelere sin control. Por otro lado, la inmensa mayoría de la gente no está en disposición de emprender la lucha por un sistema diferente, es decir, por derrocar el capitalismo. En parte, esto es debido a un desconocimiento de la gravedad de la situación general, pero más aún por la falta de perspectivas sobre cómo podría o debería ser la alternativa. Además, la relación de fuerzas social y política entre las clases no fomenta precisamente la confrontación con los gobernantes y los beneficiarios del orden social capitalista.
Un programa de reformas que quiera reformar el capitalismo o superarlo poco a poco (además, con una política desde arriba) tampoco tiene posibilidades de éxito. Las reformas compatibles con las reglas del sistema capitalista son incapaces de afrontar los retos de la crisis ecológica. Y los cambios graduales en la economía y el Estado nunca condujeron a un cambio de sistema. Los propietarios y beneficiarios del capitalismo no contemplarán pacíficamente cómo se confisca su riqueza y se les priva paso a paso de la base de su fortuna.
El tiempo apremia y es necesario adoptar medidas urgentes. Algunos detractores del ecosocialismo abogan por reformas suaves "porque no podemos esperar a la revolución mundial". Pues bien, ¡los partidarios del ecosocialismo no proponemos esperar! Nuestra estrategia es empezar ahora, con reivindicaciones transitorias concretas. Es el comienzo de un proceso hacia el cambio global. No se trata de etapas históricas separadas, sino de momentos dialécticos de un mismo proceso. Cada victoria parcial o local es un paso en este movimiento que refuerza la autoorganización y estimula la lucha por nuevas victorias.
En las luchas de clases que se avecinan –que son la base de la batalla por la hegemonía en la que participen las más amplias capas de la clase obrera, la juventud, las mujeres, los pueblos indígenas, etc.– debe quedar claro que, en última instancia, no hay forma de evitar un verdadero cambio de sistema ni la cuestión del poder. Es necesario expropiar a la clase dominante y derrocar su poder político.
Por un programa anticapitalista de transición
El método de transición ya fue sugerido por Marx y Engels en la última sección del Manifiesto Comunista (1848). Pero fue la Cuarta Internacional la que le dio su significado moderno en El Programa de Transición de 1938. Su punto de partida es la necesidad, para las y los revolucionarios, de ayudar a las masas en su lucha cotidiana a establecer un puente entre las demandas actuales y el programa socialista de la revolución. Este puente debe incluir un sistema de reivindicaciones transitorias partiendo de las condiciones y la conciencia actuales de amplias capas de la clase obrera; el objetivo es dirigir las luchas sociales hacia la conquista del poder por el proletariado.
Por supuesto, las y los revolucionarios no descartan el programa de tradicionales reivindicaciones mínimas: evidentemente, defienden los derechos democráticos y las conquistas sociales de las trabajadoras y trabajadores. Sin embargo, proponen un sistema de reivindicaciones transitorias que pueda ser comprendido adecuadamente por las personas explotadas y oprimidas y que, al mismo tiempo, se dirija contra las propias bases del régimen burgués.
La mayoría de las reivindicaciones transitorias mencionadas en el Programa de 1938 siguen siendo actuales. Entre otras, la escala móvil de los salarios y de las horas de trabajo; el control obrero de las fábricas, la apertura de los libros secretosde cuentas de las empresas; la expropiación de los bancos privados; la expropiación de determinados sectores capitalistas. El interés de tales propuestas es unir en la lucha a la más amplia mayoría de las masas populares en torno a reivindicaciones concretas que estén en contradicción objetiva con las reglas del sistema capitalista.
Pero es necesario actualizar nuestro programa de reivindicaciones transitorias a partir de las nuevas condiciones del siglo XXI. En particular, la nueva situación creada por la crisis ecológica y el peligro inminente de un cambio climático catastrófico. Ahora mismo, estas reivindicaciones deben tener un carácter socioecológico y, potencialmente, ecosocialista.
El objetivo de las reivindicaciones ecosocialistas de transición es estratégico: poder movilizar a amplios sectores de trabajadoras y trabajadores urbanos y rurales, mujeres, jóvenes, víctimas del racismo o de la opresión nacional, así como a sindicatos, movimientos sociales y partidos de izquierda en una lucha que desafíe al sistema capitalista y al dominio burgués. Estas reivindicaciones, que combinan intereses sociales y ecológicos, deben ser consideradas como necesarias, legítimas y pertinentes por la gente explotada y oprimida en función de su nivel de conciencia social y política. En la lucha, la gente toma conciencia de la necesidad de organizarse, unirse y luchar; también empieza a comprender quién es el enemigo: no sólo las fuerzas locales, sino el propio sistema. El objetivo de las reivindicaciones ecosociales de transición es aumentar, gracias a la lucha, la conciencia social y política de las y los explotados y oprimidos, su comprensión anticapitalista y, con suerte, una perspectiva revolucionaria ecosocialista.
Algunas de estas reivindicaciones tienen un carácter universal: por ejemplo, la gratuidad y accesibilidad del transporte público. Una reivindicación que es tanto ecológica como social y contiene la semilla del futuro ecosocialista: servicios públicos frente a mercado y gratuidad frente a beneficio capitalista. Sin embargo, su significado estratégico no es el mismo según las sociedades y las economías. Las reivindicaciones ecosocialistas de transición deben tener en cuenta las necesidades y aspiraciones de las masas, tal como se expresan sobre el terreno en las diferentes partes del sistema capitalista mundial.
Líneas maestras de una alternativa ecosocialista al crecimiento capitalista
Solo se pueden satisfacer las necesidades sociales reales respetando las limitaciones ecológicas si se rompe con la lógica que amplía las desigualdades, perjudica la vida y "arruina las dos únicas fuentes de toda riqueza: la Tierra y los trabajadores" (Marx). Poner fin a esta lógica implica luchar prioritariamente por las siguientes líneas de fuerza. Estas forman un conjunto coherente que debe completarse y desglosarse en función de las especificidades nacionales y regionales. Por supuesto, en cada continente, y en cada país, hay medidas específicas a proponer en una perspectiva de transición.
Contra las catástrofes, planes públicos de prevención adaptados a las necesidades sociales bajo control popular
Algunos efectos de la catástrofe climática son irreversibles (subida del nivel del mar) o durarán mucho tiempo (olas de calor, sequías, precipitaciones excepcionales, tornados más violentos, etc.). Las compañías de seguros capitalistas no protegen a las clases populares o, en el mejor de los casos, las protegen mal. Frente a estos azotes, la gente rica sólo habla de adaptación. Para ella, la adaptación al calentamiento sirve:
1°) para desviar la atención de las causas estructurales, de las que su sistema es responsable;
2°) para continuar con sus prácticas nocivas centradas en el máximo beneficio, sin preocuparse el largo plazo;
3°) para ofrecer nuevos mercados a las y los capitalistas (infraestructuras, climatización, transportes, compensación del carbono, etc.).
Esta adaptación capitalista tecnocrática y autoritaria es en realidad lo que el IPCC [Panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático-ONU] llama "mala adaptación": aumenta las desigualdades, la discriminación y la desposesión. También aumenta la vulnerabilidad al calentamiento, con el riesgo de poner en grave peligro la posibilidad misma de adaptación en el futuro, especialmente en los países pobres. A la mala adaptación capitalista, oponemos la exigencia inmediata de planes públicos de prevención adaptados a la situación de las clases populares. Son éstas las principales víctimas de los fenómenos meteorológicos extremos, especialmente en los países dominados. Los planes públicos de prevención deben diseñarse, en diálogo con los científicos, en función de su situación y de sus necesidades. Deben abarcar todos los sectores, en particular la agricultura, la silvicultura, la vivienda, la gestión del agua, la energía, la industria, la legislación laboral, la sanidad y la educación. Y deben ser objeto de una amplia consulta democrática, con derecho de veto de las comunidades locales y los colectivos laborales afectados.
Compartir la riqueza para cuidar gratuitamente a los seres humanos y a nuestro entorno vital
Una sanidad de calidad, una buena educación, una buena atención a la infancia, una jubilación digna y unos cuidados que respeten la dependencia, una vivienda accesible, permanente y confortable, un transporte público eficiente, energías renovables, una alimentación sana, un agua limpia, acceso a internet y un entorno natural en buenas condiciones: estas son las necesidades reales que una civilización digna de tal nombre debería satisfacer suficientemente a todos los seres humanos, independientemente de su color de piel, sexo, etnia y convicciones. Y ello es posible al tiempo que disminuye significativamente la presión global sobre nuestro medio ambiente. ¿Por qué no lo tenemos? Porque la economía está sintonizada para inducir el consumo creado como subproducto industrial por los capitalistas. Consumen e invierten cada vez más para obtener beneficios, se apropian de todos los recursos y lo transforman todo en mercancías. Su lógica egoísta siembra la desgracia y la muerte.
Es necesario un giro de 180°. Los recursos naturales y el conocimiento constituyen un bien común que debe gestionarse de forma prudente y colectiva. La satisfacción de las necesidades reales y la revitalización de los ecosistemas deben planificarse democráticamente y apoyarse en el sector público bajo el control activo de las clases populares, ampliando al máximo el libre acceso. Este proyecto colectivo debe poner los conocimientos científicos a su servicio. El primer paso necesario es luchar contra las desigualdades y la opresión. ¡La justicia social y una buena vida para todas y todos son exigencias ecológicas!
Expandir los bienes comunes y los servicios públicos frente a su privatización y mercantilización
Este es uno de los aspectos clave de la transición social y ecológica en muchos ámbitos de la vida. Por ejemplo:
· Agua: la actual privatización, despilfarro y contaminación del agua –ríos, lagos y capas freáticas– es un desastre social y ecológico. La escasez de agua y las inundaciones debidas al cambio climático son graves amenazas para mil millones de personas. El agua es un bien común y debe ser gestionada y distribuida por los servicios públicos bajo el control de las personas consumidoras. Los paisajes y las ciudades deben hacerse permeables al agua y capaces de almacenarla para evitar inundaciones masivas.
· La vivienda: el derecho básico de todas las personas a una vivienda digna, permanente y ecológicamente sostenible no puede garantizarse bajo el capitalismo. La ley del beneficio conlleva desahucios, demoliciones y criminalización de quienes se resisten. También implica facturas energéticas elevadas para la gente pobre y energías renovables subvencionadas para la gente rica. El control público del mercado inmobiliario, la reducción y congelación de los intereses y beneficios de los bancos, el aumento radical de la vivienda de calidad, pública, social y cooperativa, un proceso público de aislamiento climático de las viviendas y un programa masivo de construcción de viviendas energéticamente autónomas son los primeros pasos de una política alternativa.
· Sanidad: los millones de muertes evitables por la COVID-19 son el resultado de la ausencia de políticas preventivas, de mandatos autoritarios y represivos que sustituyen a la acción colectiva, así como de políticas de austeridad, de privatización y mercantilización de la salud. Debe garantizarse una asistencia sanitaria igual para todas y todos mediante su prestación gratuita gracias a la protección social y a un servicio sanitario plenamente público y dotado de recursos suficientes. Los sistemas sanitarios deben reorientarse para incluir la prevención, la asistencia y el seguimiento. La industria farmacéutica debe socializarse bajo el control de las personas trabajadoras y usuarias. Deben abolirse las patentes.
· Transporte: el transporte individual en el capitalismo privilegia el coche privado con nefastas consecuencias sanitarias y ecológicas. La alternativa es un amplio y eficiente sistema de transporte público gratuito y plenamente accesible, así como una gran extensión de zonas peatonales y carriles bici. Las mercancías se transportan a grandes distancias en camiones o buques de carga portacontenedores, con enormes emisiones de gases de efecto invernadero; la reducción del consumo derrochador y la relocalización de la producción, así como el transporte de mercancías por tren son medidas necesarias inmediatas. El transporte aéreo debe reducirse significativamente y suprimirse para las distancias de menos de 1000 km que puedan cubrirse en tren.
Coger el dinero de donde está: los capitalistas y los ricos deben pagar
Una estrategia global de transición digna de tal nombre debe articular la sustitución de los combustibles fósiles por fuentes de energía renovables, la protección contra los efectos ya perceptibles del cambio climático, la compensación de pérdidas y perjuicios, la ayuda a la reconversión (en particular, la garantía de ingresos de los trabajadores y trabajadoras afectadas) y la reparación de los ecosistemas. Las necesidades financieras necesarias de aquí a 2050 ascienden a varios billones de dólares. ¿Quién debe pagar? Los responsables del desastre: las multinacionales, los bancos, los fondos de pensiones y los Estados imperialistas y ricos del norte y del sur. La alternativa ecosocialista requiere un amplio programa de reforma fiscal y de reducción radical de las desigualdades para coger el dinero de donde está: fiscalidad progresiva, levantamiento del secreto bancario, catastro de bienes, impuestos sobre los activos, impuesto único excepcional a tipo elevado sobre el patrimonio, eliminación de los paraísos fiscales, supresión de los privilegios fiscales para las empresas y la gente rica, apertura de los libros de contabilidad de las empresas, limitación de las rentas elevadas, abolición de la deuda pública reconocida como ilegítima, (sin compensación, salvo para las y los pequeños inversores), compensación por parte de los países ricos del coste de la renuncia a la explotación de sus recursos fósiles por parte de los países dominados (proyecto del parque Yasuni).
Sobre todo, no es posible una auténtica planificación democrática ecosocialista sin la socialización pública de los bancos. “Crédito para el bien común” significa eliminar definitivamente el beneficio en la determinación de los tipos de interés y de los márgenes de intermediación, apoyar la función pública y popular del crédito y restaurar el papel público y cooperativo de los bancos.
No hay emancipación sin lucha antirracista
La opresión de racial es parte estructural del modo de producción capitalista y fue un elemento que garantizó la acumulación primitiva de capital posibilitada por la colonización y el tráfico de personas negras esclavizadas.
La construcción de un nuevo mundo, libre de toda opresión y explotación, exige que nos opongamos frontalmente al racismo como tarea central de la estrategia ecosocialista. Debemos reconocer que el racismo configura las relaciones sociales y cumple la tarea de profundizar y complejizar los artificios de la explotación burguesa y la acumulación de riqueza. La diversidad que se desvía de los estándares de persona blanca se transmuta en opresión.
La diáspora forzada de millones de personas africanas, su comercialización en América y la explotación de su mano de obra permitieron el enriquecimiento europeo y aún hoy garantizan sus privilegios. Hay que romper con la lógica genocida contra los grupos no blancos y tratar de fortalecer la lucha anticarcelaria contra el encarcelamiento masivo, especialmente a través de la táctica liberal de la supuesta guerra contra las drogas, una justificación de las políticas genocidas contra las poblaciones socialmente racializadas.
La lucha contra la militarización de la policía debe estar en el centro de una lucha antirracista, al igual que el acceso a unas condiciones de vida dignas en general.
Hasta nuestros días, el racismo tiene una posición central como mecanismo de opresión de sectores de la clase trabajadora, configurando un diseño específico de posiciones y permisos socialmente determinados para las personas blancas (el supuesto sujeto universal) y para las personas percibidas como racializadas.
Es necesario enfrentar todas las políticas de austeridad fiscal que profundizan la precarización de la vida de la clase trabajadora en su conjunto y recaen mayoritariamente, y con mayor fuerza, sobre las personas no blancas. Estructuran el racismo medioambiental que, en esta emergencia climática, distribuye de forma desigual las consecuencias mortales de la producción capitalista.
¡Libertad de circulación y residencia en la Tierra! ¡Ningún ser humano es ilegal!
La catástrofe ecológica es un motor creciente del desplazamiento de personas y de migraciones. Una media anual de 21,5 millones de personas se vieron desplazadas forzosamente por fenómenos meteorológicos entre 2008 y 2016. La mayoría son personas pobres del Sur Global, desplazadas en sus propios países o a países vecinos. Se prevé que la migración climática aumente en las próximas décadas: 1 200 millones de personas podrían verse desplazadas en todo el mundo en 2050. A diferencia de quienes solicitan asilo, las personas refugiadas climáticas ni siquiera tienen estatuto. No tienen ninguna responsabilidad en la catástrofe ecológica, pero el verdadero responsable, el sistema capitalista, les condena a engrosar las filas de los 108,4 millones de personas en todo el mundo desplazadas a la fuerza en 2020 como consecuencia de persecuciones, conflictos, violencia y violación de los derechos humanos.
Los derechos básicos de estas personas sufren constantes ataques: el derecho a estar protegidas contra la violencia, a tener agua y alimentos suficientes, a vivir en una casa segura, a mantener unida a su familia, a encontrar un trabajo decente. Un número creciente de ellas (posiblemente muchos más de 10 millones) son consideradas apátridas por el Informe de Naciones Unidas sobre desarrollo humano (UNHCR). Todo esto es contrario a la justicia más elemental. Alimenta a los fascistas que convierten a las y los migrantes en chivos expiatorios y los deshumanizan. Es una gran amenaza para los derechos democráticos y sociales de todos y todas. Como internacionalistas, luchamos por políticas restrictivas contra el Capital, no contra las personas migrantes. Nos oponemos a la construcción de muros, al confinamiento en centros, a la construcción de campos, a las expulsiones, a las deportaciones y a la retórica racista. Ningún ser humano es ilegal en la Tierra, todo el mundo debe tener derecho a circular y a entrar y salir de todas partes. Hay que abrir las fronteras a toda persona que huya de su país, ya sea por razones sociales, políticas, económicas o medioambientales.
Eliminar las actividades económicas inútiles o nocivas
Detener la catástrofe climática y el declive de la biodiversidad exige, sin ningún género de duda, una reducción sin demora y significativa del consumo final de energía a escala mundial. Esta limitación es ineludible. Los primeros pasos pasan por reducir drásticamente el poder adquisitivo de las personas ricas, abandonar la moda rápida, la publicidad y la producción/consumo de lujo (cruceros, yates y jets o helicópteros privados, turismo espacial, etc.), reducir la producción masiva de carne y lácteos y acabar con la obsolescencia acelerada de los productos, alargando su vida útil y facilitando su reparación. El transporte aéreo y marítimo de mercancías debería reducirse drásticamente mediante la relocalización de la producción, sustituyéndose por el transporte ferroviario siempre que sea posible. Desde un punto de vista más estructural, la restricción energética sólo puede respetarse reduciendo lo antes posible las actividades económicas inútiles o nocivas. Los principales sectores productivos a tener en cuenta son: la producción de armas, la energía fósil y la petroquímica, la industria extractiva, la fabricación no sostenible, la industria de la madera y la pasta de papel, la construcción de automóviles personales, los aviones y la construcción naval.
Soberanía alimentaria: abandonar del agronegocio, la pesca industrial y la industria cárnica
Estos tres sectores plantean graves amenazas para el clima, la salud humana y la biodiversidad. Su desmantelamiento requiere medidas a nivel de la producción, pero también cambios significativos a nivel del consumo (en los países desarrollados y entre la gente rica de todos los países) y de la relación con los seres vivos. Se necesitan políticas proactivas para detener la deforestación y sustituir la agroindustria, la plantación industrial de árboles y la pesca a gran escala por la agroecología campesina, la silvicultura ecológica y la pesca a pequeña escala, respectivamente. Estas alternativas consumen menos energía, emplean más mano de obra y son mucho más respetuosas con la biodiversidad. Las y los agricultores y pescadores deben ser debidamente compensados por la comunidad, no sólo por su contribución a la alimentación humana, sino también por su contribución ecológica. Hay que proteger los derechos de los pueblos originarios sobre los bosques y otros ecosistemas. El consumo mundial de carne debe reducirse drásticamente, sobre todo en los países y clases sociales que consumen demasiado (teniendo en cuenta los distintos patrones de consumo). Hay que desmantelar la industria cárnica y láctea y promover una dieta basada principalmente en la producción vegetal local. De este modo pondremos fin al trato abyecto que reciben los animales en la industria cárnica y en la pesca industrial. La soberanía alimentaria, en línea con las propuestas de Vía Campesina, es un objetivo clave. Pasa por una reforma agraria radical: la tierra para quienes la trabajan, especialmente las mujeres. Expropiación de los grandes terratenientes y de la agroindustria capitalista que produce bienes para el mercado mundial. Distribución de la tierra a los campesinos y campesinas sin tierra (familias o cooperativas) para la producción agrobiológica. Abolición de los viejos y nuevos cultivos transgénicos a campo abierto y eliminación de los pesticidas tóxicos (¡empezando por aquellos cuyo uso prohíben los países imperialistas pero cuya exportación a los países dominados se autoriza!).
Cohabitar con otros organismos vivos, detener la masacre de especies
El respeto a los organismos no humanos es fundamental para preservar las condiciones de reproducción y evolución de la especie humana. El modo de producción debe tener en cuenta las relaciones con el resto de la vida desde su diseño. Las nociones de ciclo de vida del producto, reciclaje, reparación y circularidad son esenciales en este sentido. Su aplicación coherente requiere una producción centrada en la satisfacción de las necesidades humanas reales. Hay que librar batallas inmediatas contra la patente de la vida, la destrucción de los humedales y la explotación de los fondos marinos. Aunque sea parcial e insuficiente a largo plazo, la ampliación de las zonas de preservación de la fauna y la flora debe fomentarse siempre que no conduzca a nuevas injusticias sociales, en particular en detrimento de los pueblos indígenas y las comunidades rurales.
Reforma urbana popular
Más de la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades cada vez más grandes. Al mismo tiempo, las regiones rurales, arruinadas por la agroindustria y la minería, se están despoblando y cada vez se encuentran más privadas de servicios esenciales. Los llamados países en desarrollo tienen algunas de las megaciudades más grandes del planeta (Yakarta, Manila, México DF, Nueva Delhi, Bombay, Sao Paulo y otras), un número creciente de personas sin hogar y barrios marginales donde millones de seres humanos (en torno a Karachi, Nairobi, Bagdad...) sobreviven y trabajan informalmente en condiciones indignas. Es una de las heridas más horribles que han dejado el desarrollo capitalista y la dominación imperialista. Además de la violencia, las olas de calor hacen cada vez más difícil la supervivencia en las chabolas y barrios pobres, especialmente en climas húmedos. La alternativa ecosocialista reivindica la puesta en marcha de un vasto programa de construcción de viviendas sociales que acompañado de una reforma urbana popular y diseñado en cooperación con las asociaciones de personas sin hogar, cambie la organización de las grandes ciudades. Por un lado, debe articularse en base a una legislación laboral que proteja a los trabajadores y trabajadoras y, por otro, en el atractivo de la reforma agraria para iniciar un movimiento de contra emigración rural.
Socializar la energía y las finanzas sin compensación ni rescate para salir lo antes posible de los combustibles fósiles y la energía nuclear
Las multinacionales de la energía, y los bancos que las financian, quieren explotar hasta la última tonelada de carbón, hasta el último litro de petróleo, hasta el último metro cúbico de gas. Al principio ocultaron y negaron el impacto del CO2en el cambio climático. Ahora, para seguir explotando estos recursos a pesar de todo, y mientras los precios en alza les aseguran gigantescos excedentes de beneficios, prometen todo tipo de falsas técnicas (lavado de imagen verde, intercambio de derechos de contaminación, compensación de emisiones, captura, secuestro y utilización del carbono) y promueven la energía nuclear como baja en carbono; a la vez, instalan centrales eólicas y solares con el único objetivo de especular y sin tener en cuenta la opinión y las necesidades de las comunidades locales, de forma que provocan nuevos destrozos medioambientales. Está claro: estos grupos, ávidos de beneficios, están llevando al planeta de la catástrofe climática al cataclismo. Al mismo tiempo, están a la vanguardia de los ataques capitalistas contra las clases trabajadoras. Por ello, deben ser socializados mediante una expropiación sin compensación ni indemnización. No se deben construir más plantas nucleares y se debe programar el desmantelamiento de las existentes. Para detener la destrucción social y ecológica, para determinar colectivamente nuestro futuro, nada es más urgente que constituir servicios públicos de energía y crédito, descentralizados e interconectados, bajo el control democrático de las poblaciones.
Abrir la caja negra de los centros de datos, socializar la Big Tech
Cada vez se utiliza más energía y agua en los centros de datos de las grandes empresas tecnológicas. Lo que ocurre en estos centros es un secreto comercial. Una parte muy importante de su negocio consiste en dirigir el capitalismo de vigilancia, crear algoritmos para orientar la publicidad, fabricar nuevas necesidades artificiales y apoyar cada vez más la IA. Hay que abrir esta caja negra. La gente debe poder ver por sí misma para qué se utiliza la energía y decidir qué funciones son socialmente útiles y cuáles no. Los gigantes de la tecnología y las redes sociales deben socializarse y gestionarse democráticamente para crear espacios digitales verdaderamente públicos.
Por la liberación y la autodeterminación de los pueblos; contra la guerra, el imperialismo y el colonialismo
Defendemos un programa internacionalista basado en la justicia social, en una transición ecosocialista dirigida por fuerzas liberadoras y colectivas y a favor de la paz entre los pueblos, haciendo frente a las políticas opresoras. Nos oponemos a la OTAN y a las otras alianzas militares que conducen al mundo hacia nuevos conflictos interimperialistas, luchamos contra el aumento de los presupuestos militares, por el desmantelamiento de las fábricas y las existencias de todo el armamento nuclear, químico y bacteriológico, así como de las armas cibernéticas, por el desmantelamiento de todas las empresas militares privadas. Las armas no deben ser mercancías, su uso debe estar bajo control político y dirigidas a la defensa y protección contra cualquier agresión.
El único camino hacia la paz pasa por las luchas victoriosas a favor del derecho a la autodeterminación y por poner fin a la ocupación de tierras y a la limpieza étnica. Como internacionalistas, nos solidarizamos con los pueblos oprimidos que luchan por sus derechos, por ejemplo, en Palestina y Ucrania.
Garantizar el empleo para todas y todos, asegurar el reciclaje necesario en actividades ecológicamente sostenibles y socialmente útiles
Las y los trabajadores que se dedican a actividades derrochadoras y perjudiciales en la extracción y producción de combustibles fósiles, en la agroindustria, la gran pesca y la industria cárnica no tienen por qué pagar el precio de la gestión capitalista. Hay que establecer una garantía de empleo verde para asegurar su reconversión colectiva, sin pérdida de ingresos, en las actividades de un plan público para satisfacer las necesidades reales y restaurar los ecosistemas. Esta garantía de empleos verdes permitirá superar los temores legítimos de las trabajadoras y trabajadores afectados. Con ello, se pondrá fin a la cínica instrumentalización de estos temores por parte de los capitalistas al servicio de sus intereses productivistas/consumistas. Por el contrario, la garantía de empleo verde animará y motivará a los trabajadores y trabajadoras de los sectores afectados a formarse y movilizarse para, en diálogo con las personas beneficiarias, encargarse activamente de la realización del plan, destinando sus conocimientos, sus competencias y su experiencia a una actividad rica en sentido, emancipadora y verdaderamente humana que se preocupa por la vida de las futuras generaciones.
Trabajar menos, vivir y trabajar mejor, vivir una buena vida
Lógicamente, reducir radicalmente el consumo final de energía, eliminando la producción/consumo inútil y nocivo, tiene el efecto de reducir radicalmente el tiempo de trabajo social asalariado. Esta reducción debe ser colectiva. El despilfarro capitalista es de tal magnitud que su supresión abrirá la posibilidad concreta de una reducción muy importante del tiempo de trabajo semanal (hacia una media jornada de trabajo) y de una disminución significativa de la edad de jubilación. En parte, esta tendencia a la reducción se verá compensada por la necesaria reducción de los ritmos de trabajo, así como por el aumento del trabajo de reproducción social y ecológica necesario para cuidar de las personas (incluso socializando parte del trabajo doméstico realizado gratuitamente de forma mayoritaria por las mujeres) y de los ecosistemas. La planificación democrática será esencial para articular en el tiempo estos movimientos en varias direcciones. La ruptura ecosocialista con el crecimiento capitalista implica una doble transformación del trabajo. Cuantitativamente, trabajaremos mucho menos. Cualitativamente, creará las condiciones para hacer del trabajo una actividad del buen vivir –una mediación consciente entre los humanos (por lo tanto, también entre hombres y mujeres), y entre los humanos y el resto de la naturaleza. Esta profunda transformación del trabajo y de la vida compensará con creces los cambios en el consumo que afectan a las capas mejor pagadas de la clase trabajadora, principalmente en los países desarrollados.
Reducir, reutilizar, reciclar
La producción de residuos orgánicos y sólidos es un hecho ineludible de la vida en sociedad. Por ello, es esencial disponer de medios adecuados para eliminarlos, tratarlos y reutilizarlos. Así, junto a la reducción drástica del consumo, es necesario implantar métodos adecuados de tratamiento de los residuos orgánicos, como el compostaje, y desarrollar técnicas de reciclaje y reutilización de los residuos sólidos basadas en los conocimientos acumulados por la ciencia y las trabajadoras y trabajadores organizados colectivamente en la recogida y el reciclaje de residuos. Las políticas ecosocialistas promoverán la recogida y el tratamiento adecuado de los residuos hospitalarios, contaminados y tóxicos, buscando el menor impacto socioambiental posible.
Garantizar a las mujeres el derecho sobre sus propios cuerpos y una vida libre de violencia
La humanidad no podrá gestionar conscientemente su relación con el resto de la naturaleza sin gestionar conscientemente su relación consigo misma, es decir, su propia reproducción biológica, que pasa por el cuerpo de las mujeres. No es casualidad que los ataques patriarcales contra los derechos de las mujeres se intensifiquen en todas partes y vayan de la mano con la violencia sexual y sexista: estos ataques son parte integrante de proyectos políticos que buscan establecer poderes fuertes al servicio de la gente rica y capitalista. La mayoría de las veces se llevan a cabo en nombre de una ideología pro-vida reaccionaria, violentamente anti-LGTBQI+, que, por cierto, niega el cambio climático antropogénico. Pero junto a estas fuerzas reaccionarias existen también corrientes tecnocráticas que achacan la crisis ecológica a la superpoblación y tratan así de imponer políticas autoritarias de control de la natalidad. Frente a estos dos tipos de amenazas, sostenemos que no puede invocarse ninguna moral, ninguna razón superior, ni siquiera ecológica, para negar a las mujeres su derecho elemental a controlar su propia fecundidad. La negación de este derecho es consustancial a todos los demás mecanismos de dominación, incluida la dominación humana sobre el resto de la naturaleza, en beneficio del patriarcado y de su forma capitalista actual. La emancipación humana incluye la emancipación de la mujer. Esto implica, prioritariamente, que las mujeres deben tener libre acceso a la anticoncepción, al aborto, a la educación sobre cómo utilizarlos y a los cuidados reproductivos en general. También implica la lucha contra toda forma de violencia física, psicológica, social o médica contra las mujeres y las personas LGBTQI+.
El conocimiento es un bien común. Reforma de los sistemas de educación e investigación
El conocimiento es un bien común de la humanidad. La aplicación del programa de emergencia ecosocialista necesita imperiosamente conocimientos descolonizados y desmercantilizados, encarnados por numerosos y competentes profesores e investigadores en todas las disciplinas. Reformar el sistema educativo, ampliar las escuelas y universidades públicas, poner fin a la discriminación en la educación, de la que especialmente son víctimas las niñas en algunos países. Reconocer e integrar los conocimientos y saberes autóctonos. Reformar profundamente la investigación para acabar con su sumisión al capital. Orientar la investigación prioritariamente hacia la reparación de los ecosistemas y la satisfacción de las necesidades de las clases trabajadoras, determinadas en concertación con ellas.
¡No toquéis nuestros derechos democráticos! Control popular y autoorganización de las luchas
Impotente para frenar la catástrofe ecológica que ha creado, la clase dominante endurece su régimen, criminaliza la resistencia y designa chivos expiatorios. Sus políticas allanan el camino al neofascismo nihilista, nacionalista, racista y machista. Frente a la burguesía que se quita la máscara, el ecosocialismo levanta la bandera de la ampliación de los derechos y las libertades: derecho de asociación, de manifestación, derecho de huelga; libre elección de los órganos parlamentarios en un sistema pluripartidista, prohibición de la financiación privada de los partidos políticos, legalización de los referéndums de iniciativa popular, abolición de las instituciones no democráticas (Banco Central Autónomo); prohibición de la propiedad privada de los principales medios de comunicación, abolición de la censura; lucha contra la corrupción, disolución de las milicias al servicio de los dirigentes, respeto de los derechos y territorios de las comunidades indígenas y otros pueblos oprimidos, etc. El ecosocialismo es una alternativa de sociedad que requiere la más amplia democracia. Esta se prepara desde ahora mediante la autoorganización democrática de las luchas populares y la exigencia, a todos los niveles, de transparencia y control popular con derecho de veto.
Fomentar una revolución cultural basada en el respeto cuidadoso de la vida y el amor por Pachamama
La ruptura radical con la ideología de la dominación humana sobre la naturaleza es esencial para el desarrollo de una cultura tanto ecológica como feminista (ecofeminista) del cuidado de las personas y del medio ambiente. En concreto, la defensa de la biodiversidad no puede basarse únicamente en la razón (el interés humano bien entendido): requiere igualmente empatía, respeto, prudencia y el tipo de concepción global que los primeros pueblos resumían con la frase amor a la Madre Tierra. Mantener esta concepción global o readquirirla –en particular, a través de las luchas, la creación artística, la educación y las alternativas de producción/consumo– es un desafío ideológico de primer orden en la lucha ecosocialista. La modernidad occidental ha sistematizado la idea de que los seres humanos son criaturas divinas cuya misión es dominar la naturaleza e instrumentalizar a los demás animales, reduciéndolos al rango de máquinas. Esta concepción no materialista, íntimamente ligada a las dominación colonial y patriarcal, está hoy completamente descalificada por el conocimiento científico. Formamos parte de la Tierra viva, somos también animales y la vida humana sería imposible en ausencia de las plantas y de los otros animales, de la red de la vida en este planeta.
Planificación autogestionaria ecosocialista
La transición ecosocialista necesita planificación. En particular, la transformación del sistema energético (abandono de la energía nuclear y fósil, ahorro de energía y desarrollo de las renovables). Contrariamente a lo que se afirma a menudo, la planificación no es contradictoria con la democracia y la autogestión. El ejemplo desastroso de los países del llamado socialismo real demuestra simplemente que la autogestión es incompatible con la planificación autoritaria y burocrática, impuesta desde arriba despreciando toda democracia.
¿Qué significa planificación democrática ecosocialista? Concretamente, que el conjunto de la sociedad será libre de elegir democráticamente las líneas productivas a favorecer y el nivel de recursos que deben invertirse en educación, sanidad o cultura. Lejos de ser despótica en sí misma, la planificación ecosocialista democrática es el ejercicio de la libertad de decisión de toda la sociedad a todos los niveles: desde el local hasta el nivel nacional y global. Es un ejercicio necesario para liberarse de las leyes económicas y de las alienantes y cosificadoras jaulas de hierro de las estructuras capitalistas y burocráticas.
La planificación democrática asociada a la reducción del tiempo de trabajo sería un progreso considerable de la humanidad hacia lo que Marx llamaba "el reino de la libertad": de hecho, el aumento del tiempo libre es una condición para la participación de los trabajadores y trabajadoras en la discusión democrática y la autogestión de la economía y la sociedad. La planificación democrática ecosocialista se refiere a las opciones económicas fundamentales; no se refiere a restaurantes locales, tiendas de alimentación, panaderías, pequeñas tiendas o negocios artesanales. Asimismo, es importante subrayar que la planificación ecosocialista no está en contradicción con la autogestión de los trabajadores y trabajadoras en sus unidades de producción.
Por tanto, autogestión significa control democrático del plan a todos los niveles: local, regional, nacional, continental y planetario, ya que las cuestiones ecológicas, como el cambio climático, son globales y sólo pueden abordarse a ese nivel. La planificación democrática ecosocialista se opone a lo que a menudo se califica de planificación central, porque las decisiones no las toma un centro, sino que son determinadas democráticamente por las poblaciones afectadas, según el principio de subsidiariedad: la responsabilidad de la acción pública, cuando es necesaria, debe asignarse a la entidad más pequeña capaz de resolver el problema por sí misma.
Decrecimiento material global en un contexto de desarrollo desigual y combinado
No existe una solución nacional: una alternativa ecosocialista justa puede comenzar en un país, pero su plena aplicación requiere la abolición del capitalismo a nivel mundial. Por tanto, de ahora en adelante, las y los explotados y oprimidos necesitan una estrategia anticapitalista, antiimperialista, antirracista e internacionalista coherente que tenga como objetivo una salida mundial. Esta estrategia debe articular las luchas que se desarrollan en contextos muy diferentes. Esto significa que las líneas maestras de un programa ecosocialista que rompa con el crecimiento capitalista tienen una relevancia general, pero se aplican de forma diferente en los distintos países. Según el lugar que ocupan en el desarrollo desigual y combinado del capitalismo bajo el dominio imperialista, algunas reivindicaciones son más importantes en unos países que en otros.
Tras siglos de esclavitud y saqueo colonial, las poblaciones de los denominados países en desarrollo son víctimas de una nueva injusticia monstruosa. Aunque su responsabilidad en las emisiones de gases de efecto invernadero es pequeña, casi nula en los países más pobres, el cambio climático provocado por doscientos años de crecimiento capitalista imperialista pone a 3 500 millones de mujeres, hombres y niñas y niños en primera línea de unas catástrofes que les golpean cada vez con más fuerza.
Las poblaciones de los países dominados, la mayoría en el planeta, tienen el derecho fundamental de acceder a unas condiciones de vida dignas. Los gobiernos imperialistas, las instituciones internacionales y los propios gobiernos de los países periféricos afirman que el crecimiento capitalista permitirá a las poblaciones del Sur alcanzar el nivel de vida de los países capitalistas desarrollados. Según ellos, bastaría con una buena gobernanza para ajustar las sociedades a las necesidades del mercado mundial. Se trata de un callejón sin salida, como demuestra el hecho de que las desigualdades siguen aumentando (entre países y, cada vez más, dentro de los países), mientras que el presupuesto de carbonocompatible con 1,5 °C se desvanece rápidamente.
En realidad, el modelo de desarrollo imperialista mantiene a los países dominados en una posición neocolonial de subordinación, como proveedores de materias primas y mano de obra barata, productores de bienes vegetales y animales para la exportación, lugares de almacenamiento de residuos –entre otros, sumideros de carbono de los que se apropian los capitalistas para su beneficio– y principales víctimas de la crisis ecológica. A esto se añaden ahora las escandalosas políticas de los países desarrollados que pagan a los países dominados para que desempeñen el papel de policía de fronteras. Las élites locales corruptas tienen una gran responsabilidad. En lugar de promover un desarrollo alternativo basado en valores sociales alternativos, han pasado a servir al imperialismo.
El discurso de que el Sur alcance al Norte no es más que una quimera, una cortina de humo para ocultar la continuidad de la explotación capitalista e imperialista, que amplía las desigualdades. Con el aumento de las catástrofes ecológicas, objetivamente, este discurso pierde toda credibilidad.
El mundo multipolar de los Brics no es una alternativa al imperialismo, como demuestra la política de Rusia y China, los dos principales líderes de este bloque. Putin quiere reconstruir un imperio colonial por la fuerza y la coerción. Sus líderes autocráticos no se oponen a las prácticas imperialistas y agresivas del imperialismo occidental: quieren tener los mismos derechos. Así mismo, lo que objetan no es la diferencia entre los derechos proclamados y la realidad en las sociedades occidentales, sino que objetan los propios derechos (de los trabajadores, mujeres, LGTBQ+, etc.). Aprovechando sus enormes reservas de combustibles fósiles y para prolongar su explotación el mayor tiempo posible, buscan alianzas con monarquías petroleras, dictaduras y poderosos intereses de la industria energética y criminal. El partido comunista chino pretende mostrar a los países del Sur que pueden escapar a la dominación y desarrollarse insertándose en las Nuevas Rutas de la Seda, pero su proyecto de hegemonía capitalista global es uno de los principales impulsores de la destrucción ecológica y de la acumulación por desposesión.
No es el momento de ponerse al día, sino de compartir el planeta. La gran masa de trabajadores, mujeres, jóvenes, de las minorías étnicas, tanto en el Norte como en los países dominados, son víctimas del cambio climático. Según el análisis científico de las políticas climáticas, el 1 % más rico emitirá aún más CO2 de aquí a 2030, el 50 % pobre emitirá un poco más, pero se mantendrá muy por debajo del nivel de emisiones individuales compatible con 1,5 °C, y el 40 % intermedio soportará la mayor parte de la reducción de emisiones (con un esfuerzo proporcionalmente mayor impuesto a las rentas bajas de los países ricos). Esta es la base de una lucha internacional por la justicia y la igualdad. El escaso presupuesto de carbono aún disponible debe y puede repartirse en función de las responsabilidades y capacidades históricas, no sólo entre países, sino, cada vez más, entre clases sociales. Los recursos minerales y la riqueza de la biodiversidad deben explotarse con cuidado, en función de las necesidades reales de todas y todos.
Las y los capitalistas de los países imperialistas son responsables de la crisis ecológica y deben pagar las consecuencias. También Rusia, China y las monarquías petroleras, aunque su responsabilidad histórica no sea la misma. Los países industrializados del Norte (Europa, América del Norte, Australia, Japón) son los que deben hacer los mayores esfuerzos en términos de un rápido decrecimiento de las producciones inútiles y/o nocivas. También son responsables de facilitar a los países dominados el acceso a tecnologías alternativas, así como de financiar una transición ecológica y una reparación real de las pérdidas y daños ocasionados. La abolición de las patentes debe permitir a los pueblos del Sur acceder libremente a tecnologías que puedan responder a sus necesidades reales sin utilizar aún más energía fósil.
Para satisfacer sus necesidades, los pueblos de los países dominados necesitan un modelo de desarrollo radicalmente opuesto al modelo imperialista y productivista. Un modelo que priorice los servicios públicos (salud, educación, vivienda, transporte accesible, alcantarillado, electricidad, agua potable) para el conjunto de la población, y no la producción de mercancías para el mercado mundial. Un modelo que defienda los derechos de los pueblos indígenas en su entorno frente a las políticas ecocidas capitalistas, y su derecho a decir No. Un modelo anticapitalista y antiimperialista, que expropie y socialice bajo control democrático los monopolios en los sectores de las finanzas, la minería, la energía, el agronegocio.
La necesidad de satisfacer las necesidades de la población, sobre todo en los países más pobres, llevará a aumentar la producción material y el consumo de energía durante un periodo de tiempo. En el marco de un modelo de desarrollo alternativo y unos intercambios internacionales diferentes, la contribución de estos países a un decrecimiento ecosocialista global y el respeto por los equilibrios ecológicos consistirá en:
· imponer una justa reparación a los países imperialistas;
· anular el consumo conspicuo de la élite parasitaria;
· luchar contra los megaproyectos ecocidas inspirados en las políticas capitalistas neoliberales, tales como los gigantescos oleoductos, los proyectos mineros faraónicos, los nuevos aeropuertos, los pozos petrolíferos en alta mar, las grandes presas hidroeléctricas y las inmensas infraestructuras turísticas que se apropian del patrimonio natural y cultural en beneficio de los ricos;
· realizar una reforma agraria ecológica para sustituir el agronegocio industrializado;
· rechazar la destrucción de los biomas por los ganaderos, los plantadores de aceite de palma, la agroindustria en general y la industria minera, las compensaciones forestales (proyectos REDD y REDD+), así como los acuerdos pesqueros que ofrecen los recursos pesqueros a las multinacionales de la pesca industrial, etc.
A través de sus luchas, las clases populares de los países dominados pueden contribuir de manera decisiva a comprometer a las y los explotados de todo el mundo en esta vía, la única compatible tanto con los derechos humanos como con los límites terrestres.
A contracorriente, hacer converger las luchas para romper con el productivismo capitalista. Tomar el poder, iniciar la ruptura ecosocialista basada en la autoactividad, la autoorganización, el control desde abajo y la más amplia democracia
La economía, el Estado, la política de la burguesía y sus relaciones internacionales están profundamente afectados por el callejón sin salida ecosocial en el que la acumulación capitalista y el saqueo imperialista han sumido a la humanidad. En todo el mundo, las personas explotadas y oprimidas están sumidas en una profunda angustia.
Los movimientos de resistencia se desarrollan a contracorriente. Incluso en contextos extremadamente difíciles, la gente defiende sus derechos sociales, democráticos, antiimperialistas, ecológicos, feministas, LGBTQI, antirracistas, indígenas y campesinos. Se han librado importantes luchas y, en algunos casos, se han obtenido victorias notables: la movilización de los Gilets Jaunes y el movimiento sobre las pensiones en Francia, la lucha ecosocial de los trabajadores de GKN en Italia, la lucha del sindicato de trabajadoras del automóvil en Estados Unidos, el cierre de una mina de cobre de la transnacional First Quantum en Panamá en 2023, etc.; la victoria de las y los campesinos indios contra el gobierno de Modi, la victoria de las y los zadistas en Francia contra el aeropuerto de Nôtre-Dame-des-Landes y la puesta en pie del movimiento Soulèvements de la Terre en Francia, la victoria de las mujeres en la lucha por el aborto en Argentina, la victoria del pueblo Sioux en EE UU contra el oleoducto XXL... Pero el enemigo está a la ofensiva y muchas luchas terminan en derrota. Nuestra tarea, como militantes de la Cuarta Internacional, es ayudar a organizar y extender las luchas, aportando nuestra perspectiva ecosocialista e internacionalista.
Si bien la historia del movimiento obrero es rica en luchas por la salud de las trabajadoras y trabajadores y la protección del medio ambiente, el productivismo de las fuerzas hegemónicas de la izquierda, partidos y sindicatos, es un serio obstáculo en el camino hacia una respuesta ecosocialista a la altura de la situación objetiva. La mayoría de sus direcciones han abandonado cualquier perspectiva anticapitalista. La socialdemocracia y todas las demás variantes del reformismo se han convertido en social-liberales que sólo ambicionan aportar algunas correcciones sociales al mercado dentro de los límites del marco neoliberal. La mayoría de las direcciones de las grandes organizaciones sindicales se limitan a acompañar las políticas neoliberales con la ilusión de que el crecimiento capitalista mejorará el empleo, los salarios y la protección social. En lugar de organizar la toma de conciencia del callejón sin salida ecosocial, estas políticas de colaboración de clases lo profundizan y ocultan su gravedad.
Afortunadamente, algunas fuerzas políticas y corrientes sindicales –sobre todo en Europa, Estados Unidos y América Latina– empiezan a distanciarse del productivismo y del neoliberalismo. En los sindicatos, activistas conscientes del desafío ecológico han hecho avanzar el concepto de transición justa. La socialdemocracia y los dirigentes de la Confederación Sindical Internacional se han apropiado de él orientándolo a apoyar el productivismo y la competitividad empresarial. La clase dominante es experta en la manipulación. Así es como la transición justa se ha unido al desarrollo sostenible en los discursos de los gobiernos que pisotean la justicia y organizan la insostenibilidad.
En los países capitalistas desarrollados, las filas de las fuerzas tradicionales se han visto reforzadas por los partidos verdes. Han tenido que pasar cuatro décadas para que la gran mayoría de estos partidos se unieran a la capa de los gestores políticos del capitalismo. Su pragmatismo, basado en la responsabilidad individual de las y los consumidores, se extiende en la sociedad civil a través de numerosas asociaciones ecologistas. Permitió a la socialdemocracia y a las direcciones sindicales tradicionales disimular su colaboración de clase en defensa del mal social menor frente a las ecotasas y otras soluciones supuestamente realistas de una ecología ni de izquierdas ni de derechas.
En otras partes del mundo, aunque todavía minoritario, el ecosocialismo empieza a ganar influencia en los movimientos sociales y en la izquierda radical. Algunas experiencias locales importantes –en Mindanao, Rojava y Chiapas, entre otras– tienen afinidades con la perspectiva ecosocialista. Sin embargo, para la mayoría, el crecimiento capitalista sigue apareciendo falsamente como la única forma de mejorar las condiciones sociales.
Dada la profundidad de la crisis y del descalabro, en las clases trabajadoras existe el riesgo real de una tendencia creciente a sacrificar los objetivos ecológicos en aras del desarrollo, la creación de empleo y el aumento de los ingresos. Esta tendencia no hará sino acelerar la catástrofe de la que esas mismas clases son ya las primeras víctimas y ahondará la pérdida de legitimidad de los sindicatos. También crearía un terreno fértil para los intentos neofascistas de maquillar de verde los proyectos racistas, colonialistas y genocidas. Las y los migrantes que huyen de sus tierras devastadas son los principales objetivos de estas campañas de odio.
El proyecto socialista está profundamente desacreditado por los antecedentes del estalinismo y la socialdemocracia. Es a partir de las luchas que debemos reinventar una alternativa, no a partir de dogmas.
¿Quién está hoy en primera línea del movimiento ecosocial real? Los pueblos indígenas, la juventud, el campesinado y las personas racializadas que pagan un alto precio por la destrucción social y ecológica. En estos cuatro grupos, las mujeres desempeñan un papel decisivo en relación con sus reivindicaciones específicas, ecofeministas, por las que luchan y se organizan de forma autónoma.
La alianza campesina internacional Vía Campesina da muchos ejemplos de que es posible combinar la defensa de los derechos del campesinado pobre y de los pueblos indígenas, la lucha contra el extractivismo y la agroindustria, la lucha por la soberanía alimentaria y la preservación de los ecosistemas con el feminismo.
La gran mayoría de las personas asalariadas está ausente o es ajena a las luchas antiproductivistas. Hay quien deduce que la lucha de clases está superada, o que debe librarla una clase ecológica que sólo existe en su imaginación. Pero detener la catástrofe sólo es posible revolucionando el modo de producción de la existencia social. ¿Cómo sería posible esta revolución en el modo de producción de la existencia social sin la participación activa y consciente de las personas productoras? Además, ellas son la mayoría...
Otra gente, por el contrario, deduce que es necesario esperar el momento en que la masa de trabajadores y trabajadoras en lucha por sus reivindicaciones socioeconómicas inmediatas haya alcanzado el nivel de conciencia que le permita participar en la lucha ecológica con una línea de clase. Sin embargo, ¿cómo el nivel de conciencia de la masa de las personas asalariadas integraría a tiempo las cuestiones ecológicas si no se da ninguna lucha social importante que sacuda el marco productivista en el que, cada vez más a la defensiva, estas personas asalariadas plantean espontáneamente sus reivindicaciones socioeconómicas inmediatas? Superar el marco productivista implica una lógica de iniciativa pública y de planificar las reconversiones necesarias, con empleo e ingresos garantizados.
La lucha de clases no es una abstracción fría. "El movimiento real que suprime el actual estado de cosas" (Marx) define y designa a sus actores. Las luchas de las mujeres, de las personas LGBTQI, de los pueblos oprimidos, de los pueblos racializados, de las personas migrantes, del campesinado y de los pueblos indígenas por sus derechos no se sitúan al ladode las luchas de las y los trabajadores contra la explotación del trabajo por la patronal, sino que forman parte de una lucha de clases viva.
Forman parte de ella porque el capitalismo necesita la opresión patriarcal de las mujeres para maximizar la plusvalía y garantizar la reproducción social a menor coste; necesita la discriminación de las personas LGBTQI para validar el patriarcado; necesita el racismo estructural para justificar el saqueo de la periferia por el centro; necesita las políticas de asilo inhumanas para regular el ejército industrial de reserva; necesita someter el campesinado a los dictados de la agroindustria productora de comida basura para comprimir el precio de la fuerza de trabajo; necesita, en fin, eliminar la relación respetuosa que aún mantienen las comunidades humanas entre ellas y con la naturaleza para sustituirla por su ideología individualista de dominación, que transforma lo colectivo en autómata y lo vivo en cosa muerta. En particular, los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales están a la vanguardia de la lucha contra la expansión destructiva del capitalismo en sus cuerpos y territorios. En muchas regiones, son incluso la vanguardia de los nuevos movimientos revolucionarios de las clases subalternas. Por eso reconocemos que son parte fundamental del sujeto revolucionario del siglo XXI.
Todas estas luchas y las de los trabajadores y trabajadoras contra la explotación capitalista son parte de la misma lucha por la emancipación humana. Esta emancipación sólo es realmente posible y digna de la humanidad si tomamos conciencia de que nuestra especie pertenece a la naturaleza, al mismo tiempo que tiene, debido a su inteligencia específica, la responsabilidad, ahora ineludible y vital, de cuidarla con esmero. Para nosotros, esta es la implicación estratégica que se deriva del hecho de que la fuerza destructiva del capitalismo haya introducido al planeta en una nueva era geológica.
Este análisis es la base de nuestra estrategia de convergencia de las luchas sociales y ecológicas. Siempre que sea posibles, esta convergencia debería coordinarse también a nivel internacional mediante foros democráticos. La lucha es mundial y nuestro movimiento también debe serlo.
Esta convergencia de las luchas no debe limitarse a la búsqueda del mayor denominador común entre movimientos sociales, o entre aparatos de los movimientos sociales, en términos de reivindicaciones. Esta concepción puede implicar el desprecio de ciertas reivindicaciones de ciertos grupos –en detrimento de los más débiles entre ellos–, es decir,... lo contrario de la convergencia.
La convergencia de las luchas sociales y ecológicas incluye todas las luchas de todos los actores sociales: desde los más avezados hasta los más vacilantes. Es un proceso de articulación dinámica, que eleva el nivel de conciencia mediante la acción y el debate en el respeto mutuo. Su objetivo no es la determinación de una plataforma fija, sino la constitución de la unidad de combate de las personas explotadas y oprimidas en torno a reivindicaciones concretas con el objetivo de abrir una dinámica encaminada a la conquista del poder político y el derrocamiento del capitalismo en todo el mundo.
En la práctica, hoy en día la convergencia ecosocial de las luchas implica, sobre todo, que los sectores más conscientes de las amenazas ecológicas se dirijan a los sectores más conscientes de las amenazas sociales, y viceversa, para superar juntos la falsa oposición capitalista entre lo social y lo ecológico.
En este planteamiento desempeña un papel esencial la defensa de un ecosindicalismo a la vez clasista y antiproductivista, basado en las preocupaciones concretas de las y los trabajadores por la preservación de su salud y su seguridad en el trabajo, así como en el papel de alerta sobre los daños a los ecosistemas y el peligro de la producción que están en mejores condiciones de desempeñar.
Como activistas ecosocialistas, fomentamos la resistencia en el lugar de trabajo mediante la huelga y todas las iniciativas que promuevan la organización y el control de las y los trabajadores. Trabajamos para fortalecer las movilizaciones combinando la extensión de la huelga, la masificación de las manifestaciones, promoviendo todas las formas de autoorganización y autoprotección de la lucha contra la represión, así como su popularización para contrarrestar las mentiras de los medios de comunicación dominantes y del aparato gubernamental.
También nos inspiran las formas de desobediencia civil: desde el bloqueo de sitios hasta el boicot al pago de alquileres, que también han demostrado su eficacia.
La experiencia de las luchas contribuye a alimentar el debate estratégico.
Las luchas antiproductivistas son diversas, pero en general su punto de partida es muy concreto; a menudo local: en oposición a una nueva infraestructura de transporte (autopista, aeropuerto...), comercial o logística, extractivista (minas, oleoductos, megapiscinas...), al acaparamiento de tierras o de agua, a la destrucción de un bosque o de un río, etc. Fundamentalmente, lo que moviliza a la gente es la amenaza a la vida cotidiana, a los medios de subsistencia y a la salud, no el discurso general. Al enfrentarse a las y los responsables políticos, a los grupos capitalistas y a las instituciones que los protegen, al forjar alianzas entre actores con historias y compromisos diferentes, la lucha se hace cada vez más global y política.
Esta combinación de luchas ancladas en un territorio concreto con un objetivo preciso y un combate general existen en todo el mundo y forman una nueva realidad política llamada Blockadia.
La formación de una conciencia de clase ecosocialista implica una convergencia en las luchas en las que pueden contribuir las y los (jóvenes) científicos utilizando y compartiendo sus conocimientos (agronómicos, climáticos, naturalistas...).
Los comités de huelga, los centros de salud comunitarios, las tomas de empresas, las ocupaciones de tierras, los espacios de vida autogestionados, los talleres de reparación, los comedores, las bibliotecas de semillas, etc., permiten experimentar una organización social libre del capitalismo. Permiten, a quienes están privados de poder político y económico, experimentar su poder e inteligencia colectivos. Contradiciendo las ilusiones sobre la posibilidad de circunvalar o ajustar el sistema, tarde o temprano se enfrentan al Estado y al mercado capitalista, demostrando que es imposible prescindir del poder político y del necesario derrocamiento del sistema. En los países industrializados, la huelga política general será un instrumento determinante. Sin embargo, al establecer, aunque sea temporalmente, otra legitimidad, popular, solidaria y democrática, las alternativas concretas permiten a las personas dominadas tomar conciencia de sus propias fuerzas y trabajar por la construcción de una nueva hegemonía.
Más en general, la construcción de órganos autoorganizados de poder popular es el núcleo de nuestra estrategia.
La crisis sistémica del capitalismo tardío dominado por las finanzas transnacionales alimenta tanto una repugnancia ante los fenómenos de decadencia del régimen burgués como un sentimiento de impotencia ante el profundo deterioro, tanto cuantitativo como cualitativo, de la relación de fuerzas entre las clases. En este contexto, la cuestión del gobierno adquiere una importancia creciente. La toma del poder político por las clases populares es un requisito previo para la aplicación de un plan que impulse una política de ruptura, pero los últimos años han mostrado las ilusiones mortales de los proyectos políticos que explotan las aspiraciones populares y canalizan las movilizaciones, e incluso las sofocan, en nombre de la realpolitik, reforzando así a la extrema derecha.
No hay atajos. Una estrategia ecosocialista de ruptura implica la lucha por un poder popular que luche por un plan de transición que emane de la autoactividad, control e intervención directa de las personas explotadas y oprimidas a todos los niveles de la sociedad. Porque ninguna medida consecuente contra la explotación, la opresión y la destrucción de los ecosistemas se impondrá sin una relación de fuerzas basada en esta autoorganización. En consecuencia, la autoemancipación no es sólo nuestro objetivo, sino también una estrategia para derrocar el orden establecido. Hay que construir nuevas instituciones para deliberar, para decidir democráticamente, para organizar la producción y el conjunto de la sociedad... Estos nuevos poderes tendrán que enfrentarse a la máquina estatal capitalista que hay que destruir. El derrocamiento del orden social, la expropiación de las y los capitalistas, chocará inevitablemente con la respuesta violenta y armada de las clases dominantes. Frente a esta violencia, las personas explotadas y oprimidas no tendrán más remedio que defenderse, se tratará de autoorganizar democráticamente la violencia legítima, rechazando el virilismo y el sustitutismo.
Todo depende del resultado de las luchas. Sea cual sea la magnitud del desastre, en cada etapa las luchas marcarán la diferencia. Dentro de las luchas, todo depende de la capacidad de las militantes ecosocialistas para organizarse y orientarse en la práctica según la brújula de la necesidad histórica objetiva. Reflexionar y actuar, construir luchas y herramientas de lucha, comparar experiencias y aprender de ellas: la realización internacional de esta inmensa tarea requiere una herramienta política, una nueva Internacional de las y los explotados y oprimidos. A través de este Manifiesto, la Cuarta Internacional expresa su voluntad de contribuir a responder a este desafío.
Adoptado en el 18º Congreso Mundial 2025
- 1En este documento utilizamos el término "Sur Global" para describir los países dependientes, los países dominados, los países periféricos de Asia, África y América Latina. Utilizamos todas estas expresiones para referirnos a la misma realidad. No incluimos en el Sur Global a países como China, Rusia, las Monarquías Petroleras, etc., que ocupan un lugar específico en el sistema de dominación capitalista mundial y no pueden ser considerados como dominados.
- 2Teravatio-hora (1 TWh = 1.000 millones de KWh). Esta unidad energética se utiliza para medir la producción de electricidad de una central eléctrica (unos pocos TWh) o una producción nacional. Un kilovatio hora equivale a una potencia constante de un kilovatio funcionando durante una hora y equivale a 3,6 millones de julios o 3,6 megajulios.
- 3Este efecto rebote también se conoce como paradoja de Jevons.