Fulgor y ocaso de Podemos. Razones de un adiós

La creación de Podemos en el Estado español ha supuesto un importante intento de construcción de un partido de masas antineoliberal y pluralista a la izquierda del social-liberalismo. Esa experiencia, que comenzó muy bien, finalmente ha terminado muy mal. Quizás por esta última razón, el título de este artículo podría haber sido “Fulgor y ocaso de Podemos… como proyecto político emancipador”. El objetivo de este artículo es explicar por qué fue necesario crearlo y por qué ha sido necesario abandonarlo. Lo que ha supuesto también reflexionar sobre el balance que se puede hacer y las lecciones que se pueden extraer de la actuación de Izquierda Anticapitalista, hoy Anticapitalistas1 .

Podemos pudo surgir porque las izquierdas socialdemócrata y eurocomunista estaban en un callejón sin salida tras la crisis de 2008. La irrupción de las y los indignados del 15M en 2011 fue el catalizador de la aparición de nuevas expectativas políticas en un marco caracterizado por el avance imparable del derechista Partido Popular (PP) frente al gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Izquierda Unida (IU) se mostró incapaz para hacer frente a las políticas neoliberales y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue uno de sus ejecutores. Ambos partidos soportaban la pesada herencia de haber contribuido a la creación del régimen político de la Transición mediante el pacto político con las fuerzas provenientes del franquismo plasmado en la Constitución Española de 1978 (CE). Ambos partidos formaban parte de ese régimen y, en el caso del PSOE, ha sido uno de sus principales pilares.

Por otro lado, existía una amplia apatía y desmovilización social provocada en primer lugar por la equivocada estrategia de pacto social a toda costa (la concertación social) de los sindicatos mayoritarios, CC OO y UGT, y la incapacidad de los minoritarios para construir una nueva hegemonía en el seno del movimiento obrero, excepción hecha de los sindicatos de clase LAB y ELA en el País Vasco. Ello posibilitó la reforma del artículo 135 de la CE que convirtió el pago de la deuda pública en prioridad de los Presupuestos Generales del Estado y la imposición de dos regresivas reformas laborales: en primer lugar, la aprobada por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, posteriormente empeorada por la legislación del gobierno del Partido Popular (PP), presidido por Mariano Rajoy, que jibarizó la negociación laboral colectiva, cercenó el papel de los sindicatos en las empresas y atacó o anuló importantes derechos de la clase trabajadora, lo que produjo una gran devaluación salarial, aumento de la desigualdad, mayor peso de las rentas del capital que las salariales en el producto interior bruto (PIB), incremento de la precariedad laboral y extensión de la pobreza, con especial incidencia en la juventud, prácticamente expulsada del mercado de trabajo.

Producto de todo eso surgió el movimiento del 15M como protesta ante el deterioro de la situación social y como revulsivo frente al pantano político. Esto abrió una ventana de oportunidad para modificar sustancialmente el mapa político en el Estado español. Podemos vino a llenar el vacío señalado y se presentó como la herramienta para crear una nueva correlación de fuerzas en el ámbito político que, de consolidarse, habría podido ayudar a incentivar un refuerzo de la organización y la movilización social.

En este panorama cabe hacer una excepción y señalar la importancia que han tenido las movilizaciones masivas de las Diadas o de las jornadas y desafíos de 2014 y del 1 y 3 de octubre de 2017 en Catalunya, que expresaban las aspiraciones nacionales y la exigencia del derecho a decidir de todo un pueblo, generando la mayor grieta conocida en el entramado del régimen del 78 hasta convertirse en su principal factor de crisis. Momentos en los que la izquierda política –incluido Podemos y sus aliados en Catalunya– desaprovechó una ocasión de oro para ponerse a la cabeza del mayor movimiento popular de masas democrático de las últimas décadas en el Estado español y disputar la hegemonía y dirección políticas al resto de actores.

Pero Podemos envejeció rápidamente hasta la decrepitud porque acabó aceptando el marco discursivo y los límites de la CE de 1978, de la economía de mercado y de la Unión Europea como único horizonte posible. Esto ha supuesto un fracaso del proyecto Podemos y una derrota para la izquierda que lo impulsó. Y, sin embargo, fue ineludible intentarlo. Y conveniente.

El 15M (fortalezas y debilidades) en la genealogía y razón de ser de Podemos

La irrupción del movimiento de las y los indignados del 15 de mayo de 2011 en las plazas y calles de Madrid, que inmediatamente se extendió a todas las poblaciones del conjunto del Estado español, incluidas Catalunya, Euskal Herria y Galiza, supuso la aparición en la escena de la movilización social de una nueva generación que no se identificaba con los partidos parlamentarios (“no nos representan”), se veía especialmente afectada por las políticas de austeridad (“esta crisis no la pagamos”), se enfrentaba a las élites financieras beneficiarias de las ayudas estatales para rescatar a la banca (“esto no es una crisis, es una estafa”) y denunciaba los límites del régimen político (“le llaman democracia y no lo es”).

Por tanto, fue un movimiento con vocación antirrégimen, configurado en torno a demandas democrático-radicales que puso en cuestión el modelo bipartidista imperfecto encarnado por el PSOE y el PP, pero también el turnismo en el gobierno del Estado, ora socialista, ora conservador, y el modelo electoral. Pero también se constituyó como movimiento antiausteritario frente a las políticas económicas y sociales depredadoras y contrarias a la soberanía popular, especialmente tras la reforma del artículo 135 de la CE y los rescates de la banca española, que supusieron una inversión pública cifrada actualmente en 65.000 millones de euros por el Banco de España. Por ello el 15M, aunque de forma elemental, reclamaba otra economía, otro modelo de sociedad y la necesidad de una nueva Constitución. Esa fue su gran aportación y la muestra de su energía creativa basada en la actividad de sectores de masas. El 15M llegó a tener la simpatía de la mayoría de la población harta del periodo de austeridad iniciado en 2008 y de la esclerosis política del sistema.

El 15M significó una enmienda a la totalidad de los partidos y sindicatos del sistema y abrió las vías de una movilización popular sostenida por diversos sectores (las denominadas mareas de enseñanza, sanidad, trabajadores y trabajadoras de la función pública, etc.) que lo hicieron relativamente al margen de las burocracias y con nuevas formas de organización y coordinación. El movimiento 15M generó formas de lucha desobediente de masas de nuevo tipo, basadas en la asamblea como matriz organizadora, que muy pronto desbordaron a las organizaciones tradicionales. Al 15M se sumaron las y los activistas ecologistas y feministas y sectores juveniles que hacían su primera experiencia.

Cabe resaltar muy especialmente que el 15M, gracias a su crítica del régimen del 78, posibilitó el debate sobre la necesidad de una ruptura democrática y la apertura de un proceso destituyente/constituyente, que, con el paso del tiempo, llevó a Anticapitalistas y a otros sectores a hablar en plural, pues se necesitaba un conjunto de procesos constituyentes a coordinar que tuviera en cuenta la existencia de la cuestión nacional y no solo la dimensión general del Estado español.

Pero el 15M también mostró los límites de un movimiento social sin una expresión política y, en concreto, una representación electoral. En 2013, la situación política estaba bloqueada. Muy pronto, entre los sectores más avanzados del activismo se inició el debate sobre la necesidad de una herramienta política. Si bien todos ellos convinieron que ninguna fuerza política que pudiera crearse podría arrogarse la representación del movimiento del 15M, no cabe duda que Podemos fue beneficiario del espíritu de las y los indignados.

Los dilemas de Anticapitalistas

En los meses anteriores al lanzamiento de Podemos, en el seno de Anticapitalistas el debate sobre qué hacer se vertebró en torno a tres posiciones. Una primera defendía conformar un frente de izquierdas o una alianza táctica con IU que tenía como inconveniente la historia reciente de subalternidad de esta organización al Partido Socialista, tanto en acuerdos preelectorales a escala del Estado como en la experiencia de cogobierno en Andalucía y muchos municipios, y también el descrédito creciente entre la juventud de izquierdas. Otra propugnaba impulsar un frente de organizaciones de la izquierda radical, todas ellas pequeñas excepto en el País Vasco y parcialmente en Catalunya, escasamente implantadas y con rasgos sectarios, lo que precisamente habría supuesto para Anticapitalistas colocarse al margen de la amplia corriente de radicalización masiva surgida el 15M.

Una tercera, defendida por la dirección, proponía impulsar algún tipo de iniciativa de nuevo tipo, pues consideraba que las estructuras de izquierda existentes en aquel momento eran incapaces de ser útiles para dar un salto que llevase al plano político la lucha social. Esta última opción resultó ser la mayoritaria. En el seno de Anticapitalistas, y de su precedente Espacio Alternativo, estaba presente el debate sobre la necesidad de apoyar el nacimiento de organizaciones antineoliberales de masas, democráticas y con capacidad para dar las batallas electorales de forma complementaria a las luchas sociales impulsadas desde los movimientos. Por ello, al concebir Podemos se le dio gran importancia a la idea de partido-movimiento estructurado desde la base en lo que luego denominamos círculos.

Al contrario que otros sectores de la izquierda, Anticapitalistas, al igual que fue una de las pocas organizaciones que no receló del 15M, fue la primera que se planteó la necesidad y posibilidad de dar un salto político porque consideraba que esa iniciativa política no iba a suponer un freno para la movilización que, por cierto, ya mostraba síntomas de agotamiento como producto del bloqueo del Estado y de la recuperación de ciertas iniciativas por parte de los partidos del régimen que comenzaban a salir de su desconcierto y parálisis inicial ante una protesta tan extendida como inesperada. Bien al contrario, Anticapitalistas consideró que era urgente y posible canalizar toda la energía surgida tras el 15M hacia una nueva batalla que desbloquease un panorama político que objetivamente ejercía de candado. Efectivamente, existía una gran potencia en el sector social y político sin representación. En ese aspecto, Anticapitalistas tuvo el gran acierto y la audacia táctica para impulsar la iniciativa Podemos, cuyo alcance y naturaleza eran de tal envergadura que iban a poner a prueba todas las fuerzas y capacidades de la organización.

¿Qué habría pasado si Anticapitalistas no lo hubiera hecho? No lo podemos saber porque no ocurrió. Lo que sí que sabemos es que los grupos de izquierda radical que no se vincularon a Podemos se suicidaron con la soga del sectarismo. Es posible que Anticapitalistas hubiera seguido la senda de la insignificancia política en la que incurrieron buena parte de los grupos que se quedaron fuera. Probablemente no habría multiplicado sus fuerzas militantes y no habría gozado de la amplia audiencia que han logrado sus portavoces públicos. No habría extendido su organización a todas las comunidades autónomas. No habría podido organizar actos políticos masivos, tanto presenciales como los online que ha realizado durante la pandemia de la Covid-19. Ninguna de sus propuestas sobre la cuestión nacional o sobre la desigualdad social habrían tenido el impacto mediático que han tenido. No habría podido marcar la agenda política entre la vanguardia, ni se habría convertido en un referente ideológico y político para los sectores más conscientes del activismo. No habría podido efectuar la experiencia de trabajo desde las instituciones locales, regionales y europeas en clave antiausteritaria y democrática a favor de las clases populares. En este punto cabe señalar que muy pronto Pablo Iglesias y su equipo obstruyeron, mediante el abuso de reglamentos antidemocráticos, la posibilidad de representación anticapitalista en el Parlamento estatal, en el que hubo una presencia limitada y en una sola legislatura.

Pero estas y otras cuestiones que figuran en el haber de Anticapitalistas no pueden ocultar dos cuestiones: 1) La ya señalada de que el proyecto Podemos fracasó y que las tesis de Anticapitalistas fueron derrotadas; 2) que se han cometido errores importantes por parte de Anticapitalistas en el proceso que han ayudado al triunfo de las posiciones de Pablo Iglesias. Por ello conviene recordar/reconstruir críticamente el relato de la historia de Podemos y hacer el balance de los pasos dados por Anticapitalistas para tener una visión de conjunto y poder comprender también la otra gran decisión: la de abandonar Podemos e impulsar Anticapitalistas como un nuevo sujeto político.

El fenómeno Podemos en toda su complejidad

La primera característica de Podemos es que recogió el sentimiento de indignación existente tras la crisis de 2008 y la percepción socialmente extendida de que una minoría salió beneficiada gracias a que una mayoría perdió y mucho. Y que esta cuestión social está íntimamente ligada a la cuestión democrática. Pablo Iglesias, el 22 de noviembre de 2014, en su momento más radicalizado, cuando las encuestas daban como primera fuerza política a Podemos, desde un lenguaje netamente populista de izquierdas pero funcional para las posiciones de la izquierda revolucionaria, afirmó que: “La línea de fractura opone ahora a los que, como nosotros, defienden la democracia (…) y a los que están del lado de las élites, de los bancos, del mercado; están los de abajo y los de arriba (…), una élite y la mayoría” .

Una segunda característica singular del nacimiento de esta formación política es el papel relevante y determinante jugado por una pequeña pero activa organización marxista revolucionaria, Anticapitalistas, en la creación y primera etapa de desarrollo de Podemos. Tanto el documento fundacional “Mover ficha, convertir la indignación en cambio político” como el programa electoral para las elecciones del Parlamento Europeo del año 2014 reflejan, pese a las lógicas transacciones de lenguaje cuando varias culturas convergen, la hegemonía de los planteamientos marxistas revolucionarios en las reuniones y asambleas de militantes. Asimismo fue imprescindible el concurso de Anticapitalistas en otros terrenos: dar legitimidad a la propuesta electoral ante la izquierda social, facilitar los primeros medios financieros, poner a disposición del proyecto su pequeña estructura organizativa e impulsar la organización afiliativa de base, los círculos, en casi todo el territorio del Estado español.

La tercera característica es que Podemos nació como un partido sumamente abierto a la incorporación de corrientes diversas de la izquierda social y política, lo que pronto se plasmó en la incorporación de sectores en ruptura con IU, incapaz de salir de su crisis interna y de ofrecer alternativas a las demandas de una nueva generación de activistas, así como en el interés que suscitó en los movimientos sociales, particularmente en los sectores de la ecología política y del feminismo. Y captó la atención de la generación veinteañera ajena a la política.

Tres eran las condiciones sine qua non para que el proyecto Podemos pudiera construirse y ser útil. Que mantuviera su radicalidad discursiva; que estableciera lazos orgánicos estables con los sectores obreros y populares con mayor conciencia y combatividad, y que se configurara internamente de forma democrática para posibilitar la deliberación, la participación de la afiliación en las decisiones y la coexistencia creativa y fraternal de la amplia pluralidad ideológica y política presente desde el primer momento en su seno. Dicha pluralidad abarcaba muy diversos aspectos, con un espectro de diferencias más amplio que el que presentaban sus tres componentes políticos principales agrupados en torno a la figura de Pablo Iglesias, a la de Iñigo Errejón y a Anticapitalistas, cuyos portavoces públicos más conocidos eran Teresa Rodríguez y Miguel Urbán.

Desde su origen Podemos se convirtió en un campo de batalla interna entre sus tres almas. La representada por la corriente anticapitalista –más amplia que la organización que la animaba–, que proclamaba la importancia del programa y de la organización en la construcción coral del nuevo partido, así como la necesidad de impulsar la autoorganización y movilización social, la implantación en el pueblo trabajador y la combinación de estas tareas con las de una pausada acumulación electoral e institucional que debería ponerse al servicio de dichos objetivos mediante una relación bidireccional partido-pueblo trabajador.

Frente a esta propuesta se constituyó una alianza entre el sector populista de izquierdas de Iñigo Errejón y el sector de Pablo Iglesias en la primera asamblea ciudadana de Podemos, conocida como Vista Alegre I (por el lugar de su celebración). Esta alianza se plasmó en la creación de una clique burocrática compuesta por dos fracciones, en constante remodelación según la correlación de fuerzas interna, que se planteó como misión el control absoluto de Podemos. El objetivo a corto plazo de la alianza era batir las posiciones marxistas revolucionarias.

El objetivo específico de Pablo Iglesias era constituirse como el líder indiscutido con total autonomía, sin explicitar un proyecto que no fuera el de realizar el sorpasso electoral al Partido Socialista y llegar a gobernar rápidamente. Para ello no dudó en radicalizar o moderar su discurso a conveniencia. Jamás planteó un proyecto de sociedad, un programa de gobierno o una estrategia a seguir, ni se consideraron las condiciones y medidas para hacer frente a los ataques del capital. Tampoco se extrajeron las lecciones de la intervención de la Troika en el caso griego de Syriza. La vieja confusión reformista entre acceder al gobierno y tener el poder se repetía, eso sí, con discursos radicales que conectaban con el espíritu impugnatorio del momento. Toda su acción política ha estado presidida, con un discurso más o menos izquierdista, por ejercer un hiperliderazgo personal en una imitación simplista de los aspectos menos interesantes de la experiencia bolivariana, pero también por lo que podríamos calificar de un relativismo programático que permite sacar y hacer desaparecer de un cajón de sastre propuestas según la conveniencia táctica del momento, sin relación alguna con un proyecto de sociedad ni de estrategia para lograrlo. La hipótesis estratégica era “hemos nacido para gobernar”; o sea, acceder al gobierno como un fin en sí mismo.

En esta tarea, Iglesias encontró durante una primera etapa un aliado muy funcional en Errejón, seguidor en aquella época de las tesis de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe2  sobre la total autonomía de lo político y la negación del papel que juegan las clases sociales y las disputas económicas para los marxistas en el modo de producción capitalista. Por tanto, desde este sector, los discursos e incluso los artículos en la prensa se llenaron de abstractas disquisiciones sobre la construcción del sujeto pueblo mediante la creación de una base electoral interclasista ideológicamente transversal en torno a la movilización de los sentimientos por un líder capaz de enfrentar al pueblo con una exigua minoría oligárquica. Ello comportaba asumir la improcedencia de las categorías izquierda y derecha o de los análisis de clase, etcétera. Errejón teorizó la posibilidad de una rápida victoria electoral, a la que había que subordinar todo: eficacia versus democracia, jerarquía versus organización de base en los círculos, máquina de guerra electoral (expresión literalmente formulada) versus partido de masas, participación plebiscitaria versus deliberación democrática. Tras la primera victoria interna de la clique, los círculos dejaron de tener capacidad para tomar decisiones y la elección de las direcciones se realizó al margen de los mismos, a través del voto online de las personas que se inscribieran mediante un formulario en la página web. Ese era el único compromiso de la afiliación. Elecciones sin debate y personalistas. Esta fue una opción absolutamente antitética a la del partido militante y a la del partido de masas organizado. Imposible, por tanto, el control y revocación de los dirigentes por las bases.

Estas teorizaciones no conllevaron un debate teórico e ideológico de calidad ni en los medios académicos ni en los políticos, más allá de los que pudo realizar una minoría muy implicada en la construcción de Podemos, mantuviera una u otra posición, o en la defensa del establishment bipartidista. Las elecciones al Parlamento español de 2015 y 2016, si bien supusieron un importante resultado para Podemos, no conllevaron el ansiado sorpasso. Comenzó el declive electoral junto a una búsqueda del voto mediante el abandono de cualquier radicalidad. El momento populista –laclauiano difundido en el Estado español por Chantal Mouffe en el principal diario de ámbito estatal, El País – quedó reducido a la mera moda populista. Las urnas redujeron a cenizas las teorizaciones.

En el siguiente congreso, en Vista Alegre II, el sector de Iglesias viró a izquierda y depuró al sector de Errejón. El choque entre esos dos aparatos burocráticos por el control del partido expresaba lo que Jaime Pastor y yo describimos como “Pablo Iglesias vs. Iñigo Errejón: entre el eurocomunismo redivivo y el neopopulismo de centro”. Para valoraciones como la de Emmanuel Rodríguez, el choque era una expresión más de la ideología y de la concepción de la política podemita como mera generación de élites, lucha entre las mismas y cumplimiento de las aspiraciones de los componentes universitarios de una clase media progresista sin futuro. El grado de enfrentamiento sectario entre las dos facciones de los exaliados a través de la prensa y las redes sociales previo a la celebración de la segunda asamblea ciudadana llevó a que peligrara la celebración de la misma. Pese al ambiente enloquecido general, el congreso se celebró gracias a la labor y cordura de Anticapitalistas, tal como un periodista, Raúl Solís, poco afín al marxismo revolucionario, describió en su crónica, sorprendiéndose de que la izquierda marxista revolucionaria tuviera una actitud sensata (sic). Por unos meses el viraje a izquierda de Pablo Iglesias favoreció la política de Anticapitalistas. Pero Iglesias atacó al pluralismo. Primero marginó a Errejón, auténtico Epimeteo de esta historia, que cuando descubrió tardíamente el tipo de partido que él había diseñado y pudo comprobar lo que brotaba de la caja de Pandora podemita, decidió su ruptura por razones políticas, pero sobre todo porque no podía respirar en una organización sin democracia. Acto seguido comenzó la depuración, mediante medidas burocráticas, de Anticapitalistas.

Muy pronto comenzó una evolución, con giros a derecha e izquierda, de Pablo Iglesias hacia sus concepciones juveniles de raíz eurocomunista; incluso realizó la recuperación de la memoria de Santiago Carrillo, el dirigente del Partido Comunista de España (PCE) que junto a Enrico Berlinguer, del Partido Comunista Italiano, y Georges Marchais, del Partido Comunista Francés, fueron los padres del eurocomunismo, la nueva forma (como ellos mismos la denominaron) de lograr acceder al gobierno a través del sistema parlamentario. Iglesias comenzó a reivindicar las bondades de la CE como escudo social democrático, como si la misma pudiera ser troceada y cada artículo no tuviera conexión con otro ni respondiera a una lógica de legitimación del régimen liberal posfranquista. En un tema clave se pasó, como se ha analizado en otros artículos en viento sur, de la impugnación de la Constitución a la reforma parcial de la misma “cuando sea posible”.

Si bien Pablo Iglesias usó en su discurso el maletín conceptual de Laclau, probablemente no fue un discípulo aplicado del mismo, pero sí el beneficiario. Las teorías del intelectual posmarxista maridaban bien con la vía electoralista al poder y con el papel preeminente de Iglesias en el proceso. Los llamamientos abstractos a la democracia como la herramienta para transformar la sociedad en el marco de las instituciones de la democracia liberal –que no se ponen en tela de juicio– conducen a la impotencia del populismo de izquierdas y del eurocomunismo para poder gobernar mejorando sustancialmente, de forma duradera, las condiciones de vida de las gentes en una situación de crisis económica; menos aún para transformar la sociedad. Tiene razón Stathis Kouvelakis cuando critica a Laclau porque su concepto de democracia radical, que excluye la ruptura con el orden socioeconómico capitalista y con los principios de la democracia liberal, supone una autolimitación. Y recuerda que, al contrario de lo que afirma Laclau, es la lucha de clases la que actúa como “agente de reificación del sujeto político” y no la llamada “razón populista”.

En cada uno de los comicios siguientes, incluidos los de 2019, en los que Pablo Iglesias encabezó la alianza de Podemos con IU denominada Unidas Podemos (UP), la pérdida de votos y escaños es constante y abrumadora. El peso y la presencia en los medios de comunicación decaen; Podemos ya no marca la agenda política ni los temas del debate público y el prestigio de la organización –que en sus inicios fue muy alto– decae en cada encuesta de opinión. Y comenzó la búsqueda desesperada de espacios más tradicionales de izquierda y de centro izquierda en busca del voto faltante. El mismo resultado y destino tendría Más País, la escisión de Iñigo Errejón.

Si en sus inicios Podemos tuvo una gran capacidad de atracción con su discurso impugnador y ganador, los resultados electorales transformaron ese ímpetu en un descarnado y posibilista “nacimos para gobernar”. Este giro se vio favorecido por el proceso de involución política de IU con el triunfo de las tesis gobernistas y de subordinación creciente a Podemos. UP ha abandonado toda veleidad de mantener un perfil propio y diferenciado de izquierdas y ello se ha plasmado simbólicamente en su cierre de filas en defensa de Nadia Calviño tanto de cara a la UE como en los hechos al sur de los Pirineos.

Las debilidades y errores de Anticapitalistas

El resultado de la confrontación reformistas/revolucionarios en el seno de Podemos no estaba asegurado de antemano, pero junto a dificultades para llevar adelante una política anticapitalista en y desde Podemos, existían posibilidades reales de hacerlo. Ello exigía salir de la zona de confort en la que tantas veces se instalan los grupúsculos y sectas de la izquierda radical que ciñen su actividad a la autoconstrucción, la denuncia y emplazamiento al resto de agentes políticos y al propagandismo sin voluntad ni capacidad de diseñar proyectos políticos para la acción de masas y en relación con las mismas. Anticapitalistas apostó fuerte, tuvo audacia y desplegó su potencial programático y táctico.

La tarea era hercúlea: levantar de la nada un partido de masas en una situación de crisis social, pero con escasa cultura y tradiciones de militancia organizada. En un marco de crisis del régimen político –dada la desafección de la juventud y la amplitud del conflicto catalán con el Estado central–, pero con los aparatos de Estado posfranquistas incólumes, sin fisuras. Con una crisis del bipartidismo que provoca una situación de ingobernabilidad, pero con un Partido Socialista estabilizador que mantenía la confianza, mermada pero todavía mayoritaria, del pueblo de izquierdas… En esas condiciones, la construcción de la alternativa era misión difícil. Los factores que explican la ventana de oportunidad existente para la construcción de Podemos podían jugar como su talón de Aquiles; por ejemplo, los años de destrucción y retroceso de la conciencia del movimiento obrero y de derrumbe de la izquierda política reformista y revolucionaria; pero, sobre todo, que todavía no se había producido la crisis orgánica. Todo ello dificultaba objetivamente el éxito del proyecto de Anticapitalistas para hacer de Podemos una palanca emancipadora.

Sin embargo, hay que poner de relieve algunos errores y debilidades que, al margen de las dificultades objetivas, lastraron a Anticapitalistas. Un primer fallo fue aceptar de facto el estrecho marco que la clique impuso mediante la legalización de forma secretista y maniobrera de unos estatutos antidemocráticos y jerárquicos que concedían la titularidad jurídica al equipo de Iglesias. Con ello se intentaba ocultar a Anticapitalistas como sujeto político fundador y presentar a sus militantes como conspiradores externos, entristas y enemigos del proyecto (sic) ¡que ellos mismos habían creado! Recuerde el lector el retrato del mitin de Lenin y Trotsky cuya imagen fue censurada y modificada por Stalin en un alarde de magia fotográfica para borrar la memoria y patrimonializar la revolución. Pues algo así ocurrió en Podemos. ¿Cómo calificar esta actitud de Anticapitalistas? Hoy solo cabe un adjetivo: ingenua confianza irresponsable.

Hubo una sobreestimación voluntarista de la capacidad de acción de nuestras modestas fuerzas militantes organizadas, no tanto para vertebrar la inicial respuesta espontánea y masiva de las y los activistas, sino frente a los hiperliderazgos construidos en los medios de comunicación y el vínculo plebiscitario existente (y fomentado) entre el líder carismático y las masas cuando no hay un proceso de politización profundo, de formación de cuadros, de estructuración sistemática de la militancia y de relación orgánica con sectores amplios del pueblo de izquierdas, y, sin embargo, sí que existe un profundo sentimiento de necesidad de cambio y de nuevas direcciones y de nuevos representantes. Este factor fue clave en el nivel de autonomía que alcanzó Pablo Iglesias en su figura de secretario general –que se elige al margen del resto de la dirección de forma plebiscitaria– para imponer su dinámica en Podemos, arrinconar toda propuesta de estructuración democrática y justificar todo tipo de bandazos políticos en función de sus intereses en cada coyuntura.

Eran los tiempos en los que Podemos puso en pie el denominado por Santiago Alba “comando mediático” que, durante un corto espacio de tiempo, revolucionó eficazmente la comunicación política tanto en las redes sociales como en su relación con los medios de comunicación audiovisuales. Ese dispositivo partidista fue apropiado en exclusiva por el tándem Iglesias-Errejón. Frente a ello, Anticapitalistas –dado que el acceso al común de Podemos le fue vetado por la clique burocrática– no organizó ni siquiera de forma embrionaria un sistema de comunicación, por modesto que fuera, que le permitiera expresar sus posiciones en medios y redes de manera autónoma. Ello ha constituido durante tiempo una de las losas más pesadas que han lastrado su actividad.

El neocaudillismo en el Estado español se inspiró ideológica, política y organizativamente en las experiencias populistas latinoamericanas hoy en declive, pero la dirección de Podemos defendió su necesidad “coyuntural” e “instrumental” –fingiendo hacerlo a su pesar– con el mantra de su conveniencia y oportunidad ante la “lógica electoral y comunicacional en la sociedad del siglo XXI”. El problema siguiente y concatenado con el anterior que no detectó a tiempo Anticapitalistas es que ese caudillismo conectó muy bien con sectores procedentes de experiencias posestalinistas y en los más despolitizados, que aceptaron de buen grado la jerarquización de la organización en la que muchos de ellos comenzaron a autodenominarse a sí mismos soldados.

Este rápido proceso de burocratización se vio favorecido porque algunos sectores de activistas de izquierda de los movimientos sociales, carentes de suficiente conciencia política, miraron inicialmente con desprecio
a Podemos y el sector anticapitalista no pudo contar con su ayuda en un momento crucial. Tras el éxito electoral del nuevo partido se acercaron cegados al mismo como mosquitos a la luz. Tarde para modificar en clave democrática la organización. Sin rumbo político, algunos se acomodaron en la nueva situación, otros simplemente buscaron un empleo en los intersticios institucionales, y la mayoría abandonó Podemos junto a gran parte de quienes se habían afiliado.

En esa situación, Anticapitalistas cometió un error en Vista Alegre I. Dado que el marco de disputa estaba centrado en el modelo organizativo, centró su esfuerzo casi exclusivamente en dar respuesta a la cuestión democrática interna, asunto realmente importante, pero sin plantear con suficiente energía la batalla por un proyecto político para haber agregado en el entorno de Anticapitalistas las corrientes de radicalización existentes. Enseñanza de entonces y para el futuro: establecer la relación entre proyecto político y aspiración a una sociedad ecosocialista y feminista es la condición sine qua non para construir los agrupamientos políticos estratégicos que deberán tener un horizonte de sociedad poscapitalista. Solo así se podrá crear y unificar un bloque histórico antagonista. Anticapitalistas no logró poner en el centro de la construcción de Podemos esta cuestión y ello permitió a la dirección de Podemos maniobrar y cambiar a su antojo las posiciones políticas y, por tanto, definir los objetivos en función de sus intereses inmediatos.

Pero la cuestión fundamental es que si la tarea era hercúlea, Anticapitalistas no solo tenía un déficit en su entidad numérica, sino también en su implantación social y, aún más importante, en el grado de cohesión política que tenía antes de emprender el proyecto que proponía la dirección del partido. Por ello hubo fugas por parte de algún sector menos audaz, más sectario e izquierdista que al cabo de poco tiempo era inexistente. Pero también hubo pérdidas en un sector que redujo sus expectativas a la vía electoralista y que dejó de ver necesaria la existencia de la organización marxista revolucionaria en el marco de una más amplia.

La dirección de Anticapitalistas hizo una buena lectura de la coyuntura que llevaba a la conclusión de fundar Podemos, pero no de los requisitos políticos para abordar ese salto. De esta cuestión, y pensando en las tareas posPodemos, se puede extraer una lección: la necesidad de contar con una importante preparación ideológica y estratégica partidaria previa a emprender decisiones de esa envergadura. Pero dado que no pueden adivinarse mágicamente ni predecirse científicamente las situaciones en las que van a presentarse nuevas ventanas de oportunidad que permitan saltos cualitativos, es imprescindible crear consciente
y planificadamente una consistencia partidaria interna superior a la que de forma espontánea y rutinaria se da. Ello debe constituir una tarea central constante que será de gran utilidad para actuar al unísono, con pensamiento estratégico, ingenio táctico y creatividad organizativa, de manera que las oportunidades y posibilidades se transformen en fortalezas y realidades.

Nos veremos en las luchas

Tal como explicaba Raúl Camargo en una entrevista, las razones de fondo de la salida de Anticapitalistas de Podemos son dos. Por una parte, la inexistencia de vida interna democrática en una organización cuyos órganos rara vez se reúnen ni deliberan, no se respeta la proporcionalidad para la elección de cargos de dirección interna o en las candidaturas electorales decididas por el secretario general, factores todos ellos que impiden el desarrollo de una vida orgánica pluralista. Por otra parte, porque el proceso de aceptación del marco constitucional del régimen del 78 y de adaptación flexible a la economía de mercado del equipo de Iglesias ha ido acompañado de un acercamiento al PSOE, que ha culminado en la formación de un gobierno conjunto en el que UP juega un papel subordinado y secundario.

Los acuerdos presupuestarios de UP con el PSOE y el programa de gobierno de coalición se han subordinado a los requerimientos del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Es un gobierno que, bajo la hegemonía
y atenta vigilancia de la ministra Nadia Calviño, tiene una política económica y social determinada por los límites que en cada momento marcan la Comisión Europea, el Consejo, el Eurogrupo o el BCE. Es innegable el alma social que inspira a Podemos, pero sus propuestas, y así se ha mostrado en la pandemia, tienen un alcance limitado. Las medidas en defensa de los más desfavorecidos son necesarias como paliativas pero insuficientes, las de orden laboral tienen fecha de caducidad y apuestan por un endeudamiento aún mayor de las arcas estatales y un alivio para los beneficios empresariales.

En la corta experiencia del llamado gobierno de progreso, UP ha realizado una catarata de concesiones, renunciando incluso a cuestiones del programa acordado con el PSOE y ha consentido en silencio importantes retrocesos políticos y decisiones económicas. Una de las próximas pruebas será su actitud ante la flagrante crisis de la institución monárquica, que no será derrotada solo con pronunciamientos en sede parlamentaria.

De poco sirve reagrupar al pueblo, apelar a los intereses de la gente, tener presencia electoral o formar parte de un gobierno si no es alrededor de un proyecto que ponga fin a su alienación. Lo que, con mayor razón, nos obliga a recordar categorías como clase social y explotación; a concebir la mayoría social no como suma aritmética de individuos sino como agregado algebraico de la clase trabajadora con todos los sectores sociales con cuentas pendientes con el sistema y susceptibles de configurar un nuevo bloque hegemónico. O sea, concebir el pueblo como real sujeto político antagonista y candidato al poder en todos los sentidos. Esto es bien diferente de circunscribir sus avances a la mera ocupación por parte de una nueva élite de jóvenes políticos profesionalizados de unas pocas y marginales carteras ministeriales.

Podemos se ha convertido en un aparato electoralista plebiscitario que, si bien ostenta la representación de una parte de la izquierda, aunque de forma menguante, es un impedimento para el desarrollo de la autoorganización popular. Por una parte, porque desde su dirección se ha reducido la lucha política a la meramente institucional; por otra, porque tiene una relación instrumental con las organizaciones sociales. Esto es complementario y funcional con la orientación gobernista de Iglesias, caracterizada por gobernar a toda costa, para insertarse en la estructura de gestión progresista del aparato de Estado, limitando la agenda de trabajo a criterios posibilistas y renunciando al objetivo de la transformación del sistema político, económico y social; asumiendo constantemente la lógica del mal menor, tal como en este momento puede verificarse en la gestión de la crisis social pos-Covid-19.

En síntesis, la radiografía actual de Podemos es la de un partido jerarquizado cuyos órganos directivos no tienen vida, identificados con el grupo parlamentario y con los miembros del gobierno, un partido que ha perdido casi absolutamente su base militante –la que se sumó en su nacimiento– y que ha reducido su actuar político a la presencia institucional carente de ideas y propuestas transformadoras. Y su principal objeto de reflexión es su ubicación en la estructura estatal y en los avatares del propio Podemos. Un partido que en la clasificación que hizo Antonio Gramsci en sus Notas breves sobre la política de Maquiavelo se dedica a la “pequeña política”, a “las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida por las luchas de preeminencia entre las diversas facciones de una misma clase política”. Y ha abandonado la “gran política”, la que realmente “trata de cuestiones de Estado y de transformaciones sociales”. Y ha incurrido en el error –que ya advertía Gramsci– de que “todo elemento de pequeña política”se convierta “en cuestión de gran política”.

No son buenas noticias. La situación política actual no favorece a las posiciones de izquierda, presenta grandes dificultades y retos en ausencia de la mediación de un partido de masas. Pero esta constatación no puede obviar los aspectos positivos arriba señalados que para Anticapitalistas tiene el haber realizado esta experiencia y que posibilita que la organización marxista revolucionaria pueda seguir jugando, como plantea Brais Fernández, un papel activo en la crisis del régimen del 78. Para ello deberá impulsar nuevas alianzas políticas y sociales frente a las políticas austeritarias, seguir trabajando por la creación de nuevos agrupamientos antineoliberales con influencia de masas, como es el caso de Adelante Andalucía, promover la organización de luchas sindicales, sociales, ecologistas, feministas y juveniles y en defensa de lo público, y ser un referente ideológico y cultural en los debates existentes para definir un nuevo proyecto ecofeminista y social.

Manuel Garí es miembro de Anticapitalistas y del Consejo Asesor de viento sur

  • 1Izquierda Anticapitalista participó en el proceso de creación de Podemos durante los años 2013 y 2014 y luego pasó a denominarse Anticapitalistas. Dado que hay una continuidad política y organizativa absoluta entre ambas denominaciones, uso el nombre de Anticapitalistas a lo largo de todo el artículo por comodidad mía y para facilitar la lectura a quien acceda al texto. Para conocer mejor este tránsito formal https://viento…
  • 2De pronto, durante un corto espacio de tiempo, los escaparates de las librerías se llenaron de obras de Laclau como La razón populista, Hegemonía y estrategia socialista de Laclau y Mouffe o Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia de Mouffe y Errejón. Lo que no sé es si realmente tuvieron éxito de lectores.

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