Francia: Reapertura de la temporada de lucha social: ¡hacer subir la presión para ganar!

¡Rara vez se vieron fechas de movilización surgir espontáneamente en pleno verano! Sin embargo, eso fue lo que pasó con el 10 de septiembre, y con asambleas que se realizaron en muchas ciudades en pleno agosto, reuniendo a decenas e incluso cientos de personas. La bronca está claramente presente, pero el peso de las derrotas de los últimos años, la pérdida de referencias, pesan mucho sobre las posibilidades de que esa bronca se exprese en un movimiento colectivo.

A pesar de todo, las últimas luchas dejaron enseñanzas que permiten esperar, para esta reapertura, una convergencia de distintas formas de pelea. Es hacia esa convergencia, ligada a la cuestión del nivel de conciencia y a la unificación de nuestra clase, a lo que hay que meterle con todo en los próximos días y semanas si queremos tener alguna chance de sacudir al poder de turno.

Plantear la cuestión del poder es, al mismo tiempo, una necesidad para consolidar el movimiento y un desafío enorme, teniendo en cuenta la relación de la gran mayoría de la izquierda con las instituciones, las divisiones que la atraviesan y la fragmentación de la izquierda revolucionaria. La doble tarea de les militantes revolucionaries consiste en contribuir a la organización del movimiento y en aportar perspectivas políticas que le permitan llegar lo más lejos posible.

Del 10 al 18 de septiembre: construir la unión para arrancar la huelga

La irrupción espontánea del 10 de septiembre hace esperar que la bronca profunda que existe en las clases populares se exprese de nuevo con modalidades parecidas a las del movimiento de los Chalecos Amarillos, pero aprovechando las clarificaciones en términos de clase que se dieron durante esa movilización. Muy rápidamente, las redes que impulsaban la fecha del 10 fueron limpiadas de los elementos que expresaban ideas de extrema derecha. Eso es positivo desde el punto de vista político, pero nos corta de una parte de la población que está bajo la influencia del RN y a la cual el movimiento va a tener que dirigirse para embarcarla, con la esperanza de traerla del lado del progreso social en la acción.

El movimiento del 10 de septiembre puede anotarse una primera victoria incluso antes de haber tenido lugar: ¡la salida de Bayrou! En realidad, la razón de esa salida es el desgaste de su gobierno, que no tenía ninguna chance de hacer pasar el presupuesto: por eso prefirió auto-sabotearse para intentar reacomodar los equilibrios políticos antes de la votación del presupuesto y tratar de desactivar el movimiento. Los sectores movilizados, entonces, cambiaron de objetivo, reclamando la salida de Macron; pero el movimiento claramente no era lo bastante fuerte para eso.

En la misma línea, la fecha intersindical del 18 es un elemento positivo para dar perspectivas. Esta jornada es la expresión de la combatividad de una parte de la población que en parte se superpone con la que se movilizó el 10. El deseo de unidad es muy fuerte entre les trabajadores, con una preocupación justa detrás: ser muches para poder ganar. El llamado a la huelga, firmado por la CFDT y la CFE-CGC además de las organizaciones más combativas, es la expresión de un hartazgo que alcanza a las franjas menos conscientes del asalariado (capas intermedias poco combativas y capas poco organizadas); la unanimidad en la impugnación de las decisiones del gobierno refuerza la legitimidad de la oposición a esta política de austeridad. Dado que la desconfianza hacia las organizaciones sindicales retrocedió durante la última lucha contra la reforma jubilatoria, se puede esperar que quienes se movilizaron el 10 vean en el 18 una posible continuidad y que los sectores más radicales se sumen.

Se trata de combinar las modalidades de acción que ya experimentamos, esperando al mismo tiempo que este movimiento nos sorprenda e invente también nuevas formas. No hay que oponer nada, sino plantear la cuestión de la eficacia para construir el movimiento. Desde este punto de vista, las acciones radicales, que a veces aíslan, pueden ser un freno a la extensión del movimiento, más aún cuando el gobierno no va a privarse de instrumentalizar su supuesto carácter violento y de desplegar una represión feroz.

Tenemos que enfrentar la dificultad de construir la huelga en el contexto actual de descomposición de la clase trabajadora y ser conscientes de que los bloqueos no pueden reemplazarla. Converger hacia el objetivo común de construir el movimiento exige que los distintos sectores se encuentren en persona, más allá de les militantes para quienes esa es una preocupación permanente. Allí donde los sindicatos se acercaron a los Chalecos Amarillos –o a la inversa– se tejieron lazos que hoy son valiosos. Debemos entender estas diferentes modalidades de acción como la expresión de la heterogeneidad nacida de la organización del trabajo, de la conciencia y de las experiencias.

Detrás de la consigna “¡bloqueemos todo!”, algunes entienden bloqueos de ejes de circulación o de lugares simbólicos. Tenemos que convencer de que bloquear realmente el funcionamiento del país es bloquear su economía. Eso puede pasar en parte por el bloqueo de la circulación de mercancías, pero sobre todo hay que apuntar a la producción misma de las riquezas para despojar a la clase dominante de su poder en la producción.

Esta concepción marxista es la base de la batalla que damos para que la huelga, la huelga por tiempo indeterminado, la huelga general, se hagan realidad. A pesar de la evolución de la organización del trabajo (precarización, desempleo, subcontratación, teletrabajo, etc.), la mayoría de la población, y el proletariado por definición, está obligada a trabajar para vivir. El trabajo, la producción de riquezas, siguen estando en el corazón del sistema y por lo tanto es imposible esquivar la cuestión de la detención de la producción, es decir, de la huelga.

Además, es en la huelga donde pueden elaborarse reivindicaciones directamente ligadas a la distribución capital/trabajo y esbozarse un sistema que no esté basado en la explotación.

Dicho esto, las modalidades de organización del proletariado distan de haberse limitado siempre a las formas de huelga en fábricas donde se concentraba una masa de asalariados. El siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, con una clase obrera mucho menos estructurada, conocieron barricadas y motines pero vinculados, en buena medida, a una interrupción masiva del trabajo. Cabe señalar que en ese periodo el proletariado estaba en proceso de estructuración y masificación, mientras que hoy estamos en una etapa de desestructuración global. En consecuencia, las formas de movilización también evolucionan en una dirección que podría acercarlas a las del siglo XIX, más territorializadas por ejemplo en torno a nuevas Uniones Locales (organizaciones sindicales estructuradas territorialmente y no por ramas de actividad), en torno a los lugares de vida cotidiana, como mostró el movimiento de los Chalecos Amarillos.

Al inicio de este movimiento, la cuestión sigue siendo la misma: bloquear el país por todos los medios, siendo la huelga el instrumento más esencial.

Acá tenés la traducción al español rioplatense:

Entre el 10 y el 18 y después del 18, ¡construir el movimiento y su autoorganización!

Es lamentablemente probable que el ritmo del movimiento sea mucho más fluctuante de lo que quisiéramos. Ya fue el caso con las jubilaciones en 2023 o con los Chalecos Amarillos, que se extendieron durante varios meses, con fechas espaciadas y, sin embargo, con rebotes y una continuidad sorprendentes. Si la intersindical que convoca al 18 se mantiene, es probable que solo se reúna la misma noche de la movilización o, en el mejor de los casos, la víspera, para proponer una nueva fecha que no sería antes de fines de septiembre o principios de octubre.

Hay que lograr aprovechar esos intervalos entre dos grandes fechas intersindicales e interprofesionales para construir el movimiento en profundidad.

Para eso, tiene que haber una autoactividad de lxs trabajadores, de la población, de la juventud, sobre una base amplia. Hay que construir entonces marcos de autoorganización, movilizar a las estructuras sindicales en lo cotidiano y lo más cerca posible de los lugares de trabajo, de vida y de estudio.

Esos marcos deben permitir ampliar la movilización, homogeneizar el nivel de conciencia, las modalidades de acción, elaborar reivindicaciones, formarse, hacer educación popular, ocupar el terreno social y político.

Pueden surgir formas intermedias de movilización: marchas con antorchas, actividades un sábado, recitales de apoyo, debates/formaciones con intelectuales… Hacer banderas, inventar consignas y canciones, producir volantes… son elementos constitutivos de la acción militante y deben difundirse lo más ampliamente posible en los períodos de movilización, a diferencia de los períodos sin movimiento, donde ese saber hacer queda replegado en las organizaciones (y a veces ni eso…).

Pero hay que tener presente que el objetivo sigue siendo el bloqueo y la huelga. Por lo tanto, estas actividades deben estar orientadas en ese sentido: masificar, homogeneizar, construir la huelga y los bloqueos.

Hay que combatir de manera voluntarista las tendencias izquierdistas y sustitucionistas ligadas a la desconexión con la realidad de las masas populares por parte de algunas de las personas disponibles e implicadas cotidianamente, incluyendo a una parte de les militantes de ciertas organizaciones de extrema izquierda.

Para eso, las asambleas generales en los lugares de trabajo, y su coordinación en asambleas interprofesionales, son herramientas indispensables. Ya sea que las impulsen las organizaciones sindicales o que surjan de sectores más izquierdistas, mientras sean abiertas y no sectarias hacia un sector u otro, van a ser útiles. Podemos empujar en ese sentido impulsando su puesta en marcha porque el NPA-A suele estar en la intersección de distintos ámbitos.

Hemos tenido muchos ejemplos de esas formas de estructuración en las últimas décadas1: 1995, 2003 por supuesto, pero también en Le Havre, con su intersindical en el origen de la asamblea general interprofesional, del bloqueo de la ciudad y de la publicación de un boletín diario durante toda la movilización contra la reforma jubilatoria de 20102. También el movimiento contra el CPE en la juventud (2006). O, en una forma distinta, el apoyo al movimiento largo y masivo de les ferroviaries en 2018, que desembocó en manifestaciones convocadas por asociaciones, sindicatos y organizaciones políticas el 26 de mayo3: las “Mareas Populares”.

Pero a diferencia del movimiento que arrancó este otoño, los anteriores partieron de reivindicaciones precisas: rechazo a una reforma jubilatoria, a la reforma del ferrocarril, al CPE… Eso permite construir primero sobre una base social muy amplia, pero ofrece en contrapartida una salida al poder. Las consignas de renuncia de ministros solo emergen en el transcurso del movimiento, en el enfrentamiento que cristaliza una toma de conciencia, aunque sea limitada, de un poder al servicio de la clase dominante.

Dicho esto, a pesar de la aparición de esas consignas en las movilizaciones recientes, como la burguesía está decidida a sacarnos todo lo que pueda, los gobiernos se las arreglaron para salir sin siquiera revisar sus proyectos, salvo parcialmente en 1995, en la lucha contra el CPE y en el caso del aeropuerto de Notre Dame des Landes.

Este otoño, la movilización ya arranca con una consigna mucho más general, sobre el presupuesto e incluso sobre la exigencia de la salida de Macron.

Un movimiento social que es ya político

Un movimiento social con una orientación así tenía que emerger tarde o temprano en este período de crisis política mayor que estamos viviendo. En un artículo de Mediapart publicado el 5 de septiembre4, Romaric Godin pone en orden las cosas sobre las fuentes de la policrisis que atravesamos. La etapa actual del capitalismo obliga a la burguesía a aumentar de manera significativa la presión sobre el planeta y sobre las clases populares. Ese es el sentido de todos los enfrentamientos de los últimos años: desde las jubilaciones hasta los Chalecos Amarillos, pasando por el mundo campesino, la lucha contra las mega-represas o las revueltas de los barrios populares.

La falta de margen de maniobra para la clase dirigente le impide ceder y la lleva a usar la violencia, incluso hasta implementar un estado de tipo fascista si fuera necesario.

Esta agudización de las contradicciones del sistema se refleja en las fuerzas políticas institucionales: ascenso de la extrema derecha y simbiosis con la derecha, ascenso también de la izquierda de ruptura, derrumbe del centro. El campo macronista está en el final del final: el nombramiento de Lecornu es la ilustración de eso.

Lo que pasa del lado de las instituciones está intrínsecamente ligado a la situación económica y se ve impactado por lo que sucede en la calle, como pudimos ver en la secuencia electoral de las legislativas de junio de 2022 con el Nuevo Frente Popular (NFP).

El movimiento social que arranca es el correlato en la calle de ese sacudón popular, que enfrenta el peligro de la extrema derecha y cuestiona la política del poder macronista. Es también gracias a eso que el movimiento popular del 10 pudo ser fuertemente de izquierda.

Tenemos entonces que empezar ya a pensar en las perspectivas políticas y dirigirnos al conjunto de las fuerzas de la izquierda de ruptura. De hecho, se nos van a imponer plazos institucionales, como pasó con el voto de confianza del 8 de septiembre decidido por Bayrou, y como puede pasar en las próximas semanas con la votación del presupuesto y el proyecto de ley de financiamiento de la Seguridad Social antes del 31 de diciembre, o incluso con una posible disolución de la Asamblea Nacional.

Aunque esos plazos parezcan llevarnos al corazón de la política politiquera, van a ser el revelador de las contradicciones que existen dentro de la clase política. Es imperativo integrarlos a nuestra agenda de movilización para usarlos como un punto de apoyo, de concientización, de explicitación de las divisiones de clase. Eso fue lo que hicimos en torno al uso del 49.3 en 2023.

La presión que ejerza la movilización va a ser determinante en los plazos institucionales y podría ser un anticipo de lo que significaría tener representantes bajo el control de les trabajadores y de la población.

En este contexto, la aspiración a la unidad tanto sindical como política es esencial. Nos interesa, obviamente, porque es necesaria para ganar, pero también porque constituye un proceso de homogeneización de la clase, de (re)construcción de su propia conciencia.

De la misma manera, las dimensiones antirracistas, feministas, LGBTI, de solidaridad con el pueblo palestino, son elementos esenciales para unificar a la clase en esta batalla social y política que se abre.

Lenin define “una situación prerrevolucionaria” en una fórmula lapidaria que puede iluminar las dinámicas del período actual: “Una situación prerrevolucionaria estalla cuando los de arriba ya no pueden, los de abajo ya no quieren, y los del medio se desplazan hacia los de abajo”.

El desafío es todavía más crucial dado que hoy la extrema derecha es una opción que la burguesía podría elegir para mantener su poder. La cuestión del vuelco de “los del medio” está en el corazón de esta batalla. En ese vuelco, la lucha contra las opresiones puede jugar un papel fundamental, en tanto arraiga los intereses de quienes las sufren del lado de la única clase capaz de crear las condiciones para su desaparición.

Todo se entrelaza en este período: lucha de clases, lucha contra las opresiones, lucha democrática, en una guerra global que necesariamente conoce aceleraciones y retrocesos. Estamos evidentemente en una fase de aceleración tanto en Francia como en el mundo, como lo muestran las guerras en curso, el genocidio en Gaza, los levantamientos en el Tíbet (Nepal) o en Filipinas.

Debemos trazar el camino de un derrocamiento del poder bajo la presión del movimiento de masas. La ausencia de luchas de masas victoriosas en Francia en los últimos tiempos, las derrotas de las últimas décadas, pero también los fracasos repetidos en la toma del poder pesan mucho.

Basta pensar en el Chile de Allende, en la primavera árabe, en la victoria del PT en Brasil: ninguna de esas opciones permite delinear un camino claro para derrocar al capitalismo. La falta de experiencias concretas lleva, por un lado, al enterramiento de la conciencia de la fuerza del movimiento social, de la huelga y de la autoorganización5; y por otro lado, la ausencia de un proyecto político y de una perspectiva estratégica impide proyectarse y poner en marcha una dinámica emancipadora.

Como organización política, en paralelo a la actividad de cada militante en su ámbito para construir el movimiento, debemos intentar elaborar respuestas a esta segunda parte del problema.

Hace falta entonces una actividad de propaganda del partido, complementaria de la intervención de masas y de la agitación. Para hacer el vínculo entre ambas tenemos la costumbre (por decirlo así) de avanzar con la consigna de “gobierno de les trabajadores”. Es, al mismo tiempo, una continuidad del “¡Macron andate!” pero también la formulación de la transición política.

Esa propaganda tiene que inscribirse en las movilizaciones y expresarse en confrontaciones unitarias (debates públicos, actos, etc.) que nos permitan, polemizando con las fuerzas de la izquierda radical, dirigirnos a las masas. Se trata de la batalla que damos dentro de la clase para conquistar la hegemonía frente a los reformistas.

François Sabado, dirigente de la LCR, escribía en 2005 citando las resoluciones de la Internacional Comunista6:

“El gobierno obrero puede surgir de la lucha de masas, pero también de una victoria electoral. Resulta de una crisis social y política generalizada cuando las instituciones del viejo aparato de Estado empiezan a descomponerse, pero todavía no están destruidas. [...] la consigna de gobierno obrero no es la consigna de combinaciones parlamentarias, es la consigna de un movimiento masivo del proletariado liberándose completamente de las combinaciones parlamentarias con la burguesía, oponiéndose directamente a la burguesía y contraponiendo la idea de su propio gobierno a todas las combinaciones parlamentarias burguesas”, precisan las resoluciones de la IC.

La realidad de la dinámica de ruptura de un gobierno se demostrará en su capacidad para hacerse cargo de las medidas esenciales del período enfrentando a la clase dominante para ponerlas en práctica: repudiar la deuda, aumentar los salarios, poner bajo control sectores del ámbito privado como los bancos y las grandes empresas, romper con la dinámica de rearme, posicionarse del lado de los pueblos que sufren ocupaciones, etc.

Porque el optimismo de la voluntad va junto con el pesimismo de la razón, nos preguntamos si esta cuestión está realmente en el orden del día… Pero poco importa, finalmente, porque en todos los casos es necesario tener presente la perspectiva global para responder a niveles de conciencia extremadamente heterogéneos.

Hay que, al mismo tiempo, proponer actividades inmediatas a quienes se comprometen por primera vez, plantear las bases de la coordinación del movimiento a les militantes sindicalistas que lo construyen conscientemente y, por último, avanzar en la perspectiva de un cambio de sociedad con la fracción más consciente, para ampliar la base de quienes quieren llegar hasta el final, es decir, hasta plantear la cuestión del poder.

La situación actual de la crisis del capitalismo pone en el orden del día preocupaciones similares a las de un período prerrevolucionario, y eso a pesar de la debilidad de nuestra clase en términos de organización y conciencia, y a causa de la urgencia social y ecológica.

Podemos retomar para nosotres lo que escribe León Trotsky en 1938 en el Programa de Transición:

“La tarea estratégica del próximo período —período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización— consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la no-madurez del proletariado y de su vanguardia (desconcierto y desaliento de la vieja generación, falta de experiencia de la joven). Hay que ayudar a las masas, en el proceso de sus luchas cotidianas, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Ese puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera, y conduciendo invariablemente a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por parte del proletariado»7.

La tarea es inmensa pero es apasionante, ¡y si todavía no llegamos a destino esta vez, lo volveremos a intentar!

14 de septiembre de 2025

Elsa Collonges