22/09: un día de esperanza, un día de lo posible

La huelga general representa un verdadero salto de calidad en la movilización, con la afirmación de un amplísimo movimiento de masas que lleva a las calles no solo a las fuerzas militantes, sino a un pueblo extraordinariamente más amplio. Los desafíos del futuro: dimensión de masas, organización desde abajo, radicalidad en los contenidos.

Una ola arrolladora, una rebelión política y moral contra un genocidio que continúa desde hace meses —en realidad, desde hace años—, contra todas las complicidades directas e indirectas que sostienen y garantizan este horror infinito. Pero también un levantamiento contra todas las dudas, los miedos y los conservadurismos burocráticos que han caracterizado a las fuerzas sindicales tradicionales y a la izquierda moderada.

Un verdadero salto de calidad en la movilización, con la afirmación de un amplísimo movimiento de masas que involucró y llevó a las calles no solo a las fuerzas militantes, sino a un pueblo extraordinariamente más amplio: un pueblo de personas “comunes” que entendió que no se podía seguir quieto, que aquel “nunca más” proclamado después del Holocausto debía reafirmarse con toda la fuerza posible, y más aún frente a un genocidio que no se esconde, sino que aparece todos los días, a plena vista, en la televisión.
La conciencia de que es necesario rechazar la “banalidad del mal” y el acostumbramiento al mismo con que los poderosos intentan adormecer a las ciudadanas, los ciudadanos y a pueblos enteros.

La huelga por Gaza

Las repetidas movilizaciones de los últimos meses en todo el territorio nacional y la iniciativa de solidaridad y apoyo de la Flotilla crearon las condiciones para que la fecha del 22 se convirtiera en el punto de referencia central, del cual incluso los medios tuvieron que hacerse eco, es decir, reconocer que ese era el día de la huelga por Gaza, una jornada a la que todos pudieran referirse.

Es una ola que abre una gran esperanza: que no todo está perdido, que es posible un gran movimiento de masas, que millones de personas rechacen la barbarie existente del capitalismo y del neocolonialismo.

Todo esto quizás sea posible porque quienes nunca habían marchado empezaron a hacerlo, y muchos otros volvieron a hacerlo: ayer, tal vez un millón de personas en Italia —muchos jóvenes, muchas mujeres, muchas trabajadoras y trabajadores, pero también muchos de cuarenta y más años, aquellos que conocieron los “años dorados” de las luchas de los ’70 y ’80— expresaron con claridad que es necesario y posible rechazar las políticas de los gobiernos y de las clases dominantes.

Se abre una etapa difícil, pero no imposible: la de fortalecer y ampliar este movimiento en los lugares de trabajo, en los barrios y en las ciudades; la de construir un movimiento cada vez más fuerte contra el rearme, contra las políticas insensatas que generan las condiciones de las guerras.

Será necesaria una gran capacidad de unidad y una fuerte voluntad política, porque las trampas, provocaciones y maniobras que las fuerzas de derecha, los gobiernos y las élites burguesas pondrán en marcha serán innumerables y vergonzosas, y habrá que comprenderlas, desactivarlas y superarlas una y otra vez.

Las plazas del movimiento

Si alguna vez tuvo sentido el lema “huelga general y generalizada”, lo que ocurrió ayer en Italia se le parece mucho. La consigna “bloqueemos todo”, lanzada por los estibadores de Génova tras la preparación de la Global Sumud Flotilla, fue puesta en práctica por cientos de miles de personas —estudiantes, trabajadoras, trabajadores, activistas, ciudadanas y ciudadanos indignados, organizaciones políticas, asociaciones, espacios sociales, etc.—, registrando una participación récord para este tipo de convocatoria: una huelga proclamada por un sindicato de base, la USB (y retomada por otros sindicatos de base), que no siempre había sabido expresar una vocación unitaria ni modos inclusivos, pero que supo comprender mejor que otros el estado de ánimo y los sentimientos, cada vez más fuertes, que atravesaban a las clases trabajadoras y a la ciudadanía, así como la necesidad de una fecha de movilización unitaria después de las numerosas manifestaciones dispersas de los últimos meses.

Así, la huelga fue reconocida por muchísimas personas —antes se habría dicho por la “excedencia”— como el único instrumento útil para incidir, o al menos intentarlo, en un contexto marcado por las prácticas genocidas del gobierno israelí, la complicidad descarada de los partidos de la derecha gobernante, y la reticencia —solo recientemente resquebrajada— de la CGIL y del centroizquierda a llamar las cosas por su nombre y a canalizar un sentimiento de indignación cada vez más agudo y extendido en amplios sectores de la sociedad, además de en los movimientos sociales tradicionalmente inclinados a este tipo de lucha.

Cabe destacar la participación de las escuelas —tanto de las y los estudiantes como, de manera masiva, de las y los docentes (muchas escuelas, en su conjunto, fueron a la huelga y salieron a la calle)—, un elemento más de esperanza hacia el futuro, justamente porque la escuela está siendo afectada no solo por el plan de empresarialización impulsado por la burguesía, sino también por el proyecto de involución reaccionaria, nacionalista y antidemocrática de las fuerzas de gobierno.

La dirección de la CGIL perdió la oportunidad histórica de convocar a una movilización general el mismo día ya fijado por otros, para potenciar al máximo el éxito de la huelga y de las movilizaciones en las plazas, como habían pedido en cambio los referentes de la izquierda sindical de Le Radici del sindacato.

Sus dirigentes argumentan que la CGIL es la única organización sindical en Europa que ha tomado posición contra el rearme europeo y que organizó una jornada de lucha (totalmente fragmentada) —lo cual dice mucho sobre el estado del sindicalismo europeo y también sobre las derrotas y el repliegue de amplios sectores de trabajadores—, pero sus decisiones muestran también que quienes dirigen la mayor organización de masas del país no tuvieron los instrumentos, la sensibilidad ni la voluntad para comprender lo que estaba ocurriendo en el país, o peor aún, que fueron frenados por el conservadurismo de los aparatos y por su relación con los otros dos sindicatos (sic...) y con el PD. Por suerte, muchísimas afiliadas y afiliados de la CGIL, así como delegadas y delegados, formaron una parte significativa de la movilización de masas.

Es difícil cuantificar cuántas personas participaron en las marchas: las movilizaciones involucraron al menos 80 localidades y, en todas las grandes ciudades —de Nápoles a Turín, de Génova a Florencia, de Bolonia a Palermo—, tuvieron dimensiones inusuales, fuera de lo común, muy por encima de las cifras vistas en las últimas décadas. Esto demuestra que hubo una “irrupción popular de ciudadanas y ciudadanos”, arrolladora y también conmovedora, que incluso desbordó a las y los propios organizadores. Por eso, las plazas de ayer fueron las plazas del movimiento de masas.

Tal vez se pueda hablar de un millón de personas en las calles. Puertos bloqueados para impedir el abastecimiento de armas, estaciones y transportes paralizados por las manifestaciones y las huelgas: muchas fueron las formas en que se expresó la voluntad de no permanecer en silencio, de hacer oír la voz del rechazo a la injusticia y a las masacres.

Más difícil es cuantificar el seguimiento de la huelga en los lugares de trabajo, aunque sin duda fue muy significativo en el transporte y en las escuelas.

En Roma, la manifestación tuvo dimensiones increíbles. Desde la mañana, a las 10:30, en Piazza dei Cinquecento, la gente empezó a llegar poco a poco o proveniente de uno de los cinco puntos de concentración. Tres horas más tarde, tras una negociación con la jefatura de policía, partió una marcha que se extendió por unos 10 kilómetros hasta las 17, cuando se alcanzó —y se ocupó— la Facultad de Letras, después de haber atravesado a pie la Tangenziale Est.

El tráfico de la capital colapsó por completo, pero por primera vez muchísimos automovilistas atrapados en los embotellamientos manifestaron simpatía y cercanía hacia las y los manifestantes (¡algunos incluso agitando una kefiah por la ventanilla!). Y esta “solidaridad” de los automovilistas bloqueados por las marchas y las ocupaciones de tramos de autopista fue una “novedad” presente en todo el país.

Las razones del éxito

Este éxito se debe a la combinación de varios elementos:

  • Consignas claras y comprensibles en su radicalidad: detener el genocidio, denunciar las complicidades políticas, militares, académicas y económicas, y apoyar a la Global Sumud Flotilla como portadora de un gesto concreto de solidaridad con la población de Gaza.
  • Las ganas de estar presentes, pero con gestos igualmente tangibles, como en Génova, donde fue palpable la recolección récord de alimentos para llevar a Gaza, para ser realmente la “tripulación en tierra” de la flotilla.
  • La conciencia de la extraordinaria gravedad de la situación, de la debilidad de la comunidad internacional y de la catástrofe del derecho humanitario.

A esto se suman, sin duda, otras razones que impulsaron a hacer huelga y a hacerlo en las calles, razones que corresponden a un sector menos amplio, pero igualmente consistente:

  • La convocatoria unitaria de las manifestaciones entre las redes de la diáspora palestina y el comité promotor de la flotilla. No cabe duda de que la USB, desde el comienzo de esta experiencia, estuvo siempre al lado de las organizaciones palestinas en Italia, mientras que otras siglas que habían tenido relaciones históricas con la OLP y la ANP se mostraron extremadamente tímidas frente a las presiones de la comunidad judía oficial y su apéndice político, la autodenominada “izquierda por Israel”.
  • La conciencia de que lo que ocurre en Gaza y en Cisjordania (pero también en Ucrania) repercute en las condiciones de vida y de trabajo de todas y todos, debido al giro hacia el rearme por parte de la UE. Este vínculo aún no ha sido plenamente asumido por los sectores populares y las trabajadoras y trabajadores, pero es cada vez más visible y lo será aún más con la aprobación de la próxima ley económica.

Sin duda, la galaxia política, sindical, social y estudiantil que gira en torno a la USB y a los demás sindicatos de base fue un motor fundamental, y consideramos positiva la adhesión de la izquierda radical al éxito de la generalización de la huelga, incluyendo a muchísimos afiliados y afiliadas de la CGIL y a representantes sindicales en los lugares de trabajo, en abierta polémica con la manera en que Corso Italia (la sede de la CGIL) gestionó la situación —la convocatoria apresurada de una huelga apenas 72 horas antes que sus competidores, como si un liderazgo político y organizativo no debiera basarse en la coherencia de las decisiones y de las iniciativas concretas.

Por primera vez, una convocatoria de los sindicatos de base registra un éxito superior al de su equivalente confederal (tal vez solo la gran huelga del sector educativo del año 2000 constituye un precedente), justamente porque fue desbordada y asumida por un “conjunto” de pueblo y de trabajadores mucho más amplio.

Los desafíos del futuro: dimensión de masas, organización desde abajo, radicalidad en los contenidos

Las mareas humanas que atravesaron las grandes metrópolis y las pequeñas ciudades permiten mirar hacia las próximas movilizaciones como una nueva etapa de crecimiento y expansión del movimiento de masas: comenzando por la manifestación nacional del 4 de octubre, luego por la tradicional Perugia–Asís —que ya estaba convocada y ahora estará aún más llamada a superar sus límites tradicionales y rutinarios—, y después por las siguientes manifestaciones ya previstas por la CGIL. En todas ellas, los y las protagonistas estarán llamados a trabajar para mantener, e incluso multiplicar, la participación de todos los sectores de la clase trabajadora —los más o menos estables y los totalmente precarios— y, al mismo tiempo, elevar el grado de conciencia, combatividad y concreción expresado en la consigna “bloqueemos todo”.

Será necesario también tener la capacidad de manejar las provocaciones y las decisiones del adversario de clase, del gobierno y de las fuerzas que, en nombre de estos, gestionan el orden público.

Gracias a la capacidad de conducción de los organizadores que, en Roma, supieron gestionar bastante bien la situación —entre otras cosas, invitando a la policía a no aumentar la tensión, por ejemplo evitando ponerse los cascos cuando la marcha invadió la autopista de circunvalación—.

No puede decirse lo mismo de lo ocurrido en Milán, donde la represión fue durísima y dejará secuelas en el año político de algunos de esos sectores, pero también en el resto del movimiento. El nivel de represión que el gobierno decida aplicar tendrá un papel importante en la continuación de las movilizaciones. El ddl Sicurezza (proyecto de ley de seguridad) fue elaborado con el objetivo preciso de neutralizar la posibilidad de ejercer el conflicto. Guerra y represión son las dos caras de una misma moneda.

La fuerza del movimiento de masas y su capacidad de dirección política pueden y deben garantizar que el movimiento se consolide y se organice en los lugares de trabajo —capacidad decisiva para el futuro y para modificar de manera duradera la relación de fuerzas entre las clases, y que a su vez presupone la unidad de acción de las fuerzas sindicales— y, al mismo tiempo, en los barrios y en las ciudades, para enfrentar las ofensivas y contraofensivas de las derechas y del poder capitalista.

También porque el objetivo final es construir la dimensión internacional del apoyo al pueblo palestino y de un movimiento contra el rearme, es decir, la construcción de una huelga general europea.

Roma, 23 de septiembre de 2025

Traducido del Italiano por Fourth.International, publicado inicialmente por Sinistra Anticapitalista.

Sinistra anticapitalista