La contribución de Livio Maitan a la historia de la IV Internacional representa tanto un testimonio vivo como la transmisión de un legado.
En realidad, fue uno de los últimos en poder hacerlo, uno de los últimos mohicanos de una generación que, a contracorriente de la euforia circundante y de la gloriosa leyenda de Stalingrado, descubrió al final de la guerra los crímenes de Stalin sin esperar a las revelaciones del informe Jruschov, el Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn o la macabra contabilidad del Libro Negro del Comunismo. No fueron muchos los que se atrevieron a dejar de lado la historia. Tal vez, para no ceder a la irracionalidad de la época, era necesario cierto heroísmo de la razón, así como un deseo feroz de comprender lo incomprensible, de descifrar los jeroglíficos de la historia, de desentrañar el entramado de causas y efectos.
El libro de Livio da testimonio de estos esfuerzos, perseguidos con perseverancia durante más de cinco décadas. Hace justicia, sin sentimentalismos innecesarios, a este puñado de hombres y mujeres inflexibles que se negaron a elegir un bando, según la retórica binaria demasiado simple de quien no está conmigo está contra mí, y que lucharon en dos frentes, contra el enemigo principal (la dictadura imperial del capital) y un enemigo considerado secundario, pero no menos temible (el despotismo burocrático).
Cuántas burlas y ridículos tuvieron que soportar estos militantes, a menudo expuestos a la doble represión del enemigo declarado, por un lado, y, lo que era moralmente aún más inaceptable, de aquellos que deberían haber sido sus compañeros de armas. Hizo falta toda su convicción y rectitud para salvar a las víctimas de las purgas y los juicios de la gran mentira histórica: Andreu Nin, asesinado en las bodegas de Alcalá de Henares, Ignace Reiss, Rudolf Klement, Tạ Thu Thâu, Christian Rakovsky, León Trostsky y tantos otros desconocidos, todos eliminados por sus asesinos. En la medianoche del siglo, una nueva moral política llamaba a la puerta de la nueva era, que recordaba en muchos aspectos al Renacimiento, "superándolo en la extensión y el refinamiento de sus crueldades y bestialidades: (...) Ninguna época ha sido tan cínica, tan implacable, tan cruel como la nuestra". Cuando escribió estas líneas en la introducción a su obra inacabada, Stalin, Trotsky no podía conocer el genocidio de las cámaras de gas ni el exterminio nuclear de Hiroshima. Pero ya había experimentado la gran fábrica de mentiras en que se había convertido el régimen burocrático del Kremlin.
En los juicios estalinistas, "sólo los trotskistas no confesaron", según el homenaje que les rindió el líder de la Orquesta Roja, Leopold Trepper, en sus memorias. No es una cuestión, o al menos no predominante, de psicología o de fortaleza, sino de convicción y de comprensión de lo que estaba en juego, lo único que permitió no perder la cabeza y evitar la locura de la época crepuscular. ¿Cómo no ceder a la decepción, a la desilusión, al resentimiento o a la indiferencia resignada? La decepción es una nimiedad, decía David Rousset, superviviente de los campos nazis y lúcido analista del universo de los campos de concentración, "más bien hay que comprender". Los decepcionados, las víctimas del resentimiento, los desilusionados no explican nada, porque avalan lo contrario de lo que antes apoyaban con la "misma autoridad imperturbable". ¡Cuántos viejos estalinistas arrepentidos, cuántos viejos maoístas desilusionados, cuántos fanáticos convertidos y creyentes desilusionados han confirmado tan bien este diagnóstico!
Y, precisamente, era importante saber resistir a estas capitulaciones y reconversiones espectaculares: "El engaño es un lujo que no podemos permitirnos. El dilema es simple pero imperativo. Dejar que el azar decida o comprender y actuar. Si la historia no sigue el curso que esperábamos, no es culpa del diablo". Al escribir estas líneas, David Rousset se mantuvo, a pesar de sus errores, fiel a cierto espíritu del trotskismo de su juventud. Sus comentarios podrían colocarse como epígrafe del libro de Livio Maitán. Comprender, ¡por encima de todo! Comprender por qué la Segunda Guerra Mundial no terminó con el derrocamiento de la burocracia soviética y una nueva oleada revolucionaria, para comprender la nueva dinámica de un capitalismo que en su día agonizaba. Comprender las contradicciones de las sociedades que emergieron de estas convulsiones, sus nuevas formas, ya fueran las revoluciones yugoslava o china o la formación del telón de acero en Europa del Este. Comprender las primeras revueltas antiburocráticas en Berlín Este en 1953, en Budapest en 1956, descifrar los enigmas de la Revolución Cultural china, siempre que se trate de una "comprensión para actuar", aunque sea de forma limitada, con pocos medios, para mantener el frágil vínculo, tensado hasta los límites de la ruptura, entre teoría y praxis.
Los biempensantes han ironizado mucho sobre estos trotskistas, especialistas en escindir, y sobre sus numerosas escisiones. En efecto, cuando la superficie de la experiencia se encoge, cuando el contacto con las masas se debilita, existe una tendencia perniciosa a exagerar las divergencias teóricas, a sacar conclusiones rápidas, a dramatizar diferencias que en el fondo son ridículas y pasajeras. Es el precio de una desproporción trágica entre el lirismo de las ideas y los límites prosaicos de la realidad. Esta dinámica puede ser aún más destructiva cuando uno está convencido de que "la crisis de la humanidad es la de su dirección revolucionaria" y pretende resolverla: una misión redentora, de una responsabilidad abrumadora, que empuja a estar cerca de la historia y que puede conducir a la megalomanía patológica.
Livio tenía demasiado humor y autoironía para ceder a esto. Recorriendo las páginas de su relato de los congresos de la IV Internacional, salpicados de divisiones y reconciliaciones, consultando documentos amarilleados por el tiempo, queda claro que las polémicas, tanto más teatrales cuanto que tenían lugar ante salas vacías (es decir, ante la indiferencia de las masas), se referían ni más ni menos que a las cuestiones cruciales de la época: El significado del estalinismo y el papel global de la Unión Soviética, la dinámica de las luchas de liberación y de la revolución colonial, el lugar de China en el mundo, el análisis de las revoluciones argelina y cubana, las transformaciones de las clases sociales en el capitalismo tardío, etc.
Repasando estos cincuenta años de lucha, la mayor parte del tiempo a contracorriente, Maitan no pretende escribir la historia de la Cuarta Internacional. Corresponderá a los historiadores hacerlo, con la valiosa contribución que él ha aportado, incluso con su asumida cuota de subjetividad. Así, la visión que proyecta sobre las controversias relativas a la lucha armada en América Latina puede parecernos incompleta y parcial a muchos de nosotros. Esto puede discutirse, pero no puede echársele en cara, ya que se trata de un libro partidista, no por encima, sino en plena refriega. El manuscrito se interrumpió bruscamente en 1995 con las actas del XIII Congreso de la IV Internacional y las notas de trabajo relativas a la desaparición de Ernest Mandel. Esta interrupción y esta desaparición tienen un valor simbólico. Era una época y una generación que llegaba a su fin con el último capítulo sobre el "nuevo orden mundial". Livio Maitan fue de hecho, con Mandel y su mentor Pierre Frank, una de las personas que transmitieron este legado.
Pero como dijo con fuerza y claridad el difunto Jacques Derrida, "la herencia no es un bien, una riqueza que se recibe y se deposita en un banco", es "una afirmación activa", no una propiedad, sino un devenir que vuelve a empezar continuamente y sin pausa.
Para concluir, unas palabras personales de despedida y afecto para Livio. Le conocí en 1967, cuando la experiencia italiana de La Sinistra era un modelo para nosotros (discutible, en retrospectiva). Le recuerdo en nuestras reuniones diarias en la oficina de la Internacional y en los locales de Inprecor a lo largo de los años ochenta, irritado por la cháchara inútil y por las reuniones que empezaban tarde, y despierto tras una breve y sacrosanta siesta con el ceño beligerante y la mirada más viva que nunca. No cabe duda, sin embargo, de que sufría una especie de exilio y soledad, aunque, a sus sesenta años, continuara con sus escapadas dominicales para jugar al fútbol con sus camaradas rojos, mucho más jóvenes. Todavía en 2002, con ocasión del segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre, cuando los camaradas brasileños le rindieron un emotivo homenaje, chispeaba de picardía y buen humor. Era como si, a pesar de las numerosas heridas y cicatrices, testimonios de una larga vida militante más llena de noches de derrota que de mañanas victoriosas, y de la frustración de haber asumido tareas oscuras e ingratas sin el consuelo de la notoriedad, este joven y pugnaz anciano nunca hubiera tenido una arruga en la cara.
Daniel Bensaïd
París 2006
Prefacio en Livio Maitan Per una storia della IV Internazionale - la testimonianza di un communista controcorrente Edizioni Alegre, Roma 2006.
Traducción por Viento Sur de la edición francesa Pour une histoire de la Quatrième Internationale - itinéraire d'un communiste critique, Editions La Brèche - IIRE, Paris 2020.