El cerco y masacre en curso contra los palestinos en Gaza, ejecutado por el estado israelí con el apoyo abierto de Estados Unidos y el silencio cómplice de las demás potencias imperialistas occidentales, se suma a la guerra de Putin contra Ucrania para comprobar la inestabilidad y brutal violencia que caracterizan el nuevo escenario geopolítico global. La multiplicación de las guerras y la agudización de tensiones entre estados e intraestados constituyen tan solo uno de los indicadores del nuevo periodo histórico marcado por la convergencia de diversas crisis, iniciado con el colapso financiero de 2008.
El texto presente no es un esfuerzo personal sino el resultado hasta el momento de los debates que hemos mantenido en los últimos meses entre los miembros del Comité Internacional de la IV Internacional. Constatamos una situación de internacionalización sin precedentes de las grandes cuestiones a las que se enfrenta la humanidad. La crisis del capitalismo ha adquirido una nueva cualidad desde el crack de 2008 y la recesión que le siguió inmediatamente, y más aún con la pandemia del Covid. La crisis capitalista se ha vuelto claramente multidimensional. Hay una convergencia entre la crisis ambiental – que ya produce desde hace algunos años fenómenos climáticos cada vez más extremos, entre los cuales se destacan las olas de calor excesivo recientes – con la fase de estancamiento económico duradero, con la intensificación de la disputa por la hegemonía en el sistema interestatal entre Estados Unidos y China, con los avances del autoritarismo y del neofascismo, con la resistencia de los pueblos y de los trabajadores y la multiplicación de las guerra en el mundo (como las que se libran en Palestina y Ucrania, Palestina, Sudán, República Democrática del Congo y Myamar).
Esa articulación muestra que hemos entrado en un nuevo momento de la historia del capitalismo. Un período cualitativamente diferente del que hemos vivido desde la instauración de la globalización neoliberal a finales de los años 80, y particularmente más conflictivo desde el punto de vista de la lucha de clases que el que se abrió con el derrumbe de la Unión Soviética y de los regímenes burocráticos de Europa del Este. Como decíamos en marzo de 2021, "la pandemia agrava la crisis multidimensional del sistema capitalista y abre un momento de imbricación de fenómenos de larga data que se venían desarrollando de manera relativamente autónoma y que, con la pandemia, convergen explosivamente: (...) Son procesos que se manifiestan e interactúan entre sí, modificando el orden mundial heredado de los años 90 con el fin del bloque de Europa del Este, la implosión de la URSS y la restauración capitalista tanto en esa parte del mundo como en China."
El telón de fondo y punto de encuentro de todas las caras de esta crisis multidimensional es la crisis ecológica provocada por dos siglos de acumulación capitalista depredadora. La escalada de la crisis climática y ambiental está golpeando duramente a la humanidad y a la vida en el planeta: el clima se vuelve loco, se pierde biodiversidad, hay contaminación, polución y pandemia. La economía corporativa globalizada, basada en la quema de combustibles fósiles y el aumento del consumo de carne y alimentos ultraprocesados, está produciendo rápidamente un clima que reducirá los límites dentro de los cuales la humanidad puede vivir en el planeta. El deshielo de los polos y los glaciares está acelerando la subida de los mares y la crisis del agua. La agroindustria, la minería y la extracción de hidrocarburos avanzan (no sin resistencia) sobre los bosques tropicales, esenciales para mantener los sistemas climáticos y la biodiversidad del planeta. Los efectos de la crisis climática seguirán manifestándose violentamente, destruyendo infraestructuras, sistemas agrícolas, modos de vida y produciendo gigantescos desplazamientos humanos. Nada de esto sucederá sin un salto en los conflictos sociales.
¿Esta situación tiene precedentes? Este es un debate colateral pero muy caliente entre historiadores. Por supuesto que lo más parecido a lo que vivimos hoy es la convergencia de crisis del inicio del siglo 20, la que resultó en la “era de la catástrofe” de Hobsbawn (1914-1946), con dos sangrentas guerras mundiales de por medio. Hay por lo menos dos diferencias muy grandes: primero, tenemos hoy la crisis ecológica. El sistema ha desarrollado las condiciones para una completa transformación regresiva en la vida de la humanidad y de todas las formas de vida. La segunda, pero no menos crucial, es que las transformaciones aceleradas se producen en conjunto con la persistencia de un elemento del periodo anterior: la carencia de una alternativa al capitalismo que resulte creíble para las masas, la ausencia de una fuerza o conjunto de fuerzas anticapitalistas capaces de liderar revoluciones económicas y sociales..
No es que no hayan luchas y resistencias, por el contrario. Hemos tenido en este siglo por lo menos tre olas de luchas democráticas y antineoliberales (inicio del siglo, la del 2011 y la del 2019-2020), de las cuales formaran parte un renovado movimiento de mujeres y el movimiento antirracista surgido en Estados Unidos. Sin embargo, estas grandes luchas se han enfrentado, en el ámbito objetivo, no solamente al capitalismo neoliberal y sus gobiernos sino también con los dilemas de reorganización estructural del mundo del trabajo – la clase obrera industrial ha perdido peso social en gran parte del Occidente; sectores oprimidos, juventudes y nuevas franjas de trabajadores precarizados todavía no se organizan de una forma permanente, y en general tienen dificultades para unificarse con el movimiento sindical.
Esto va acompañado de una regresión en las conciencias de los oprimidos y explotados, afectados por las reconfiguraciones geográficas, tecnológicas, estructurales y por el hiperindividualismo neoliberal. A esto se suman los trágicos balances de experiencias de izquierda como han sido Syriza y Podemos, y la tremenda fragmentación de la izquierda socialista para dar lugar a un cuadro en el cual las luchas son más difíciles y sus saldos en concientización y organización política más escasos.
Cómo las muchas crisis se potencian
Caracterizar a la crisis capitalista como multidimensional significa que no es una simple suma de crisis, sino una combinación dialécticamente articulada, en la que cada esfera impacta en la otra y es impactada por las demás. En cuanto a la relación entre lo económico-social y lo ecológico, los países imperialistas centrales de Occidente y Oriente (al menos desde el punto de vista de una parte no suicida de las burguesías centrales) tienen el dificilísimo reto de implementar una transición energética que minimice los efectos del cambio climático en un momento en que se agudiza la tendencia a acelerar la caída de la tasa de ganancia. El vínculo entre la guerra en Ucrania (antes que explotara el conflicto en Palestina) y el estancamiento económico ha empeorado la crítica situación alimentaria de los más pobres del planeta, con más de 250 millones de personas con hambre que hace diez años (2014-2023). El flujo de desplazados por las guerras, el cambio climático, la crisis alimentaria y la extensión de los regímenes represivos es cada vez mayor, sobre todo entre los países del Sur, aunque los medios de comunicación dan más protagonismo a los desplazamientos forzosos Sur-Norte.
Las desastrosas perspectivas en los ámbitos ambiental y económico, desde al menos 2016, han jugado sin duda un papel importante a la hora de empujar a parte de las fracciones burguesas de diferentes países a desprenderse del proyecto de democracias formales como la mejor forma de implementar los preceptos neoliberales. Sectores cada vez más significativos de las burguesías adoptan alternativas autoritarias dentro de las democracias liberales, lo que resulta en el fortalecimiento de movimientos fundamentalistas de derecha y gobiernos de extrema derecha (como los liderados por Trump, Modi y Bolsonaro), así como en la consolidación de vínculos entre los partidarios de estas fuerzas a nivel internacional.
La expansión de una sociabilidad neoliberal hiperindividualista, combinada con el uso que la derecha hace de las redes sociales y posiblemente ahora de la IA, fomenta aún más la despolitización, la fragmentación de clases y el conservadurismo. Las tecnologías digitales también ayudan a profundizar la subordinación-clientalización del campesinado mediano y pequeño, considerados como los principales productores de alimentos del mundo, o incluso la reducción masiva de estos campesinados. Por otro lado, el neoliberalismo, al seguir atacando violentamente lo que queda de los estados de bienestar, imponiendo la superexplotación de los trabajadores industriales y de servicios y particularmente del trabajo de cuidado y reproducción social, arroja a las mujeres, particularmente a las trabajadoras, al dilema entre sobrevivir (mal) o luchar.
El sistema está atacando brutalmente los servicios de bienestar que había creado anteriormente mediante planes de austeridad. O bien deshaciéndose por completo de dichos servicios o bien, en los casos en que se pueden obtener beneficios, cediéndolos al sector privado.El neoliberalismo mantiene a las mujeres en la fuerza laboral formal (en el Norte) o en formas menos estructuradas y más informales (en el Sur Global), reduciendo aún más los salarios e ingresos de quienes "trabajan fuera" o prestan servicios, al tiempo que carga al conjunto de las mujeres trabajadoras con las tareas de cuidar a los niños, los ancianos, los enfermos, los diferentes; el trabajo que cubría antes el Estado del Bienestar cuando estaba vigente. Con las redes de reproducción social en crisis, más en los países neocoloniales que en las metrópolis, la sociedad neoliberal "domestifica" (vuelve a hacer domésticas) y racializa (entrega a no blancos, negros, mujeres indígenas, inmigrantes) las tareas de cuidado, pero no se responsabiliza de la reproducción social en su conjunto.
Desde una perspectiva geoeconómica de conjunto, el actual capitalismo neoliberal y su sistema interestatal introducen a los dispositivos digitales y los algoritmos como nuevas fuerzas productivas, dando lugar a la aparición de plataformas digitales, así como a nuevas formas de relaciones sociales de producción, como la uberización, y diversas relaciones sociales mediadas exclusivamente por el mercado. Al mismo tiempo, el centro de gravedad de la acumulación mundial de capital se ha desplazado en el siglo XXI del Atlántico Norte (Europa-Estados Unidos) al Pacífico (Estados Unidos, especialmente Silicon Valley, y el Este y Sudeste Asiático). No sólo China es decisiva, sino toda la región, desde Japón y Corea hasta Australia e India.
En el frente político, el gran enemigo
Nuevas extremas derechas, en varias versiones, avanzan en Europa, donde pueden conquistar el gobierno de Francia, y América Latina, donde recientemente conquistaron la Casa Rosada (Argentina), después del golpe de Dima Boluarte en Perú, el 2022, y en Estados Unidos, donde Trump puede volver a la Casa Blanca. Son amenazas reales en Asia, donde gobierna Bongbong Marcos, hijo del dictador Ferdinand Marcos (Filipinas) y el hinduísta xenófobo antimusulmán Narendra Modi en India. En esta crisis política de larga duración, el descontento ha golpeado duramente no sólo a la derecha "tradicional" o más cosmopolita (en el sentido de neoliberal “progresista’, como dice Nancy Fraser), como en Estados Unidos, Italia, India (Partido del Congreso) y Filipinas, sino también a las socialdemocracias y a los "progresismos" que han coadministrado los estados neoliberales de las últimas décadas; recuérdese las victorias de Duterte en 2016 contra una coalición de centroderecha y de Bolsonaro contra el PT el 2018, además de la reciente derrota del peronismo y el crecimento de Vox en el estado español.
Desde 2008, y más marcadamente desde el Brexit y la victoria de Trump en 2016, movimientos y partidos de extrema derecha se han fortalecido y multiplicado desde dentro de los sistemas políticos por medio de sucesivas victorias electorales. Se presentan como contrasistémicos, aunque sean neoliberales a ultranza, conservadores en sus costumbres, nacionalistas, xenófobos, racistas, misóginos antifeministas, enemigos de los derechos de las personas LGBTQIA+, transfóbicos e inspirados o respaldados de manera significativa por el fundamentalismo religioso, principalmente de tipo cristiano neopentecostal en Latinoamérica y Estados Unidos, así como hinduista en India. A diferencia de los fascismos de hace cien años, difunden el negacionismo de la ciencia en la comprensión del cambio climático – porque necesitan negar la realidad trágica para presentar alguna esperanza – y, al negar incluso el peligro de las pandemias, no se importan con el l cuidado colectivo de las poblaciones frente a ellas.
El auge de esta constelación de neo o posfascismos es ante todo el resultado de por lo menos dos décadas de crisis de las democracias neoliberales y de sus instituciones. Estos regímenes, en ocidente de corte ultraneoliberal, han sido responsables – y así son vistos por los pueblos –, por el aumento de las desigualdades, empobrecimiento, corrupción, violencia y falta de perspectivas para la juventud. Se han probado incapaces de responder satisfactoriamente a las aspiraciones de los pueblos y de los trabajadores. Así que la raíz profunda de la nueva extrema derecha es la desesperación de los sectores sociales empobrecidos ante el agravamiento de la crisis, la desintegración de los tejidos sociales impuesta por el neoliberalismo – en la cual crecen los fundamentalismos religiosos –, combinadas con los fracasos de las "alternativas" representadas por el social liberalismo y el "progresismo".
Como resultado, han surgido y crecido fracciones de la burguesía en todo el mundo que apoyan el neofascismo como solución político-ideológica capaz de cerrar regímenes, controlar con puño de hierro los movimientos de masas, imponer ajustes brutales y desposesiones para recuperar la tasa de ganancia. El ejemplo más notable de esta división es la polarización entre el trumpismo (que ha tomado por asalto al Partido Republicano) y, por otro lado, el Partido Demócrata en Estados Unidos.
Paralela y combinadamente, ganan fuerza las teocracias asesinas y verdaderos califatos en Oriente Medio, las dictaduras en Asia Central, el autoritarismooligárquico-imperial de Putin en Rusia, mientras el Partido Comunista Chino bajo Xi Jing Ping está expandiendo la represión. Esta combinación configura una amenaza histórica a las libertades civiles y conquistas democráticas en todo el mundo, entre las cuales los revolucionarios, sin bajar nuestras críticas a los límites de las democracias burguesas formales, valorizamos en especial el derecho a la organización y a la lucha de los explotados y oprimidos. En este contexto desfavorable a los de abajo, aquellos que, desde una supuesta izquierda nostálgica del estalinismo, defienden a Putin y al modelo chino o a Maduro y Ortega como alternativas al sistema imperial, colaboran para el debilitamiento y usurpación de aquellas libertades, configurando un obstáculo más a la lucha por la democracia real, es decir, socialista.
La crisis económica y social
Todavía vivimos bajo el impacto de la gran crisis financiera de 2008, que abrió una nueva Gran Depresión (según la definición de Michael Roberts), como la de los años 1873- 90 y la de 1929-1933. Para la mayoría de los analistas de izquierda, asistimos a una crisis de la globalización neoliberal. En primer lugar, porque este modo de funcionamiento capitalista ya no es capaz, como antes, de garantizar el crecimiento y las tasas de ganancia como a finales de los años ochenta y noventa. En segundo lugar, porque la polarización geopolítica, agravada por la invasión de Ucrania, por el avance de los nacionalismos y ahora con la masacre de Israel contra Gaza, está sacudiendo las cadenas de valor superinternacionalizadas (mencionemos la cadena energética Europa-Rusia y la producción mundial de chips, blanco de la furia estadounidense para impedir el liderazgo chino en telecomunicaciones e inteligencia artificial). Con la pandemia de Covid, luego la invasión rusa de Ucrania y sus consecuencias, además de la agudización de la rivalidad entre Estados Unidos y China, se rediseñan las ya sacudidas cadenas de producción mundiales. Sin embargo, ninguna de estas dificultades impide a los gobiernos imperialistas neoliberales y a sus subordinados seguir adelante con sus ajustes y feroces ataques a los salarios, los presupuestos sociales y la mercantilización de la agricultura.
A pesar del crecimiento débil después de 2008, la economía neoliberal regatea su propia crisis huyendo hacia adelante, a través de la continua concentración del capital, la financiarización, el endeudamiento público y privado, la digitalización; que aporta cada vez más poder a las grandes empresas transnacionales en general y a las Big Tech en particular. La combinación del estancamiento en el Occidente, aumento de la inflación (agravado por guerra en Ucrania) y la continuidad de las políticas neoliberales no hace sino exacerbar las desigualdades sociales, regionales, raciales y de género entre los países y dentro de ellos.
La recuperación de los intercambios económicos internacionales y la gran oferta de crédito para favorecer la reanudación de las actividades tras la pandemia de Covid han creado un aumento repentino de la demanda, una especulación con la energía y las materias primas y un nivel de inflación desconocido desde hace décadas, situación agravada en todos los sentidos por el impacto económico de las guerras en las cadenas globalizadas de producción y distribución.
El fuerte aumento de la inflación se está viendo exacerbado por una espiralización producto de mayores márgenes de beneficio, y no producto de aumentos en los salarios, contrariamente a lo que afirman los responsables del BCE y de la FED en particular. La FED, el BCE y otros bancos centrales han estado aumentando los tipos de interés, con el riesgo de una recesión mundial, además de afectar a sistemas financieros menos regulados como los de EE.UU. y Suiza. La búsqueda desenfrenada de protección frente a la crisis (o mantenimiento de beneficios) fomenta la especulación financiera y amenaza permanentemente al sistema con la oleada de quiebras de 2008 que ha afectado no sólo a los bancos sino también a grandes corporaciones industriales como General Motors, Ford, General Electrics, o grandes corporaciones inmobiliarias. Además de su carácter recesivo – que hace tambalear el nivel de vida de las masas trabajadoras –, la subida de los tipos de interés hace crecer las deudas soberanas y privadas, creando las condiciones para nuevas crisis de impago regionales o incluso mundiales.
Orden geopolítico en reconfiguración
El "caos geopolítico" del que hablábamos hace unos años se agrava, mientras da lugar a lo que el economista marxista Claudio Katz llama “crisis del sistema imperial”, es decir, un debilitamiento de la potencia hegemónica acompañado de la afirmación de nuevos imperialismos, como el chino y el ruso. Es una reconfiguración en marcha en un contexto global de inmensa inestabilidad, sin nada consolidado, por lo que cualquier afirmación categórica hoy es una apuesta solamente por una hipótesis. De todos modos, ya no existe la unipolaridad del bloque bajo liderazgo de Estados Unidos.
Los hechos demuestran que con el fortalecimiento del gigante asiático en las esferas económica, tecnológica y militar, estamos viviendo, como mínimo, una disputa interimperialista basada en la rivalidad entre el viejo sistema imperial – el bloque estadunidense con los imperialismos europeos, la provincia canadiense, Japón, Corea del Sur, Australia – y el bloque que se está construyendo en torno a China. El bloque chino, en expansión y a la ofensiva, incluye a Rusia (a pesar de sus intereses particulares y contradicciones con Pekín), Corea del Norte, muchas repúblicas de Asia Central, nuevos amigos entre los califatos de Oriente Próximo (Arabia Saudí, Qatar, Bahréin, Irán) e intenta convertir a los BRICS en una alianza contra los imperialismos occidentales.
La naturaleza del "gran salto" chino de los últimos 30 años fue capitalista. Heredero de una gran revolución social y de un giro hacia la restauración a partir de los años 80, esencial para el rediseño neoliberal del mundo (llevado a cabo en asociación con EEUU y sus aliados), el imperialismo chino tiene características peculiares, como todos los imperialismos. Su base es un capitalismo estatista planificado y centralizado en el PCCh y las Fuerzas Armadas chinas, con políticas abiertamente desarrollistas (en ese sentido, muy parecidas a las de los Tigres Asiáticos de primera generación, como Taiwán y Corea del Sur) donde muchas grandes corporaciones que son empresas conjuntas entre empresas estatales o controladas por el Estado y empresas privadas.
El imperialismo chino está todavía, por supuesto, en construcción, pero muy avanzado. En los últimos 10 años China ha dado un salto en la exportación de capitales y se ha convertido en el país que más patentes solicita y registra en el mundo. En los últimos dos años, China se ha convirtido en exportadora neta de capitales (exporta más capitales de los que importa), con grandes participaciones en empresas energéticas, mineras y de infraestructuras en países neocoloniales (Sudeste Asiático y Asia Central, África y América Latina). Ha estado invirtiendo cada vez más en armamento y cruzando con vehemencia la línea – Taiwán y el Mar del Sur – que los rivales y estados más débiles no deben traspasar. Todavía no ha invadido ni colonizado "otro país" en modelo europeo o estadounidense, aunque su política hacia el Tibet y Xijiang (y con los pequeños territorios históricamente en disputa con India y Butón), sea esencialmente imperialista y colonialista.
La Rusia de hoy, por su parte, es el Estado resultante de la gran destrucción de los cimientos de lo que fue la Unión Soviética, y de la restauración caótica y no centralizada que tuvo lugar en ella, a partir de la toma de control de viejos y nuevos negocios por burócratas convertidos en oligarcas. Putin y su grupo, que proviene de los sectores de los antiguos servicios de espionaje y represión, idearon a principios de siglo el proyecto de recentralizar el capitalismo ruso, utilizando las relaciones bonapartistas entre oligarcas y una versión del siglo XXI de la vieja ideología nacional-imperialista de la Gran Rusia, transformada en el principal instrumento para reafirmar el capitalismo ruso en la competencia imperialista y para aumentar cualitativamente la represión de los pueblos de la Federación, incluido el pueblo ruso.
Es en este nuevo panorama en el que debemos entender la invasión rusa de Ucrania, la guerra que dura ya casi dos años, además de la ofensiva Israel-EEUU contra Gaza. La guerra en Ucrania podría prolongarse aún mucho tiempo, sin que uno de los lados prevaleciera sobre el otro, si no fueran los intereses mucho más grandes de Estados Unidos, en el último mes, en garantizar con ayuda militar y financiera la masacre palestina que a la guerra defensiva del gobierno y pueblo ucranianos por su autodeterminación. Estados Unidos está a la ofensiva con Israel en Palestina, su bloque sigue activo en el teatro de operaciones de Europa del Este, mientras se prepara para la posibilidad de conflictos en Asia (Taiwán, Mar de China) y Oceanía. Con China en problemas económicos, Putin fortalecido por el momento y el régimen estadounidense en grave crisis – con la posibilidad del regreso de Trump a la Casa Blanca –, el escenario para el sistema interestatal capitalista es de crecientes conflictos, tensiones e igualmente grandes incertidumbres para las trabajadoras y los pueblos.
Este nuevo (des)orden imperialista no solo ha dado lugar a conflictos en Ucrania y Palestina. Estamos siendo testigos de la proliferación de situaciones de guerra en todo el mundo, como las que se desarrollan en Siria, Yemen, Sudán y el conflicto en la parte oriental de la República Democrática del Congo. Además, se observan guerras civiles evidentes o encubiertas, como el caso de la guerra civil en Myanmar, como ejemplo de las primeras, y la lucha constante de los estados latinoamericanos contra organizaciones criminales, y a su vez, de estas contra las poblaciones, como se evidencia en México y Brasil. Esta situación conflictiva avanza en la geoeconomía y la geopolítica de África, donde Rusia compite económica y militarmente con Francia y Estados Unidos, en particular en las ex colonias francófonas de África Occidental. Por su parte, China sigue intentando aumentar su influencia económica en todas las partes del continente africano. El nuevo desorden amenaza con más conflictos interimperialistas y la reanudación de la carrera nuclear, haciendo que el mundo sea más inestable, más violento y más peligroso.
La aparición de rivales no quita a EEUU su naturaleza de país más rico y poderoso militarmente, con la burguesía más convencida de su "misión histórica" de dominar el planeta a cualquier precio, y por tanto de hacer la guerra en favor de la continuidad de su hegemonía. La cuestión es que, si bien Estados Unidos es imbatible en el aspecto militar, tiene un grave problema: una hegemonía imperialista (como todas las hegemonías) sólo puede sostenerse si convence también a sus aliados y a su público interno. El Tío Sam es quien efectivamente tiene la última palabra en la todavía hegemónica "colectividad" imperialista occidental, pero tiene problemas muy serios que no existían en el periodo anterior: su élite empresarial y política está dividida como nunca sobre el proyecto de dominación interna (una sociedad y un régimen democrático burgués en abierta crisis desde que el Tea Party y Trump se hicieron con el Partido Republicano) y se ve obligada a afrontar el embrollo de deshacer parte de las cadenas de valor que han ligado profundamente la economía estadounidense a China en los últimos 40 años.
El lugar de la guerra en Ucrania
La invasión de Ucrania por el ejército de Putin ha acelerado el rediseño del mundo geopolítico. Ante la escalada de tensiones en Asia Oriental en torno a Taiwán y el Mar de China Meridional, ha aumentado el peligro de guerras directas entre los principales imperialismos en liza. Existe el peligro de una escalada nuclear, aunque no sea lo más probable. El "nuevo orden" en construcción, que ya conlleva la amenaza de más conflictos interimperialistas y de una reanudación de la carrera nuclear, hace que el mundo sea más conflictivo y peligroso.
La injustificada y atroz invasión rusa de Ucrania decidida por Putin el 24 de febrero de 2022 y la guerra que ha provocado ya han causado más de 250.000 muertos (50.000 del ejército ruso) y casi 100.000 de civiles ucranianos. Rusia sigue bombardeando zonas civiles y atacando ferrocarriles, carreteras, molinos y almacenes, que han destruido la infraestructura ucraniana. Millones de ucranianos se han visto obligados a huir del país destrozando sus familias y redes sociales, poniéndolos en situación de refugiados que en diferentes países puede significar sin estatus permanente, vivienda, trabajo o ingresos, y suponiendo una gran carga para los países vecinos cuyas poblaciones también se han movilizado para dar apoyo material.
Defendemos el derecho del pueblo ucraniano a determinar su propio futuro en su propio interés y respetando los derechos de todas las minorías; su derecho a determinar este futuro independientemente de los intereses de la oligarquía o del actual régimen capitalista neoliberal, de las condiciones del FMI o de la UE, con la cancelación total de su deuda; y el derecho de todos los refugiados y desplazados a regresar con plena seguridad y derechos.
La única solución duradera a esta guerra puede pasar por el fin de los bombardeos sobre las poblaciones civiles y los suministros energéticos, la retirada completa de las tropas rusas. Todas las negociaciones deben ser públicas ante el pueblo ucraniano. Luchamos por el desmantelamiento de todos los bloques militares – OTAN, OTSC, AUKUS – y también seguimos luchando por el desarme mundial, especialmente en lo que respecta a las armas nucleares y químicas.
En Rusia y Bielorrusia se criminaliza a quienes se oponen a la guerra imperialista de Putin. En Rusia se reprime duramente a los desertores del ejército y a quienes se atreven a protestar abiertamente. Cientos de miles de personas también se han visto obligadas a huir de Rusia, a menudo sin estatuto de refugiado y enfrentadas a los efectos de las medidas destinadas a castigar a los partidarios del régimen ruso. Ellos también merecen toda nuestra solidaridad. Pedimos el fin de toda represión contra los opositores rusos y, si es necesario, su acogida en los países de su elección.
Los recientes golpes de Estado en África
Los recientes golpes militares en antiguas colonias francesas en África (Mali, Burkina Faso y Níger) son un indicador de la profunda crisis social y política de esta región, debilitada por el auge de la acción militar de grupos terroristas islamistas, que se han fortalecido por la derrota de Ghadafi en Libia y la intervención de las potencias occidentales. En aquellos cuatro países, los militares que tomaron el poder, sin encontrar ninguna resistencia en un contexto de crisis del régimen, se aprovecharon del descrédito total de las instituciones políticas y del rechazo generalizado de la presencia imperialista francesa entre la población, en particular entre los jóvenes del Sahel. Este rechazo de la población a la Francia imperialista también se expresó muy claramente en Senegal durante los movimientos sociales de 2021. En el caso del golpe militar en Gabón, que se encuentra en África Central y tiene antecedentes como antigua colonia francesa, lo determinante es la crisis interna del régimen, ya que no se observa un rechazo a Francia similar al que se manifiesta en sus países vecinos.
De todos modos, los militares que han llegado al poder no ofrecen ninguna alternativa real a las políticas imperialistas y al modelo neoliberal, de forma muy similar a los islamistas que llegaron al poder mediante elecciones en Túnez y Egipto después de la Primavera Árabe. Ninguno de ellos siquiera se pronuncia sobre el tema del antiimperialismo – tan potente en el continente en los años 60 y 70 del siglo pasado – y la necesidad de una unidad africana radicalmente distinta de la supuesta unidad representada por la UA y su orientación de integración a la globalización neoliberal.
Como IV Internacional, rechazamos el discurso imperialista occidental que, con el pretexto de restablecer el orden constitucional en estos países, quiere apoyar la intervención militar para preservar sus intereses. Apoyamos la exigencia de la salida de las tropas militares francesas de toda la región, empezando por Níger. Exigimos el cierre de la base militar estadounidense de Agadez en Níger y la salida de las tropas del grupo Wagner. Apoyamos todos los esfuerzos para recuperar la soberanía política y económica de los pueblos, en dirección a un nuevo y antisistémico movimiento por la unidad de los países y pueblos de África.
Los de abajo reaccionan con movilizaciones
Tras la crisis de 2008, se reanudaron las movilizaciones de masas en todo el mundo. Primavera Árabe, Occupy Wall Street, Plaza del Sol en Madrid, Taksim en Istambul, junio de 2013 en Brasil, Nuit Debout y chalecos amarillos en Francia, movilizaciones en Buenos Aires, Hong Kong, Santiago, Bangkok. A esa primera oleada siguió una segunda de levantamientos y explosiones entre 2018 y 2019, interrumpida por la pandemia: la rebelión antirracista en Estados Unidos y Reino Unido, con la muerte de George Floyd, movilizaciones de mujeres en muchas partes del mundo, incluida la heroica lucha de las mujeres de Irán, revueltas contra regímenes autocráticos como en Bielorrusia (2020), una movilización masiva de campesinos indios que triunfó en 2021. El año 2019 fue testigo de manifestaciones, huelgas o intentos de derrocar gobiernos en más cien países: en seis de ellos se logró anular o modificar contra reformas, en cuatro se derrumbó a gobiernos, en dos se reformó completamente a los gobiernos (estudio del sitio informativo francés Midia Part, 24/11/2019).
Tras la pandemia destacan los tres meses de resistencia en Francia contra la reforma de las pensiones de Macron; y el levantamiento obrero, estudiantil y popular en China que ayudó a derrotar la política Covid Zero del PCCh. En EE. UU. continúa el proceso de sindicalización y lucha en las nuevas ramas de la producción (Starbuck's, Amazon, UPS), con el surgimiento de nuevos procesos antiburocráticos de base (rank and file), con huelgas de trabajadores en educación, salud. En 2022/2023, destacaron las grandes huelgas de guionistas y actores de Hollywood, además de la histórica y hasta hora victoriosa huelga de los obreros de las tres grandes automotoras del país.
La clase trabajadora en un sentido amplio, que actualmente se está preparando para enfrentar los impactos de la Inteligencia Artificial (como lo demuestra la resistencia evidente en la huelga de guionistas y actores estadounidenses), sigue siendo una fuerza viva y numerosa. Sin embargo, ha experimentado procesos de reestructuración, represión y puede observarse una menor conciencia y organización en comparación con el siglo pasado. Los grandes complejos industriales sobreviven en China y se extienden por el sudeste asiático. Los campesinos de África, Asia Meridional (India y Pakistán) y América Latina también resisten valientemente la invasión del agronegocio imperialista. Los pueblos indígenas, que constituyen el 10% de la población mundial, resisten el avance del capital sobre sus territorios y defienden los bienes comunes esenciales para toda la humanidad. La derrota de la Primavera Árabe y la tragedia siria retrasan la capacidad de resistencia de los pueblos de Oriente Próximo y Oriente Medio; a pesar de ello, hemos visto el heroico levantamiento de las mujeres y niñas de Irán.
En América Latina, las explosiones y luchas sociales – que han combinado reivindicaciones democráticas y económicas – se canalizan a través de elecciones de gobiernos llamados "progresistas" de segunda ola, con todas las diferencias que existen entre los gobiernos de Lula, AMLO, Petro y Boric. Nuestra política general no debe ser de oposición frontal y sectaria a estos gobiernos, sino de reivindicación y movilización, incluso impulsando mejores formas de combatir a la extrema derecha, manteniendo la independencia de los movimientos y partidos en los que actuamos con todas sus contradicciones.
Los trabajadores siguen resistiendo al capital y luchando por las condiciones de vida, aunque bajo nuevas formas de organización del trabajo y nuevas maneras de organizarse para luchar, y por tanto con más dificultades que en los gloriosos años del Estado del Bienestar del siglo XX. De lo que se trata es de trabajar más duro que nunca, en cada país, en cada periferia urbana, en cada lugar de trabajo, en cada ocupación y huelga, en cada nuevo sindicato de base, en cada nueva categoría y nuevo movimiento popular de resistencia al orden, en la unificación de unos con otros por reivindicaciones comunes, en la creación y fortalecimiento de la autoorganización y en la politización anticapitalista de las reivindicaciones, hacia la reconstrucción de una conciencia de los explotados y oprimidos y de su independencia de clase contra el capitalismo.
En el África subsahariana, por un lado, los llamados movimientos ciudadanos (Le Balai citoyen, Y en a marre!, Lucha, etc.) parecen buscar un nuevo impulso; por otro, las manifestaciones populares, incluidas las de la oposición política, a las que los regímenes también responden con una feroz represión (Senegal, Swatini/ex Suazilandia, Zimbabue, etc.). En general, no se percibe un anclaje de izquierdas o "progresista" (antineoliberal), ni mucho menos una perspectiva anticapitalista (planteada por los camaradas argelinos durante el Hirak).
Reivindicaciones centrales para un tiempo nuevo
En este cuadro general, la situación de las clases trabajadoras, de los explotados y oprimidos pone de manifiesto diferentes reivindicaciones que combinan banderas económicas, feministas y antirracistas, con cuestiones socioambientales y democráticas en general, contra los regímenes autoritarios, los neofascismos y todos los imperialismos. Las políticas unitarias de izquierda (frentes únicos) y hasta de unidad transitoria con sectores medios o burgueses en contra del fascismo (frentes amplios) son parte importante de nuestro repertorio en estos tiempos, aunque jamás negociando o aceptando la pérdida de nuestra independencia política y la de los movimientos sociales.
Las necesidades básicas, los derechos básicos tienen que ser satisfechos para todos los humanos, con asistencia sanitaria gratuita, vivienda digna, trabajo, salario y pensión decentes, además de acceso al agua. Una gran parte de la humanidad tiene cada vez menos estos beneficios debido a la privatización de las tierras y los medios de producción para los beneficios capitalistas, debido a las políticas de austeridad y los cambios climáticos de consecuencias catastróficas.
Tenemos que luchar contra los gobiernos autoritarios y por los derechos democráticos, por el derecho general de la sociedad a los cuidados, contra la discriminación que sufren las mujeres para disponer de su propio cuerpo y de su propia vida, por el derecho al aborto, por la igualdad salarial y de ingresos, contra el racismo estructural que discrimina a los negros, a las poblaciones indígenas y a otras etnias racializadas, y contra la homo y transfobia conservadoras que atacan a la comunidad LGBTQI mundial.
Todas estas luchas tienen que unirse para derrotar a los nuevos fascismos, para derrocar los regímenes de explotación y opresión, para llevar a la lucha contra el capitalismo. Todas estas tareas, en medio a guerras, catástrofes climáticas y amenazas de ajustes, inducen la necesidad de un nuevo internacionalismo, un internacionalismo combativo de los de abajo.
En la actualidad, con la explosión de numerosos movimientos y movilizaciones sociales, se hace imperativo reconstruir vínculos e iniciativas internacionalistas. Un ejemplo lo constituye la acción de trabajadores de puertos en toda Europa, boicoteando a Israel. Es esencial impulsar campañas que logren reunir a la izquierda y a los movimientos sociales, facilitando intercambios que permitan la defensa de reivindicaciones comunes. Estas acciones no solo propiciarán victorias tangibles, sino que también contribuirán a cambiar la situación en favor de las mayorías sociales.
21 de noviembre 2023
Ana Cristina Carvalhaes es peridodista, militante del PSOL (Brasil) y miembro del Bureau Ejecutivo de la IV Internacional.