Trump: ¡Quita las manos de Venezuela y de América Latina!

Declaración del Buró Ejecutivo de la Cuarta Internacional aprobada el 27 de octubre 2025

El chantaje económico y las amenazas contra Brasil, Colombia, México y Argentina forman parte de una nueva fase en la política estadounidense hacia América Latina. Pero el mayor peligro recae sobre Venezuela, cuyo gobierno Trump está decidido a derrocar. El despliegue de 10 000 soldados, un gigantesco arsenal en el Caribe y ataques que ya han asesinado más de 60 balseros, amenazan no solo a Venezuela, sino a toda la región. Es deber urgente de los activistas de todo el mundo alzar la voz y movilizarse contra el intervencionismo estadounidense bajo Trump. 

Despliegue militar sin precedentes en el Caribe 

El blanco principal de la ofensiva estadounidense es Venezuela. Con una estridencia y un descaro sin precedentes, el líder imperialista y sus secretarios de Estado y de Guerra, Marco Rubio y Peter Hegseth, han decretado que los cárteles de la droga son «organizaciones terroristas», han considerado a Maduro como el jefe de un cártel que no existe (el Cártel de los Soles) y han ofrecido una recompensa de 50 millones de dólares por información que conduzca a la captura del venezolano.

Lo más amenazante es que han desplegado alrededor de 10 000 marines en el Caribe, con portaaviones (los más grandes de su armada), torpederos y submarinos nucleares, buques de guerra equipados con misiles de medio alcance, bombarderos B-52 y la capacidad tecnológica para el análisis de datos a gran escala, en una maniobra definida por los especialistas en geopolítica como un «reajuste sísmico». Puerto Rico ha sido remilitarizado y los acuerdos de cooperación militar con los países del Caribe se han utilizado para construir una infraestructura militar que parece preceder a un ataque a gran escala contra el país que fue escenario de la gran revolución bolivariana. En los últimos dos meses, estas fuerzas han llevado a cabo ataques contra balseros (presuntos traficantes), que han causado más de 60 muertes.

El 15 de octubre, en una medida sin precedentes incluso durante la Guerra Fría (las operaciones de la CIA eran secretas), Trump anunció que había autorizado a la Agencia Central de Inteligencia a llevar a cabo operaciones en Venezuela. Según el Washington Post, el presidente firmó un documento que autoriza a la CIA a llevar a cabo operaciones encubiertas en países extranjeros, que van desde la recopilación clandestina de información hasta el entrenamiento de fuerzas guerrilleras de la oposición y la realización de ataques letales. 

El domingo 19 de octubre, en una nueva escalada, las fuerzas estadounidenses llevaron a cabo un ataque mortal contra lo que supuestamente era un barco perteneciente al grupo colombiano ELN (Ejército de Liberación Nacional) en aguas del océano Pacífico. En respuesta a la justificada protesta del mandatario colombiano, Trump insultó a Gustavo Petro, calificándolo de «narcotraficante» y jefe de «un gobierno débil y muy malo», amenazando, como de costumbre, con aranceles y recortes de fondos, al tiempo que revocaba los visados estadounidenses de Petro, su familia y sus asesores. Mientras Petro retiraba al embajador colombiano en Washington, Trump decía en una rueda de prensa, en respuesta a un periodista, que no necesita una declaración de guerra para sus operaciones contra el tráfico en lo que él considera sus aguas. «Vamos allí y los matamos».

Según especulaciones abiertas en Estados Unidos, los principales asesores de Trump le están instando a invadir Venezuela para derrocar a Maduro. Por supuesto, la concesión del Premio Nobel de la Paz a la líder ultraderechista venezolana María Corina Machado — que, si no fuera grave, sería uno de los peores chistes de nuestro tiempo — forma parte de un plan deliberado para reforzar lo que los halcones ven como la alternativa a Maduro. La administración Trump parece estar forzando una transición hacia un gobierno de extrema derecha liderado por Edmundo González Urrutia y María Corina, quien ya ha pedido sanciones contra Venezuela, sin preocuparse por sus efectos sobre la población empobrecida, y ahora entrega el destino de la nación a las botas de los soldados yanquis.

Puede parecer improbable que Estados Unidos invada por tierra países cuyos gobiernos acusa de complicidad en el tráfico de drogas, como Venezuela, Colombia o el propio México. Una invasión terrestre prolongada se encontraría con una fuerte resistencia de las fuerzas armadas bajo el mando de Maduro, posiblemente con un amplio apoyo y simpatía en la región, lo que significaría un nuevo y más cercano Irak. Entrar en una guerra de esta magnitud contradice la retórica de Trump ante su audiencia doméstica, a la que ha prometido «poner fin a las guerras». Además, hay indicios de oposición a esta solución por parte de sectores del alto mando militar estadounidense, como lo demuestra la dimisión anticipada del jefe del Comando Militar Sur, el almirante Alvin Hosley, el 16 de octubre

La prudencia dicta, sin embargo, que no debemos descartar la posibilidad de cualquier «locura» belicista por parte del líder neofascista. Como mínimo, basándonos en su retórica, podría optar por ataques con drones o aviones contra objetivos específicos en Venezuela en un intento continuado de debilitar al gobierno sudamericano.

Un retorno al pasado

Desde los primeros días de su regreso al Despacho Oval de la Casa Blanca, Donald Trump, envalentonado por sus halcones neofascistas, ha mantenido a México bajo una fuerte presión arancelaria y policial-militar (para que el gobierno de Claudia Sheinbaum detenga el flujo de migrantes en la frontera y combata los cárteles locales de la droga). Los drones de la CIA sobrevuelan el territorio mexicano en la supuesta búsqueda de laboratorios de cocaína y otras drogas. 

Trump se ha entrometido en la política interna de Brasil para defender a su amigo Bolsonaro, condenado por intento de golpe de Estado (imponiendo aranceles del 50% a las exportaciones brasileñas a Estados Unidos y abriendo una investigación comercial contra las tímidas políticas de Brasil para imponer límites a las grandes empresas tecnológicas estadounidenses). Ni siquiera Argentina, gobernada por su compadre Javier Milei, escapa a las amenazas y al chantaje: a mediados de octubre, al comentar un nuevo préstamo de 20 000 millones de dólares del FMI al país, Trump condicionó su continuo apoyo al libertario neofascista del Sur a la victoria del partido de Milei en las elecciones parlamentarias del 26 de octubre, en las que está en juego la posibilidad de que la coalición neofascista del presidente controle finalmente el Congreso (con pocas posibilidades). «Si [Milei] pierde, no vamos a ser generosos con Argentina», dijo Trump. El episodio apunta a la normalización de la retórica y la práctica de la injerencia directa del gobierno estadounidense en los asuntos políticos internos de Estados soberanos. (Parece que la medida de Trump fue uno de los factores que explican la victoria de la administración Milei en las elecciones).

La combinación de gestos, retórica punitiva y enorme despliegue militar constituye un ataque a los vecinos latinoamericanos que no se veía desde la invasión de Granada en 1982. En el contexto del cambio sustantivo que la Casa Blanca de Trump está imponiendo en las relaciones de poder globales que han existido durante las últimas ocho décadas, la política estadounidense hacia América Latina está dando un giro hacia el pasado intervencionista de agresión militar e interferencia política abierta que ya había marcado el trato de la potencia imperialista hacia todo el Sur durante la Guerra Fría.

Un llamamiento a la solidaridad internacional antiimperialista

La acusación de que Maduro y altos funcionarios del gobierno venezolano son miembros de cárteles, por estúpida fakenew que sea, busca justificar la violación del principio de autodeterminación de los pueblos y la soberanía territorial de Venezuela. Se está produciendo una ofensiva belicista sin precedentes en la región, que debe ser rechazada enérgicamente por los socialistas, los activistas sociales y los sectores progresistas, independientemente de lo que ellos o nosotros pensemos sobre el gobierno de Nicolás Maduro, sus políticas antiobreras y antipopulares y su deriva antidemocrática. 

Es hora de hacer un llamamiento a las fuerzas democráticas, anticolonialistas, progresistas y revolucionarias del mundo, y de la región en particular, para defender la integridad territorial de Venezuela, los países del Caribe y toda América Latina frente a los intentos de intervención militar o política, es decir, los intentos de definir «desde arriba y desde fuera» (léase: en el Despacho Oval) el rumbo político de países soberanos. Es el pueblo venezolano quien debe decidir sobre su gobierno, sin ninguna injerencia. Son los pueblos soberanos de América Latina y de todos los rincones del mundo quienes deben decidir sobre sus tiranos, sus parlamentos y los juicios en sus sistemas judiciales.

Debemos exigir que los gobiernos de Lula, Petro, Boric y Sheinbaum hagan todo lo posible para evitar cualquier posibilidad de agresión militar e intervención política en Venezuela. Es positivo que Lula se ofrezca como «mediador», como lo hizo en su reunión con Trump. Pero todos estos gobiernos deben ser vehementes e incluso repetitivos en rechazar cualquier iniciativa estadounidense contra Venezuela.

La solidaridad de la Cuarta Internacional con Venezuela incluye exigir a Maduro que restaure las libertades políticas para el movimiento social, la izquierda y los trabajadores de Venezuela. Este es el camino, junto con la movilización militar popular legítima, para construir una verdadera unidad nacional y regional contra la agresión imperialista. Solo la unidad de acción más amplia puede contener, resistir y derrotar la agresión en curso. 

¡Fuera las tropas y las armas yanquis del mar Caribe!

¡No más ataques con bombas en la región!

¡Desmilitaricen Puerto Rico ahora!

¡Yanquis: manos fuera de Venezuela y de toda América Latina!

 

Buró Ejecutivo