A continuación se muestra un análisis de la situación el 21 de agosto de LeftEast, traducido por Viento Sur
1.- Probablemente nunca sabremos cómo votó la gente de Bielorrusia el 9 de agosto. Nadie duda de que los resultados de las elecciones fueron falsificados, pero nadie ha demostrado que Alexander Lukashenko las haya perdido. Los intentos de extrapolar los votos basados en muestras no aleatorias de distritos electorales arrojaron estimaciones que oscilan entre el 30 y el 60% para Svetlana Tikhanovskaya. Por tanto, los resultados disponibles, incluidos los resultados oficiales, no nos permiten establecer quién ganó.
Sin embargo, Lukashenko no quiere proceder a un nuevo recuento o una nueva votación, ya que eso provocaría deserciones del régimen. De hecho, si aceptara tal cosa, significaría que ha admitido su propia derrota, como hizo Viktor Yanukovich tras la Revolución Naranja en Ucrania en 2004.
Hasta el momento, la posición de Lukashenko es categórica: sólo insinúa una remota posibilidad de nuevas elecciones, tras cambios constitucionales, que debilitarían los poderes del próximo presidente. Esto le daría tiempo y le permitiría obtener ciertas garantías. Sin embargo, las y los manifestantes están unidos en torno a la demanda de la dimisión inmediata de Lukashenko. La radicalización violenta terminó la semana pasada, pero la intransigencia aumenta las posibilidades de un nuevo ciclo.
2.- Como predije, la violencia juvenil descentralizada y descoordinada la primera noche después de las elecciones fallidas no evolucionó hacia algo comparable al levantamiento armado en Ucrania en 2014. Para esto, no solo se necesitan personas indignadas, sino también organizaciones más fuertes con preparación en materia de violencia y de estrategia violenta.
En Bielorrusia, el uso de cócteles Molotov o cualquier otra herramienta violenta ha sido muy raro, los intentos de barricadas han sido muy vacilantes y no ha surgido ninguna formación paramilitar. La policía antidisturbios estaba bien preparada y, cuando la superaron en número, parece que también se desplegaron algunas unidades del ejército. En proporción, el número de policías heridos es menor que el de la Operación Maidan en Ucrania, y el número de manifestantes detenidos en Bielorrusia es mayor. Las y los manifestantes no pudieron ocupar y defender con barricadas ningún espacio específico ni siquiera establecer una pequeña zona autónoma que trastocara el orden del Estado, que habría podido servir como punto de encuentro para las actividades de movilización.
Los enfrentamientos ya parecían estar en declive para la tercera noche. Luego, a mediados de la semana, las actividades de protesta cambiaron a un repertorio no violento, con mujeres vestidas de blanco encadenadas con flores y pidiendo el fin de la violencia. Las marchas y concentraciones fueron decididamente no disruptivos, por lo general ni siquiera interrumpieron el tráfico por carretera, ni siquiera en los casos en que participaba mucha gente, y por lo tanto encontraron poca represión. Los mítines no violentos alcanzaron su punto máximo el domingo 16 de agosto, el más importante de la Bielorrusia postsoviética.
Las entrevistas realizadas con la gente que participaba muestran que las elecciones robadas, la violencia policial, las detenciones masivas y la tortura son las principales motivaciones para que la gente asista a las manifestaciones. Parece que la excesiva violencia policial de la primera noche se volvió contra el poder, como también ha ocurrido en muchas otras protestas, y alimentó la movilización de las y los opositores a Lukashenko. Sin embargo, parece que las y los manifestantes no lograron cerrar la brecha y atraer a su campo a un número significativo de partidarios de Lukashenko o personas indecisas.
3.- La agitación obrera en importantes fábricas bielorrusas ha sido un acontecimiento importante. Realmente no tiene precedentes en el contexto de las protestas y revoluciones antigubernamentales postsoviéticas, en las que las huelgas de trabajadoras y trabajadores atomizados en la región no jugaron un papel significativo.
En el caso del amplio sector público de Bielorrusia, las huelgas sostenidas de las principales empresas estatales podrían asestar un duro golpe al gobierno. Ya se han convertido en una innovación en el repertorio de protestas políticas en esta región. A diferencia de la violencia, este es un problema para el que el gobierno no estaba preparado, y probablemente contribuyó al cambio hacia la desescalada en la última semana.
Sin embargo, la magnitud de los movimientos sociales todavía está lejos de ser una huelga general. Francamente, la mayoría de estas actividades ni siquiera pueden llamarse huelgas en sentido estricto. En su mayoría son peticiones, reuniones con la gerencia y reuniones en patios al aire libre y en lugares de trabajo. A veces, grupos importantes de trabajadoras y trabajadores se han unido a las manifestaciones de la oposición de manera organizada. Solo hay informaciones contradictorias de que la producción se haya detenido efectivamente, aunque solo fuera parcialmente, y, de ser así, solo en unas pocas fábricas.
Es posible que esta agitación obrera cobre amplitud. Sin embargo, aún no está claro hasta qué punto será duradera y verdaderamente disruptiva, si es coordinada solo por comités de huelga que aparecen espontáneamente y por una oposición de clase media y élite igualmente inexperta, que está bastante alejada de la vida de los trabajadores.
Como era de esperar, los sindicatos oficiales son progubernamentales e incluso han movilizado a la gente para manifestaciones a favor de Lukashenko. En principio, hay muchas formas de dividir a los trabajadores y romper las huelgas. El dinero de los hombres de negocios y de la diáspora, la financiación colectiva organizada por las redes de mensajería Telegram vinculadas a la oposición y el comité de solidaridad, está lejos de poder apoyar [la pérdida de salarios] de miles de trabajadores y trabajadoras durante una huelga lo suficientemente larga, y solo puede desacreditar las huelgas si son percibidas como corruptas.
Otro motivo de preocupación es la ausencia de demandas socioeconómicas en la mayoría de las demandas de las huelgas, la mayoría de las cuales se centran exclusivamente en demandas políticas generales de la oposición. En este caso, es poco probable que los muchos trabajadores y trabajadoras que no votaron por Tikhanovskaya se avergüencen de no unirse a las huelgas. Las y los trabajadores entran en política no como una clase consciente de sus intereses distintos, sino como ciudadanos anti-Lukashenko que se encuentran por casualidad en las posiciones estratégicas de la producción económica.
Esto vuelve a plantear la cuestión de por qué ni siquiera una agitación obrera tan limitada se produjo en otras revoluciones postsoviéticas, especialmente durante el asunto Maidan en Ucrania. Allí, la oposición convocó huelgas desde el día cero. Sin embargo, lo que realmente se materializó durante los tres meses de la campaña fueron las concentraciones que no perturbaban el orden organizadas por autoridades locales pro-oposición en las regiones occidentales o por algunas administraciones universitarias.
Una explicación podría ser que, a diferencia de otros líderes postsoviéticos, Lukashenko ha conservado más la industria soviética y sus características específicas. Concentrados en ciudades monoindustriales o barrios industriales, las y los trabajadores llevan a su lugar de trabajo los problemas de la comunidad frente a la violencia policial y descubren espontáneamente el poder que obliga a la dirección a entablar un diálogo con ellos. También debemos recordar las importantes y disruptivas huelgas obreras soviéticas de fines de la década de 1980, durante la era de la Perestroika, que no se repitieron inmediatamente después del hundimiento industrial.
El inicio descentralizado y sin líderes de las protestas bielorrusas puede proporcionar otra parte de la explicación. En Ucrania, los líderes de los partidos de oposición, millonarios que representan a multimillonarios, así como los activistas de ONG de clase media y pro occidental, no eran exactamente las personas que uno esperaría que inspiraran las huelgas obreras principalmente porque las grandes industrias soviéticas restantes estaban concentradas en las regiones del sudeste, mayoritariamente prorrusas.
En fin y sobre todo, y esto puede explicar por qué incluso los trabajadores ucranianos en la región occidental no se unieron a las protestas de manera organizada, la oposición ucraniana, al parecer, apostó con suficiente anticipación por la presión creciente ejercida por Occidente sobre Víctor Ianukovitch (presidente del 25 de febrero de 2010 al 22 de febrero de 2014, máximo dirigente del Partido de las Regiones, prorruso) y por una toma violenta del poder, que podría no ser una opción para la oposición bielorrusa.
4.- La protesta, inicialmente descentralizada, está en proceso de estructuración. Están surgiendo diversas iniciativas mediáticas, médicas, solidarias y comités de huelga. Sin embargo, si alguien puede reclamar el liderazgo del movimiento en este momento, es Tikhanovskaya (refugiada en Vilnius) y su equipo electoral.
Esto plantea la cuestión de saber en qué medida están adaptados a la evolución de las protestas y quién tomará realmente el poder después de Lukashenko, y cuáles son sus intereses e ideas. Las aspiraciones de las y los manifestantes de base son un mal indicador de las consecuencias de la protesta. Lo que es mucho más importante es quién podrá realmente presentarse a las posibles nuevas elecciones y quién será capaz de presionar a favor de estos “cambios reales” después del cambio de poder.
En este contexto, es preocupante que el Consejo de Coordinación para la Transferencia del Poder de Tikhanovskaya esté integrado principalmente por la intelectualidad nacional-democrática, hombres de negocios y activistas de partidos marginales de oposición y ONG con extraños programas neoliberales y nacionalistas, que parecen un cortar y pegar del desarrollo de Ucrania después de 2014.
Hoy, la oposición está tratando de distanciarse del programa del paquete de reformas para Bielorrusia que ha sido apoyado por algunas ONG y algunos partidos del Consejo de Coordinación. Cada revolución constituye una demanda de un cambio verdaderamente revolucionario. Es importante la cuestión de saber quién tendrá suficiente autoridad y recursos para llenar este vacío y con qué ideas.
5.- A pesar de algunas deserciones de bajo rango y baja amplitud entre policías, periodistas de medios progubernamentales y algunos funcionarios, no hay ningún signo de deserción de alto nivel entre la élite o la policía y el ejército. En las revoluciones, a menudo hemos visto evidencias de grietas que ocurren detrás de escena solo semanas o incluso meses después, gracias a informes de periodistas de investigación. Sin embargo, el estilo menos conflictivo y orientado al diálogo de algunas autoridades y responsables locales puede reflejar no un cambio en la lealtad de su parte, sino una estrategia general de desescalada, que hace ganar tiempo a Lukashenko.
También es interesante señalar que se están movilizando concentraciones bastante grandes para apoyar a Lukashenko en todo el país. Las y los participantes en los mítines pro-Lukashenko parecen más pobres y mayores, en promedio, que quienes participan en los mítines de la oposición. Incluso según periodistas de la oposición, la manifestación a favor del gobierno en Minsk reunió a unas 30.000 personas. Fue más pequeña que la manifestación de la oposición el mismo día, y el transporte a Minsk u otras ciudades fue organizado por estructuras progubernamentales. Sin embargo, las y los participantes parecían sinceros y entusiastas en su apoyo a Lukashenko y expresaron temores racionales de pérdida de empleos, crisis para la industria y la estabilidad, así como temores a que hubiera violencia.
Esto contrasta fuertemente con las concentraciones pro-Yanukovich en Ucrania, que solo parecieron reforzar la ilusión de los manifestantes de Maidan de que toda la ciudadanía consciente apoyaba a Maidan y que quienes no lo apoyaban son gente vendida, inadaptada y/o traidora. Lukashenko explota intensivamente la retórica patriótica de la patria en peligro, mientras que la oposición aún tiene que encontrar una manera de hablar sobre la identidad bielorrusa y no repetir las ideas y una retórica nacional-democrática impopulares.
6.- Los dos pronósticos opuestos, a saber (1) una invasión rusa de Bielorrusia para salvar a Lukashenko o (2) la aceptación por parte de Rusia de todas las salidas de la crisis en Bielorrusia, porque su economía depende tanto de Rusia, se basan en dos comparaciones engañosas con Ucrania y Armenia.
De hecho, Rusia se abstuvo de cualquier invasión a gran escala del sureste de Ucrania. El costo de la anexión de Crimea, una península con una población simpatizante y temerosa del reciente cambio violento del poder en la capital, es incomparablemente inferior al que provocaría la ocupación de Bielorrusia, un país mucho más grande en el que ya se están llevando a cabo grandes manifestaciones de la oposición.
En cuanto a Armenia, es un pequeño país encajado entre dos estados más poderosos y hostiles (Azerbaiyán y Turquía) que bloquean la mayor parte de sus fronteras. Lo que determinó la tolerancia de Vladimir Putin hacia la revolución armenia hace dos años fue más que el mero hecho de que su economía fuera dependiente de Rusia.
Las consecuencias de romper los vínculos económicos con Rusia no impidieron el colapso de la URSS y no impidieron el impulso de la asociación de Ucrania con la UE. También está el hecho de revoluciones demasiado frecuentes en la vecindad de Rusia en los últimos años que dan un ejemplo directo e inspiran a la oposición rusa. Esto no motiva a Putin a aceptar cualquier resultado en Bielorrusia.
Por otro lado, la debilidad de cualquier división nacional/identitaria en Bielorrusia, a diferencia de Ucrania, hace que sea más difícil legitimar el apoyo a la represión. Si en Ucrania Putin podía pretender la legitimidad de salvar–nuestra–población-de habla rusa de las y los banderistas [referencia a Stepan Bandera, un nacionalista ucraniano que colaboró con los nazis, fue arrestado por estos últimos tras sus declaraciones independentistas, antes de volver a colaborar con ellos en 1944] extranjeros de las regiones occidentales, en Bielorrusia, todo el pueblo es nuestro, y no solo una parte de él.
Tampoco es legítimo a los ojos de la población rusa apoyar al gobierno de Lukashenko, que está golpeando a nuestro pueblo. Esto significa que es probable que el apoyo ruso sea limitado y secreto. En el caso de que Lukashenko finalmente pierda el control, Rusia probablemente se impondrá como mediador para asegurar sus intereses en un compromiso negociado. Un cambio de poder en Bielorrusia debería ser verdaderamente dirigido por Rusia, a fin de no ser visto como una pérdida para Putin. Con ese fin, cualquier candidatura seria para reemplazar a Lukashenko tendría que hacer más por Rusia que simplemente ocultar sus preferencias geopolíticas, como lo está haciendo la oposición actualmente.
7.- Un último punto, relativo a las referencias a Ucrania en las discusiones actuales sobre Bielorrusia. En primer lugar, afirmaciones como esto es Maidan y esto no se parece en nada a Maidan por parte del gobierno o por partidarios de la oposición son de la misma naturaleza que las afirmaciones de legitimación/deslegitimación por completo típicas como esto es un pogromo, no una revolución, somos partisanos, no terroristas, no somos fascistas, solo patriotas. Si nuestro objetivo no es jugar a este tipo de juegos, sino más bien comprender y arrojar luz sobre lo que está sucediendo en Bielorrusia, debemos hacer una comparación cuidadosa, en vez de contentarnos con poner etiquetas.
Una comparación con Ucrania no solo puede ayudar a comprender Bielorrusia, sino también al revés. Ahora podemos ver mejor cómo se ve una protesta verdaderamente espontánea, totalmente nacional, sin líderes, y que parece muy diferente del Maidan ucraniano. La impresión negativa dejada por el supuesto éxito del levantamiento ucraniano en 2014 lleva a negar cualquier similitud.
Además, la tendencia a hablar de Ucrania solo en el contexto de nacionalistas radicales, divisiones regionales y rivalidades geopolíticas, y por lo tanto, a concluir que nada como esto está sucediendo en Bielorrusia, comienza a dar la impresión que la persona que diferencia una situación de otra ha llegado a apreciar los reportajes muy negativos sobre Maidan típicos de la cadena de tv Rusia Today.
Hubo muchos otros problemas serios con Maidan –la vaguedad de sus demandas, su incapacidad para construir instituciones, la polarización de las clases subalternas y la exclusividad de su nacionalismo cívico– que son muy pertinentes para Bielorrusia. Parece que el entusiasmo rosado por Bielorrusia porque hay trabajadores involucrados es de la misma naturaleza que el escepticismo cínico sobre Ucrania porque allí había fascistas.