El movimiento obrero organizado y no organizado en la revuelta bielorrusa

Siarhei Biareishyk (profesor asistente visitante en la Universidad de Pennsylvania) comenta con Nick Evans la revuelta en Bielorrusia tras la reelección fraudulenta de Aliaksandr Lukashenko el 9 de agosto de 2020. Siarhei explica que los comités de huelga y organizaciones creadas en el vacío dejado por la respuesta gubernamental a la pandemia de Covid-19 están en la base del movimiento que pretende derribar el régimen de Lukashenko y merecen toda la solidaridad que se les pueda dar.

 

Nick Evans (NE): ¿Cuál es la causa de la evaporación de gran parte del apoyo popular a Lukashenko en la antesala de la elección presidencial?

Siarhei Biareishyk (SB): La pérdida de apoyo popular de Lukashenko está sobredeterminada. No cabe duda de que el deterioro de las condiciones económicas ha sido un factor clave en este sentido. No obstante, hay asimismo otros factores que entran en juego. A modo de ejemplo de cómo las autoridades han tratado a la clase trabajadora y a la gente común podemos citar la ley de parasitismo, aprobada en 2015. Inspirada por una ley soviética similar que prohíbe el desempleo, la ley de parasitismo recientemente promulgada criminaliza el desempleo, castigándolo con determinados impuestos o con la revocación de ciertas sustancias o servicios comunales.

Efectivamente, la política de Lukashenko tenía estipulado que cada persona debía tener un empleo, pero esto significaba que le gente se viera forzada a trabajar en unas condiciones absolutamente insatisfactorias. Es una manera coercitiva de extraer plusvalía, disfrazada de política neosoviética. Esta ley provocó una amplia resistencia en sectores de la población que solían apoyar a Lukashenko, especialmente en regiones en que la tasa de empleo es menor que en la capital, Minsk.

Una reforma de las pensiones conforme a criterios neoliberales traídos de Occidente también resultó impopular. De modo que mientras el régimen de Lukashenko se autocalifica de protosocialista, al mismo tiempo aplica políticas en que la población se ve tratada con desdén por parte de las autoridades. Todos estos factores –son unos pocos ejemplos entre otros– influyeron en la pérdida de apoyo electoral a Lukashenko. La respuesta a la Covid-19 es otro ejemplo reciente que ilustra el desprecio manifiesto de Lukashenko hacia su pueblo.

NE: ¿Qué ha hecho que en esta ocasión que el apoyo cristalice alrededor de la oposición, a diferencia lo que ocurrió en ciclos anteriores?

SB: Una diferencia importante es que por primera vez desde que comenzó el régimen de Lukashenko hace 26 años, la parte principal de la oposición no se ha presentado con tintes nacionalistas. Desde la época en que Lukashenko usurpó el poder gubernamental en la década de 1990, la oposición, nacida de las protestas de finales de la década de 1980 y de comienzos de la de 1990, ha sido en gran parte de naturaleza nacionalista. La campaña actual de la oposición no tiene nada que ver con este pasado. Por primera vez, su posición no es enteramente prorrusa o antirrusa, y tampoco es enteramente proeuropea.

Además, una serie de coincidencias propiciaron la unificación de la oposición, cuando en los años anteriores las fuerzas de oposición no fueron capaces, en repetidas ocasiones, de presentar un frente unido. Esta vez, cuando Lukashenko encarceló a los dos principales candidatos (Viktar Babaryka y Siarhei Tsijanouski) y el tercero (Valery Tsapkala) huyó del país, con el fin de crear una fachada de democracia, y casi por accidente, registraron oficialmente a Sviatlana Tsijanouskaia, la esposa de uno de los políticos encarcelados, que no es política.

Esta mujer se convirtió en una figura en torno a la cual se unieron todas las demás fuerzas de oposición; de este modo, la oposición pasó a estar encabezada por tres mujeres: Maryia Kalesnikava (jefa de campaña de Babaryka), quien permanece en Bielorrusia, y Veranika Tsapkala (la esposa de Valery Tsapkala), quien, al igual que Tsijanouskaia, tuvo que abandonar el país. Las tres resultaron ser líderes carismáticas: visitaron todas las regiones del país, cosa que la gente valoraba, y ahora muchas personas de las ciudades pequeñas salen a la calle a manifestar su solidaridad, algo que no tiene precedentes.

Finalmente, la demanda central de la oposición es simplemente la convocatoria de nuevas elecciones. Una demanda que no puede ser más popular. Pienso que estos son los factores que han influido.

NE: ¿Puedes informar más sobre la composición de la oposición? ¿Durante cuánto tiempo crees que podrá mantener unida esta coalición?

SB: Esta pregunta también guarda relación con la forma que han adoptado las protestas. Estas han sido en gran medida pacíficas y plantean tres demandas: liberación de los presos políticos, destitución de Lukashenko y nuevas elecciones. Se trata de reivindicaciones bastante generales, que han resultado muy efectivas a la hora de movilizar a un gran número de personas con puntos de vista políticos totalmente heterogéneos. La cuestión es si serán capaces de construir una resistencia efectiva frente al aparato represivo del régimen. Tras la oleada de terror inicial, la estrategia actual del gobierno consiste en esperar a que las cosas se calmen y mientras apuntar contra los y las activistas, líderes de comités de huelga y disidentes que ocupan otras posiciones de liderazgo. La cuestión de cuánto tiempo puede durar depende de cómo cambiarán las estrategias de unos y otros, dado que la situación es intrínsecamente dinámica.

Podemos pensar que ha llegado la hora de plantear demandas políticas o adoptar formas de acción más directas, pero las y los manifestantes han insistido en que no se haga. La situación es tensa y el gobierno también puede cometer errores. Por ejemplo, desde el 25 de agosto la policía comenzó a volver a las ciudades y practicar cada vez más detenciones. ¿Responderá la población con un firme rechazo y cambiará la estrategia del movimiento? A modo de ejemplo, la oposición ha formado un Consejo de Coordinación para la transferencia del poder, que al comienzo incluía a docenas de personajes destacados (ahora son muchos más), y que está encabezado por cinco personas que han dicho claramente que no tienen ningún programa político.

Lukashenko ha declarado criminal la totalidad del Consejo y sus miembros están sometidos a investigación; dos miembros de la dirección han sido detenidos y condenados a 10 días de reclusión: uno de los representantes de Tsijanouskaia, quien se encuentra actualmente en Lituania, y la cabeza visible de un comité de huelga de la Fábrica de Tractores de Minsk. En respuesta a las detenciones, los otros tres miembros de la dirección del Consejo han llamado a toda la ciudadanía a unirse oficialmente al Consejo, miles de personas, con la idea de arrollar a las autoridades: no se puede someter a todo el mundo a una investigación penal.

Así que tal vez podamos reformular la cuestión: no cuánto tiempo durará, sino qué clase de tensiones existen y cómo evolucionan, porque la situación, por definición, no puede ser estática y está claro que Rusia es otra fuerza activa.

NE: Para ayudarnos a entender estas tensiones, ¿puedes hablar de la relación dinámica entre las manifestaciones en la calle y el movimiento obrero organizado?

SB: Déjame constatar un dato empírico. Tras la elección hubo tres días de terror policial, y ahora sabemos que no solo libraban una guerra, sino que cometieron crímenes de guerra: torturaron a personas en la cárcel, apalearon a la gente en las calles, asesinaron; en suma, detuvieron a más de 7.000 personas y algunas de ellas todavía están desaparecidas. Estos crímenes no pueden perdonarse, ni serán perdonados. Siguieron acciones de solidaridad, especialmente a cargo de mujeres que formaron cadenas humanas alrededor de las ciudades. El 13 de agosto, el paso decisivo en este proceso fue el que dieron las plantillas de las grandes fábricas, que salieron en manifestación. Pienso que este fue el punto en que la policía tuvo que poner fin al terror. Esto fue decisivo.

Lo que siguió fue interesante, porque hubo un vago llamamiento a la huelga en organismos públicos. No, por ejemplo, en el sector informático (TI), que es bastante importante en Bielorrusia y muchos de cuyos líderes expresaron su apoyo a las protestas. El sector TI declaró que las huelgas en el mismo no presionarían para nada al gobierno; ahora están hablando de deslocalizaciones masivas de estas empresas, pues han de seguir generando beneficios. Así que se depositaron muchísimas esperanzas en la clase trabajadora. En cualquier caso, la acción obrera en combinación con los actos de solidaridad resultó efectiva, pues paró los pies al terror; está por ver si resulta efectiva a largo plazo, y esto nos lleva a la cuestión de cómo se presenta el movimiento obrero organizado en Bielorrusia.

NE: ¿Puedes decirnos algo más sobre la situación del movimiento obrero organizado en Bielorrusia? ¿Qué formas adoptan el sindicalismo y las organizaciones de base?

SB: El modelo bielorruso es singular porque en la década de 1990, a diferencia de otros países postsoviéticos, no hubo ninguna ola de privatizaciones importante. Así, el Estado conservó numerosas fábricas y esta es una de las circunstancias que explican la eficacia de la resistencia obrera en la lucha general. Por otro lado, apenas se puede decir que existe un movimiento obrero organizado en Bielorrusia, dado que la legislación laboral del país es realmente muy adversa a los intereses de la clase trabajadora. Algo así como el 90 % trabajan con contratos temporales, lo que significa que la gente puede ser despedida con un preaviso muy breve y sin indemnización.

Esto ya ha sucedido: activistas de fábricas de toda Bielorrusia están perdiendo su empleo a raíz de la acción política. Es más, toda interrupción del trabajo por motivos u objetivos políticos es ilegal; las huelgas por reivindicaciones económicas son teóricamente posibles, pero hay tantas estipulaciones en el Código Penal para considerarlas legales que prácticamente son irrealizables. Los sindicatos no aportan ninguna protección frente a ello; así, la clase trabajadora industrial está atomizada. En efecto, la legislación laboral está estructurada de tal manera que impide toda acción colectiva por parte de la clase trabajadora.

Tal vez la mejor ilustración del código laboral estribe en la actitud misma de Lukashenko ante las huelgas obreras. Amenazó con sustituir al personal que se negara a trabajar e incluso con cerrar las fábricas: “Si no queréis trabajar, no sois trabajadores”. Los trabajadores y trabajadoras ya no se perciben como una clase o un sujeto colectivo, sino de hecho como una condición para la creación de valor, como ha señalado Ilyá Budraitskis. Y si dejas de crear valor, dejas de ser trabajador. Lukashenko dijo: “Cerraré las fábricas: si no queréis trabajar, no trabajéis.” Esto muestra la actitud ante el movimiento obrero organizado. El sistema es paternalista, y en él el gobierno centralizado decidirá quién recibe qué, en vez de ser un gobierno basado en alguna especie de autoorganización del movimiento obrero.

NE: ¿Ha habido intentos de crear sindicatos independientes?

SB: Aquí y allá, pero es casi imposible hacerlo dentro de la legalidad de Bielorrusia. Sin embargo, en las dos últimas semanas han empezado a proliferar estructuras de base en las fábricas. Surgen comités de huelga, organizaciones nuevas creadas al margen de los sindicatos oficiales, y ahora existe un comité de huelga nacional, que recolecta dinero para asistir a quienes han perdido el empleo. Todavía carecen de fondos para su funcionamiento cotidiano. Se trata de una nueva forma de organización obrera de base que no hemos visto nunca antes en Bielorrusia y que no está amparada en los sindicatos.

NE: ¿Tienen estas organizaciones de base alguna dimensión regional?

SB: Sí: lo que vemos en las ciudades pequeñas era difícil de imaginar hace apenas tres semanas. Hay ciudades industriales, como por ejemplo Polatsk y Navapolatsk, o Salihorsk o Shodsina, que cuentan con una fábrica importante. En estas ciudades, los trabajadores y trabajadoras se congregan en la plaza mayor y participan en actos de democracia directa. Dicen a las autoridades: “Venid ahora y contestad a nuestras preguntas.” Hay vídeos en que la gente dice: “¿Cómo puede ser que Lukashenko obtuviera en nuestra ciudad el 80 % de los votos?” Después preguntan quién votó a Lukashenko y resulta que solo la elite y los directores de las fábricas levantan la mano. Luego preguntan quién votó a Tsijanouskaia y todo el mundo levanta la mano. Es este tipo de responsabilidad que se reclama en las regiones de las autoridades locales, y esto es importante.

Estas protestas en las ciudades pequeñas son importantes por dos razones: muchas de estas regiones han apoyado tradicionalmente a Lukashenko; y lo que es todavía más significativo, gente que solía considerarse parte de la ciudadanía apolítica aparece como protagonista de la acción política.

NE: Esto nos lleva de nuevo a la cuestión de si ves que se producen tensiones entre estas nuevas organizaciones de base y las candidatas de la oposición.

SB: Hasta ahora, los comités de huelga no han formulado reivindicaciones económicas, sino que han mantenido las tres demandas políticas básicas. Ahora me permitiré especular un poco, o por lo menos analizar la situación. Creo que por primera vez, en Bielorrusia, la clase trabajadora pasa a ser sujeto político, lo que implica que por primera vez se percibe a sí misma como agente política. Sabemos que ciertos modelos económicos que preconizaron Tsijanouskaia y otras se inspiraban en la conocida terapia de choque y la privatización. Sabemos que las plantillas de estas fábricas rechazaban esta política. Ahora esta gente trabajadora entra en escena como agente política y exige que los y las representantes de los nuevos comités de huelga entren a formar parte del Consejo de Coordinación para la transición del poder, mientras que apenas dos semanas antes nadie les habría consultado.

Ahora mismo la oposición está tratando de unir a todas estas voces heterogéneas, y si los comités de huelga acaban entrando en escena como agentes políticos, y si mantienen algún mandato representativo, cabe esperar que no se incorporarán simplemente al programa neoliberal de las principales candidatas de la oposición. Al entrar en escena del modo en que lo hicieron, parando los pies al terror, se convirtieron en principales agentes, por no decir héroes, de la resistencia y por tanto esto es algo a tener en cuenta.

Así que ahí hay un potencial político. En esto veo la posibilidad de avances democráticos en el bloque oriental que no se ajustan a esquemas anteriores, un proceso que carecería de antecedentes. Pero esto, de momento, es mera especulación y análisis; después de todo, la policía –que persigue a las y los activistas y obstruye todos los intentos organizativos–, en combinación con la extrema precariedad de la clase trabajadora, ha conseguido frenar la proliferación masiva de huelgas, al menos por el momento. Sin embargo, creo que es inevitable que las candidatas de la oposición no puedan seguir limitándose a impulsar el programa económico que querían, porque han reconocido quién les ha salvado, o quién les salvará, por temor a que esta fuerza política de nuevo cuño se vuelva con el tiempo contra ellas.

NE: Las comparaciones con el Maidán de Ucrania en 2013/2014 son inevitables, pero parece que sugieres que las condiciones preexistentes y la estructura de la economía bielorrusa, así como la sucesión de acontecimientos de las últimas semanas, implican que estamos asistiendo a algo muy distinto.

SB: Pienso que es útil trazar una línea de separación entre el Maidán y otras revoluciones de colores y lo que está ocurriendo en Bielorrusia. Es muy fácil proyectar modelos del pasado, y la oposición de antes siempre se ha basado en algo parecido a las revoluciones de colores. Hoy existen importantes diferencias tanto en el plano material como en el ideológico. Por ejemplo, se insiste en no caer en el nacionalismo, cosa que no ocurrió durante el Maidán. En Ucrania ya había, por supuesto, una brecha social entre el este y el oeste, que por cierto propició la intervención de Rusia, pero este no es el caso de Bielorrusia. En el plano material, las huelgas obreras no fueron una dimensión significativa de la lucha en las revoluciones de colores, mientras que en nuestro caso, como he explicado, este es un factor clave de la revuelta actual.

De hecho es el régimen el que trata de forzar la comparación entre el Maidán y la revuelta actual. Maidán ha sido una especie de consigna para las autoridades gubernamentales en Bielorrusia. En los primeros días trataron de legitimar el resultado de las elecciones, pero ahora ya han desistido y dicen simplemente: “No queremos un Maidán, no queremos la guerra civil, y si sustituimos a Lukashenko habrá una guerra civil.” A través de los medios oficiales propagan la mentira de que la gente que se manifiesta es nacionalista o que pretende ilegalizar la lengua rusa (tenemos dos lenguas oficiales, el bielorruso y el ruso). En cambio, es importante señalar que los esfuerzos colectivos de la sociedad civil en acciones de solidaridad o ayuda mutua, en las huelgas y otros actos organizados, no están teñidos en absoluto de nacionalismo. De hecho, el abandono de toda veleidad nacionalista del pasado por parte de la oposición es la condición central de la efectividad de la resistencia popular en Bielorrusia.

NE: ¿Cómo intentará el movimiento mantener su independencia con respecto a Rusia y la Unión Europea?

SB: Rusia es el elefante en la habitación. Me temo que Rusia desempeñe un papel importante en toda esta historia. La economía bielorrusa, en su estado actual, depende estructuralmente de Rusia. El país no va bien, pero funciona razonablemente en comparación con sus vecinos de la esfera postsoviética, y esto se debe a su dependencia estructural de Rusia, del petróleo y de otros subsidios. Esto no tiene marcha atrás.

Tengo la sensación de que Rusia ya no quiere a Lukashenko. Ha habido un cambio al respecto en los últimos días. Buena parte del personal de la televisión estatal, que constituye un importante aparato ideológico, se declaró en huelga. La gente se negó a cumplir las instrucciones de no informar de las manifestaciones. Lo que hizo entonces el gobierno fue importar personal ideológico de Rusia. A veces resulta muy cómico, pues los rusos no están muy al tanto de la situación en Bielorrusia y a menudo emplean las herramientas que utilizaron en Ucrania; esto llama la atención y la gente se regocija convirtiendo sus meteduras de pata en memes.

Es ridículo, pero también es evidente que Lukashenko pide ayuda a Rusia. Antes de la campaña, Lukashenko mantuvo relaciones muy antagónicas con Rusia. Incluso metió la pata cuando capturó a unos espías rusos en la frontera y propagó la noticia a bombo y platillo para despertar el sentimiento nacionalista a su favor. Ahora, como estamos viendo, vuelve a ponerse en sus manos, y Rusia le ayuda, de modo que tiene que prometerle muchas cosas.

¿Cómo resistir? Ha habido una posición absolutamente hegemónica en las protestas –de la elite del sector informático, de la clase trabajadora y de la gente común– que rechaza tanto a Occidente como a Rusia. De hecho, cuando empezaron a llegar donativos a la caja de resistencia de la huelga, la gente no lo veía con buenos ojos. Decía que no queremos que se piense que nos financia Occidente. De modo que se reconocen dos males.

Por tanto, pienso que cualquier tipo de intervención u ocupación militar por parte de Rusia no será tolerado y chocará con resistencia, aunque si hay algún otro tipo de intervención subterránea ya es harina de otro costal. Esta es otra diferencia con respecto al Maidán. Si Rusia decide enviar su ejército, será un completo desastre para ellos, creo. El sentir popular es que no nos venderemos a Rusia ni a Occidente. Lo que esto signifique en términos políticos se verá en los próximos meses, pero de momento esta posición es hegemónica.

NE: Has mencionados iniciativas de base en la sociedad civil. ¿Cómo influyen estas en las formas de movilización?

SB: Son absolutamente cruciales. Te citaré un ejemplo de la Covid para ilustrarlo. Como sabes, Lukashenko, al igual que los presidentes de EE UU y Brasil –los tres comparten muchos rasgos de carácter, de hecho– no creyó que la Covid fuera una amenaza real. Bromeó diciendo que se podía tratar con vodka, y cosas por el estilo. Manipularon las estadísticas, mientras el personal sanitario estaba sometido a grandes presiones, y esto fue una afronta a su trabajo. Lo que sucedió entonces es que la sociedad civil organizó una colecta de dinero para el personal sanitario, para comprar equipos de protección individual (EPI). Se crearon redes de base que suministraban alimentos, agua, EPI, etc. Así que este tipo de redes han surgido a partir de la plena desconfianza con respecto a las autoridades. Esta incompetencia inveterada de las autoridades ha dado pie a una nueva generación que hace cosas colectivamente por su propia cuenta.

Otra iniciativa, por ejemplo, se denomina Gente Honesta. Se trata de una red formada por miles de personas que actúan de observadoras independientes de las elecciones. Al final las expulsaron de los colegios electorales, pero la red sigue existiendo y ahora la utilizan para recaudar fondos para la gente que ha perdido el empleo a causa de la represión política: cuelgan sus perfiles en internet, buscan empresarios privados que les den trabajo, aunque sea temporal, u otras cualificaciones, etc. Así que estas redes se configuran a causa de la desconfianza frente al gobierno y por iniciativa de gente joven que nunca ha confiado de cualquier clase de liderazgo, pues todos los líderes les han traicionado, tanto de la oposición como del gobierno.

NE: ¿Encierran las formas de protesta que surgen en Bielorrusia alguna lección que podamos aprender?

SB: Tal vez sea demasiado pronto para hablar de lecciones desde el punto de vista de las formas de lucha. Claro que todos los días se sacan lecciones positivas y negativas en términos de estrategia y organización. Asimismo puede que haya cierto tipo de lecciones que podamos aprender en términos de análisis de cómo surge una situación prerrevolucionaria. Lo que podemos observar es que las redes que en sí mismas no tienen un contenido político, en un momento revolucionario se vuelven políticas por el mero hecho de existir, puesto que funcionan al margen del régimen.

También existe cierta dialéctica que muestra las nuevas posibilidades del republicanismo a resultas del autoritarismo, imposibles en democracias liberales con una sólida historia institucional. Con esto quiero decir que el autoritarismo prolongado genera involuntariamente comunidades de ayuda mutua para sobrevivir en el régimen represivo; ahora estas comunidades toman la iniciativa de reconstruir el país al margen del aparato de representación democrática. Escucho una y otra vez decir a amigos y amigas que este país “tenemos que reconstruirlo nosotras, nadie más lo hará” y que hay que inventar la manera de hacerlo. Del mismo modo que tuvo que responder por su cuenta a la emergencia de la Covid, la gente se percibe como agentes activas en la reestructuración de sus comunidades, de su república (literalmente la cosa común, res publica en latín), más allá del aparato representativo que les ha fallado.

Las protestas adoptan formas muy heterogéneas, cosa que tiene implicaciones interesantes para la presión que es posible ejercer. Son bastante dispersas, miniprotestas, por decirlo de alguna manera. Un día, por ejemplo, salen a la calle las maestras y maestros. Al día siguiente lo hace el personal de la Academia de la Ciencia, después el personal sanitario. Se manifiestan en sus lugares de trabajo y en sus comunidades y plantean sus reivindicaciones directamente a sus patronos o jefes, que siempre han apoyado a Lukashenko.

Otra estrategia nueva –y ya aprenderemos si las lecciones son positivas o negativas– es la clase de demanda paradójica, que proviene sobre todo del campo de Viktar Babaryka y que dice que debemos hacer todo de acuerdo con la ley. Utilizaremos la ley. ¿Por qué es paradójico? Porque el gobierno se salta la legalidad a la torera, pero pretende que estamos en un Estado de derecho. Así que se pusieron a actuar de acuerdo con las leyes bielorrusas con el fin de denunciar y desbordar a la burocracia del régimen. Por ejemplo, organizaron un acto masivo cuando ciertos candidatos no pudieron inscribirse para la elección presidencial: inundaron a las autoridades con quejas legales individuales. Fue un acto simbólico, desde luego, pues sus peticiones caerían en saco roto, pero hubo un acto de ejercicio colectivo de un derecho, con cientos de personas haciendo cola para presentar sus quejas.

El 27 de agosto, centenares de personas recogieron firmas para revocar a sus representantes electos en el parlamento. De nuevo, en un acto simbólico, hicieron entrega de dichas firmas. ¿Por qué, también en este caso, es paradójico? Porque los mismos representantes que se pretendía revocar mediante un acto democrático no podían pretender que habían sido elegidos democráticamente: el parlamento ha sido un órgano formal leal al presidente durante dos décadas, y ni siquiera la gente activa sabe con certeza quiénes son sus representantes electos (o sea, nombrados). Ahora los revocan y se ven forzados a explicarse públicamente para justificar sus actos y posiciones.

Esta tendencia se ha extendido, para bien o para mal, a las manifestaciones: acatar la ley a toda costa, incluso en las manifestaciones. Así que una táctica o tendencia ha consistido en limpiar el lugar de la manifestación una vez concluida la misma. Corean “Nosotros y nosotras limpiamos”, y van y dejan la calle limpia después de la manifestación y durante la misma. Acude gente en coche y recoge la basura, gente organizada en las nuevas redes que he mencionado.

Veremos en su momento si la lección que extraigamos de esto es negativa. ¿Por qué digo negativa? Porque tal vez hay necesidad de otras expresiones de poder. Una cosa es denunciar la absurdidad del aparato en una situación prerrevolucionaria y otra tomar el poder en el momento revolucionario. Hasta ahora, la táctica ha consistido en la simple presencia de gente en la calle. Así que la gente sale de casa o del lugar de trabajo, va a la tienda, se para en la calle, sin decir nada, sin pancartas ni carteles. La mera presencia de la población, que normalmente no estaría en la calle, ha sido una forma de protesta. Sin embargo, desde que la policía, envalentonada, volvió a hacer acto de presencia el 27 de agosto, la gente se deja detener sin resistirse, por docenas, haciendo gala de su plena confianza en seguir la ley.

Pero las reglas del juego han cambiado. En este momento lo que se plantea es la revolución, ya no es cuestión de la transferencia del poder, porque lo que vemos es una usurpación del poder por un régimen ilegítimo, un golpe, una junta, así que hace falta una revolución. Los términos han cambiado un poco y la cuestión es si las estrategias también deben cambiar. Una revolución ya implica algo ilegal; supone una traición exitosa. Hasta ahora, la estrategia de seguir la ley ha permitido movilizar a muchísima gente, pero ¿será suficiente a la larga? Habrá que verlo. La insistencia en esta estrategia implicará una lucha prolongada. La falta de liderazgo es una condición necesaria para la protesta, pero la falta de demandas políticas, aparte de las tres principales demandas abstractas, puede acabar siendo una lección negativa después de todo.

NE: Has dicho que la gente trabajadora ha expresado su prevención con respecto a las donaciones a las cajas de resistencia, así que ¿qué formas de solidaridad internacional podrían ser útiles?

SB: Una cosa que querría decir es que no ha habido casi ninguna expresión de solidaridad por parte de la izquierda. Esto no se ha echado en falta, y pienso que es un error, pues refuerza al adversario en una situación que es bastante incierta. Por tanto, las declaraciones de solidaridad serían importantes, y deberían incluir precisamente la exigencia de no intervención, por un lado, e insistir en que la democracia es posible sin reformas neoliberales, por otro. En cambio, sí ha habido una carta firmada por los Partidos Comunistas del bloque postsoviético en solidaridad con Lukashenko, en un tono muy estalinista. Así que pienso que sería de gran ayuda para las fuerzas de izquierda independientes en Bielorrusia, que de por sí se han visto debilitadas, recibir mensajes de solidaridad de parte de la izquierda que rechaza la visión estalinista.

Pienso que a pesar de todo, las donaciones a las cajas de resistencia serán importantes, particularmente para el día a día. Hay cada vez más personas despedidas y procesadas, y necesitarán ayuda. Sería bueno que las donaciones se hicieran específicamente a las cajas de resistencia o determinadas iniciativas de la sociedad civil, más que algún tipo de recolecta abstracta o paquete monetario de la UE.

Finalmente, debería haber expresiones de solidaridad con la sociedad civil, concretamente con las nuevas redes que están creándose. Estas son a menudo invisibles porque los grandes medios solo muestran imágenes de las manifestaciones masivas con la bandera blanquirroja. Pero precisamente estas redes son efectivas a pequeña escala y practican la democracia en la base, más allá de las estructuras oficiales de representación parlamentaria. Junto con los trabajadores y trabajadoras en huelga, son sobre todo estas organizaciones de base las que resultarán cruciales si queremos evitar el desastre y sostener el impulso democrático en el largo plazo.

En general, pese a los rayos de esperanza y las insólitas expresiones de solidaridad, mi valoración no es optimista. Resulta muy difícil imaginar que Rusia dejará que derriben a un dictador a base de protestas pacíficas al otro lado de su frontera, como lo es también que la UE no vaya a aprovechar las políticas neoliberales de las principales campañas de oposición, si salen ganando de alguna manera. Sin embargo, las nuevas formas de organización, las iniciativas de la sociedad civil, los comités de huelga que surgen, todo esto nutre la esperanza y merece ser estudiado. La solidaridad específica con estos grupos, más que protestas amplias en abstracto, sería de gran ayuda y les daría muchos ánimos.

1 de septiembre 2020

Articulo de rs21, traducción viento sur

Siarhei Biareishyk