Declaración del Buró Ejecutivo de la Cuarta Internacional
1. A pesar de una represión extremadamente brutal (ya más de 12.000 detenciones, centenares de heridos y al menos cuatro muertos), la rebelión de masas de la población bielorusa está entrando en su novena semana extendiéndose socialmente y más allá de la capital, Minsk, sin lograr por el momento transformarse en una huelga general. Desde el fraude en los resultados de las elecciones presidenciales del 9 de agosto, en este país de 9,5 millones de habitants, ubicado entre la Unión Europea y Rusia, cada semana cientos de miles de manifestantes pacíficos, en particular mujeres, han estado exigiendo:
• La marcha de Lukashenko (quien organizó su investidura el 23 de septiembre en medio del mayor de los secretismos, bajo la protección del ejército y la policía, que bloquearon el centro de la ciudad);
• Elecciones libres y limpias;
• El fin de la violencia policial y la puesta en libertad de los presos politicos.
Esta impresionante movilización de la Resistencia popular ganó impulso tras las primeras manifestaciones posteriores al anuncio de los resultados oficiales de las elecciones se topó con el terror gubernamental. Pero sus raíces son más profundas: durante más de cinco años —en el contexto de la crisis ucraniana y de las sanciones contra Rusia— el deterioro económico y social del regimen autocrático de Lukashenko, su política neoliberal en el terreno laboral (incluida la substitución de los convenios colectivos por un sistema de contratos totalmente individualizados) y la persecución de los desempleados, la congelación salarial desde 2015, el aumento de la edad de jubilación, la negación de la dignidad de los trabajadores frente a la pandemia… La población bielorusa se ha levantado contra un régimen que trata a las gentes como mercancías de usar y tirar, esto es, los tortura y les miente acerca del coronavirus.
2. Tras alcanzar el poder en 1994 con un discurso populista, cuando la población se estaba movilizando contra las privatizaciones, Lukashenko formó un regimen autoritario para alcanzar la restauración capitalista. Es un sistema perculiar de capitalismo semiperiférico, en el que el poder politico y económico no se basan en lo esencial en el gran capital privado, sino en un aparato de Estado burocrático-paternalista del que Lukashenko constituye un símbolo (sin que le pertenezca). Pero destinando una parte substancial de los recursos estatales a mantener la industria, el sector agrario, las infraestructuras y la población, este régimen ha subordinado los elementos del capital privado a sus cargos públicos, limitando (a diferencia de Rusia) el crecimiento de las desigualdades. De ahí que sea la nomenklatura, entremezclándose con el capital privado, la que subyuga y explota a los trabajadores tanto desde el punto de vista económico, administrativo, politico y cultural-ideológico. Es este sistema el que entró en un un estancamiento creciente desde 2013 y que hoy se ha sumergido en una crisis multidimensional.
3. Proclamada a finales de los años 90, la Unión de Rusia y Bielorusia, que representó un intento de reintegración del espacio postsoviético durante la última década, finalmente se convirtió en una forma de dependencia económica del país en relación con Rusia mientras se mantenía la autonomía del régimen bieloruso. Quedó claro que la Rusia de Putin entiende la intergración de países postsoviéticos tan sólo como una oportunidad para la expansión del gran capital ruso y su papel clave en la privatización de antiguas empresas soviéticas. Para Lukashenko dicha integración, no sólo significaría la pérdida de control sobre la propiedad, sino también la pérdida del poder político, que habría pasado a los burógratas y a la alta gerencia rusa.
El modelo económico y político de Lukashenko en Bielorusia tenía que maniobrar constantemente entre la Unión Europea y Rusa para sobrevivir. De ahí que Occidente, a pesar de su incomodidad ante el autoritarismo de Lukashenko, le tenía en buena estima por su deseo de mantener su independencia de Rusia y su resistencia ante la expansión de bases militares rusas a Bielorusia. Este estatus neutral de Bielorusia permitió a Minsk convertirse en la principal plataforma para las negociaciones entre Rusia, Ucrania y la UE en 2014. Para Putin, por otro lado, Lukashenko seguía siendo un líder que jamás permitiría a su país un acercamiento a la OTAN y mantuvo buena parte de la economía bielorusa orientada hacia Rusia. Por consiguiente, Lukashenko no contaba con la confianza ni de Rusia ni de Occidente, pero a su vez les satisfacía al mantener la estabilidad de la posición actual de Bielorusia.
Las protestas de masas que se iniciaron en Bielorusia tras las elecciones presidenciales del 9 de agosto tienen, ante todo, causas internas. Durante los últimos años hemos visto como Lukashenko fracasaba totalmente en la resolución de esta crisis por sí solo y se volvía hacia Rusia en busca de ayuda. Asesores políticos y representantes de agencias especiales de seguridad rusas han llegado a Bielorusia y Putin ha expresado abiertamente su voluntad de mandar a la policía antidisturbios rusa para ayudar a Lukashenko. Ahora, si Lukashenko consigue mantenerse en el poder, su dependencia política de Rusia se va a incrementar dramáticamente y se volverá extremadamente impopular en su país.
Tras conversaciones recientes entre Putin y Lukashenko, se hizo evidente que Moscú ve la crisis en curso en Bielorusia como un modo de llevar adelante una transformación gradual desde arriba del modelo autoritario. Es una cuestión de modificaciones de fachada (reforma constitucional) con el objetivo de facilitar la privatización de las grandes empresas estatales bielorusas por parte del gran capital ruso. La UE en su conjunto está dispuesta a aceptar dicho modelo, ya que no puede ofrecer a Bielorusia ninguna alternativa distinta y teme provocar que Putin cree otro punto de conflicto (político y posiblemente militar) en Europa del Este.
En última instancia, tan sólo el pueblo que se ha levantado para protestar está interesado en una transformación y una democratización profunda del país.
4. Si bien tras las “elecciones” presidenciales de 2001, 2006, 2010 y 2015 —cuyos resultados siempre habían sido contestados por la oposición (según una declaración reciente por parte del presidente del Comité Ejecitivo Regional de Grodno, no hay “método alguno de recuento electoral”)— hubo protestas reprimidas, la nueva ola de movilizaciones se inició en 2017, cuando el régimen intentó imponer un nuevo impuesto por decreto a los desempleados, a los que se acusaba de “parasitismo”. No sólo en Minsk, sino también en ciudades de otras regiones, miles de manifestantes cantaban “¡No al decreto n.3. Fuera Lukashenko!”, forzando al régimen a substituir el impuesto por una reducción en las ayudas gubernamentales. Esto se reveló como el primer retroceso del régimen.
Cuando se inició la pandemia de la Covid 19, si bien Bielorusia tiene un sistema de salud pública superior al de muchos países desarrollados (5,2 médicos por cada 1000 habitantes, comparado con los 3,9 de la Eurozona y los 2,6 de Norteamérica), el sistema burocrático fue incapaz de adaptarse a la crisis. El régimen se refirió a la pandemia en términos de “neurosis”, fue incapaz de proveer equipo y suministros médicos para los trabajadores sanitarios y faltaban ambulancias, mientras que Lukashenko se refierió a la primera víctima mortal (un actor conocido) en los términos “pobre bastardo” que no podía “resistir”. Y el personal sanitario que se atrevía a hablar de la pandemia fue reprimido. Fue entonces cuando se inició la autoorganización de la población: la campaña porCovid19 fue capaz de suplir la incapacidad del Estado, proporcionando equipo y trabajadores voluntarios, creando una red de coordinación en cada región. El régimen osciló entonces entre la represión y la colaboración con dichos voluntarios, cuya iniciativa “puso de relieve la necesidad del cambio”, tal como señaló el coordinador de la campaña PorCovid19.
Temiendo que “vendrán a por mí con horquetas” (26 de abril de 2020), Lukashenko decidió advertir a sus principales oponentes liberales —Viktor Babaryko (director general de Belgazprombank), Valery Tsepkalo (antiguo embajador, primer ministro y administrador del Alto Parque Tecológico de Bielorusia) y Sergei Tikhanovsky (empresario, bloguero y administrador del conocido canal de YouTube Un país en el que vivir)— de que no se presentaran a las elecciones presidenciales. Como buen macho, creía que una mujer candidata sería “incapaz de cargar con esta responsabilidad y se hundiría” y obtuvo la validación de los centanes de miles de firmas, permitiendo a la mujer de Sergei, Svetlana Tikhanovskaya, que se presentara. Esta profesora, una mujer normal que decía no aspirar al poder, cuya imagen se correspondía con la de la mayoría de los votantes, apoyada por la esposa de Tsepkalo y directora de campaña de Babaryko, fue capaz de reunir decenas de miles de personas en sus mítines preelectorales en todo el país. Y su resultado oficial —10,9%— no podía ser admitido por nadie.
La represión extremadamente violenta de los primeros actos de protesta popular los días 9, 10 y 11 de agosto hicieron el resto: como dijo el sociólogo bieloruso Andrei Vardomatsky, “cuando alguien dispara a tu ventana, el conjunto del edificio lo ve”. Contra la injusticia y el terror, la extensión del movimiento de protesta fue inmediata: el régimen de Lukashenko ahora tan sólo es capaz de mantenerse gracias a las fuerzas represivas. ¿Cuánto puede uno reinar “sentándose sobre las bayonetas”?
5. Al responder con el terror, el régimen de Lukashenko intentó evitar concentraciones de manifestantes. De hecho, empujó a los manifestantes a concentrarse ante sus hogares, en los patios de sus edificios y en los pueblos de las afueras, multiplicando por consigueinte las protestas y promoviendo formas de autoorganización en torno a las relaciones vecinales —muy fuertes, puesto que el sistema burocrático de gestión de los edificios y los servicios sociales es deficiente y fuerza a los barrios a resolver por sí mismos problemas urgentes—. Con el papel de las redes sociales y los canales de internet —populares entre la gente joven y la principal fuente de información en un país en el que el régimen controla y censura los medios— el resultado ha sido la aparición de una gran red de protestas locales espontáneas que no tienen ningún centro y ninguna dirección clara, sino una “dirección fluida”: nada más ser represaliada una persona que aparezca como “líder”, otra ocupa su lugar con naturalidad a nivel local. Lo que caracteriza al movimiento es una gran creatividad, las gentes movilizadas inventan constantemente nuevas formas de control, de lucha pacífica, y todo ello circula, se expande y se enriquece a través de las redes sociales.
A partir del 10 de agosto los trabajadores se incorporaron a las movilizaciones en tanto que tales. Sanitarias (en su mayoría mujeres, doctoras y enfermeras) de los heridos tomaron las calles para protestar contra la tortura. Hubo paros en gran número de empresas (a veces con el apoyo de los propietarios en el sector privado) y, sobre todo, en al menos una docena de grandes empresas de propiedad estatal, conduciendo a concentraciones de trabajadores en las fábricas, a veces polémicas con los gerentes y con los representantes locales del régimen e incluso con Lukashenko (echado por los trabajadores de la Planta Automobilística de Minsk al grito de “fuera” el 17 de agosto), aparecieron comités de huelga, pero parece que en ningún lugar ha habido intentos de huelga con ocupación. Al contrario, los trabajadores salieron de las fábricas para manifestarse. Y con represión (a veces con despidos masivos en la Televisión estatal o el Teatro Nacional de Minsk, o amenazas de despido, detenciones seguidas de encarcelamientos de “líderes” reales o imaginarios), la debilidad o la ausencia de sindicatos reales, y a veces las “recomendaciones” de los directores de ir a la huelga de celo (esto es, trabajar cumpliendo la normativa, de un modo invisible, atomizando a los trabajadores), el movimiento huelguístico retrocedió, los proletarios se disolvieron en un gran movimiento de protesta. Las fábricas no se han convertido en el centro de la revuelta y el proletariado (¿todavía?) no ha logrado afirmarse como clase en torno a sus propias reivindicaciones en el seno del movimiento democrático que lucha contra el régimen.
Frente a una represión brutal de los manifestantes, las mujeres en tanto que tales organizaron numerosas “cadenas solidarias”, ofreciendo flores a las fuerzas y desbordarlas con su masividad, muy pacíficamente, lo cual paralizó a este sector muy “macho” antes de que las autoridades ordenaran reprimir a las mujeres e incluso a sus hijos. En cualquier caso, las reivindicaciones de derechos para las mujeres (¿todavía?) no han aparecido en estas iniciativas.
6. Mientras los candidatos de la oposición a las presidenciales rechazados por el régimen (V. Babaryko, V. Tsepkalo y S. Tikhanovsky), así como Andrei Dmitriev (candidato por “Decir la verdad”, que oficialmente obtuvo el 1,21% de los votos) defendían programas económicos liberales, orientados en particular hacia la “libertad de empresa” del sector privado y la necesidad de “dejar de subvencionar a empresas deficitarias”, este tema prácticamente desapareció de la campaña presidencial de Svetlana Tikhanovskaya (sin ser rechazado por la candidata). Desde el 9 de agosto tampoco han aparecido en la revuelta contra el régimen. Los manifestantes tan sólo plantean las tres reivindicaciones democráticas.
Los partidos liberales de oposición, marginados desde 1994 y privados de cualquier representación significativa en las instituciones del régimen, son, de facto, muy débiles. Lo mismo sucede con los partidos que se dicen de izquierdas (a menudo con una mezcla de nostalgia por el viejo régimen del llamado “socialismo real”), reducidos a clubes de debate.
Finalmente, siendo obligatoria la afiliación sindical, el movimiento sindical oficial no tiene nada en común ni tan siquiera con el sindialismo altamente burocratizado, sino que actúa como una correa de transmisión para Lukashenko y posiblemente como un marco de ascenso social para sus cargos. Hay que subrayar la ruptura que supuso a este nivel la represión de las poderosas movilizaciones obreras y sindicales de principios de los años 90 en la misma época en la que puso fin a las terapias de shock neoliberales: las “protecciones sociales” de este capitalismo estatalista estaban orgánicamente ligadas a la atomización y a la supervisión burocrática de los trabajadores. Los sindicatos independientes —Como el Congreso Bieloruso de Sindicatos Democráticos (BKDP), afiliado a la Confederación Sindical Internacional— tolerado mientras que era a su vez reprimido, son muy débiles y no están muy presentes en las grandes empresas. La sociedad moldeada por Lukashenko es, por consiguiente, una sociedad atomizada. Esto es lo que ha cambiado en los últimos meses, especialmente desde el principio de la revuelta popular. Los llamamientos a la solidaridad con los trabajadores y el pueblo de Bielorusia desde las redes de la Confederación Europea de Sindicatos —especialmente desde la CGT (Francia), recientemente afialiada a la ETUC— marcan un posible punto de inflexión importante.
Independientemente de sus límites, estamos asistiendo a una intensa politización en el seno de este movimiento de masas, un aprendizaje de la autoorganización cívica que pone a la orden del día la aparición de una estructuración política totalmente nueva. Este movimiento por la democracia deberá construir, tarde o temprano, un proyecto de sociedad. Si logra “desembarazarse” de Lukashenko y su régimen burocrático se dividirá y quizás emerjan las condiciones para la cuestión de clase y de género y debates acerca de qué construir en su lugar. Entonces el papel de la clase trabajadora (cuyas huelgas incipientes forzaron a Lukaschenko, durante un tiempo, a limitar la represión, mostrando por consiguiente su poder), el papel de las mujeres (cuyas manifestaciones de los sábados sentaron las bases para la continuación de las manifestaciones de masas de los domingos) y las cuestiones ecológicas (Bielorusia ya ha conocido un grave inicio de cambio climático, conviertiéndose el sur del país en una zona esteparia cuando hace tan solo cincuenta años estaba cubierta de bosques pantanosos) estarán en el centro del debate.
7. De modo que las cuestiones democráticas, de salud, feministas, de clase y ambientales que alimentan la politización actual de la sociedad bielorusa permiten el surgimiento de un frente ecosocialista, la izquierda internacional (sindical, política, asociativa) debe ser capaz de desarrollar lazos de solidaridad concreta, desde abajo, con el movimiento democrático bieloruso en su conjunto.
La solidaridad no significa el alineamiento con tal o cual decisión de quienes hoy dicen simbolizar el movimiento: el consejo de coordinación en torno a Svetlana Tikhanovskaya (que la represión ha debilitado severamente) o los antiguos partidos políticos que se han incorporado al movimiento mientras callan acerca de su verdadero programa y objetivos —privatizaciones pro o antirusas, antisociales y antidemocráticas—. Este asunto está emergiendo cada vez más a la luz, en un momento en el que la situación económica se está deteriorando: será necesario oponerse tanto a la retórica pseudoproductiva de Lukashenko como a la retórica pseudodemocrática de sus oponentes.
La solidaridad significa una defensa democrática contra la represión, defensa de un derecho pluralista a la libertad de expresión y el apoyo a las manifestaciones y las huelgas que están teniendo lugar. Solidaridad también implica independencia de las maniobras de los gobiernos de otros países y del capital financiero internacional, que intentará sacar tajada de las movilizaciones de masas en Bielorusia.
¡Solidaridad internacional de los trabajadores con el movimiento democrático de Bielorusia!
¡Abajo Lukashenko y su régimen!
¡Elecciones libres en Bielorusia!
¡Libre autoorganización del debate sobre el futuro de Bielorusia!
¡Hacia una Bielorusia ecosocialista: ¡lazos internacionales entre sindicatos, movimientos de mujeres, la juventud y los trabajadores!
26 de septiembre de 2020