En los últimos días, Gaza ha personificado la división global Norte-Sur más que ningún otro conflicto de la historia contemporánea. La indecente unanimidad de los gobiernos occidentales a la hora de expresar sin reservas su apoyo incondicional al Estado israelí -en el mismo momento en que éste se había embarcado ya, y de forma bastante evidente, en una campaña de crímenes de guerra contra el pueblo palestino de una magnitud sin precedentes en los 75 años de historia del conflicto regional- ha sido verdaderamente enfermiza. Desde el 7 de octubre, estos gobiernos se han superado mutuamente en este empeño: desde proyectar la bandera israelí en la Puerta de Brandemburgo de Berlín, el Parlamento de Londres, la Torre Eiffel de París y la Casa Blanca de Washington, hasta enviar material militar a Israel y enviar refuerzos navales estadounidenses y británicos al Mediterráneo Oriental en un gesto de solidaridad con el Estado sionista, pasando por prohibir diversas formas de expresión de apoyo político a la causa palestina, cercenando así libertades políticas elementales.
Todo esto ocurre en un momento en que el desequilibrio habitual en la información de los medios de comunicación occidentales sobre Israel/Palestina ha alcanzado su punto álgido. Como de costumbre, se ha mostrado profusamente en las pantallas a israelíes afligidos, mujeres en particular, incomparablemente más de lo que se ha mostrado nunca a palestinos afligidos. La Operación Inundación Al-Aqsa de Hamás provocó una avalancha de imágenes de violencia contra personas desarmadas, con especial atención a una rave similar a las que se organizan habitualmente en los países occidentales, con el fin de acentuar la «compasión narcisista … evocada mucho más por calamidades que golpean a ‘gente como nosotros’, y mucho menos por calamidades que afectan a gente distinta a nosotros». La violencia israelí a gran escala que ha estado golpeando a la población civil de Gaza desde que Hamás lanzó su operación ha sido mucho menos denunciada, por no hablar de condenada. Incluso un crimen de guerra tan flagrante como el bloqueo total de agua, alimentos, combustible y electricidad infligido a una población de 2,3 millones de personas y la no menos flagrante violación del derecho humanitario consistente en ordenar a más de un millón de civiles que abandonen su ciudad o se enfrenten a la muerte bajo los escombros de sus viviendas es prácticamente condonado por destacados dirigentes políticos occidentales y los principales medios de comunicación occidentales.
Es como si hubieran reconstituido la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes para la que el ficticio Kurtz de Joseph Conrad (en El corazón de las tinieblas) había escrito un informe que terminaba con la aterradora posdata:
«¡Exterminar a todas las bestias!» La receta de Kurtz ha encontrado efectivamente un equivalente en el siniestro anuncio del ministro israelí de «defensa» Yoav Gallant: «He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado … Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia».
Como era de esperar, los medios de comunicación occidentales se han hecho eco de los medios de comunicación israelíes al describir la operación de Hamás como el ataque más mortífero contra judíos desde el Holocausto, continuando con el patrón habitual de nazificación de los palestinos para justificar su deshumanización y exterminio. La verdad, sin embargo, es que, por terribles que hayan sido algunos aspectos de la operación de Hamás, no son una continuación de la violencia imperialista nazi desde ninguna perspectiva histórica significativa. Por el contrario, se inscriben en dos ciclos históricos muy diferentes: el de la lucha de los palestinos contra el despojo y la opresión coloniales israelíes, y el de la lucha de los pueblos del Sur Global contra el colonialismo. La clave de la mentalidad que subyace a la acción de Hamás no se encuentra en el Mein Kampf de Adolf Hitler, sino en Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, la interpretación más conocida de los sentimientos de los colonizados realizada por un pensador político que también era psiquiatra. Fanon reflexionó sobre las luchas de los colonizados contra el colonialismo francés, los argelinos en particular. Los paralelismos son asombrosos:
Los colonizados, que han decidido hacer de ese programa una fuerza motriz, están preparados para la violencia desde tiempos inmemoriales. Nada más nacer les resulta obvio que su estrecho mundo, plagado de tabúes, sólo puede ser desafiado mediante la violencia descarnada…
La violencia que gobernó el ordenamiento del mundo colonial… será reivindicada y apropiada cuando, tomando la historia en sus propias manos, los colonizados pululen por las ciudades prohibidas. Volar el mundo colonial en pedazos es a partir de ahora una imagen clara al alcance y la imaginación de todo sujeto colonizado…
El resultado, sin embargo, es profundamente desigual, ya que el ametrallamiento de los aviones o los bombardeos de los buques de guerra superan en horror y alcance a la respuesta de los colonizados. Los más alienados de los colonizados son desmitificados de una vez por todas por este movimiento pendular de terror y contraterror. Comprueban por sí mismos que cualquier discurso sobre la igualdad humana no puede enmascarar el absurdo de que siete franceses muertos o heridos en una emboscada en el paso de Sakamody provoquen la indignación de las conciencias civilizadas, mientras que el saqueo de los douars de Guergour, la dechra de Djerah y la masacre de la población tras la emboscada no cuentan para nada.
¿Fueron «terroristas» algunos de los actos cometidos por los combatientes de Hamás durante la Operación Al-Aqsa Flood? Si por «terrorismo» se entiende el asesinato deliberado de personas desarmadas, sin duda lo fueron. Pero entonces, el asesinato deliberado de miles y miles de civiles gazatíes durante los últimos diecisiete años -desde 2006, sólo unos meses después de que Israel evacuara la Franja de Gaza para controlarla desde fuera, en la creencia de que el coste sería menor que controlarla desde dentro- eso también es terrorismo. De hecho, el terrorismo de Estado ha causado muchas más víctimas en la historia que el terrorismo de grupos no estatales.
Asimismo, ¿fueron algunos de los actos cometidos por los combatientes de Hamás actos de «barbarie»? Sin duda, pero no menos indudable es que formaban parte de un choque de barbaries. Permítanme citar aquí lo que escribí al respecto hace más de veinte años, tras los atentados del 11-S: ¿Fueron «terroristas» algunos de los actos cometidos por los combatientes de Hamás durante la Operación Al-Aqsa Flood? Si por «terrorismo» se entiende el asesinato deliberado de personas desarmadas, sin duda lo fueron. Pero entonces, el asesinato deliberado de miles y miles de civiles gazatíes durante los últimos diecisiete años -desde 2006, sólo unos meses después de que Israel evacuara la Franja de Gaza para controlarla desde fuera, en la creencia de que el coste sería menor que controlarla desde dentro- eso también es terrorismo. De hecho, el terrorismo de Estado ha causado muchas más víctimas en la historia que el terrorismo de grupos no estatales.
Asimismo, ¿fueron algunos de los actos cometidos por los combatientes de Hamás actos de «barbarie»? Sin duda, pero no menos indudable es que formaban parte de un choque de barbaries. Permítanme citar aquí lo que escribí al respecto hace más de veinte años, tras los atentados del 11-S:
Considerados por separado, cada acto de barbarie puede juzgarse igualmente reprobable desde un punto de vista moral. Ninguna ética civilizada puede justificar el asesinato deliberado de no combatientes o de niños, ya sea indiscriminado o deliberado, por parte del terror estatal o no gubernamental …
Sin embargo, desde el punto de vista de la equidad básica, no podemos envolvernos en una ética metafísica que rechace por igual todas las formas de barbarie. Los diferentes barbarismos no tienen el mismo peso en la balanza de la justicia. Es cierto que la barbarie nunca puede ser un instrumento de «legítima defensa»; siempre es ilegítima por definición. Pero esto no cambia el hecho de que cuando dos barbaries se enfrentan, la más fuerte, la que actúa como opresora, sigue siendo la más culpable. Salvo en casos de irracionalidad manifiesta, la barbarie del débil suele ser, lógicamente, una reacción a la barbarie del fuerte. De lo contrario, ¿por qué los débiles provocarían a los fuertes, a riesgo de ser ellos mismos aplastados? Esta es, por cierto, la razón por la que los fuertes tratan de ocultar su culpabilidad presentando a sus adversarios como dementes, demoníacos y bestiales.
La cuestión más crucial de la concepción de Hamás de la lucha contra la ocupación y la opresión israelíes no es moral, sino política y práctica. En lugar de servir a la emancipación palestina y ganar para su causa a un número cada vez mayor de israelíes, la estrategia de Hamás facilita la unidad nacionalista de los judíos israelíes y proporciona al Estado sionista pretextos para una mayor supresión de los derechos y la existencia palestinos. La idea de que el pueblo palestino pueda lograr su emancipación nacional mediante la confrontación armada con un Estado israelí que es muy superior militarmente es irracional. El episodio más eficaz de la lucha palestina hasta la fecha se produjo sin armas: La Intifada de 1988 provocó una profunda crisis en la sociedad, el sistema político y las fuerzas armadas de Israel, y ganó para la causa palestina una simpatía masiva en el mundo, incluidos los países occidentales.
La última operación de Hamás, el ataque más espectacular que jamás haya lanzado contra Israel, ha brindado la oportunidad de mucho más que el patrón habitual de brutales represalias asesinas en un prolongado ciclo de violencia y contraviolencia. Lo que se vislumbra en el horizonte es nada menos que una segunda fase de la Nakba -la palabra árabe que significa «catástrofe»-, que es el nombre que se da al desplazamiento forzoso de la mayor parte de la población autóctona palestina de los territorios que el recién nacido Estado israelí consiguió conquistar en 1948. El actual gobierno israelí, que incluye a neonazis, está dirigido por el líder del Likud y heredero, por tanto, de los grupos políticos que perpetraron la masacre más infame de palestinos en 1948: la masacre de Deir Yassin. Benjamin Netanyahu encabezó la oposición a Ariel Sharon y dimitió del gabinete israelí dirigido por éste en 2005, cuando Sharon optó por la «retirada unilateral» de Israel de Gaza. Poco después, Sharon abandonó el Likud, que Netanyahu lidera desde entonces.
La extrema derecha israelí liderada por el Likud ha perseguido sin descanso su objetivo de un Gran Israel que abarque todo el territorio de la Palestina bajo mandato británico entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, incluidas Cisjordania y Gaza. Sólo unos días antes de la operación de Hamás, Netanyahu, durante su discurso en la Asamblea General de la ONU, blandió un mapa del Gran Israel, una señal deliberada que no pasó desapercibida. Por eso, la orden dada a la población del norte de Gaza de desplazarse hacia el sur es mucho más que la habitual excusa hipócrita para la destrucción deliberada de zonas pobladas por civiles, mientras se echa la culpa a Hamás acusándola de esconderse entre la población civil (una acusación absurda, por cierto: ¿cómo podría existir Hamás en el desierto, fuera de las concentraciones urbanas, sin ser aniquilada por los muy superiores medios de guerra a distancia israelíes?)
Lo que estamos presenciando es, con toda probabilidad, el preludio de una segunda ronda de desplazamientos de gazatíes hacia el Sinaí egipcio, con la intención de cometer el segundo gran acto de conquista territorial combinado con limpieza étnica desde la Nakba, con el pretexto de erradicar a Hamás. Los palestinos han recordado inmediatamente el éxodo de 1948, cuando huían de la guerra sólo para que se les impidiera regresar a sus ciudades y pueblos. Han comprendido que ahora se enfrentan en Gaza a un segundo caso de desplazamiento forzoso que preludia una mayor desposesión y colonización. Esta segunda etapa de la Nakba será mucho más sangrienta que la primera: El número de palestinos asesinados hasta el momento de escribir estas líneas se acerca ya al de los asesinados en 1948, y esto no es más que el principio de la embestida israelí. Sólo una movilización popular masiva en Estados Unidos y Europa para conseguir que los gobiernos occidentales presionen a Israel para que se detenga antes de que cumpla sus siniestros objetivos bélicos podría evitar este espantoso desenlace. Esto es extremadamente urgente. No se equivoquen: la catástrofe inminente no se contendrá en Oriente Próximo, sino que sin duda se extenderá a los países occidentales, como ha venido sucediendo durante varias décadas, a una escala aún más trágica.
15 de octubre de 2023, Traducción: Punto de Vista Internacional, Fuente: gilbertachcar.net