La chispa del levantamiento popular, cuyo décimo aniversario celebramos, empezó se manifestó en Túnez y se propagó rápidamente por Oriente Medio y el Norte de África (OMNA), posteriormente a países situados fuera de ese espacio geográfico, en contextos distintos y con detonantes diversos: Estado español (Movimiento de los indignados), Estados Unidos (Occupy Wall Street), Irán, Burkina Faso (contra la inflación y la represión), Turquía, etc.
Se trató de un movimiento de masas, extraordinario por su dinámica y profundidad en numerosos países, por us determinación y métodos de acción. Consiguió la caída rápida de los presidentes Ben Ali (de Túnez) y Mubarak (de Egipto) y, con mucha mayor dificultado, la de Gadafi (en Libia) y Saleh (en Yemen), así como, mucho más recientemente, la de al-Bashir (en Sudán). Sin embargo, los levantamientos también fueron reprimidos salvajemente y, finalmente, fueron bloqueados prácticamente en todos lados al agregar reacciones contrarrevolucionarias a las que debieron enfrentarse: la resistencia feroz de los antiguos regímenes, las ofensivas de las fuerzas fundamentalistas islámicas, y las maniobras hasta las intervenciones militares de los diferentes imperialismos y potencias regionales.
No obstante, permanecer las bases objetivas que les dieron lugar e impidir la relegitimación de los poderes establecidos, este proceso revolucionario produce efectos profundos, ha conquistado otros países y ha sido llevado a resurgir. Es de gran importancia analizarlo con sus fuerzas, contradicciones y debilidades para poder acompañarlo hasta lograr una victoria emancipadora para todos los pueblos en cuestión.
1. Las causas objetivas del levantamiento revolucionario en la región
Dicho levantamiento a escala regional es el resultado de una combinación de la crisis estructural del capitalismo mundial y de una grave crisis coyuntural en los centros imperialistas en 2008. Se trata de una crisis compleja y multidimensional (económica, financiera, social, ambiental, política….) y sus efectos devastadores se dispararon en muchos países dependientes, pero en particular en esta región.
La recesión económica mundial de 2008 en Estados Unidos, Europa e incluso China ha supuesto una reducción de los precios de las materias primas (petróleo, fosfatos, etc.) en 2009 y una contracción de los mercados en los centros occidentales. Los países dependientes conocieron entonces un fuerte descenso de sus ingresos por exportación y una acentuación de su déficit comercial estructural, tendencia que no se ha revertido con la posterior recuperación del crecimiento, que ha sido lenta y caótica.
Sin embargo, los levantamientos populares en OMNA no son tan solo un avatar de la crisis económica mundial de 2008. Ésta no hizo más que acelerar factores estructurales específicos de la explosión regional, que se desprenden de las modalidades específicas del modo de producción y reproducción capitalista predominantes en la región: un capitalismo aventurero, especulativo y comercial caracterizado por una búsqueda de ganancias a corto plazo. La economía de la región está demasiado concentrada en la extracción de petróleo y gas natural, el subdesarrollo de los sectores productivos, la hipertrofia de los sectores de servicios y que alimentan diversas formas de inversiones especulativas, en particular en el sector inmobiliario.
Regímenes patrimonialistas, ofensiva neoliberal e injusticias insoportables
Ya se trate de monarquías absolutas, o de dictaduras republicanas, sistemas políticos autoritarios o parlamentarios confesionales, todos los regímenes y gobiernos en el poder desde hace décadas en Oriente Medio y el Norte de África se han distinguenido comúnmente por una corrupción generalizada y un despotismo político extremo. Han bloqueado el desarrollo de sus países apropiándose del aparato de Estado para saquear las riquezas y beneficiarse de las políticas neoliberales, para extender sus monopolios y dominar todos los sectores rentables en asociación con los capitales extranjeros.
Las estructuras y las categorías sociales arcaicas se han imbricado con un tipo moderno de estratificación social. Faltos de legitimidad popular, los distintos regímenes y Estados de la región con frencuencia se han nutrido de las clientelas tribales, confesionales o regionales como garantía contra los levantamientos populares, constituyendo la armadura del poder con una hipertrofia de los aparatos militares y policiales. La explicación de la persistencia de dichos tales factores no debería buscarse sobre todo en una suerte de “excepcionalísimo” árabe o islámico, sino que está ligada a la dinámica del desarrollo desigual y combinado del sistema capitalista mundial.
La importancia de la cuestión socioeconómica y su impacto sobre el estallido de los procesos revolucionarios sigue siendo la dimensión más ocultada por los medios de comunicación internacionales y regionales, a pesar de su papel fundamental. Desde los años 80, todos los regímenes de la región se han inscrito en dinámicas económicas neoliberales promovidas por las instituciones financieras internacionales, como el FMI o el Banco Mundial. Las medidas neoliberales han servido para desmantelar los servicios públicos, para suprimir las subvenciones, en particular de los bienes de primera necesidad, acelerando los procesos de privatización en el sector industrial, inmobiliario y financiero.
Las reformas neoliberales de los regímenes del NAOM han promovido a ritmos distintos una políticas basadas en la inversión extranjera directa, el desarrollo de las exportaciones y de sectores como el del turismo y el inmobiliario. Los gobernantes han asegurado a las multinacionales una nula o muy baja presión fiscal, garantizándoles una mano de obra muy barata. Los aparatos represivos han servido “de agentes de seguridad” para las compañías, protegiéndolas de problemas o reivindicaciones sociales. Los Estados han jugado un papel de intermediarios de los capitales extranjeros, garantizando de ese modo el enriquecimiento de una clase burguesa ligada al régimen.
Las diferencias en la trayectoria de los procesos revolucionarios se explican en gran medida por la naturaleza de los Estados de la región: Estados patrimoniales (monarquías absolutas o algunas supuestas repúblicas como la Siria de los Asad o, anteriormente, la Libia de los Gadafi), o neopatrimoniales (dictaduras republicanas); por la estructura de las sociedades (más o menos heterogénea) y el lugar de dichos Estados en el sistema imperialista internacional y regional. Pero globalmente, el desarrollo del capitalismo en la región NAOM de estas últimas décadas ha desembocado en una polarización creciente de la sociedad:
- de un lado, una fracción muy reducida de la población, la gran burguesía, estrechamente ligada a inversores internacionales, se ha beneficiado del control del poder político y de los sectores económicos clave;
- del otro, una masa creciente de población, la clase obrera y las capas populares, ha sido depauperada y desposeída, ya sea en las zonas urbanas o rurales, las políticas neoliberales desembocan en privatizaciones crecientes.
Las epidemias que han implicado estas políticas neoliberales son numerosas: una degradación capital de los sistemas de salud y educación; elevadas tasas de paro, en particular entre los jóvenes graduados que no encuentran salidas en una economía ya concentrada en empleos con bajo valor añadido y en los que el trabajo cualificado es muy escaso; el subempleo y un fuerte crecimiento del sector informal muy precario, consecuencias directas de estas medidas; la migración de centenares de miles de personas hacia las zonas urbanas o a través de las fronteras. La desigualdades sociales, económicas y regionales se han agudizado cada vez más.
La ausencia o extrema restricción de democracia y el empobrecimiento creciente, en un clima de corrupción y de desigualdades sociales crecientes, han preparado el terreno para la insurrección popular que, de ese modo, no esperaba más que una chispa en esas sociedades. Esos levantamientos populares son pues una revuelta de masas contra políticas neoliberales, impuestas por regímenes autoritarios asistidos por las instituciones financieras internacionales. Efectivamente, las masas de la región han sufrido de esas políticas durante décadas en espera de una prosperidad que compensaría sus sacrificios. Sin embargo, la posibilidad de la comparación que ofrecen los medios de comunicación modernos y el espectáculo de la riqueza creciente de una minoría ínfima de la sociedad han revelado la gran amplitud del retraso que separa la realidad de las esperanzas. El levantamiento ha constituido, así, un medio de compensar ese retraso.
2. La evolución del levantamiento: revolución y contrarrevolución en un proceso revolucionario a largo plazo
El levantamiento popular que empezó a finales de 2010 y principios de 2011, primero en el Norte de África y muy poco después en Oriente Medio, fue de una potencia extraordinaria. Derrocó a los que encabezaban los regímenes en Túnez, Egipto, Yemen y Libia y abrió una fase nueva en las luchas de los pueblos de la región. Liberó energías militantes de todas las capas sociales, que invadieron las calles y las plazas, y más particularmente las de jóvenes y mujeres. Rompió la psicología del miedo consagrada por décadas de tiranías. Eslóganes como: “dignidad, libertad, justicia social” y “el pueblo quiere la caída del régimen” se han extendido desde entonces prácticamente en la totalidad de los países marcados por la lengua y la civilización árabe. Nuevos métodos de lucha auto organizada se han desarrollado e intercambiado, utilizando ampliamente dimensiones culturales y los más modernos instrumentos de comunicación.
Pero rápidamente los regímenes de la región contraatacaron para recuperar sus poderes sacudidos en nombre de la “lucha contra el terrorismo”, cuya instrumentalización han tomado prestada de las potencias imperialistas. Unos han logrado contener las primeras manifestaciones antes de que adquirieran un carácter insurreccional, como en Marruecos o Jordania. Otros estrangularon los levantamientos mediante la represión, rápidamente como en Bahrein, o en varias fases como en Egipto. En Libia, Siria y Yemen los regímenes han librado una verdadera guerra contra su pueblo, que conoce actualmente condiciones espantosas. En Libia Gadafi fue derrocado al optar las potencias imperialistas por sostener la insurrección, mientras que el régimen no tuvo apoyos exteriores. Ha sido el único caso en el que el antiguo régimen realmente ha desaparecido, pero para dejar paso a un caos que entierra cada día más las esperanzas que había levantado. En el caso tunecino las fuerzas del antiguo régimen menos comprometidas se agruparon en el seno de Nidaa Tounes y se aliaron con el movimiento En-Nahda, inspirado por los Hermanos Musulmanes, para gobernar entre 2014 y 2018.
En Yemen, Arabia Saudí tuvo que echar al dictador Ali Saleh para lograr ahogar el levantamiento a lo que siguió una guerra civil y regional todavía en curso con el apoyo de las potencias imperialistas y de las potencias regionales en la “Alianza Árabe” contra los aliados de Irán, su mejor adversario. Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos pretenden controlar los puntos logísticos de transporte marítimo en el sur del Golfo e imponerse como gigante portuario mundial. En Siria, Asad ha tenido que librar una guerra total de diez años contra su pueblo, con la decidida ayuda de la Rusia de Putin y del Irán de los Mulahss, para lograr sofocar la insurrección al precio de la destrucción atroz de su país y de su sociedad. Y, finalmente, estamos asistiendo al creciente papel de la Turquía del aprendiz de dictador Erdogán, quien interviene cada vez con más energía para aplacar las aspiraciones del pueblo kurdo, en Turquía mismo, a veces en Irak y sobre todo en Siria, en las regiones dominadas por el PYD, la rama siria del PKK. Desplegando sus ambiciones regionales, interviene igualmente en Libia para sostener un gobierno próximo a los Hermanos Musulmanes, apoyado políticamente por su aliado Qatar.
De hecho, para tener éxito en sus contraofensivas, los regímenes opresores se han podido beneficiar de los apoyos de una potencia u otra. Pero los pueblos sublevados a su vez han tenido que hacer frente a falsas alternativas de diversas fuerzas políticas, a menudo armadas, del islamismo políticofundamentalismo islámico.
Asistimos pues a un ascenso regional de las diferentes facetas de la contrarrevolución que intentan aplastar la revolución y sus conquistas. Pero ninguna de las causas profundas de estos levantamientos se ha resuelto, y nunca la represión por sí sola ha logrado estabilizar esas formaciones sociales. Se ha visto en Siria, donde regiones que han vuelto a caer bajo el yugo del régimen han visto florecer nuevas manifestaciones, o en Egipto, donde la cólera se incuba contra el nuevo dictador Sisi. Pero sobre todo en 2019 una nueva oleada de revueltas ha visto la luz, en países que habían escapado en un primer momento al levantamiento, ya que estaban entonces muy marcados por las dimensiones de guerras civiles recientes: Irak, Líbano, Sudán y Argelia, Iraq y Líbano.
3. La naturaleza de las contraofensivas de los regímenes, los imperialistas y las corrientes religiosas reaccionarias
El proceso revolucionario en la región es un laboratorio de grandes esperanzas y de heroísmo revolucionario que emana desde las profundidades de los pueblos, pero se ha convertido a su vez en el teatro de la intervención de fuerzas imperialistas y de regímenes reaccionarios tanto a nivel local como regional que alimenta la barbarie y las guerras civiles que causan innumerables víctimas, refugiadas y desplazados.
Los antiguos regímenes, con sus deferencias, siguen siendo los actores principales y los más peligrosos, debido al control del Estado y de las instituciones. Apoyados en sus aparatos de seguridad cuyo refuerzo se justifica por un discurso «antiterrorista», es el actor tradicional de las contrarrevoluciones. La persistencia de los regímenes se explica igualmente por el apoyo de diversas fuerzas imperialistas internacionales y regionales contra los movimientos populares. La contrarrevolución aplica una política neoliberal que sirve los intereses de la burguesía local, las multinacionales y el imperialismo mundial. A su vez, la cuestión de la deuda ha adoptado una importancia particular. En esos países, la deuda ha servido y sigue sirviendo de herramienta de sumisión política y de mecanismo de transferencia de rentas del trabajo al capital local y, sobre todo, mundial. En ese contexto, conviene subrayar el papel nefasto de fuerzas políticas supuestamente democráticas, dispuestas a alcanzar un consenso con el despotismo y el imperialismo en nombre de la búsqueda de un «mal menor».
La otra fuerza principal que se ha distinguido en tanto que entidad contrarrevolucionaria en la escena política de la región son los movimientos fundamentalistas islámicos en sus diversas variantes. Ambas fuerzas se han unido por una hostilidad feroz hacia el objetivo de la emancipación democrática y social de los pueblos de la región, y ellos se distinguen por sus alternativas políticas reaccionarias y la profundización de políticas neoliberales.
Organizaciones burguesas religiosas reaccionarias y hostiles a cualquier forma de emancipación obrera y popular
Con el ascenso del levantamiento de masas, movimientos fundamentalistas religiosos dotados de una amplia implantación popular, de un potencial y de una experiencia considerables han reivindicado constituirse en la alternativa al poder de los antiguos regímenes. nNinguna de ellas ha representado una alternativa de clase, social y democrática a los regímenes existentes. Son hostiles a las libertades individuales y a la emancipación de las mujeres. Promueven un programa político neoliberal conservador, confesional, sexista, homófobo y hostil a los asalariados y a los campesinos pobres.
Los nombres, las doctrinas y los itinerarios específicos de estas organizaciones fundamentalistas religiosas son diversos, pero están unidas por su defensa del sistema de propiedad privada y su odio hacia los valores progresistas universales considerados como taras occidentales, como el feminismo o el socialismo.
Las potencias imperialistas y regionales han utilizado a los fundamentalistas islámicos como un medio político para incrementar su poder regional, debilitar a sus adversarios y desviar o reprimir a los movimientos sociales democráticos desde abajo. Arabia Saudita ha apoyado a los Hermanos Musulmanes hasta 1991, posteriormente a diversos movimientos salafistas tras su ruptura. Qatar y luego la Turquía de Erdogan les han reemplazado como tutores de dichos movimientos (entre ellos En-Nahda en Túnez) financiando a otras organizaciones salafistas. Irán ha apoyado a Hezbollah en Líbano y a organizaciones fundamentalistas islámicas chiítas como al-Da‘wa en Irak.
Se trata de partidos burgueses reaccionarios, ya difieran por la táctica hacia el levantamiento de masas (alineamiento parcial u hostilidad declarada), por su participación en los gobiernos (los Hermanos Musulmanes en Egipto, En-Nahda en Túnez o el partido Justicia y Desarrollo en Marruecos), o por su posición hacia los movimientos yihadistas más extremos y aventureros como Al-Qaeda o Daesh. La fuerza de estas dos organizaciones reside en su aparición en forma de rebelión armada contra el sistema social y político, desafiando la autoridad de regímenes dictatoriales, y del islam oficial y de las grandes potencias, y han extendido su red mucho más allá de su base inicial. Estas organizaciones pueden polarizar momentáneamente el descontento popular en ausencia de alternativas progresistas de izquierda. Sin embargo, su exhibición de la violencia hasta el paroxismo, su política de terror contra las poblaciones civiles, en particular contra las mujeres, las minorías, la cultura, los ubica entre las peores fuerzas reaccionarias contemporáneas. La aventura criminal de Daesh/Estado Islámico en Iraq y Siria y su enfrentamiento con todas las fuerzas militares presentes en Oriente Medio, han sido desastrosos para todas las poblaciones que luchan por su libertad en la región.
Es un error gravísimo ver el fundamentalismo actual como una expresión desviada o descarriada del antiimperialismo. Los fundamentalistas tienen una concepción religiosa del mundo, en particular el objetivo de volver a una «edad de oro» mitificada del islam como medio de explicar el mundo contemporáneo y de resolver sus problemas. Esta visión es pura y simplemente reaccionaria, y está en contradicción total con los movimientos antiimperialistas del pasado. Consideran el imperialismo como un conflicto entre «Satán» y los fieles oprimidos y no como los nacionalistas y los socialistas que lo consideraban tradicionalmente como una lucha entre las grandes potencias, su sistema capitalista y los países oprimidos.
Los hechos de los últimos años y el laboratorio de la lucha de clases han probado que los partidos de oposición burgueses reaccionarios eran facciones contrarrevolucionarias. Sean cuales sean las complejidades de la situación concreta, que pueden conducir a convergencias prácticas defensivas, no puede tratarse más que de tácticas muy limitadas en el tiempo, en toda independencia y con una gran prudencia. Esas fuerzas no pueden ser calificadas de partidos reformistas o democráticas, y ninguna alianza o frente único político con ellas puede justificarse.
Desde luego, los movimientos fundamentalistas islámicos están atravesados por contradicciones sociales internas entre su dirección burguesa y pequeña burguesa y su base popular. Pero ello es cierto para todos los partidos políticos dirigidos por las élites, desde los principales partidos capitalistas hasta los partidos de derechas conservadores y de extrema derecha en el mundo entero. La existencia de contradicciones de clase en el seno de los partidos no es exclusivo de los reformistas.
En realidad, las diferentes fuerzas fundamentalistas islámicas constituyen la segunda ala de la contrarrevolución, siendo los regímenes existentes la primera. Su ideología, su programa político y su práctica son reaccionarias y totalmente opuestas a los objetivos de la emancipación revolucionaria: la democracia, la justicia social y la igualdad. Sus políticas son mortíferas para los grupos más conscientes de trabajadores, de jóvenes y de grupos oprimidos como las minorías religiosas, las mujeres, las personas LGBT y otras. A su vez, sin la construcción de una alternativa política de masas creíble e inclusiva, no confesional y social, que defienda los intereses de todos los ciudadanos, es difícil prever un despegue completo entre los movimientos fundamentalistas islámicos y su base popular.
Enfrentamientos entre potencias imperialistas y potencias regionales
El imperialismo estadounidense sigue siendo el más importante a través de su potencia militar y económica, cuyas consecuencias se constatan hasta la actualidad. Conviene no olvidar tampoco el papel nefasto de la Unión Europea y de ciertos Estados europeos como Francia e Inglaterra en la región, en particular a través de sus intervenciones militares y la imposición de acuerdos económicos llamados de libre comercio o sobre la cuestión de las deudas soberanas. Pero la influencia cada vez más afirmada de Rusia, en particular a través de su expansionismo militar, y su acercamiento a numerosos Estados autoritarios de la región, notablemente con al-Sisi en Egipto y Bashar en Siria, es también una base creciente de la contrarrevolución que padecen los pueblos concernidos.
El fracaso estratégico americano en Irak, cuyas consecuencias de la invasión sufre todavía hoy el pueblo, y la crisis económica y financiera mundial de 2007 y 2008, que ha comportado un severo golpe al modelo neoliberal americano a nivel mundial, ha provocado un debilitamiento relativo de su potencia global, lo cual no solamente ha dejado más espacio para otras fuerzas imperialistas mundiales como China y Rusia, sino también para potencias regionales que tienen sus propios intereses y tienen la capacidad de defenderlos. Es particularmente visible en Oriente Medio, donde Estados como Irán, Turquía, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar han jugado un papel creciente e intervienen en los procesos revolucionarios por sus rivalidades, al sostener a distintos actores contra las demandas populares por la democracia, la justicia social y la igualdad.
Las monarquías petroleras del golfo (empezando por Arabia Saudí) han movilizado fondos masivos en miles de millones de dólares en donativos para permitir a los reinos de Marruecos y Jordania realizar concesiones para contener las movilizaciones populares y han apoyado generosamente al ejército en Egipto y Sudán para hacer frente a la revolución. Intervinieron militarmente en Yemen, Libia y Bahréin. Constituyen, con la entidad de Israel, la punta de lanza de la contrarrevolución a escala regional. Obran por perpetuar la situación al servicio de los objetivos del imperialismo (principalmente estadounidense) y para profundizar y reestructurar desde el punto de vista neoliberal las economías de la región y su integración en el mercado mundial. Utilizaron su enorme maquinaria mediática para influir en los levantamientos y limitar su impulso democrático. Sería difícil hablar de la victoria del proceso revolucionario en la región sin apuntar a la cabeza de las monarquías reaccionarias del Golfo. Así, el proceso debería rebasar la visión nacional e integrar la dimensión regional en su perspectiva.
El papel del Estado de Israel, fundamentalmente al servicio del imperialismo occidental y de la contrarrevolución, es también cada vez más autónomo. Israel juega desde hace décadas el papel de perro guardián de los intereses imperialistas occidentales en la región, pero la diferencia fundamental entre Israel y otras potencias regionales es su naturaleza colonial. Es un proyecto colonial de expulsión de la población palestina que adopta un carácter muy específico en relación con potencias regionales en su papel contrarrevolucionario.
En cualquier caso, estas potencias imperialistas y regionales tienen un interés común en la derrota de las revoluciones populares de la región, ya sea en Siria o en otros lugares. Sus rivalidades no se revelan imposibles de superar en la medida en que tantos intereses comunes están en juego y en que sus relaciones de interdependencia son fuertes. Todos estos regímenes son potencias burguesas enemigas de las revoluciones populares, únicamente interesados en un contexto político estable que les permita acumular y desarrollar su capital político y económico despreciando a las clases populares.
Por otro lado, los Estados capitalistas e instituciones financieras internacionales perciben a menudo las crisis de régimen como oportunidades para reestructurar y promover cambios económicos, que anteriormente eran muy difíciles o casi imposibles, desarrollando de un modo significativo el alcance de la economía de mercado y las dinámicas neoliberales en distintos sectores económicos hasta entonces ampliamente dominados por los sectores estatales. En esta perspectiva, la orientación de la política económica de los Estados de la región no debe considerarse como medidas tecnocráticas y neutras destinadas a superar los estragos de la guerra. Esta política es, al contrario, un medio para transformar y reforzar las condiciones generales de acumulación de capital y de reforzar las redes clientelares de hombres de negocios cercanos a los regímenes en el poder — ¡por añadidura los regímenes de la región son los principales importadores mundiales de armas!
Sin embargo, la situación mundial, marcada por una inestabilidad profunda y una crisis económica latente, pesa particularmente sobre los Estados de la región y sobre la legitimidad de sus gobiernos, como se ve desde Turquía a Irán y en Egipto.
4. Un levantamiento que ha entrado en una segunda oleada
A pesar de las ofensivas reaccionarias múltiples en los países que conocieron levantamientos en 2011, una nueva oleada de manifestaciones sociales y populares de masas ha surgido en otros varios países de la región. Ha coincidido con numerosas movilizaciones populares en varios otros países del mundo contra las consecuencias de las mismas políticas neoliberales dictadas por las instituciones financieras internacionales y puestas en práctica por las clases dominantes que generalizan la represión.
Inició un poco antes en Marruecos con el Hirak del Rif a finales de 2016 que portaba esencialmente reivindicaciones sociales, aunque también políticas. Los levantamientos en Sudán, Argelia, Irak o Líbano en 2019 alimentan una nueva dinámica y esperanzas de liberarse del despotismo y de la explotación en toda la región.
La obstinación de los enormes movimientos de manifestación en Argelia o Sudán han logrado obtener el fin del poder de los presidentes Buteflika y Aal-Bachir. En ambos países, este derrocamiento está lejos de haber sido suficiente para l@s manifestantes. Los llamamientos a continuar las manifestaciones y las oposiciones hacia el conjunto del funcionamiento de esos regímenes de naturaleza militar se han multiplicado, con el fin de obtener cambios políticos y socioeconómicos reales a favor de las clases populares.
Las potencias regionales e imperialistas internacionales han asistido con temor a la evolución de dichos levantamientos populares, considerándolos una amenaza para sus propios intereses y para su poder. Como respuesta, han expresado su apoyo, ya sea a los jefes de los ejércitos sudanés y argelino, o bien a una transición controlada desde arriba sin cambio radical. Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos han propuesto, por otro lado, una ayuda de 3000 millones de dólares al régimen de Jartum, el cual ha sido rechazado por l@s manifestantes. Al mismo tiempo, Francia ha aportado su apoyo al alto mando militar argelino y a la transición controlada por éste último.
Sectores de la oposición popular sudanesa han exigido el fin de la participación militar de Sudán en la guerra dirigida por el régimen saudí en Yemen y han rechazado cualquier intrusión del régimen despótico egipcio de al-Sissi en los asuntos internos del país. En Argelia, l@s manifestantes han denunciado igualmente el papel imperialista de Francia y su apoyo al régimen argelino. Para intentar apaciguar las frustraciones populares, los regímenes anuncian “reformas” para “mejorar” y “limpiar” el sistema desde el interior o las llamadas compañas de lucha “contra la corrupción” dirigidas contra antiguos hombres de negocios ligados a los autócratas caídos.
En Sudán, el ejército pudo sacarle la vuelta a las principales reivindicaciones del movimiento por un acuerdo político con la Alianza por la Libertad y el Cambio (ALC), punta de lanza de la protesta, según la fórmula de “compartir el poder con los civiles” que le permitían conservar la posición de poder en el Estado. A pesar de haber podido constituir una fuerza política masiva que empujaba al ejército a compartir el poder, existen límites a pesar de todo al interior de la ALC, al igual que en el seno del Partido Comunista Sudanés. Una de las principales es la orientación política de sus dirigentes, que buscan con frecuencia una forma de colaboración y de comprensión con las élites dirigentes, en lugar de basar sus poderes en las movilizaciones populares masivas desde abajo. En cuanto a Argelia, la movilización popular ha puesto en jaque los tratos en la cima del Estado, incluso impedir la reelección de Buteflika. El Hirak ha acentuado las contradicciones en el seno de los distintos componentes del régimen sin lograr tumbar, sin embargo, su edificio. Las iniciativas a nivel sindical para desembarazarse de la burocracia pro militar no han logrado desembocar hasta ahora. Sin embargo, constituyen un potencial que podría tener un impacto en el futuro.
En el Líbano y relativamente en Irak, los movimientos populares de contestación ponen en cuestión de un modo radical el sistema confesional, explícitamente denunciado (todos los partidos implicados) como responsable del deterioro de las condiciones socioeconómicas. El sistema confesional y neoliberal en ambos países es, de hecho, uno de los principales instrumentos utilizados por los partidos dominantes en el poder, para reforzar su control sobre las clases populares. El confesionalismo debe, en este caso, ser aprehendido como un instrumento de las élites políticas libanesas e iraquíes para intervenir ideológicamente en la lucha de clases, reforzar su control sobre las clases populares y mantenerlas en posición de subordinación en relación con sus dirigentes confesionales.
En el pasado, las élites dirigentes tuvieron éxito en contener o aplastar a los movimientos de contestación, no solo mediante la represión, sino también jugando la baza de las divisiones comunitarias. Mientras que la mayoría de la población se hundía en la pobreza, los partidos confesionales dominantes y los distintos grupos de la élite económica se han aprovechado de los procesos de privatización, las políticas neoliberales y el control de los ministerios públicos para desarrollar potentes redes de patrocinio, nepotismo y corrupción. A este respecto, el confesionalismo debe de considerarse como un elemento constitutivo y activo de las formas actuales del poder del Estado y de clase en el Líbano y en Irak. Este enfoque invita a reconocer en el un producto de los tiempos modernos más que una supuesta tradición cultural.
En este sentido, las reivindicaciones del movimiento de protesta en favor de la justicia social y de la redistribución económica no pueden ser disociadas de su oposición al sistema político confesional, que garantiza los privilegios de los dominantes. Después de que la amplitud de las manifestaciones obtuviera la dimisión de los gobiernos de esos dos países, la continuación del movimiento por la satisfacción de las reivindicaciones y el cambio de fondo del poder es el asunto fundamental que está en juego.
Los movimientos de contestación en Argelia, Sudán, Líbano e Iraq se enfrentan a numerosos desafíos, en primera línea de los cuales se encuentra la falta de organización y de representación de alternativas políticas susceptibles de contrarrestar la dominación de los partidos confesionales y de los grupos económicos en el poder en Iraq y Líbano y del régimen en Argelia. No obstante, los intentos de estructuración siguen siendo limitados, en especial a escala de los sindicatos y de las nuevas alternativas políticas y sociales.
El Contexto de la crisis del coronavirus
La crisis del coronavirus ha agravado los factores estructurales específicos que desataron el proceso revolucionario en 2011 en la región. Los regímenes no han encontrado más alternativa que la deuda y sus condiciones de austeridad para resolver la crisis financiera y económica. Las repercusiones de la crisis de Covid-19 tendrán un impacto sobre las poblaciones de los países con ingresos medios y débiles, en especial de Argelia, Egipto, Jordania, Líbano, Marruecos, Túnez, Sudán y Mauritania, sin hablar de los países que se encuentran en situación de guerra, como Siria, Iraq, la Palestina ocupada, Yemen y Libia. Las medidas adoptadas por los regímenes favorecen a las grandes empresas. Los ingresos del salariado y de las capas pobres de la población han disminuido drásticamente y el desempleo de la juventud y de las mujeres se ha agravado. Los servicios de salud pública son demasiado débiles como para contener la propagación del virus la tasa de personal médico en la región está muy por debajo del límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 4.45 doctores, enfermeras y parteras por cada mil habitantes, siendo de 0.72 en Marruecos y 0.79 en Egipto.
Los regímenes han aprovechado el contexto de la emergencia sanitaria impuesta por la pandemia de Covid-19 para frenar la segunda ola del proceso revolucionario. Recurrieron a medidas de represión sistemática de confinamiento y toques de queda y el desarrollo de los métodos de vigilancia. Perfeccionan sus instrumentos represivos para hacer frente a una nueva ola de movilizaciones populares. En Túnez, se manifiestan jóvenes desde mediados de enero de 2021 en varias ciudades con la demanda del levantamiento de hace diez años, “trabajo, libertad, dignidad social”, pero también para exigir la liberación de cientos de manifestantes interpelados por la policía. A inicios de febrero, se desató un movimiento de protesta de pequeños campesinos depauperados en una ciudad costera en el centro del país contra la importación de carne y la elevación de los precios del alimento para el ganado. En Argelia, miles descendieron a las calles para marcar el segundo aniversario del Hirak argelino, relanzándolo. A finales de enero en Líbano, saliendo de Trípoli, una de las ciudades más pobres del país, el movimiento de protesta se extendió a otras regiones. A inicios de febrero, en Marruecos, miles de ciudadan@s se manifestaron en una ciudad del norte del país para denunciar el deterioro de las condiciones de vida y reivindicar “la dignidad y el trabajo” tras el cierre de la frontera con el enclave español de Ceuta. Son las señales claras de un nuevo levantamiento que podría abrazar toda la región.
Estos movimientos de protesta constituyen experiencias de lucha en el terreno y han acumulado los logros que pueden servir en la nueva fase posterior a la Covid-19 y permitir avances hacia la toma de consciencia de las reivindicaciones y la radicalización política. El mayor logro del proceso revolucionario en la región desde 2011 sigue siendo la irrupción en la arena política de las masas que ya no tienen ilusiones en cambios provenientes de arriba (de un dirigente, un aparato de Estado o partidos). Millones de personas salieron a las calles y sufrieron, ellas mismas, transformaciones mayores en su consciencia, sus métodos de lucha y de organización. Los levantamientos han cambiado irreversiblemente la conciencia política de toda una generación. Sería erróneo juzgar los resultados de ese proceso únicamente a escala de los cambios políticos operados en el aparato de Estado. Este logro revolucionario sigue siendo el blanco de los diversos polos de la contrarrevolución.
Las mujeres han desempeñado un papel central en las dos fases del proceso revolucionario. Fueron más específicamente el blanco de la contrarrevolución que deseaba excluirlas de la esfera pública y en su calidad de participantes activas en las primeras líneas de resistencia. Las mujeres fueron sometidas a violentas persecuciones a lo largo de todo el período. El acoso sexual y la violación se generalizaron. Daesh incluso vendía mujeres en mercados abiertos. La contrarrevolución ataca a las mujeres, ya que los avances en los derechos y de las condiciones de las mujeres constituyen amenazas para los diferentes actores contrarrevolucionarios y frente a las esperanzas de emancipación de los pueblos de la región. Su avance en este terreno abrirá la puerta a sus tesis reaccionarias y a la represión de las esperanzas de emancipación de los pueblos de la región.
La situación de las mujeres constituye, en consecuencia, un criterio mayor del avance del proceso revolucionario y de los movimientos que se han manifestado para defender los derechos de las mujeres.
Una lección para retener es la necesidad de participar en el desarrollo de las estructuras alternativas políticas progresistas y democráticas de masas. Las experiencias de Túnez y Sudán muestran que la presencia de organizaciones de masas a nivel sindical, como la UGTT y la Agrupación de Profesores Sudaneses, de comités populares y de organizaciones de mujeres han permitido a estos levantamientos obtener más conquistas, en particular a nivel de derechos democráticos, por mucho que sean frágiles y no garantizados.
Las intervenciones y rivalidades imperialistas y de las potencias regionales corren el riesgo de perjudicar a dichos movimientos populares como a otros en la región. Estas intervenciones aumentan las amenazas de descarrilamiento del levantamiento popular en Iraq. El asesinato del jefe de los Pasdaram iraníes Qasem Soleimani por Estados Unidos aumenta así las amenazas de hacer descarrilar el levantamiento popular en Irak. La amenaza no es tanto que el movimiento de contestación iraquí se concentre en la oposición a Estados Unidos; se ha opuesto claramente hasta la actualidad a todas las influencias extranjeras, y recientes manifestaciones en Bagdad y en otras ciudades del país han repetido el eslogan «Ni Estados Unidos ni Irán», por lo demás. No obstante, podría ser desviado por otro movimiento controlado y organizado por milicias proiraníes, que inscribiría la marcha de los estadounidenses como la única exigencia, sin contestar el sistema neoliberal y confesional actual. Es la voluntad de las milicias a sueldo de Irán y del dirigente Moqtada Sadr, que intenta ahora, mediante maniobras y la fuerza, ahogar las manifestaciones e imponer el alineamiento del movimiento con el nuevo primer ministro.
Frente a estos desarrollos, la oposición a las injerencias continuas del imperialismo estadounidense y a las amenazas de guerra contra Irán e Irak no puede ser eficaz más que si se arraiga en la solidaridad con las fuerzas progresistas y revolucionarias de Oriente Medio y Norte de África, sin concesión alguna hacia los regímenes autoritarios y las potencias regionales.
Cuestión nacional y autodeterminación de los pueblos
Las cuestiones nacionales, particularmente la palestina y la kurda en Oriente Medio y saharauí en el Norte de África y el combate de los amazigh por defender su identidad cultural en Argelia y Marruecos, constituyen asuntos fundamentales. La cuestión palestina sigue siendo de una importancia primordial en las dinámicas políticas regionales, pero también mundiales. El llamado plan de paz para Oriente Medio, que se presentó a principios de 2020 por parte del presidente estadounidense Donald Trump y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, en ausencia notable de la parte palestina, es un verdadero programa para una nueva tentativa de liquidación de la cuestión palestina y que se inscribe en la violación de todas las resoluciones internacionales votadas por la ONU y del derecho internacional.
En este marco, hay que recordar nuestro apoyo a la lucha del pueblo palestino por su emancipación y liberación contra el Estado de apartheid y colonial de Israel y la importancia de las campañas de solidaridad con la lucha del pueblo palestino, por la liberación de todos los presos políticos palestinos y el retorno de los refugiados. Ponemos el acento en la campaña BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), que continua conociendo éxitos mundiales y siendo considerado por Israel una amenaza creciente. Ella permite desenmascarar y denunciar la colaboración de los gobiernos occidentales con un Estado que viola cotidianamente el bien común.
Por otro lado, todos los regímenes autoritarios de la región han intentado suprimir, dominar o controlar el movimiento nacional palestino. Defenderlo implica pues apoyar las revoluciones populares de la región en su combate por derrocar a todos los regímenes autoritarios que son cómplices del sufrimiento del pueblo palestino por su colaboración directa o indirecta con el Estado de Israel.
En esta misma perspectiva, las aspiraciones nacionales y autonomistas kurdas siguen asustando a los Estados regionales e internacionales. El fracaso humillante del referéndum en el Kurdistán iraquí en septiembre de 2017, ignorado por las grandes potencias y contenido por el Estado central iraquí con la ayuda de Irán y de Turquía nos ha recordado la fragilidad de la esperanza kurda y su papel ante todo funcional en el tablero político regional. Turquía, Siria e Irán, tres países vecinos que cuentan con minorías kurdas, habían condenado el referéndum y llamado a mantener la unidad de Irak. La mayoría de los Estados imperialistas, entre ellos Estados Unidos y Rusia, se opusieron a su vez a la independencia del Kurdistán.
Unos meses más tarde, las poblaciones kurdas, esta vez en Siria, sufrieron una nueva desilusión. En marzo de 2018, el ejército turco, asistido por fuerzas reaccionarias sirias, conquistó el valle de Afrín, en Siria, que estaba bajo control de las fuerzas kurdas de las YPG (Unidades de Protección del Pueblo), rama militar del PYD ligado al PKK. La conquista de la ciudad y su ocupación se desarrolló con la complicidad de las potencias internacionales. En el mes de octubre de 2019, las fuerzas armadas turcas, con fuerzas supletorias locales, invadieron de nuevo las regiones controladas por las Fuerzas Democráticas Sirias, alianza militar de combatientes kurdos, árabes y asirios dominada por las YPG. Por ello, afirmamos nuestro apoyo al derecho a la autodeterminación del pueblo kurdo en la región y denunciamos las presiones extranjeras regionales e internacionales que pretenden conculcar a las poblaciones kurdas su derecha a la autodeterminación.
5. El lugar de la clase obrera y las tareas de l@s marxistas revolucionari@s
El ascenso actual generalizado de las luchas en la región se ha producido en el contexto de la debilidad de la clase obrera organizada, y en su seno de la izquierda socialista revolucionaria. La ausencia de alternativa obrera frente a la erosión del poder de los regímenes burgueses bajo los golpes del avance popular ha sido momentáneamente compensado por la fuerza de las masas en la calle y las plazas antes de que la contrarrevolución recobre su cohesión.
El levantamiento de masas ha revelado una gran debilidad de la clase obrera, a la vez en tanto que organizaciones profesionales (sindicatos y asociaciones) o en tanto que partidos políticos (marginalidad de los partidos obreros). Túnez, a través de la UGTT, y Sudán más recientemente con el Agrupamiento Profesional de los Trabajadores constituyen en parte excepciones en este marco, a pesar de que sin duda dichas organizaciones tienen asimismo límites en su radicalidad. Experiencias de sindicatos independientes también han tenido lugar, jugando un papel significativo al principio del levantamiento popular en Egipto, por ejemplo, antes de sufrir una severa represión.
El movimiento obrero no ha intervenido en tanto que fuerza central potencial con un proyecto de clase independiente que habría guiado a los pueblos hacia su emancipación económica y política efectiva. La intervención de la clase obrera estaba muy atomizada y l@s obrer@s intervinieron en tanto que ciudadan@s sin pertenencia de clase. En Túnez, una dinámica arrancó en la base del principal sindicato obrero (Unión General Tunecina del Trabajo) en la mayoría de los sectores y regiones (sucesivas huelgas generales). El papel de sus dirigentes se limitaba, en cambio, al consenso y a la negociación en nombre del diálogo nacional por salvar el país.
Numerosos regímenes, en connivencia con las burocracias sindicales, han logrado durante el periodo precedente neutralizar a la clase obrera y alejarla del ascenso de las luchas por obtener un aumento de salarios y satisfacer algunas de sus reivindicaciones (por ejemplo Marruecos y Argelia). La burocracia sindical comprende, en el caso de Marruecos, a una parte de las fuerzas políticas burguesas supuestamente democráticas con variantes liberales y reaccionarias religiosas.
Las corrientes progresistas radicales sufren una debilidad programática y de implantación. Sorprendidas por los levantamientos, se encontraban en una situación de agotamiento, de desorientación, de incomprensión de las transformaciones inherentes al hundimiento de la Unión Soviética y de confusión ante el ascenso extraordinario de las fuerzas religiosas reaccionarias. Elaboraron estrategias ilusorias de alianzas con una de las componentes de la contrarrevolución (potencias imperialistas, potencias regionales reaccionarias o fuerzas políticas liberales). La mayor parte de las organizaciones nacionalistas o estalinistas y maoestalinistas adoptaron una posición campista y de traición a la revolución del pueblo sirio.
Ello hace necesaria por parte de las organizaciones marxistas revolucionarias actuales muchos esfuerzos para reforzarse, tener un profundo arraigo obrero y popular, y contribuir a la construcción del instrumento político independiente de la clase obrera en preparación de la próxima ola revolucionaria. La izquierda debe concentrarse en la construcción de un frente independiente, democrático y progresista que intente ayudar a la autoorganización de l@s trabajador@s y l@s oprimid@s. Es tan solo a través de este proceso que nuestro campo puede considerarse una clase con intereses comunes con otr@s trabajador@s y opuesta a los capitalistas.
Asimismo, la izquierda debe desempeñar un papel en la construcción y desarrollo de estructuras políticas alternativas amplias. Paralelamente a esta necesidad, la izquierda debe asimismo desarrollar una estrategia política que no se de como horizonte únicamente una revolución política, sino una revolución social en la que las estructuras de la sociedad y los modos de producción se modifiquen radicalmente.
Por otro lado, las reivindicaciones ecológicas se afirman cada vez más en la escena política, particularmente a nivel de la cuestión agraria y el acceso al agua. Los países de la región están afectados por los trastornos climáticos actuales y deberían ser los más golpeados por un un alza de las temperaturas. Cuestión ecológica y cuestión social están estrechamente ligadas, ya que las poblaciones que luchan por el agua y contra los residuos son, en general, las mismas que están afectados y/o luchan contra el paro. Es más, las luchas ecologistas están a menudo ligadas a las cuestiones de los grupos nacionales o culturales oprimidos (Rif, Zagora, Jerrada Yerada, en Marruecos, Kabilia en Argelia, Nubienos nubios expulsados de sus tierras en Egipto o y Sudán).
Los combates ecologistas siguen estando, sin embargo, fragmentados, teniendo un carácter local, y no obstante parten de las mismas causas. Es necesario hacerlas converger con otras causas socioeconómicas.
L@s marxistas-revolucionari@s defienden un programa en relación viviente con las luchas de masas existentes, sin buscar alianzas oportunistas con las fuerzas capitalistas. La situación supone una coordinación estrecha entre las fuerzas de la izquierda revolucionaria en la región, ello encuentra una sólida justificación en las décadas de nacionalismo extremo adoptado por la izquierda nacionalista y estalinista en el curso de la segunda mitad del siglo XX, que ha sido subordinada a regímenes autoritarios simplemente porque tenían la pretensión de enfrentarse al imperialismo y al sionismo.
Frente a la potente maquinaria mediática de los regímenes tiránicos y el imperialismo, las masas están privadas de herramientas de información revolucionaria de izquierda que explique la realidad del levantamiento y las perspectivas de la lucha. Ello llama a reforzar y a coordinar la prensa marxista-revolucionaria, a proponer acciones comunes para ampliar las discusiones escritas.
El deterioro de la situación en los países en guerra civil —en particular en Siria— ha comportado el éxodo de la mayor parte de la juventud revolucionaria que formaba el esqueleto de las coordinaciones de la revolución. Esta juventud existe todavía por el momento incluso estando perdida en las capitales europeas o asediada por liberales y reaccionarios que negocian en nombre del pueblo sirio en las reuniones organizadas por el imperialismo y sus aliados. Es necesario intervenir para reunirlas y abrir un debate sobre las perspectivas de la revolución en caso de cambio repentino de las correlaciones de fuerza en la región. Sabemos hasta qué punto la situación es difícil, pero la realidad está mutando rápidamente. A pesar de la intensidad y la barbarie de la contrarrevolución, emergen grandes luchas. En este enfoque el internacionalismo es un punto fundamental, puesto que ninguna solución puede alcanzarse en las fronteras de un solo Estado.
En fin, las luchas de lo@s asalariado@s por sí mismas no bastarán para unir a las clases de los asalariados. Los socialistas en estas luchas deben, igualmente, defender la liberación de todos los oprimidos. Ello exige levantar alto y claro las reivindicaciones por los derechos de las mujeres, de las minorías religiosas, de las comunidades LGBT y de los grupos raciales y étnicos oprimidos, y cuestiones ecologistas. Cualquier compromiso acerca de la defensa explícita de estas demandas impedirá a la izquierda radical unir a la clase de los asalariados en pos de la transformación radical de la sociedad.
Documento discutido y adoptado (49 a favor 1 abstención 6 NV) por el Comité Internacional de febrero 2021, finalizado el 22 de marzo con base en la discusión.