En la primavera de 2021 es difícil, por mucho que tiremos de memoria, recrear la atmósfera particular que comenzó a gestarse hace diez años. Ha pasado una década que parece un siglo desde las cargas policiales contra un grupo de apenas treinta personas que había decidido pasar la noche en la Puerta del Sol de Madrid, después de una manifestación masiva en protesta por la falta de democracia y las políticas neoliberales de respuesta a la crisis.
La oleada de indignación provocó un efecto contagio que nos pasó a todas por encima, y al día siguiente varios cientos de personas trataban de acampar en Sol. Esa vez, la policía no se atrevió a desalojar. Dos noches más tarde, las acampadas se contaban por decenas en todo el Estado. Había comenzado el 15M.
Esta es una historia que conocemos de sobra y que vivimos en primera persona pero que corre el riesgo, aún con mayor fuerza en este décimo aniversario, de convertirse en memoria fosilizada, icono de una nostalgia que paraliza y que es incapaz de explicarse nada. Ni la apología ni la condena, en sus vertientes teleológicas, sirven para nada en política. Preguntarse abiertamente cuáles son las diferencias entre el entonces y el ahora, qué parte de las similitudes se debe a la falta de ruptura y qué parte a los intentos de recuperación forzosa y, sobre todo, qué es lo que ha pasado en estos diez años, es una tarea prioritaria para toda la izquierda. Porque es cierto, como dijo Bensaïd, que nunca se recomienza por el principio: siempre recomenzamos por el medio. Pero no hay aprendizaje posible sin sistematización de la experiencia, y es nuestra responsabilidad armarnos para no repetir errores y enfrentar en las mejores condiciones posibles el próximo ciclo. En los siguientes párrafos tratamos de aportar algunas ideas a este balance colectivo.
El momento impugnador
Aunque su significado ha acabado entremezclado con el fenómeno inmediatamente posterior protagonizado por las mareas, lo que en un sentido estricto fue el Movimiento 15M tuvo enormes potencialidades (que muchos no quisieron ver en su momento) e importantes déficits (que otros tantos no quieren reconocer ahora). Más que un movimiento sólidamente definido, se trató de la expresión de un malestar general y de una crisis orgánica sin articulación política. Se compartían eslóganes contundentes y avanzados políticamente (“No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” o “PSOE y PP, la misma mierda es”) que lograron generar un salto en el sentido común y los imaginarios colectivos en muy poco tiempo, pero se carecía de una propuesta o algún tipo de planteamiento con respecto al poder. El protagonismo del movimiento lo tenían sectores de las clases medias universitarias (concretamente, sus hijas e hijos pauperizados), no existían vínculos con el mundo sindical, y reivindicaciones centrales en la actualidad como el feminismo o el antirracismo eran entonces secundarias en el mejor de los casos. El Gobierno, aunque muchos parecen haberlo olvidado, estaba en manos del PSOE, e imaginar la irrupción de nuevos partidos con capacidad para remover el mapa político era todavía ejercicio imposible.
Los años que siguieron a 2011 fueron años de ilusión y actividad constante, un estallido que sería embrión de muchos fenómenos desarrollados posteriormente. Le debemos al 15M, en su aspecto ideológico, la ruptura de los marcos conceptuales y los sentidos comunes previos, la apertura de una brecha en la naturalidad de nuestro sistema político por la que de pronto era posible imaginar la irrupción de cosas nuevas. En su dimensión más inmediatamente material, el 15M fue responsable del desarrollo de las prácticas de sindicalismo social a través de la expansión acelerada de la PAH, la multiplicación de asambleas barriales (en paralelo al movimiento anglosajón Occupy) y el surgimiento de un nuevo modelo de defensa de los servicios públicos: las Mareas. El planteamiento de movimientos como la Marea Verde o la Marea Blanca supuso una ampliación de las bases sindicales y un giro radical en la forma de enfrentar la lucha por lo público, logrando romper política y comunicativamente la lógica de enfrentamiento entre trabajadores y usuarios.
Algo que se ha dicho mucho es que Podemos fue la continuación lógica del 15M. Esto no es cierto (era, tan solo, una de las muchas continuaciones posibles), pero tenemos claro que sin el 15M no habría habido Podemos. Por otro lado, tampoco es verdad que Podemos fuera una operación desde arriba diseñada de espaldas al movimiento y/o con intención de anularlo. Los intentos de unificar las luchas y de dotarlas de una coherencia política se venían sucediendo desde hacía ya un tiempo. Las Marchas de la Dignidad, que trataban de romper con la disgregación movimentista para consensuar un programa de mínimos (pan, trabajo, techo), son un buen ejemplo. Era 2014 y la ilusión social comenzaba a consumirse a sí misma. La máxima de el movimiento por el movimiento había desembocado en una situación de agotamiento generalizado. La LOMCE, última gran batalla de la Marea Verde, había sido aprobada un año antes. Tras perder la ilusión por lo social, mucha gente comenzaba a mirar lo electoral como terreno viable.
El asalto institucional o la ambición de ganar
En 2013, el movimiento 15M y todas las luchas derivadas estaban en crisis. Era necesario transformar la correlación de fuerzas existente en ese momento, apoyarse en lo que quedaba de la movilización social y dar un paso hacia la vía electoral. Por primera vez desde la Transición, parecía posible impulsar una fuerza política capaz de presionar para abrir procesos constituyentes que hicieran real la ambición de cambiarlo todo. El escenario internacional lo favorecía: en Grecia, una Syriza plural y democrática, muy distinta de la que traicionó el OXI pocos años más tarde, lideraba la oposición parlamentaria y estaba a punto de ganar las elecciones. La hipótesis de construcción de una Europa de los pueblos y de establecimiento de alianzas entre los países del sur y del arco mediterráneo contra las imposiciones de la Troika parecía factible. Pero para ello hacía falta tener nuestra propia Syriza española. Se produjo así, para muchos sectores, una oscilación del péndulo: se cerraba la etapa de ilusión social y se abría paso a la ilusión electoral.
Podemos nació con un acuerdo entre varias personas de la Universidad Complutense de Madrid e Izquierda Anticapitalista (ahora Anticapitalistas). Mientras el primer sector aportaba caras visibles reconocidas entre la militancia y activismo de izquierdas, el segundo proporcionaba la necesaria red inicial de militantes que impulsaran la organización territorial por todo el Estado. Acostumbradas y acostumbrados a trabajar en una organización pequeña con conciencia revolucionaria, muy implantada en los movimientos pero sin apenas experiencia comunicativa ni de negociación dentro de organizaciones amplias (y seguramente, pecando de ingenuos y poco precavidos en la relación con nuestros entonces aliados), pronto fuimos a rebufo en momentos clave del proceso de construcción y perdimos influencia conforme avanzaba el proyecto.
El objetivo inicial de Podemos era lanzar una fuerza política antineoliberal, lo más amplia, plural y abierta posible, que superara el bloqueo de los aparatos de los partidos tradicionales y sirviera para conquistar el poder político con un programa de ruptura y transformador, basado en el inicial Manifiesto Mover ficha. Buena parte del activismo social miró con recelo el nacimiento de Podemos, pero fueron las organizaciones de izquierda tradicional quienes peor reaccionaron: lo veían directamente como un enemigo que quería comerse un espacio electoral que ya no aspiraban a trascender y que consideraban propio. En 2014, Podemos irrumpió en las elecciones europeas con un resultado por nadie esperado: cinco eurodiputados. Tras este éxito, comenzó la incorporación masiva de gente nueva y una avalancha de traspasos de activistas y militantes que abandonaban sus organizaciones previas.
Junto con Andalucía, Aragón fue la excepción dentro de Podemos. Logramos no sólo frenar la imposición del tándem Iglesias-Errejón, sino marcar debates públicos de confrontación directa con el PSOE, así como dar espacio en la organización a otras corrientes y establecer alianzas con procesos hermanos que iban surgiendo, como Alto Aragón en Común. Echenique carecía de experiencia política previa, pero supo ser altavoz de las demandas de los círculos y rodearse de un equipo de personas comprometidas, procedentes de las luchas, y que creían firmemente en lo que hacían y decían. Junto con Teresa Rodríguez, tuvo la valentía de enfrentarse públicamente a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón y de demostrar que era posible un Podemos distinto: más amplio, abierto, democrático y arraigado en el territorio, con propuestas programáticas fuertes y sin caer en la trampa de subordinación al PSOE. Y sin embargo, bastó su incorporación al aparato estatal para desarticularle como voz crítica y anular la fuerza política de Podemos Aragón.
Fin de ciclo
La entrada de Podemos y de Unidas Podemos en los gobiernos liderados por el PSOE, tanto a nivel estatal como en Aragón, supone un cierre de ciclo. Unidas Podemos accedió a los gobiernos en el punto en el que terminó el referéndum de Syriza por el OXI en Grecia y la capitulación de Tsipras: aceptando una derrota política frente a las imposiciones de la Troika y renunciando a la ruptura con el Régimen del 78. Se pasó del “Sí se puede”, y de la idea de alcanzar el gobierno como herramienta para transformar la sociedad, al cogobierno con el PSOE como fin en sí mismo, despreciando la posibilidad de evitar gobiernos de derechas con apoyo de investidura y negociaciones programáticas desde fuera de los gobiernos social-liberales.
Unidas Podemos está instalado en el discurso del “No se puede”: descubren ahora que estar en el gobierno no es tener el poder e incumplen sistemáticamente promesas como la derogación de la reforma laboral y la ley mordaza, la regulación de los alquileres, la congelación del precio de la electricidad, la reforma fiscal, etc. Y lo que es peor, tratan de contrarrestar su impotencia con una campaña de propaganda triunfalista y de difusión de noticias falsas que les hace perder toda credibilidad actual y de futuro.
Podemos tiene futuro como partido político e incluso logrará gobernar en más ocasiones. Pero ha quedado totalmente amortizado como herramienta de cambio real. Habiendo sido en su inicio una palanca de impugnación del régimen, en la actualidad se ha convertido en un proyecto transformista útil y necesario para el apuntalamiento y la restauración sistémica. En este nuevo papel, es la necesidad de eliminar de su interior a los pocos sectores que todavía mantienen un horizonte de ruptura democrática lo que explica lo ocurrido en Adelante Andalucía, donde 11 diputados y diputadas de Anticapitalistas han sido expulsadas del grupo parlamentario incumpliendo todas las normativas al respecto y aprovechando la baja de maternidad de Teresa Rodríguez.
En este sentido, resulta paradójico el modo en que las compañeras y compañeros de IU-PCE han recorrido la cuadratura del círculo: de la desconfianza o el ataque más o menos directo a las nuevas formas de expresión política y su posterior manifestación electoral, al establecimiento de alianzas estables como vía no para la construcción de un frente amplio opuesto al social-liberalismo, sino para la entrada en sus gobiernos.
Lo más preocupante de la deriva de estos últimos años no es la sensación de tirar por tierra una buena oportunidad para la izquierda transformadora. El gran peligro reside en que Unidas Podemos, estando dentro de los gobiernos del PSOE, no puede ser parte de la solución a la crisis económica y social que vivimos sino que se coloca como parte del problema. Sin referencias fuertes de izquierda enfrentadas a la gestión neoliberal-progresista de la crisis, se abona el terreno para que la extrema derecha se presente como la única alternativa posible.
Por todo esto, y tras más de un año de debates internos en Anticapitalistas, en 2020 tomamos la decisión de salir de Podemos. Un punto y final que ratificaba lo que ya era una realidad y que venía a confirmar la derrota de nuestro proyecto para Podemos. No volvemos al principio, sin embargo: siempre se recomienza por el medio. De esta etapa salimos cargados de experiencia para enfrentar mejor el próximo ciclo y habiendo entrado en contacto con nuevas generaciones activistas y militantes. Estamos convencidos de que nuestra apuesta fue la correcta y de que la hipótesis de construcción de poder popular a partir de organizaciones amplias, democráticas y bien delimitadas con el social-liberalismo sigue siendo válida.
Recomenzar por el medio
La crisis de régimen que evidenció el 15M sigue hoy abierta, aunque con una pugna muy fuerte entre los intentos de agrandarla (Monarquía corrupta, derecho a decidir en Catalunya, conflictos y revueltas cada vez más comunes) y las operaciones de restauración. Los malestares sociales se expresan de formas diferentes a hace diez años, como indican los estallidos colectivos aislados (Black Lives Matter, libertad Pablo Hasél, etc.). A su vez, la ola autoritaria y ultra-neoliberal internacional también hace efecto en el Estado español, con el crecimiento de opciones políticas de extrema derecha y presencia en las calles. La pandemia ha venido a profundizar un reflujo social que ya estaba en marcha, agravado por una sensación de desorientación en las izquierdas tras la formación de los cogobiernos con el PSOE. En este contexto, la tarea principal es combatir la desafección política y el discurso del no hay alternativa en dos planos: construyendo una voz de izquierdas creíble y con autonomía política, que no se subordine a la doctrina neoliberal ni se auto-relegue a la marginalidad; y empujando la aparición y consolidación de focos de poder popular a partir de las luchas.
Para que esto sea posible son necesarias varias cosas. La primera, una ampliación de las bases sindicales para incorporar a todos los sectores que llevan ya tiempo auto organizándose por fuera de las prácticas burocráticas y oxidadas del sindicalismo mayoritario: kellys, riders, trabajadoras del hogar, etc. La segunda, poner en el centro de los procesos de rearticulación política la impresionante experiencia de autodefensa colectiva y de construcción de un sujeto de clase que está suponiendo el movimiento por el derecho a la vivienda, fundamentalmente en Catalunya. La tercera, establecer relaciones de solidaridad activa con todos los procesos de impugnación que puedan evitar la consolidación de un cierre represivo, neoliberal y autoritario, aunque discursivamente progresista, de la crisis de régimen.
2021 no es 2011, pero la hipótesis de construcción de espacios amplios antineoliberales, en ruptura con el Régimen del 78, pluralistas y democráticos, sigue vigente. El repliegue en grupos pequeños, autorreferenciales y aislados de las mayorías sociales, no es una opción y no indicaría más que la propia impotencia y nula incidencia política. Seguir instaladas en 2014, reproduciendo discursos épicos y triunfalistas acerca de un contexto y de un Podemos que ya no existe, tampoco. Se abre una etapa compleja en la que las coyunturas serán cada vez más variables y mutables. Nuestra prioridad debe ser alimentar los conflictos que vayan surgiendo y construir un armazón capaz de evitar el vaciamiento de la calle. Combinando capacidad de respuesta pero también de iniciativa, trabajando para unificar las luchas de distintos sectores y avanzando hacia la articulación de un proyecto político transformador con ambición unitaria y de clase.
Mayo de 2021