¿Gran Robo Electoral?

Podría pasar aquí

Mucho se oirá en las próximas semanas sobre la "fuerza y resiliencia de las instituciones constitucionales democráticas de Estados Unidos" frente al intento del presidente derrotado de revocar las elecciones de noviembre y el intento de "insurrección" incitado por Donald Trump. Podemos esperar que el caos que ha rodeado a la ratificación formal por el Congreso del Colegio Electoral Biden/Harris no se repetirá en la inauguración del 20 de enero: por el grado de aislamiento y descrédito de Trump, y porque la presencia policial y de seguridad entonces será absolutamente masiva en contraste con la debacle de ayer.

La realidad sin embargo es mucho más complicada, y mucho menos halagüeña. Esas "instituciones" sagradas son en realidad bastante vulnerables a la manipulación antidemocrática, en parte porque para empezar nunca fueron diseñadas para ser democráticas. El juego de Trump del Gran Robo Electoral se ha venido abajo por varias razones, pero en circunstancias distintas pero totalmente concebibles podría haber sido mucho más amenazador.

Veamos algunos hechos de importancia central:

1. La democracia americana, tal como es, fue salvada por la participación masiva en las elecciones de votantes negros (y en ciertos swing states, de latinxs e indígenas) que derrotaron a Trump con márgenes demasiado grandes para ser cuestionados de manera creíble. En lugares como Georgia en particular, podemos agradecerlo a años de organización popular de base que se sobrepuso a las medidas sistemáticas de supresión de votantes por parte de las legislaturas estatales controladas por la derecha. Aunque sostenemos que estos heroicos esfuerzos son dignos de una mejor causa que el miserable Partido Demócrata dirigido por neoliberales, sin duda han marcado una diferencia histórica en la política de los Estados Unidos.

2. Esta larga lucha no ha acabado en modo alguno. A medida que las figuras republicanas abandonan el barco hundido de Trump (muchos de ellos son sus más notorios facilitadores) su partido estará dividido sobre el "legado" de Trump y sobre si coexistir y cooperar con la administración centrista-neoliberal de Biden, o continuar con el obstruccionismo que han practicado desde la elección de Barack Obama. Lo que unirá a los republicanos, especialmente a nivel de los estados, es la supresión de los votantes: la única manera en que este partido puede mantenerse en el poder a medida que la proporción blanca del electorado estadounidense envejece y disminuye.

Esta no es una pequeña amenaza. Cuando se despejó el humo por la noche, si prestabas atención a algunos de los discursos de los republicanos que pretendían defender el resultado de las elecciones, decían que no era potestad del Congreso "intervenir en el derecho de los estados a llevar a cabo sus elecciones". Uno de esos oradores fue el senador Rand Paul, quien antes de las elecciones de Georgia había opinado que alentar a más gente a votar "podría alterar el resultado de las elecciones". ¡Pues claro!

De hecho, lo que necesitamos es una legislación federal sólida sobre el derecho al voto, precisamente para intervenir en los casos en que las legislaturas o administraciones estatales (no sólo en el Sur profundo) llevan a cabo purgas de las listas de votantes, obstruyen el registro, restringen la votación anticipada y por correo (que contribuyó a que la participación en noviembre fuera históricamente grande en medio de la crisis del coronavirus), reducción descarada de los centros de votación para las comunidades negras y la manipulación racista de los partidos. Si la administración Biden/Harris luchará por el derecho al voto, además de hablar de ello, es una gran pregunta. Más allá de esto está la gran cuestión constitucional de eliminar la "institución sagrada" del Colegio Electoral, que desautoriza el voto popular nacional y propicia el juego sucio en estados estrechamente disputados.

3. Los políticos y los medios de comunicación están describiendo lo que pasó ayer como una "insurrección". Es una tontería que mancha el buen nombre de la insurrección.

En tanto que acción premeditada y potencialmente asesina de una turba, el ataque al Capitolio fue en efecto muy serio, y un aviso amenazante del terrorismo de derecha que puede estar por venir. Nadie puede ignorar el contraste entre la brutal respuesta a muchas protestas de Black Lives Matter contra la brutalidad policial y el hecho de que aparentemente pocos, si es que alguno de los invasores de ayer, fueron arrestados dentro del edificio (los arrestos posteriores fueron por violaciones del toque de queda, después de los eventos del día).

En su mitin del miércoles por la mañana, donde repitió sus mentiras sobre su supuesta victoria “aplastante”, Trump llamó a la multitud a "marchar al Capitolio", indicando que estaría con ellos. Por supuesto, luego se retiró a su búnker de la Casa Blanca a mirar la televisión. Cuando convocó a la gente a acudir a Washington el 6 de enero, anunció que sería un día "salvaje". Aparte del hecho de que todos estos eran eventos de súper propagación de virus, era sin duda una incitación a la turba.

¿Pero una "insurrección", es decir, un intento de tomar el poder? Algo así requiere más que ataques semiespontáneos a las oficinas gubernamentales. Desde la izquierda, las insurrecciones contra los regímenes represivos requieren movimientos populares masivos capaces de hacer huelgas generales y forzar divisiones en el aparato militar. Desde la derecha, los golpes pueden emplear la violencia de las masas como auxiliar, pero la verdadera acción son los tanques en las calles, las redadas y detenciones selectivas y el terror organizado contra las poblaciones disidentes. Nada de eso estaba ni remotamente presente en Washington DC ayer, por no hablar del país en su conjunto. No se trata de subestimar la amenaza real que representa la extrema derecha supremacista blanca y la legión de votantes de Trump que viven en un universo ideológico desconectado de la realidad y que piensan que las elecciones fueron robadas.

4. La amenaza de la Elección del Gran Robo de Trump/República, estudiada y ampliamente discutida de antemano por el Transition Integrity Project y muchos autores, no era una broma. La manera esperpéntica en que se ha derrumbado no debería engañarnos.

Si las elecciones de noviembre hubieran estado más igualdas, si los movimientos postelectorales de la banda de Trump hubieran estado más competentemente organizados y coordinados, si las maniobras legales no hubieran estado en manos del apenas tibio cadáver de Rudy Giuliani, si unos pocos jueces estatales y federales hubieran sido tan corruptos como el propio Trump *y quizás si las gobernaciones en Michigan, Pensilvania y Wisconsin hubieran permanecido en manos republicanas después de 2018) los Estados Unidos podrían haber enfrentado verdaderamente una amenaza existencial a las instituciones constitucionales que han servido tan bien a sus elites durante más de dos siglos.

El desvencijado estado de la democracia estadounidense es tan vulnerable a una destrucción desde el interior como, al parecer lo son sus sistemas informáticos gubernamentales y corporativos a la piratería informática rusa. Llevado a su límite, otro escenario de Gran Robo Electoral podría romper al país, no ahora sino en algún momento en el futuro. Sí, podría suceder aquí.

5. La violenta debacle de ayer ha acabado con lo que quedaba de la presidencia de Trump, y probablemente (aunque nunca se puede estar seguro) ha destruido sus propias perspectivas políticas futuras y las de su familia. Rush Limbaugh lo expresa con precisión: "Si quieres tener una vida en Washington DC hoy, tienes que denunciar a Trump ahora" (emisión de radio, 7 de enero). No hace falta ser un fan de Limbaugh para apreciar la hipocresía de estas repentinas conversiones republicanas.

Por fin, los círculos dirigentes de la clase dominante empresarial se pusieron de pie cuando Twitter y Facebook suspendieron el acceso de Trump a sus seguidores, la Asociación Nacional de Fabricantes pidió retirarle del poder mediante la 25ª Enmienda, líderes de la industria financiera como el CEO David Solomon de Goldman Sachs, Jamie Dimon y otros obscenamente enriquecidos por las políticas de Trump se volvieron contra él. Ya no les es útil.

Una candidatura de Trump en 2024 podría destruir el Partido Republicano para siempre. Esto no implica el fin de lo que se llama Trumpismo, incluso si tuviera que seguir adelante sin Trump.

En este sentido, el análisis de Samuel Farber publicado el 3 de enero en Jacobin, El trumpismo perdurará, es muy recomendable. Si bien escrito antes de la implosión de Trump ayer, Farber clava el punto central: "Quizás la forma más útil de entender el Trumpismo es como una respuesta de derecha a las condiciones objetivas de decadencia económica y a la percepción de decadencia moral".

En este contexto, la "decadencia moral percibida" gira en torno al resentimiento de la derecha porque la posición y los privilegios que demasiados hombres blancos han dado por hechos están ahora cuestionados. Esto requiere una discusión más profunda de lo que sería posible en este espacio, pero llega al corazón de una realidad de la sociedad de los EE.UU. y, en particular, al problema central que enfrenta la izquierda socialista: Un gran sector de la clase obrera, en particular entre los trabajadores blancos, ha sido reclutado para la política racista autoritaria de la derecha.

Queda por ver si su lealtad puede ser transferida del culto a Trump a un nuevo abanderado. Pero eso es secundario al hecho de que el "Trumpismo" de la clase obrera seguirá siendo un obstáculo importante en las luchas por conseguir reformas serias que se puedan ganar y consolidar.

Para entender por qué y cómo ha sucedido esto requiere abordar la segunda realidad de nuestra situación: la inmensidad objetiva de las crisis que esperan a Biden y a las cámaras del Congreso ahora controladas por los demócratas. La catástrofe de COVID, el colapso del sistema médico y el desorden del despliegues de las vacunas; las decenas de millones de familias trabajadoras y de clase media que se enfrentan a desahucios, el desempleo permanente, la bancarrota, la ruina por deudas y gastos médicos; los gobiernos estatales y locales prácticamente en bancarrota; y, por encima de todo, el cambios climático y los desastres ambientales empeorados por cuatro años de Trump.

La situación exige sin duda grandes medidas: estímulo y alivio económico a gran escala, una movilización de la sanidad pública y posiblemente de los recursos militares para llevar las vacunaciones  a cabo, una reconversión rápida de la industria de los combustibles fósiles, un verdadero "Green New Deal" y Medicare para todos, y el cierre inmediato de los obscenos centros de detención de inmigrantes con fines de lucro, entre otras cosas. ¿Qué se espera entonces de esas aclamadas fuerzas "moderadas" de ambos partidos, mientras los Demócratas reflexionan sobre cómo usar el poder que se les ha dado y los Republicanos deciden si son "bipartidistas" u obstruccionistas?

Para la izquierda y los movimientos sociales, es aún más importante permanecer activos y movilizados para luchar por lo que necesitamos, y no por unas pocas migajas. Celebrar la autodestrucción de Trump sin duda está justificado; pero una luna de miel de izquierdas para Biden ciertamente no lo está.

8 de enero de 2021

Para el Comité Nacional de Solidarity

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