El movimiento de protesta de Bangladés vence a la represión

Las protestas masivas en Bangladés derrocaron a Sheikh Hasina tras una represión estatal que dejó cientos de muertos. Pero el gobierno interino dirigido por el gurú del microcrédito Muhammad Yunus es incapaz de abordar los graves problemas sociales a los que se enfrentan las clases trabajadoras del país.

Tras quince años en el poder, la Primera Ministra de Bangladés, Sheikh Hasina, dimitió y huyó del país el 5 de agosto, expulsada por jóvenes manifestantes. Lo que empezó como un movimiento contra las cuotas en la función pública se convirtió en un levantamiento general contra el poder autocrático de Hasina y su partido, la Liga Awami (AL).

La situación cambió a lo largo de cinco semanas, y la victoria final se logró a costa de más de cuatrocientas vidas y varios miles de personas heridas y desaparecidas. El giro de los acontecimientos en este país del sur de Asia recuerda al de Sri Lanka en 2022, o a la revuelta masiva que obligó al presidente filipino Ferdinand Marcos a huir del país en 1986, tras dos décadas de gobierno autocrático.

El 5 de agosto, Hasina dispuso de sólo cuarenta y cinco minutos para dimitir y abandonar el país, mientras cientos de miles de manifestantes tomaban las calles, dispuestos a desafiar el toque de queda a toda costa. Hasta la víspera se negaba a reconocer que su mandato como Primera Ministra hubiera terminado. Sin embargo, una marea popular la arrastró como un poderoso tsunami. El jefe del Ejército facilitó su huida.

Se acaba un ciclo

Con la destitución de Hasina, se ha acabado un ciclo en la política de la Liga Awami. La fase más reciente de consolidación de la Liga comenzó con su victoria en las elecciones de 2008, cuando la alianza de 14 partidos que lideraba obtuvo una abrumadora mayoría: 263 de los 300 escaños. Aunque el partido y había estado en el poder en dos ocasiones anteriores (1971-75 y 1996-2001), se trató de una victoria histórica.

Las elecciones parlamentarias previstas inicialmente para enero de 2007 se suspendieron tras meses de agitación política. Mientras tanto, siguió gobernando un gobierno provisional respaldado por los militares, lo que hizo surgir el fantasma de otra dictadura militar, aunque en forma de farsa. Durante los primeros veinte años de su existencia, Bangladés estuvo bajo un gobierno militar directo o administrado por un gobierno respaldado por militares durante casi dieciséis de esos años.

Esta victoria marcó también la prolongada consolidación del poder de la Liga Awami. Considerada como una fuerza laica por sus raíces históricas y su papel de liderazgo en la guerra de liberación, el partido llegó al poder gracias a esta nostalgia. Desde 2007, un renovado movimiento de la sociedad civil, apoyado por la Liga Awami, había intensificado sus demandas de que se juzguase a los criminales de guerra que habían colagorado con el ejército de Pakistán Occidental.

El opositor Partido Nacionalista de Bangladés (BNP), que gobernó entre 2001 y 2006, participó en las elecciones aliándose con Jamaat-e-Islami, un grupo islámico radical. Los observadores también consideraron las elecciones como un rechazo público de los ideales islámicos radicales y un repudio de la política religiosa.

Dos puntos de inflexión

El movimiento para restaurar la democracia en 1990 (conocido popularmente como Movimiento Antiautoritario de los 90), tras años de régimen militar, fue el primer punto de inflexión positivo en la historia del Bangladés independiente. Millones de personas salieron a la calle a partir de noviembre de 1997 para exigir la restauración del gobierno civil.

Entre 1982 y 1990, bajo el reinado del jefe del ejército H. M. Ershad, el país fue rehén de gánsteres militares. Su régimen fue un oscuro episodio marcado por asesinatos y asaltos, detenciones y encarcelamientos arbitrarios, corrupción y saqueos, acompañado de la aniquilación de la democracia y los valores democráticos. Un levantamiento popular derrocó a Ershad y allanó el camino a la democracia parlamentaria.

El movimiento contribuyó a la aparición de una nueva conciencia progresista, sobre todo en la juventud, y a ciertas reformas constitucionales. Ayudó a deslegitimar el control del Ejército sobre la política. Los partidos políticos alcanzaron un consenso sobre la futura trayectoria democrática de la nación, consenso que posteriormente fue violado. La Liga Awami y el BNP se beneficiaron enormemente de la percepción de que estaban al frente de estas luchas.

El segundo gran punto de inflexión fue el movimiento de 2013, conocido popularmente como el movimiento Shahbag, que exigía la pena capital para los criminales de guerra. La LA apoyó inicialmente esta movilización, ya que servía a sus propios intereses y objetivos. Sin embargo, los manifestantes de Shahbag empezaron a exigir una democratización más amplia de la sociedad y el fin de las injusticias socioeconómicas.

Al principio, la Liga intentó controlar el movimiento, pero fracasó. Entonces retiró a los cuadros de su partido y acosó a los líderes del Shahbag, al tiempo que fomentaba las rencillas internas en sus filas, lo que paralizó la lucha. La izquierda bangladesí siguió participando en las protestas del Shahbag, pero las organizaciones de izquierda eran pequeñas y tuvieron un impacto limitado en la escena política del país.

En 2014, el movimiento perdió impulso. En este proceso, el país perdió una de sus mayores oportunidades de lograr una verdadera democratización y hacer frente a las injusticias socioeconómicas bajo la presión de los movimientos de base autoorganizados. Al final, el movimiento Shahbag fue aplastado.

Represión de la oposición

Una vez alcanzado este objetivo, la Liga Awami pasó a desmantelar a su adversario político, el BNP. Para la AL, Jamaat-e-Islami y otros grupos islámicos también eran un factor a tener en cuenta, pero el BNP era su adversario electoral inmediato. Los dirigentes de la AL pronto se dieron cuenta que el descontento con su historial de desgobierno podía beneficiar electoralmente al BNP.

Se detuvo arbitrariamente a dirigentes del BNP y se presentaron cargos contra ellos, lo que desestabilizó al partido. Además, el BNP había gozado durante mucho tiempo de un fuerte apoyo de los militares. Sin embargo, a medida que disminuía el interés del estamento militar por el gobierno civil, la fuerza del partido se fue debilitando.

Su trayectoria en el gobierno entre 2001 y 2006 también se caracterizó por la corrupción y los ataques violentos a la oposición, incluido un intento de asesinato de Hasina con una granada en 2004. Este historial desacreditó al partido y contribuyó a su continuo declive, cuando la Liga Awami hizo un uso despiadado del aparato estatal contra su rival. El BNP intentó sin éxito manipular el sistema electoral para aferrarse al poder en 2006, pero la Liga demostró un dominio superior en esas lides.

El BNP se retiró de las elecciones de 2014 por considerar que no se daban las condiciones necesarias. Exigió la dimisión de Hasina como primera ministra para dar paso a una figura imparcial y no partidista que supervisara las elecciones. Esta renuncia puso el poder en bandeja de plata a la Liga, con 153 de los 300 candidatos elegidos sin oposición.

A partir de ahí, la Liga Awami bloqueó las actividades políticas del BNP en todo el país y se incoaron miles de causas contra dirigentes y activistas del partido: desde corrupción hasta cargos de asesinato. El partido fue incapaz de recuperarse de estos ataques en cascada y, después de 2014, recurrió a la violencia, dando a la Liga la oportunidad de atacarlo aún más. Khaleda Zia, dos veces primera ministra del BNP, fue encarcelada con cargos de corrupción en febrero de 2018.

Giro a la derecha

Al mismo tiempo, las fuerzas de izquierda comprometidas con los movimientos populares también se enfrentaron al acoso y la represión del gobierno. El Estado atacó a los líderes del movimiento Rampal con acusaciones falsas e intimidación física, y el movimiento obrero corrió la misma suerte.

Los islamistas bangladesíes solían apoyar al BNP en las elecciones. Sin embargo, con el declive del BNP, estas fuerzas empezaron a participar en la arena electoral por su cuenta. Mientras tanto, la Liga Awami comprometió sus históricas credenciales laicas al formar una alianza tácita con Hefazat-e-Islam, un grupo islamista radical responsable del asesinato de blogueros laicos.

El frente político liderado por LA incluía a varios partidos islamistas conservadores. Además, el gobierno de Hasina otorgó ciertas concesiones a las fuerzas islamistas, como la validación de las madrasas Qawmi, escuelas religiosas, con un plan de estudios conservador que no está regulado por el gobierno. Estas escuelas se centran únicamente en la educación religiosa y confinan a los alumnos de los sectores más pobres de la población en dogmas religiosos místicos. Todos estos acontecimientos se han producido a pesar de la pretensión de la Liga de ser la salvadora suprema de la comunidad religiosa minoritaria hindú de Bangladés.

La Liga Awami fue tomando cada vez más el control de la administración del Estado a través del proceso de nombramientos [de funcionarios] y sometiendo a los medios de comunicación y a la intelectualidad mediante una mezcla de incentivos y coacción. A finales de 2018, la AL tenía un firme control sobre la burocracia, el poder judicial e incluso el Ejército, tradicionalmente considerado como un importante apoyo del BNP.

Los resultados de las elecciones de 2018 superaron incluso las expectativas más optimistas de la Liga, ya que sus candidatos obtuvieron 288 de los 300 escaños en juego. Las siguientes elecciones, en enero de 2024, fueron una farsa, con toda la oposición ausente de las urnas. Esto empujó la resistencia al terreno extraparlamentario, culminando en las protestas que derrocaron a Hasina.

El gobierno provisional

Tres días después de la marcha de Hasina, el economista Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz en 2006, juró su cargo como jefe del gobierno interino de Bangladés. Oficialmente conocido como el Consejero Jefe, Yunus dirigirá un equipo de diecisiete personas, formado por burócratas y militares retirados, figuras destacadas de ONG, abogados, académicos y otros, así como algunos líderes estudiantiles implicados en la rebelión. El equipo es diverso en cuanto al origen de sus miembros, así como étnica y religiosamente, aunque no contiene ningún representante de la clase trabajadora.

La constante erosión de las instituciones democráticas en Bangladés ha provocado un profundo odio hacia los partidos políticos existentes. Yunus era una figura idónea para dirigir el gobierno provisional por ser una personalidad conocida que proyectaba la imagen de alguien que se elevaba por encima de la política partidista al tiempo que promovía el desarrollo nacional. Además, fue acosado por el gobierno de Hasina y casi obligado a abandonar el país, lo que aumentó la simpatía hacia él.

Para Yunus, esta aventura es la continuación de anteriores intentos fallidos de entrar en la arena política. Aunque ahora se depositan grandes expectativas en él, hay que tener en cuenta su anterior papel como promotor de programas de microcréditos. Lejos de representar un remedio para la pobreza rural, estos programas no hacían sino imponer cargas adicionales a la gente pobre. Su celosa defensa de las políticas neoliberales ha convertido a Yunus en el favorito de los gobiernos occidentales y del Banco Mundial.

Con el descrédito de la Liga Awami, las dos principales fuerzas políticas restantes, el BNP y Jamaat-e-Islami, esperan que unas elecciones anticipadas les lleven al poder. Esta última fuerza, en particular, parece estar muy bien organizada, con redes de activistas por todo el país, y sin duda no querrá dejar pasar esta oportunidad.

El levantamiento de julio tuvo éxito gracias a la participación de un amplio abanico de fuerzas sociales. Como en otras luchas contra regímenes autocráticos, la aspiración popular era la libertad, expresada en gran medida en términos bastante vagos y abstractos. En otras palabras, no fue un movimiento guiado por posiciones ideológicas claramente definidas.

Al principio, los estudiantes protestaban por la reforma del sistema de cuotas, pero la represión estatal desencadenó un levantamiento de masas en el que participaron amplios sectores de las clases medias y trabajadoras bangladesíes, que culminó en la revuelta que barrió a Hasina del poder. Las y los estudiantes se han ganado la confianza del pueblo y tendrán que trazar el camino a seguir.

Sin duda, cabe esperar que el espíritu del movimiento estudiantil contribuya a fomentar una conciencia mucho más clara de la naturaleza de un programa transformador. Además de las demandas de elecciones democráticas y el Estado de derecho, los puntos clave de esa agenda incluirán logros económicos como salarios más altos y mejores protecciones sociales, así como medidas en materia de justicia climática: Bangladés es inmensamente vulnerable al impacto del cambio climático. No se puede confiar en que el gobierno provisional o sus probables sucesores aborden ninguno de estos retos.

A largo plazo, los acontecimientos de julio sólo conducirán a un resultado positivo si la clase trabajadora y otros grupos oprimidos son capaces de desempeñar un papel protagonista en la superación de las divisiones religiosas y étnicas de la sociedad bangladesí. Si las y los estudiantes han iniciado la revolución, los trabajadores y trabajadoras tendrán que garantizar su éxito. Ahí reside el mayor desafío para la izquierda en Bangladés.

14/08/2024

Publicado por Inprecor, traducido por Jose

Sushovan Dhar