HA HABIDO GRANDES CAMBIOS en la forma específica que toma la radicalización de las mujeres desde que se votó la resolución del Congreso Mundial de 1979, “La revolución socialista y la lucha por la liberación de la mujer”.
Dicha resolución tomó nota del surgimiento masivo de las ideas y organizaciones feministas. Se adoptó al final de una época marcada por grandes movilizaciones a favor del derecho al aborto, por la autorganización de sectores de mujeres y por luchas obreras en las que las mujeres tuvieron un papel muy importante.
Rompiendo con una tradición de nuestro movimiento, de indiferencia o desconfianza hacia el feminismo, el texto recomendó la construcción de movimientos independientes de mujeres en todos los países, según el ritmo y las particularidades de las situaciones locales. Afirmó el carácter estratégico de la construcción de este movimiento, al ser condición indispensable tanto para cuestionar la opresión de las mujeres como para lograr el socialismo real.
Desde entonces, el “feminismo organizado” ha entrado en descenso, pero esto no significa una declinación generalizada de la radicalización de las mujeres. El centro de gravedad de ésta y la forma en que se expresa han cambiado. La cuestión esencial para las feministas es encontrar las formas para entrar en contacto con las nuevas generacio-nes de mujeres radicalizadas para construir un movimiento feminista que conserve los logros de los últimos años y que recupere su influencia en la escena política.
Posiblemente se pueda explicar este descenso por dos factores imbricados entre sí. La crisis económica ha alterado la correlación de fuerzas en favor de la burguesía; las or-ganizaciones reformistas han aceptado la lógica de austeridad. Los medios de comunicación en algunos países desarrollan la idea de que estamos en una época “postfeminis-ta” en la que ya se logró la igualdad entre los sexos. En este ámbito, marcado también por una relativa ausencia de luchas obreras en algunos países, la debilidad del movimiento de las mujeres hizo que no pudiera nadar contra la corriente para imponer demandas anticapitalistas. Aspirar a la verdadera liberación para las mujeres parecía utópico.
Durante los 70, se logró que varias corrientes del movimiento feminista se unieran y aliaran en acciones de masas con sindicalistas y organizaciones democráticas a nivel nacional e internacional para defender derechos de las mujeres, como el derecho al aborto. El logro de reformas legales calmaron este tipo de movilizaciones.
Nuestro análisis del carácter de la opresión de las mujeres no ha cambiado. La absoluta necesidad de construir un movimiento autónomo —única garantía de una lucha radical y eficaz contra la opresión— de ninguna manera ha desaparecido. Sólo quedan por hacer ajustes tácticos para una nueva coyuntura.
I. Los cambios en la situación de las mujeres y las diferentes políticas de la burguesía
Las líneas generales de la evolución de la situación social de las mujeres, tal como las habíamos descrito en 1979, siguen siendo válidas hoy, en lo fundamental, aunque es necesario incorporar nuevos elementos:
• Se mantiene la participación masiva de mujeres de todas las edades y situaciones familiares en el mercado de trabajo, aunque sea primordialmente a través del trabajo precario. En el mercado formal, se mantiene la discriminación salarial, y la fuerte segregación entre los empleos “masculino” y “femenino” continúa e, incluso, se profundiza, y atraviesa la formación, promoción y condiciones de trabajo.
• Existen mayores posibilidades tecnológicas para que las mujeres controlen su capacidad de reproducción, pero en la mayoría de los casos se ven limitadas por leyes que recortan su derecho a decidir.
• Se mantiene la presencia masiva de mujeres jóvenes en la enseñanza pública hasta el nivel medio y el primer año de facultad, pero la escuela mixta no se ha traducido en coeducación. Esta presencia se limita a las facultades de letras y, en cualquier caso, se reduce de forma importante en los niveles superiores.
• Se desarrolla una legislación que postula la “igualdad de derechos” formales, prohibiendo la discriminación en el trabajo, penalizando la violencia sexual, pero sin plantear los pasos positivos que permitirían a las mujeres salir de su situación históricamente desfavorable.
• Crece el número de mujeres que optan por vivir solas, con o sin hijos (vistas las peticiones de divorcio hechas por las mujeres), las familias monoparentales, las mujeres solteras, etc... Evidentemente, esta situación no es siempre el resultado de una opción libre de las mujeres (sólo la mayor independencia económica y legal de las mujeres permite una opción en este sentido).
• Las mujeres negras e inmigrantes continúan sufriendo el racismo, que se combina con su opresión en tanto mujeres, reforzándola.
• Existe un mayor reconocimiento y rechazo social a los malos tratos en el marco de la familia y a la violencia sexual que los hombres ejercen contra las mujeres.
• Se ha generado una participación cada vez mayor de mujeres en espacios públicos, hasta ahora reservados a los hombres; pero se ha sustituido la exclusión por la integración en condiciones de desigualdad en todos los ámbitos de la vida pública y social.
• La liberalización de hábitos y cos-tumbres sexuales y el reconocimiento de las mujeres como seres sexua-les no siempre se ha traducido en u-na mayor igualdad sexual entre hombres y mujeres.
Todo esto refleja los efectos de la actividad política que las organizaciones feministas han desarrollado y que ha supuesto un importante desa-rrollo del nivel de conciencia de las mujeres, de su autonomía personal y su autoestima, y un cambio de los estereotipos sociales que se habían establecido para hombes y mujeres. Todos estos elementos han configurado una situación distinta, más compleja y contradictoria, en relación a la que analizábamos en 1979.
Esta realidad no ha podido pasar inadvertida por quienes defienden es-te orden económico y social, que se han visto obligados a reelaborar su discurso para que aparezca más acorde con la nueva situación. También ha llevado a una diferenciación en las políticas desarrolladas, aunque evidentemente manteniendo un acuerdo básico y firme en cuanto a la preservación de la institución familiar, pilar básico de la opresión, y al mantenimiento de las mujeres como fuerza de trabajo en una forma particular. La burguesía lejos está de tener un solo plan claramente definido para conseguir sus fines.
A. Cambios en la familia tradicional y diferentes políticas de la burguesía
Los cambios antes señalados han introducido importantes fisuras en el modelo tradicional de familia, definida por la reclusión de la mujer en la casa dedicada a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos e hijas, y por las relaciones de dominación que se manifiestan en su interior.
Algunos de estos cambios son:
• El aumento de parejas no casadas.
• El importante aumento de familias monoparentales.
• La enorme progresión de la tasa de divorcio.
• El importante número de lesbianas y homosexuales que viven su sexualidad abiertamente y con orgullo.
• El descenso del índice de natalidad es un reflejo del cambio de actitud de las mujeres respecto a la dedicación al cuidado de las y los hijos como su única preocupación.
• El aumento de las denuncias por malos tratos recibidos de los maridos es un importante indicador del cambio en la propia autoestima de las mujeres y, en cierta forma, en las fisuras que se abren en las relaciones de dependencia afectiva y sexual de las mujeres respecto a sus maridos.
Este cambio en la actitud y conciencia de las mujeres y el rechazo social que se ha generado a las expresiones más brutales de su opresión ha obligado, incluso, a prestar u-na mayor atención a los problemas que existen en la familia: desde la a-tención dada por los medios de comunicación y las campañas prácticas sobre las mujeres maltratadas en los 70, hasta la atención más reciente a los abusos sexuales y físicos de las y los niños dentro de la familia, o los problemas planteados por las y los hijos de parejas separadas. Con todo, no se ha desarrollado una política asistencial capaz de recoger la demanda existente (centros de a-cogida a mujeres maltratadas, etc.).
Hay diferentes respuestas de la burguesía a esta situación que refleja, también, las particularidades nacionales:
a) La constante promoción del ideal de pareja feliz, unida en el matrimonio, con dos niños y una madre en el hogar, a pesar de que la mayoría de las mujeres trabajen. Este es el caso, particularmente de la familia obrera, blanca. El capitalismo se siente mucho menos implicado cuando se trata de defender o de alentar la unión de las familias de color o de las familias emigrantes; no duda en romperlas a través de leyes sobre emigración y medidas de expulsión o de acoso policial.
Otro aspecto es la forma en que la burguesía a escala europea empieza a insistir sobre “las consecuencias dramáticas” del bajo índice de natalidad. La necesidad de invertir esta tendencia se utiliza para reforzar la idea de que el papel fundamental de las mujeres se sitúa en la familia y consiste en tener niños (dirigida a las mujeres blancas). Al mismo tiempo, prepara el terreno para los recortes de gastos sociales y para que el fardo de la crisis caiga sobre la espalda de la familia, particularmente en lo que tiene que ver con el cuidado de las personas ya mayores, con el pretexto de que el número de trabajadores que contribuyen a la Seguridad Social es insuficiente.
b) Algunos sectores de la burguesía se han mostrado más flexibles en lo referente la condición de los niños y niñas nacidas fuera del matrimonio, o al reconocimiento legal de las parejas no casadas. Esta flexibilidad trata de integrar las modificaciones estructurales de la vida cotidiana al sistema capitalista, puesto que el capitalismo necesita de la familia nuclear como modelo general, aunque pueda aceptar variantes.
No hay una alternativa a este modelo de forma generalizada. Los elementos de una “crisis de la familia” siempre pueden ser contrarrestados en diferentes países por varios elementos: el aumento del número de matrimonios, la posibilidad de registrar a las y los hijos “ilegítimos” a nombre del padre y la madre, la integración de ciertos sectores “aceptables” de homosexuales (blancos, hombres, de clase media) a las normas, ofreciéndoles la posibilidad del “matrimonio”, etc.
c) Algunos sectores de la burguesía abiertamente reaccionarios utilizan “la crisis” de la familia para pedir con insistencia medidas de orden moral. Esto, en Europa, a menudo incluye la idea de asignar un sueldo por maternidad, mermar los ingresos de madres o padres solteros y atacar a las lesbianas y a los gay. Estas corrientes se sitúan a la extrema derecha del escenario político, aunque algunas iglesias han tomado la vanguardia de estas luchas: aun así han tenido cierto éxito en el Estado británico y en el alemán, y de hecho tienen peso en la concepción burguesa dominante acerca de la familia. En EEUU, tienen un apoyo social mayor y han sido abiertamente alentados por los sucesivos gobiernos.
A quienes no se adaptan a la familia nuclear o al modelo sexual dominante se les considera, a menudo, como marginales de la sociedad, mientras que a las mujeres que aceptan las reglas más o menos establecidas de comportamiento social, se las considera mejor.
B. La masiva presencia de mujeres en el mercado de trabajo determinada por su opresión específica
En contra de las predicciones más pesimistas, la crisis económica no ha conseguido devolver a las mujeres a los hogares. En todos los países europeos, la actividad económica de las mujeres continúa creciendo (aunque el índice de desempleo entre ellas sea más alto que entre los hom-bres en todas partes), y no ha habido un intento sistemático, como sucedió durante los 30, de reemplazar trabajadoras por trabajadores.
Las razones son evidentes. Aparte del propio aumento del rechazo de las mujeres a regresar a casa, es el cambio en la organización económica, durante los últimos 40 años, lo que ha causado esta nueva actitud de la burguesía. El desarrollo del sector terciario ha llevado a la creación de una gran mano de obra femenina, no altamente calificada, pero lo suficiente como para que no puedan ser sustituidas, de un día para otro, por un metalúrgico (no calificado) o un minero desempleado.
Es más, los sueldos bajos de las mujeres animan a los jefes a que mantengan a esas obreras. Esta entrada continua de mujeres al ámbito del trajo remunerado se ha realizado a diferentes niveles, según el país. Pero las formas que toma está determinada por la situación de dominación de la mujer. El capitalismo moderno se enfrenta a una situación contradictoria: por un lado, depende de la mano de obra de mujeres fuera del hogar y, por otro, también depende del trabajo gratuito dentro de la casa.
Las condiciones precarias en que las mujeres se han integrado al trabajo asalariado van desde la discriminación en la formación profesional hasta las condiciones de empleo y salarios, y terminan en la feminización de la pobreza.
Las formas específicas en que se incorporan al mercado laboral son las siguientes:
a) Aumento del trabajo a tiempo parcial
En los países con mayores índices de empleo femenino, el trabajo a tiempo parcial ha alcanzado sus niveles más altos. El trabajo de media jornada es, por regla general, exclusivamente femenino: el 80% de to-das y todos los trabajadores son mujeres y, en la RFA y Dinamarca, la ci-fra llega a ser del 95%. En Gran Bretaña —el primer país europeo en promover el trabajo a tiempo parcial a gran escala—, la mayoría de las trabajadoras lo son a tiempo parcial. Este tipo de trabajo implica sueldos bajos, poca condición social, altos niveles de productividad y falta de organización sindical y de derechos de maternidad.
La falta de servicios adecuados para el cuidado de las y los niños en edad pre-escolar es el factor clave que empuja a las mujeres al trabajo a tiempo parcial. Aunque parece la única salida para ellas, hay otras, so-bre todo las jóvenes, que quieren trabajo a tiempo completo, pero no lo encuentran.
Los sindicatos en Europa, en general, no han dado respuestas a las necesidades específicas de las trabajadoras a tiempo parcial.
b) La segregación del empleo
La extensión del empleo femenino no ha repercutido sobre el abanico de empleos y ramas profesionales. La segregación del empleo incluso se ha incrementado con el aumento de la tasa de actividad de las mujeres, y es el factor clave de su salario más bajo. A las mujeres se las emplea predominantemente en el sec-tor servicios mucho más que en el industrial. Entre las obreras semi-cali-ficadas, la mayoría ocupa empleos distintos a los de los hombres (trabajando por ejemplo en el cableado, en trabajos rutinarios en cadena...). A pesar de las legislaciones antidiscriminatorias y de los cambios dentro de la educación, no se ha constatado tampoco una mayor presencia de mujeres en empleos tradicionalmente masculinos o un aumento sig-nificativo del número de mujeres entre las profesiones superiores.
c) Nuevas tecnologías
Una revolución silenciosa está en marcha y se apoya en las nuevas tecnologías de producción para estructurar y reestructurar la división sexual jerárquica del trabajo, en un momento en el que el movimiento obre-ro está a la defensiva. Estos cambios se adaptan a los intereses de una sociedad capitalista, imperialista y patriarcal.
La introducción de las nuevas tecnologías no trae consigo sólo la pérdida del empleo, sino también un deterioro de las condiciones de trabajo de las mujeres. Según encuestas recientes en el sector terciario, las mujeres sencillamente no reúnen las características necesarias para ser promovidas —calificaciones adquiridas en el transcurso profesional continuo, movilidad geográfica—, ni pa-ra beneficiarse de las ocasiones que se presentan a nivel de gestión o de puestos de dirección. A los hombres se les anima más a menudo a que se reciclen, mientras que a las mujeres se las deja para que ocupen puestos que requieren menos calificación (como operadoras de ordenadores antes que como programadoras...).
d) Flexibilidad y organización del trabajo
Urgidos por la necesidad de hacer las nuevas máquinas redituables al máximo, los capitalistas exigen el derecho de hacer trabajar a la mano de obra noche y día; esto les lleva a introducir el trabajo en equipos y durante el fin de semana y a intentar abolir la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres. Un número creciente de empresas (bancos, seguros, etc) proponen también explotar el doble papel de las mujeres ins-talando terminales a domicilio.
Los argumentos utilizados para intentar convencer a los trabajadores de que acepten la flexibilidad de la jornada de trabajo no son, además, los mismos para las mujeres que pa-ra los hombres. El dirigido a las muje-res enfatiza la posibilidad de combinar mejor “sus” tareas domésticas cotidianas con un empleo asalariado. Para los hombres, el argumento resalta el aumento del tiempo libre.
Todos estos ataques apuntan a un reforzamiento de la flexibilidad del tiempo de trabajo —salarios, empleos y horarios flexibles, etc. Para la clase dominante se trata de intentar crear una línea de división entre una pequeña minoría de trabajadores calificados (normalmente hombres y de la nacionalidad dominante) y una capa creciente de trabajadores marginales poco calificados, personas en empleos precarios, normalmente mujeres, parte de la juventud, emigrantes y hombres no calificados que sólo tienen trabajos temporales, y que no están protegidos por la Seguridad Social. Para hacer esto, los patrones necesitan reforzar aún más la división sexual del trabajo, al tiempo que reorganizar la producción en estos términos.
e) Desempleo y Seguridad Social
Desde 1974, ha habido menos crecimiento económico e índices más altos de paro que desde la II Guerra Mundial. En casi todos los países la proporción de mujeres registradas en desempleo es más alta que la de los hombres — en Austria, Grecia y Portugal la tasa de mujeres desempleadas es el doble de la de hom-bres. (Por supuesto que las estadísticas oficiales ocultan la amplitud del desempleo de mujeres, ya que muchas no se registran).
Ningún Estado capitalista reconoce a las mujeres trabajadoras en igualdad con los hombres. Un ejemplo es la serie de medidas tomadas últimamente en algunos países europeos que tienden a excluir incluso a más mujeres de los beneficios de la seguridad social, mientras que las casadas sin empleo nunca han tenido estos beneficios. Las nuevas restricciones a los beneficios del desempleo priorizan a los cabezas de familia (normalmente hombres). Es-tas medidas refuerzan la idea de que las mujeres deben quedarse en sus casas y que su trabajo es solamente un suplemento al sueldo de la familia. Niegan el derecho de las mujeres a la independencia económica.
C. Ataques al derecho al aborto y al derecho de las mujeres a controlar su cuerpo
a) EEUU se ha situado en la primera línea de los ataques al aborto con el reciente intento de echar abajo el juicio de Roe vs. Wade, de 1973, que dio a las mujeres el derecho constitucional al mismo. Este ataque jurídico frontal se ha combinado con una movilización fanática en la base de los sectores extremistas de la “ma-yoría moral” y de las iglesias evangélicas, que consiste en incendiar clínicas y acosar a las mujeres que entran en ellas. Sin embargo, parece que el Partido Republicano va a suavizar su posición dura contra el aborto ya que, al contrario de lo que se preveía, se confirma que tiene efectos negativos en su base electoral.
La ofensiva contra el derecho al aborto se ha desarrollado también de forma menos frontal, intentando retrocesos en las leyes existentes, reducir el tiempo límite o reducir el derecho de las mujeres a decidir, dando mayor poder a los padres, maridos o amantes, exigiendo permiso paterno para las menores, etc. Estos intentos de restringir las leyes han encontrado un rechazo masivo que se ha expresado en movilizaciones. En algunos países (Estado Español, Bélgica), ha habido grandes movimientos para ampliar las medidas legislativas existentes.
Otra línea de ataque se produce a través de severas restricciones que afectan a los recursos de los servicios públicos de salud, lo que ha tenido efectos negativos sobre el acceso al aborto.
Las mal llamadas organizaciones pro-vida, a quienes más bien deberíamos denominar “fetistas”, desa-rrollan una campaña a nivel internacional con poderosos medios y recursos económicos, además de contar con el apoyo de sectores del poder político, judicial y médico. Desarrollan una actividad que trata de erosionar el clima social favorable al aborto, creado por la actividad del movimiento feminista. Desarrollan un discurso que trata de incriminar y culpar a las mujeres, actuando a través de los medios de comunicación, las escuelas, etc., con un discurso y propaganda particularmente agresivos.
El aborto como derecho nunca está garantizado bajo el capitalismo, dado que entra en conflicto directo con la sumisión exigida a las mujeres en nuestra sociedad. De hecho, to-dos los cambios legales en este te-rreno no han considerado al aborto como un derecho de las mujeres si-no, por el contrario, como un mal necesario del mundo moderno. Ciertamente, no estamos cerca de ver el fin de este tipo de ataques. Pero al mismo tiempo, la burguesía sabe que debe contar con la capacidad de resistencia de las mujeres frente a todo cuestionamiento de este derecho, tan limitado como esté. La gran mayoría de las mujeres considera que se trata de un elemento fundamental de batalla por su independencia. También ha habido una serie de ataques a otros aspectos del derecho de la mujer a controlar sus propios cuerpos, en lo que se refiere a las madres de alquiler, las nuevas tecnologías de reproducción y la inseminación artificial.
b) La respuesta de los gobiernos de la burguesía a la epidemia del SIDA ha consistido en una ola de hostilidad contra las comunidades homosexuales masculinas, con demandas relativas al censo y a la segregación de las víctimas reales o supuestas. Mientras las cifras de EEUU muestran que sólo el 8% de las víctimas del SIDA son mujeres, en Nueva York es la primera causa de muerte de mujeres en edad fértil. La extensión de esta enfermedad más allá de la comunidad gay ha llevado a la mayoría de los gobiernos occidentales a tomárla más seriamente. Esto se ha traducido en algunas campañas de educación sexual sobre las relaciones sexuales “sin riesgo” en los medios de comunicación y en las escuelas. Sin embargo, la derecha se apoya en este tema para meterse con la libertad sexual en general. También se ha utilizado para reforzar la ideología racista.
D. La reducción del gasto público
Un síntoma de la crisis económica es la tendencia de la clase capitalista a recortar los gastos de la reproducción de la mano de obra. Los servicios sociales son más caros que el trabajo que hace la mujer, de forma gratuita, en casa.
El Estado quiere trasladar de nuevo el peso de estos servicios a la familia individual. Los ataques a los derechos de maternidad, las guarderías y los servicios sociales no sólo aumentan el nivel de desempleo porque son las áreas de trabajo de las mujeres, sino, además, incrementan el trabajo gratuito y la opresión de la mujer en el hogar.
E. Las mujeres en la esfera política burguesa
a) Derechos legales
A lo largo de los 70, la mayoría de los gobiernos, tanto de izquierdas como de derechas, bajo la presión de las movilizaciones de las mujeres, introdujeron una serie de reformas legales fundamentales relativas a sus derechos, a pesar de que el intento de las feministas norteamericanas por lograr igualdad de derechos en la Constitución fue derrotada después de una dura batalla. Las leyes que se han conseguido han tenido, en general, un efecto práctico me-nor. La crisis económica ha hecho que los gobiernos estén todavía menos dispuestos que antes a mantener estos costos o a imponer a los patrones sus costos suplementarios. Pero estas leyes han tenido un efecto importante en tanto que han aumentado las aspiraciones de las mujeres.
b) Las mujeres como electoras
El cambio de posición social de las mujeres ha ido acompañado de un cambio en el tipo de apoyo que a-portan a los partidos políticos existentes. Antes de la II Guerra Mundial, el esquema general era que más mujeres que hombres votaban por partidos de derecha; ahora se cons-tata una inversión de esta tendencia.
Una serie de partidos, tanto de derechas como de izquierdas, ha puesto por delante una serie de tácticas para ganar el voto de las mujeres. Esto ha tomado diferentes formas que incluyen los argumentos de un pseudo-feminismo radical ("revalo-ración” de la maternidad, reconciliación entre la vida de familia y el trabajo), la puesta en pie de ministerios por los derechos de las mujeres, la feminización de su imagen, etc.
c) Las mujeres en las instituciones político-burguesas
La ausencia de mujeres en los Parlamentos y gobiernos ha conducido a una reivindicación cada vez mayor de la necesidad de una reforma, y a una serie de propuestas para aumentar la representación de las mujeres; pero hay que subrayar el poco efecto que esto ha tenido hasta aho-ra. Se ha constatado un ligero aumento, alcanzando del 20 al 28% en los países escandinavos, Bélgica y Holanda, pero que no supera el 10 o el 12% en otros países de la Europa imperialista.
II. Las estrategias reformistas en relación a las mujeres
Los dirigentes reformistas están a-trapados por la contradicción entre mantener, por un lado, su relación tradicional con las organizaciones de masas obreras y con las mujeres dentro de éstas, que empiezan a expresar sus aspiraciones específicas y, por otro, su lógica general de “administrar la crisis capitalista”.
El discurso reformista varía de un país a otro. El marco general tiende a mantener una posición pro-igualdad de derechos, pero sin prepararse a llevar a cabo la acción positiva necesaria para hacerlos realidad. En algunos países, el argumento es que “se han ganado las cuestiones básicas”. En otros, en los que se incluyen cuestiones más específicamente feministas en las ideas reformistas, ve-mos que desarrollan demandas pa-ra aliviar el salario bajo de las muje-res por medio de una política de impuestos.
Los dirigentes reformistas en el po-der o fuera de él están adoptando u-na posición cada vez más derechista al aceptar la lógica de la crisis capitalista y se rehusan a luchar contra las desigualdades que encuentran las mujeres en el trabajo y en la sociedad. Hasta el punto del autoconfinamiento del movimiento obrero a la estrechez de temas económicos de los sectores industriales tradicionales de la clase obrera, los partidos de la clase dominante tendrán algún éxito al reclutar mujeres tras sus propias pancartas “feministas”.
a) Las direcciones sindicales
Las políticas formales adoptadas por muchos sindicatos durante los últimos 20 años parecen en sí mismas bastante progresistas y podrían representar un verdadero paso adelante para las mujeres. Pero las estructuras sindicales específicas (comisiones de mujeres, secretarías o dirigentes mujeres), a nivel nacional local o en los centros de trabajo, por lo regular no recibieron apoyo real de la dirección y la verdadera bata-lla es con frecuencia por la implementación profunda de estas políticas. Por lo tanto, sus efectos y logros han sido limitados, aunque no despreciables en lo que respecta el pago igual, el hostigamiento sexual y las guarderías infantiles.
En muchas ocasiones, la política de los dirigentes sindicales ha sido darle la espalda a las exigencias de las mujeres, ignorándolas u oponiéndose a éstas, dependiendo de los elementos en conflicto entre hom-bres y mujeres de la clase obrera. Esto ayuda a justificar la relación de dominación que existe entre hom-bres y mujeres de la clase obrera y hace que la convergencia con el movimiento feminista sea más difícil. Los sindicatos franceses no se han opuesto activamente a la imposición de la flexibilidad y del trabajo a tiempo parcial. La desaparición de la revista mensual de las mujeres de la CGT, Antoinette, es la evidencia final de la política de esta unión sindical de frenar todo el trabajo específico de mujeres. En Bélgica, vimos cómo dejaban solas a las mujeres trabajadoras luchando en Galerie Anspacht en Bruselas y en aceros Bakaert-Cockerill cerca de Lieja, contra la introducción del trabajo a tiempo parcial y la pérdida de puestos de trabajo. En Italia, el comité de empresa de la FIAT no se opuso al trabajo nocturno para las mujeres.
b) La dirección de los partidos reformistas
En 1979 señalábamos que la socialdemocracia y el estalinismo (este último en particular) respondieron muy lentamente al ascenso del nuevo movimiento feminista, y que su respuesta estuvo determinada por dos factores: i) el compromiso con la familia, y ii) la necesidad de mantener y fortalecer su influencia en el movimiento obrero.
Desde 1979 la interdependencia de las luchas obreras y la lucha feminista ha necesitado una respuesta más desarrollada. Las mujeres como votantes, sindicalistas y activistas políticas constituyen un grupo político muy importante que esos partidos tienen que tomar en cuenta. La ma-yoría de los partidos han adoptado y desarrollado políticas que dan un a-poyo formal a la igualdad de las mujeres, incluyendo, en ciertos casos, a las mujeres inmigrantes, negras y lesbianas, aunque la política que ha fluido de esto ha sido parcial y remendona. Las direcciones reformistas, en algunos países, han mostrado cierta voluntad para incorporar a las líderes más destacadas del movimiento feminista a su partido, como investigadoras, periodistas, concejales, diputadas, funcionarias con cargos importantes en los ministerios de mujeres o en los concejos municipales. Todo esto ha sido posible porque la revolución socialista y feminista que muchas mujeres esperaban —junto con el resto de la izquierda— no tuvo lugar, y las mujeres siguen queriendo cambios en la situación actual.
La mayoría de los partidos socialistas han adoptado medidas específicas de “acción afirmativa” (aunque superficiales) para intentar ganar e-lectoras, aumentando sobre todo el número de sus candidatas al parlamento. Las corrientes de izquierda de estos partidos a veces han sabido aprovechar esta oportunidad pa-ra hacer pasar medidas progresistas.
Los gobiernos socialdemócratas han desarrollado intentos de integración de feministas al trabajo institucional y a organizaciones de mujeres, propiciando así un feminismo moderado, orientado sólo a obtener pequeñas reformas, planteando así los cambios que se producen como resultado natural de la evolución de una sociedad democrática y desdibujando por tanto el papel y el protagonismo de las mujeres en la conquista de los mismos. Con todo, los logros son reales, por magros que sean, y pueden ser utilizados como palanca sobre la socialdemocracia.
La creación de ministerios o institutos de la mujer surgieron ante la necesidad de dar una respuesta institucional a la presión social de las mu-jeres. La experiencia en el Estado español y Francia muestra que los ministerios de la mujer, aunque hablan de igualdad, en la práctica aceptan la tradicional división sexual del trabajo y no son ninguna garantía para la defensa de los intereses de las mujeres, particularmente en el ámbito de las políticas de austeridad. Su falta de capacidad ejecutiva y el respeto a la política oficial plantea claros límites a su actividad, pero su existencia puede ser positiva al to-car sectores más amplios de mujeres. Su contradicción entre su posición formal y su práctica puede pro-vocar debates y diferenciaciones entre las mujeres de estos partidos, algunas de las cuales desean hacer acciones comunes.
Los recientes acontecimientos en Europa del Este y la descalificación del régimen estalinista han puesto en crisis a la mayor parte de los partidos comunistas. Sin embargo no debemos esperar cambios radicales sobre la política y práctica de éstos en relación a las mujeres.
Continuarán negando la necesidad de organizaciones autónomas de mujeres y de sus luchas o desa-rrollando una versión (algunas veces muy sofisticada) derechista de la política de género. Por ejemplo, reivindican una “política salarial feminista” que incrementa los sueldos de las mujeres a costa de los de los hombres. Ahora bien, en tanto que esta crisis provoca importantes rupturas y escisiones dentro de los PCs, se podría esperar que las políticas tradicionales se empezasen a cuestionar y que algunos sectores estuvieran más dispuestos a integrarse a una lucha feminista unitaria.
A manera de conclusión, podemos decir que el las repercusiones del movimiento por la liberación de las mujeres, su efecto duradero so-bre la conciencia política y el orden del día político, han hecho imposible que las organizaciones de masas no le ofrezcan respuesta de algún mo-do, así sea de manera inadecuada, posibilitando un actuar unitario con las mujeres de estas organizaciones.
III. Radicalización, autoorganización y movimiento autónomo de liberación de las mujeres
El nacimiento del movimiento de liberación de las mujeres fue el reflejo de este profundo cambio estructural en la vida del conjunto de ellas. El movimiento feminista ha sido y es el que ha logrado revelar el carácter social de la situación de las mujeres y dar una expresión política a su rebelión en tanto género. Pese a los cambios experimentados, la vida de las mujeres sigue caracterizada por la discriminación, la subordinación y la opresión. Esto significa que la base de la actividad y de la radicalización de las mujeres se mantiene.
Varias ideas surgidas del movimiento han sido asimiladas por una gran parte de la sociedad. A inicios de los 80, hubo un descenso y una desintegración del movimiento, en algunos casos producto de su integración a las instituciones y/o a trabajos de tipo asistencial, o por disol-verse en diferentes tipos de organizaciones sectoriales. En muchos ca-sos continúan las organizaciones de mujeres, aisladas, centradas en un objetivo concreto y/o única actividad.
Hoy, excepto en el Estado español, no existen estructuras de coordinación de los grupos de mujeres a escala nacional, lo que supone un elemento de debilitamiento del movi-miento y una parcialización de las luchas y reivindicaciones. Sin embargo, se ha mantenido la resistencia activa de las mujeres a los ataques concretos a sus derechos y han ido surgiendo nuevas organizaciones sobre temas específicos o iniciativas de coordinación puntuales que permiten ser optimistas sobre el futuro.
La mayor participación de las mujeres en luchas de distinto tipo, en los sindicatos, partidos políticos y otros movimientos, es un dato de la situación y, aunque no siempre se ha traducido en un fortalecimiento organizativo del movimiento, supone un importantísimo potencial para ello y para dar una expresión política a la conciencia de género.
En muchos países se ha producido una mayor confluencia entre las luchas llevadas por las mujeres sobre sus problemas de género y las del conjunto del movimiento obrero, siendo las organizaciones obreras un punto de referencia para muchas mujeres para resolver sus problemas. Como fuerza activa relativamente nueva en el movimiento obrero, muchas mujeres pueden ser más combativas que el resto de fuerzas presentes en éste y enfrentarse a las políticas colaboracionistas de la burocracia. La inversión de feministas en el movimiento obrero de masas está dirigida a transformarlo para hacerlo reflejar las necesidades de las mujeres y hacer posible que éstas formen parte permanente de las organizaciones obreras.
A. El salario de las mujeres
En varios países de Europa del norte, numerosas mujeres se han unido a los sindicatos al entrar en el mercado de trabajo en el último pe-ríodo. En muchos países, este proceso incluso ha contribuído a impedir un declive de la base sindical análogo al conocido en los 30. En Escandinavia, los niveles de sindicación de las mujeres alcanzan el 50%; en Gran Bretaña, Italia y Bélgica, entre el 30% y el 33%; en Francia, siendo el total de sindicalización del 5% en el sector privado y de 10% a 12% en el público; el número de mujeres sindicadas es muy bajo o casi nulo en algunos sectores.
a) Las mujeres sindicalistas
La participación activa de las trabajadoras ha jugado un papel de primer orden en una serie de movilizaciones del movimiento obrero. En Alemania Federal, las mujeres del sector metalúrgico contribuyeron de forma decisiva en la lucha por las 35 horas, tomando por su cuenta la exigencia de la jornada de 7 horas formulada por las mujeres de la socialdemocracia sueca desde 1972.
La huelga que tuvo lugar en el Servicio Nacional de Salud en 1982 en Gran Bretaña involucró a un gran número de mujeres trabajadoras y ganó una solidaridad significativa de otros trabajadores, como los mineros, los bomberos y los maestros.
En la huelga casi general que tuvo lugar en la semana santa del 85 en Dinamarca, el sindicato de mujeres no calificadas (KAD) jugó un papel ejemplar luego del rompimiento de negociaciones entre la patronal y la principal federación sindical, creando un comité unitario de huelga intersindical en un complejo industrial; fue ahí donde la huelga resistió más. Las mujeres lograron obligar a la burocracia sindical a desbloquear los fondos de huelga.
Las mujeres de la clase trabajadora también luchan por demandas específicas. En 1984, por ejemplo, un grupo de trabajadoras de Asturias (Estado español) solicitaron trabajo en las minas, donde siempre han trabajado los hombres de su comunidad. Ganaron con el apoyo de la secretaría de la mujer de CC.OO., con-tra los medios de comunicación y contra la UGT, de modo que un grupo de ellas fueron empleadas en la su-perficie, consiguiendo el apoyo de sus compañeros de trabajo. A un ni-vel más generalizado, se vio una ola de luchas de profesiones cuya composición es primordialmente femenina —en especial enfermeras— a fina-les de los 80, afectando a la mayor parte de Europa y Norteamérica. Trajeron a toda una nueva generación de mujeres al frente del escenario social. Entre otras cosas, pedían el reconocimiento de su cualidades profesionales —subrayando la desigualdad entre su situación y la de los técnicos hombres y rechazando la posición de sirvientes de doctores— yendo así más allá de simplemente solicitar el derecho de las mujeres al trabajo. En especial en Francia, desarrollaron estructuras de autorganización para controlar su lucha de pies a cabeza.
b) Las luchas de solidaridad.
Dos ejemplos de participación de mujeres en luchas de solidaridad con huelgas son:
• En Sagunto, en el Estado español, las mujeres de los siderúrgicos organizaron el apoyo, a escala nacional, a la lucha contra la decisión del gobierno González de cerrar los Altos Hornos de esta ciudad, de los que dependía toda la economía local. Adoptaron posiciones de vanguardia a menudo más radicales y ricas en iniciativas que los siderúrgicos amenazados con perder su empleo.
• Nacido de la confrontación entre el NUM y el gobierno conservador en Gran Bretaña en 1984/85, el movimiento de mujeres “Against PIT closures” (contra el cierre de los pozos de carbón), era una red autónoma de grupos de mujeres, organizada a escala nacional, con base en comunidades mineras. Estos grupos tuvieron que luchar para obtener el derecho a disponer de su propia cuenta bancaria, a estar representadas en las reuniones locales del NUM y a participar en los piquetes de huelga al lado de los hombres. Muchas de estas mujeres eran esposas de mineros y participaban por primera vez en una actividad política. Su determinación contribuyó a la duración de la lucha, a ganar un gran apoyo contra Thatcher y, también, a establecer lazos con otros movimientos como el CND, las Mujeres de Greenham, grupos de negros, de emigrantes, de lesbianas y homosexuales y de campañas internacionales.
Este movimiento se inscribía en un contexto un tanto particular jugando el papel de vanguardia dentro del sindicato minero, en la duración e intensidad de la lucha y en la naturaleza relativamente homogénea de la comunidad minera. Pero más allá de esta especificidad, hay que subrayar que este movimiento constituyó un fantástico ejemplo del poder político de las mujeres de la clase obrera cuando entran en acción, y sirvió de ejemplo a otras mujeres en Gran Bretaña y en otros sitios.
B. El trabajo feminista en los sindicatos y su feministización
a) Bajo la presión de la organización de las mujeres y con el objetivo de mantener o ganar más mujeres, algunos sindicatos se han visto forzados a hacer pequeñas concesiones en términos de representación o han ampliado sus debates para incluir cuestiones como el salario mínimo garantizado, el derecho al aborto, el hostigamiento sexual, la imagen de las mujeres en los medios de comunicación y las exigencias específicas de las mujeres negras y las lesbianas.
Pero la mayor presencia y participación de mujeres en las luchas y en la actividad sindical no se ha traducido en muchos países en un reforzamiento de su organización en el propio sindicato. En algunas ocasiones estos intentos han topado con la negativa de la burocracia sindical y algunas veces con el recelo de la ma-yoría de los afiliados. En otras, como en el caso del Estado español, se han logrado mantener estructuras específicas, aunque con problemas, cuando han tratado de llevar a-delante un trabajo específico. Los comités y programas para la igualdad de oportunidades existen en la mayoría de los sindicatos, que no es lo mismo que la acción positiva.
La desconfianza de las mujeres de los sindicatos es tan grande en algunos países que han desarrollado estructuras propias por fuera de los mismos. El ejemplo más llamativo es el de la coordinadora de enfermeras, en Francia, en la huelga del invierno de 1988.
b) Las mujeres se dan cuenta que, para apoyar sus luchas y atender sus reivindicaciones como mujeres, tienen que aumentar, a todos los niveles del sindicato, su representación.
Hay algunas razones que explican esta falta de representación en el movimiento obrero:
• La división sexual del trabajo significa que la mayoría de las mujeres se encuentran dentro de los sectores menos organizados;
• la historia del movimiento obrero y el machismo de sus dirigentes tradicionales, y
• la gran proporción de mujeres en sectores “informales” en ciertos países.
En Gran Bretaña, NUPE, un sindicato de trabajadores de sanidad y municipales, organizó una campaña que tuvo mucho éxito, a finales de los 70, con el fin de animar a las mujeres (que son la mayoría de las afiliadas) a hacerse militantes. En la RFA, mujeres que trabajan en el sector textil y gráfico, reivindicaron más cuotas en las estructuras sindicales y más proporcionalidad en el nivel de afiliación de mujeres. En Italia, la dirección masculina de la CGIL se autocriticó por la limitada presencia de mujeres en la dirección, pues están preocupadas por el bajo nivel de actividad y la insatisfacción de las mujeres.
C. La movilización de las mujeres en los movimientos sociales
Uno de los aspectos más impresionantes de la radicalización de las mujeres, a lo largo de la última década, es su masiva participación en los movimientos sociales —ecología, movimiento pacifista, comités de solidaridad con movimientos de liberación del tercer mundo, etc.
Un ejemplo muy importante de esto fue el movimiento de las mujeres por la paz que se ha desarrollado en numerosos países europeos y que ha nacido de la lucha anti misi-les. Las mujeres se han incorporado a este movimiento a partir de la cuestión general del desarme y también en razón de los lazos entre militarismo y patriarcado, lazos puestos en evidencia, entre otros, por organismos feministas del Estado español y de Gran Bretaña. Las formas de organización adoptadas por este movimiento consistían en redes de grupos de mujeres pacifistas, en ini-ciativas de acciones de masas y en coordinaciones internacionales ins-piradas en el movimiento de liberación de las mujeres. Es en este mar-co en el que numerosas mujeres —y particularmente jóvenes— han tenido su segunda experiencia feminista. Han sido ellas las que a menudo han estado a la cabeza de las acciones de masas más dinámicas, como en Greenham Common.
a) Las mujeres negras y las mujeres inmigrantes
Las mujeres negras e inmigrantes han jugado, en muchas ocasiones, un papel determinante en las luchas antirracistas, poniendo en cuestión su opresión específica, señalando el hostigamiento sexual y las discriminaciones que sufren en materia de vivienda, empleo, salud, educación, leyes sobre inmigración y, específicamente, imágenes de violencia racista sobre cuerpos de mujeres: violaciones y violencia contra mujeres negras e inmigrantes realizadas por hombres racistas.
Han abordado el problema de la opresión específica que sufren debido al sistema familiar y a la cultura que prevalece en sus propias comunidades; han lanzado campañas contra la circuncisión e infibulación de las mujeres. Las mujeres negras e inmigrantes han puesto el acento en temas antiimperialistas, haciendo de éstos cuestiones centrales para el conjunto del movimiento de mujeres.
Donde las organizaciones de mujeres negras están más desarrolladas, como en Gran Bretaña y Norteamérica, han rebatido muchas ideas de las feministas blancas. Han lanzado un desafío al movimiento de és-tas, y han recogido temas como el control de su propio cuerpo desde su realidad como mujeres negras e inmigrantes —la esterilización y el aborto forzados—. Esto se inscribe en el marco de los discursos xenófobos de Le Pen en Francia o de Margaret Thatcher en Inglaterra, que expresan su miedo a verse “desbordados” por la “fertilidad” alarmante de las mujeres negras e inmigrantes. Ellas han cuestionado la idea de un consenso entre las mujeres, insistiendo en el hecho de que no pueden anteponer el género a la raza o a la clase.
b) Las mujeres jóvenes
La idea de que existe una igualdad entre hombres y mujeres, y que no es en función de su sexo que están oprimidas, es un sentimiento mucho más anclado entre las mujeres jóvenes de hoy. Perciben a menudo los discursos sobre el movimiento de liberación de las mujeres como “antiguos”. Sin embargo, se las puede a-traer a un movimiento que sea capaz de desarrollar los temas tradicionales del feminismo: contracepción, sexualidad, violencia. A partir de ahí se puede desarrollar una rápida radicalización entre estas mujeres y construir grupos específicos que desarrollen su propia actividad feminista en barrios y centros de estudio.
A lo largo de las últimas movilizaciones estudiantiles, las mujeres jóvenes han jugado un papel muy activo, como lo juegan en el movimiento pacifista, en el movimiento antiracista, o en movimientos como Green Peace. En Francia, las mujeres jóvenes originarias del norte de Africa han jugado un incuestionable papel de vanguardia en las movilizaciones antirracistas. A través de esta actividad política, pueden tomar conciencia de su condición de oprimidas en la sociedad, la familia y el mercado de trabajo. La contradicción entre la realidad y la idea de que son iguales cuando descubren que su movimiento está dominado por hombres puede provocar una fuerte reacción y llevarlas a organizarse entre ellas.
En países como el Estado español, los movimientos de mujeres jóvenes han dado lugar a grupos que desa-rrollan una lucha sobre cuestiones específicas de las mujeres como la sexualidad, la violencia machista, la educación sexista, etc.
Es importante subrayar que la solución a la opresión está en la lucha colectiva, y no en la lucha individual con miras a hacer carrera. Tal lucha debe asociar a las mujeres jóvenes que están fuera del sistema educativo, las que están desempleadas y aquéllas cuyo único futuro parece ser el de encontrar un marido.
c) Lesbianas
La fragmentación del movimiento feminista se ha ido reflejando, en gran medida, en los movimientos de lesbianas. Hay algunas excepcio-nes; en algunos países, la comunidad lesbiana está empezando a crecer y a organizarse.
La fragmentación del movimiento feminista ha tenido que ver muchas veces con desacuerdos en los debates sobre la sexualidad y el lesbianismo. El fracaso de las corrientes feministas socialistas en tener una respuesta adecuada en estos debates de cara a las reivindicaciones planteadas por las lesbianas, ha contribuído a la hegemonía, relativa, de las ideas del feminismo radical en el movimiento de lesbianas.
Otro factor mayor en la despolitización de la comunidad lésbica es la debilidad del movimiento feminista. A pesar de que las lesbianas están más politizadas y son más radicales que los gay, a finales de los 80 hemos visto una creciente preocupación, a ambos lados del atlántico, por la imagen, más que por la liberación de las mujeres.
Por otro lado, en la campaña contra la cláusula 28 británica, hubo la manifestación más grande que ha tenido lugar en Europa por los derechos de gays y lesbianas y fue la campaña más dinámica contra el gobierno Thatcher en estos últimos años. Fue notable no sólo por el he-cho de estar dirigida por lesbianas, sino también por el apoyo que generó dentro del movimiento obrero y a nivel internacional.
D. Los partidos de izquierda
La participación de las mujerens en los partidos de izquierda no revolucionarios se ha hecho más fuerte mediante una combinación de radicalización de las mujeres en la base tradicional de esos partidos —es de-cir, mayores aspiraciones en tanto mujeres bajo la influencia del movimiento de las mujeres— y el ingreso a esos partidos de ciertas capas de feministas organizadas previamente en el movimiento de las mujeres. Es-tas buscaban alternativas aparentemente más “eficaces” para su movimiento, una vez terminada la época de las grandes luchas unitarias. Nuevas formaciones políticas (como los Verdes) también pueden ofrecer cierto atractivo a las mujeres que buscan una alternativa política global, pero que rechazan a los partidos tradicionales, cuya imagen es a menudo muy “masculina”.
a) Los partidos obreros tradicionales
Se han organizado mujeres a nivel de la base, en partidos como el laborista en Gran Bretaña, el socialdemócrata alemán y el noruego, para luchar por políticas acordes con sus necesidades en tanto mujeres y por una mayor representación.
Ya hemos subrayado las posibiliddes abiertas para la acción común por la contradicción entre este combate y la actitud de las direcciones. Las estructuras de mujeres en estos partidos toman a veces posiciones más radicales en cuanto a asuntos de política general que sus propios partidos.
b) Los verdes de la RFA
Dentro de este partido existen fracciones autónomas de mujeres, y su dirección está seleccionada por i-gualdad entre los sexos. En sus reuniones, las mujeres tienen oportunidad de hablar en igualdad con los hombres. La dirección de la fracción parlamentaria, que son todas muje-res, causó sensación cuando disputó públicamente el tema del acoso sexual dentro de su propio partido. Tener en cuenta la política de género no evita el debate sobre la estrategia política y las mujeres frecuentemente se encuentran con opiniones distintas sobre las prioridades de la lucha y de qué tipo de alianzas deberían hacerse con los verdes.
E. El movimiento feminista
Los tradicionales temas feministas resurgen al cabo del tiempo como nuevos temas de movilización, unas veces como respuesta a ataques a derechos conquistados, otras como exigencias concretas para ampliar dichos derechos.
Por ejemplo, en 1982, bajo el gobierno de izquierdas, el movimiento feminista francés se movilizó para imponer el reembolso del aborto por la Seguridad Social. En 1985, 4.000 mujeres se reunieron en las Jornadas del movimiento feminista del Estado español. Allí decidieron colectivamen-te dar continuidad a la lucha por el aborto y desafiar la restrictiva ley de aborto del gobierno “socialista”. Es-ta campaña se ha combinado con otros temas alrededor de la opre-sión y todo ello fortaleció a la coordinadora de organizaciones feministas. Dos mil mujeres en Alemania se reunieron para discutir las nuevas técnicas de reproducción y en noviembre de 1989, 400 mujeres acudieron al Forum de Socialistas Feministas en Suecia. El Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) se mantiene como punto de referencia de todas las corrientes del movimiento con iniciativas unitarias.
Estos ejemplos testimonian la fuerza del movimiento autónomo de mujeres cuando se trata de tomar iniciativas sobre temas susceptibles de unir a amplios sectores de mujeres y arrastrar a una parte de las organizaciones tradicionales del movimiento obrero. La autoorganización de las mujeres dentro del movimiento o-brero es un mecanismo decisivo pa-ra lograr la interrelación política necesaria entre el movimiento de liberación de las mujeres y las organizaciones de la clase obrera.
Los cambios en la situación de las mujeres han provocado una diferenciación política en el movimiento. Esta mayor diferenciación se ha manifestado en el terreno teórico. Entre los nuevos temas teóricos, algunos —relacionados con los problemas de raza, clase, imperialismo y sexualidad— muestran las diferentes situaciones existentes entre las mujeres. Las diferentes actitudes de las feministas y sus relaciones con el Estado y sus instituciones también han provocado debates. Otras discusiones existen en relación a nuevos problemas, como por ejemplo las nuevas técnicas de reproducción o la violencia sexual.
El desarrollo de la lucha contra la violencia que sufrimos las mujeres, toca uno de los aspectos más vulnerables de la dominación masculina. Nosotras situamos el origen de esta violencia en la propia opresión de las mujeres y planteamos la necesidad de que sea considerado como un delito social, poniendo el acento en la autoorganización de las mujeres y su propia autoestima. Se ha desarrollado otra línea que sitúa la violencia sexual como el origen de la opresión de las mujeres y elabora una serie de reivindicaciones que incluyen el movimiento antipornográfico, medidas de censura, reforzamiento de la policía y una línea de exigencia de amplitud de penas de prisión.
El desarrollo de corrientes alternativas (“vuelta a la naturaleza”) fundamentalistas (que consideran la industrialización bajo cualquier forma como negativa), ha tenido una fuerte repercusión en el pensamiento feminista. Las posibles implicaciones de las nuevas técnicas de reproducción han planteado esta discusión. Esta tendencia “naturalista”, profundamenta anti-ciencia, exige una seria respuesta de parte nuestra.
En el fondo de estas ideas está el planteamiento de que la opresión de las mujeres es el producto de diferencias biológicas, reflejadas en la esfera cultural, y no como resultado de la organización social y económica de la sociedad. Tal perspectiva implica el abandono del punto de vista inicial del feminismo moderno para el cual la feminidad y la masculinidad se construyen socialmente y por tanto son susceptibles de cambiar. En su lugar, proponen crear “espacios de mujeres” en el marco de la sociedad capitalista actual.
El proceso de diferenciación ha producido una serie de corrientes entre las que podemos señalar:
• las radicales feministas que, en base a su análisis sobre la existencia de clases sexuales, sitúan la lucha entre los sexos como único elemento de la lucha por la liberación de las mujeres:
• las diversas corrientes feministas burguesas, cuya estrategia se caracteriza esencialmente por la búsqueda de los privilegios en favor de una pequeña minoría, a través de alianzas con la clase dominante y de los partidos burgueses:
• las reformistas feministas que, o bien no toman en consideración factores tan decisivos en la opresión de las mujeres como los que determinan su condición de género, o bien los consideran producto de la ideología dominante o los reducen a los aspectos económicos. Se sitúan en la perspectiva de la reforma de este Estado y por tanto sitúan la lucha por la liberación de las mujeres sólo en la consecución de reformas y en la “democratización” de la sociedad.
• las feministas socialistas que ven las luchas de las mujeres más ligadas a las luchas del movimiento obrero.
• las feministas marxistas revolucionarias, incluidas nosotras: tratamos de integrar, en nuestra teoría, análisis y práctica política, las distintas contradicciones que conforman la realidad de las mujeres (género, clase, raza), situando la lucha de las mujeres en una perspectiva revolucionaria y reconociendo la importancia de la alianza con el movimiento obrero.
Hay que subrayar que las fronteras entre estas diversas corrientes están relativamente difuminadas; de ahí la imposibilidad de aplicar estas categorías de una manera rígida. Es más, nuestra relación con estas corrientes puede variar; en algunas cuestiones hacemos, por ejemplo, acciones unitarias con las feministas radicales. Las ideas de estas últimas, sobre todo, tienen un efecto mayor sobre las mujeres cuando el movimiento obrero se muestra incapaz de responder a sus aspiraciones.
IV. La orientación de los marxistas revolucionarios
Frente a quienes niegan la opresión específica de las mujeres, a quienes la sitúan en el terreno cultural, a quie-nes la consideran producto de la biología, o piensan que es posible a-cabar con la dominación, subordinación y opresión de las mujeres en el marco de esta sociedad, nosotras y nosotros afirmamos la existencia de bases materiales y sociales para la opresión de género y la necesidad de que las mujeres se constituyan en sujeto social, con una expresión política propia. El movimien-to feminista permite la afirmación de la identidad de las mujeres tanto individual como colectiva; es el único capaz de dar una expresión política a las mujeres en tanto género.
Los procesos de toma de conciencia feminista son a veces muy complejos y se dan de forma muy diversa a partir de las contradicciones que genera la participación en la producción social o en la esfera pública, a partir de una práctica política en otros movimientos que permite una mayor reflexión y comprensión de su distinta realidad y condiciones de participación en la lucha y a partir de un proceso de afirmación individual en la búsqueda de su individualidad. Todos estos caminos pueden llevar a las mujeres a luchar por su independencia económica, afectiva y sexual. Pero esta toma de conciencia, muchas veces individual, no se convertirá en fuerza colectiva si no se traduce en conciencia colectiva, en voluntad por transformar su realidad y la del resto de las mujeres.
El trabajo feminista no es un simple sector de trabajo en sí, sino un factor que debe influir al resto de los aspectos de nuestra intervención y al conjunto de la organización. Cada sección debe definir los sectores de mu-jeres entre los que quiere desarrollar un trabajo continuo. Esto es necesario para estar en condiciones de to-mar iniciativas políticas y defender y ampliar los derechos de las mujeres.
Partiendo de sus aspiraciones y de la radicalización de los movimientos en los que participan, hacemos todo lo posible para impulsar su autoorganización, para que comiencen a ser conscientes de sus problemas específicos, a defender sus intereses específicos y a construir un movimiento autónomo de mujeres.
Tomamos iniciativas, cada vez que podemos, en el lugar de trabajo y en los sindicatos para defender y extender los derechos de las mujeres. Sistemáticamente tratamos de plantear la conexión entre las responsabilidades domésticas de las mujeres y su posición en el mercado de trabajo. Defendemos el derecho de las mujeres a su autoorganización y representación dentro del movimiento obrero.
A. Los ejes centrales de nuestro trabajo
Nosotras intervenimos en defensa de los derechos de las mujeres, empezando por las más explotadas —mujeres negras e inmigrantes, trabajadoras, mujeres jóvenes y de las nacionalidades oprimidas—, poniendo el acento particularmente sobre:
• El derecho de las mujeres a controlar su propio cuerpo, participando en campañas contra cualquier ataque a la legislación sobre el aborto y la contracepción, y por la liberalización de las leyes en los países donde el aborto sigue sin ser contemplado como un derecho.
• Interviniendo en torno a los temas de la violencia contra las mujeres (violación, malos tratos, contra todo tipo de acoso sexual en los centros de trabajo o sindicatos...), a través de campañas que expliquen estos temas y participando en movimientos sociales de mujeres que tengan que ver con estas cuestiones. Nuestro objetivo es que puedan plantearse leyes que defiendan los derechos de las mujeres y consideren la violencia contra éstas como un delito.
• La reducción de la jornada de trabajo sin pérdida de salario. Esto lleva a las mujeres a luchar contra el desempleo y la flexibilidad y respondería a la necesidad, de las mujeres, de ocioy tiempo para satisfacer sus necesidades personales.
• Igualdad de salario entre hombres y mujeres y el reconocimiento a la calificación de las mujeres. Unimos las reivindicaciones salariales a temas como el derecho al trabajo y la independencia económica de las mujeres, incluyéndolo a través de un salario mínimo garantizado a nivel nacional.
• Rechazamos todo tipo de empleo temporal. Entendemos que algunas mujeres eligen trabajar a tiempo parcial, pero ponemos el acento en los peligros (ley salarial, marginación, descalificación), y estamos totalmente en contra del trabajo a tiempo parcial impuesto. Apoyamos y defendemos la lucha colectiva contra la explotación del trabajo temporal, del trabajo doméstico y los trabajos inseguros y por todos los derechos a tener tiempo libre, a la seguridad en el empleo y a la sindicación de las empleadas a tiempo parcial.
• La educación, la formación y los programas de reciclaje que facilitan a las mujeres la adquisición de las calificaciones necesarias para hacer frente a los sistemas tradicionales de empleo. Por la acción afirmativa, ya que implica campañas en favor de cuotas en el empleo y en la formación.
• Exigimos la abolición de todas las medidas discriminatorias que apuntan a limitar el derecho de las mujeres a la Seguridad Social.
• Participamos en campañas por la máxima extensión de los servicios sociales (guarderías...) y continuamos con la propaganda para que se compartan las tareas domésticas.
• Nos oponemos a la discriminación de las lesbianas y defendemos el derecho de las mujeres a poder optar y ejercer libremente su sexualidad.
B. Nuestra participación en la construcción de un movimiento autónomo de mujeres
Todo lo que hemos señalado muestra el carácter decisivo de la existencia del movimiento feminista independiente, capaz de impulsar luchas sobre todos los aspectos de la vida cotidiana de las mujeres, contra su opresión específica, particularmente dentro de la familia.
Esto es un elemento indispensable para defender hasta el final los inte-reses particulares de las mujeres y para transformar a los sindicatos en instrumentos revolucionarios. Esto sólo se puede conseguir si se cuestiona de manera radical la tradicional división de la clase obrera, empezando por la división sexual del trabajo.
La forma de tal movimiento feminista independiente variará de un país a otro en función de la historia y de las luchas en curso. Pero la necesidad de una continuidad —la transmisión de las conquistas teóricas, los debates estratégicos, la experiencia de las luchas anteriores— hace de esto un asunto central y premanente. Sin esto (y se puede constatar dentro de nuestras propias filas y en particular en nuestras organizaciones juveniles), nos enfrentaríamos a un retroceso alarmante de lo que consideramos como una conquista programática del XI Congreso Mundial.
El camino no es sencillo, teniendo en cuenta la situación política de conjunto. Pero tampoco renunciamos a contribuir activamente a la construcción de los sindicatos y a constituir corrientes de lucha de clases en su seno bajo el pretexto de que las perspectivas políticas son difíciles. No renunciamos pues a ser una parte activa en / de la construcción de un movimiento independiente de las mujeres en el que defenderemos nuestra orientación y en el que lucharemos por ser un componente de su dirección. n