Ecología y socialismo

Ecologia y socialismo

(Resolución del Congreso mundial de la Cuarta Internacional, 2003)

 

I. Prólogo

II. La realidad de la crisis ecológica

a) Los cambios climáticos

b) Contaminación del aire

c) Contaminación del agua y degradación de los suelos

d) La destrucción de los bosques

e) La biodiversidad amenazada

f) La catástrofe industrial y el riesgo nuclear

g) Conclusión

III. Las causas estructurales de la crisis

a) La crisis ecológica en las metrópolis imperialistas

b) La crisis ecológica en los países dependientes

c) La crisis ecológica en las antiguas sociedades burocráticas

IV. Ecología y movimiento obrero

V. Logros y limitaciones del movimiento ecologista

VI. La crisis ecológica bajo el dominio de la burguesía

VII. La organización política del movimiento ecologista

VIII. La IV Internacional y la crisis ecológica

IX. Programa de acción

1. La defensa del servicio público

2. La lucha contra la contaminación

3. Defensa del empleo

4. La lucha por la tierra

5. Abolir el sistema de la deuda

6. Democracia y largo plazo

 

I. Prólogo

A pesar de que los problemas ecológicos no plantean problemas completamente nuevos a la humanidad, están tomando, en nuestros días, una nueva dimensión a causa de su alcance e intensidad. En muchos casos, el deterioro ambiental tiene consecuencias negativas irreversibles para la humanidad y la naturaleza; un accidente en un reactor nuclear puede poner en riesgo la vida de millones de personas.

Durante la mayor parte de su trayectoria, las direcciones obreras reformistas tradicionales han ignorado o despreciado los problemas ecológicos. Incluso ahora, se progresa con lentitud y dificultad y, a menudo, limitándose a hacer meras reparaciones ambientales. De manera autocrítica, hay que decir que también las corrientes revolucionarias del movimiento obrero, incluida la nuestra, han debido cuestionar viejas posiciones antes de darse cuenta de todas las implicaciones de la problemática ecológica en el capitalismo tardío. El trabajo realizado por diferentes grupos y partidos verdes pone a la orden del día la cuestión ambiental durante tanto tiempo rechazada por el movimiento obrero. Sin embargo, muchas de las soluciones que han propuesto son ilusorias, pues no reconocen que la destrucción del medio ambiente está estrechamente ligada al móvil de lucro del capitalismo o, en las sociedades de transición, al dominio burocrático. Tomar en serio los problemas ecológicos que enfrentamos implica salir del marco impuesto por la búsqueda de la ganancia y del mando burocrático para entrar en la perspectiva de una sociedad socialista planificada democráticamente.

 

II. La realidad de la crisis ecológica

La crisis ecológica, resultante de la acción del ser humano sobre la naturaleza, ha alcanzado proporciones que pueden poner en peligro la supervivencia de nuestra especie. Debido a los intereses económicos de una pequeña minoría, enfrentamos, por un lado, un mayor número de modos de producción, cuyas consecuencias ambientales no han sido investigadas correctamente, y, por el otro, la descarada continuación de viejas formas de producción a pesar de que sus efectos nocivos son conocidos. El telón de fondo de esto son las crecientes consecuencias de la tecnología sobre la naturaleza, es decir su creciente capacidad para trastornar o destruir el medio ambiente.

La revolución industrial, surgida del desarrollo del capitalismo en el siglo XIX, aumentó la contaminación ambiental mediante emisiones y desechos industriales, creando, a la vez, peligros adicionales contra la salud de los trabajadores y del conjunto de la población urbana. En general, multiplicó los destrozos ecológicos de origen humano y sus perspectivas.

Sin embargo, la crisis ecológica de nuestros días no es el resultado lineal del desarrollo industrial del siglo XIX. Es el resultado de un salto cualitativo acontecido durante la expansión económica de los años 1950-60, a causa del inmenso incremento del consumo de petróleo, del gran desarrollo de las industrias automotriz y química y de la penetración generalizada de ésta en cada sector de la actividad humana, especialmente en la agricultura a través de los fertilizantes e insecticidas. Este salto cualitativo se agudizó en los setenta con la crisis económica de las economías planificadas burocráticamente, exacerbando los aspectos irracionales de su funcionamiento y, de un modo particularmente dramático, con la combinación de crisis económica e industrialización vehemente y salvaje en el llamado “Tercer Mundo”.

 

a) Los cambios climáticos

Las actividades humanas que utilizan combustibles fósiles (producción de energía, transportes), la utilización de leña para uso doméstico en el Tercer Mundo, y la deforestación dramática que de esto resulta, así como las actividades agrícolas, constituyen la causa esencial del cambio climático en curso. Estas actividades expelen a la atmósfera 7. 000 millones de toneladas de gas por año (CO2, CH4, N2O, CFC), la mitad del cual no es reciclado ni por los océanos ni por los bosques. El efecto invernadero, responsable del mantenimiento adecuado de la temperatura para la vida en la superficie del planeta, se encuentra en desequilibrio, lo que induce graves perturbaciones del complejo sistema climático planetario, cuyo recalentamiento global constituye tan sólo un aspecto. En 1989, se calculó que la década de los ochenta había sido la más calurosa que se había registrado jamás. En 2000, fue la década de los noventa la que apareció como la más calurosa que se había registrado jamás. A pesar de esos datos, todavía existen fuerzas burguesas dispuestas a negar la importancia decisiva del cambio climático y la necesidad de actuar sin demora para contrarrestar el incremento de emisiones de gases con efecto invernadero y limitar unas consecuencias que ya son irreversibles. En numerosas regiones, esas consecuencias serán catastróficas para la economía de vastas comunidades humanas. Las modificaciones del ciclo atmosférico del agua son las más temidas, cambiando el régimen de lluvias y de evaporación, aumentando la cantidad y la brutalidad de los ciclones tropicales. La subida del nivel del mar es muy probable. Según la amplitud, pondrá en peligro enteras zonas litorales e insulares.

Este cambio climático se combinará, según la tendencia prevista, con la disminución continua de la capa de ozono estratosférico, y el aumento correlativo del flujo solar de rayos ultravioletas, cancerígenos, que llegan a la tierra. La destrucción de la capa de ozono es producto de la acumulación en la capa superior atmosférica de compuestos orgánico-halógenos, los cloro-fluor-carbonos (CFC), principalmente utilizados por la industria de la refrigeración y los aerosoles. Incluso si la prohibición es hoy día casi total, los CFC que se encuentran en la atmósfera están lejos de haber terminado sus efectos devastadores, previstos hasta 2060.

Los cambios globales en las regulaciones, en el seno y entre los principales componentes del medio ambiente terrestre (atmósfera, océanos, biosfera) tendrán serias repercusiones a lo largo del siglo XXI, a escala y tiempo variable, pero globalmente muy superiores a los tiempos tomados en cuenta por la actividad humana que los provocaron. Este hecho subraya la urgencia de integrar el desafío ecológico en la organización del conjunto de las sociedades.

 

b) Contaminación del aire

Las industrias, los transportes o la degradación de bienes de consumo más o menos duraderos diseminan en el aire una gran variedad de sustancias tóxicas. El crecimiento desenfrenado –y aparentemente incontrolable- de la circulación automovilística convierte a ésta en la fuente principal de dióxido de azufre y de óxidos de nitrógeno, que supera claramente a las calefacciones domésticas e industriales. El aldehído fórmico, el mercurio y el amianto, por ejemplo, son contaminantes industriales, pero están igualmente presentes, en una medida muy importante, en los bienes de consumo corrientes, como algunos materiales de construcción (en el caso del formaldehído y el amianto) y las pilas eléctricas (en el del mercurio).

La concentración de estas sustancias en el aire urbano puede ser mil veces superior que en las zonas rurales. La contaminación del aire se ha convertido en una plaga de las grandes ciudades de los países ricos y ha tomado proporciones particularmente gigantes y caóticas en los países pobres. Ha provocado un aumento peligroso de las enfermedades respiratorias en las urbes: seudo difteria en los niños, asma, bronquitis y cáncer pulmonar. Estudios europeos han revelado que la contaminación en las áreas metropolitanas principales de Europa Occidental es la causa de varios miles de fallecimientos cada año.

 

El asbesto ha hecho que aumente considerablemente la mortalidad por cáncer entre los obreros portuarios y de la construcción. Debido al tiempo de estado latente de estos tipos de cáncer, la verdadera dimensión del problema sólo se revelará en los años por venir. El descubrimiento de los peligros del asbesto ha llevado a que se utilice menos en los países industrializados; sin embargo, su uso va en aumento en el “Tercer Mundo”.

El bióxido de azufre y los óxidos de nitrógeno son la causa de la lluvia ácida, causante de la destrucción paulatina de los bosques de las zonas templadas del hemisferio norte.

 

c) Contaminación del agua y degradación de los suelos

El agua de nuestro planeta está siendo utilizada como un inmenso basurero de desechos, domésticos, industriales, agrícolas y de toda actividad humana. Las aguas continentales —ríos y lagos— han sido las más afectadas, aunque los ríos y las ciudades costeras están contribuyendo de manera creciente a la contaminación de los océanos. Su consecuencia más grave es la acumulación de metales pesados —mercurio, cadmio y otros— y de compuestos orgánicos tóxicos en los sedimentos y, peor, en el agua misma; la acumulación de sustancias grasas, nitratos y fosfatos provoca el crecimiento sin control de ciertas plantas acuáticas. Cuando éstas entran en descomposición, consumen el oxígeno del cuerpo acuífero, convirtiéndolo en un cementerio para otros organismos que viven ahí.

La situación de los océanos se agrava rápidamente, un hecho que no es ajeno al aumento del tráfico marítimo, más aún si se tiene en cuenta que el estado de deterioro de muchos barcos provoca pérdidas importantes. La búsqueda sistemática de los costes más bajos por parte de las multinacionales petroleras es directamente responsable de catástrofes como las del Exxon Valdez, el Erika o el Prestige. A la contaminación visible de las mareas negras -en 1996 naufragaron 70 petroleros- vienen a añadirse las enormes cantidades de petróleo que se escapan de las perforaciones submarinas y los gases que despiden los barcos. El mar también se utiliza como vertedero de residuos tóxicos, químicos y radiactivos.

Existe además la contaminación de la tierra, resultado y causa de ciertos tipos de contaminación del aire y el agua. Tienen que ver con esto las prácticas agrícolas resultantes de la economía de mercado: cultivo intensivo (abuso y dependencia de fertilizantes e insecticidas), monocultivos, siembras no adecuadas a los ecosistemas y a las condiciones climáticas locales. La industria de guerra con sus municiones radioactivas, sus submarinos nucleares hundidos, y sus minas que hacen la tierra inutilizable, contribuye a esta degradación. Nos enfrentamos a una enorme destrucción de suelos, a escala mundial, causada por la contaminación, el abuso, la desecación y la erosión masivos, lo cual está íntimamente relacionado con las causas económicas y sociales del hambre que afecta a 800 millones de personas en el “Tercer Mundo”.

 

d) La destrucción de los bosques

Entre las revelaciones más dramáticas hechas por la crisis ecológica mundial, la destrucción de los bosques es un asunto especialmente grave a causa de la magnitud de sus consecuencias. En 50 años desapareció un tercio de la superficie forestal del planeta. Los países tropicales han sido afectados de manera particular. En los países industrializados, la superficie cubierta por bosques se mantiene relativamente estable, a pesar de que estos están muriendo paulatinamente a causa de la combinación letal de aire, tierra y agua contaminados. Sin embargo, la crisis ecológica del “Tercer Mundo” se caracteriza por la deforestación. La deforestación se instala en un ciclo vicioso entre pobreza y degradación de las tierras cultivables. Otro responsable, es la sobreexplotación de las reservas forestales tropicales, sin preocuparse por su gestión duradera, que destruye la biodiversidad (las selvas tropicales poseen más del 50 % de las especies vegetales y animales del planeta) y los recursos de las poblaciones selváticas para alimentar a menor costo los mercados occidentales de la construcción o del mueble.

Además, desde 1997, un recrudecimiento de los incendios forestales golpea la región amazónica, América central, Rusia o el Sudeste asiático. En Indonesia, los gigantescos incendios de selvas tropicales destruyeron 10 millones de hectáreas en tres años, afectando a más de 70 millones de personas, y costaron más de 4. 500 millones de dólares. A escala planetaria, la deforestación agrava el efecto invernadero.

 

e) La biodiversidad amenazada

La existencia de millares de especies está amenazada por los numerosos ataques que sufren los ecosistemas. Un cuarto de la biodiversidad mundial podría desaparecer en los próximos 25 años. En algunos casos, estos ataques pueden acarrear la desestabilización de equilibrios ambientales con incalculables consecuencias sobre las condiciones de vida de la especia humana.

La biodiversidad debe defenderse no por una postura sentimental o estética, sino en nombre de la especia a la que pertenecemos. Sin control de las consecuencias de los cambios irreversibles que puede sufrir el medio ambiente, el hombre debe procurar desplegar sus actividades en el contexto de una naturaleza cuyo equilibrio sea respetado.

El capitalismo no se preocupa de la polución. Explota los recursos con el único objetivo de la rentabilidad inmediata, a expensas de amenazar la existencia de las selvas tropicales, verdaderos reservorios de especies animales y vegetales, o la vida marina. Se beneficia de las innovaciones tecnológicas sin preocuparse de su posible impacto ecológico, como en el caso de las OGM (cuya diseminación en el medio ambiente constituye un proceso irreversible y potencialmente peligroso), debe ser cuestionado en sus fundamentos por cualquiera que busque proteger el equilibrio ecológico existente.

La producción de organismos genéticamente modificados, en lugar de seguir siendo una técnica de laboratorio, se impone como una de las biotecnologías claves utilizadas por el capitalismo para encontrar nuevas salidas y extender su dominio hasta el nivel más íntimo (hasta ahora fuera de su alcance) de una actividad humana milenaria: la reproducción y el control genético de las especies vegetales y animales.

 

f) La catástrofe industrial y el riesgo nuclear

Las consecuencias devastadoras de la actividad humana también son puestas en evidencia por accidentes a gran escala y por el riesgo de accidentes industriales, por ejemplo, en plantas químicas o nucleares. La catástrofe de Bophal, sus 15. 000 muertos y el sufrimiento de las víctimas del isocianato de metilo que aún mueren por centenares cada año, junto con Chernobil, es uno de los ejemplos más trágicos.

La naturaleza misma de la energía nuclear, los alcances incalculables de sus posibles efectos nefastos, y particularmente su impacto duradero de muy largo plazo, junto con la existencia de soluciones alternativas, correctamente representan un ejemplo especialmente alarmante de las (aberrantes) decisiones tomadas en el desarrollo de las fuerzas productivas.

El riesgo radioactivo no se limita tan sólo a la amenaza de un accidente mayor. Cuarenta años de industria nuclear todavía no han resuelto el problema del almacenamiento de los desperdicios tóxicos. Amenazada de decadencia, la industria nuclear se reinventa virtudes ecológicas para relanzar nuevos programas electronucleares hoy desacreditados. El átomo sería la solución para reducir las emisiones de CO2. Esta afirmación oculta los peligros de la contaminación radioactiva (deshechos autorizados o accidentales), y el hecho de que el transporte sea la primera fuente de contaminación carbónica. Además, dicho sistema energético, poco flexible, basado en grandes unidades de producción y la construcción de centenares de centrales nucleares nuevas, monopolizaría todas las inversiones en detrimento de otros sistemas (economía de energías, energías renovables), estimularía el derroche energético vinculado al exceso de producción y a las pérdidas en la red de distribución, perpetuando así un modelo de desarrollo nefasto a largo plazo.

A este riesgo permanente se añaden las agresiones imperialistas, con consecuencias ecológicas muy graves dada la capacidad destructora de las armas utilizadas, con un potencial de contaminación duradera: la guerra de Vietnam, del Golfo y de Serbia-Kosovo lo demuestran.

 

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Lejos de generar nuevas prioridades que convertirían en marginales los problemas económicos, sociales y políticos “tradicionales”, el conjunto de elementos de la presente crisis ecológica se encuentra, por el contrario, íntimamente combinado con ellos.

La crisis ecológica se manifiesta como un fenómeno de enorme gravedad y en proceso de extensión, que no sólo provoca catástrofes locales y parciales –en ciertos casos irreversibles, en otros reversibles a corto o medio plazo, o en el término de dos o tres siglos (la edad de muchos árboles)-, sino que genera también peligros globales como la amenaza de recalentamiento climático o la reducción de la biodiversidad. Todo depende de lo que se propongan de modo consciente las comunidades humanas.

 

III. Las causas estructurales de la crisis ecológica

Aunque no pueda situarse fuera de las leyes naturales, el modo de producción capitalista está, de diferentes maneras, en total contradicción con la naturaleza y con los procesos naturales de desarrollo. Para el capital, el factor determinante en este proceso es meramente cuantitativo, definido por la relación tiempo de trabajo / dinero, por la ley del valor. El capitalismo no puede tomar en consideración las relaciones cualitativas y globales.

A su vez, la producción capitalista se basa en procesos cíclicos que buscan ser completados en el lapso más breve posible y en los que la suma invertida debe multiplicarse. La repetición constante de este ciclo de producción del capital (que exprime todo el jugo a los recursos) y la creciente parcelación, como condición del rédito, conducen a un gran aumento de entropía. El resultado de esta contradicción es que el modo capitalista de producción impone, desde afuera, un régimen de tiempo y espacio a los procesos naturales. La explotación de los recursos existentes no puede tomar en cuenta el tiempo requerido para su producción y regeneración natural. La producción de mercancías no atiende las diversas formas de vida social que encuentra. La expansión territorial requerida para garantizar la producción, las nuevas fuentes de energía y el transporte no toman en consideración a los medios naturales ni a las comunidades vegetales y animales. La causa de este tipo de desarrollo destructivo no es, por lo tanto, la irracionalidad capitalista, sino precisamente su lógica inherente. La demanda socialdemócrata de “crecimiento cualitativo” se ve así atrapada por la lógica del capital, ya que el crecimiento que garantice una vida de calidad para todos y la ley del valor se excluyen mutuamente.

La racionalidad capitalista determina las acciones del capital individual. Sin embargo, la competencia entre diferentes grupos hace que el sistema en su conjunto sea irracional. La inteligencia utilizada en el desarrollo de la producción, así como en el uso de los recursos y la protección ambiental no rebasa el umbral de la fábrica. Esto tiene efectos destructores en todas las esferas en que nadie se considera responsable: el aire, el agua y la tierra. La competencia conduce a crisis periódicas de sobreproducción cuando un enorme porcentaje de materia y energía ha sido invertido en mercancías que no pueden ser vendidas. Además, el mercado también incita a producir publicidad, drogas y armamento que, desde el punto de vista de su valor de uso, son supérfluos, si no nefastos; pero que generan jugosas ganancias en tanto que valores de cambio. Finalmente, la competencia y la lucha por el lucro y por obtener ganancias suplementarias originan acciones ilegales, incluso bajo las leyes capitalistas: ignorar restricciones ambientales, contaminar productos, evitar tests exhaustivos de los productos, falsificar la descripción de su contenido, descargar desechos de manera ilegal, etc.

La palabra “productivismo”, popularizada por el movimiento ecologista, traduce, a veces de forma confusa, un aspecto de lo irracional del sistema capitalista. En lugar de crear progreso social, el desarrollo de la productividad conduce a intensificar la explotación de la fuerza de trabajo, las opciones de producción desconectadas de las necesidades sociales y ecológicas, y las crisis crónicas de sobreproducción. La producción funciona como si fuera un fín en sí misma.

 

a)La crisis ecológica en las metrópolis imperialistas

Es en los países capitalistas desarrollados donde la explotación económica –es decir, el proceso de cuantificación económica- del sustrato natural, social e histórico preexistente está más avanzada. La producción de mercancías domina ya todos les sectores de la vida social, mientras que el proceso social de producción se halla cada vez más fragmentado y las relaciones de propiedad –que la competencia entre propietarios de medios de producción impide que queden fijadas por completo- están cada vez más centralizadas.

Esto ha conducido a los mismos problemas ambientales fundamentales en todos los Estados imperialistas, lo cual contribuye a probar que estos problemas no son producto de “averías” o “fallas” sino que son el resultado internacional del funcionamiento mismo del sistema.

La privatización de los servicios públicos y la expansión incontrolada de las ciudades, así como la construcción masiva en las mismas, conducen a una terrible degradación del entorno urbano, con la desaparición de espacios verdes y la destrucción de arboledas y bosques por las carreteras y autopistas. La explotación —utilizando casi hasta el último centímetro cuadrado para constituir zonas industriales, centros de intercambio, centros comerciales, ciudades dormitorio, centros de vacaciones o zonas administrativas— ha llevado a aumentar los tiempos de transporte, a pesar de que las necesidades siguen siendo más o menos las mismas. La política de transporte, basada en el automóvil individual con motor de combustión interna, tiene como consecuencia el exceso crónico de automóviles y amenaza con paralizar o asfixiar todas las grandes aglomeraciones urbanas.

Las relaciones que implica la propiedad concentrada en pocas manos, en particular en el abasto energético, prefieren el uso masivo de combustibles fósiles o de plantas electro-nucleares. Estas fuentes de energía ejercen una gran presión tanto sobre la atmósfera como sobre la salud humana, y además implican un uso profundamente irracional de la energía.

La irracionalidad del mercado y la búsqueda del beneficio son responsables, de modo decisivo, del problema de los residuos. Para las empresas, cada vez es más “ventajoso” tirar, arrojar al vertedero o quemar lo que resulta inútil para la producción. De ese modo, las montañas de residuos –en particular de residuos tóxicos- se han convertido casi en un símbolo de la sociedad capitalista de la superabundancia. Ello por no hablar del monumental problema que plantean los residuos nucleares militares y la destrucción del medio ambiente que causan las guerras, en especial las expediciones militares imperialistas. El capitalismo no está en condiciones de corregir esos “excesos”.

Los efectos de estos problemas ambientales fundamentales: urbanización galopante y destrucción del paisaje, desmembramiento del transporte, contaminación del aire por vehículos privados de combustión interna, producción de contaminantes tóxicos de la industria química y dependencia de ella, destrucción de la atmósfera por centrales eléctricas a base de combustibles fósiles y por la radiación de las centrales nucleares y la acumulación de montañas de desechos. El capitalismo es incapaz de revertir este “desarrollo erróneo”. Eso requeriría el uso cuidadoso de recursos como la única guía para la acción; pero eso entra en contradicción con el principio fundamental del capitalismo. En este sistema se puede disponer “libremente” de los recursos, como el agua y la tierra, de modo que son usados, desperdiciados y envenenados sin que las relaciones sociales dominantes ejerzan una autoridad restrictiva. Son concebidos como “factores externos”, y no sólo en el sentido económico. Son objeto de la búsqueda de ganancias privadas, de modo que los recursos sólo son escasos para quien los compra. Quienes los venden tienen un interés fundamental en expandirse y resisten todo racionamiento o economía.

Todo intento de control se topa con, entre otras cosas, la actual campaña capitalista por la desregulación. En caso contrario, se basan en la suposición errónea de que la ley del valor es de algún modo capaz de distinguir entre lasganancias “buenas” (no dañinas para el medio ambiente) y las “malas”. Los Estados imperialistas están condenados a ocuparse de los problemas cuando ya han aparecido, lo cual sólo puede tener un éxito limitado, haciendo composturas superficiales y tomando medidas para limitar los efectos, como la utilización de filtros y la limpieza de los humos de escape o de los desechos líquidos.

a producción capitalista también moldea al consumidor. En esta medida, el comportamiento humano individual se suma a la crisis ecológica e inhibe su solución. Un ejemplo flagrante de ello es lo que se podría denominar “dictadura del automóvil”, es decir, el sistema -catastrófico desde el punto de vista ecológico- del coche individual, promovido por la mercadotecnia de la industria automovilística, por la ideología individualista burguesa y por la degradación deliberada de los transportes públicos, pero también por la estructura urbanística de las grandes ciudades, que obliga a los trabajadores a realizar grandes desplazamientos. El credo de la ideología burguesa que afirma “que la gente es responsable de la crisis” influye directamente sobre este factor. No obstante, es pequeña la influencia que pueden ejercer los cambios del comportamiento individual sobre el carácter fundamentalmente funesto de la producción capitalista sobre el medio ambiente.

 

b) La crisis ecológica en los países dependientes

Un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente concluía sobriamente que los problemas ambientales del “Tercer Mundo” son problemas de pobreza. Para que esta conclusión sea precisa, necesita tomar en cuenta que la pobreza no es producto de una casualidad, sino resultado directo de las políticas y actividades económicas de los Estados imperialistas. Aunque es posible embrollar los hechos y presentar la crisis ecológica de los países imperialistas como consecuencia de la “sociedad de abundancia” y no de la economía de mercado, la conexión entre las crisis económica y ecológica es bastante clara en los Estados dependientes de Asia, África y América Latina. Para millones de sus habitantes, la creciente destrucción de su biosfera y la lucha cotidiana por la supervivencia forman una experiencia directa y común. Más de 800 millones de personas sufren desnutrición; 40 millones mueren diariamente de hambre o de enfermedades relacionadas con ella; cerca de 2. 000 millones de individuos no tienen un abastecimiento regular de agua potable limpia, lo que causa 25 millones de muertes al año; 1. 500 millones de personas sufren una aguda carencia de leña, que representa a veces su única fuente de energía. Hay graves carencias de comida, agua y combustible —las tres elementos imprescincibles para la existencia física—en estas partes del mundo. La ONU calcula que aproximadamente 500 millones de personas son “refugiados ambientales”, obligados a abandonar sus países a causa de sequías, inundaciones, erosión de la tierra, aumento de la producción agrícola de exportación y otros “factores ecológicos”. La crisis ecológica en esas regiones no es, de ningún modo, una “bomba de relojería” ni un problema del “futuro” sino una crisis actual.

La causa fundamental de la pobreza y de la crisis ecológica es el modo capitalista de producción. En los países dependientes, las bien conocidas estructuras de dependencia del imperialismo y del mercado mundial dominado por aquél han sometido a la naturaleza a una explotación económica mucho más directa y brutal que la experimentada en los países imperialistas. Tal es el caso, por ejemplo, de la exportación hacia el Sur de los residuos industriales o nucleares de los países capitalistas avanzados, que transforman a los países dependientes en gigantescos basureros de materiales tóxicos o radioactivos; o también el de la biopiratería de las empresas capitalistas –sobre todo farmacéuticas- que se apropian y patentan los conocimientos tradicionales de las poblaciones indígenas.

La destrucción del medio ambiente en función de los dictados del mercado mundial y los intereses de las multinacionales se encuentran, en los países dependientes, en contradicción aún más flagrante con las estructuras sociales desarrolladas históricamente y con las tradiciones de vida. La “administración del tiempo y el espacio” típica del imperialismo en esos países ha generado una infraestructura casi exclusivamente orientada a las necesidades de los centros económicos del imperialismo. En íntima relación con esto, se destinan “centros de materias primas”, zonas libres, plantaciones y pastizales a producir bienes de exportación. La inmensa presión ejercida sobre las víctimas de esto y la imposición de otros modos de vida y otras funciones sociales al despreciado campo es incomparablemente mayor que los trastornos que sufren la población y el medio ambiente —en gran medida de manera involuntaria— en las metrópolis capitalistas.

Así, también desde un punto de vista ecológico, se pueden ver los efectos de la “ley del desarrollo desigual y combinado” en los países dependientes. El mercado mundial está exportando su dinámica destructiva de la biosfera y sus más agudas contradicciones con la naturaleza hacia las partes más “atrasadas” del mundo. Sus efectos ahí son incomparablemente mayores; pero las fuerzas que se les oponen son incomparablemente menores. Se pueden enumerar una serie de características de este mecanismo:

• La extracción directa de materias primas para el mercado mundial (minerales, madera, algodón, hule, etc. ) y el desarrollo concomitante de la región mediante vías de transporte, ferrocarriles, centrales eléctricas y otras infraestructuras.

• La transformación de la tierra en plantaciones o pastizales para la exportación, lo que incluye la tala indiscriminada de bosques, y se caracteriza por una gran dependencia de los muy contaminantes fertilizantes e insecticidas artificiales.

Los dos procesos anteriores hacen que el problema de la tierra sea el más importante en la mayoría de los países dependientes. La voracidad de las empresas del agrobusiness y las políticas de ajuste neoliberales llevan a la deforestación o al incendio de las selvas tropicales, así como al desgaste, la erosión o la destrucción de las capas de tierra fértil, lo cual refuerza el riesgo de cambio climático y de intensificación de las “catástrofes naturales”. Con frecuencia, son las comunidades indígenas las que se movilizan para proteger el medio ambiente –en Amazonia, en Ecuador, en la India- y actúan como guardianas del patrimonio natural del conjunto de la humanidad, luchando contra los estragos causados por las multinacionales.

La urbanización creciente producida por una estructura económica específica y por el problema de la tierra. De acuerdo con los cálculos de la ONU, las ciudades están creciendo en los países dependientes tres veces más rápido que en los países capitalistas ricos. Los problemas ambientales son mucho más extensos en aquéllas ciudades. La contaminación producto de los combustibles para los automóviles, la calefacción y la preparación de los alimentos representa una grave amenaza. La calidad del agua y el drenaje constituyen el segundo problema capital de esas ciudades. El tercero es el de los residuos. En la mayor parte de las grandes urbes de Asia, África y América Latina, los residuos son simplemente acumulados en montones o incinerados al aire libre.

El problema de los países dependientes que actualmente se subraya con mayor frecuencia es el de su deuda con los bancos y los gobiernos imperialistas. Durante el período 1990-1995, la deforestación en los 33 países africanos pertenecientes al grupo de países pobres más endeudados fue un 50% superior a la destrucción de bosques en otros países africanos y un 140% superior al nivel medio de deforestación mundial. Paralelamente, no existen medios para financiar medidas de conservación de la naturaleza. Cada vez más, las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional hacen pagar las consecuencias del endeudamiento a los seres humanos y a la naturaleza. En el sector agrícola, la austeridad impuesta por los planes de ajuste estructural ha comportado la supresión de las subvenciones que garantizaban los precios y ha supuesto la liberalización de los mercados agrícolas. La falta de inversiones públicas acentúa los problemas de infraestructuras para el transporte o la irrigación. A partir de 1994, los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio han acelerado aún más el desmantelamiento de la agricultura de los países dependientes. La búsqueda desenfrenada de rentas de exportación, a expensas de los cultivos dedicados a la alimentación, provoca crisis de subalimentación en varios países de África y Asia. La pobreza extrema y el éxodo rural aumentan, al mismo tiempo que el medio ambiente se deteriora constantemente.

Esto se complementa cínicamente con una serie de acciones que destruyen directamente al medio ambiente y otros crímenes realizados por compañías imperialistas. Con frecuencia, plantas peligrosas (en especial de la industria química) son transferidas a los países dependientes, donde no sólo encuentran una mano de obra barata sino también una naturaleza que puede ser contaminada impunemente.

Los gobiernos de la mayoría de los países dependientes se manifiestan impotentes ante la crisis ecológica. Su subordinación a los intereses imperialistas y sus propios intereses y privilegios de clase contribuyen a aumentar la dependencia económica y a exacerbar la crisis ecológica. Incluso ciertos programas de ayuda internacional (contra el hambre, las catástrofes naturales o la proposición de cancelar parte de la deuda a cambio de medidas protectoras del medio ambiente) terminan siendo una fuente de ingresos suplementarios para las élites dirigentes de los países dependientes.

Es inimaginable resolver la crisis ecológica en esos países sin independencia respecto del imperialismo. Si ha fracasado la solución de los problemas sociales más urgentes mediante una modernización “comprada” con créditos y deuda y en realidad ha llevado a agravar esos problemas, su efecto sobre el medio ambiente ha sido aún peor. La pobreza y la dependencia económica obligan a millones de personas a tener un comportamiento muy destructivo de la naturaleza, como única manera de sobrevivir en las circunstancias actuales. El proceso de revolución permanente antiimperialista tendrá que tomar en cuenta las cuestiones ambientales, ligándolas con el programa contra la explotación capitalista para construir con éxito una alternativa de relaciones socialistas de producción.

 

c) La crisis ecológica en las antiguas sociedades burocráticas

A pesar de la desaparición de la URSS y de la mayor parte de las sociedades que se reclamaban del modelo soviético, es necesario volver brevemente sobre sus políticas hacia el medio ambiente. El balance ecológico de la URSS ha dejado claro que el estado del medio ambiente bajo una economía burocrática de planificación centralizada no es de ningún modo mejor que bajo el capitalismo. Por lo menos en lo que respecta a la contaminación del aire, del agua, de la tierra y a la contaminación nuclear –¡Chernobil!–, así como a los problemas de los centros urbanos, la situación es aún peor que en las metrópolis imperialistas.

Uno, pero sólo uno, de los motivos de esto es que estas sociedades solo se deshicieron parcialmente de la ley del valor y de su influencia objetiva sobre la producción. En un número importante de sectores clave de la producción, se sigue dependiendo del capitalismo y del mercado mundial. La explotación de recursos naturales para producir bienes de exportación y la dependencia respecto de productos y tecnologías capitalistas han conducido, a su vez, a una destrucción fundamental del medio ambiente cuya profundidad es comparable a la de los países dependientes.

La economía planificada es un intento por desarrollar una economía del trabajo con un carácter directamente social. A diferencia del capitalismo, donde el mercado decide la utilidad del trabajo (la posibilidad de venderlo), las sociedades no capitalistas intentaron determinar primeramente la necesidad social y planificaron la producción de acuerdo con ello. Es obvio que esto sólo puede tener éxito cuando todas las necesidades e intereses son establecidos mediante un proceso democrático. Cuando se trata de distribuir carencias objetivas, la necesidad de democracia se hace aún más esencial. Sin embargo, el carácter burocrático de las ex-sociedades de transición redujo la democracia de manera sistemática. La multiplicidad de requerimientos sociales y nacionales, culturales y económicos de la población fueron unificados por la fuerza en un plan central dictado desde arriba. A causa de sus características fundamentales, este tipo de plan se limita a normas cuantitativas y a tasas de crecimiento, ya que todos los aspectos cualitativos han sido enterrados junto con la democracia. Por ello, la orientación de las sociedades de transición a aumentar la producción en términos de cantidad casi les permitió superar, en ese terreno, a las sociedades capitalistas, bajo la iniciativa única de los decretos del gobierno o del partido y garantizada por la represión. La protección de recursos naturales y del medio ambiente sólo aparece, en esos planes, de manera cuantitativa (número de plantas de potabilización de agua, filtros, montos presupuestarios). A causa de su propia naturaleza, ese tipo de planificación está plagada de errores enormes e incluye una proporción no menor de despilfarro de recursos, que únicamente eran descubiertos cuando se lo reconocían “desde arriba”.

Las diferentes partes del plan son dictadas, asimismo, por los bloques de burócratas que están tras ellas, lo que conduce a la megalomanía sistemática que caracteriza a la URSS y a los países comparables con ella. Mientras más grande, centralizado y global sea un proyecto (como desviar ríos en Siberia), más refleja el poder de la burocracia. Durante los años 70 irrumpieron en la escena los primeros burócratas interesados por la problemática ecológica, pero carecían de objetivos y seguían recluídos en departamentos pequeños y de bajo nivel.

La ideología de la burocracia predica un tipo de optimismo y de fe en el progreso obligatorio. Se respondía a esto con meras palabras: “competencia entre los dos sistemas”; “superación” de los países occidentales. Los modelos de consumo y modernización del capitalismo, tan devastadores del medio ambiente, fueron rehabilitados y adoptados como metas ideológicas de importancia central que determinaban, en consecuencia, la forma de la planificación central. Los únicos modelos aceptados por ésta eran los que se basaban en la cuantificación de los recursos naturales (es decir, modelos similares a los de los economistas burgueses conservadores).

Es evidente que la crisis ecológica sólo podrá agravarse en el contexto de pillaje económico y de capitalismo salvaje que reina en Rusia desde la desaparición de la URSS, con la bendición de las potencias occidentales y del FMI.

El caso de Cuba es diferente, en la medida en que, por razones de necesidad, pero también por convicción ecológica, la economía planificada se aleja, a partir de los años 90, del modelo soviético productivista y eco-destructor. Lo mismo vale en lo que respecta a la substitución parcial de los automóviles por las bicicletas en el tráfico urbano.

 

IV. Ecología y movimiento obrero

Los ecologistas acusan a Marx y Engels de productivistas. ¿Esta acusación es justificada?

No, en la medida en que nadie ha denunciado más que Marx la lógica capitalista de producción por la producción, la acumulación de capital, de las riquezas y las mercancías como fin en sí mismo. Incluso la idea de socialismo –al contrario de las miserables falsificaciones burocráticas– es la idea de una producción de valores de uso, de bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico para Marx, no es el acrecentamiento infinito de bienes (el tener), sino la reducción de la jornada de trabajo, y el acrecentamiento del tiempo libre (el ser).

Sin embargo, es cierto que encontramos a menudo en Marx o Engels –y todavía más en el marxismo posterior– una tendencia a hacer del "desarrollo de las fuerzas productivas" el principal vector del progreso, y asimismo una postura poco crítica hacia la civilización industrial, especialmente en su relación destructora con el medio ambiente. La siguiente cita de los Grundisse es un buen ejemplo de la admiración demasiado poco crítica de Marx hacia la "obra civilizadora" de la producción capitalista, y por su instrumentación brutal de la naturaleza:

«El capital comienza a crear la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y establece una red que engloba a todos los miembros de la sociedad: tal es la gran acción civilizadora del capital. Este se eleva a un nivel social tal, que todas las sociedades anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. En efecto, la naturaleza se convierte en un puro objeto para el hombre, una cosa útil. No se la reconoce ya como una potencia. La inteligencia teórica de las leyes naturales tiene todos los aspectos de la treta que busca someter la naturaleza a las necesidades humanas, ya sea como objeto de consumo o como medio de producción».

Por el contrario, encontramos también en Marx textos que mencionan explícitamente los estragos provocados por el capital sobre el medio ambiente natural –dando testimonio de una visión dialéctica de las contradicciones del "progreso" inducido por las fuerzas productivas–, como por ejemplo el célebre fragmento sobre la agricultura capitalista en El Capital:

«De este modo destruye tanto la salud física del obrero urbano como la vida espiritual del trabajador rural. Cada paso hacia el progreso de la agricultura capitalista, cada crecimiento de fertilidad a corto plazo, constituye al mismo tiempo un progreso hacia la ruina de las fuentes duraderas de dicha fertilidad. Cuanto más se desarrolla un país, los Estados Unidos por ejemplo, sobre la base de la gran industria, más rápidamente de concluye este proceso de destrucción. La producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social a costa del agotamiento simultáneo de las dos fuentes de que emana toda riqueza: la tierra y el trabajador».

Incluso en Engels, que con frecuencia celebró el "control" y la "dominación" humana sobre la naturaleza, encontramos escritos que llaman la atención, de modo muy explícito, sobre los peligros de dicha actitud, como por ejemplo el fragmento siguiente del artículo sobre El rol del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876):

«No debemos vanagloriarnos demasiado sobre las victorias del hombre sobre la naturaleza. Por cada una de estas victorias la naturaleza se venga sobre nosotros. Es cierto que cada victoria nos da, en primera instancia, los resultados esperados, pero en segunda y tercera instancia, tiene efectos diferentes e inesperados, que a menudo anulan los primeros. La gente que, en Mesopotamia, en Grecia, Asia menor o en otros lugares, destruyeron los bosques para obtener tierra cultivable, jamás imaginaron que eliminando al mismo tiempo los centros de colecta y reservas de humedad, echaban las bases de la desertificación actual de estos países (…) Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza del mismo modo en que un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, como alguien que se encuentra fuera de la naturaleza, sino que antes bien le pertenecemos con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que estamos en su seno y que nuestro dominio sobre ella reside en la ventaja que poseemos sobre las otras criaturas en conocer sus leyes y poderlas utilizar juiciosamente».

No sería difícil encontrar otros ejemplos como estos. Sin embargo, no es menos cierto que falta en Marx y Engels una perspectiva ecológica de conjunto. La cuestión ecológica es uno de los mayores desafíos de la renovación del pensamiento marxista al umbral del siglo XXI. La ecología exige de los marxistas una revisión crítica profunda de su concepción tradicional de las "fuerzas productivas", y una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna. A pesar de esas debilidades, la crítica marxista de la economía política sigue siendo fundamental para todo proyecto emancipador, y el movimiento ecologista no puede dejar de afrontarla.

La bien meditada posición de los fundadores del socialismo científico en cuanto a la relación de la sociedad con la naturaleza fue enterrada a medida que progresaba el reformismo en el movimiento obrero. Y como el reformismo era integrado por la sociedad burguesa, fue aceptando sus instituciones centrales (Estado, ejército, leyes) y acatando los modelos productivistas y las “frases burguesas” a las que se opuso Marx. Una declaración contundente de la Asociación Alemana de Trabajadores Metalúrgicos del final del siglo pasado reza: «Mientras más rápido sea el desarrollo de la tecnología, más pronto el modo de producción capitalista habrá alcanzado el punto en el que ya no sea viable y deba ser sustituido por una forma superior de producción».

La socialdemocracia y el estalinismo, a pesar de su desacuerdo en muchas cuestiones, poseían una posición semejante de la concepción productivista de la economía, y una profunda insensibilidad por las cuestiones del medio ambiente. Debemos reconocer que las corrientes revolucionarias en general –y la Cuanta Internacional en particular– comenzaron a integrar la problemática ecológica con mucho retraso.

La continua recurrencia de catástrofes ecológicas, el crecimiento de movimientos ecologistas y sus éxitos, así sean parciales, al igual que su transformación política (en partidos verdes), han conducido a que se cree un abanico de posiciones en el movimiento obrero, en una serie de países, de sindicatos enteros o al menos importantes minorías que en su seno se oponen al uso “pacífico” de la energía nuclear (CGIL en Italia, mineros británicos) o muestran una sensibilidad creciente por otras cuestiones ecológicas (CUT en Brasil, SUD en Francia, Comisiones Obreras en España, IG Metal en Alemania, etc. ).

Podemos identificar cuatro corrientes principales en el movimiento obrero:

 

. (1) La “línea dura”, que quiere seguir “como si nada hubiera pasado”. Esta fracción ha debido modificar su posición a la luz de las catástrofes ambientales. Piden que se establezcan normas de emisión de contaminantes, se exija la instalación de convertidores catalíticos y se elaboren otras reglamentaciones estatales. No han cambiado en ningún sentido su perspectiva miope, sino que aceptan “remiendos” ambientales, en especial cuando permiten el lucro.

 

(2) Una corriente tecnocrática cree que los problemas ambientales pueden ser resueltos usando alta tecnología. En realidad, esto con frecuencia significa solamente trasladar el problema de un lado a otro, ya que, por ejemplo, no se explica qué se hará con la inmensa cantidad de filtros usados, el fango de los sistemas de drenaje y otros “residuos”. Peter Glotz del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) opta por la cooperación con el sector del capital de la “end-of-the-pipe-technology”. Supone que una alianza de la “izquierda tradicional, la élite técnica y las minorías críticas de capitalistas orientados al crecimiento” conducirá a “innovaciones de interés social”. Se opone abiertamente a que se ponga en tela de juicio la propiedad privada de los medios de producción.

 

(3) La tercera corriente, que podría ser descrita como de “reformismo ecologista” también se cuida mucho de hablar de relaciones de propiedad. Habría que eliminar los “excesos ecológicos” del capitalismo, descrito púdicamente como “sociedad industrial”. Erhard Eppler, antiguo presidente de la “comisión de valores básicos” del SPD, afirma que, “más que nunca, la tarea de la socialdemocracia es lanzar una política de reformas para hacer correcciones democráticas, humanas y ecológicas a la sociedad industrial”.

 

(4) La cuarta corriente, más bien minoritaria, pero lejos de ser inexistente, es el ecosocialismo, que integra los logros fundamentales del marxismo –eliminando sus escorias productivistas–. Los ecosocialistas comprendieron que la lógica del mercado y la ganancia (igual que la del autoritarismo tecnoburocrático de las difuntas "democracias populares") son incompatibles con las exigencias ecológicas. Al tiempo que critican la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, saben que los trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para cualquier transformación radical del sistema.

 

En ruptura con la ideología productivista del progreso –bajo su forma capitalista y/o burocrática (llamada "socialismo real")– y opuesta a la expansión infinita de un modo de producción y de consumo destructor del medio ambiente, el ecosocialismo representa en el movimiento obrero y el movimiento ecológico, la tendencia más sensible a los intereses de los trabajadores y de los pueblos del Sur, es la corriente que comprendió la imposibilidad de un "desarrollo soportable" en el marco de la economía capitalista de mercado.

Nuestro objetivo como revolucionarios, es ser partícipes de esta corriente y convencer a los trabajadores de que las reformas parciales son insuficientes: hay que reemplazar la micro-racionalidad de la ganancia por una macro-racionalidad socialista y ecológica, lo que exige un verdadero cambio de civilización. Esto mismo es imposible si una profunda reorientación tecnológica, que apunte a la substitución de las fuentes actuales de energía por otras, no contaminantes y renovables, tales como la energía solar. La primera cuestión que se plantea es pues la del control de los medios de producción y, sobre todo, de las decisiones de inversión y de mutación tecnológica.

Una reorganización de conjunto del modo de producción y de consumo es necesaria, fundada en criterios exteriores al mercado capitalista: las necesidades reales de la población y la salvaguarda del medio ambiente. En otros términos, una economía de transición al socialismo fundada en la elección democrática de las ganancias e inversiones por parte de la misma población –y no por las "leyes del mercado" o por un buró político omnisciente–. Una economía planificada, capaz de superar duraderamente las tensiones entre satisfacción de necesidades sociales e imperativos ecológicos. Una transición que conduzca hacia un modo de vida alternativo, a una nueva sociedad, más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo inducidos artificialmente por la publicidad, y la producción infinita de mercancías nocivas para el medio ambiente (¡el coche individual!)

 

V. Logros y limitaciones del movimiento ecologista

El logro principal del movimiento ecologista, que ha sacudido las conciencias en lo que respecta al medio ambiente, es el reconocimiento de la magnitud de la destrucción de la naturaleza realizada por el capitalismo tardío. Esta destrucción amenaza a la humanidad entera. Al igual que en el caso de una guerra nuclear mundial, se trata aquí de una cuestión de supervivencia. No obstante, y a diferencia del peligro de destrucción nuclear, este es un asunto que sigue resultando “nuevo” y que se agrava constantemente a través de manifestaciones cada vez más evidentes. Ahora bien, el hecho de que la cuestión se reconozca como vital para el conjunto de la humanidad no significa que deban buscarse soluciones interclasistas, como propone la mayoría de ecologistas, haciendo abstracción de la lucha de clases contra el capital. La distinción entre quienes están interesados en el mantenimiento del sistema, cueste lo que cueste, y quienes tienen interés en su abolición no ha quedado borrada, sino todo lo contrario.

Otra conquista del movimiento ecologista es el cuestionamiento de la noción de “progreso”. Esto también puso de relieve una debilidad del análisis marxista del capitalismo tardío: ya no se puede hablar de un crecimiento positivo de las fuerzas productivas, como en los albores del capitalismo, que sólo esté limitado por la propiedad privada de los medios de producción o que únicamente se haga a costa del proletariado. El capitalismo, que ha “sobrevivido” mucho más tiempo del históricamente “necesario” para desarrollar las fuerzas productivas, transforma cada vez más las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. Eso también significa, sin embargo, que éstas no pueden simplemente ser liberadas, es decir, usadas para el bien de todos en una sociedad socialista, sino que se tiene que hacer una selección crítica. Este no es un asunto meramente teórico sino profundamente práctico, que incluye la crítica de los planes de la burocracia estalinista de “rebasar al capitalismo”. Además, por primera vez, se hizo un análisis más detallado del aspecto material de la producción (valor de uso) orientado a los productos deseables desde el punto de vista ecológico y social, etc.

El movimiento ecologista volvió a imprimir un sello “utópico” a la política después del reflujo del movimiento de 1968. Relanzó la discusión acerca del cambio fundamental del sistema social y sobre nuevas formas de vida y de producción. En el debate acerca de los valores de uso, se discutieron algunas ideas de producción útil desde el punto de vista social, se elaboraron nuevas utopías sociales y se propagaron “planes concretos de cambio”.

El primer lugar donde se desarrolló el movimiento ecologista fue en Europa. Movilizaciones de masas importantes tuvieron lugar incluso en países en donde el movimiento obrero estaba en retroceso, como en Austria, Suiza o Alemania. Las formas de lucha combativas y concretas, como las manifestaciones, bloqueos, ocupaciones de sitios, propiciaron la expansión de una “cultura de la resistencia”. Si bien en un primer momento el eje principal de las luchas fue la cuestión nuclear, luego otros temas se verificaron también como movilizadores: el combate contra la polución y el rechazo de los OGM. Acontecimientos como la crisis de las “vacas locas” sensibilizaron a la opinión pública sobre el tema de la “comida basura” y los peligros resultantes de la lógica de rentabilidad del mercado capitalista. En Francia, el ingreso de la Confederación Campesina en la escena política, generó una dinámica radical: a raíz de una acción simbólica (desmantelamiento de un MacDonald) contra las medidas punitivas norteamericanas frente a la prohibición francesa de importar carne con hormonas, la lucha pronto se extendió a la denuncia de la OMC, con el apoyo de sindicatos, asociaciones ecologistas y partidos de izquierda, junto a una amplia simpatía de la opinión pública. Esta simpatía se manifestó en junio del 2000, con ocasión de las movilizaciones de solidaridad con los campesinos procesados judicialmente en Millau (Francia).

Los EE. UU. también conocieron manifestaciones ecológicas importantes, y la formación de un movimiento completo y heterogéneo, que va desde la “ecología profunda” –que pretende priorizar los espacios vegetales y animales sobre los humanos– al ecosocialismo. Las recientes movilizaciones de Seattle –primavera del 2000– demostraron la potencia de dichos movimientos y la disposición de muchos de sus componentes –como por ejemplo, la importante asociación ecológica “Amigos de la Tierra”– a realizar alianzas con los sindicatos y los partidos de izquierda tras el combate contra la OMC y la mercantilización del mundo. Seattle también permitió una primera convergencia en la lucha de los distintos movimientos norteamericanos, europeos –la Confederación Campesina francesa estuvo representada por su portavoz, José Bové– y del Tercer Mundo.

Es preciso mencionar también la presencia de redes de acción directa, de inspiración eco-libertaria y compuestas por jóvenes de gran combatividad, que desempeñan un papel importante en todas las grandes movilizaciones contra el neoliberalismo.

Nada más falso que imaginar que las cuestiones ecológicas afectan sólo a los países del norte –un lujo de las sociedades ricas–. Cada vez más se desarrollan en los países del capitalismo periférico –el “Sur”– movimientos sociales de dimensión ecológica.

Estos movimientos responden a una agravación creciente de los problemas ecológicos en Asia, África y América Latina, como consecuencia de una política deliberada de exportación de la contaminación por los países imperialistas, y del productivismo desenfrenado que exige la competitividad. Comienzan a parecer en los países del Sur movilizaciones populares en defensa de la agricultura campesina, y del acceso comunal a los recursos naturales, amenazados de destrucción por la expansión agresiva del mercado (o del Estado), así como de las luchas contra la degradación del medio ambiente inmediato, provocada por el intercambio desigual, la industrialización dependiente y el desarrollo del capitalismo (el “agro-business”) en el campo. A menudo, estos movimientos no se definen siquiera como ecologistas, aunque su combate posea sin embargo una dimensión ecologista determinante.

Es evidente que estos movimientos no se oponen a las mejoras aportadas por el progreso tecnológico: al contrario, la demanda de electricidad, de agua corriente, canalizaciones de aguas servidas y la multiplicación de dispensarios médicos, figura entre las prioridades de su plataforma de reivindicaciones. Lo que rechazan es la polución y la destrucción del medio natural en nombre de las “leyes del mercado” y de los imperativos de la “expansión” capitalista.

Un texto de 1991 del dirigente campesino peruano Hugo Blanco (de la Cuarta Internacional) expresa a la perfección la significación de esta “ecología de los pobres”: “A primera vista, los defensores del medio ambiente o los conservacionistas se presentan como tipos simpáticos, levemente locos, cuyo principal objetivo en la vida es impedir la desaparición de las ballenas azules o los osos pandas. El pueblo tiene cosas más importantes de las que ocuparse, por ejemplo, como ganarse el pan. (…) Sin embargo, existe en Perú una gran cantidad de gente defensores del medio ambiente. Por cierto, si se les dicen “ustedes son ecologistas”, responderán “¡ecologistas las pelotas!”… y sin embargo, los habitantes de la ciudad de Ilo y sus alrededores, en lucha contra la polución causada por la Southern Peru Cooper Corporation, ¿no son acaso defensores del medio ambiente? Y la población amazónica, ¿no es por completo ecologista, dispuesta a morir para defender la selva contra la depredación? Otro tanto ocurre con la población de Lima, cuando protesta contra la contaminación del agua”.

Brasil es un país donde la articulación de lo social y lo ecológico alcanza niveles importantes. Asistimos a la movilización del Movimiento de Campesinos Sin Tierra (MST) contra los OGM, en confrontación directa con el gran fideicomiso multinacional Monsanto y a la tentativa de las municipalidades o provincias administradas por el Partido de los Trabajadores de introducir objetivos ecológicos en sus programas de democracia participativa. El gobierno de la provincia de Río Grande do Sul, cercana al MST y a la izquierda del PT, quiere erradicar las OGM de la región, mientras que los ricos hacendados denuncian este ejemplo por “anarquista” y ven en la lucha contra las semillas transgénicas una “conspiración para imponer la reforma agraria”.

Las poblaciones indígenas, que viven en contacto directo con la selva, se encuentran entre las primeras víctimas de la “modernización” impuesta por el capitalismo agrario. Estas se movilizan en muchos países de América Latina para defender su modo de vida tradicional, en armonía con el medio ambiente, contra las excavadoras mecánicas de la “civilización” capitalista. Entre las numerosas manifestaciones de la “ecología de los pobres” brasileña, aparece un movimiento particularmente ejemplar por su alcance social y ecológico, local y planetario, “rojo” y “verde”: el combate de Chico Mendes y la Coalición de Pueblos de la Selva en defensa del Amazonas brasileño, contra la obra destructora de los grandes hacendados y de la agroindustria multinacional.

Recordemos brevemente los principales hitos de estos enfrentamientos. Militante sindical vinculado a la Central Unica de Trabajadores y al Partido de los Trabajadores brasileño, y reclamándose explícitamente del socialismo y de la ecología, Chico Mendes organiza al comienzo de los años 80 ocupaciones de tierras por parte de los campesinos que viven de la recolección del caucho (seringueiros) contra los latifundistas que envían sus excavadoras mecánicas para arrasar la selva y convertir vastas extensiones en campos de pastoreo. En un segundo momento, logró reunir a los campesinos, trabajadores agrícolas, seringueiros, sindicalistas y tribus indígenas –con el apoyo de las Comunidades de Base de la Iglesia– en una Alianza de Pueblos de la Selva, que puso en jaque varias tentativas de deforestación. El eco internacional de estas acciones le vale en 1987 la atribución del Premio Ecológico Global, pero poco después, en diciembre de 1988, los latifundistas le hacen pagar caro su combate mandándolo asesinar por sicarios.

Por su articulación entre las luchas sociales y ecológicas, resistencias campesinas e indígenas, supervivencia de poblaciones locales y salvaguarda de una apuesta global (la protección de la última gran selva tropical), este movimiento puede definirse como un paradigma para las futuras movilizaciones populares en el “Sur”.

En algunos países, especialmente en Europa, el movimiento ecologista logró imponer cuantiosas reformas, que detuvieron parcialmente el avance explosivo de la destrucción de la naturaleza. Así, por ejemplo, apenas se han construido nuevas centrales nucleares, se ha limitado la producción de ciertos productos químicos (CFC, abonos, etc. ), se han impuesto normas restrictivas para ciertas fábricas, para los automóviles, etc. Se ha desarrollado una industria del medio ambiente capitalista, y las reformas ecológicas se incorporan incluso al catálogo de reivindicaciones de los partidos burgueses.

Sin embargo, a pesar de todas las tentativas de reformas y a pesar de la industria ecológica, las destrucciones a escala planetaria son más graves que nunca. La contaminación del mar, la deforestación tropical, el cambio climático, muestran claramente que la dinámica global de la crisis ecológica sigue intacta. Desde este punto de vista, la presente crisis muestra la necesidad, por encima de cualquier reforma, de un cambio fundamental de nuestra sociedad.

Al carecer de un programa revolucionario coherente que considere a los trabajadores como sujeto revolucionario, el movimiento ecologista está lejos de concretar su aspiración de constituir una nueva fuerza social, que pueda ocupar o heredar el lugar del movimiento obrero. Sin embargo, si hacemos abstracción de los grupos explícitamente burgueses o reaccionarios, numéricamente escasos, que existen en su seno, el movimiento ecologista sigue siendo un aliado importante de los revolucionarios en la lucha de conjunto contra el sistema capitalista.

 

VI. Los problemas ambientales y la dominación burguesa

La destrucción de la base vital de la humanidad que implica el impacto de la producción capitalista sobre el clima, el aire, el agua y la tierra ha alcanzado una nueva dimensión que, por sí misma, constituye un problema para el dominio de la burguesía y de su ideología. Los motivos de esto son:

• El carácter planetario de la crisis ecológica, lo que es identificado como un mal común a causa de la lógica competitiva del capitalismo.

• Los orígenes de la crisis ecológica deben ser buscados en el pasado; en parte resultan del desarrollo combinado de una serie de factores aislados, es difícil definir con precisión cuándo y cómo se originan. La superación de la crisis ecológica requiere, asimismo, inversiones y un tiempo que harían completamente inoperantes todas las ideas burguesas sobre los ciclos de entrada / salida (input/output).

• Finalmente, a diferencia de las crisis económicas clásicas, de los males sociales del capitalismo o incluso de los conflictos militares, sólo se puede obligar hasta cierto límite a las clases explotadas y oprimidas a pagar la cuenta de la crisis ecológica. Con todo, debemos tener claro que, en especial en los países dependientes, las consecuencias de dicha crisis serán principalmente sufridas por las clases pobres y oprimidas; sobre todo porque sus efectos se combinan con los de las crisis social y económica.

El creciente reconocimiento de la crisis ambiental y el surgimiento del movimiento ecologista desde inicios de los 60 ha asestado un fuerte golpe contra algunos conceptos centrales de la ideología burguesa, a saber, que la propiedad privada y la economía capitalista permitirían el “progreso para todos”; que el sometimiento de la naturaleza era algo bueno en sí, y que podrían resolverse todos los problemas que surgieran de él.

Pero, frente al reto ideológico, la burguesía hizo varios intentos por modernizar su ideología durante los 70. El primero que fue conocido a nivel internacional fue el informe del Club de Roma (“Los límites del crecimiento”, 1972) que detallaba el aumento de la destrucción ambiental y pedía una coordinación política internacional en materia de crecimiento de la población, despilfarro de materias primas y destrucción ambiental. A este informe le siguieron otros, que tuvieron un doble efecto. Por un lado, la ideología burguesa y los científicos cercanos a ella recuperaron la iniciativa sobre las cuestiones del medio ambiente y emprendieron la discusión sobre los pronósticos y las exigencias a plantear. Por otro lado, esto dio mayor fuerza a la visión pesimista del futuro del planeta, dando así un estímulo al movimiento ecologista. El orden capitalista mundial perdió su imagen de superioridad, y su funcionamiento y finalidad empezaron a ser cuestionados desde adentro. Además, estos estudios se concretaron en catálogos de demandas que tendían hacia una planificación mundial y la regulación política de la economía. Así, entraron en aguda contradicción con la economía capitalista, el liberalismo económico y los intentos de desregulación de los gobiernos que, en aquella época, llevaban la delantera en todas partes.

A mediados de los 80, a más tardar, se hizo necesaria una segunda ofensiva burguesa en política ecológica; entonces sí se hizo necesario proponer soluciones, en términos políticos concretos, a esas contradicciones. Por ejemplo, la asamblea general de la ONU aprobó el Informe Brundtland (Nuestro futuro común) en 1988. Este informe ya estaba atravesado por la convicción de que, a pesar de la triste realidad de que el capitalismo destruye la naturaleza, la burguesía está capacitada para introducir las correcciones necesarias. De ahí que propusiera la introducción de elementos que permitieran un tipo de crecimiento más equilibrado (“el desarrollo sostenible”). Para salir de la crisis, proponía hacer reparaciones, limitar la producción de sustancias tóxicas y la destrucción de recursos naturales y desarrollar simultáneamente nuevas tecnologías “suaves”. Argumentaba que se trataba de una nueva fuente de crecimiento económico, ya que las transnacionales podrían extraer jugosos beneficios. Se suponía que eso podría sentar las bases para un futuro “crecimiento sostenible”, bien equilibrado.

Los años 90 acentuaron la contradicción entre las promesas de nuevas regulaciones internacionales del capitalismo mundializado y la brutalidad de sus consecuencias sociales y medioambientales. La Declaración de Río, resultado de la cumbre de la Tierra (1992), enunció algunos principios, como el principio de precaución, que representaban un avance en la toma de conciencia de la realidad de la crisis ecológica. Ni la Agenda 21, un gran “ponelotodo” de 2500 medidas, ni las convenciones internacionales sobre biodiversidad y sobre el cambio climático desembocaron en las soluciones radicales que se requerían. En la medida en que la creación de la OMC somete cada vez más al medio ambiente a los efectos de la liberalización del comercio internacional, estas convenciones han ido quedando en letra muerta y han fracasado. Las proclamaciones en defensa de la biodiversidad resultan impotentes frente a la degradación continua del medio natural. En el plano político, chocan con los intereses de las multinacionales agroquímicas y farmacéuticas que buscan apropiarse de todo lo viviente por medio de la expansión de las OGM y la introducción de patentes sobre los genes.

El protocolo de Kyoto (1997) sobre el efecto invernadero fue rechazado por la administración Bush, que contaba con el apoyo de los lobbies energéticos. El frágil acuerdo alcanzado en 2001 entre los demás países imperialistas no les impone ninguna medida nacional de reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero y equivale a la renuncia a los objetivos, ya muy insuficientes, contenidos en el protocolo inicial. En efecto, el protocolo no propone más que un objetivo de reducción de un 5,2% de las emisiones de CO2, cuando sería necesario reducirlas en más de un 50% para que la concentración de CO2 en el aire no superara los 550 ppm, el doble del nivel de la era preindustrial, y la temperatura media del planeta no subiera más de 2ºC.

En Río se habían anunciado 125. 000 millones de dólares en 10 años para estas políticas de defensa del medio ambiente a escala planetaria. Hasta 1996, sólo se habían invertido 315 millones de dólares. Entre las ideas reformistas pregonadas por el informe Bruntland y más tarde en Río y el modelo ultraliberal del imperialismo dominante, este último ha salido victorioso por el momento. La cumbre de Johannesburgo de septiembre de 2002 se tradujo en un fracaso estrepitoso: no se adoptó ninguna medida internacional significativa. Por el contrario, aquella cumbre mostró que, en el plazo de algunos años, las grandes multinacionales habían logrado hacer prevalecer sus intenciones en los salones de las instituciones internacionales. De ese modo, dispusieron de una tribuna para promover la privatización de los recursos y bienes públicos por medio de nociones como la “cooperación público/privado”.

Las ONGs, fuertemente presentes desde Rio en adelante, se han dejado seducir a veces por los discursos ambientalistas del G-7 y de las instituciones internacionales. En el futuro, no tendrán muchas más opciones que la integración completa como barniz ecológico del capitalismo o el retorno a una crítica ecologista radical, que estuvo presente en el origen de muchas de ellas.

Hoy en día, todo gobierno burgués adopta políticas ecológicas prácticas. En general, establecen límites a la contaminación del aire, el agua y la tierra. Además, hay planes para, gradualmente, hacer más rígidas las reglamentaciones y para desacerse de los residuos peligrosos. Estos últimos son materia de acuerdos internacionales. Sin embargo, se trata, en última instancia, de paliativos; son insuficientes desde un punto de vista ecológico, pues no se comparan con el nivel real de destrucción. También los programas políticos y económicos que hablan de “economía de mercado ecológica” están cobrando importancia. Los intentos por hacer que la economía capitalista se oriente, por voluntad propia, a conservar el medio ambiente han sido infructuosos.

Sin embargo, en el contexto de la mundialización capitalista una vasta ofensiva ya está en curso para imponer un sistema de “mercado para el derecho de contaminar” a escala mundial en el marco de la lucha por la reducción de emisiones de gases contaminantes. Promovida por los Estados Unidos, este mecanismo fue aceptado por la Unión Europea. Esto comparte graves peligros que debemos combatir. En primer lugar, abre la vía a un reforzamiento de la dependencia de los países subdesarrollados en relación a los del Norte: un dispositivo en el que cada país dispone de una cuota negociable de polución, el poder de decisión está en manos de aquellos que disponen de una potencia financiera suficiente como para regatear la polución a voluntad. Los países del Sur y del Este, fuertemente endeudados, corren el riesgo de vender sus cuotas a los países del Norte, que son ya los principales contaminadores.

En segundo lugar, el sistema apunta a transformar la polución en mercancía y, por consiguiente, en fuente de beneficios. ¿Cómo imaginar de este modo que de allí resulte una reducción efectiva de la polución?

Por último, debemos subrayar que este dispositivo, pieza clave de la ofensiva liberal en el terreno ambiental, tiene por objetivo desactivar la carga subversiva de la crítica ecologista, cuya lógica tiende a cuestionar el funcionamiento de conjunto del sistema capitalista: se trata de acreditar la idea de que el mercado es el mejor instrumento en la lucha contra la contaminación y que más capitalismo conduciría a un capitalismo intrínsecamente más “limpio”.

Debemos combatir esta idea del mismo modo que combatimos la tesis según la cual la protección del medio ambiente podría convertirse en el motor de una “nueva modernización de la economía capitalista”.

Los Estados ricos y los Estados pobres se encuentran separados por un verdadero abismo. Si en los países imperialistas ricos se ha conseguido, durante los últimos años, contener algunos de los fenómenos más graves de contaminación y destrucción, en los países pobres, incluso las mínimas medidas necesarias fracasan ante los problemas de financiación o el interés de algunas empresas que precisamente realizan gran parte de sus beneficios degradando el medio ambiente. Ante esos obstáculos, a veces hay ideólogos reaccionarios y también ciertos ecologistas que sostienen la idea de que la superpoblación sería una causa esencial de los problemas medioambientales y que sería necesaria una política coercitiva de control demográfico en los países subdesarrollados. Esa tesis es portadora de una concepción fundamentalmente autoritaria, e incluso racista, de la organización social. Es preciso denunciarla con la mayor energía.

 

VII. Experiencias de organización política del movimiento ecologista

Existe un número creciente de partidos u organizaciones verdes. En Europa Occidental participan en los parlamentos de países tan disímiles como Alemania, Francia, Austria, Bélgica, Suecia y Portugal, y constituyen un grupo significativo del Parlamento Europeo con 47 diputados. Participan ahora también en coaliciones de izquierda en gobiernos de tres países de la Unión: Alemania, Bélgica y Francia. También están presentes en países dependientes (como Brasil, Turquía, etc. ). En Estados Unidos, la candidatura de Ralph Nader en las elecciones presidenciales simboliza la emergencia política, a partir de las luchas antimundialización, de un frente de unión de los defensores del medio ambiente, de jóvenes y sindicalistas.

El desarrollo de organizaciones y partidos verdes desde hace 20 años tiene sus fundamentos en la emergencia de una crisis ecológica con dinámica mundial, pero no puede comprenderse cabalmente sin observar los factores políticos complementarios, como la falta de perspectivas generales de las direcciones tradicionales del movimiento obrero o la ausencia de perspectivas revolucionarias en la Europa capitalista después de 1968.

Es completamente erróneo meter en el mismo saco a los diferentes partidos verdes. Según los países, las culturas políticas y su origen histórico concreto estos partidos tienen características específicas. El espectro va desde una fuerte influencia de las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas, hasta la cohabitación de corrientes de izquierda, alternativos, ecosocialistas, pasando por grupos verdes reformistas. Podemos afirmar de modo general, y con toda prudencia, que:

. • se tratan de tentativas de organización de la izquierda reformista que se sitúa, a menudo, a la izquierda de las direcciones tradicionales;

. • aunque la base social se compone muy recientemente de 75% de asalariados, estas corrientes no se consideran a sí mismas como parte del movimiento obrero;

. • aunque con frecuencia surgen como una plataforma electoral laxa en la que la cuestión ambiental sirve de punto de referencia central, a menudo han desarrollado, una vez en el parlamento, posiciones críticas en cuanto a varias cuestiones (políticas sociales, carrera armamentista, Tercer Mundo, etc. ).

La actividad de los Verdes está caracterizada por la combinación de una crítica a menudo correcta de las desigualdades sociales en ciertos sectores con “estrategias” reformistas ilusorias. En la inmensa mayoría de los casos la actividad gubernamental o parlamentaria ahoga prácticamente la actividad militante del partido verde, propicia la aparición de formas tradicionales de delegación del poder, y por esto tiende a desactivar el carácter radical del movimiento. Los Verdes alemanes, por ejemplo, están perdiendo todo el contenido utopista que poseía su crítica ecologista, para transformarse en un simple “partido reformista” entre otros. Esta deriva institucional será acentuada por las concesiones sobre el expediente nuclear, la guerra en el Kosovo y la trayectoria cada vez más neoliberal de la política del gobierno. Las sacudidas se sucedieron con un compromiso difícil en el terreno nuclear, la guerra de Kosovo y la acentuación de la tendencia liberal de la política gubernamental. Por esto no tiene sentido especular sobre el ritmo y la forma de tal evolución y sobre hasta qué punto la posición que asuman cambiará su naturaleza.

Los marxistas revolucionarios no juzgan a los actores políticos principalmente por lo que dicen, por su programa o por lo que opinan de sí mismos, sino por su papel real en la lucha de clases. En general, no se puede afirmar que el surgimiento de las organizaciones verdes haya constituido un retroceso; por el contrario, en muchos casos, han permitido un mayor margen de maniobra para la izquierda. Sería fatal ignorar a esos partidos. Por el contrario, deberíamos desarrollar una política activa hacia ellos que incluya acciones comunes y discusiones teóricas. En algunos países surgieron partidos de protesta y movimientos ecológicos que se han unido para las elecciones y organizan una parte potencial de la crítica social. Corresponde a cada sección examinar concretamente el mejor modo de cooperar con tal o cual partido o movimiento.

 

VIII. La IV Internacional y la crisis ecológica

Como se indica en el capítulo IV, no hay ningún precedente en el pensamiento marxista de crítica ecológica del capitalismo. Tampoco figuró en la IV Internacional durante sus primeros años, al igual que en la mayor parte del movimiento obrero. No tiene sentido, por ejemplo, buscar mención alguna en El programa de transición. Después de la II Guerra Mundial, los marxistas revolucionarios eran conscientes de la destrucción del medio ambiente y de la contaminación del aire y el agua; pero creían que era una de las muchas consecuencias destructivas de un sistema explotador e inhumano y no un fenómeno que estaba destruyendo las condiciones fundamentales de la vida en el planeta.

Esto cambió a inicios de los 70, cuando las tendencias autodestructivas del capitalismo pasaron a ser muy discutidas, hasta el punto de que incluso los ideólogos burgueses del Club de Roma las trataron en 1972. En ese período, miembros de nuestra Internacional publicaron artículos y estudios al respecto.

La prueba de fuego para los partidos obreros, sin embargo, se presentó con el surgimiento de un movimiento de masas contra la energía nuclear, particularmente en Japón, Europa Occidental y EE. UU.

Prácticamente cada sección de la Internacional intervino en este movimiento de masas; pero sólo pocas secciones fueron capaces de consolidar su trabajo ecologista cuando los movimientos empezaron a declinar. La experiencia de estos movimientos se dejó sentir en los debates de nuestros congresos mundiales. A pesar de que en las resoluciones del décimo no se mencionaba el ecologismo, en el siguiente, en 1979, la lucha contra la energía nuclear era percibida como “un asunto de vida o muerte para la clase obrera” y la tarea de la Internacional y de sus secciones era “fortalecer el movimiento, atrayendo a la clase obrera industrial a la lucha”. En el congreso de 1985, las resoluciones incluyeron un análisis relativamente extenso de los tres sectores de la revolución mundial. La principal resolución llamaba a la Internacional y sus secciones a dar mayor importancia a la cuestión ecológica en su propaganda y en sus actividades generales y a impulsar acciones conjuntas con el movimiento ecologista. En 1990, un proyecto de resolución sobre ecología fue redactado por una comisión compuesta por miembros de diferentes secciones de la Internacional, y sometido a discusión en el XIII Congreso Mundial, pero se decidió profundizar el debate antes de adoptar un documento definitivo.

Hoy día, la IV Internacional considera que la destrucción del medio ambiente es uno de los peligros más graves que enfrenta la humanidad: es una versión contemporánea de la famosa frase de Rosa Luxemburgo “socialismo o barbarie”. Una de las principales tareas de la Internacional es ganar al movimiento obrero y sus organizaciones a la lucha contra la destrucción del planeta y propiciar la unidad de acción entre los movimientos ecologista y obrero, no sólo contra las varias formas de destrucción ambiental sino también contra el sistema que las extiende. La Internacional desea participar en los debates del movimiento ecologista y acabar con las ilusiones de la posibilidad de un capitalismo “limpio”.

Asimismo, la Internacional participa en luchas de una serie de países, por ejemplo contra las OGM o la destrucción de la selva amazónica en Brasil. Algunas de sus secciones europeas han contribuido a construir corrientes socialistas en el interior de los partidos verdes, otras juegan un papel importante en el movimiento ecologista. Para la IV Internacional, la cuestión ecológica constituirá una de los principales ejes en torno a los cuales se reestructurará el movimiento obrero.

A pesar de todo, no será fácil integrar este “asunto nuevo” en nuestras actividades. Mucha gente en nuestra organización sigue concibiendo la crisis ecológica como una de las muchas contradicciones del capitalismo y considera que no puede ser resuelta antes de la revolución proletaria. No han visto que esos problemas están en íntima relación con la lucha cotidiana por la supervivencia de la clase obrera, contra las condiciones inhumanas de vida y trabajo y contra la amenaza de guerra. La mayoría de las secciones se ha preocupado por los asuntos ambientales únicamente cuando otras fuerzas sociales ya han llevado dichos asuntos a las primeras planas de los diarios. El resultado de esto es que la discusión en la Internacional se ha desarrollado a un ritmo relativamente lento. Mientras que otras corrientes e individuos han examinado la cuestión del socialismo y el medio ambiente desde hace décadas, los marxistas revolucionarios casi no han dicho nada. Es cada vez más obvio que los marxistas deben hacer un esfuerzo especial por aplicar su método a estos asuntos. No basta con tomar unos cuantos elementos de crítica ecológica y darles una mano de pintura “roja”.

La IV Internacional no sólo quiere debatir las políticas ecológicas concretas sino que también busca que se den los pasos organizativos y políticos necesarios para las acciones de masas; ya que sólo éstas podrán cambiar las condiciones actuales.

 

IX. Programa de acción

Existen en el mundo un gran número de iniciativas y movimientos contra la sobreexplotación y destrucción de la naturaleza. La IV Internacional las apoya y está involucrada en ellas, en ocasiones criticamente, debido a que a veces la perspectiva general de algunos ecologistas es algo confusa. La experiencia del movimiento ecologista muestra que sólo las movilizaciones amplias y las protestas de masas pueden lograr cambios reales y difundir la conciencia ecologista entre la opinión pública.

 

A. Propuestas

Recordemos algunos de los problemas ecológicos fundamentales que es preciso resolver si se quiere conjurar el peligro de desaparición de la humanidad. Sólo es posible abordar todas esas cuestiones a escala internacional; ése es el terreno sobre el que queremos concentrar nuestras fuerzas –por ejemplo, en el marco de campañas internacionales–, plantear nuestras propuestas y mostrar a través de qué medios se pueden realizar.

Esas movilizaciones pueden desarrollarse alrededor de las propuestas que vienen a continuación, que no pretenden ser, en absoluto, exhaustivas:

 

REIVINDICACIONES:

ruptura radical, en los países del Tercer Mundo, con el sistema agrícola explotador de la producción para la exportación, un sistema que es fuente de hambre y miseria;

contra el negocio agrícola capitalista, destructor del medio ambiente y generador de crisis sanitarias graves (por ejemplo, la de las “vacas locas”);

abandono inmediato del ciclo nuclear;

no a la destrucción de las selvas tropicales y a la degradación de los bosques en los países industrializados;

los mares, los ríos y los lagos deben dejar de ser considerados como vertederos;

contra las patentes capitalistas sobre la vida; moratoria sobre los organismos modificados genéticamente;

•no a la apropiación privada de bienes públicos como el agua;

alto a la destrucción acelerada de especies vivientes y salvaguardia de la biodiversidad.

 

ALTERNATIVAS:

en el Tercer Mundo, sistema de producción agrícola que garantice, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades elementales de la población;

utilización racional y planificada de la energía, frente al pillaje de las fuentes de energía no renovables; desarrollo de fuentes de energía alternativas como la energía solar, la eólica, la biomasa, etc. ;

organización de la explotación agrícola según criterios ecológicos;

frente al desarrollo del transporte individual, desarrollo de los transportes colectivos y de los ferrocarriles;

una política radical que tienda a evitar los residuos y a reciclarlos: las instalaciones de filtrado, depuración, etc. , no bastan por sí solas, sino que se precisa una conversión industrial fundamental que evite, a priori y en su origen, la contaminación.

 

¿COMO REALIZAR ESTAS ALTERNATIVAS?

Es preciso luchar por:

una reforma agraria radical en los países del Tercer Mundo;

la abolición integral de la deuda de los países subdesarrollados;

el desarrollo de planes energéticos alternativos elaborados por el movimiento obrero y el movimiento ecologista, en colaboración con científicos progresistas;

el levantamiento del secreto empresarial (que permite, por ejemplo, ocultar las emisiones tóxicas) y la obligación de llevar registros donde se especifiquen las materias primas y los productos utilizados; dichos registros deberían ser de libre acceso;

la puesta en pie de un “contrapoder ecológico” por medio del control social de la producción;

una producción que responda a criterios ecológicos y se base en el principio de la satisfacción de las necesidades, y no en el principio del beneficio o en el poder de la burocracia;

una sociedad socialista, libre, democrática, pluralista y autogestionaria que sea respetuosa con el medio ambiente;

 

B. Convergencias entre ecología y cuestión social

En sentido amplio, la crisis ecológica y la crisis social se retroalimentan mediante mecanismos idénticos. Los intereses de los grandes lobbies económicos, la dictadura cada vez más exclusiva de los “mercados”, el orden mundial encarnado por la OMC, el FMI, el BM y el G8, etc. , contribuyen al agotamiento conjunto de la naturaleza y de la humanidad. Factores semejantes se encuentran en la base de la crisis ecológica y social contemporánea, por lo que debemos avanzar remedios comunes: hay que romper las limitaciones del “liberalismo económico” para reemplazarlo por las necesidades humanas y los imperativos ecológicos. De ahí cierta comunión entre el combate ecológico y el combate social, y un terreno común de convergencia.

 

1. La defensa de los servicios públicos

El ejemplo del transporte ilustra perfectamente cuan necesaria es una lógica de servicio público para responder de forma coherente a los imperativos sociales y ecológicos. En Europa, la lógica liberal exige la reducción de la red ferroviaria si no resulta rentable, propiciando el crecimiento del transporte por carretera. Las necesidades sociales (transporte público económico, un sistema que satisfaga las necesidades de todo el territorio, salarios y normas de trabajo aceptables) y las ecológicas (reducción de los modos de transporte más contaminantes, de los físicamente más nocivos y de los energéticamente más onerosos) requieren el desarrollo de los transportes colectivos bajo una lógica de servicio público. Otro tanto ocurre en otros terrenos.

Sin embargo, esta evidencia no cierra el debate sobre la organización necesaria del servicio público en el mundo actual. En efecto, los monopolios estatales son susceptibles de elaborar su política en función de objetivos no democráticos (en el sector energético, por ejemplo, podemos mencionar las vinculaciones entre petroleras e intervención imperialista en África, o la relación entre el sector nuclear civil y el militar). Estos utilizan modos de gestión y de producción estrechamente capitalistas y aplican criterios de rentabilidad / eficiencia tomados de los monopolios privados.

 

2. La lucha contra la contaminación

Se toma cada vez más conciencia del costo humano (en relación a la salud, alza de precios, etc. ) y para la naturaleza (ataques contra la biodiversidad) de la contaminación, del mismo modo que se reconoce el rol que tienen muchos intereses económicos que promueven su agravamiento. Estas incluyen la preponderancia del automóvil, la polución atmosférica y los crecientes problemas de salud en los centros urbanos; la reponderancia de la industria agraria y la polución brutal del agua, con la contaminación difícilmente reversible de las napas freáticas; la preponderancia del lobby nuclear y acumulación de desperdicios radioactivos en Francia y otros países; la preponderancia de los grandes intereses privados y aumento socialmente insoportable del coste del agua potable en el Norte —junto a un total desabastecimiento de agua potable en el Sur—. En cada uno de estos puntos, tanto el combate ecológico como el combate social exigen la oposición de una lógica alternativa a la de los grupos económicos dominantes.

La cuestión del agua es ya objeto de luchas sociales de masas, tanto en los países del Norte (Estado español) como en los del Sur (Bolivia). Se trata de combatir tanto las privatizaciones como la contaminación, resultado de las prácticas industriales y agroindustriales capitalistas. Es una cuestión clave del movimiento altermundialista, que ya ha incluido la lucha por el agua en el orden del día de distintos foros regionales y mundiales.

La gravedad de los problemas de polución y de salud pública contribuye a la evolución de las conciencias. Cada vez es más difícil imaginar los problemas ecológicos como una serie de cuestiones marginales, ajenas a las cuestiones sociales, como si fueran preocupaciones elitistas, un lujo pequeñoburgués. En Europa, la crisis de las “vacas locas” representa con toda probabilidad un punto de inflexión importante, análogo al de Cernobil para el sector nuclear: puso de relieve el enorme peligro que está intrínsecamente contenido en el modo de producción de la agro-industria.

Debemos combatir sin respiro las soluciones ilusorias, tales como el mercado del derecho a contaminar que los países del Norte pretenden imponer al planeta. La polución no debe regatearse, sino erradicarse.

 

3. Por la defensa del empleo

Una política de protección del medio ambiente es portadora de empleos en cuantiosos sectores de actividad. Hay que apuntar además que las lógicas económicas dominantes, que sobreexplotan la naturaleza, provocan desempleo. Esto se manifiesta claramente en el sector de la agroindustria, que desertifica el campo bajo el doble punto de vista del espacio (reducción drástica de la variedad de paisajes y de la biodiversidad) y de los hombres (reducción drástica del empleo y éxodo rural). Es también el caso de la industria del automóvil, que despide masivamente mientras aumenta su productividad e impone su dictadura sobre los medios de transporte, la expansión territorial y el desarrollo urbano. Una lógica socioeconómica alternativa permitiría definir un modo de producción a la vez menos predador frente a la naturaleza y a nuestro modo de vida y más creadora de empleo.

A su vez, hay que dejar muy claro que los revolucionarios no defienden cualquier tipo de empleo, como por ejemplo los relacionados con la industria nuclear o del automóvil, por no hablar de la cría de ganado con piensos de origen animal… Luchamos por el derecho universal a un empleo y a un ingreso garantizado, pero no necesariamente a algunos de los empleos realmente existentes.

 

La lucha por la tierra

Se trata de uno de los vectores más esenciales de la convergencia entre movimientos sociales y ecológicos a escala internacional. No es casual que los movimientos campesinos más radicales desde el punto de vista social sean aquellos que tienen una conciencia ecológica más avanzada. Se trata de luchar contra la agroindustria contaminadora, con sus OGM, sus abonos y pesticidas que envenenan el medio ambiente y de luchar contra la agricultura capitalista destructora del suelo y los bosques. En los países del Sur, este combate es inseparable de una reforma agraria radical, contra el monopolio de la propiedad por parte de los latifundistas y por una redistribución de la tierra. Pero la lucha por una agricultura alternativa respetuosa del medio ambiente y basada en el trabajo campesino, las cooperativas, las comunidades rurales o comunidades indígenas es un desafío planetario, que afecta por igual al Tercer Mundo y a las metrópolis capitalistas. Uno de los actores más consecuentes en esta batalla por la tierra es “Vía Campesina”, red internacional de la izquierda campesina que reagrupa a movimientos tan importantes como el MST brasileño y la Confederación Campesina francesa. Estos movimientos sociales son portadores de otra concepción de la producción agrícola, apuntando a satisfacer las necesidades sociales de la población antes que las del mercado capitalista mundial, respetando los derechos de los pueblos a alimentarse ellos mismos.

 

Abolir el sistema de la deuda

El “desarrollo por el endeudamiento”, impulsado inicialmente por las potencias financieras del Norte, desembocó en un sistema de control de la política económica de los países deudores (fundamentalmente del Sur) y en un reforzamiento de los poderes del FMI y el BM (incluso en el Norte). El diktat del servicio de la deuda y los cánones ultraliberales de la OMC tienen consecuencias dramáticas para las sociedades humanas (destrucción de la protección social, de los cultivos, etc. ) como también sobre la naturaleza (destrucción de los recursos naturales para la exportación). Los mecanismos fundamentales de este sistema de dominación deben ser combatidos tanto desde un punto de vista social como ecológico.

Las reglas comerciales instauradas por el GATT, y luego por la OMC, refuerzan el dominio de las grandes multinacionales del Norte. Imponiendo la apertura de los mercados locales a sus productos, éstas acentúan la dependencia (inclusive alimenticia), socavan el equilibrio social y acentúan irracionalmente los intercambios comerciales, alimentando así una crisis energética y ecológica.

 

Democracia y largo plazo

La cuestión ecológica exige tomar en cuenta algunas imposiciones a largo plazo, los ritmos naturales que pertenecen a tiempos bien diferentes de los del mercado (necesariamente breves). Numerosas necesidades sociales (educación, salud, etc. ) también reclaman, para ser tratadas correctamente, un tiempo más largo que el del “rey mercado” —lo que constituye una de las razones de la existencia del servicio público en sentido estricto—. Limitaciones ecológicas y necesidades humanas exigen conjuntamente la elaboración de políticas alternativas, integradoras de plazos largos y muy largos, propios de la solidaridad intergeneracional. La ecología, junto con la defensa de las necesidades sociales, otorga una nueva legitimidad a la noción de planificación, pues ¿qué significa el largo plazo sino planificar? Pero, a su vez, la ecología también contribuyó a la crítica de fondo de las experiencias burocráticas llevadas a cabo en los países del Este.

¿Es posible la confluencia indispensable entre la cuestión ecológica, la social y la democrática? Sí, porque las crisis ecológicas y sociales contemporáneas tienen un origen común: el capitalismo mismo. A causas semejantes, respuestas semejantes. Lejos de ser intrínsecamente “negativo”, el anticapitalismo permite aquí percibir el terreno de encuentro de los combates ecológicos y sociales. Incluso ayuda a definir las alternativas comunes, positivas y solidarias. Ilumina al mismo tiempo las causas y las soluciones. Por el contrario, si rechaza integrar la crítica al capitalismo, la ecología política corre el riesgo de desplomarse, de perder todo radicalismo y replegarse a posiciones elitistas, tendencialmente antidemocráticas, socialmente poco igualitarias y finalmente impotentes e injustas.

138. Se trata más bien de un lazo y no de una simple identificación de la ecología con su alcance social. El pensamiento ecologista introduce, por cierto, una dimensión capital que sólo encontramos en el pensamiento social: el análisis de las relaciones entre la sociedad humana y la naturaleza. Es su aporte más original, su terreno específico. Digamos entonces que no podemos ni “rebajar” la cuestión ecológica al terreno social, ni tampoco ignorar el antagonismo social en nombre de las apuestas ecológicas planetarias.

Cuarta Internacional