Biden: El imperio está de vuelta

No es que se haya ido, por supuesto: La vocación de los Estados Unidos para dominar el mundo es una constante en la vida global y sus múltiples crisis. ¿Qué significa entonces la proclama de Joe Biden de que “América está de vuelta”, celebrada cálidamente entre muchos capitales y los líderes de opinión de las élites?

Del mantra de Biden se entiende como el regreso del caos transaccional y la corrupción de Trump a lo que se llama como el “orden internacional basado en leyes”. En cuanto a lo que este orden significa para la mayoría global, Nicole Aschoff está en lo correcto (“The Biden Doctrine”, Jacobin, Winter 2021):

“En la promesa de reconstruir una aproximación cercana del orden global de la era Obama, Biden está prometiendo restaurar un sistema violento y depredador que pierde cada vez más su legitimidad.”

“Trump es una figura odiosa y deshonrosa que fácilmente se pueden perder de visa las profundas continuidades con las administraciones previas y las probables tendencias del equipo de Biden: la continua injerencia en los gobiernos en América Latina, la indiferencia en la anulación de la deuda del Tercer Mundo, la despreocupación por el robo masivo de la riqueza colectiva por parte de las empresas a través de los paraísos fiscales, y la disposición a ir hasta el fin del mundo para proteger a Wall Street mientras se arroja a la gente común bajo el autobús”.

En asuntos domésticos, la enorme crisis económica del sistema de salud pública de los Estados Unidos, así como la obstrucción republicana, ha empujado a la administración demócrata a ciertas directrices “progresistas”. No ocurre lo mismo con la política exterior de Washington. Lo que destaca aquí a primera vista en su enfermiza depravación moral.

Heredado de la pandilla de Trump, las sanciones brutales a los pueblos de Irán y Venezuela continúan, mientras no hay ninguna señal aún de aligerar el bloqueo criminal de los Estados Unidos a Cuba. Como escribe Kevin Young sobre Venezuela: “el apoyo de EU las fuerzas de extrema derecha de (Juan) Guaidó y (Leopoldo) López pretende impedir un acuerdo entre (el presidente) Maduro y los elementos más pragmáticos de la oposición (el cuál) podría aliviar la crisis económica de Venezuela, pero podría dejar a Maduro en el poder y, así, descarrilar la agenda de cambio de régimen en los Estados Unidos (“Smarter Empire,” March 8, 2021).

Mientras tanto, no se han impuesto sanciones a la monarquía asesina al príncipe de Arabia Saudita, Mohammad bin Salman, bajo el pretexto de que Washington está “recalibrando la relación” con Arabia Saudita, conservando en lo esencial, y manteniendo la venta de armas a los Emiratos Árabes Unidos, mientras que el país de Yemen muere. Hay muchos otros ejemplos sucios de “geopolítica” para enlistar.  

Más allá de consideraciones éticas, tenemos que ver los conflictos reales y las contradicciones que está enfrentando el poder imperialista. Estas son particularmente importantes dado el poder emergente de China, así como los retos en la ciberseguridad. Algunas de estas son amenazas de largo plazo de guerra y destrucción mutua.

Esto requiere escarbar entre la retórica diaria y el ruido del ciclo de noticias. Estratégicamente, las “continuidades profundas” entre Trump y Biden superan las diferencias. Por ejemplo, mientras al gran imbécil le gustaba hacerse el duro en la televisión cuando amenazaba al “Pequeño hombre del cohete” o bombardeaba un aeródromo vacío en Siria, en sus primeros 30 días Biden ya lanzó un ataque aéreo en Iraq que mató a 22 combatientes de la milicia chiíta iraquí.

La intención de Biden fue una señal de alarma para Irán para no iniciar una guerra real. Ni Biden ni Trump son serios guerreros por intención – aunque tales acciones puedan apuntar a un apocalipsis por un error de cálculo. También es ciertamente cierto en el caso de otros conflictos latentes, p.e. entre las fuerzas navales de EU y China en el mar del sureste asiático, o el ciber conflicto cibernético medio oculto entre Israel e Irán y el sabotaje de la navegación del otro.

Parece que, si se lleva a cabo, el que Biden finalice la guerra de EU en Afganistán en el aniversario del 9/11 -una derrota de 20 años del poder de EU, una guerra que nunca pudo “ganarse”- y entre más tiempo duró, mayor devastación se infringió a Afganistán y su población.

Conflictos y Contradicciones

Notoriamente, Trump despreció a los socios estratégicos de Estados Unidos en Europa por su flagrante incapacidad de empobrecer lo suficiente a sus propias poblaciones en aras de un gasto militar galopante.

El sabotaje al acuerdo nuclear de Irán (Programa Conjunto de Entendimiento de Acción, JCPOA por sus siglas en inglés) hizo del mundo, y particularmente del medio oriente, un lugar más peligroso. Esto enojó a los poderes europeos -mientras que exponía su incapacidad para hacer mucho al respecto- al tiempo que puso a China e Irán más cerca cuando Teherán giró a hacia la inversión y asistencias chinas a cambio de petróleo iraní a bajo precio.

El juego estratégico de Trump, por supuesto, consumaba el eje anti iraní largamente gestado por Israel, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Una administración de Hillary Clinton habría trabajado más discretamente en desarrollar la misma alianza, aunque sin la abierta y ampulosa provocación del “acuerdo del siglo” de Trump que públicamente lanzaría a Palestina bajo las bandas de los tanques.

En la arena, permanentemente en crisis, el medio oriente y las alianzas cambiantes, la política de EU se mantiene, como siempre, cínicamente indiferente a la destrucción de Palestina por parte de Israel. Podemos esperar que el equipo de Biden regrese a posturas más convencionales de la diplomacia imperial (en la que el pueblo palestino, por ejemplo, no puede esperar absolutamente nada). Pero con el restablecimiento del acuerdo con Irán, Biden cayó en la trampa de Trump creó.

Israel está haciendo todo, tanto abiertamente como de manera encubierta en el sabotaje de las instalaciones de Natanz para acabar con las negociaciones. Irán, por su parte, ha acelerado su enriquecimiento nuclear. Un nuevo acuerdo requerirá levantar las paralizantes sanciones adicionales de Trump a Irán, una ruptura que Biden no está dispuesto a hacer para que no se pueda ver como una “debilidad” -y el sufrimiento del pueblo de Irán no tiene importancia. La pérdida permanente del JCPOA se avecina, con implicaciones peligrosas.

Los serios conflictos que confrontan al imperialismo de EU serán desafiantes, incluso si no convergen, e incluso si Trump no hubiera dejado a los Estados Unidos en posiciones débiles y declinantes en distintos frentes.

El eje central de rivalidad global hoy es entre el poder establecido de EU y el emergente de China. La lucha difiere en un aspecto crucial respecto del viejo conflicto soviético-EU, que era político y militar pero no esencialmente económico, ya que las economías burocráticas del bloque soviético estaban aisladas y eran abrumadoramente más débiles. Hoy China es una economía emergente tanto como un poder económico y político, aunque los Estados Unidos se mantienen dominantes.

El rápido crecimiento de la capacidad tecnológica y comercial de China, ha llegado a crear una serie de problemas competitivos y estratégicos -algunos en general positivos, como en el abasto de vacunas COVID, otros menos tales como la compra por China de asentamientos agrícolas en el Sur Global, o el acoso a sus vecinos en aguas de pesca, repitiendo las clásicas técnicas occidentales para la extracción de materias primas y el asentamiento del colonialismo. No solo en Asia, sino en África y América Latina, la inversión y los proyectos de desarrollo chinos están compitiendo con éxito con la competencia de estadounidense y europea- mientras crea sus propias contradicciones sociales y medioambientales.

Al mismo tiempo, la dependencia occidental de China para cadenas de suministro claves (desde los elementos de materias raras, ¡hasta las máscaras N95 y el EPI para trabajadoras médicas de primera línea!) están obligando a los Estados Unidos y a Europa a prefigurar la reconstrucción de sus capacidades domésticas.

La izquierda, tanto de los EU como internacional, enfrentan una tarea compleja y difícil de hablar, sin concesiones, de las brutales políticas del régimen chino en Xinjian y el Tíbet, sus compromisos incumplidos y represión en Hong Kong, sin jugar para la explotación que Washington hace de estos temas para sus fines hegemónicos. (para una excelente Fuente, ver el sitio web de activistas en solidaridad con Hong Kong https:/lausan.hk).

Otra arena, secundaria pero importante, es el conflicto EU-Rusia. En contraste con la China de Xi Jinping, el vitalicio presidente de Rusia, Putin, gobierna una sociedad en una profunda debacle social, y es totalmente incapaz de comprometerse en una competencia económica con el capital estadounidense. Sus capacidades militares son significantes regionalmente (por ejemplo, en el holocausto sirio o en la frontera ucraniana), pero globalmente es débil en comparación con los Estados Unidos. Aunque en rivalidad asimétrica, la sofisticada capacidad rusa en términos de ciber espionaje, que incluyen la habilidad de alterar los procesos políticos de otros países -como, por supuesto el imperialismo estadounidense lo ha hecho por al menos 75 años.

Los más apremiantes de los profundos desafíos globales son las crisis, inexorablemente combinadas, del COVID-19 y climáticas, y ambas persistirán: el COVID hasta que, al menos, el mundo se encuentre efectivamente vacunado junto con una preparación adecuada para nuevas olas, y la emergencia climática por al menos todo este siglo, asumiendo que sobrevivimos a ella.

La degradación medioambiental y la aceleración del calentamiento (con el derretimiento del permafrost, la destrucción de bosques, y la migración hacia el norte de agentes patógenos, entre otras consecuencias) garantizan, efectivamente, nuevas pandemias, tal como lo hace la agricultura de monocultivo. Y si el programa de Biden proyecta un razonable, aunque tardío, primer paso hacia el control del COVID no ataca, ni remotamente la emergencia medioambiental. (“Carbón neutral para el 2050, no lo hace).

Aquí hay también una ruptura entre la política y la práctica arraigada desde la segunda post-guerra de “Guerra Económica Permanente” y las doctrinas de ilimitada expansión económica a cualquier coste medioambiente y social global, son esenciales, pero están más allá de las capacidades de la gobernanza capitalista.

El imperialismo llega a casa

La realidad del imperialismo para las vidas de la población mundial literalmente se está trayendo a casa en la frontera sur de los EU, donde miles de solicitantes de asilo y refugiadas, diariamente buscan entrar. Mientras las peores obscenidades de la administración Trump se han ido (su sádico placer de separar familias y encarcelando a niñas en jaulas, y su racismo alegre y sin disimulo) las realidades esenciales adquieren un enfoque más claro.

Alarmados por el flujo de migrantes y las reacciones de la extrema derecha, Biden y la vicepresidenta Harris se comprometen a atender las “causas subyacentes” que impulsan la migración desde Honduras, Guatemala y El Salvador en particular. Pero las políticas estadounidenses, por sí mismas, son factores críticos que han arraigado regímenes de los escuadrones de la muerte y carteles de drogas en esos países, y han bloqueado las posibilidades de cambios revolucionarios que podrían haberlos liberado. Como resultado, el único curso decente es DEJAR A LAS REFUGIADAS ENTRAR.

Kevin Young lo coloca bien: “Admitir algunos refugiados más y tomar alguna acción climática tendrán impactos positivos en las vidas de la gente. Los movimientos populares indomables forzarán a mayores cambios políticos. Sin embargo, dada la magnitud de la destrucción que los gobiernos estadounidenses han causado en América Latina y el Caribe, lo que destaca es el enorme abismo que existe entre lo que probablemente haga Biden y lo que se debe a los pueblos de la región, que merecen mucho más que un imperio inteligente”.

Niñas sin compañía, y familias enteras, huyen del “bipartidismo” estadounidense en acción: el régimen hondureño de Juan Orlando Hernández (JOH) llegó al poder después del golpe que, en 2009, fue celebrado por Hillary Clinton, entonces secretaria de estado de Obama. En 2017, cuando las hondureñas votaban por un candidato reformista de la oposición, la administración de Trump asintió con aprobación mientras el recuento se detenía y el presidente se declaraba “reelecto”.

Activistas ambientales e indígenas han sido asesinadas por cientos. Tanto JOH como su hermano, Tony Hernández, han sido reconocidos como narcotraficantes en los Estados Unidos, donde una corte federal le ha impuesto una cadena perpetua a Tony una vez que sea detenido.

Frecuentemente escuchamos que los Estados Unidos son, o deberían regresar a ser, esa mítica “brillante ciudad en la colina” celebrada por Ronald Regan durante los gloriosos 1980. La era dorada era cuando los Estados Unidos apoyaban tanto a Saddam Huseerin y a Osama bin Laden, mientras que financiaban las genocidas guerras contrarrevolucionarias en América Central que tuvieron como resultado a migrantes desesperadas huyendo hacia el norte.

Esto es imperialismo: la metafórica “ciudad brillante” tira su basura, aguas negras y desechos tóxicos, tanto literal como figurativamente, en los pueblos debajo de la colina, incluyendo a mucha de su propia población. El sistema debe ser combatido (independientemente de qué Partido capitalista gobierne al momento) por nuestra supervivencia y la de la humanidad.

ATC 212, mayo-junio 2021

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