Criaturas separadas de sus familias y recluidas en jaulas en los EE.UU. de Trump, miles ahogándose al cruzar el Mediterráneo, barcos que transportan a migrantes a los que se les niega el derecho de atracar en la Italia de Salvini, la Hungría de Orban convirtiendo en delito cualquier ayuda a los refugiados, 370.000 Rohingyás huyendo hacia Bangladesh tras otro ataque militar y masacres del gobierno de Nyanmar, decenas de miles de refugiados económicos de Haití y Venezuela esparciéndose por los países de Sudamérica, más de cinco millones de refugiados sirios fuera de su país y una cifra mayor de desplazados internos… Quienes detentan el poder en la Vieja Europa y las Américas se unen a una caza de brujas sagrada contra el espectro de los “migrantes”: una alianza de amplio espectro que incluye a populistas de derechas y lo que queda de la socialdemocracia tradicional. Salvini y Macron, Putin y Trump —chovinistas del Este y el Oeste, liberales franceses y policía alemana…
Escalada de inhumanidad
El nuevo ataque de Trump contra migrantes de México, Centroamérica y otras partes del mundo que buscan entrar en Estados Unidos ha alcanzado un nivel de inhumanidad estremecedor. En las últimas semanas, sobre todo en junio, se hicieron públicos miles de casos de criaturas separadas de sus padres y madres que intentaban cruzar la frontera entre México y Estados Unidos con la aplicación de la política de Tolerancia Cero. Miles de criaturas fueron introducidas en jaulas, como animales, y ubicadas en centros de detención en diversas ciudades alejadas de los puntos fronterizos donde sus padres fueron detenidos.
Las protestas, internacionales pero también las muy significativas dentro de Estados Unidos, forzaron a Trump a firmar un decreto ejecutivo para detener esta separación de niños y padres. No obstante, el periodo para reunir a estas familias ya ha expirado y miles de niños siguen separados de sus padres y madres, algunos de los cuales fueron ya deportados en este periodo, mientras que otros no han sido aún localizados e identificados.
Si bien Trump ha firmado el decreto ejecutivo para reunir a padres y niños separados (algo que todavía no ha tenido lugar), también ha reafirmado la continuación de la política de “Tolerancia cero” hacia la inmigración —ahora familias enteras, incluso con niños, serán encerradas en centros de detención antes del resultado de un proceso legal, cuando ya han sufrido una violencia extrema en sus países de origen o en su ruta migratoria.
El tormento para los migrantes procedentes, no sólo de México y Centroamérica, sino también países más lejanos como Brasil, Haití o hasta países africanos, no empiezan cuando cruzan la frontera de Estados Unidos, sino a lo largo de todo el trayecto hasta alcanzarla. La situación es especialmente grave para los migrantes que atraviesan México, ya que están sometidos a extorsiones, robo de sus escasos recursos o hasta secuestros por parte de bandas criminales para prostituir a las mujeres y convertir a los hombres en asesinos a sueldo o en traficantes de drogas cuando no son directamente asesinados en ruta. Se están organizando caravanas humanitarias desde países como El Salvador para viajar a través de México buscando a familiares desaparecidos de camino a la frontera entre México y Estados Unidos.
Entre 2014 y 2017 en el Sur de Europa han muerto más de 16.000 hombres, mujeres y niños mientras intentaban cruzar el Mediterráneo. De media, aproximadamente una persona de cada mil que intenta cruzar. ¡En 2018 más de una de cada 50! Desde enero de 2018, con el reforzamiento del cierre de las fronteras marítimas, 1.100 migrantes han muerto ahogados. Al mismo tiempo, el drama empeora río arriba, en el desierto o en la costa libia, y río abajo, en los pasos alpinos o en Calais.
Todas estas muertes son crímenes causados por políticas racistas contra los y las migrantes. Y no sólo es Salvini quien ha prohibido su llegada a la costa italiana. Todos los gobiernos europeos entonan la misma música. En Bruselas, el 29 de junio, los líderes de la Unión Europea se unieron reforzando sus políticas, obstruyendo la acción de los barcos de asociaciones humanitarias y buscando externalizar los campos de detención fuera de Europa, en el Norte de África y Oriente Medio: asumen el uso de los migrantes como “chivo expiatorio” para su crisis.
Una ofensiva ideológica articulada por políticas reaccionarias
Los medios de comunicación y los políticos del sistema sostienen que los problemas de cientos de millones de personas en Europa y Norteamérica —dificultades económicas y de empleo, seguridad social e individual, condiciones ambientales de vida— tienen una única causa obvia —los migrantes procedentes del Sur global. Ignoran así los vastos movimientos de migrantes entre los países del Sur global, dos tercios de los movimientos migratorios globales. El número de migrantes que llegan al Norte —que representa allí entre el 0,5 y el 1,5% de la población— podría ser asimilada fácilmente. Comparemos estas cifras con las del Líbano, por ejemplo, que, con una población de aproximadamente un millón (incluyendo a centenares de miles de palestinos), ha acogido en solitario a más de un millón de refugiados sirios.
Sostienen que si los salarios bajan y el paro sube, ello se explica por la presión competitiva de migrantes venidos al Norte irregular e ilegítimamente. Si no hay suficiente vivienda de protección oficial a precios asequibles se debe supuestamente a la presión demográfica de migrantes en ciudades en las que viven en condiciones inaceptables, reduciendo los estándares de vida a las que “nuestra civilización” está habituada. Si aumenta la delincuencia o si la sensación de inseguridad y el miedo al terrorismo se incrementa, luego la culpa es, obviamente, de los inmigrantes, particularmente los procedentes de países árabes o los que cuentan con una población musulmana importante.
Hay muchos otros ejemplos de este tipo de argumento. Todo lo demás se disuelve en el aire en cuanto se menciona la “emergencia migrante”:
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la crisis económica, que ya dura diez años;
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el gran aumento de los beneficios mientras los salarios han caído en la renta nacional;
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el papel de las multinacionales —en particular las de propiedad norteamericana, europea o china— que están saqueando los recursos del Sur (de África en primer lugar);
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los devastadores pagos de la (a menudo ilegítima) deuda externa y los ajustes estructurales y programas de austeridad impuestos por las principales instituciones financieras internacionales;
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la crisis ambiental y los desastres climáticos causados por el nivel de consumo en el Norte y el modelo insostenible de desarrollo capitalista presente actualmente en todos los rincones del planeta;
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los conflictos militares endémicos que continúan en el Sur (particularmente en Oriente Medio y Asia central), donde la intervención de potencias imperialistas y regionales produce un caos destructor y no escasean las armas, muchas de las cuales producidas por los países que cierran sus fronteras a migrantes y refugiados.
Todos estos procesos —engendrados por el sistema capitalista mismo— son, en realidad, la razón principal, tanto de la crisis social en el mundo como de la actual oleada migratoria, pero se evaporan en la narrativa dominante y se produce un envenenamiento ideológico.
Los gobiernos europeos y de Estados Unidos han optado por un cierre enérgico de sus fronteras y por controlar la migración desde fuera de su territorio. Utilizan a gobiernos del Sur (como Turquía, Libia y Marruecos) dispuestos a externalizar sus fronteras y les proporcionan millones de dólares o euros para hacer el trabajo sucio y ocuparse de los refugiados y migrantes que intenten entrar en la Unión Europea.
Estas políticas a menudo se justifican como un “antídoto” contra el posible crecimiento del racismo o por la supuesta necesidad de “regular” las migraciones.
Las posiciones políticas y culturales que aceptan fronteras más abiertas (aún de un modo “regulado”) porque “les necesitamos”, para los empleos que de lo contrario son difíciles de cubrir con población “nacional” o para pagar las pensiones de una sociedad crecientemente envejecida, no rompen en lo fundamental con el patrón de la explotación de los seres humanos.
Explotación, segregación, racismo
Como a menudo en el pasado, los y las migrantes sufren una doble explotación, especialmente en algunos sectores “modélicos” como la agricultura, la logística o la atención social. La extrema vulnerabilidad y marginación social de los migrantes facilita su explotación brutal en el mercado laboral, que maximiza los beneficios de empresas nacionales o multinacionales pequeñas, medianas y grandes. La población migrante trabaja en redes que comprenden tanto la economía totalmente sumergida, en la que son reclutados por capataces de cuadrillas ilegales, como contratos hiper-precarios.
Este circuito de explotación de los migrantes no es una red paralela al modo en que se trata a los trabajadores “nativos”. En efecto, la explotación de migrantes funciona precisamente porque está estrechamente conectada a las estructuras de explotación general. Los roles de los trabajadores (tanto migrantes como “nativos”) están conectados y recíprocamente determinados.
En este contexto, leyes de fronteras e inmigración actúan como filtros —permitiendo la llegada de trabajadores mayoritariamente jóvenes y sanos, o de quienes tienen conocimientos y destrezas especiales, mientras garantiza que carecerán de los derechos para defenderse eficazmente contra la super-explotación. También proporcionan imágenes espectaculares de centenares de personas apiñadas en botes inseguros y escalando vallas enormes para que se interprete como “avalanchas” o “invasiones”.
Si bien el proyecto neoliberal se propone desmantelar completamente cualquier regulación legal o social favorable al pueblo trabajador, la jerarquía racista que estructura el mercado laboral implica que algunas regulaciones menores favorables se mantengan por el momento para los trabajadores “nativos”. Éstos últimos se benefician directa o indirectamente de la hiper-explotación de los migrantes, normalmente, aunque no siempre, sin ser conscientes de ello (al igual que con la estructuración por razón de género del mercado laboral).
Junto a esta estructura de explotación también se da la segregación, como en:
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los centros de internamiento “temporal” (tanto dentro como fuera de la Unión Europea, Estados Unidos y Australia);
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los lugares aislados, en buena medida invisibles, donde migrantes trabajan y viven en el campo: miles de trabajadores agrícolas viviendo en condiciones lamentables;
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la segregación racista de barrios enteros en las ciudades; marginadas y criminalizadas.
En esta segregación se da un amplio abanico de situaciones legales y sociales que tienden a meterse en el mismo saco bajo el término genérico de “migrante”: trabajadores indocumentados, demandantes de asilo, refugiados con protección humanitaria o internacional, inmigrantes con permisos de trabajo, los hijos y nietros de migrantes. Ello crea una jerarquía de condiciones en la que la cuestión de sus derechos es totalmente eliminada y en la que están divididos entre quienes tienen ciertos “privilegios” (documentos, por ejemplo) y quienes carecen de ellos.
La realidad de las condiciones sociales, materiales y culturales de los migrantes en los países del Norte ha registrado también un incremento del racismo, la xenofobia y la islamofobia. En los últimos años estos fenómenos extremadamente peligrosos han adoptado formas políticas específicas que hoy amenazan con convertirse en socialmente hegemónicas e informan las políticas de los gobiernos del G7 (ya en Estados Unidos e Italia, cada vez más en Francia, Alemania y Reino Unido). Nos referimos a distintas organizaciones que se han etiquetado incorrectamente de “populistas”. No obstante, tienen un rasgo común —buscan el apoyo popular desarrollando una narrativa según la cual los y las migrantes son la consecuencia de una política buscada por una “elite político-económica global” con consecuencias desastrosas para las poblaciones “nativas”, que están pagando su “coste”.
Estas organizaciones son a menudo cercanas al neofascismo, con ataques contra migrantes individuales y contra comunidades enteras —la reaparición cíclica de campañas anti-gitanas es un ejemplo de ello.
Ante esta situación, los gobiernos que se definen liberales no pueden ni harán nada para mejorar la situación. Son incapaces de responder con políticas de apertura de fronteras o con garantías de derechos populares. Estos gobiernos son responsables de la destrucción el Estado del bienestar y son los principales aliados de las multinacionales y los centros financieros, que son los principales responsables de la crisis económica. No han puesto en pie ningún proyecto real para acoger o proporcionar asilo para quienes desean ir a Europa o EE.UU.
Por una alternativa anticapitalista y la solidaridad social y política con los y las migrantes
La única respuesta efectiva es rechazar la consideración como “problema” de la migración y satisfacer las necesidades sociales de millones de mujeres y de hombres, migrantes y “nativos”. Exigimos que los países más ricos sean países de acogida, como ya lo son otros países del mundo. Las organizaciones y militantes de la Cuarta Internacional se proponen jugar un papel importante en la construcción de dicha respuesta. En muchos casos ya están comprometidas en la primera línea de las batallas antifascistas y antirracistas y en el apoyo a los y las migrantes. Esta tarea debería centrarse en los puntos fundamentales siguientes:
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Exigimos el derecho a migrar: libertad de movimiento y residencia. Como internacionalistas creemos que es un derecho fundamental de cada persona el poder vivir dignamente y gozar de todos los derechos políticos y sociales del país en el que residan. A su vez, la migración debería ser una opción libremente adoptada. Sin embargo, millones de personas son forzadas a migrar para escapar de la miseria, la pobreza, la guerra, desastres ambientales, la falta de perspectivas, etc. Todos deberían gozar de plenos derechos, incluido, pero no exclusivamente, el derecho de asilo de quienes huyen de la guerra y la persecución. Rechazamos la división entre llamados migrantes “económicos” y refugiados. Esto es una prioridad en cada país —especialmente en los que se da una mayor represión de los migrantes— y todas las organizaciones de izquierdas deben luchar por la garantía de plenos derechos para todos los y las migrantes, con una atención particular para quienes, como las mujeres, los pueblos racializados, las personas LGBTI, musulmanes y menores, sufren de otras formas de discriminación y opresión.
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También nos proponemos construir movimientos antirracistas y antifascistas, no sólo como parte de una batalla cultural, sino también como una movilización política contra los agentes tanto del racismo institucional como del social. Los aspectos culturales y políticos de esta lucha son inseparables. Con el fin de contrarrestar la ideología discriminatoria y racista, trabajar a nivel cultural y educativo es vital. Pero también es crucial comprometerse en las luchas sociales para reconquistar derechos y poder para la población trabajadora haciendo visible en la práctica la conexión entre racismo y el modus operandi del capitalismo.
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Apoyamos la autoorganización y las luchas de los y las migrantes, empezando por sus reivindicaciones específicas y particulares, pero buscando construir los lazos necesarios con las cuestiones de clase, género y la discriminación racista y mostrando cómo esto es un único proceso interconectado.
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Asumimos las experiencias de mutualismo entre los explotados y discriminados y sus luchas comunes —ya sea construyendo luchas sociales y sindicales que incluyan a trabajadores de todo tipo o a través de proyectos colectivos como proyectos de vivienda autogestionada, cooperativas de trabajadores, asociaciones de solidaridad y grupos informales de ayuda mutua económica y social.
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Como internacionalistas consideramos que la migración libremente decidida y el mestizaje de las poblaciones es positivo para las sociedades. Construir lazos entre movimientos populares y sociales de los países de procedencia y de los de acogida es una parte vital del desarrollo de movimientos de resistencia al capitalismo y atisba las posibilidades de un nuevo mundo basado en la solidaridad y la ayuda mutua.