
Esta resolución sobre la situación mundial fue aprobada por el 18º Congreso Mundial por 109 votos a favor, 12 en contra, 7 abstenciones y 4 NPPV.
Introducción
Hace cuatro años, era imposible predecir la rapidez con que la multicrisis, o convergencia de crisis capitalistas, ganaría velocidad. Donald Trump ha vuelto reforzado al gobierno del imperialismo hegemónico, esta vez con un gabinete y un proyecto abiertamente neofascista o "puramente" postfascista: el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation (uno de los think tanks más antiguos y mejor financiados de la extrema derecha estadounidense), asumido por el Partido Republicano trumpista. Trump y su programa representan a los sectores más radicales del capital estadounidense en términos de “libertarianismo” neoliberal y desprecio por las instituciones de la democracia burguesa más longeva: nominalmente Big Tech, las criptofinanzas, el capital riesgo y la industria fósil, a la que se añade la ahora más lucrativa que nunca industria armamentística.
Dada la profundidad y violencia de las medidas que ya está aplicando a nivel interno e internacional, la administración estadounidense de Trump-Musk se está convirtiendo en una "bomba" de máxima intensificación de todas las crisis de la "multicrisis" que señalamos en este documento. Es un punto de inflexión, que inaugura un nuevo momento en el mundo, aún más turbulento, peligroso e impredecible. Trump 2.0 pretende combatir el declive relativo de la hegemonía estadounidense en las últimas décadas proyectando globalmente una supremacía expansionista, recolonizadora, depredadora y anexionista, que devuelva a EEUU a la situación de hegemonía sin competidores de la inmediata posguerra mundial. Este objetivo imposible es el significado doméstico e internacional de MAGA.
El segundo mandato de Trump es mucho más activamente perjudicial para los trabajadores y el pueblo estadounidense, para la geopolítica, la economía mundial y el equilibrio internacional de poder que su primera administración. Todo el mundo es su enemigo: China en primer lugar, la ONU, y con ella todas las instituciones del orden global de los últimos 80 años, así como los BRICS y cualquier gobierno soberano en su camino. Por no hablar de las instituciones democrático-burguesas estadounidenses a las que pretende imponer un cambio sin precedentes.
Con una convincente victoria electoral, el control del Congreso y el Tribunal Supremo, un ministerio de halcones y multimillonarios no cualificados pero leales, Trump habla en serio cuando amenaza con retomar el Canal de Panamá, apoderarse de Groenlandia y anexionarse Canadá, así como un plan explícito para arrasar Gaza y exportar a sus habitantes a Egipto y Jordania, apoyar la colonización israelí de Cisjordania, después de haber impuesto el reciente alto el fuego a un reticente pero completamente sumiso Netanyahu. Su administración ya está llevando a cabo deportaciones humillantes y mediáticas (trabajadores inmigrantes latinoamericanos e indios, tachados de bandidos, llegan encadenados a sus países).
El líder global de los negacionistas del clima, Trump 2.0, ha anunciado incentivos totales para la exploración y explotación de combustibles fósiles (¡perfora, nene, perfora!), ya ha destruido la EPA (la agencia medioambiental estadounidense) y ha ordenado la cancelación de la financiación de todos los programas con los que EEUU colaboraba en proyectos de protección ecológica en el extranjero. El rechazo incluso del "capitalismo verde" por parte de estas nuevas facciones imperialistas en el poder tiene que ver con la competencia con China, dominante en tecnologías alternativas a los combustibles fósiles (eólica, solar y transporte eléctrico). La Inteligencia Artificial, por la que apuestan como la forma más rápida de superar a los chinos, requiere gigantescos recursos energéticos y el control de los recursos minerales.
Para poner "América primero", los neofascistas ahora apoyados por fracciones esenciales del capital estadounidense necesitan el negacionismo climático, el desprecio absoluto por las terribles amenazas que la catástrofe ecológica supone para la vida de cientos de millones de seres humanos inocentes, igual que necesitan el odio a los que son diferentes, a los que se resisten, a las mujeres, a los LGBTQIA+. Necesitan la exaltación viril-misógina de la fuerza como medio para imponerse, el deseo de subyugar a China, a Rusia, a Europa, al mundo entero. Pero, ante todo, necesitan derrotar a los movimientos sindicales, estudiantiles, comunitarios, feministas, de los pueblos negros e indígenas, a las ONG pro-democracia e incluso a la prensa corporativa crítica estadounidense.
El proyecto trumpista expresa también la necesidad de aquellas fracciones del capital imperialista a las que representa de impedir a toda costa – incluso a costa del desmantelamiento del Estado norteamericano y del fin de cualquier resto de política social y proigualdad – la transformación demográfica de EEUU en una nación racial, política, sexual y religiosamente diversa, y la consiguiente amenaza política para la élite política y económica wasp (acrónimo inglés de blanco, anglosajón y protestante) que ello significa. Como señalan los intelectuales de Black Lives Matter, se trata de una reacción estratégica ante el peligro de que la población estadounidense deje de ser mayoritariamente blanca, protestante o anglosajona, como ya no lo es California (incluyendo a latinos, afroamericanos, mestizos, asiáticos y nativos).
La victoria de Trump ha estimulado los movimientos de extrema derecha en los centros capitalistas y en los países periféricos o semiperiféricos. Los más directamente amenazados por el imperialismo hegemónico bajo Trump son los pueblos de Oriente Medio, empezando por las palestinas. La nueva administración estadounidense se está convirtiendo ahora, junto con el gobierno genocida de Netanyahu, en la vanguardia de la extrema derecha mundial, con pleno apoyo al proyecto colonial del Estado sionista. Israel está llevando a cabo una campaña de terror masivo en una guerra asimétrica, que supone un salto cualitativo en la guerra de apartheid, colonización y limpieza étnica que dura ya 75 años. El primer objetivo es erradicar al pueblo palestino mediante la deshumanización de los palestinos y una lógica supremacista. Pero en un país tras otro, los refugiados e inmigrantes, los activistas medioambientales, los activistas de la solidaridad con Palestina y otras personas están en el punto de mira de las medidas represivas adoptadas por los gobiernos de derechas (y otros) , formalmente dirigidas contra supuestas amenazas "terroristas, "criminales" y "antisemitas".
La administración Trump 2.0 también pretende aislar aún más a Irán y atacarlo, junto con Israel, una de las explicaciones de los intentos de EEUU de separar a China de Rusia y pactar por separado con la India de Modi, en una palabra dividir a los frágiles BRICS actuales. En Oriente Medio, neutralizar a Putin para que no interfiera en la zona a cambio de la paz prorrusa en la guerra de Ucrania podría significar un nuevo y más sangriento capítulo en la guerra expansionista estadounidense-israelí contra Iran.
En Europa Occidental, el impacto de Trump, sus amenazas, aranceles y chantajes ya habían presionado a Macron para elevar el gasto militar francés al 5% exigido por EEUU. Las amenazas del imperialismo estadounidense contra Groenlandia son, ante todo, una amenaza contra la población de Groenlandia, que se está viendo atrapada en una red de competencia imperialista que no fue elegida por ella. Pero también es una amenaza para el mundo, amenazado por la codiciosa explotación de las riquezas de Groenlandia y la militarización del frágil Ártico. Un solo accidente como el del Golfo de México en 2010 podría significar un daño irreversible para los océanos del mundo. Del mismo modo, un enfrentamiento militar en el Ártico podría resultar fatal para los ecosistemas globales. Las perspectivas a corto y medio plazo son de fortalecimiento del rearme general.
A medida que la competencia económica y geopolítica entre EEUU y China se intensifique bajo Trump, el mundo se militarizará aún más; la amenaza nuclear se hará más fuerte, y los conflictos y tensiones se multiplicarán a raíz de las contradicciones agudizadas por el nuevo proyecto imperialista. Nada sucederá sin contradicciones significativas. ¿Cómo desconectarán la economía estadounidense de la maquinaria manufacturera china? Si el enemigo central es China -se pregunta el New York Times- ¿por qué entonces luchar con quienes podrían ser aliados contra ella (refiriéndose a India, Europa y los vecinos México y Canadá)? ¿Por qué la guerra arancelaria generalizada, que elevará los precios internos? Si el colapso climático puede acabar con gran parte de la humanidad, ¿por qué fomentarlo?
Es la naturaleza del capital en general y de estos sectores en particular: ante una reducción insuperable del crecimiento y de sus tasas de ganancia y acumulación después de 2008, abrazan la salida ultraliberal, guerrerista y fascista. Ante la imposibilidad de seguir siendo gestores de un sistema que garantiza ganancias extraordinarias al capital por todos lados, optan por cuidar de los suyos e imponer sus reglas al mundo. Un proyecto global de cambio de esta magnitud y virulencia no puede imponerse sin una resistencia significativa.
Aunque las explotadas se vean privadas de alternativas sociales y políticas de la izquierda revolucionaria, los conflictos de todos los bandos se intensificarán. Los militantes y simpatizantes de la Cuarta Internacional deben responder a este escenario incierto y desafiante con comprensión y acción revolucionarias. La crisis multidimensional del capitalismo, con sus monstruos -uno de ellos en la Casa Blanca-, acerca al planeta al colapso y a la humanidad a la extinción. Nuestra inmensa tarea es colaborar en la construcción del necesario freno de emergencia.
I/La crisis planetaria multidimensional
Los grandes problemas de la humanidad son más internacionales que nunca. La crisis capitalista se ha vuelto multidimensional para la sociedad humana y la Tierra. Existe una articulación dialéctica de las diferentes esferas, sin jerarquías, entre (a) la crisis medioambiental -que desde hace algunos años produce fenómenos climáticos cada vez más extremos y acorta los plazos de las medidas para garantizar la propia supervivencia de la humanidad en la Tierra, (b) el período de estancamiento económico duradero y sus consecuencias sociales desintegradoras, (c) el avance de la extrema derecha por el camino abierto por las democracias y los gobiernos neoliberales en crisis, (d) la intensificación de la disputa por la hegemonía en el sistema interestatal entre Estados Unidos y China; (e) la peligrosa multiplicación e intensificación de las guerras.
La crisis de la globalización neoliberal ha abierto un nuevo momento en la historia del capitalismo. Un período cualitativamente diferente del que hemos vivido desde la instauración de la globalización neoliberal a finales de los años 70, y particularmente más conflictivo desde el punto de vista de la lucha de clases y de la lucha entre Estados que el abierto hace 33 años con el derrumbe de la Unión Soviética y de los regímenes burocráticos de Europa del Este.
1.1. ¿Qué distingue a la actual multicrisis?
Hay dos diferencias significativas entre la situación actual y la convergencia de crisis de principios del siglo XX (la "era de las catástrofes" 1914-1946). La faceta más inmediatamente amenazadora, que no existía hace cien años, es la crisis ecológica provocada por dos siglos de acumulación capitalista depredadora.
Basada en la quema de combustibles fósiles y en el creciente consumo de carne y alimentos ultraprocesados, la economía capitalista está agravando rápidamente la crisis climática, que reduce el futuro de la humanidad en el planeta. El deshielo de los polos y los glaciares está acelerando la subida de los mares y la crisis del agua. La agroindustria, la minería y la extracción de hidrocarburos avanzan (no sin resistencia) sobre los bosques tropicales, esenciales para mantener los sistemas climáticos y la biodiversidad del planeta. Los efectos de la crisis climática seguirán manifestándose violentamente, destruyendo infraestructuras, sistemas agrícolas y medios de vida y provocando desplazamientos humanos masivos.
Nada de esto sucederá sin un salto en el conflicto social.
El segundo elemento (muy diferente del de hace cien años) es la ausencia de alternativas revolucionarias de masas. De hecho, durante los cambios cada vez más rápidos, se agrava el problema de la ausencia de una alternativa al capitalismo, creíble a los ojos de las masas, la falta de una fuerza o conjunto de fuerzas anticapitalistas que dirijan las revoluciones económicas y sociales. El momento precario para el capitalismo y su sistema interestatal es también el de una importante fragmentación política e ideológica de los movimientos sociales y de la izquierda.
1.2. Las crisis se refuerzan mutuamente: guerras, reproducción social y algoritmos.
Una crisis multidimensional no es una simple suma de crisis, sino una combinación articulada dialécticamente. Cada esfera repercute en las demás y se ve afectada por ellas. El vínculo entre la guerra en Ucrania (antes de que estallara el conflicto en Palestina) y el estancamiento económico ha agravado la crítica situación alimentaria de los más pobres del mundo, con más de 250 millones de personas hambrientas más que hace diez años (2014-2023). El flujo de personas desplazadas por las guerras, el cambio climático, la crisis alimentaria y la extensión de los regímenes represivos va en aumento, especialmente entre los países más pobres.
No se puede explicar la creciente tensión militar regional e internacional, así como la rápida militarización del discurso y los presupuestos gubernamentales o el reciente crecimiento de la industria armamentística, sin tener en cuenta esta exacerbación de la competencia en los mercados mundiales, la intensificación del extractivismo neocolonial y la lucha por los minerales estratégicos (ya sea para la producción de vehículos eléctricos o de armas de última generación o para alimentar la economía digital y el monstruo de la inteligencia artificial). Ninguna región del planeta carece de su zona de alta tensión: Oriente Medio, el Mar de China y África son buenos ejemplos de ello. La sucesión de ecocidios en los cinco continentes y en todos los mares tampoco puede explicarse si no está vinculada a este recrudecimiento de la competencia intercapitalista e interimperialista, que demuestra una vez más que la economía armamentística -sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial- es un elemento constitutivo y permanente del imperialismo en todas sus formas, geografías y épocas.
El cambio climático, el empobrecimiento de la tierra, el acaparamiento de los territorios más fértiles por parte de las oligarquías, junto con la caída de la participación de los asalariados en la renta nacional, el abandono y deterioro de los servicios esenciales (sanidad, educación, agua, etc.) por parte de los Estados neoliberales, han generado un aumento de la desigualdad entre los individuos, pero sobre todo una mayor distancia en el acceso a la renta, a los bienes y a la riqueza entre países, clases sociales, comunidades y pueblos, y entre hombres y mujeres, personas racializadas y otras.
Las desastrosas perspectivas medioambientales y económicas han empujado a importantes facciones burguesas de distintos países a abandonar el proyecto de democracia formal como la mejor forma de obtener beneficios cada vez mayores. Sectores empresariales cada vez más esenciales están pasando a apoyar alternativas autoritarias dentro de las democracias liberales, lo que se traduce en el fortalecimiento de los movimientos fundamentalistas de derechas y el ascenso de gobiernos de extrema derecha en todos los continentes. Existe una fractura – cuya naturaleza duradera aún se está por confirmar – entre facciones burguesas dentro de los distintos países, en la que una parte de la clase dirigente se vuelca hacia la extrema derecha y otra permanece con el proyecto democrático-burgués. El ejemplo más notable de esta división entre fracciones capitalistas es la polarización entre el trumpismo (que ha tomado por asalto al Partido Republicano) y el Partido Demócrata en Estados Unidos.
La expansión de la sociabilidad neoliberal hiperindividualista, combinada con el uso de las redes sociales por la extrema derecha y ahora la IA, fomenta aún más la despolitización, la fragmentación de las clases trabajadoras y el conservadurismo. Las tecnologías digitales, además del impacto sobre el empleo y la organización de las asalariadas, también contribuyen a profundizar la subordinación-customización, cuando no la reducción directa, del pequeño y mediano campesinado, considerados los principales productores de alimentos en el mundo. El capitalismo neoliberal actual introduce los dispositivos digitales y los algoritmos como nuevas fuerzas productivas, dando lugar a la emergencia del trabajo en plataformas digitales – a veces llamado uberización y que ya ocupa a más de doscientos millones de trabajadores en el mundo – y a diversas relaciones sociales mediadas exclusivamente por el mercado.
Por otro lado, al seguir atacando violentamente lo que queda de los estados de bienestar, imponiendo la superexplotación de los trabajadores industriales y de servicios y, en particular, del trabajo de cuidados y reproducción social, el sistema arroja a las mujeres, en particular a las trabajadoras y, de forma aún más violenta, a las mujeres racializadas (afrodescendientes, romaníes, descendientes de pueblos indígenas, africanas y sudasiáticas en el Norte Global) a un dilema entre sobrevivir (mal) o contraatacar. El neoliberalismo mantiene a las mujeres en la fuerza de trabajo formal (en el Norte) o en formas menos estructuradas y más informales (en todo el planeta, pero sobre todo en el Sur Global), reduciendo aún más los salarios y los ingresos de quienes trabajan como asalariados (ya sea en la industria, los servicios o el comercio). La ideología de la vuelta a la familia tradicional, constitutiva de la matriz neoliberal y llevada al extremo por los fundamentalismos de derecha y extrema derecha, sirve para cargar a todas las mujeres trabajadoras con las tareas de cuidado de niños, ancianos, enfermos y discapacitados. Este tipo de trabajo solía estar cubierto por el Estado del bienestar, especialmente en los países capitalistas avanzados, pero ahora sufre recortes brutales.
La formación de bloques geopolíticos también tiene consecuencias para la política sexual: Aliados de EE.UU. como Taiwán y Tailandia están introduciendo el matrimonio entre personas del mismo sexo, mientras que China está haciendo retroceder avances anteriores para las personasLGBTQIA++, y un adversario de EE.UU. como Irán está patrocinando un eje hostil a la emancipación sexual (aunque de hecho hay miembros del bloque liderado por EE.UU., desde el Vaticano hasta el reino saudí, que son igualmente reaccionarios en este ámbito).
Con las redes de reproducción social en crisis, más en los países neocoloniales que en las metrópolis, la sociedad neoliberal está domesticando (volviendo a la familia) y racializando (entregando a no blancos, negros, mujeres indígenas e inmigrantes) las tareas de cuidado, pero no se responsabiliza de la reproducción social en su conjunto.
1.3 La situación económica y social
Todavía vivimos bajo el impacto de la tremenda crisis económica abierta por el crack financiero de 2008, que comenzó el año anterior y abrió una recesión mundial. El modo de funcionamiento capitalista neoliberal ya no puede garantizar las tasas de crecimiento, beneficio y acumulación de finales de los años ochenta y noventa. En segundo lugar, la polarización geopolítica, agravada por las guerras y el auge de los nacionalismos reaccionarios inmensamente reforzada por la llegada de Trump 2.0-, está sacudiendo las cadenas de valor superinternacionalizadas, la producción y el comercio internacional.
La globalización neoliberal está en crisis. Sin embargo, ninguna de las grandes dificultades del capitalismo neoliberal ha supuesto cambio alguno en la naturaleza financiarizada -dirigida por el capital financiero- que concentra la riqueza en las cuentas de cada vez menos empresas e individuos mientras arroja a más y más seres humanos a la pobreza. Aunque en crisis, el capital y su régimen económico neoliberal siguen produciendo desigualdad entre países, regiones y dentro de los países. Sólo en 2024, el sistema ha creado 204 nuevos multimillonarios, mientras que el número de personas que viven en la pobreza, con menos de 6,85 dólares al día, se mantiene sin cambios desde la década de 1990. En 2023, el 1% más rico de los países imperialistas extrajo 30 millones de dólares por hora de los países dependientes o semicoloniales - resultado obra fundamentalmente del sistema financiero, que impone a los gobiernos del mundo los ajustes desmedidos, el endeudamiento, los recortes salariales, de derechos sociales y la mercantilización de la agricultura.
La digitalización de los procesos de producción y consumo, que lleva 30-40 años en marcha y fue la base de la llamada reestructuración neoliberal de la producción, se intensifica ahora con la introducción acelerada de la IA. La implantación de la IA es la apuesta del capital para recuperar las tasas de ganancia y acumulación, buscando un salto en la productividad del trabajo y en las tasas de ganancia. De nuevo, esto reducirá el empleo, precarizará los puestos de trabajo y a los trabajadores, y dará cada vez más poder a las Big Tech.
Además de su carácter recesivo, las políticas económicas neoliberales -basadas en los intereses predominantes de las finanzas- sacuden el nivel de vida de las masas trabajadoras a través del endeudamiento de los trabajadores y de los países dependientes con los grandes bancos privados imperialistas o con el FMI y el Banco Mundial. La subida de los tipos de interés para luchar contra la inflación aumenta las deudas soberanas y privadas, creando las condiciones para nuevas crisis de impago , como ya han estallado en Sri Lanka, Ghana y Zambia, o evitadas in extremis a través de los préstamos de emergencia concedidos por el FMI y China a decenas de países como Argentina, Nigeria, Pakistán, Egipto, Kenia, Bangladesh y Túnez. La búsqueda desenfrenada de "protección contra la crisis" por parte de las empresas (es decir, el mantenimiento de los beneficios) fomenta la especulación financiera. Esta especulación amenaza al sistema con oleadas de quiebras, como en 2008.
II/ La extrema derecha desafía a las "democracias neoliberales", a les trabajadores y a les oprimides
Desde la depresión posterior a 2008, pero más claramente desde 2016 (Brexit y primera victoria de Trump), nuevas fuerzas de extrema derecha avanzan sobre los Estados y las sociedades. Su vanguardia global es hoy el genocida Benjamin Netanyahu y su papel de colono colonial racista en Oriente Medio. Además de su creciente fuerza en Europa, Asia y América Latina, la extrema derecha amenaza a Estados Unidos y al mundo con el regreso de Trump a la Casa Blanca.
La extrema derecha del siglo XXI se ha fortalecido y multiplicado con victorias electorales y luego con medidas antiinmigración y restrictivas de libertades y derechos sociales. Se presentan como "contrasistémicos" (contra sistemas políticos que identifican hipócritamente con el empeoramiento de las condiciones de vida, la corrupción y la inseguridad), aunque no lo son en absoluto. Son la máxima expresión de la defensa del capitalismo en su fase actual. Para garantizar la aplicación de sus políticas ultraliberales o, en algunos casos de nacionalismo xenófobo, recurren a discursos tradicionalistas reaccionarios y al racismo más violento, generalmente bajo disfraces religiosos fundamentalistas: cristianismo pentecostal en Estados Unidos y Brasil, hinduismo en India, islamismo en Pakistán, Afganistán e Irán.
Aprovechando su amplia y temprana experiencia en el uso de redes sociales cada vez más gigantescas y desreguladas, declaran la guerra a los derechos de los trabajadores en general, pero especialmente a los derechos de los inmigrantes, las mujeres, las personas LGBTQIA+, los discapacitados, las minorías (o mayorías) étnicas o religiosas internas, los pueblos racializados en general y los activistas medioambientales. Con su negacionismo científico de todo tipo y su uso de teorías conspirativas, están en guerra abierta contra los movimientos ecologistas y contra cualquiera que crea en el cambio climático.
Al igual que sus clásicos antepasados nazis, son esencialmente racistas con los distintos grupos étnicos, como los inmigrantes de segunda, tercera y cuarta generación en Europa y las negros, asiáticos, árabes y latinas en Estados Unidos, y a menudo especialmente violentos con las oleadas más recientes de inmigrantes, a las que culpan de los problemas de empleo e inseguridad. En el sudeste asiático, el "enemigo elegido" son las minorías de una religión distinta de la mayoritaria, como Modi con los doscientos millones de musulmanes del país.
Aunque la extrema derecha en el poder hoy en día no tiende a establecer regímenes fascistas clásicos basados en el modelo de los años treinta, los gobiernos de extrema derecha de la India, Turquía, Hungría y otros países han conseguido durante años combinar las formas aparentes de la democracia burguesa con una represión eficaz de los medios de comunicación independientes, los partidos y movimientos de oposición, así como de los intelectuales críticos. Esta tendencia se está intensificando. La guerra de Rusia contra Ucrania ha provocado una feroz represión de las voces contrarias a la guerra y de la disidencia en general. La represión también apunta a la disidencia sexual y de género, a medida que las leyes contra la "propaganda gay" se vuelven más salvajes y se adoptan en otros países - mientras que en países como Indonesia y Turquía, el espacio que se había abierto para las comunidadesLGBTQIA+ se ha cerrado recientemente. En Israel, el gobierno neofascista denuncia toda la oposición a la guerra genocida contra Gaza como "antisemita" y, en consecuencia, la reprime. Los gobiernos proisraelíes de Norteamérica y Europa llevan a cabo campañas similares.
Esta combinación de neoliberalismo extremo con tradicionalismo fundamentalista y racismo es profundamente funcional al sistema capitalista: es la expresión de la búsqueda de amplias facciones burguesas del Norte y del Sur de una salida económico-política e ideológica "atrasada" a la crisis estructural del sistema. Estos capitalistas pasan a apoyar a quienes prometen implantar un régimen autoritario, destruir derechos (por supuesto, cualquier vestigio de un Estado de bienestar social), devolver a las mujeres a la esfera doméstica (es decir, a la simple reproducción de la fuerza de trabajo), empujar a las personas racializadas y a las personas LGBTIQA de nuevo a la opresión y la invisibilidad más brutales, expulsar a los migrantes y a sus descendientes, controlar los movimientos de masas con mano de hierro, imponer ajustes y desposesiones brutales, en particular de lo que queda del campesinado y de las sociedades comunales. Todo ello para lograr una sociedad mayoritaria superexplotada, idealmente libre de conflictos, en la que el capital pueda recuperar sus tasas de ganancia y acumulación perdidas.
El ascenso y avance de esta constelación de derechistas radicales es el resultado de décadas de crisis de las democracias (neoliberales) y sus instituciones (incluidos todos los partidos tradicionales, incluso los de "izquierda", que han administrado Estados bajo el neoliberalismo). Estos gobiernos y regímenes comprometidos con el neoliberalismo han incrementado las desigualdades, la corrupción y la inseguridad, así como la miseria, las guerras y los desastres climáticos, que fomentan la migración del Sur al Norte. Han dado respuestas insatisfactorias a las aspiraciones de los trabajadores y de los pueblos. De este modo, han ayudado a las clases medias propietarias, a los sectores asalariados privilegiados (trabajadores de cuello blanco) e incluso a algunas de las clases más vulnerables a recurrir a alternativas autoritarias.
La nueva extrema derecha es el complejo resultado de la desintegración del tejido social impuesta por 40 años de neoliberalismo, la desesperación de los sectores sociales empobrecidos ante el agravamiento de la crisis desde 2008, combinada con (1) los fracasos de la derecha "neoliberal progresista" y de la "alternativa" representada por las socialdemocracias (social-liberalismo y "progresismo" en el Sur y el Este) para frenar el empobrecimiento, la precariedad laboral, la inseguridad frente a la delincuencia y (2) la falta generalizada de alternativas populares revolucionarias que presenten una salida radicalmente opuesta.
La extrema derecha puede ser especialmente insidiosa cuando presenta una política "modernizada" en materia de género y sexualidad, alegando un nuevo compromiso con la emancipación de la mujer y la tolerancia hacia las personasLGBTQIA++ mientras ataca con saña a algunos de los grupos más vulnerables. Las personas transgénero son los principales objetivos de la extrema derecha, por ejemplo, de los republicanos estadounidenses, Bolsonaro y Milei, mientras que los derechos parentales y de adopción para las parejas del mismo sexo están siendo atacados de forma concertada por, por ejemplo, el gobierno de Meloni en Italia. La resistencia a estos ataques debe ser parte integrante de la solidaridad contra la extrema derecha.
Esta situación plantea a la Cuarta Internacional la tarea de luchar, en todos los terrenos, contra las fuerzas de la extrema derecha, el autoritarismo y el neofascismo tradicionalista, pero también contra las políticas neoliberales y reaccionarias que les dieron origen y siguen marcándolas.
III/ Los trabajadores, los sectores oprimidos y los pueblos del mundo respondieron con movilizaciones. ¿Y ahora?
Hemos tenido en este siglo al menos tres oleadas de luchas democráticas y antineoliberales (el cambio de siglo, 2011 y 2019-2020), un movimiento de mujeres renovado, el movimiento antirracista que surgió en Estados Unidos y una constelación de luchas por la justicia climática en todo el mundo. Sin embargo, estas importantes luchas se han enfrentado objetivamente no sólo al capitalismo neoliberal y sus gobiernos, sino también a los dilemas de la reorganización estructural del mundo del trabajo.
La clase trabajadora, en sentido amplio (asalariados), se prepara actualmente para hacer frente a los impactos de la inteligencia artificial (como ha demostrado la resistencia en la huelga de guionistas y actores de Estados Unidos). Sigue siendo una fuerza viva y numerosa: grandes complejos industriales con decenas a cientos de miles de trabajadoras en toda China y el sudeste asiático. Sin embargo, en el contexto de la pérdida de peso social de la clase obrera industrial en gran parte del mundo capitalista avanzado, los sectores oprimidos, la juventud y los nuevos estratos de trabajadoras precarias aún no están organizados de forma permanente y, en general, tienen dificultades para unificarse con el debilitado movimiento sindical. Al mismo tiempo, las formas tradicionales de organización sindical no logran responder adecuadamente a las necesidades del precariado actual. Por su parte, los campesinos de África, Asia meridional (India y Pakistán) y América Latina resisten valientemente la invasión de la agroindustria imperialista. Los pueblos indígenas, que constituyen el 10% de la población mundial, resisten el avance del capital sobre sus territorios y defienden los bienes comunes esenciales para toda la humanidad. La derrota de la Primavera Árabe, la tragedia siria y ahora el avance expansionista del sionismo retrasarán y retrasarán aún más la resistencia de los pueblos de Oriente Medio; a pesar de ello, hemos sido testigos del heroico levantamiento de las mujeres y niñas de Irán.
Tras la crisis de 2008, las movilizaciones de masas resurgieron en todo el mundo: Primavera Árabe, Occupy Wall Street, Plaza del Sol en Madrid, Taksim en Estambul, junio de 2013 en Brasil, Nuit Debout y chalecos amarillos en Francia, movilizaciones en Buenos Aires, Hong Kong, Santiago, Bangkok. Una segunda oleada de levantamientos y explosiones llegó entre 2018 y 2019, interrumpida por la pandemia: la rebelión antirracista en Estados Unidos y Reino Unido, con la muerte de George Floyd, movilizaciones de mujeres en muchas partes del mundo, revueltas contra regímenes autocráticos como en Bielorrusia (2020), una movilización masiva de campesinos indios que triunfó en 2021. El año 2019 fue testigo de manifestaciones, huelgas o intentos de derrocar gobiernos en más de cien países: en seis de ellos, los gobiernos fueron derrocados con éxito, en otros dos, la composición de los gobiernos fueran totalmente modificadas por reformas ministeriales.
Tras la pandemia, destacan los tres meses de resistencia en Francia contra la reforma de las pensiones de Macron y el levantamiento popular obrero y estudiantil en China que contribuyó a derrotar la política represiva de Covid Cero del PCCh. En EEUU, continúa el proceso de sindicalización y lucha en las nuevas ramas productivas (Starbucks, Amazon, FedEx), con el surgimiento de nuevos procesos antiburocráticos de base y huelgas de trabajadores en educación y salud. En 2022 y 2023 destacan las importantes huelgas de guionistas y actores de Hollywood, además de la histórica y, hasta ahora, victoriosa huelga de los trabajadores de los tres grandes fabricantes de automóviles del país.
Por supuesto, la actual correlación de fuerzas no es ofensiva en absoluto, como no lo fue durante la pandemia – que, sin embargo, dio paso a Black Lives Matter, tan crucial para la derrota de Trump en 2020, y a la huelga francesa contra la reforma de las pensiones-, tan fundamental para explicar la notable capacidad de respuesta electoral de la izquierda francesa en 2024. Señalar, correctamente, que la anterior oleada de luchas ha declinado y que la ultraderecha en ascenso es un enemigo peligroso y fundamental en la actualidad no puede llevarnos a concluir que los explotados y oprimidos del mundo están derrotados y aplastados a largo plazo. Por otra parte, decir que no estamos históricamente derrotados no significa decir que estamos en una situación ofensiva o revolucionaria. Más allá del 'ofensivismo' y del impresionismo derrotista, está la apuesta realista por la capacidad de los explotados y oprimidos de seguir resistiendo al capital y sus males, luchando por su supervivencia y mejores condiciones de vida en medio de guerras, convulsiones climáticas y planes de ajuste, aunque bajo nuevas formas de organización y con más dificultades que antes.
IV/ Una era de guerras y rápidos cambios geopolíticos. Hacia una reconfiguración del orden mundial
El enfrentamiento entre Estados Unidos, el imperialismo dominante, y China, un imperialismo emergente, domina la situación geopolítica internacional. Un rasgo distintivo de este conflicto es el alto grado de interdependencia económica entre ambos, herencia de la globalización neoliberal. La globalización tal y como la conocimos hasta 2008 ya no existe, pero tampoco la desglobalización. Los conflictos geopolíticos son un síntoma de esta crisis estructural, y también aquí estamos entrando en un territorio sin precedentes.
El desorden en construcción hace que el mundo sea mucho más conflictivo y peligroso. Hace unos años, la inestabilidad y el aparente caos geopolítico empeoraron con la administración Trump 1.0 y su concentración en la guerra económica con China. Aun así, dio un primer salto cualitativo con la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin en febrero de 2022 y un segundo salto con la guerra provocada por el expansionismo israelí, apoyado abiertamente por EEUU y menos abiertamente por el imperialismo europeo. La situación se ha agravado con el fortalecimiento de la OTAN para responder a Putin y el apoyo financiero y militar de EEUU al objetivo de Netanyahu de redibujar las fronteras en todo Oriente Medio. Así, la industria bélica obtiene miles de millones de dólares de beneficios a costa de la sangre de cientos de miles de personas.
A pesar de su papel en la OTAN, de su liderazgo y de su apoyo a la guerra imperialista de Israel, hay un debilitamiento relativo del poder hegemónico estadounidense desde un punto de vista histórico -y no hay nada más peligroso que un hegemón cuestionado- porque ahora tiene competidores económicos y geopolíticos. Nuevos imperialismos se imponen, como Rusia, o surgen bajo formas menos bélicas, como China. Es una reconfiguración continua en un contexto global de inmensa inestabilidad, sin nada consolidado. En cualquier caso, la unipolaridad del bloque bajo liderazgo estadounidense (tras el colapso de la URSS) ya no existe. India busca afirmarse como potencia regional (o al menos subimperialista) jugando un doble juego: mantiene una alianza política con EEUU y una rivalidad con China, pero alimenta una intensa relación de cooperación económica (petróleo) y tecnológica (industria bélica) con Rusia y participa en el BRICS.
4.1. Las guerras y las tensiones geopolíticas se multiplican.
Asistimos a la proliferación e intensificación de guerras de todo tipo: guerras civiles, guerras interimperialistas, tensiones y guerras imperialistas de colonización (como la de Israel en su vecindario). Los tambores de guerra suenan en Europa y en todas las partes de Oriente Próximo que aún no han sido tocadas por el expansionismo israelí. En Asia Oriental crecen las tensiones geopolíticas, y las pretensiones de China sobre el Mar de China Meridional desprecian los derechos marítimos de otras naciones. Las tensiones militares en la península coreana, el estrecho de Taiwán y el mar de la China Meridional han continuado e incluso empeorado. Parece que China nunca quiere que estalle una guerra en estas tres regiones. Aun así, por supuesto, no podemos descartar la posibilidad de que acontecimientos inesperados -incluido el drástico cambio de la situación interna en China- lleven a que las tensiones militares lleguen a ser demasiado extremas e incluso desemboquen en una guerra regional.
China está acelerando su expansión militar ampliando su armada y desplegándose en el espacio exterior para competir con Estados Unidos y Japón. Ha hecho provocaciones deliberadas, especialmente a buques filipinos, en una política de desafío indirecto a EEUU.
Estados Unidos pretende mantener su dominio militar sobre la región, de importancia estratégica, y contener a China. En una ligera inversión del rumbo del presidente Duterte, el gobierno filipino de Marcos Jr. se ha acercado más a EEUU. Es urgente desmilitarizar el Mar de China Meridional. Como EEUU ya no puede reforzar su presencia militar en Asia Oriental, Japón ha asumido en parte el papel militar que desempeñaba EEUU, aumentando rápidamente sus gastos militares, reforzando su armamento, militarizando la cadena de islas Nansei desde el suroeste de Kyushu hasta el norte de Taiwán, y promoviendo la integración de las fuerzas armadas japonesas y estadounidenses. Esta situación fue el resultado de la presión del imperialismo estadounidense y del deseo del imperialismo japonés de contar con una fuerza militar más potente para defender sus intereses en Asia Oriental y Sudoriental.
Desde principios de 2024, las tensiones entre Corea del Norte y Corea del Sur han vuelto a intensificarse tras un periodo de diálogo. Corea del Norte ha derogado el acuerdo intercoreano de 2018 para reducir las tensiones y, en octubre de 2024, modificó su Constitución para designar al Sur como Estado hostil. Los gobiernos norcoreano y surcoreano, respaldados por China y Estados Unidos, están adoptando una línea dura de confrontación.
La amenaza nuclear es cada vez más concreta. Ya hay cuatro focos nucleares localizados. Uno está en Oriente Medio: Israel. Tres están en Eurasia: Ucrania y Rusia en Europa, India y Pakistán, y la península de Corea. Este último es el único que está activo. El régimen norcoreano realiza regularmente pruebas y lanzamientos de misiles en una región donde está estacionada la Fuerza Aérea Naval estadounidense y donde se encuentra el complejo de bases más importante de Estados Unidos en el extranjero (en Japón, especialmente en la isla de Okinawa).
4.2. EE.UU.: el hegemón en crisis intenta reafirmarse
La aparición de rivales no ha restado importancia a la naturaleza de Estados Unidos como el país más rico y poderoso militarmente, con un poder bélico sin precedentes y la burguesía más convencida de su "misión histórica" de dominar el planeta a cualquier precio y, por tanto, de hacer la guerra por la continuidad de su hegemonía. De hecho, es el Tío Sam quien sigue teniendo la última palabra en la "colectividad" imperialista occidental. La cuestión es: incluso imbatible en la coerción, Estados Unidos tiene, como nunca antes (al menos desde la guerra de Vietnam), un grave problema: una hegemonía imperialista, como todas las hegemonías, sólo puede sostenerse si convence también a sus aliados y a su público interno. Estados Unidos tiene serios problemas de legitimidad externa, pero también, lo que es más grave, de legitimidad interna, elementos que no existían en el anterior periodo de supuesta "unipolaridad" y "guerra contra el terrorismo" de los años noventa. Su élite empresarial, burocrática y política está más dividida que nunca en torno al proyecto de dominación interna. El capital estadounidense debe enfrentarse al embrollo de deshacer las cadenas de valor que han vinculado profundamente la economía estadounidense a la china durante los últimos 40 años.
Además de su relativo declive económico, Estados Unidos es una sociedad y un régimen democrático-burgués en crisis abierta desde que el Tea Party y Trump tomaron desde dentro el control del Partido Republicano -con pretensiones de cambiar las reglas de la democracia burguesa más antigua del mundo- y se profundizó la polarización. Esta crisis tiende a profundizarse aún más, con Trump en la Casa Blanca contribuyendo a debilitar a la otrora todopoderosa 'América', que enfrentará embestidas entre el Ejecutivo, el Congreso y la Justicia, capaces de perjudicar sus objetivos globales.
EE.UU. ha estado trabajando para desvincular su economia a China, pero aparte del sector de la tecnología avanzada, es imposible cortar las cadenas de suministro mundiales en las que China ha desempeñado un papel clave. Así pues, a Estados Unidos no le queda más remedio que seguir compitiendo (e imponiendo sanciones) en el sector de la alta tecnología y entablar una rivalidad militar sin dejar de ser económicamente interdependiente.
4.3. La naturaleza de la China actual
La naturaleza del "gran salto" chino de los últimos 30 años es capitalista. Heredero de una gran revolución social y de un giro hacia la restauración a partir de los años 80, esencial para el rediseño neoliberal del mundo (llevado a cabo en asociación con Estados Unidos y sus aliados), el imperialismo chino emergente tiene características específicas, como todos los imperialismos. Un capitalismo estatista centralizado en el Partido Comunista Chino (PCC) y las Fuerzas Armadas (Ejército Popular de Liberación, el EPL) es central: un capitalismo desarrollista con políticas abiertamente desarrollistas donde la mayoría de las grandes corporaciones son empresas conjuntas entre empresas estatales o controladas por el Estado y empresas privadas.
El partido-estado no lo controla todo en la economía. No existe una planificación centralizada, como en la Unión Soviética. El modelo económico capitalista chino también debe satisfacer las exigencias de las fuerzas del mercado, que determinan la actuación del gobierno. En otras palabras, influyen en las políticas que se planifican y aplican. La planificación, por lo tanto, tiene lugar en la convergencia de las políticas de planificación iniciadas por el Estado con los intereses y acciones del mercado, incluido el libre mercado a nivel nacional e internacional, incluidos sus movimientos fuera del control del Estado.
El imperialismo emergente de China, por supuesto, aún está en ciernes. Desde principios de siglo, las exportaciones de capital de China han crecido significativamente hasta estabilizarse en 2016. La inversión directa en la economía china, por otra parte, ha estado cayendo desde 2020 debido a las incertidumbres geopolíticas. Así, desde 2022, China ha sido un exportador neto de capital (exporta más capital del que importa). Las empresas chinas han adquirido grandes participaciones en negocios de energía, minería e infraestructuras en países neocoloniales (sudeste y centro de Asia, África y América Latina) y el dragón se ha convertido en el mayor registrador de patentes del mundo. Invierte cada vez más en armamento y advierte con creciente vehemencia de que existe una línea (o líneas) -Taiwán y el Mar del Sur- que los rivales y los Estados más débiles no deben cruzar.
China aún no ha invadido ni colonizado "otro país" según el modelo europeo o estadounidense, aunque su política hacia Xinjiang es colonialista. En la actualidad, China es la principal potencia no occidental que explota la riqueza de África. Los acreedores chinos poseen el 12% de la deuda externa mundial de África. China es ya el primer socio comercial de casi todos los países latinoamericanos y un gran inversor (sector energético). Utiliza su poder económico para imponer un comercio desigual a través de préstamos respaldados por recursos naturales, acuerdos comerciales o inversiones en industrias extractivas e infraestructuras
4.4. Rusia imperialista
La Rusia actual es el Estado resultante de la destrucción masiva de los cimientos de la antigua Unión Soviética y de la restauración caótica y no centralizada que tuvo lugar en ella, basada en la absorción de empresas antiguas y nuevas por burócratas convertidos en oligarcas. Con el cambio de siglo, Putin y su grupo, procedentes de los viejos sectores del espionaje y los servicios represivos, idearon el proyecto de recentralizar el capitalismo ruso, utilizando las relaciones bonapartistas entre oligarcas y una versión del siglo XXI de la vieja ideología nacional-imperialista de la Gran Rusia. Esta ideología se convirtió en el principal instrumento para reafirmar el capitalismo ruso en competencia con otros imperialismos y para aumentar cualitativamente la represión de los pueblos de la Federación, incluido el pueblo ruso. La naturaleza ultrarrepresiva del régimen de Putin podría evolucionar hacia el fascismo.
La invasión rusa de Ucrania llevaba años gestándose. Formaba parte de un gran plan para restaurar el Imperio ruso dentro de las fronteras de la URSS estalinista, pero con el Imperio zarista como punto de referencia. Para Putin, la existencia de Ucrania no era más que una anomalía de la que había que culpar a Lenin. Para Putin, Ucrania debe volver al redil ruso. La ocupación militar de Donbás, Luhansk y Crimea en 2014 fue la primera fase de la invasión. La actual llamada "Operación Especial" debía ser rápida y continuar hasta Kiev, donde Rusia quiere establecer un gobierno subordinado. La magnitud de la resistencia ucraniana, imprevista por Putin pero también por Occidente, detuvo la maquinaria bélica de Putin.
4.5. Europa: el viejo continente en declive y conflicto
La nueva situación mundial afecta en gran medida a la Unión Europea y a Europa en su conjunto. El continente se está calentando el doble que el resto del planeta, con fenómenos de precipitaciones extremas, olas de calor marinas, etc. La crisis económica ha golpeado duramente a la región, con un crecimiento de la productividad de sólo el 10% desde 2002, frente al 43% en Estados Unidos, y una profunda crisis en la industria automovilística. El movimiento obrero atraviesa ahora grandes dificultades, sobre todo en España e Italia, donde la izquierda sufrió un importante revés tras gestionar un sistema que ya no proporcionaba nada que redistribuir.
El declive económico relativo, el debilitamiento estructural de la clase, combinados con las malas experiencias con los llamados gobiernos de izquierdas y el crecimiento de la migración resultante de las guerras, el cambio climático y las intervenciones imperialistas, explican el crecimiento de la extrema derecha en la mayoría de los países, incluidos países como Portugal, Alemania y los escandinavos, que hasta ahora parecían protegidos. La extrema derecha es una amenaza cada vez más real.
La construcción de una fuerza política independiente de la clase obrera es un proceso lento con ritmos diferentes según los países. Sin embargo, la clase obrera sigue teniendo una considerable capacidad de intervención, como vimos en Francia con el movimiento de las pensiones y el Nuevo Frente Popular o en Gran Bretaña con la reacción a los disturbios racistas y el movimiento en Palestina.
4.6. Inestabilidad generalizada
Bombas y drones matan en Palestina, Líbano, Sudán, Yemen y el este de la República Democrática del Congo. Además, vemos guerras civiles encubiertas, como es el caso de la lucha constante de los Estados latinoamericanos contra las organizaciones criminales y, a su vez, de éstas contra la población, como se evidencia en México, Brasil y Ecuador.
En el convulso y amenazado Oriente Medio, la caída del odiado régimen de Bashar al Assad ha sido un acontecimiento importante. Medio siglo de dictadura sanguinaria ha llegado a su fin. La caída del régimen no se logró mediante movilizaciones masivas, sino mediante una operación militar dirigida por una facción islamista radical. Sin embargo, la aspiración del pueblo sirio a la libertad y la acumulación de resistencia desde el comienzo del levantamiento sirio han desempeñado un papel importante. El fin de la era Assad ha supuesto un alivio para millones de sirios. Por fin hay posibilidades de que los movimientos sociales, feministas y democráticos se organicen desde abajo. Pero esta esperanza va acompañada de una profunda desconfianza hacia el carácter reaccionario del grupo gobernante, Hayat Tahrir al-Sham.
Turquía, a través del Ejército Nacional Sirio, también interviene por una ambición subimperialista para aprovecharse de la reconstrucción del país pero, sobre todo, para acabar con la administración autónoma kurda en el norte y este de Siria, en la región de Rojava, en su frontera. Paradójicamente, apoyados por Washington y Tel Aviv (para defender sus intereses), los kurdos sirios se esfuerzan por mantener su proceso de autodeterminación y sus estructuras administrativas por todos los medios a su alcance, tanto por la vía diplomática como por las armas.
En el sudeste asiático, India mantiene su rivalidad nuclear con Pakistán. Corea del Norte ha aumentado su dependencia militar, política y económica de Rusia, suministrando armas y municiones a las fuerzas rusas y enviando tropas a los campos de batalla de Ucrania. A cambio, Rusia coopera con la transferencia de tecnología a Corea del Norte para el desarrollo de armas nucleares.
En Myanmar crece la resistencia contra la junta militar, que ha conseguido importantes avances militares y diplomáticos. Es posible una derrota militar de la junta. Aunque China dio un apoyo decisivo a la junta después de 2021, está adoptando un enfoque pragmático. Si la junta no puede garantizar la protección de las inversiones chinas, Pekín estaría dispuesta a colaborar con una autoridad que pudiera hacerlo.
Esta situación de conflicto está haciendo avanzar la geoeconomía y la geopolítica de África, donde Rusia compite económica y militarmente con Francia y Estados Unidos, especialmente en las antiguas colonias francófonas de África Occidental. Por esta razón, China sigue intentando aumentar su influencia económica en todas las partes del continente africano América Latina y el Caribe.
Tras cuarenta años de globalización neoliberal, los países semicoloniales siguen concentrando mayores proporciones de desigualdad, hambre, falta de sistemas de protección social, gobiernos autoritarios, expropiaciones y sangrientos conflictos sociales. Sin embargo, la internacionalización financiera, productiva, comercial y cultural también ha producido una perversa igualación con el Norte en cuanto a problemas y polarización política: ascenso de la extrema derecha (Duterte, Bolsonaro, Modi, Milei), crecimiento del poder de las organizaciones criminales, tragedias climáticas (como en India, Bangladesh, Filipinas, Brasil), crisis de los sistemas estatales y políticos, guerras civiles (como en Myanmar, Sudán, República Democrática del Congo, Haití) y guerras entre países.
Desde principios de siglo, América del Sur ha sido escenario de una serie de luchas, manifestaciones masivas, estallidos populares, elección de gobiernos reformistas nacidos de esas luchas y mucha polarización política, porque crecen el neoextractivismo, la explotación depredadora de la naturaleza, la descomposición social, la desigualdad, la violencia cotidiana, la militarización y las crisis políticas, que también alimentan alternativas de extrema derecha. Entre 2018 y 2022, un nuevo ciclo de movilizaciones recorrió radicalmente los países andinos. Se han combinado resistencias, estallidos y luchas sociales -que han combinado demandas democráticas y económicas-, por un lado, y la permanencia de la extrema derecha como enemigo central, por el otro. Las elecciones a menudo canalizaron estas luchas a favor de los llamados gobiernos "progresistas" de la segunda ola.
África, una región de 1.200 millones de habitantes, en particular el África subsahariana, es víctima de la parte "desigual" del desarrollo capitalista desigual y combinado. El Banco Mundial calcula que el 87% de los extremadamente pobres del mundo vivirán en África en 2030. África sólo es responsable del 4% de las emisiones mundiales de carbono, pero siete de los diez países más vulnerables a los desastres climáticos están en África. Cuatro años de sequía en el Cuerno de África han desplazado a 2,5 millones de personas. El continente vive una oleada de conflictos, muchos de ellos relacionados con nuevos descubrimientos de petróleo y gas, la carrera por el control y la extracción de tierras raras y otros minerales críticos (cobalto, cobre, litio, platino) para las tecnologías bajas en carbono necesarias para la "economía verde" de los países imperialistas.
Junto a las antiguas potencias coloniales, Estados Unidos, China y Rusia desempeñan un importante papel en la extracción de riqueza mediante la superexplotación y alimentan los conflictos en el continente. Las guerras regionales, los golpes de Estado y las guerras civiles siguen definiendo su economía política. Rusia está aprovechando los enfrentamientos en varios países africanos para desafiar la influencia occidental y aumentar la suya propia. Una serie de golpes de Estado en África Occidental socavó el poder del neocolonialismo francés, y los nuevos regímenes recurrieron a los competidores de Washington en busca de ayuda militar y financiera.
El Tratado de Pelindaba, que entró en vigor en 2009, convierte a casi toda África en una Zona Libre de Armas Nucleares legal y reconocida. La cadena de islas Chagos, incluida la isla Diego García (DG), acaba de ser aceptada como parte de Mauricio, aunque Estados Unidos mantiene allí su base militar. Así pues, el OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) debe vigilar DG (que ha firmado acuerdos con los miembros del Tratado) para garantizar la ausencia de armas nucleares en los aviones, el almacenamiento o el tránsito estadounidenses. La Comisión Africana de Energía Nuclear también debe encargarse de ello, pero debe hacerse de cualquier manera, y el gobierno de Mauricio debe aceptarlo.
V/ El surgimiento del "campismo"
En los últimos años, por desgracia, hemos asistido al crecimiento -y a la extensión a nuevas capas- de la ideología del campismo como expresión de la búsqueda de alternativas al capitalismo. Expresión originada en la idea de la existencia de "dos campos" enfrentados en la arena internacional en los pasados tiempos de la Guerra Fría, la ideología campista se basa en la idea de que frente al "campo" del imperialismo hegemónico, vale la pena aliarse con cualquier enemigo o adversario de Estados Unidos (el enemigo de mi enemigo es mi amigo). Así, defienden los regímenes de Bashar al-Assad en Siria, Putin en Rusia, Ortega en Nicaragua y Maduro en Venezuela. Según algunos campistas, China, seguramente en serias fricciones con EEUU, sería no sólo mejor que el adversario sino también un modelo de socialismo.
Esta peligrosa tendencia se basa en ideas preconcebidas y diagnósticos erróneos del mundo, que ya no es bipolar (en cualquier caso, la "multipolaridad" no es garantía de nada positivo). Cobra fuerza porque es mucho más fácil creer en alternativas representadas por Estados reales (aunque no sean alternativas) que enfrentarse al reto de construirlas desde abajo. Además, China ejerce un poderoso poder blando (capacidad financiera y propagandística) para convencer a activistas e intelectuales progresistas de todo el mundo de su condición de "modelo alternativo". Diversas organizaciones denominadas comunistas, herederas de los restos de los antiguos partidos comunistas, aprecian especialmente esta dañina ideología "campista". Contradictoriamente, los campistas también están creciendo entre sectores de la juventud de Europa y América Latina (al menos). En algunos países, organizaciones de izquierda de tradición antiestalinista también lo asumen. La situación nos obliga a realizar un esfuerzo organizado y permanente de propaganda, educación y acciones concretas específicas en apoyo a las víctimas del razonamiento campista -como los pueblos de Ucrania, Venezuela y Nicaragua.
VI/ Las exigencias centrales de una nueva era
Frente a las derechas extremas del Norte y del Sur, las políticas unitarias de los explotados y oprimidos, incluido el frente único, siguen siendo una parte esencial de nuestro repertorio, pero nunca negociando ni aceptando la pérdida de nuestra independencia política, ni la de los movimientos sociales. Como en el pasado, esta lucha contra los movimientos de extrema derecha debe dar prioridad a la defensa de los derechos democráticos, como el derecho de manifestación y de huelga, el derecho de voto y la libertad de expresión.
Es urgente defender los derechos de las personas y activistas racializados y estigmatizados, yendo mucho más allá de los que son objetivos, apoyándose en la movilización popular -como en las alentadoras manifestaciones antirracistas en Inglaterra en 2024- y no sólo en las estructuras legales, que con demasiada frecuencia fallan en los momentos decisivos en la defensa del Estado de Derecho. Comprender las raíces profundas del avance de la extrema derecha exige, por un lado, políticas de frente único para derrotarlas en las elecciones y en las luchas y, por otro, defender las reivindicaciones transicionales y ecosocialistas, las únicas capaces de conducir a una derrota estratégica del capitalismo.
En regímenes autoritarios (como China, Rusia, Bielorrusia, Nicaragua, Siria, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán y los demás califatos) o con gobiernos elegidos pero autoritarios (como Turquía, Filipinas y Argentina), nuestra política es de oposición frontal a los gobernantes y de lucha sin cuartel por los derechos democráticos. Apoyamos incondicionalmente a los insurgentes contra las dictaduras, como las de Myanmar y Yemen.
Frente a la creciente desigualdad entre países impuesta por el sistema capitalista imperial, frente a las guerras y disputas proteccionistas que se cobran millones de vidas, la IV Internacional se opone incondicionalmente a todo imperialismo y colonialismo.
Defendemos el derecho de autodeterminación y la plena independencia de los 17 territorios que siguen gobernados como colonias, como Puerto Rico, Samoa Americana, Sáhara Occidental, Guayana Francesa, Martinica, Nueva Caledonia y Malvinas. Defendemos un mundo en el que ningún Estado o grupo étnico oprima o restrinja los derechos de los demás. La paz que proponemos es igualitaria y anticolonial.
En este contexto, la iniciativa de celebrar lo antes posible una amplia conferencia de activistas contra el fascismo y el imperialismo es de inmensa importancia para la Internacional. Apoyar y reforzar esta idea trabajando por su realización a través de preconferencias regionales o continentales debe formar parte de nuestras prioridades de acción en todos los continentes.
Luchamos por el desmantelamiento de todos los bloques militares: OTAN, OTSC, AUKUS. Nos oponemos a toda lógica de reparto de "esferas de influencia" a costa de los pueblos y a todo condicionamiento neoliberal y político de la ayuda prestada. Nos oponemos a la utilización cínica de la guerra en Ucrania para aumentar los presupuestos militares, como en Europa.
Denunciamos la extorsión nuclear. Seguimos luchando por el desarme mundial, nuclear y químico, por una paz mundial en la que ningún Estado imponga, invada u oprima a otro, es decir, una paz sin colonizadores ni cementerios de pueblos colonizados. La cuestión del rearme, de la nueva carrera armamentista, de la energía nuclear debe formar parte imperativa de las actividades de los movimientos antibelicistas en todas partes.
Nos oponemos frontalmente a la ideología campista, que lleva a ver a China y Rusia en el "campo aliado" de los explotados y oprimidos contra Estados Unidos, en una repetición farsesca de la época del enfrentamiento durante la Unión Soviética. La proliferación de esta idea distorsionada del mundo real nos impone la tarea de librar una intensa batalla ideológica y política contra el campismo.
En África, rechazamos el discurso imperialista occidental que, con el pretexto de restablecer el orden constitucional, quiere apoyar la intervención militar para preservar sus intereses. Luchamos por la retirada completa de las tropas militares francesas de toda la región, el cierre de la base militar estadounidense de Diego García en las islas Chagos mauricianas y de las bases estadounidense y china en Yibuti. Luchamos por el fin de la guerra civil en Sudán: rechazamos la injerencia de los Emiratos Árabes Unidos, que han armado a una de las facciones militares enfrentadas. Exigimos la retirada de las tropas del grupo Wagner. Apoyamos todos los esfuerzos por conquistar la soberanía política y económica de los pueblos en la dirección de un movimiento nuevo y antisistémico por la unidad de los países y pueblos de África.
Los gobiernos llamados "progresistas" en América Latina, con todas sus diferencias de composición, origen y base social, son de conciliación de clases, no son nuestros gobiernos, ni son los gobiernos de las explotadas y oprimidas. No participamos en ellos ni les debemos apoyo incondicional. (No nos referimos a situaciones excepcionales, como en Venezuela y Bolivia en la primera década del siglo, en cuyos gobiernos no hubo representación directa de la burguesía y, por el grado de movilización y organización obrera, hubo intensos enfrentamientos con el imperialismo y sus elites económicas). Defendemos el primer tipo de gobierno de los ataques de la extrema derecha y apoyamos sus medidas progresistas en los ámbitos democrático, socioambiental y financiero, si las hubiera. La táctica concreta hacia cada uno de ellos variará según la correlación de fuerzas, su composición, el grado de "progresismo" de cada uno y la confianza que las mayorías trabajadoras tengan en ellos. En la situación actual, con el avance de la extrema derecha en el mundo, además de impulsar las mejores formas de combate al fascismo, con frentes antifascistas y unidad de acción con sus representantes en los movimientos, combinamos el apoyo a las medidas progresistas de gobierno con la exigencia de que trabajen en función de los intereses de los trabajadores y los oprimidos y avancen. En este sentido, apoyamos las luchas contra sus medidas neoliberales y depredadoras. Para cualquier variante táctica, es indispensable mantener nuestra independencia de ellos y de los movimientos y partidos en los que actuamos.
Luchamos por hacer realidad reivindicaciones básicas como la sanidad universal y gratuita, infraestructuras sanitarias garantizadas por el Estado, vivienda digna, trabajo decente, salarios y pensiones, prestaciones para quienes no pueden trabajar y acceso al agua y la energía a bajo precio.
Defendemos el derecho de las trabajadoras y de la sociedad en general a una compensación por el trabajo de cuidados (con niños, ancianos o enfermos) garantizada por las políticas estatales. Luchamos por el derecho a decidir tener hijas e hijos, por el derecho al aborto y a todos los métodos anticonceptivos, por la educación sexual a todos los niveles, por guarderías públicas de calidad, por escuelas a tiempo completo de calidad, por la igualdad salarial, de oportunidades laborales y de ingresos entre hombres y mujeres.
Contra el racismo estructural que discrimina a los negros, a los pueblos indígenas y a todos los grupos étnicos minoritarios racializados, principalmente cuando son migrantes en el Norte, proponemos y luchamos por políticas antidiscriminatorias, reparaciones por la esclavitud y el robo de tierras, así como por la acción afirmativa. Estamos con todos los migrantes contra la xenofobia y las políticas de expulsión. Luchamos por el fin de todos los muros entre países y personas.
Contra la homofobia y la transfobia, que atacan a la comunidadLGBTQIA+ en todo el mundo, alzamos nuestras voces por el pleno derecho a disponer de nuestros cuerpos como mejor nos parezca y como deseemos. Por la plena ciudadanía y derechos de las parejas gays, lesbianas y no binarias, con posibilidad de matrimonio, concepción y adopción. Defendemos los derechos de los transexuales, la lucha contra la violencia y su plena integración en la vida social.
Todas estas luchas deben unirse para derrotar al nuevo fascismo, para derrocar los regímenes de explotación y opresión, y para llevar a la confrontación con el imperialismo, el colonialismo y el capitalismo en una palabra.
Una de nuestras tareas centrales en esta etapa es alentar y apoyar las luchas socioambientales, trabajando para garantizar que las demandas ecológicas anticapitalistas sean las de todos los sectores trabajadores y oprimidos. Sólo la fuerza de los movimientos de los explotados y oprimidos en el plano puede hacer frente al colapso climático en curso y hacer avanzar a la humanidad hacia una alternativa ecosocialista, tal y como se recoge en nuestro Manifiesto.
La Cuarta Internacional lucha por un mundo en el que ningún Estado oprima, invada u oprima al otro, donde la paz entre iguales sea posible, con respeto a la autodeterminación de los pueblos. Luchamos por un mundo descolonial, ecológico y ecosocialista, donde la derrota del capitalismo y su lógica permita a todas ser iguales en sus diferencias. Luchamos por un mundo feminista de todas las etnias y colores, todas las orientaciones e identidades sexuales, todas las creencias y todas las formas de vida humana en simbiosis y equilibrio con la naturaleza.
28 de Febrero de 2025